domingo, 21 de abril de 2024

Fracasos en las luchas contra los feminicidios: bumerán por la Ideología/visión 'de género'...

  
   
«Por muy bonita que sea la estrategia, de vez en cuando habrá que mirar... los resultados». La famosa máxima de Churchill aplica perfectamente a las luchas contra la violencia de género en España.

Según datos oficiales del gobierno, para las últimas 2 décadas en España se han producido una media anual de 58 homicidios de mujeres a manos de sus parejas o ex-parejas [1], la inmensa mayoría de los cuales (una media del 82%) han sido calificados como asesinato [2] por concurrir alevosía o ensañamiento. Que la cifra absoluta sea hoy superior a la que había hace 22 años ya -tras de tantas leyes, observatorios y campañas rodeadas de un martilleo político y mediático incesante- sólo puede calificarse como un fracaso rotundo:

El homicidio es obviamente la violencia llevada al extremo, pero si tomamos un indicador más amplio del concepto de abuso como es el número de órdenes de protección tomadas tras resolución judicial (medidas cautelares para proteger a la víctima en riesgo), la conclusión es la misma. En los últimos 15 años no se ha producido ninguna disminución clara, sino un comportamiento cíclico [3]:

¿Y por qué este fracaso? ¿Es posible que estemos ante un problema irresoluble? La lógica dicta que siempre existirá un número mínimo de crímenes que ninguna ley o sistema social de valores podrá reducir. Partiendo del concepto antropológico adecuado, el don de la libertad hace que sea imposible erradicar por completo el mal incluso mediante el mejor sistema de incentivos. Dicho eso, ¿son las cifras de violencia de género, prácticamente constantes desde hace dos décadas, lo mejor a lo que podemos aspirar como sociedad? Podremos resistirnos a creerlo y, por tanto, aventurar que quizás el problema pueda ser otro.
  
 
La violencia de género es un problema mundial, pero en otros países se denomina quizá de forma más adecuada (según lo hace la policía en Suecia) violencia doméstica [4] o también (como en EEUU) violencia de pareja [5]. El matiz tiene cierta relevancia, pues el concepto de violencia “de género” parte de hipótesis sesgadas. En efecto, podría tener sentido llamar a la violencia de pareja violencia “de género masculino” si atendiéramos al sexo mayoritario del agresor, pues en el 88% de los casos se trata de un hombre (nótese cómo a la vez hasta el 90% de todos los homicidios en el mundo son cometidos igualmente por hombres; y que un 80% de sus víctimas lo son [6] también). Sin embargo, la denominación “de género” no se refiere a esto, sino que es una verdadera atribución de intenciones tendente a la estigmatización del hombre. Así, el preámbulo de la ley de Zapatero del 2004 definía la violencia de género como «el símbolo más brutal de la desigualdad existente en nuestra sociedad (…), que se dirige sobre las mujeres por el hecho mismo de serlo». Es decir, que la ley partía de una hipótesis no verificada (y, como veremos, falsa) de que la violencia de género era una violencia contra la mujer «por el mero hecho de serlo» basada en la «desigualdad», es decir, una mezcla de misoginia y machismo. Quizá sea éste el motivo del fracaso de la lucha contra esta lacra en nuestro país, pues ¿cómo iríamos a combatir el mal si no partimos de la verdad?

En primer lugar, aunque en los últimos años el 88% de asesinatos a manos de parejas o exparejas en España la víctima haya sido una mujer, en el 12% restante la víctima ha sido un hombre [7]. ¿Objeto de asesinatos «por el mero hecho de serlo»... acaso lo fueron, todos estos hombres, también?

Las complejas causas reales

En segundo lugar, instituciones independientes más rigurosas exponen una amplia serie de factores de riesgo, individuales, relacionales, comunitarios y sociales, que contribuyen a este tipo de violencia. Por ejemplo, el CDC norteamericano enumera 20 factores de riesgo individuales que ayudan a explicar el perfil del agresor. Por este orden, menciona una baja autoestima, bajo nivel educativo, comportamiento agresivo o delincuente en la juventud, uso de alcohol y drogas, depresión y tentativas de suicidio, ira y hostilidad, rasgos de personalidad antisociales, trastorno límite de la personalidad, soledad, problemas económicos como el desempleo, etc. Una actitud machista sólo se menciona en el lugar número 16º, lo que muestra la baja importancia como factor explicativo real para la violencia de pareja que se le otorga [8].
 
