martes, 24 de agosto de 2021

Pandemia de 'Adictos a TODA RESTRICCIÓN', por presumirse contagio y enfermedad global

  
   
A muy encomiables contra-corrientes ante todo lo [casi únicamente] difundido sobre la crisis global en el último año y medio, Juan M. Blanco se posiciona como 'abogado del diablo' y osa ser tomado por 'el enemigo del pueblo' al retratarnos nuestro medio ambiente, que se pretende correcto: "El pasado 19 de julio era el día señalado para levantar todas las restricciones del Covid en el Reino Unido, ya, definitivamente. Sin embargo, el freedom day se sirvió finalmente descafeinado. Ante la enorme presión ambiental, el gobierno de Boris Johnson decidió levantarlas… pero a medias. Y ello a pesar de ser uno de los países con mayor porcentaje de vacunados.

Por defender dicho fin de las prohibiciones, el Gobierno apeló a la libertad, a la devolución de la soberanía al pueblo para que por cada ciudadano se pudiera tomar responsablemente sus propias decisiones; un discurso éste que debería estar suscitando algún arrebatador entusiasmo en Gran Bretaña, la cuna del liberalismo. Sin embargo, gran parte de la opinión pública respondió con espanto, animadversión, casi con lanzamiento de tomates. ¡La población parecía mostrarse más partidaria de la supresión de libertades y derechos ciudadanos que su propio Gobierno!

Unas encuestas de 'Ipsos' revelaban que no solo existía una mayoría favorable al mantenimiento de las restricciones [Tabla1]; un porcentaje significativo declaraba que las medidas coercitivas... deberían permanecer para siempre… y con independencia del Covid. Es un estado de opinión que también se palpa en otros países. ¿Cómo se ha llegado a semejante distopía?

   
UN IRRESPONSABLE RECURSO AL MIEDO

En marzo de 2020, para garantizar que la gente cumpliera con el confinamiento, muchos gobiernos decidieron recurrir sólo al miedo. Se trataba de exagerar el riesgo del virus, haciéndolo extensivo a toda la población, no solo para vulnerables... Este mensaje justificaba los encierros generalizados, en lugar de optar por otra 'selectiva Protección a los grupos de Riesgo', como hubiera sido lo razonable.

Pero este llamamiento al miedo desencadenaría sin embargo un devastador 'efecto bola de nieve', completamente inesperado. Como el discurso fue rápidamente amplificado desde los medios, y aun reforzado además por rumores, este miedo escaló -paulatinamente...- hacia un pánico generalizado. Nunca una campaña habría creado un terror tan atroz y duradero. Una vez asentado el estado de pánico, se reestableció nueva malsana interacción entre gobiernos y público. En ocasiones era la opinión pública la que iba por delante presionando hacia un régimen más restrictivo, como en la Gran Bretaña del freedom day... Mas en otras, eran las autoridades las que realimentaron la espiral del miedo al considerar que la caldera necesitaba algo más de presión para conseguir ciertos fines como, por ejemplo, un porcentaje de vacunación más elevado en ciertos segmentos.

Aunque se había recurrido al miedo en el pasado para desanimar ciertas conductas (fumar, conducir imprudentemente o consumir drogas)... nunca se había utilizado así para enfrentar una catástrofe. Al contrario, hasta hoy ante cualquier desastre, las autoridades siempre habían difundido mensajes tranquilizadores, precisamente para evitar que el pánico provocara algún quebranto mayor que la propia catástrofe. Pero el mundo de hoy valora muy poco la experiencia del pasado; actúa como si la civilización hubiera comenzado hace 20 años.

  
En lugar de explicar al público que una pandemia es un fenómeno recurrente, al que la humanidad se ha enfrentado ya en muchas ocasiones, los gobernantes actuaron como si la situación fuera inédita, o casi las antesalas del Apocalipsis, un problema completamente desconocido para el que se nos improvisarían soluciones originales... Y las medidas fueron tan insólitas, tan divergentes con lo estipulado, tan radicales, que asustaban por sí solas. Actividades cotidianas como el reunirse con familiares o amigos, salir a dar un paseo o llevar la cara descubierta se convertíeron de pronto en ilegales, perseguibles por las autoridades. Era la primera pandemia cuya resolución no se habría encomendado a médicos… sino a los policías.
  
EL PELIGRO SIGUE IGUAL

Aunque el miedo es una respuesta útil (porque protege de muchos peligros), resulta muy dañino cuando ya es intenso, persistente o paralizador. Puede generar ansiedad, fomentar el abuso de alcohol y drogas, desembocar en depresión, idea de suicidio. O debilitarnos el sistema inmunitario. Y, sobre todo, impide actuar con efectiva libertad, convirtiendo en esclavo a un ciudadano libre. Por ello, los seres humanos han desarrollado diversos mecanismos para mitigarlo, evitando sus angustias permanentes. Por desgracia, debido al insidioso carácter de tantas propagandas, casi todos estos mecanismos acabaron quedando bloqueados en esta pandemia.

Ante una campaña de terror, la primera opción para rebajar cualquier miedo es abstraerse de la propaganda. Para un fumador no era difícil desoír los mensajes antitabaco; pero será casi imposible sustraerse a un relato del Covid tan prominente, agresivo, ubicuo y abrumador. Aquí se explicaría el fenómeno de la negación de la pandemia como un mecanismo psicológico de evasión, una vía para reducir la ansiedad.

