domingo, 22 de marzo de 2020

"YO ME QUEDO EN CASA", SÍ, PERO...


C[acerol]oreamos:
     

HOY ES DOMINGO.
No me gusta estar encerrado.
No me gusta que tú lo estés también. 
No me gusta mirar por la ventana y sospechar de los pocos peatones sin perro ni bolsa que caminan como furtivos.
No me gusta este miedo pringoso que impregna la vida, nuestras cosas, mis libros.
No me gusta tener que salir cada día solo por aplaudir heroicidades que tampoco quisieran serlo y ahora se ven aupar en los altares por es@s mism@s que les quitaron presupuesto y derechos.
No me gusta poner la tele y verles decir que esto es una guerra y somos ahora soldados todos (¿perdón?, eso lo será usted, si se apuntó a ello; yo solo puedo hacer servicio público y cívico, que nunca se basará en obediencias ciegas).
No me gusta que nos hagan responsables de tamaña pesadilla sin precedentes quienes tampoco protegieron bien antes a este planeta que parece andar devolviéndonos el golpe.
No me gusta oír cómo andan eligiendo a quién salvan y quiénes no, por falta de recursos, mientras algun@s de l@s que han provocado esta escasez se curan ahora en hospitales públicos.
No me gusta encima el tener que oírles decir eso del cuánto ahora unidos lo conseguiremos.
No me gusta nada lo enrarecido que se está poniendo el aire por tanta 'Libertad' en estadillos de coma.
  
  
YO ME QUEDO EN CASA.
. Pero no me pidáis que además me guste, que no vea lo que hay, que no suponga lo que se cuece, que no maldiga lo que está por venir o que no imagine a un@s cuant@s frotándose las manos con todo esto. Yo me quedo en casa, sí, por responsabilidad civil y porque aceptaré algo "científico" pidiendo con sólidos argumentos que me quede.

PERO... milongas no tragaremos ni una más, ¡gracias! 

 HOY ERA DOMINGO...
  
(Y lo que aquí más nos ALARMA... no es ya el coronavirus)

5 comentarios:

  1. Por una vez en la vida, y contra toda lógica, voy a pasar la mañana en sólo "Neutro" (no me atrevo a decir en 'Positivo', pero 'Negativo' tampoco)...

    C. Fi... Fi...

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  2. A NUESTROS MAYORES

    Miseria, hambre y pulgas, así me describía mi abuelo la guerra civil española. Le tocó luchar en ella y decía que no hay nada peor que una guerra, su cuerpo lacerado por las armas con las que le hirieron era el vivo retrato del horror. Tenía una cicatriz mal cosida que le recorría la espalda de arriba abajo y de un costado a otro, así en diagonal. Tampoco quería contar cómo había sido, solo decía miseria, hambre y pulgas, supongo que no le gustaba volver a esa guerra que se llevó a tantos amigos, compañeros y hombres, en general.

    Mi abuelo murió hace 11 años, con 95 años y la vida le recompensó con una muerte maravillosa, en su cama, tranquilo, rodeado de su familia. Se durmió y un día no despertó, sin sufrir, porque la vida se lo debía, el capítulo del sufrimiento ya lo tenía cubierto. Y hoy solo pienso en qué hubiera sido de mi abuelo, si después de todo lo que le tocó en esta vida, le hubiera tenido que morir solo, en un lugar extraño, lejos de su pequeña aldea, rodeado de personas a las que no se les ve la piel, solo un gran mono blanco, gafas y mascarilla, para protegerse del virus (personas que luchan incansablemente, para salvar vidas, también a vosotros infinitas gracias).

    Hoy, nuestros mayores son los más vulnerables frente al covid-19. Son esas personas que nacieron durante la guerra civil y tienen sus ochenta bien puestos, o los que nacieron durante la postguerra, esos años 40 y 50 llenos de miseria, donde la cartilla de racionamiento, esa por la que dejó de fumar mi abuelo, marcaba el límite superior de a lo que podían acceder, no siempre comprar, y menos en zonas recónditas y despobladas de la geografía española. Pasaron mucha hambre, mucho dolor, mucha escasez, malvivían los que tenían un huerto o cuatro animales para no morir de hambre y algo de estraperlo.