 
La UE hace una lista similar de categorías y factores de riego para el agresor en femicidios que incluye, por este orden, abuso de alcohol y drogas, violación de orden de alejamiento, problemas mentales, haber sido testigo de abuso cuando era pequeño en su familia, desempleo, antecedentes de violencia, celos patológicos y control coercitivo sobre la pareja: el factor machismo únicamente en un 9º lugar se menciona y sólo en la categoría comunitaria, es decir, referido al entorno o cultura de masculinidad agresiva en que se mueve el agresor más que a sus características psicológicas individuales [9].

En hasta 1 de cada 3 casos (una proporción muy elevada), los homicidas se suicidaron o intentaron suicidarse tras asesinar a sus parejas [10]. En estos casos de homicidio-suicidio las enfermedades mentales «juegan un papel importante», según un metaanálisis que revisó los datos registrados durante 60 años en cuatro continentes buscando la prevalencia de enfermedades mentales entre los asesinos/suicidas [11]. De hecho, el estudio recomienda como medida de prevención la identificación y tratamiento de desórdenes psiquiátricos en los potenciales agresores. Otra revisión sistemática sobre 49 estudios diferentes cubriendo 26 años de datos confirma «la significativa contribución de factores psicopatológicos (como desórdenes depresivos o delirios psicóticos) en estos homicidios-suicidios, la mayor parte de los cuales ocurrieron durante los contextos de una separación reciente, divorcio o conflictos domésticos» [12]. Y como se puede observar, el machismo, la desigualdad o aversión a las mujeres «dado el mero hecho de serlo» brillan por su ausencia como factor relevante en estos casos (repítase, un tercio del total) que con razón la psiquiatría define como un fenómeno «complejo».

Finalmente, un tercio de los homicidas que mataron a sus parejas o exparejas en España eran extranjeros [13], lo que supone tres veces el porcentaje de extranjeros residentes en nuestro país. Hay que buscar una explicación para esta sobrerrepresentación de extranjeros en los casos de asesinato por violencia de pareja. Aunque tanto en América como en África (de donde provienen la mayoría de los inmigrantes residentes en España) las tasas de homicidios por violencia de pareja sean 4 y 2,5 veces superiores, respectivamente, a las que se dan de Europa [14], antes de aventurarse a extraer conclusiones... (¡que pueden alimentar la xenofobia!) debería realizarse un estudio de correlación que contemplara la yuxtaposición de otros factores explicativos, por ejemplo, para saber si el desempleo, el bajo nivel educativo, la delincuencia, el abuso de sustancias o el entorno violento tuvieran mayor prevalencia entre la población extranjera.
 
 
España, país respetuoso con la mujer

Los datos comparados en Europa dejan en entredicho también el uso del epíteto “machista” para referirse de forma genérica a la violencia de pareja en nuestro país. En primer lugar, España es uno de los países de Europa donde existe menos violencia de este tipo [15], dato que contrasta con la percepción social que tenemos nosotros mismos y que es producto del bombardeo ideológico llevado a cabo por la clase política y periodística desde hace dos décadas. De hecho, a pesar de (¿o acaso, precisa mente, por?) ser uno de los países de Europa (y, por tanto, del mundo) más respetuoso con la mujer, España es el país que más campañas realiza para denunciar la violencia “machista”. Una vez más, los datos contradicen las creencias.

Estos datos no cuestionan la existencia cierta de un rancio machismo cultural (en sus formas destacables ya más minoritario) remanente (y más entre algunas regiones que otras), sino la relación entre ese machismo cultural y la violencia contra la mujer. De hecho, según datos de la UE (2014), países del sur como España o Italia, considerados a priori como machistas, tienen mucha menos violencia contra la mujer que países del norte como Reino Unido, Alemania, Francia, Holanda, Suecia o Dinamarca, considerados como progresistas e igualitarios [16]. De hecho, los países nórdicos, lideres en igualdad, presentan los peores datos de violencia doméstica contra la mujer, gran contradicción que algunos denominan, para salir del paso, la llamada «paradoja nórdica...» [17]

En definitiva, dentro de nuestra UE [18] «débil y heterogénea» relación desigualdad/violencia de pareja se ve; y aunque algunos estudios hayan encontrado una correlación positiva, ésta es baja, por lo que desde el punto de vista poblacional o ecológico (y menos aún desde el punto de vista individual) no puede ser considerado un factor explicativo importante [19]. Aunque como se ha venido repitiendo a lo largo del análisis la violencia doméstica es un fenómeno complejo que elude explicaciones simplistas, de los datos de la UE puede inferirse de forma más aproximada que científica que, de forma contraintuitiva, los países del sur y los países católicos son más seguros para la mujer que los de los países protestantes del norte.