   
Otra opción consistiría en el cumplirse las normas sugeridas por la campaña del miedo, una vía que resulta muy eficaz en otros casos: 'Dejo de fumar y los mensajes de terror, ya, no me conciernen'... Pero el relato del Covid no permite esta salida al insistir constantemente en que, aun cumpliendo todas las normas, el peligro sigue igual. Aunque usted luzca una mascarilla tan gruesa y ajustada que le impida el respirar, se inyecte todas las vacunas o mida el CO2 con el mismo afán que los desdichados astronautas del 'Apolo XIII' cuando comprobaban las reservas de oxígeno, sus medios pregonarán que igualmente puede contagiarse y perecer.

La sucesión continua de sendos mensajes -a) 'Es imprescindible que adoptes esta medida' y, poco después, b) '¡Buen chico!, pero sigues siendo tan vulnerable como antes'- genera una percepción de absoluta ausencia del control, con sensación tan miserable que favorece permanente indefensión aprendida, conduciendo a una gran adicción a las medidas restrictivas del gobierno. Algunos sujetos suplican 'otra prohibición' en un intento del aliviar, momentáneamente, sus ansiedades... pero, como cualesquier adictos, necesitarán cada vez mayores dosis de restricciones tan solo para obtener una rebaja pasajera de su nivel de pánico.
   
EL TORTUOSO CAMINO DE LA LIBERTAD

Generar el miedo constituye una decisión política peligrosa e irresponsable, especialmente en este marco de una pandemia. Y no sólo porque se trata de un enfoque paternalista que considera a los ciudadanos como niños a los que asustar, con la presencia del 'monstruo...', para se coman toda la cena. También porque el pánico duradero acarrea consecuencias sociales y políticas muy graves en un más largo plazo. Causa trastornos psíquicos y acrecienta el egoísmo y la intolerancia de los individuos, reduciendo muy considerablemente su respeto hacia los derechos de los demás. Y pone en peligro la democracia pues las constituciones se convierten en 'papel mojado' cuando alguna mayoría social, presa del miedo, apoya tanto la supresión de derechos y libertades...
  
  ¡¡¡'VIVAN LAS CAENAS'??  
Lumbrerillas 'cogobernantes' hipócritas posando sin mover su... 
tapamorros... hasta salir en la foto, para que sigamos "alarmantes" 
tragando con todos los decretados bozales por sus irracionales 'leyes 
mordazas', incluso -tan inverosímil mente...- ante las comidas...
  
Especialmente preocupante es la frivolidad con la que ciertas Administraciones introducen nuevas restricciones de un día para otro, casi como meras ocurrencias, generando enorme inseguridad. Esos vertiginosos vaivenes normativos refuerzan el círculo vicioso del miedo porque tantos bailes de prohibiciones son unos estupefacientes que a los más adictos realimentan

Cada vez se alzan más voces denunciando tal uso -de los 'Positivos'- como inyecciones diarias de adrenalina... ya que, una vez están vacunados los vulnerables, la relación numérica entre contagios y enfermedad grave se debilita considerablemente. El virus nunca va a desaparecer por muchísimas restricciones que se decreten: se trata de generar inmunidad suficiente para adaptarse a él, igual que la humanidad aprendió a convivir con patógenos mucho más peligrosos. 

Hay que dominar el miedo (un buen paso es dejar de ver las televisiones), comenzar a basar nuestra protección en Medidas voluntarias y responsables, siendo conscientes de que riesgo cero no existe; y del que todas las enfermedades matarán gente cada día. Nos encontramos en una encrucijada, es hora de recobrar definitivamente la libertad… o de perderla por mucho tiempo."

(Juan M. Blanco en Vozpopuli.com: 'Adictos a las restricciones')
  
   
'La mayoría de los hombres no están dispuestos a vivir pero, sin embargo, no saben cómo morir...'  (Séneca)

"Cuidémonos de la ceguera de una ilusión fomentada por los medios ávidos de entrevistas a pie de calle: 'Ahora que la crisis del Coronavirus parece llegar a su última estación, nos vamos a reencontrar sumergidos en el mismo mundo que había antes de 2020'; pero la realidad será otra: el régimen (en el sentido culto de esta palabra, como se utilizaba en la lengua del siglo XIX) político se ha transformado. Este último año y medio ha supuesto una revolución dirigida por las élites políticas, administrativas, mediáticas y médicas, y no por el pueblo.

Así, asistimos a una revolución sanitarista que encarna tanto el biopoder como poder absoluto, es decir, ante el que todo debe plegarse. La crisis del coronavirus quedará grabada en la historia como el momento en que se ha producido una sustitución subrepticia de la democracia, de lo que quedaba de ella, o de los poderes del pueblo, por un poder inédito: el biopoder. En año y medio, la política ha sido absorbida por otra concepción -biologizante- de la existencia humana que hace que se considere la vida, aun en su mínima expresión, el valor supremo. Incluso a costa de confinar a las poblaciones, prohibir la socialización o destruir la libertad. 

