martes, 10 de agosto de 2021

'La conciencia de las cosas', por Alan Watts (mensaje ante una era con incertidumbres)

 
Según ya nos lo expuso Lao-tzé, aquel viejo maestro en el pensar ordinario sobre las búsquedas de... seguridades, "para conocer la verdad hay que liberarse del conocimiento". Así, pues, aquí ahora... 


"¿Cómo vamos a reparar la brecha entre algún «Yo» y otro «yo», el cerebro y su cuerpo, hombre y naturaleza, poniendo fin a todos los círculos viciosos que produce? ¿Cómo vamos a experimentar la vida como algo distinto a una trampa de miel en la que somos moscas que se debaten en vano? ¿Cómo vamos a encontrar seguridades y paz de los espíritus en un mundo cuya misma naturaleza sería la inseguridad, la impermanencia y el cambio incesante? Todas estas preguntas exigen un método y un curso de acción. Al mismo tiempo, todas ellas muestran que el problema no se ha comprendido. No necesitamos acción..., todavía no; lo que necesitamos es más luz.
 
La luz, en este contexto, significa conciencia: tener conciencia de la vida, de la experiencia tal como es en este momento, sin ningún juicio o idea al respecto. En otras palabras, uno ha de ver y sentir lo que va experimentándose tal como es, y no como se le nombra. Esta sencilla acción de «abrir los ojos» produce la transformación más extraordinaria de la comprensión y la vida, mostrando que muchos de nuestros problemas más desconcertantes pura ilusión son...

La verdad se revela eliminando cosas que resaltan bajo su luz, un arte parecido al de la escultura, en el cual el artista crea, no construyendo, sino eliminando material (...) Desde un principio debe ser evidente cómo existe contradicción en el deseo de tener una seguridad perfecta en el universo cuya misma naturaleza es lo momentáneo y la fluidez, pero la contradicción va un poco más allá del mero conflicto entre el deseo de seguridad y el hecho del cambio. 

Si quiero estar seguro, es decir quedarme del flujo de la misma 'protegido', tengo que estar separado de la vida. Y, no obstante, esta misma sensación del estar separado es lo que me hace sentir inseguro. Estar seguro significa aislar y fortalecer el «Yo», pero es precisamente la sensación de ser solo algún «Yo» aislado lo que hace que me sienta solo y amedrentado. En otras palabras, cuanta más seguridad pueda obtener, más querré todavía. 

Para decirlo de un modo más sencillo: desear seguridad y sentir inseguridad una misma cosa son. Retener el aliento es perderlo. Una sociedad basada en la búsqueda de seguridad no es más que un concurso de retención del aliento en el que cada uno está tenso como un tambor y morado como una remolacha. 

Buscamos esta seguridad fortificándonos y encerrándonos de innumerables maneras. Queremos la protección de ser «exclusivos» y «especiales», tratamos de pertenecer a la iglesia más segura, la mejor nación, la clase más alta, el grupo apropiado y la gente «bien». Estas defensas llevan a muchas divisiones entre nosotros, y así, llegamos a más inseguridad exigiendo más defensas. Desde luego, todo esto se hace en la creencia sincera de que tratamos de hacer las cosas adecuadas y vivir del mejor modo posible; pero también esto es una contradicción. 

Sólo puedo pensar seriamente en tratar de vivir de acuerdo con un ideal, para mejorarme, si estoy dividido en dos. Tiene que haber un «Yo» bueno que va a mejorar al «yo» malo... El «Yo», que tiene las mejores intenciones, tratará de enderezar al «yo» díscolo, y el forcejeo entre los dos recalcará en gran manera la diferencia entre ellos. 

En consecuencia, el «Yo»... se sentirá más separado que nunca, y se limitará a aumentar los sentimientos de soledad y desconexión causantes de que el «yo» se comporte tan mal. Difícilmente podemos empezar a considerar este problema si no queda claro que el ansia de seguridad es en sí misma dolorosa y contradictoria, y que cuanto más la buscamos, más dolorosa resulta. Esto es cierto para todas las formas en que pueda concebirse la seguridad.