En el caso de asesinatos de mujeres a manos de sus parejas, vuelve a colocarse -aún...- España entre los países menos violentos de toda Europa, con una tasa de 0'2 muertes por 100.000 mujeres, frente al 0'3 de Alemania, el 0'38 de Francia, el 0'43 de Suecia o el 0'65 de Finlandia [20]. Estos datos ponen en entredicho la constante campaña que pretende trasladar a la opinión pública una imagen falsa de nuestra sociedad que daña nuestras autoestimas y cala por el extranjero, con el consiguiente perjuicio para la imagen de nuestro país.
 
 
La ideologización, clave del fracaso

En definitiva, el análisis objetivo de los datos cuestiona la idoneidad de calificar la violencia doméstica o de pareja como violencia “de género” y descalifica su denominación como violencia “machista”, epíteto que no soporta el escrutinio de los datos probados. Sin embargo, desde que la izquierda lo transformara en 2004 en bandera política y la derecha lo acogiera con su seguidismo acrítico, la violencia “machista” sigue siendo una consigna repetida ad nauseam por la clase política y periodística de nuestro país. No es de sorprender, por tanto, que, si se parte de un diagnóstico erróneo del problema, éste no se resuelva, como lamentablemente estamos viendo en España.

Es grave la ideologización y frivolidad con que se trata este tema, pues la violencia de pareja no sólo causa una media anual de más de 50 muertes de mujeres a manos de sus parejas y deja huérfanos a docenas de niños, sino que aun en los casos no letales provoca secuelas físicas y psicológicas que afectan no sólo a la víctima, sino a menores que son testigos de una violencia traumática que quizá normalicen cuando lleguen a su vida adulta con unas posibles repeticiones de patrones.

Si el gobierno quisiera combatir esta lacra social dejaría la ideología (dizque 'feminista' pero tan sólo 'hembrista' en realidad) a un lado, lo denominaría violencia doméstica o de pareja sin seguir engañando tanto a la población con los conceptos “machista” o “de género”. Eso supondría el atender a sus complejas causas reales y centrar las actuaciones en el Ministerio del Interior, no sólo en el de Igualdad, hasta hoy superfluo por su ineficacia (pero tal vez el predilecto para ciertos agresores sexuales en España gracias a las primeras consecuencias por la Ley del 'Sí es Sí')...
 
 
Ítem más. Dada la carencia de rigor de la ley socialista del 2004 sobre las causas de la violencia “de género”, no parece que el objetivo real del legislador fuera sólo combatirla, sino también promover una agenda política que agitara la lucha de sexos como sustituta para las de clases. Se trató de un ejemplo más de una acción política en la que un fin aparentemente loable escondía en realidad un objetivo siniestro: dividir y confrontar. De hecho, cabe preguntarse si aún hoy existe verdadera intención de abordar con seriedad el problema o si, por el contrario, el feminismo más radical se conforma con la propaganda semanal de demonización del hombre que permea cada noticia con estos espantosos crímenes.

Como decía un historiador decimonónico, en España sobran gobernantes a quienes espolea la ambición y no rige la conciencia; pero lo que muestran los datos de forma meridianamente clara es que, veinte años después, la lucha contra la violencia doméstica no ha logrado ningún resultado significativo [21] con respecto de aquello que afirmó querer combatir... 

[21] El fracaso de la lucha contra la violencia de género - fpcs 
  



miércoles, 17 de abril de 2024

¿Cómo poder elegir decentemente a Israel, que mata la gente de Gaza, o... al Hamás terrorista?