En resumidas cuentas, a ir al encuentro de la esencia del ser humano que -como Aristóteles dijo- “es, por naturaleza, un animal político”. O, dicho de otro modo, un animal que sólo despliega su potencial en la vida social y que solamente se convierte en sí mismo cuando se arranca la pura y simple animalidad. El biopoder exige lo contrario. Ya no sacrificamos la vida por algo más elevado que ella misma -como puedan ser la patria, Dios, la revolución, los valores o la nación- sino que se nos exigiría el sacrificarlo todo en aras de 'la vida', o de alguna continuación indefinida (¡?) para nuestra existencia.
  
      
En esta revolución cabe distinguir una inversión de los valores revestida de neutralización de la esencia política del hombre, cuyas consecuencias refuerzan el nihilismo, ya que desemboca todo a la vez en el vacío axiológico y en la animalización del ser humano. La libertad es ese oponente contra el que la muerte no tiene nada que hacer. Se pasa por alto que la fórmula “libertad o muerte” significa, en realidad, “libertad y muerte”. Sólo soy libre en tanto que acepto la muerte. También porque acepto que soy un “animal político”.

Ambas, la libertad y la muerte, van de la mano. Decir “libertad no es más que aceptación de la muerte” es decir lo siguiente: la muerte es el pedestal de la libertad, es aquello que la opresión no puede destruir. La indiferencia ante la muerte, o las valentías del afrontarla, son una condición de posibilidad para la libertad.

Sólo en una sociedad como la nuestra, que rechaza la muerte, puede echar raíces y crecer el biopoder, que transforma el Estado en una biocracia. Solamente en una sociedad donde se eclipsa a la muerte, el biopoder puede tejer su tela de araña. De hecho, las biocracias nos conducen a unas vidas completamente administradas. Confiamos nuestra entera existencia (de la A la Z) al poder para que la proteja, la gestione, la administre. De esta manera, renunciamos al control de nuestra propia vida.
   
Ejemplo de [i]lógica -¡parajódica!- con que se 'alarma' para tener el inmunizao 
'rebaño' aún más embozalao que cuando 500 días atrás morían sin cuent@s... 
    
Para que funcione bien, este sistema, que sobrevalora la vida, tiene que devaluar la muerte, llamada a convertirse en un simple aspecto técnico: de ahí la tecnificación médica del final de la vida y su promoción de las eutanasias. La tecnificación del instante de morirnos la arranca de manos tanto de la naturaleza como de la espiritualidad, liberándola por entero a la voluntad: elijo morir artificialmente (suicidio asistido, eutanasia activa, etcétera) no por una causa o un ideal más grande que yo, sino porque la vida se me ha vuelto demasiado insoportable.

Resumiéndolo, elijo morir en nombre del bienestar bajo el influjo (paradójico, ciertamente, para ese último instante) de la pasión del bienestar. El hombre moderno no elige morir en nombre de la patria o de grandes ideas, como la del sacrificio, por los demás. Puede decidir morir en nombre del bienestar: para evitarse el malestar y, por ser más exactos, en nombre de su bienestar personal... Hoy, esa manera de morir que desnaturaliza la muerte (pues la devalúa sobre todo en lo que atañe a su valor de intercambio absoluto como moneda de cambio para obtener los bienes absolutos, como la libertad u otros de cariz histórico, político o trascendental que ahora convierten la muerte en la prolongación del bienestar... que se administra porque el bienestar ya no es posible) es la única absolutamente compatible con el biopoder.

Esta nueva forma de poder deshumanizado que infravalora la muerte e infantiliza y animaliza a los hombres al mismo tiempo que (al reemplazar la libertad por la salud como prioritaria condición de posibilidad del ser en común) los despolitiza extendiendo hasta el infinito sus dominios de la vida administrada (pues la administración es lo contrario a la política) llevada al límite, corre el riesgo de transformar la sociedad en un 'parque -zoológico- humano', por emplear aquella fórmula de Peter Sloterdijk.
   
 
Otro ejemplo: 'Riesgo extremo' sin Letalidad   
    
Los hombres se limitarán a ser ejemplares de animales domésticos, por cuya buena salud hay que velar, y la política se hundirá entonces al nivel de los cuidados (o care!, grita la gente al viento)."



NOS HARÍA LIBRES LA VERDAD

Acá mueren este año ">=1.000" 
personas al día, de todo menos de 'la 
5ª Ola' [¡?]... mientras que nos hemos 
quedado sin básicas Atenciones 
debidas, del Sistema Sanitario, 
por el... tan "alarmante" pretexto 
de tanto volcársenos en esa gran 
corrección 'fake' (según contabiliza 
un 'Programa Oficial Mo-Mo...' del 
Instituto de la Salud Carlos III) en 
comparación con año previo. 
 
Tod@s deberíamos ahora 
reclamar como 'prioritario' 
que se reponga el mismo 
nivel de atención primaria 
del 2019, como mínimo, y 
no se menosprecien a 999
muertes/día Sinvirus... aquí
en España... sin ir más lejos...


"El protagonista de La montaña mágica, Hans Castorp, viaja a un sanatorio de los Alpes suizos para ver a su primo enfermo. Allí, atraído por la vida en esa institución sanitaria, va retrasando paulatinamente su regreso hasta acabar adoptando el papel de enfermo. Y lo que iba a ser una visita de 3 semanas se convierte en una estancia de siete años. La gran novela de Thomas Mann es una buena alegoría sobre ciertos sectores de opinión que, instalados en las excepcionalidades, presionan para mantener indefinidamente esta pandemia social... aun finalizada la pandemia sanitaria. Para ello, abogan por eternizar las restricciones y estiran hasta los límites el concepto de enfermedad. 