    Durante la pasada crisis económica del 2008, nuestros mayores volvieron a sacrificarse por el resto de las generaciones más jóvenes. Con su pensión completaron los esquilmados sueldos de sus hijos y sus nietos, con sus ahorrillos -esos que guardan aquellos que han pasado de todo, por si acaso- pagaron sus medicinas que ya no eran gratuitas, sacrificando su tiempo cuidaron a sus nietos porque ya no había para extraescolares y para canguros, con su amor y paciencia llenaron de cariño hogares en los que la tensión por la crisis hacía saltar por los aires la convivencia.

    Y ahora, en los años 20 de este siglo, se produce una pandemia que os afecta más a vosotros, que vuelve a amenazar a nuestros mayores, a aquellos que, como mi abuelo, ya tienen el cupo de sufrimiento hasta los topes. Ahora os volvéis a enfrentar con vuestras fuerzas, ya no tan vigorosas, a un virus que os ha traído un mal no menor, la soledad, el no poder abrazar a vuestros seres queridos, a vuestros hijos, nietos y biznietos. Lo hacemos por vosotros, para manteneros a salvo, pero os recompensaremos cuando todo esto pase, porque vuestro cupo de cariño todavía tiene mucho espacio para llenarse, para compensar el del sufrimiento y el del sacrificio. Y como decía, la soledad es el mal (no) menor, la muerte es el mal absoluto al que os tenéis que enfrentar, de nuevo solos, sin vuestras familias, y en muchos casos, sin los cuidados que os merecéis, que os habéis ganado a pulso, en cada década de vuestra vida, con cada sacrificio por este país, por vuestras familias. A todos nuestros mayores que están muriendo solos, sufriendo, el reconocimiento más sentido de una sociedad que os lo debe todo. Descansen en paz.

    Verónica Fumanal, de 'Vózpopuli'

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  3. La DICTADURA del coronavirus, o lo FÁCIL que ES HACERNOS OBEDECER

    Si usted está en casa, si lleva metido en ella 15 días y apenas ha salido 2 veces para hacer la compra, usted ha aprendido algo muy importante. Ha aprendido quién manda. La mayoría de los españoles está obedeciendo rigurosamente las indicaciones del gobierno. No salir. No trabajar. No desplazarse en coche más de dos personas. No acudir al hospital salvo por urgencia inaplazable. No comer naranjas. ¿No comer naranjas? Durante un segundo -admítalo, amado lector- usted ha pensado que estaba haciendo algo mal, comer naranjas, y por poco no ha ido a entregarse a la policía. No, el gobierno no ha prohibido comer naranjas. ¿Y si lo hace?

    Vivimos tiempos increíbles y tristes, justificadamente dolorosos y represivos. Pasarán. Pero quiero hacerles pensar en lo cerca que nos hemos puesto de una realidad que creíamos superada o extranjera, la realidad del totalitarismo. Somos ya varias las generaciones de españoles que hemos podido mostrar nuestro desprecio por Franco, en gritos de libertad, animadversión y repulsa que (todo hay que decirlo) habría que habernos visto hacer en su momento. En esta natural escabechina del pasado, late sin duda una especie de piedad por los confinados del franquismo, por toda esa gente que aguantó un dictador irrisorio durante casi cuarenta años. ¡Qué cobardes fueron! ¡Qué sumisos! Cuarenta años mirando para otro lado mientras un enano gallego les robaba el país.

    Si trasladamos ese sentir tácito a nuestros días, debemos albergar ya muchas dudas sobre la fortaleza de los ciudadanos del siglo XXI para oponerse, llegado el caso, a algo similar. Hablamos de gente acostumbrada a manifestarse, encarar policías y volverse a casa sin un rasguño. Hablamos de que 4 palos en una mani, 1 bola de goma que saca 1 ojo o unos infiltrados policiales nos parecían fascismo fundacional, el no va más del Estado totalitario. También hablamos de que, en pleno 2020, una ministra quería hacernos creer que nos traía la libertad sexual; que en pleno siglo XXI, el planeta entero luchaba sin mover un músculo contra un apocalipsis climático; y que en pleno lunes por la mañana alguien tuiteaba lo dura que era su vida porque no se le reconocía una orientación sexual singularísima o porque un taxista le había dicho guapa o porque un avión llegaba 10 minutos tarde.