  
Hijos de Abraham, ¿habéis perdido la cabeza? Hijos de Isaac e Ismael, los dos hermanos del mismo padre, ¿no os avergonzáis? Hamás ha masacrado, Israel responde con una masacre en Gaza, el conflicto se extiende a Irán, os matáis unos a otros en la maldita espiral de la perpetua venganza, y mientras vuestro padre era el apóstol de la unidad, cada día os convertís en un poco más, ante la rostro atónito de los pueblos de la Tierra, tristes campeones de la discordia y del odio.

Entonces, ¿qué habéis hecho con vuestra herencia? ¿Cómo podéis ser tan sacrílegos con la enseñanza de la paz que Él os transmitió y que debería convocaros, elevaros, haceros abandonar inmediatamente las armas? ¿Y qué significa para todo nuestro mundo humano esta trágica destrucción del tesoro de Abram por parte de sus propios herederos?

Éste, Abram, que se convirtió en Abraham e Ibrahim, es, como "padre de multitud de naciones", según la fórmula establecida, la figura simbólica mayor de una fraternidad universal, a la que sus hijos judíos, cristianos y musulmanes tienen responsabilidades de llevar vida, no sólo entre ellos, sino con toda la humanidad. Abraham es, pues, el nombre de una fraternidad sin fronteras entre todos los hombres de todos los pueblos, de una unidad del género humano que es a su vez parte de la unidad de una realidad atravesada por una misma luz trascendente. Como si todos fuéramos misteriosamente otras tantas caras de lo que hay más allá de cada cara. Según la herencia del patriarca, la hermandad de los seres humanos se fundamenta en esta sublime hermandad de la naturaleza, de los vivos, del cosmos y del cosmos con aquello que, habiéndolo creado, lo supera.

¿Cuáles son, en este aspecto trascendente, nuestras pequeñas fraternidades religiosas, nacionales, culturales, etc.? ? Simples cristalizaciones particulares de la fraternidad universal. Experiencias quizás más accesibles a nuestras mentes limitadas, a nuestras conciencias aún no despertadas a la percepción de una fraternidad más amplia... Pero en lugar de avanzar hacia esta ampliación de nuestro sentido de Fraternidad, hoy, como tantas veces en la historia, nuestras pequeñas fraternidades se convierten en ¡los peores enemigos de aquello que es inmenso y que une espiritualmente a los seres del universo! Y esto ahora parece tanto más utópico, irreal, cuanto que nuestras opiniones están dispersas por nuestras divisiones, perdidas por la absolutización de nuestras únicas diferencias relativas. Esto es de lo que este conflicto palestino-israelí es símbolo para la humanidad contemporánea: sobre nuestras incapacidades para ver la unidad o armonía entre lo uno y lo múltiple, lo mismo y lo otro. Hemos perdido el arte de tejer nuestras diferencias porque dentro de nosotros, a partir de ahora, se ha cerrado el ojo de la unidad.

Guerra global de valores

Las comunidades así sólo consiguen asustarse unas a otras, las identidades sólo buscan afirmarse mediante los rechazos o la destrucción de otras identidades. Todo el mundo está destrozado por el separatismo generalizado. En los debates sociales, que se han vuelto extremadamente violentos, parece que nos hemos puesto anteojeras terribles para encerrar a todos en unos puntos de vista cada vez más unilaterales, inconscientes o conscientemente radicalizados, que ya no defienden sino algún interés particular o causa exclusiva de una identidad sagrada como ideología de combate, confundida con el bien puro y que ya sólo sabe considerar a sus oponentes como el mal encarnado en una serie de enemigos que se insistiría en demonizar para destruirlos. Cada uno así muestra solamente lo peor de sí mismo: un fanatismo que, por supuesto, ofrece al adversario tantas oportunidades adicionales para ser designado como un monstruo... ¿Adónde se han ido los sentidos de medida y complejidad, o el respeto por las alteridades con la fraternidad?
 
 
Ya no me preguntan, como a otros, sino una sola cosa: de qué lado estoy entre Israel o Gaza y, dependiendo del que coja, denunciar al otro. Ahora sólo se me pide comenzar, igual que tantos otros, funcionando sólo a través de la lógica camp, por acusación, denuncia y excomunión para todos aquellos que no están de mi lado, al no ver el bien donde yo lo veo; con el argumento de que serían los nuevos bárbaros o actuales fascistas.