El sociólogo norteamericano Talcott Parsons ya señaló hace 70 años que la enfermedad no es solo ningún estado del organismo: posee también un componente institucional, social y cultural. Prueba de todo ello es que la frontera que separa esta Enfermedad de la opuesta 'No enfermedad' ha experimentado ciertos reajustes de trazado en el último medio siglo. En esta pandemia, el estatus simbólico de enfermo fue ampliado abusivamente hasta que la mayoría de los ciudadanos fueron tratados como si estuviesen enfermos... Lo que comenzaba como el desconcierto y pánico ante un nuevo virus, dio lugar a otro 'efecto dominó' que acabó arrasándonos las convenciones del pasado para sustituirlas por estas autoridades únicas e improvisadoras de los 'expertos' mediáticos.
   
   
DE ASINTOMÁTICO A ENFERMO

Hace nada más que 2 años, tan solo se hubiera considerado enfermo de una dolencia respiratoria a quien mostrase síntomas; jamás a personas con buena salud. Y de hecho, los protocolos para pandemias vigentes en 2019 nos recomendaban aislamiento voluntario solo para 'sintomáticos'. Pero la urgencia de 2020 puso el foco sobre los asintomáticos, unos sujetos sanos aunque ahora sospechosísimos de generarnos una supuesta 'transmisión silenciosa'... Y, en alguna -insólita- identificación de tal 'contagiar' con enfermedad, fueron agrupados con los verdaderos enfermos para formar otra nueva categoría de “casos positivos”, tan heterogénea que incluiría desde personas con perfecta salud hasta las otras con síntomas muy graves.

Aunque tal identificación del 'asintomático' con lo enfermo era un paso drástico que tendría más consecuencias insospechadas para los no testados, es decir, para la mayoría. Carecer de síntomas ya no implicaba nada: cualquiera podía ser un 'contagiador' silencioso, una especie de enfermo de tercer orden. Así, se aplicó a toda la población unas restricciones antaño reservadas para enfermos manifiestos: confinamiento, toques de queda, mascarilla incluso al aire libre etc. 

Por la vía de los hechos, el campo conceptual de la indemostrada patología se había ido ampliando considerablemente, imperando al poco tiempo una muy generalizada presunción de la enfermedad (bastante relacionada con las de culpabilidades), tan solo impugnable -y brevemente- por un PCR negativo.
   
   
Fue precisamente Talcott Parsons quien señaló un punto crucial para entender los cambios sociales y culturales que nos desencadenaría otra nueva demarcación simbólica de la enfermedad: el papel de ser un enfermo transforma temporalmente los derechos y obligaciones del sujeto. Puede quedar dispensado del trabajo u otros deberes pero, a cambio, tiene que renunciar a parte de la libertad y asumir sus nuevas obligaciones, como obedecer en todo momento las indicaciones de facultativos.

La pandemia cambió los derechos y obligaciones de las ciudadanías al pasar a ser todos tratados, implícitamente, como enfermos de mayor o menor intensidad, con grave perjuicio para su libertad. Pero, al igual que Hans Castorp, ciertos sectores se adaptaron al nuevo papel y ahora se resisten a regresar a la normalidad; a menos que se cumplan ciertas condiciones en realidad imposibles, como la eliminación del virus. Atrapados en un novedoso 'síndrome de Münchhausen social' que induce a confundir contagio y enfermedad abogan por el mantenimiento o intensificación de restricciones, vaticinando una ola tras otra, y culpan a la gente por hacer vida normal. Su actitud muestra una marcada asimetría: se alarman mucho cuando la incidencia aumenta un 1% pero aliviándose poco cuando disminuye otro 10%.

Estos sectores inmovilistas presionan para que la vacuna no cambie tampoco la consideración simbólica del sujeto, pregonando que su efecto es efímero o que 'nuevas variantes' escaparán a la inmunidad. Y, en este ámbito, los gobiernos también ofrecen señales añadidas contradictorias. Recomiendan a los vacunados no cambiar nada sus precauciones pero (al menos, en Europa) emiten ciertos 'pasaportes...' que otorgarían a las vacunas una validez administrativa equivalente al PCR negativo. 
   
 
  
Las autoridades debieron percibir la incoherencia que implica animar a la gente a vacunarse para luego comunicarles que nada cambia tras de los 'pinchazos'... No en vano, las restricciones se justificaron -como alguna vía- para contener la enfermedad… mientras se nos encontraba una vacuna.

EN BUSCA DE UN IMPOSIBLE RIESGO '0'

Por mucho que pregonen todo lo contrario, una vez vacunados los grupos de riesgo, la pandemia sanitaria entra en su recta final porque ello implica una sustancial caída de la mortalidad. Como puede observarse, las muertes por la Covid-19 en España se concentraban en mayores de 50 años. A partir de ahora, la incidencia pierde importancia como indicador diario de mayor gravedad, ya que sustancialmente descenderá la proporción de contagiados que desarrolle enfermedad grave. La vacuna no impide entrar en contacto con el virus; lo que reduce siempre considerablemente son sus efectos negativos, rompiendo la relación entre incidencia y mortalidad antes acostumbrada. Los ingresos hospitalarios, un más verdadero indicador de la enfermedad, medirán mejor la evolución de la pandemia.