    ¿Realmente creen ustedes que toda esta gente está más preparada para luchar contra un sistema dictatorial que aquellos que sufrieron un sistema dictatorial después de atravesar una Guerra Civil? Al contrario: somos la población más fácil de tiranizar de la historia de la humanidad. Bastaría con que siguieran poniendo Operación Triunfo en televisión, con que hubiera fútbol y 2 ó 3 tiendas molonas en el centro para que renunciáramos sin mucho escozor a nuestros derechos fundamentales. O como decía Woody Allen en Annie Hall: “Si te quitaran tu tarjeta de crédito, lo contarías todo.”

    Ahora mismo estamos encerrados en nuestras casas por lo que, hace sólo 2 meses, era una “simple gripe”. Ya destapada la letalidad del virus, conocido su nombre y asumido su recorrido destructor, la mayoría de la población permanece enclaustrada con una enorme profesionalidad. Hace no mucho se decía que casi todos acabaremos pasando esta simple gripe no tan simple, y es posible que si tienes menos de 60 años la probabilidad de que mueras a causa del virus sea menor a sufrir siquiera un accidente de tráfico. Sin embargo, repito, no salimos de casa. ¿Somos sensatos, solidarios y civilizados?

    ... [ continuará ]

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  4. [ continuación ] ...

    Dense cuenta de que ahora se ha vuelto lo más revolucionario del mundo que un ciudadano salga a comprar el pan 2 veces, pasee a su perro durante más de 5 minutos o se siente a un banco para fumarse un cigarrillo. Gente que hace no tanto iba a conseguir la independencia de todo un país ahora no se atreve ni a sacar la basura. Estamos convencidos de que esas acciones inocentes son auténticos atentados contra la salud pública (en rigor, contra un credo). Así, ya hay hasta fanáticos de ese credo que, por su propia cuenta, persiguen, amenazan y denuncian la subversión ajena. Si el del 4ºB no aplaude, si hay alguien parado en la calle, si la familia Gómez se sube a la azotea a respirar aire fresco. ¡Comunistas! ¡Traidores! ¡Espías nazis! Este Mossad de descansillo no indica precisamente de gente civilizada, sensata y solidaria.

    Yo mismo vivo con irritación estos avistamientos de energúmenos desde mi ventana, pero al mismo tiempo me sorprende que no haya más energúmenos, es decir, más gente saltándose las normas. Casi les diría que me decepciona. Hemos concluido que nuestra obediencia se debe a un noble deseo de colaborar con los centros hospitalarios, centros que no queremos sobrecargar con nuestro eventual contagio y posible ingreso, pues llevaría la sanidad pública al colapso. Sin embargo, ¿no les parece demasiado complicado, demasiado fino? ¿No creen que hay otro motivo para que decenas de millones de españoles no salgan de casa más allá de esa matemática de las Urgencias públicas?

    Es el miedo el que nos tiene en casa, queridos amigos, y el miedo no es ni civilizado ni comprometido, es simple control. Tenemos miedo de ser uno de los que muera por coronavirus, y por eso no abandonamos nuestro domicilio. Pensar que lo hacemos por no colapsar las urgencias es como pensar que no íbamos a piratear música por no hundir las compañías discográficas o que no íbamos a elegir la privada antes que la pública si nos convirtiéramos en mutualistas de MUFACE.

    Les reitero que sólo deseo en este artículo hacerles pensar sobre nuestra impresionante sumisión actual, cuya necesidad no pongo en duda ni un momento. Pero tampoco descarto que en el futuro sepamos cosas que nos dejen algo confusos. ¿A ustedes les sorprendería mucho conocer que durante el coronavirus se abrían en secreto bares y pubs selectos donde iba, a la manera de El cuento de la criada (la serie), lo más granado de la ciudad?A mí no. ¿Y no creen que, si la cuarentena se alarga hasta el verano, es posible que lleguen los saqueos en los supermercados, los disturbios y la desobediencia masiva del confinamiento, como está sucediendo en Italia? Hay miles de personas en pisos pequeños y sin luz y a solas o en compañías muy dañinas; piensen en los trabajos perdidos o en los ingresos demediados, en niños llorando, en las semanas que pasan monótonamente y el frigorífico vacío y el mueble sin alcohol. Y entonces, en Carabanchel o Usera, o en sus réplicas en otras ciudades, alguien rompe el cierre de una persiana del Mercadona, por la noche.

