jueves, 31 de diciembre de 2020

Pasado tiempo, al documentarse los hechos de '2020, la Gran vergüenza' en España se llorará 

  
No puede dudarse del resultado actual: 'Alea jacta est', las estrategias del Sanchista Frankeinstinismo (como tan bien lo caracterizó Perez Rubalcaba...) se impusieron, para bastante; si no gozan de cómodas mayorias, al menos, han logrado adherir a medio País para poder neutralizar cualquier oposición por la otra mitad contando siempre asimismo con los resortes del Poder que -cada vez aun más omnímodo...- detentan. 

  
Otra cosa es que la presente obnubilación (arrancada tras veintiuna quincenas de sucesivas Alarmas...) no durará sin fin tampoco, viéndose inevitable que concluya por dar paso al usual 'llanto y crujir de dientes' póstumo. Cabría recordar tantísimo sentimiento culposo acarreado de generación en generaciones una vez finiquitada toda otra hegemonía político-social totalitaria en sus transcursos igualmente inexpugnables como (¡sin ir más lejos!) aquellas del Nacional Socialismo, primera mente, y el Nacional Sindicalismo luego. 

[Una casi unánime Alemania, eufórica con Hitler, "no sabría (de ningún problema) en su tiempo"... inmediatamente previo al desastre final durante la II G.M... Y qué no decir de las tan "silenciosas mayorías correctísimas", por activas o/y pasiva, en su afección al Movimiento... que de pronto pasaron a nutrir mayorías no menos "correctas" de UCD, PSOE y PP consecutivamente...] 

  
El caso es muy claro, según aquí se puede contar:
  
'Como todas las epidemias catastróficas que figuran en los anales de la historia, la del coronavirus dejó un reguero de muertos durante un período de tiempo muy reducido de apenas unos meses. El dolor causado por esas muertes ha sido profundo –y será seguramente duradero–, especialmente por las condiciones en las que los vencidos por la enfermedad no lograron superarla: aislados de los demás en hospitales abarrotados de pacientes o en residencias de ancianos o, también, en sus casas, sin el auxilio moral de sus familiares, con una asistencia médica que no siempre llegó para aliviar su dolor y en una soledad radical que les impidió ver por última vez a quienes ellos amaban. Estas condiciones de la muerte han sido, quizás, el aspecto más cruel de una infección que cabalgaba desbocada en el mes de marzo, en el que cada día parecía peor que el anterior, y también durante abril y mayo, cuando con una parsimonia desesperante se fueron reduciendo las cifras. Y no puede olvidarse tampoco que gran parte de los muertos carecieron de un ritual normalizado de despedida, consolador para sus deudos, pues hubieron de permanecer durante días en morgues, a veces improvisadas, y se impidió que la mayor parte de sus familiares y amigos asistieran a su inhumación. 

La tristeza que han causado todas esas muertes ha sido profunda, más aún cuando, como se verá enseguida, muchas de ellas ni siquiera han sido reconocidas por las autoridades sanitarias, negándoseles así el luto colectivo de una nación apesadumbrada por la carga que ha supuesto, para muchos, perder a sus seres queridos. Pero no nos adelantemos, porque este tema tiene muchos matices y recovecos que conviene exponer ordenadamente para evitar que cualquier apriorismo enturbie la valoración de los acontecimientos. Empecemos, pues, por conocer las cifras oficialmente publicadas por el Ministerio de Sanidad. Su evolución se recoge en la Figura que sigue a partir del día 3 de marzo –hay un fallecimiento anterior el 13 de febrero, como ya se ha mencionado más atrás– y hasta el 7 de junio, día en el que se anotaron los cinco últimos óbitos. En total, en ese gráfico se acumulan las 28.409 muertes que las autoridades sanitarias consideraron verificadas hasta mediado julio a través de pruebas diagnósticas PCR –como si la diagnosis por medio de la descripción de los signos y síntomas que caracterizan la enfermedad no fuera un procedimiento médico aceptable–, y que son las únicas reconocidas por tales autoridades en contra del criterio sostenido por la Organización Mundial de la Salud.