Cometen un grave error de juicio quienes, sean expertos mediáticos, informadores, gobernantes o ciudadanos, se resisten a levantar las restricciones mientras el virus no se nos extinga ya. El riesgo '0' es una quimera, un lugar perteneciente al mundo de la fantasía. Todos los años fallece gente por las causas más diversas hasta alcanzar, típicamente, el 0,9% de la población de cada país: muere un habitante de cada 110. En una época normal, las muertes en España alcanzan diariamente las 1.200, sin que ello nos genere gran alarma. Y '0 muertes' es un imposible tan evidente como que a todos nos llegará el turno algún día. 
     
  
El objetivo de riesgo '0' es resultado del evaluarse los peligros con erróneo enfoque puramente emocional, no racional. La literatura lo define como un sesgo cognitivo, o sea, un típico error sistemático en el que cae mucha gente. Se dice que es situacional, o completamente específico a un campo, porque estos sujetos desarrollan una especie de visión estrecha, siendo capaces de soportar riesgos muy superiores en otros ámbitos de la vida sin siquiera inmutarse. 

En 2020, el número de fallecidos por la Covid-19 fue inferior a los totales de cáncer o enfermedades coronarias, pero estas últimas muertes no alteran lo más mínimo a los adeptos al '0 Covid'. Una vez generalizado el pánico, no hay datos ni argumentos racionales capaces de convencer de sus errores a quien persigue la seguridad absoluta. Tampoco el hecho bien evidente de que los confinamientos incrementan sustancialmente las mortalidades por otras enfermedades. 

La pandemia sanitaria puede darse por finalizada cuando la inmunidad es suficiente para que el virus implique un riesgo controlado, comparable al de otras enfermedades similares. Pero la estrategia para salir de la pandemia social, que amenaza con mantener a los ciudadanos en un estado de permanente servidumbre, pasa por recuperar la racionalidad y ejercer un estricto autocontrol sobre el pánico. Quizá por ello, algunos historiadores señalan que las pandemias tienen dos tipos de finales: el sanitario, cuando las muertes caen de forma muy considerable, y el social, cuando la epidemia de miedo se disipa."

   
  
Alguna vez tendremos que decidirnos, y afrontar en Serio tan suicida disparate, si no queremos perdernos ya -¡la Vida!- para siempre...
   
 
        
      
El Tribunal Constitucional "resuelve" 
sobre un 1er. Estado de Alarma -del 
2020- cuando ha ya expirado el otro 
(¡hasta más de medio año!), en 2021,
una vez que caducó el reclamarse...
 
Véase la burla con una Justicia n@
Independiente en el actual Régimen
partidista pero Sin la Separación de
Poderes: se convocaba Reunión del
alto Tribunal [que podría sentenciar]
sobre 'Inconstitucionalidad' en aquel
'Estado de Alarma' (inicial) del 2020
justo al siguiente mes de cumplido
1 Año: plazo en el cual ha prescrito
'demandar' todas responsabilidades
[esto es tras del 21 de Junio]... Y lo
del otro "Estado de Alarma" reciente
por 6 meses y medio hasta el último
9 de Mayo sigue aplazado, hacia su
futura 'prescripción'... ¡Todo ello por
"repartirse" Tribunal Constitucional
esos mismos partidos con 'mandos
en plazas' del Estado+CCAA cuyos
desafueros deberían ser juzgados:
sólo Vox recurrió lo de UPPSOERC
usándose -también- al Parlamento
& Poder Judicial como 'cómplices'
por su pasividad in-accionando...!
   


martes, 10 de agosto de 2021

'La conciencia de las cosas', por Alan Watts (mensaje ante una era con incertidumbres)

 
Según ya nos lo expuso Lao-tzé, aquel viejo maestro en el pensar ordinario sobre las búsquedas de... seguridades, "para conocer la verdad hay que liberarse del conocimiento". Así, pues, aquí ahora... 


"¿Cómo vamos a reparar la brecha entre algún «Yo» y otro «yo», el cerebro y su cuerpo, hombre y naturaleza, poniendo fin a todos los círculos viciosos que produce? ¿Cómo vamos a experimentar la vida como algo distinto a una trampa de miel en la que somos moscas que se debaten en vano? ¿Cómo vamos a encontrar seguridades y paz de los espíritus en un mundo cuya misma naturaleza sería la inseguridad, la impermanencia y el cambio incesante? Todas estas preguntas exigen un método y un curso de acción. Al mismo tiempo, todas ellas muestran que el problema no se ha comprendido. No necesitamos acción..., todavía no; lo que necesitamos es más luz.
 
La luz, en este contexto, significa conciencia: tener conciencia de la vida, de la experiencia tal como es en este momento, sin ningún juicio o idea al respecto. En otras palabras, uno ha de ver y sentir lo que va experimentándose tal como es, y no como se le nombra. Esta sencilla acción de «abrir los ojos» produce la transformación más extraordinaria de la comprensión y la vida, mostrando que muchos de nuestros problemas más desconcertantes pura ilusión son...

La verdad se revela eliminando cosas que resaltan bajo su luz, un arte parecido al de la escultura, en el cual el artista crea, no construyendo, sino eliminando material (...) Desde un principio debe ser evidente cómo existe contradicción en el deseo de tener una seguridad perfecta en el universo cuya misma naturaleza es lo momentáneo y la fluidez, pero la contradicción va un poco más allá del mero conflicto entre el deseo de seguridad y el hecho del cambio. 