Max Weber [1864-1920] había descrito la modernidad como esa época en la que reina un “politeísmo de valores”, ¿una diversidad de visiones del mundo rica pero potencialmente conflictiva? Ahora esta situación moderna ha degenerado, pues efectivamente hemos entrado en una guerra global de valores, a todas las escalas, ese famoso “choque de civilizaciones” del que hablaba Samuel Huntington [1927-2008] y que, por pura locura, nosotros en efecto hemos precipitado, apresurándonos  a imputar siempre al “otro” del ser el único culpable.

Dos campos asesinos

¿Cómo elegir entre causas que hoy, en todas partes, no son más que pretensiones de superioridad, declaraciones de guerra? ¿Cómo podemos elegir decentemente entre el ejército israelí, que está matando a la población de Gaza, y el terrorismo de Hamás? ¿Cómo elegir entre estas dos causas que, por falta de sabiduría, se han dejado encerrar en la maldición y la tragedia o la fatalidad de violencia sin fin? No podemos elegir el bien entre dos errores.

Al decir esto, pienso en Erasmo, quien, en el siglo XVI, se negó a elegir entre católicos y protestantes, alegando que ambos bandos cometían terribles masacres. Cuando nos lo cuenta en el magnífico retrato que hace de él, Stefan Zweig [1881-1942] nos explica cómo Erasmo fue condenado por ambas partes al haberse negado a elegir. Ambos bandos lo declararon traidor al bien propio y cómplice objetivo del mal cometido por el otro. Le acusaron del faltarle coraje o lucidez, y si debido a ello acabó arrastrado por el barro fue porque, durante una época en la que la locura se difunde, mientras las posiciones se tornan histéricas, lamentablemente no resulta bueno mantener la calma con una cabeza y un corazón tranquilos.

Así que no, y -sin tomarme, obviamente, por Erasmo...- no: sin embargo, como él, no elijo hoy ninguno de los dos bandos asesinos con Hamás e Israel. Tan sólo elijo aquella causa de lo que no es campo alguno; en este caso la de todos aquellos que, igualmente por ambos lados, son víctimas de la monstruosidad: la causa de los israelíes asesinados, violados y tomados como rehenes así como la causa de todos aquellos habitantes en Gaza que han muerto ya, mueren ahora de hambre o huyen aterrorizados. Elijo la causa de todos los seres humanos que mueren por olvidar la sabiduría de Abraham.

 


 


jueves, 11 de abril de 2024

Ucrania: ¿el principio del Fin ya?... ¡tras (hasta más de) dos años, inmolándose por la OTAN...!

  
 
'La guerra es la salida cobarde a los problemas de la paz' (Thomas Man)
 
"Al igual que un Sol por la mañana disipa -muy lenta... pero inexorablemente...- la neblina, el paso del tiempo termina dibujando con claridad las líneas que separan mentiras de verdades. El mismo día en que -hace casi un año- comenzaba, ya se predecía el fracaso de una 'contraofensiva' ucraniana, tan jaleada por la voluntarista prensa occidental; y hasta hubo quien añadió que terminaría en el peor de los casos «como la suicida Carga de la Brigada Ligera» ['La lenta derrota de Ucrania']

El desastre ha sido clamoroso, y probablemente pase a los anales de la historia militar como una de las mayores y más inútiles pérdidas de vida humana de los conflictos bélicos modernos. Las fuerzas ucranianas, armadas y entrenadas con la OTAN, fueron lanzadas a muerte por cortoplacistas intereses geopolíticos sin que lograran en muchos casos llegar siquiera a la primera línea de defensa rusa, cuya eficaz estrategia de defensa estática diezmó a los atacantes, que podrían haber sufrido del orden de 160.000 bajas. En vez de construir con realismo defensas sostenibles, Zelensky, animado por Occidente y desde la seguridad de su búnker en Kiev, ordenó una ofensiva absurda en la que perdió su ejército y su moral de victoria. Estas son las consecuencias de dedicarse a ganar la guerra de la propaganda en vez de dedicarse simplemente a ganar la guerra, como ha hecho Rusia. Pronto la única línea defensiva viable será el río Dniéper.

La pérdida de Avdiivka

El rotundo fracaso de la contraofensiva ucraniana y la posterior pérdida de la población fortificada de Avdiivka ha debilitado irreparablemente la posición de Ucrania y acelerado su derrota. Para ser los defensores, las tropas ucranianas sufrieron un número desproporcionado de bajas en Avdiivka. Los motivos han sido variados.
 