Algunas de las cifras (…) pueden parecer asombrosas, especialmente los 688 muertos que se contabilizaron el 22 de mayo –que hacen aparecer un pico extemporáneo dentro de la senda descendente que sucedió a los 950 fallecidos del 2 de abril, el día más trágico de la epidemia–, los 1.918 que fueron retirados de una tacada el 25 de mayo –aunque al día siguiente se restauraron 283 de ellos– o los 1.179 anotados el 19 de junio, después de casi dos semanas en las que no se contabilizó ningún óbito, sin que aún se haya dado una explicación satisfactoria del proceder de quienes confeccionan la estadística que ahora nos sirve de base para nuestro análisis. La serie, por otra parte, presenta continuas subidas y bajadas, sobre todo en abril y mayo, que probablemente no son sino un reflejo de la deficiente gestión que ha tenido este asunto en el Ministerio de Sanidad. Ésta se inició en marzo con unas notables carencias de información derivadas de unos precarios, obsoletos y descoordinados sistemas de recogida de datos, tanto en las Autonomías –que en ese momento, antes de la declaración del estado de alarma, eran las administraciones competentes en la materia– como en las estructuras de la Administración Central.

(…) Por detrás de estas discusiones bizantinas acerca de si los enfermos de coronavirus debían o no ser confirmados con pruebas analíticas se desenvolvió la enorme tragedia de los ancianos que residían en centros geriátricos públicos o privados y que fueron marginados de la atención sanitaria, las más de las veces de una manera deliberada aunque no reconocida. También hay que mencionar en este oscuro capítulo de la epidemia a las muchas personas mayores que prefirieron no acudir a un hospital porque cundió el pánico. Los hospitales eran un lugar de muerte, hasta el punto de que uno de cada cinco de los pacientes allí ingresados falleció, aunque esta proporción aumentaba a uno de cada cuatro entre los mayores de setenta años, y uno de cada dos entre los que superaban los 80 años. A nadie sorprenderá, por ello, que cuando las noticias sobre los óbitos se multiplicaron, muchos ancianos rehuyeran los centros hospitalarios en el momento de sentirse enfermos. Algunos murieron, a veces, en la más radical soledad porque el confinamiento así lo impuso.

En el final de marzo y los primeros días de abril, cuando las muertes alcanzaron a su cénit, las autoridades sanitarias anunciaron el inminente colapso hospitalario, aunque rápidamente se inició la instalación de hospitales de campaña y otras estructuras provisionales. Pero la capacidad de las Unidades de Cuidados Intensivos (UCI) se agotaba y ello suponía un freno para el tratamiento de las personas más vulnerables, entre ellas muy importantemente los ancianos, pues eran ellos los que, con más frecuencia, presentaban las patologías previas –tensión alta, diabetes, lesiones cardíacas y dificultades respiratorias– que aumentaban el riesgo mortal de la covid-19. Una idea de la incidencia de la enfermedad entre las personas mayores la da el hecho de que los estudios que se han realizado sobre los residentes en centros geriátricos a finales de junio señalan que el 70% de ellos han sufrido el contagio de la enfermedad.

En esa situación buena parte de las personas mayores, sobre todo las acogidas en residencias geriátricas, fueron dejadas en las manos del Arcángel Azrael. Los hospitales los rechazaban en cuanto había alguna dificultad para ofrecerles cama. Un parte de alta de las Urgencias del Hospital Infanta Cristina de Parla (Madrid) argumenta así la inadmisión de una paciente de más de setenta años: "Ante la situación de saturación actual, y por indicación de dirección médica dada esta mañana, no se permite el ingreso de pacientes de residencia en el hospital". En el juicio clínico contenido en el mismo documento se especificaba que la mujer presentaba "neumonía bilateral" y "probable covid-19 (pendiente de PCR)". Era el 25 de marzo; tras días más tarde esta señora fallecía en la residencia que la alojaba. El caso no es anecdótico. En Madrid, en un abuso criminal de las competencias autonómicas, se había dado la orden de no hospitalizar a los ancianos con demencia avanzada, los considerados terminales o los grandes dependientes. Similares decisiones se aplicaron en Cataluña, Castilla y León y la Comunidad Valenciana –y tal vez en otros lugares de España–. En Cataluña, incluso, se rechazó ingresar en las UCI a los mayores de ochenta años. El propio Ministerio de Sanidad había publicado el 6 de marzo un protocolo en el que, como norma general, se establecía que "todos aquellos residentes que presenten sintomatología respiratoria aguda, deberán restringir sus movimientos lo máximo posible y quedarse en una habitación con buena ventilación". Se reafirmaba así la idea -según la cual "no hay que cerrar las residencias ni los centros de día, no hay por qué cambiar la vida social ni nada en esos lugares"- que había expresado el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón.'