Si quiero estar seguro, es decir quedarme del flujo de la misma 'protegido', tengo que estar separado de la vida. Y, no obstante, esta misma sensación del estar separado es lo que me hace sentir inseguro. Estar seguro significa aislar y fortalecer el «Yo», pero es precisamente la sensación de ser solo algún «Yo» aislado lo que hace que me sienta solo y amedrentado. En otras palabras, cuanta más seguridad pueda obtener, más querré todavía. 

Para decirlo de un modo más sencillo: desear seguridad y sentir inseguridad una misma cosa son. Retener el aliento es perderlo. Una sociedad basada en la búsqueda de seguridad no es más que un concurso de retención del aliento en el que cada uno está tenso como un tambor y morado como una remolacha. 

Buscamos esta seguridad fortificándonos y encerrándonos de innumerables maneras. Queremos la protección de ser «exclusivos» y «especiales», tratamos de pertenecer a la iglesia más segura, la mejor nación, la clase más alta, el grupo apropiado y la gente «bien». Estas defensas llevan a muchas divisiones entre nosotros, y así, llegamos a más inseguridad exigiendo más defensas. Desde luego, todo esto se hace en la creencia sincera de que tratamos de hacer las cosas adecuadas y vivir del mejor modo posible; pero también esto es una contradicción. 

Sólo puedo pensar seriamente en tratar de vivir de acuerdo con un ideal, para mejorarme, si estoy dividido en dos. Tiene que haber un «Yo» bueno que va a mejorar al «yo» malo... El «Yo», que tiene las mejores intenciones, tratará de enderezar al «yo» díscolo, y el forcejeo entre los dos recalcará en gran manera la diferencia entre ellos. 

En consecuencia, el «Yo»... se sentirá más separado que nunca, y se limitará a aumentar los sentimientos de soledad y desconexión causantes de que el «yo» se comporte tan mal. Difícilmente podemos empezar a considerar este problema si no queda claro que el ansia de seguridad es en sí misma dolorosa y contradictoria, y que cuanto más la buscamos, más dolorosa resulta. Esto es cierto para todas las formas en que pueda concebirse la seguridad.

Uno quiere ser feliz y olvidarse de sí mismo, pero cuanto más lo intenta, tanto más recuerda al yo que quiere olvidar; quiere huir del dolor, pero cuanto más se debate para librarse de las sensaciones dolorosas, más se inflaman éstas; tiene miedo y quiere ser valiente, pero el esfuerzo para ser valiente es el temor que trata de huir de sí mismo; quiere la paz de espíritu, pero el intento de apaciguarlo es como tratar de sosegar las olas con una plancha para ropa. Todos estamos familiarizados con esta especie de círculo vicioso en forma de preocupación. 

Sabemos que preocuparnos es fútil, pero seguimos haciéndolo porque el hecho de llamarlo fútil no lo impide. Nos preocupamos porque nos sentimos inseguros y queremos la seguridad. Sin embargo, es perfectamente inútil decir que no deberíamos querer la seguridad. Aplicar insultos a un deseo no sirve para librarse de él. Que no existe la seguridad... es lo que habremos de llegar a descubrir: que buscarla es doloroso y que, cuando imaginamos haberla encontrado, no nos gusta. En otras palabras, si podemos comprender realmente cómo es lo que buscamos -que la seguridad es aislamiento y lo que nos hacemos a nosotros mismos cuando la buscamos- veremos cuánto no la queremos, en absoluto. Nadie tiene que decirnos que no hemos de retener el aliento durante diez minutos. Sabemos que no nos es posible hacerlo y que el intento sería de lo más desagradable.

Lo principal es comprender que no hay ninguna seguridad. Uno de los peores círculos viciosos es el problema del alcohólico. En muchísimos casos, sabe que se está destruyendo, que, para él, el licor es un veneno, que detesta realmente estar borracho y hasta le disgusta el sabor del licor. Y sin embargo bebe, puesto que, por mucho que le desagrade, la experiencia de no beber es peor: le sume en los «horrores», porque se encuentra cara a cara con la inseguridad básica y desvelada del mundo; en eso radica el meollo del asunto. Enfrentarse a la seguridad no significa entenderla.

Para comprender lo inseguro no hay que buscar enfrentarse a ello, sino sólo incorporar la inseguridad a uno mismo... Es como el relato persa del sabio que llegó a las puertas del cielo y llamó. Al otro lado, la voz de Dios le preguntó: «Quién está ahí?», y el sabio respondió: «Soy yo». La voz replicó: «En esta Casa no hay sitio para ti y para mí». El sabio se marchó y pasó muchos años meditando profundamente en esta respuesta. Volvió al cielo por segunda vez, la voz le hizo la misma pregunta y de nuevo el sabio respondió: «Soy yo.» La puerta siguió cerrada. Al cabo de unos años volvió por tercera vez y, cuando llamó a la puerta, la voz le preguntó una vez más: «Quién está ahí?» Y el sabio gritó: «¡Eres tú mismo!». La puerta se abrió. 