Uno quiere ser feliz y olvidarse de sí mismo, pero cuanto más lo intenta, tanto más recuerda al yo que quiere olvidar; quiere huir del dolor, pero cuanto más se debate para librarse de las sensaciones dolorosas, más se inflaman éstas; tiene miedo y quiere ser valiente, pero el esfuerzo para ser valiente es el temor que trata de huir de sí mismo; quiere la paz de espíritu, pero el intento de apaciguarlo es como tratar de sosegar las olas con una plancha para ropa. Todos estamos familiarizados con esta especie de círculo vicioso en forma de preocupación. 

Sabemos que preocuparnos es fútil, pero seguimos haciéndolo porque el hecho de llamarlo fútil no lo impide. Nos preocupamos porque nos sentimos inseguros y queremos la seguridad. Sin embargo, es perfectamente inútil decir que no deberíamos querer la seguridad. Aplicar insultos a un deseo no sirve para librarse de él. Que no existe la seguridad... es lo que habremos de llegar a descubrir: que buscarla es doloroso y que, cuando imaginamos haberla encontrado, no nos gusta. En otras palabras, si podemos comprender realmente cómo es lo que buscamos -que la seguridad es aislamiento y lo que nos hacemos a nosotros mismos cuando la buscamos- veremos cuánto no la queremos, en absoluto. Nadie tiene que decirnos que no hemos de retener el aliento durante diez minutos. Sabemos que no nos es posible hacerlo y que el intento sería de lo más desagradable.

Lo principal es comprender que no hay ninguna seguridad. Uno de los peores círculos viciosos es el problema del alcohólico. En muchísimos casos, sabe que se está destruyendo, que, para él, el licor es un veneno, que detesta realmente estar borracho y hasta le disgusta el sabor del licor. Y sin embargo bebe, puesto que, por mucho que le desagrade, la experiencia de no beber es peor: le sume en los «horrores», porque se encuentra cara a cara con la inseguridad básica y desvelada del mundo; en eso radica el meollo del asunto. Enfrentarse a la seguridad no significa entenderla.

Para comprender lo inseguro no hay que buscar enfrentarse a ello, sino sólo incorporar la inseguridad a uno mismo... Es como el relato persa del sabio que llegó a las puertas del cielo y llamó. Al otro lado, la voz de Dios le preguntó: «Quién está ahí?», y el sabio respondió: «Soy yo». La voz replicó: «En esta Casa no hay sitio para ti y para mí». El sabio se marchó y pasó muchos años meditando profundamente en esta respuesta. Volvió al cielo por segunda vez, la voz le hizo la misma pregunta y de nuevo el sabio respondió: «Soy yo.» La puerta siguió cerrada. Al cabo de unos años volvió por tercera vez y, cuando llamó a la puerta, la voz le preguntó una vez más: «Quién está ahí?» Y el sabio gritó: «¡Eres tú mismo!». La puerta se abrió. 

Comprender que no hay seguridad es mucho más que estar de acuerdo con la teoría de que todas las cosas cambian, más incluso que observar la transitoriedad de la vida. La noción de seguridad se basa en la sensación de que hay en nosotros algo que es permanente, algo que se mantiene inmutable a través de los años y los cambios de la vida. Nos esforzamos para asegurar la permanencia, la continuidad y la seguridad de ese núcleo duradero, ese centro y alma de nuestro ser que llamamos «Yo», pues creemos que eso constituye el hombre auténtico, el que piensa nuestros pensamientos, el que siente nuestros sentimientos y el que conoce nuestro conocimiento. No comprenderemos realmente que la seguridad es una quimera... hasta darnos cuenta de cómo el «Yo» no existe.

La comprensión tiene lugar a través de la conciencia. ¿Podemos entonces abordar nuestra experiencia, nuestras sensaciones, sentimientos y pensamientos, con toda sencillez, como si nunca los hubiéramos conocido hasta ahora, y, sin prejuicios, observar lo que sucede? Quizá se pregunte usted: «¿Qué experiencias, sensaciones y sentimientos debemos observar?» Y yo responderé: «¿Cuáles puede usted observar?» La respuesta es que debe observar aquellos que tiene ahora.

Sin duda esto es bastante evidente, pero con frecuencia las cosas muy evidentes se pasan por alto. Si un sentimiento no está presente, no somos conscientes de él. No hay más experiencia que la presente. Lo que sabemos, aquello de lo que tenemos realmente conciencia, es sólo lo que está sucediendo en este momento, y nada más.