(texto incluido en el reciente libro 'Abuso de poder', Mikel Buesa)
   



"Ha sido 2020 un año distinto, inédito, que se recordará seguramente como 'el año de la covid-19', denominación insólita porque siempre fue el año el que dio su nombre a la pandemia… no al revés. Pero esta enfermedad ha sido excepcional. Y no porque el virus golpease con mayor intensidad que los del pasado sino por sus novedosos efectos sociales, políticos, económicos y psicológicos. 

Las pandemias del siglo XX causaron enfermedad y muerte pero se afrontaron con entereza, dignidad y sosiego; no con desatado pánico, búsqueda de culpables, prohibiciones generalizadas o persecución del disidente. Nunca una pandemia había desorientado y desarmado a la ciudadanía, ni propiciado su completa sumisión al poder.

Hay acontecimientos históricos capaces de sacar a la luz transformaciones sociales y culturales que hasta ese momento solo se vislumbraban. Esta pandemia ha rasgado el velo, ha proporcionado una nítida radiografía del mundo de hoy, retratando a una mediocre clase política y a una sociedad bastante infantilizada. Presa del pánico, la ciudadanía de 2020 se arrojó en brazos de sus gobernantes, buscando no tanto soluciones racionales como un bálsamo para sus miedos. Y, en un mundo que dedica más esfuerzo a buscar culpables que a ingeniar soluciones, los dirigentes actuaron de manera defensiva, aplicando aquellas medidas que potenciaban su imagen, que les permitían esquivar la culpa y endosarla a los ciudadanos por no cumplir las reglas.

Aunque en pocos lugares haya alcanzado cotas tan extremas como en España, la degradación de los gobernantes es un fenómeno común en Occidente. Abunda una clase política carente de principios, centrada en la apariencia, improvisadora, incapaz de atenerse a un plan coherente, rehén del más miserable corto plazo. Una categoría de dirigentes fruto de unos perversos mecanismos de selección que encumbran al poder a sujetos con pocos escrúpulos, a oportunistas desprovistos de espíritu de sacrificio o sentido del bien común.


Pero la mala calidad de la política se debe también a la infantilización de una creciente proporción del electorado, guiado por consignas simples, por puras imágenes televisivas, incapaz de ejercer una crítica coherente al poder. Unos votantes cada vez más encasillados en pandillas, en facciones irreconciliables, que conciben la política con un enfoque 'futbolístico': el de nuestro equipo frente al de ellos, no como un abierto y respetuoso debate de ideas.


El pueril mundo actual se ha acostumbrado a contemplar muchos derechos y pocos deberes. Pero buena parte son “falsos derechos”, meros señuelos inventados por los gobernantes como vías indirectas por las que rebasar esos límites y controles que las constituciones democráticas establecieron al ejercicio del poder para impedir que el gobierno se ejerciera de manera tiránica o despótica. Contemplar, por ejemplo, un 'derecho a la salud', o expresiones similares, resulta grandilocuente, atractivo, pero poco eficaz pues nadie puede garantizar tal cosa. Es más bien una excusa que otorga a los gobernantes enorme potestad para imponer cualquier medida, incluso algunas extremadamente lesivas para las libertades, alegando que existe peligro para la salud.

Nunca, hasta hoy, se había entendido la cuarentena como un confinamiento de los sanos salvo en la ficción literaria. En 'La Máscara de la Muerte Roja', Edgard Allan Poe relata la ocurrencia del Príncipe Próspero que, ante una epidemia devastadora, se encierra a cal y canto en un castillo, con todos los lujos, junto a mil amigos sanos y ricos. Naturalmente, la estratagema sirve de poco: la muerte aparece sin necesidad de disfraz durante un baile de máscaras, llevándose a Próspero y al resto de la concurrencia. Errónea concepción la de ese príncipe que considera el confinamiento una medida eficaz. También la de aquella minoría de cortesanos que puede permitirse un largo encierro sin coste, percibiéndolo incluso como un dolce far niente, mostrando escasa solidaridad hacia quienes contemplan desesperados como desaparece su empleo o quiebra su negocio.