Comprender que no hay seguridad es mucho más que estar de acuerdo con la teoría de que todas las cosas cambian, más incluso que observar la transitoriedad de la vida. La noción de seguridad se basa en la sensación de que hay en nosotros algo que es permanente, algo que se mantiene inmutable a través de los años y los cambios de la vida. Nos esforzamos para asegurar la permanencia, la continuidad y la seguridad de ese núcleo duradero, ese centro y alma de nuestro ser que llamamos «Yo», pues creemos que eso constituye el hombre auténtico, el que piensa nuestros pensamientos, el que siente nuestros sentimientos y el que conoce nuestro conocimiento. No comprenderemos realmente que la seguridad es una quimera... hasta darnos cuenta de cómo el «Yo» no existe.

La comprensión tiene lugar a través de la conciencia. ¿Podemos entonces abordar nuestra experiencia, nuestras sensaciones, sentimientos y pensamientos, con toda sencillez, como si nunca los hubiéramos conocido hasta ahora, y, sin prejuicios, observar lo que sucede? Quizá se pregunte usted: «¿Qué experiencias, sensaciones y sentimientos debemos observar?» Y yo responderé: «¿Cuáles puede usted observar?» La respuesta es que debe observar aquellos que tiene ahora.

Sin duda esto es bastante evidente, pero con frecuencia las cosas muy evidentes se pasan por alto. Si un sentimiento no está presente, no somos conscientes de él. No hay más experiencia que la presente. Lo que sabemos, aquello de lo que tenemos realmente conciencia, es sólo lo que está sucediendo en este momento, y nada más.

Pero, ¿y los recuerdos? ¿No es evidente que, mediante el recuerdo, puedo conocer lo que ya pertenece al pasado? Muy bien, recuerde algo, por ejemplo, el incidente de ver a un amigo paseando por la calle. ¿De qué tiene usted conciencia? No está viendo el hecho verdadero del amigo que camina por la calle. No puede acercarse a él y estrecharle la mano, u obtener una respuesta a una pregunta que se olvidó de formularle en el pasado que usted recuerda. En otras palabras, usted no observa en absoluto el pasado real, sólo rastro que resta hoy presente de lo previo.

Es como ver las huellas de un ave en la arena. Veo las huellas presentes, pero no veo al mismo tiempo al ave que imprimió esas huellas una hora antes. El ave ha volado y no tengo conciencia de ella. Infiero de las huellas que ahí hubo un ave. Inferimos de los recuerdos que ha habido acontecimientos pasados, pero no vamos a ser conscientes de ningún acontecimiento pasado: sólo conocemos pasado en el presente y como su parte...
   
  
Vemos, pues, que nuestra experiencia es por completo momentánea. Desde un punto de vista, cada momento es tan elusivo y tan breve que ni siquiera podemos pensar en él antes de que haya pasado. Desde otro punto de vista, este momento está siempre aquí, ya que el único momento que conocemos es el momento presente, que siempre agoniza, siempre se convierte en pasado con más rapidez de lo que puede concebir la imaginación. No obstante, al mismo tiempo está ya naciendo siempre y es nuevo, emerge rápidamente de este desconocido absoluto que llamamos el futuro. Pensar en ello casi nos quita la respiración.

Decir que la experiencia es momentánea es tanto como decir que la experiencia y el momento presente son lo mismo. Decir que este momento siempre agoniza o en pasado se convierte, y está siempre naciendo o saliendo de lo desconocido, es decir lo mismo de la experiencia. La experiencia que uno ha tenido se ha desvanecido de un modo irrecuperable, y todo lo que queda de ella es una especie de estela o huella en el presente, que es lo que llamamos memoria. Si bien puede suponerse qué experiencia vendrá a continuación, la verdad es que no lo sabemos. Podría suceder cualquier cosa. Pero la experiencia que tiene lugar ahora es, por así decirlo, un niño recién nacido que se desvanece incluso antes de que pueda empezar a crecer.

Mientras está usted observando esta experiencia presente, ¿puede ser consciente de que alguien la observa? ¿Descubrir el experimentador, además de la experiencia y en ella? ¿Puede, al mismo tiempo, leer esta frase y pensar en usted mismo mientras la lee? Observará que, para pensar en usted mismo leyendo la frase, debe interrumpir la lectura por un breve instante. La primera experiencia es la lectura y la segunda el pensamiento «estoy leyendo». ¿Puede descubrir algún pensador que tenga el pensamiento «estoy leyendo»? En otras palabras, cuando la experiencia presente es el pensamiento «estoy leyendo», ¿puede pensar en sí mismo teniendo este pensamiento?

Una vez más, debe usted dejar de pensar «estoy leyendo». Entonces pasa a una tercera experiencia, que es el pensamiento: «Estoy pensando que estoy leyendo». No permita que le engañe la rapidez con que pueden cambiar estos pensamientos, haciéndole creer que los piensa todos a la vez. Pero, ¿qué ha sucedido? En ningún momento, jamás ha podido usted separarse de su presente pensamiento, ni de su experiencia presente. La primera experiencia presente era leer. Cuando trató de pensar en usted mismo leyendo, la experiencia cambió, y la siguiente experiencia presente fue el pensamiento «estoy leyendo». No pudo separarse de esta experiencia sin pasar a la otra. Y cuando pensaba «estoy leyendo esta frase» ya no la leía. 