 
El primero ha sido la abrumadora ventaja artillera enemiga, que incluso el alto mando ucraniano cuantifica ya en 6 a 1 (siendo la cifra real quizá el doble). «La artillería lo es todo», decía Napoleón, sobre todo «cuando converge con fuego nutrido sobre un punto». Doscientos años más tarde el fuego de artillería sigue provocando hasta el 75% de las bajas en batalla.

El segundo ha sido el notable incremento de la actividad aérea rusa con bombardeos de precisión masivos que aprovechan el ingenioso sistema UMPC para convertir bombas «tontas» (de caída libre) en bombas guiadas de forma barata. Parecido al JDAM norteamericano, se trata de un sistema de planeo mediante alas desplegables a las que se adjunta una unidad de control que dirige la bomba con precisión. Gracias al planeo, la bomba puede ser lanzada desde gran altitud a una distancia segura de hasta 70 km del objetivo, es decir, fuera del alcance de la defensa aérea ucraniana. Este uso ha dado una segunda vida útil al vasto arsenal de bombas pesadas que posee Rusia, de gran potencia destructiva e impacto psicológico.

Una tercera causa es que, según todos los indicios, fueron abandonadas posiciones en una retirada caótica ucraniana para evitar el inminente cierre del cerco a la ciudad. Una retirada desordenada o en pánico es una de las más peligrosas situaciones en que puede verse inmerso un ejército, pues causa un enorme número de bajas y facilita la toma de numerosos prisioneros, como ocurrió en Avdiivka.
 
 
Por último, la injustificable destitución del competente general Zaluzhny, decidida por parte del aún presidente Zelensky por razones exclusivamente políticas (las encuestas mostraban que era mucho más popular que él [newsweek.com]), también ha contribuido a un lógico deterioro de la voluntad de lucha del bando ucraniano. 

Que sea destituido un general competente y en plena guerra enviado a una embajada lejana es un indicio más de la amoralidad sin orillas del títere gobierno ucraniano y de su titiritero, la Administración Biden, responsables últimos de la destrucción de Ucrania... Probablemente el siguiente paso de Rusia sea la toma del bastión de Chasiv Yar, lo que implicaría prácticamente el fin de la conquista del Donbass. Asimismo, es posible que Zaporiyia y Jersón vuelvan a ser escenarios clave de la acción bélica antes del verano.

El posible colapso de las líneas ucranianas

El sustituto de Zaluzhny, el general Syrsky, reconocía recientemente en una entrevista que la situación era «realmente difícil y tensa», y que Rusia «estaba llevando a cabo ofensivas en un frente muy amplio [ukrinform.net]». Apenas mencionaba las armas enviadas por Occidente, que naturalmente no han cambiado el curso de la guerra sino su duración (para desgracia de Ucrania). Asimismo, admitía tácitamente que no habían construido líneas fortificadas entre Avdiivka y Jarkov (¿dónde ha ido a parar el dinero destinado a ello?), ciudad esta última que posiblemente Occidente dé por perdida. Quizá por eso, Macron la omitió en sus recientes bravuconadas sobre supuestas líneas rojas que Francia no toleraría (Kiev y Odessa), baladronadas que él denomina con elegancia muy francesa «ambigüedad estratégica».
  
  
Finalmente, el nuevo comandante en jefe ucraniano también admitía la carencia de vehículos (lo que ha llevado a transformar brigadas mecanizadas en otras de infantería [MilitaryLand.net]), la falta de munición y tropas así como las de rotación o descanso para éstas. Por ejemplo, la 110 Brigada Mecanizada ha estado ininterrumpidamente en primera línea en Avdiivka desde el comienzo de la guerra, ya 2 largos años.

Ucrania podría haber perdido desde el principio del conflicto más de 450.000 hombres, frente a un mínimo de 60.000-75.000 rusos, órdenes de magnitud (la precisión es imposible) inversas a las que publicita la despistada prensa occidental. En cualquier caso, un horror, como toda guerra.