La inclusión de estos dudosos derechos es una de las vías por las que la democracia clásica, entendida como separación de poderes, controles, contrapesos y límites a los gobernantes, ha ido eclipsándose poco a poco en el mundo actual. Deben observar mucha precaución esos países, como Chile, que han decidido redactar una nueva constitución.

La sociedad del miedo

Esta pandemia también ha mostrado que la sociedad moderna ha perdido la capacidad que poseían nuestros antepasados para gestionar el miedo. Cierto, el miedo es una emoción y, como tal, no ha cambiado a lo largo del tiempo. Los antiguos griegos, o los pobladores del neolítico, lo experimentaban igual que nosotros. Pero la manera de afrontarlo se encuentra socialmente mediatizada, se canaliza a través de reglas, normas, creencias y costumbres, que han variado sustancialmente en los últimos tiempos.

Así, se transformaron las normas no escritas que regulaban la expresión pública del miedo. En el pasado no estaba bien visto que las personas maduras, especialmente las investidas de cierta autoridad, manifestaran públicamente su miedo: era costumbre disimularlo. Y tenía cierta lógica porque el miedo es contagioso y, si los individuos lo observaban en otros, especialmente en aquellos a los que reconocían autoridad, la situación podía escalar hacia un pánico descontrolado. Hoy día, sin embargo, mostrar públicamente miedo no sólo se encuentra aceptado sino fomentado, un cambio que favorece la 'autoexpresión' individual, pero también el estallido de pánicos.

Pero hay otro cambio aún más sutil. En 'El Mundo de Ayer', Stefan Zweig señalaba una curiosa paradoja: los grandes avances de la ciencia se correspondieron con enormes retrocesos en el plano moral, en el de los principios. Aunque parezca contradictorio, los grandes adelantos del conocimiento han incrementado las incertidumbres con la que la humanidad percibe su futuro. El mañana se concebía antaño como una continuación del presente, el resultado de cambios paulatinos, no drásticos. Actualmente se contempla el futuro como un mundo completamente desconocido, radicalmente distinto al presente, una terra incognita habitada por monstruos donde la humanidad debe adentrarse sin mapa, brújula ni sextante. Un territorio donde cualquier suceso apocalíptico, desde una catástrofe climática, sanitaria o nuclear, puede ocurrir súbitamente.

La radical ruptura cultural con el pasado ha propiciado una humanidad aislada en el presente, sin guía, sin mecanismos compartidos que ofrezcan sentido o aporten algún contrapeso a esa imagen amenazadora del futuro. Así, muchas dificultades que antaño se gestionaban con aplomo, causan hoy pánicos desmedidos, especialmente cuando son los gobernantes quienes asustan al público para después erigirse en garantes de su tranquilidad.

Gran parte de la ciudadanía actual antepone la seguridad, aunque sea sólo aparente, a la libertad, prefiriendo las medidas que simplemente aportan tranquilidad, aunque a la larga resulten ineficaces. Como ya señalaba el sociólogo Christopher Lasch, "atormentado por la ansiedad, la depresión, una confusa insatisfacción y sensación de vacío interno, el ‘homo psicologicus’ actual no busca el engrandecimiento individual ni la trascendencia espiritual, sino la paz interior”.

El miedo y el infantil conformismo durante la pandemia desembocaron en la rendición absoluta ante las autoridades, en una actitud pasiva ante los abusos del poder, en la aceptación de un régimen de censura y autocensura donde, mermada la libertad de expresión y opinión, la confrontación de ideas fue sustituida por un entorno donde solo caben 'la ortodoxia o herejía'

Aquellos que mantienen una postura crítica con la política oficial sobre la covid-19 son ya no discrepantes sino herejes, blasfemos: unos individuos que deben ser denostados, vilipendiados, enviados a la hoguera del ostracismo..."

