jueves, 17 de junio de 2021

¡Cumple 90 primaveras D. Antonio Gamoneda!

    


Tenemos en España, concretamente en León, a uno de los poetas más grandes que ha dado la lengua española en los últimos 100 años

Es tristemente probable que a algunos lectores, quizá los más jóvenes o los más mentalmente chuchurríos, no les suene mucho el nombre de este nonagenario muchacho. Bueno, era de esperar. Ese es el efecto, no solo previsto sino desde luego buscado, del “atelecincamiento” o “telecinquización” de nuestra sociedad: conseguir que una gran parte de la ciudadanía se embrutezca progresivamente y así acaben votando a los más salaos, a los más payasos, o chulos, o castizos; no a los más listos ni a los más preparados. 

Pero es un hecho que tenemos (...) a uno de los poetas más grandes que ha dado la lengua española en los últimos cien años… de los cuales él ha vivido noventa. Que se dice pronto. Ganó el premio Cervantes (siempre se añade: el Nobel de las letras españolas) en 2006, después de varios años de haber sido “finalista profesional”, como él mismo decía, y eso le cambió el nombre. Antes era Antonio Gamoneda o Gamoneda sin más. Ahora, cada vez que aparece en la prensa por lo que sea, es “Antonio Gamoneda, premio Cervantes”. Lo mismo que los miembros de la RAE, que se apellidan todos igual: Fulanito Pérez García de la Real Academia Española.

Noventa años. Fuma. No le hace ascos al buen vino. Come con sal aunque, cómo él explicó alguna vez, es una sal del Himalaya que está despojada de todas las perversiones, vicios y peligros con que nos amenaza la sal corriente. Es decir, que Antonio hace muchas, muchas cosas que no debería hacer una persona de 90 años. Y yo estoy convencido de que ese es uno de los principales motivos de su longevidad, de su buena salud, de su capacidad de trabajo y, sobre todo, de su buen humor. Dice mi padre (89) que lo que hay que perseguir es vivir, no durar en la existencia. Gamoneda, haciendo lo que le da la gana y no lo que le prescriben los Pedros Recios de Agüero que nunca faltan, ha conseguido las dos cosas.

Ahora está más flaco. Bueno, allá él. Y oye lo que quiere, lo cual es muy divertido. Hay una anécdota que no me resisto a contarles. La primera vez que lo entrevisté fue hace bastante más de treinta años. Yo era un joven y prometedor periodista y él era… pues Antonio Gamoneda, nada menos. Me citó en León, en la biblioteca de “su” Fundación Sierra Pambley, un sobrecogedor espacio rectangular, silencioso, austero y casi vacío de muebles. Nos sentamos sin mesa, en dos solemnes sillas. Yo, intimidado por aquel lugar (había sido una logia masónica, pero yo de eso no sabía nada entonces), lo saludé e hice mi primera pregunta tratándole de usted con mucho respeto; y con voz queda, como si estuviésemos en misa. Antonio se me quedó mirando, socarrón, sin decir nada. Después de unos segundos interminables, dijo: “Luisito, como no hables más alto te quedas sin entrevista”. Y se tocó la oreja con un dedo. Nos echamos los dos a reír y, roto el delgado hielo, la conversación fue deliciosa, como pasa siempre con Gamoneda. Ahora lleva un sofisticadísimo audífono que le permite oír hasta a la hierba cuando crece. Si quiere. Que a veces no quiere, y eso es lo mejor de todo.

Hay una foto que ustedes, por desgracia, nunca verán. Se la hicieron los amigos en la comilona con que le obsequiaron cuando ganó el Cervantes (...) y Gamoneda se emocionó mucho. En aquella comida, larga, llena de rosas y muy bien regada, alguien sacó una corona de laurel y se la puso en la cabeza a Antonio. Era una corona de verdad, de las griegas: unas ramas de laurel atadas en círculo, nada más. Y le hicieron la foto. Pero Gamoneda, que ya iba –como todos, imagino– un poco alegre, puso una cara de una intensidad increíble: una mezcla de tristeza, ternura y comicidad, no sé si a partes iguales, supongo que no.