La fatiga y el decaimiento de la voluntad de lucha de los ucranianos también aparece reflejado en encuestas en la propia Ucrania, a pesar de la propaganda de su gobierno. Según Gallup, el apoyo a una continuación de la guerra es de sólo el 52% en las regiones del Este y del 45% en las del Sur. Incluso en el Oeste, más nacionalista y alejado del frente, el apoyo a la continuación de la guerra ha disminuido al 70% [gallup.com]. Tampoco existe evidencia alguna de que los ucranianos emigrados desde el comienzo de la guerra estén volviendo a luchar por su país, y la nueva ley aprobada por Zelensky para reducir la edad para alistarse ha resultado enormemente impopular.
 
          

Parece claro el que los rusos no tienen prisa; ni pretenden realizar ofensivas espectaculares, que suelen ser frágiles y pueden resultar efímeras. Sin embargo, si sus tropas -con mayor número y maniobrabilidad...- son capaces de concentrar su capacidad ofensiva en algún punto de un frente que resulta demasiado largo para ser defendido por el bando más débil, cabe la posibilidad del que se desmorone la resistencia ucraniana precipitándose los acontecimientos en tiempo y espacio: al igual que para mecánica, la fuerza bélica es producto de masa por aceleración... Y en cualquier caso, los rusos aplicarán su refrán: «si vas demasiado deprisa alcanzarás la desgracia; pero si caminas demasiado lento, la desgracia te alcanzará a ti». Con su frialdad característica, sólo acometerán una ofensiva en masa si tienen claro que no van a encontrar oposición.

De producirse el colapso ucraniano, este sería el principio del fin de una guerra en la que el innegable heroísmo de las tropas ucranianas no ha podido compensar el irresponsable -e inútil...- liderazgo político del país, dirigido por los intereses extranjeros y exageradamente enfocado en sus éxitos propagandísticos.

La derrota inevitable

La mayor parte de estamentos políticos y militares occidentales parece ser ya consciente de que la derrota militar de Ucrania es inevitable, como filtró la prensa francesa recientemente [marianne.net]. Esto no sorprenderá sino a los incautos consumidores de medios, los cuales han tenido que cambiar su triunfalista relato sobre la marcha. La abrupta salida de la Subsecretaria de Estado yanqui Nuland, la figura neoconservadora más fanática y beligerante contra Rusia del gobierno Biden (autora de la famosa frase «que se joda la UE» [lavanguardia.com]), es otro indicio de que en Occidente se empieza a oler a fracaso. 

Y a pesar de la propaganda, incluso en Europa sólo el 36% de los europeos considera que las ayudas a Ucrania deben considerarse algo prioritario [Euronews]... y menos del 10% cree ya que Ucrania ganará la guerra [The Guardian].
 
 
Contrariamente a lo que afirman los medios, el avance ruso parece lento y metódico, destinado a conservar las vidas de sus propios efectivos y a destruir sistemáticamente la capacidad de combate del ejército ucraniano. Sus ambiciones geográficas parecen centrarse en las cuatro regiones ya anexionadas a Rusia y probablemente en una parte adicional importante de la zona oriental del río Dniéper, mientras en el sur su objetivo de máximos sería establecer un corredor paralelo al mar Negro hasta Odessa y Moldavia para aislar a la futura Ucrania del mar.

La lógica dicta que el objetivo de Rusia nunca fue para ganar más territorio... de Ucrania ni, desde luego, atacar otros países europeos miembros de la OTAN. De hecho, que los medios occidentales se sigan haciendo eco de una patraña tan burda produce cierto sonrojo aunque no sorprende, pues se han pasado dos años haciendo el ridículo. 

Más sorprende, sin embargo, el que todavía nos lo repita un secretario de Defensa norteamericano a sabiendas de su falsedad [newsweek.com], lo que demuestra hasta qué punto la Administración Biden se revuelca en descrédito.

En cualquier caso, la «operación militar especial», como cínicamente sigue denominándola Rusia, ha desembocado en una guerra de trágicas proporciones (especialmente para Ucrania) que cambiará el mundo y pudiere suponer una derrota estratégica para EEUU y la OTAN, posibilidad que convertiría esta fase crepuscular del conflicto en la más peligrosa e imprevisible de la guerra. En efecto, con un Occidente arrinconado entre sus propios errores y aplastado por un Himalaya de falsas expectativas desde creación propia bien se puede provocar alguna escalada del conflicto de impredecibles consecuencias. Ésta es la última esperanza de Zelensky, y lo que más debemos temer los ciudadanos europeos.
  