En otras palabras, en cada experiencia presente sólo era consciente de esa experiencia, y jamás del ser consciente. Nunca podía separar el pensador del pensamiento, el conocedor de lo conocido. Todo lo que encontraba era un nuevo pensamiento, una nueva experiencia. Así pues, el ser conscientes es tener conciencia de formas en la experiencia: pensamientos, sentimientos, sensaciones, deseos y todas las demás. Jamás, en ningún momento, somos conscientes de algo que no sea experiencia, ni un pensamiento o una sensación; sino alguien que piensa, experimenta o siente. Si esto es así, ¿qué nos hace creer que tal cosa existe? 

Podríamos decir, por ejemplo, que el «Yo» que piensa es este cuerpo y cerebro físicos. Pero este cuerpo no está en modo alguno separado de sus pensamientos y sensaciones. Cuando tenemos una sensación, por ejemplo, de tacto, esa sensación forma parte de nuestro cuerpo. Mientras la sensación continúa, no podemos separar el cuerpo de ella, de la misma manera que no podemos alejarnos de un dolor de cabeza o de nuestros propios pies. Mientras esté presente, esa sensación es nuestro cuerpo, está en nosotros. Podemos apartarlo de una silla incómoda, pero no podemos separar el cuerpo y la sensación de una silla.

La noción sobre un pensador separado y distinto de la experiencia, el «Yo», procede de memoria (imaginando conocer, también) y la rapidez con que cambia el pensamiento. Es como hacer girar una tea encendida para producir la ilusión de un círculo de fuego continuo. Si asumimos que la rememoración es un conocimiento directo del pasado más que una experiencia presente, tenemos la ilusión de conocer el pasado y el presente al mismo tiempo. Esto sugiere que hay algo en nosotros que difiere de las experiencias tanto pasadas como presentes. Razonamos: «Conozco esta experiencia y es diferente de la experiencia pasada. Si puedo comparar las dos, y observar cómo la experiencia ha cambiado, debería ser algo constante y separado».

Pero, de hecho, no podemos comparar esta experiencia presente con una experiencia pasada. Sólo podemos compararla con un recuerdo del pasado, que es una parte de la experiencia presente. Cuando vemos claramente que la memoria es una forma de experiencia presente, es evidente que tratar de separarnos de esta experiencia es tan imposible como tratar de hacer que los dientes se muerdan a sí mismos. Hay simplemente experiencia. ¡No hay algo ni alguien experimentando la experiencia! 

No sentimos los sentimientos, pensamos los pensamientos o percibimos las sensaciones más de lo que oímos el oído, vemos la vista u olemos el olfato. «Me encuentro bien» significa que está presente una sensación de bienestar, no que exista algo llamado «Yo» y una entidad separada llamada sensación, de modo que cuando las unimos este «Yo» siente la sensación de bienestar. No hay más sensaciones que las presentes, y toda sensación presente es «Yo». Nadie podría encontrar un «Yo» separado de alguna experiencia presente, no hay separados «Yo» y experiencias, lo mismo son ambas cosas.

Como mero argumento filosófico, esto es una pérdida de tiempo. No tratamos de tener una «discusión intelectual», sino que somos conscientes del hecho de que cualquier «Yo» independiente que tiene pensamientos y experiencias es una ilusión. Comprender esto es darse cuenta de que la vida es por entero momentánea, que no hay permanencia ni seguridad y no existe ningún «Yo» al cual se pueda proteger.

Hay un relato chino sobre alguien que se presentó ante un gran sabio y le dijo: «No tengo paz de espíritu; por favor, pacifícamelo». El sabio le respondió: «Tráeme tu mente (tu “Yo”) y lo pacificaré». El hombre replicó: «Durante todos estos años he buscado mi espíritu, pero no puede encontrarlo». «Entonces está pacificado, respondió el sabio.

El verdadero motivo por el que la vida humana puede ser tan exasperante y frustrante no es la existencia de hechos llamados muerte, dolor, temor o hambre. Lo absurdo del asunto es que cuando tales hechos están presentes, damos vueltas, nos movemos inquietos, nos contorsionamos y arremolinamos, tratando de extraer el «Yo» de la experiencia. Actuamos como si fuéramos amebas y tratamos de protegernos de la vida dividiéndonos en dos. La cordura o integración, como la entereza, radica en percibir que no estamos divididos, pues el hombre y su experiencia presente son la misma cosa; no pueden encontrarse ningún «Yo» ni mente separados.

Mientras permanece la noción de que estoy separado de mi experiencia, hay confusión y tumulto. Esta es la causa de que no exista conciencia ni comprensión de la experiencia y, por ello, ninguna posibilidad real de asimilarla. Para comprender este momento no debo tratar de separarme de él, sino que he de ser consciente de él con todo mi ser. Esto, como no retener el aliento durante diez minutos, no es algo que debería hacer. En realidad, es lo único que puedo hacer. Todo lo demás es la locura de intentar algo imposible.

Para comprender la música, hay que escucharla, pero mientras pensamos «[Yo] estoy escuchando esta música», no la escuchamos. Para comprender la alegría o el miedo, hay que ser conscientes de ello de un modo total, sin divisiones. Mientras lo llamemos de un modo u otro y digamos «soy feliz» o «tengo miedo», no somos conscientes de ello. El temor, el dolor, el pesar y el hastío seguirán siendo problemas si no los comprendemos; pero comprender requiere una mente única, no dividida

El significado del extraño dicho 'si tus ojos son únicos, tu cuerpo entero va lleno de luz' es, como no cabría duda ya, éste."