La manera de llamarnos a quienes estamos denunciando una sistemática vulneración de los derechos para toda la ciudadanía es «negacionista».
Ayer, en la entrevista que le realicé al
Juez José María Asencio, precisamente comentábamos esta cuestión: «negacionista» se llamaba al principio a los que negaban la existencia del virus. Un término que en principio puede entenderse (y que yo jamás he compartido). El virus, evidentemente existe, evidentemente ha causado muertes y muchos problemas a demasiadas personas.
Después, comenzó a haber en grupos de personas más amplios protestas ante las medidas de confinamiento, limitación del derecho a la movilidad. También se les llamaba «negacionistas» y aquí ya empezaba el término a hacer aguas. No negaban, sino que se oponían a las medidas restrictivas, que tiempo después el Constitucional consideró inconstitucionales (no porque no hiciera falta tomarlas, sino porque no se emplearon las medidas jurídicas pertinentes para ello).
Más adelante, tras publicarse estudios científicos que ponían en cuestión el uso de la mascarilla en espacios abiertos, (confirmaban que al aire libre era una medida innecesaria si se mantenía la distancia física), hubo más gente todavía que comenzó a protestar: sobre todo por los niños. Pues bien, a ellos también se los metió en el «saco del negacionismo». Y tampoco tenían nada que ver con los «originales» que negaban el virus: sencillamente utilizaban criterios científicos para explicar que respirar aire y mantener la distancia era una forma saludable de estar en el exterior sin contagiarse.
Llegaron las vacunas: un tratamiento experimental, puesto que era la primera vez que se aplicaba el ARN mensajero en algunas de las marcas que se pusieron a disposición del público desde finales de 2020. La opacidad de los contratos con las industrias farmacéuticas que dispensarían estos medicamentos en fase de ensayo, autorizados por vía de urgencia, generó críticas y oposición por parte de centíficos, políticos y población. También se los llamó «negacionistas» entonces, porque denunciaban que el proceso no fuera transparente, que no se cumplían aquellas garantías exigidas en las otras ocasiones y que no se estuviera informando adecuadamente a la población en base a sus derechos.
Comenzaron a inyectarse las dosis: en un principio estaban pensadas para población vulnerable (mayores e inmunodeprimidos) y para personal sanitario, puesto que eran los más expuestos al contagio y había que protegerles. Poco a poco se fue extendiendo en la población en general. Se pasó por alto el consentimiento informado, se pasó por alto poner el foco en los posibles efectos adversos que se estaban empezando a notificar. Se pasó por alto información fundamental queriendo presionar a la población de manera deliberada para que se inoculase una «vacuna» sin explicar en detalle que formaba parte de un ensayo del que solamente el tiempo podría demostrar su efectividad y sus posibles efectos adversos. A quienes tenían dudas, en base al principio de prudencia -fundamentalísimo en medicina...- se les llamaba «negacionistas y Antivacunas».
A medida que las vacunas se iban aplicando, comenzó a verse que su «protección» tenía un efecto limitado en el tiempo. Y que, además, debido también a la aparición de nuevas variantes, sería necesario inocular más dosis. Comenzando por la segunda y, ahora ya, la tercera... A quienes plantearon dudas al respecto de combinar los productos de distintas farmacéuticas (algo que no se había hecho antes, habitualmente, ante ningunas otras circunstancias) se le llamó también «antivacunas y negacionistas»... Y se hacían eco sencillamente de dudas perfectamente comprensibles ante tanta incertidumbre.
Llegó el momento de la vacunación infantil. Los expertos en un primer momento apuntaban a que la vacunación en niños debería hacerse frente a casos de riesgo: para los vulnerables o quienes convivieran con personas vulnerables, ya que el beneficio comparado con el riesgo no quedaba claro. Además, teniendo en cuenta que los posibles efectos adversos deben ser analizados durante años, no son pocos los pediatras que consideran que atendiendo a que este virus no ha tenido letalidad prácticamente en los más pequeños, la prudencia sería buena consejera.
Pues bien: pronto cambiaron de orientación y se decidió establecer la vacunación a la infancia de manera general. Siempre voluntaria, pero presionando a través de campañas públicas dando a entender que vacunar a los más pequeños sería una protección para los mayores (ya vacunados en su inmensa mayoría). Una decisión que contraviene claramente los principios básicos establecidos en la medicina pero también contra la Convención de Derechos del niño: no es ético someter a una criatura a un tratamiento para proteger a un adulto de algo que al niño no le afecta prácticamente. Pues a quienes han señalado esto, ahora se les llama «negacionistas y antivacunas».