    ¿Qué opinión tendremos entonces de esas personas que se saltan el estado de alarma para poder comer? ¿Serán la resistencia o unos vándalos? ¿Revolución o locura? ¿Insurgentes o quintacolumnistas?

    ¿De qué lado te vas a poner entonces?

    Alberto Olmos (EC,hoy)

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  5. ¿Hemos rebasado los márgenes del estado de alarma para adentrarnos, 'de facto', en el de excepción, que exigiría la autorización previa del Congreso? Las siguientes constataciones hacen pensar que el Gobierno está fuera de control, abusando claramente:

    1. La afectación de la libre circulación reconocida en el artículo 19 de la Constitución es completa y total. No se ha limitado: se ha prohibido, con unas excepciones mínimas. Desde el lunes se exige, a determinados efectos, un salvoconducto conforme a un modelo establecido en una orden del Ministerio de Sanidad.

    2. El derecho a recibir información sin censura previa de ninguna clase previsto en el artículo 20.2 de la Constitución está siendo violado a diario por el secretario de Estado de Comunicación, que no permite que los periodistas, telemáticamente, pregunten en directo a los portavoces oficiales.

    3. El Congreso de los Diputados ha dejado de celebrar sesiones de control al Gobierno. Comparece el ministro del ramo en la comisión de Sanidad, violándose el artículo 66.2 de la Constitución, ya que los plenos pueden celebrarse por procedimientos telemáticos.

    4. El Gobierno está usurpando de modo sistemático la función legislativa del Congreso mediante decretos leyes (desde que tomó posesión, ha aprobado 11), con infracción igualmente del artículo 66.2 de la Carta Magna, teniendo en cuenta que puede acudir también a procedimientos legislativos exprés o de máxima urgencia.

    5. El Gobierno está adoptando decisiones expoliadoras (no expropiatorias) atentando contra la propiedad privada, sin compensar su privación mediante justiprecio. No basta la apelación a la función social de la propiedad para suprimirla, corresponda esta a empresas, fondos u organizaciones.

    6. El Ejecutivo está también atentando contra el derecho a la intimidad (artículo 18.4 de la CE) al emplear medios tecnológicos de geolocalización sin cobertura legal específica para llevarla a cabo (DataCovid-19).

    7. El Ejecutivo está afectando a competencias exclusivas de las comunidades autónomas en aspectos que sobrepasan las facultades que le otorga el real decreto de estado de alarma, infringiendo así los autogobiernos de nacionalidades y regiones (artículo 2 y concordantes de la Constitución).

    8. El Gobierno está, de hecho, encomendando a las Fuerzas Armadas labores de colaboración con la Policía y la Guardia Civil que exceden las previsiones de la organización militar (artículo 8 y concordantes de la CE), como, por ejemplo, retenciones de ciudadanos en las vías públicas, lo que implica una militarización que no es meramente colaborativa o asistencial.

    9. El Gobierno no está desautorizando criterios de inasistencia sanitaria a ciudadanos octogenarios que quedarían al margen de determinadas terapias, con lo que se pone en riesgo el derecho a la protección de su salud reconocido por el artículo 43.1 de la Constitución.

    10. Los presidentes de dos comunidades autónomas —Galicia y el País Vasco— han disuelto sus parlamentos respectivos y suspendido las elecciones previstas para el 5 de abril, posponiéndolas 'sine die', todo ello sin cobertura legal y sin la reforma —que podría haber sido también exprés— de la Lley Orgánica de Régimen Electoral General.

    La crisis sanitaria puede y debe afrontarse como prioridad absoluta sin desactivar los mecanismos de nuestro sistema democrático.

    (J.A. Zarzalejos, hoy, en El Confidencial)

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