El nonagésimo cumpleaños de Gamoneda se ha celebrado… no como correspondía, sino como lo ha permitido el putovirus. Muy pocas personas, doce, la gran mayoría del mundo de la cultura y la universidad. Todos leyeron o cantaron: doce amigos, doce poemas elegidos por la víctima. Y noventa años, pues noventa ejemplares impresos y numerados de un libro conmemorativo que se editó para la ocasión. Y todos, eso sí, con la mascarilla de las narices, que les impedía ver ese translúcido espejo del alma que tiene Antonio por cara.

Todas estas cosas están muy bien. Antonio, que ha sido capaz de vencer a numerosos enemigos difíciles (entre ellos, la depresión), venció también, hace mucho, a la vanidad, al deslumbramiento de los oros, los alamares y el humo de los altares. Los premios le gustan a todo el mundo, pero él los tiene casi todos y supongo que esos boatos le darán ya un poco lo mismo.
  
La parábola del sembrador 
 
Lo que tienen que hacer ustedes no es quedarse con la boca abierta y con sonrisa de lobotomizados, como los infectados por el virus del “telecinquismo”, sino buscar los libros de Gamoneda y leerlos. Porque ahí está todo. Esa es la puerta de un viaje que lleva, indefectiblemente, hacia el interior de cada cual, y ahí ya nadie sabe lo que puede pasar. Sucede lo mismo con sus libros de memorias ('Un armario lleno de sombra''La pobreza', su continuación) y ensayos o, sobre todo, con los libros de poemas. 

Imagino que ahora ya no se obligará a los alumnos de bachillerato a leer determinados libros y a examinarse luego de ellos, como se hacía cuando yo estudié. Pues muy mal. 'Edad', por ejemplo, de Gamoneda, debería ser lectura preceptiva para quienes empiezan a asomarse al saber, lo mismo que 'El Quijote', 'La Regenta', 'Las ratas' de Delibes o 'Cien años de soledad'. Y luego, una vez llevada a la práctica la parábola del sembrador, que los espíritus en que ha caído la semilla hagan su trabajo. Allí donde prenda, pues muy bien. Y si no prende, pues nada, a ver 'Sálvame' como gilipollas.

Lo mejor de todo: este hombre no para. Su lozanía, su vitalidad y su buen humor permite esperar muchos libros más. No siempre se tiene tanta suerte en la vida. Y no me refiero a él sino a nosotros. Así que felicidades, Antonio querido.


 

viernes, 11 de junio de 2021

¡Un respeto...!

   

  

No sé qué pensaban.

Que nos íbamos a quedar callados.

Que estaríamos adormecidos.

Que somos pocos.

Que somos tontos.

Que estamos acostumbrados al someternos.

Que en el Rural no hay jóvenes.

Que no hay niños.

Que no hay esperanzas.

Que no hay sueños.

Que no hay mujeres sin miedo, dispuestas a mover montañas.

Que íbamos a quedarnos todos de brazos cruzados mientras nos quitaban un monte para dinamitarlo.

Que no sabíamos lo que teníamos, allí arriba, en el Monte do Gato.

Que ignoramos lo que es un LIC, la Red Natura, la Directiva Hábitat, la UNESCO, la UICN, la 'Zona Núcleo' de una Reserva de Biosfera.

Que no sabemos distinguir un yacimiento ni ver en las fichas de un Plan General de Ordenación Municipal un Bien de Interés Cultural con la máxima protección jurídica.

Que desconocemos el valor de la Necrópolis Megalítica del Monte do Gato.

Que nos íbamos a dejar robar el agua de las brañas, el canto del cuco y el vuelo en círculos del aguilucho cenizo.

Que nos íbamos a dejar quitar el sueño, la salud y el silencio.

Que nos íbamos a dejar robar el paisaje para siempre.

Que nos habíamos creído aquello de que “los molinos son bonitos” como si no supiéramos que es de ellos de los que emergen esas telarañas electrificadas que son las Líneas de Alta Tensión para bajar por el monte hacia los valles donde están nuestras casas, pastos y campos.

Que no íbamos a decir nada.

Que pagando a unos cuantos, nos comprarían a todos.

Que nos íbamos a quedar callados.

Que no nos manifestaríamos en Santiago de Compostela y en donde haga falta.

Que no somos capaces de encontrar la verdadera razón de esta sinrazón.

Un respeto, por favor.

Somos el Rural.