Resulta agotador tener que decir una y otra vez que cientos de miles de personas como yo, aun millones, no somos negacionistas ni antivacunas. En mi caso, debido a mis años de trabajo en el ámbito de cooperación internacional, siempre me he vacunado absolutamente de todo lo habido y por haber. Me he sometido a los tratamientos aprobados y con garantías, siendo consciente de todos los posibles efectos adversos. Con mis hijos he hecho lo mismo. No soy en absoluto contraria a la vacunación tal y como siempre se ha considerado.
Ahora bien: el hecho de que ponga de manifiesto que la situación que estamos viviendo vulnera los derechos y garantías de la población, que no se nos está informando correctamente, que se está presionando a la gente para que tomen una decisión (contra la recomendación dada por el Consejo de Europa en enero de 2021) y que los medios de comunicación mayoritarios compartan financiación con las empresas farmacéuticas vendedoras de esta vacuna y esto pueda condicionar el sesgo con el que informan, nos convierte automáticamente en «negacionistas», «antivacunas» y hasta «bebelejías».
¡Basta ya! La manipulación está llegando a tal nivel que cuesta mucho trabajo poder explicar que nada más lejos de la realidad que el rechazo a los avances de la ciencia. Nada más lejos de la realidad que la subestimación de este virus. En absoluto. Somos millones las personas que hemos cumplido rigurosamente con todas las medidas, que a pesar de no entenderlas en muchos casos (pues no han sido pocos los expertos que las han denunciado como el 'pasaporte Covid' o las mascarillas en el exterior, o vacunar a niños sanos), hemos ido
cumpliendo cuanto es de cumplir y teniendo prudencia con lo que nos parecía que podía ser peligroso.
Nosotros... no somos irresponsables, ¡sino todo lo contrario! Dejen ya de acosar y perseguir a la gente que está tomando decisiones de manera tranquila, informada y que está intentando comprender cómo es posible semejantes atropellos aplaudidos por una horda de gente que únicamente se informa por lo que dicen en la tele.
Existen médicos, biólogos, virólogos, jueces, abogados, y expertos en diferentes disciplinas que no están teniendo la atención mediática necesaria para explicarle a la población que lo que les cuentan puede no ser del todo así, que tiene un sesgo a veces interesado por quien financia los medios de comunicación. Me decía el catedrático y experto en farmacovigilancia
Joan Ramón Laporte en esta entrevista que sería imprescindible que, cuando estos medios entrevisten a cualquier «supuest@ expert@» deberían hacerle(s) declarar públicamente sus
'conflictos de intereses', pues la mayoría de los que ustedes están viendo aconsejarles productos de empresas privadas farmacéuticas, han recibido de ellas algún tipo de beneficio.
Voces como
Owen Jones ya reconocen que
la mayoría que aumenta no sería(n) 'los negacionistas' y que algo anda empezando a cambiar porque, cada vez más gente, está harta de que le recorten derechos y libertades sin fundamento científico.
Esta noche muchas familias tendrán entre sus miembros a personas que han sido atacadas por ejercer sus derechos. Señaladas, criminalizadas, y sobre a las que se ha querido poner cartelitos que les apuntarían como «peligrosas e infecciosas» sin serlo.
Sepan ustedes que aquellas personas no vacunadas no son necesariamente más peligrosas para su salud que una persona vacunada. Pueden infectarse de la misma manera y pueden contagiarle igual. Solamente debe tener usted cuidado de la persona que esté infectada. Sepa usted que el Derecho ampara perfectamente a que la gente decida libre si quiere someterse a un ensayo sobre un producto que, durante estos meses y por el momento, parece que ha sido positivo para evitar muertes y casos graves, pero no para evitar contagios. Por lo que , una persona que no tuviera riesgos ante el virus, es perfectamente libre para ponderar si le beneficia probar un medicamento o intentar por todos los medios protegerse del virus.
Hagan el favor todos los que difaman, todos los que criminalizan, todos los que insultan de aprender un poquito de Derecho, de escuchar a la ciencia (a toda, que es amplia y diversa) y a dejar de perseguir a quienes no hacen lo que ustedes quieren que hagan. Porque tratar de imponer algo a una persona que está en su derecho de no hacer supone un delito contemplado por el Código Penal, dicho sea de paso.
A quienes optan por negar los derechos de los demás: a tener su opinión, a expresarla, a moverse libremente, a informarse de distintas fuentes, a informar y ser informado, a esos es a los que yo llamo -ahora sí- negacionistas.
* Si te parece correcto ir preguntando a la persona sobre "sus" datos clínicos, estás intentando entrar en la intimidad de esa persona (la Ley le ampara para no contarte nada sobre la medicación que toma ni sobre su estado de salud).