 
 


La información real NO es lo que 
aquí vocean los medios pagados 
para oficial 'Alarmar', censurando 
[U.E.]stadísticas: esa "2ª ola" que 
ahora nos cambia todo tanto... NI 
SIQUIERA llegó a los excesos de 
mortalidad, sobre l@ 'normal' que
ya tuvimos los años 2017 y 2018,
sin coronavirus-19, por las Gripes
[el dato está en pág web, adjunta,
pero sin publicar para este Reino]
 

Y sobre los países con mayor  
letalidad en toda la pandemia, 
pese al ruido aquí armado con 
Suecia o/y Alemania ... el podio 
de "lo peor" es encabezable por 
 España, seguido de Reino Unido, 
Bélgica más Francia, lejos ambos
(bien comparados: relativamente)!
 
 
 
La LETALIDAD CIERTA durante la pandemia se mide por sus muertes. Y sin embargo los CONTAGIOS QUE SE DECLARAN, en cambio, dependen cada vez también del nº de pruebas hechos para detectarlos (incluyéndose asintomáticos)... 

Es obvio que durante la "2ª OLA" se aumentó mucho la búsqueda de positivos con PCR, por lo cual fueron declarados muchos MÁS CONTAGIAD@S -pero no mortales- por cada 1 de quienes así llegan a terminar.

Pero no podría tener ninguna lógica verosímil la situación -oficial mente- declarada EN DICIEMBRE, cuando se informa de Crecimiento para los contagios mientras que no obstante a la vez su Mortalidad continúa claro Descenso con su anterior curva exactamente igual de como ya lo hacía desde un mes antes...

   
_______________________

POSDATA [3/1/20]
   
  ¿Cuándo aprenderemos nosotros?
 
   Para los alemanes, ya "vacunados" 
   por la (nefasta) experiencia con su 
   ley fundamental de Weimar el siglo 
   pasado, nuestro Desafuero -actual- 
   totalitario [mediante cogobernanza: 
   'Única... Más Autonómicas'...] hoy es 
   increíble; respetan derecho, toda su 
   Prosperidad es incomparable y -sólo- 
   sufren tercio que aquí muertes, o 
    sea casi 40 por 100.000 habitantes  
   en total, hasta finales del año 2020 

 






Pese al interesado tratar de hacernos creer algo contrario, "en esta Navidad NO hay Exceso de Muertes... frente a lo estimado durante los anteriores años como... Normal" (estadística oficial -del M° de Sanidad- para 'Euro-MoMo').



Los contagios con Gripe, otros años, en éste del 'PCR positivo' son...


6 comentarios:

  1. Lo del ministro Illa decretando
    regar con 'Fondos Covid' a esa
    Catalunya en donde comienza
    ya sus mítines electoreros no
    es 'giratoria' puerta ninguna,
    ¡sino ley de un -'ostentóreo'-
    'Embudo', súper Abusivo...!
    (como juez y 'parte' queda
    con l@ mejor, ¿no habrá
    Fiscalía que vea tamaño
    BURDO PREVARICAR?)
    .
    .

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  2. La célebre polémica entre Carl Schmitt y Hans Kelsen sobre quién debe ser el guardián de la Constitución cobra relieve en estos momentos de pandemia. Durante la vigencia del 1º estado de alarma para contener la expansión del SARS-CoV-2 -desde el 14 de marzo hasta el 21 de junio de 2020- parecía como si la norma de cierre de nuestro ordenamiento se hubiera invertido para decir: «Está prohibido y es ilícito todo lo que no está expresamente permitido». La declaración de alarma habilitó para que, sin procedimiento alguno, la voluntad de un ministro se convirtiera en fuente del Derecho, en contra de los principios de buena regulación y de transparencia. Con el único consejo de «expertos» de identidad desconocida, los ministros de Sanidad y de Transportes nos hicieron vivir una auténtica primavera de las órdenes ministeriales. Centenares de páginas del Boletín Oficial del Estado se llenaron de regulaciones que, una a una, limitaron las facultades que comprenden los derechos fundamentales y las relajaron después, de nuevo una por una, en lo que se llamó «desescalada» o «tránsito hacia la nueva normalidad». No obstante, la libertad es una situación única y fundamental y así debe ser tutelada. Todas las enumeraciones prolijas que, en el pasado, pretendieron desmenuzarla dieron la razón a Börne cuando afirmó que «un pueblo puede tener libertad sin libertades y puede tener libertades sin tener libertad».