  
Una nueva forma de hacer la guerra

Desde el punto de vista militar, esta guerra ha puesto de manifiesto, una vez más, que las guerras del futuro serán muy distintas de las del pasado. Es ésta una constante en la Historia que, sin embargo, no parece modificar la esclerosis pedagógica (posiblemente inevitable) de los estados mayores, que en tiempos de paz siempre entrenan a sus ejércitos para ganar la última guerra pasada.

Cayendo en el mismo error y sin saber qué deparará el futuro, cabe permitirnos extraer algunas lecciones de la guerra presente. En primer lugar, en conflictos entre ejércitos modernos (y no contra desharrapados pobremente armados, que son la especialidad de EEUU en las últimas décadas), las tecnologías actuales permiten a los contendientes observarse mutuamente en tiempo real convirtiendo en vulnerable cualquier concentración de fuerzas y dificultando todo 'efecto sorpresa'. Tal hecho sólo podrá cambiar si se crean armas eficaces en interferir, cegar o destruir los ojos del enemigo, incluyendo los satélites, sea desde bases terrestres o espaciales.

Asimismo, la integración en tiempo real en la misma plataforma de los datos ISR (Intelligence, Surveillance & Reconnaissance) con artillería, aviación, misiles y drones permite la eliminación de unidades enemigas segundos o escasos minutos después de haber sido localizadas, antes de que puedan cambiar de posición.
 
                                         
  
Precisamente por esta limitación, ha cobrado mayor importancia la movilidad de las fuerzas, de modo que la ventaja esté del lado de quien pueda concentrarse con mayor rapidez en un punto determinado o incluso amagar con fintas que desconcierten y agoten al adversario, como está haciendo Rusia a lo largo del frente. Para ello, serán claves la logística y la velocidad de traslado (a su vez afectado por factores exógenos como el terreno y las infraestructuras existentes en la línea de frente).

Otra novedad ha sido la revalorización de los arsenales estratégicos, una especialidad soviética, que permiten cubrir el intervalo de tiempo existente entre la ruptura de las hostilidades y el incremento de la producción de armamento a ritmos adecuados a tiempos de guerra.
  

 
Por último, los drones han supuesto una revolución. A lo largo de la Historia, los avances tecnológicos han ido variando el equilibrio entre los elementos ofensivos y defensivos de la guerra. Al igual que la pólvora hizo obsoleta a la caballería y la artillería a las murallas, o al igual que los misiles anticarro o antiaéreos redujeron la ventaja de carros y aeronaves, los relativamente baratos drones supondrán a partir de ahora una amenaza muy seria para el hardware pesado, ya se trate de carros de combate (en el caso terrestre) o de carísimos buques de combate de gran tonelaje (en el caso naval).

Ucrania, probablemente con ayuda británica, ha obtenido éxitos notables en el hundimiento de buques rusos de la Flota del Mar Negro mediante el uso nocturno de drones navales con tácticas de saturación, es decir, mediante ataques simultáneos. Además, los drones son dirigidos a una misma banda del buque, para que escore y se hunda más rápidamente. Por el momento, estos ataques no han podido neutralizarse eficazmente ni con drones aéreos ni con cortinas de fuego desde los propios buques, y han contribuido al deterioro de la moral del enemigo. Dicho eso, sus éxitos han tenido más valor propagandístico que militar, pues para Ucrania la guerra se decide por tierra y no en la mar (salvo si se produce un desembarco anfibio en Odessa).
 

   
El horror de la guerra

Nos quedará todavía el analizar las posibles consecuencias estratégicas y a largo plazo por este conflicto, pero no se debería dejar de hacer antes una reflexión. Este análisis necesariamente frío no deben hacernos olvidar la tragedia humana que supone toda guerra: horrores que provocan sus consecuencias devastadores.

La guerra cambia, pero en cualquier caso todavía las víctimas mueren como siempre, y los vivos igualmente les lloran..." 
   
 

 
P.S.
Si "el paso del tiempo termina dibujando con claridad las líneas que separan mentiras de verdades", también, lo hará sobre la presente carnicería en Gaza: véase, por ejemplo, la siguiente noticia leída hoy mismo en un prominente diario de Tel Aviv...