    Los tiempos de actuación del Tribunal Constitucional han impedido que se resuelvan los recursos presentados contra tan insólita situación. Esto no fue óbice para que, el 9 de octubre, se decretase un 2º estado de alarma, limitado a 9 municipios de la Comunidad de Madrid y, a continuación -sin mediar trámite parlamentario alguno-, un 3º para toda España el 25 de octubre. Se abren ahora incógnitas sobre si se han respetado los tiempos máximos de las prórrogas, si hay otros medios eficaces más respetuosos de la libertad que un estado de alarma y si cabe ceder a 17 autonomías una situación que afecta a todas por igual.

    La declaración encadenada de estados de alarma sucesivos resulta peligrosa. Las constituciones democráticas recelan de tales situaciones porque, en las experiencias de la Europa de entreguerras, el otorgamiento de poderes de excepción sirvió para que «partidos enemigos de la libertad» pervirtiesen desde dentro las estructuras de las democracias representativas y dieran paso a dictaduras que segaron la vida de millones de personas antes, durante y después de la Segunda Guerra Mundial. Con la consigna «Nunca y jamás» («nun und nimmer»), la Ley Fundamental de Bonn de 1949 protege a Alemania frente a los poderes de excepción.

    Vivimos ahora la 1ª prórroga del 3º estado de alarma, cuya vigencia no expirará hasta el próximo 9 de mayo y plantea algunas cuestiones inquietantes, entre las que destacaré 3.

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    1. (ES CONTINUACIÓN DEL ANTERIOR)...

      Otorgamiento de poderes de excepción sirvió para que «partidos enemigos de la libertad» pervirtiesen desde dentro las estructuras de las democracias representativas y dieran paso a dictaduras que segaron la vida de millones de personas antes, durante y después de la Segunda Guerra Mundial. Con la consigna «Nunca y jamás» («nun und nimmer»), la Ley Fundamental de Bonn de 1949 protege a Alemania frente a los poderes de excepción.

      Vivimos ahora la 1ª prórroga del 3º estado de alarma, cuya vigencia no expirará hasta el próximo 9 de mayo y plantea algunas cuestiones inquietantes, entre las que destacaré 3.

      La Constitución y la ley orgánica de los estados de alarma prohíben que, durante su vigencia, se interrumpa el normal funcionamiento de los poderes constitucionales del Estado. Sin embargo, el pasado 15 de diciembre el Congreso de los Diputados tomó en consideración una iniciativa para limitar el funcionamiento del Consejo General del Poder Judicial -poder constitucional del Estado- y suspender su potestad para hacer nombramientos judiciales hasta que los partidos políticos logren acuerdo para su renovación. La decisión de no tramitar esta iniciativa como proyecto de ley por la vía ordinaria elimina los informes esenciales, amortigua el debate y, en definitiva, limita la función de las Cortes Generales -otro poder constitucional del Estado-.

      En 2º lugar, el Boletín Oficial del Estado desveló el 5 de noviembre que determinadas estructuras creadas por el Gobierno han aprobado un procedimiento para luchar contra la «desinformación» y las «noticias falsas», sin mencionar ni una sola vez la necesaria intervención judicial. El Gobierno debe extremar las cautelas en esta cuestión. Si volvemos la mirada a la Europa de entreguerras, expresiones hoy en boga como «noticias falsas» o «tendenciosas», noticias que «turben la opinión pública con alarmas injustificadas» o que «inciten al odio de clase o a la desobediencia» fueron también empleadas por Mussolini en julio de 1923, cuando atacó los periódicos libres y logró que el control de la prensa dejase de ser exclusivo de los jueces para que sus prefectos fascistas sustituyeran a los gerentes de los periódicos, muchos de los cuales fueron enviados al exilio y privados de nacionalidad italiana. Afortunadamente, en España, los tribunales ordinarios también son guardianes de los «derechos fundamentales de la comunicación» y pueden adoptar, con la urgencia necesaria, medidas para suspender cautelarmente disposiciones inconstitucionales en materias como la libertad de expresión e información por cualquier medio, lo que debe incluir las redes sociales.

      La 3ª cuestión es más grave. El empleo indebido de una proposición de ley -cuya tramitación cercena el debate social y parlamentario- se ha empleado para aprobar lo que será la ley de Eutanasia, por cuya virtud un simple procedimiento burocrático permitirá poner fin a vidas humanas, lo que trastoca la esencia del sistema de derechos fundamentales que permitió llamar «Constitución» a la de 1978.

      Hace 10 años se produjo un debate en el Tribunal Constitucional sobre el modelo de salvaguarda de la Constitución ideado por Kelsen. Se discutió si el Tribunal Constitucional tiene el poder implícito de suspender cautelarmente la aplicación de las leyes que se le someten y que pueden causar daños y perjuicios que resulten irreparables, como lo hacen el Tribunal Constitucional alemán y el Tribunal de Justicia de la Unión Europea. La tesis no fue aprobada por la diferencia de 1 voto, si bien la defendí en voto particular al Auto 90/2010, de 14 de julio, respecto del recurso sobre la despenalización del aborto, que el Tribunal no ha resuelto aún. La ley de Eutanasia debe reabrir el debate sobre si cabe postergar la intervención necesaria del guardián de la Constitución cuando se puedan causar perjuicios irreversibles en los derechos fundamentales. «Nunca y jamás».

      (Jorge Rguez.-Zapata)

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  3. .
    A ver si pensamos un poco:

    -en España murió cualquier
    Año normalmente cerca del
    medio millón... de personas
    [o sea, más de 1.000 al día].

    -este Año cada persona que
    ingresa en un Hospital de la
    S. S. es objeto del test por si
    da positivo en covid [incluso
    tras de atropellos o infartos].

    -pese a todo, NO Hay Exceso
    De MUERTE respecto a otras
    Navidades [con 'Euro-MoMo'].

    ¡YA basta, del Alarmar, en vez
    de atender Presencialmente...!

    .

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  4. Con lo que era Madrid... Alegre, acogedor, potente, cautivador. Y ahora, SE ME PARTE EL ALMA al verlo así. Y digo Madrid pues es en donde vivo gozosamente, pero puede decir España y el mundo. Se me parte el alma al ver tanta tristeza y desasosiego por la salud, y también por una situación económica límite para millones de personas.

    Así, como EJEMPLO, se me parte el alma al ver: peques con mascarilla en los "coles" y recomendaciones de no abrazar a "compis"; bares y restaurantes de "menú del día", antes abarrotados y hoy el 30 % cerrados y los abiertos con poca ocupación; locales del pequeño comercio y mercados -que forman parte del acervo cultural- con el cartel de "Se alquila", y el recuerdo de sus propietarios y dependientes desolados después de servir decenas de años al barrio; taxis con 13 horas para ganar un 35 % de sus ingresos; cafeterías clausuradas en mi UNED -las imagino en tantos trabajos- que impiden compartir mesa para comer o tomar un café con los colegas; pérdida de contacto con amigos al no quedar para verse; familias en la lejanía, en fechas entrañables, por las restricciones de invitar en las casas, que nos afectan aun más a las familias numerosas... Y así podría enumerar un larguísimo etc.

    Frente a esto, ¿hay esperanza? El recurso no estás sola en la vacuna -que esperamos con anhelo- ni siquiera en que pase la pandemia. Nunca hemos estado libres de una desgracia con estas proporciones... Aunque nos creíamos invulnerables. La solución es dejar de PENSAR SÓLO EN NOSOTROS. Los santos y héroes son capaces de atender más al otro que a sí mismos. Los mortales corrientes debemos "partirnos el alma" y ocuparnos -al menos la mitad- de quien nos necesita. De mis seres queridos -que son los primeros- y de ese que veo en la cercanía, pues lo conozco, o de cualquiera que esté peor que yo.

    Dejemos la "OBSESIÓN" DEL NO CONTAGIARNOS y contagiemos atención y cariño. Con ello seremos más felices y aliviaremos, en algo, esta plaga que tanto aflige a tantos.

    Federico Fdez. de Buján

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  5. Se han perdido las cabezas aquí... más que donde Trump &Co (véase noticia de última hora): "Murcia se confina por los graves datos de la 3ª ola en las pasadas 24 horas, una jornada en la que han fallecido 3 personas por Covid-19; se trata de 2 varones y 1 mujer de 84, 83 y 87 años, en San Javier, Blanca y Cieza." ¡Hay que ver quién se nos muere ahora, desde... que hay Coronavirus!

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