Pero, ¿y los recuerdos? ¿No es evidente que, mediante el recuerdo, puedo conocer lo que ya pertenece al pasado? Muy bien, recuerde algo, por ejemplo, el incidente de ver a un amigo paseando por la calle. ¿De qué tiene usted conciencia? No está viendo el hecho verdadero del amigo que camina por la calle. No puede acercarse a él y estrecharle la mano, u obtener una respuesta a una pregunta que se olvidó de formularle en el pasado que usted recuerda. En otras palabras, usted no observa en absoluto el pasado real, sólo rastro que resta hoy presente de lo previo.

Es como ver las huellas de un ave en la arena. Veo las huellas presentes, pero no veo al mismo tiempo al ave que imprimió esas huellas una hora antes. El ave ha volado y no tengo conciencia de ella. Infiero de las huellas que ahí hubo un ave. Inferimos de los recuerdos que ha habido acontecimientos pasados, pero no vamos a ser conscientes de ningún acontecimiento pasado: sólo conocemos pasado en el presente y como su parte...
   
  
Vemos, pues, que nuestra experiencia es por completo momentánea. Desde un punto de vista, cada momento es tan elusivo y tan breve que ni siquiera podemos pensar en él antes de que haya pasado. Desde otro punto de vista, este momento está siempre aquí, ya que el único momento que conocemos es el momento presente, que siempre agoniza, siempre se convierte en pasado con más rapidez de lo que puede concebir la imaginación. No obstante, al mismo tiempo está ya naciendo siempre y es nuevo, emerge rápidamente de este desconocido absoluto que llamamos el futuro. Pensar en ello casi nos quita la respiración.

Decir que la experiencia es momentánea es tanto como decir que la experiencia y el momento presente son lo mismo. Decir que este momento siempre agoniza o en pasado se convierte, y está siempre naciendo o saliendo de lo desconocido, es decir lo mismo de la experiencia. La experiencia que uno ha tenido se ha desvanecido de un modo irrecuperable, y todo lo que queda de ella es una especie de estela o huella en el presente, que es lo que llamamos memoria. Si bien puede suponerse qué experiencia vendrá a continuación, la verdad es que no lo sabemos. Podría suceder cualquier cosa. Pero la experiencia que tiene lugar ahora es, por así decirlo, un niño recién nacido que se desvanece incluso antes de que pueda empezar a crecer.

Mientras está usted observando esta experiencia presente, ¿puede ser consciente de que alguien la observa? ¿Descubrir el experimentador, además de la experiencia y en ella? ¿Puede, al mismo tiempo, leer esta frase y pensar en usted mismo mientras la lee? Observará que, para pensar en usted mismo leyendo la frase, debe interrumpir la lectura por un breve instante. La primera experiencia es la lectura y la segunda el pensamiento «estoy leyendo». ¿Puede descubrir algún pensador que tenga el pensamiento «estoy leyendo»? En otras palabras, cuando la experiencia presente es el pensamiento «estoy leyendo», ¿puede pensar en sí mismo teniendo este pensamiento?

Una vez más, debe usted dejar de pensar «estoy leyendo». Entonces pasa a una tercera experiencia, que es el pensamiento: «Estoy pensando que estoy leyendo». No permita que le engañe la rapidez con que pueden cambiar estos pensamientos, haciéndole creer que los piensa todos a la vez. Pero, ¿qué ha sucedido? En ningún momento, jamás ha podido usted separarse de su presente pensamiento, ni de su experiencia presente. La primera experiencia presente era leer. Cuando trató de pensar en usted mismo leyendo, la experiencia cambió, y la siguiente experiencia presente fue el pensamiento «estoy leyendo». No pudo separarse de esta experiencia sin pasar a la otra. Y cuando pensaba «estoy leyendo esta frase» ya no la leía. 

En otras palabras, en cada experiencia presente sólo era consciente de esa experiencia, y jamás del ser consciente. Nunca podía separar el pensador del pensamiento, el conocedor de lo conocido. Todo lo que encontraba era un nuevo pensamiento, una nueva experiencia. Así pues, el ser conscientes es tener conciencia de formas en la experiencia: pensamientos, sentimientos, sensaciones, deseos y todas las demás. Jamás, en ningún momento, somos conscientes de algo que no sea experiencia, ni un pensamiento o una sensación; sino alguien que piensa, experimenta o siente. Si esto es así, ¿qué nos hace creer que tal cosa existe? 

Podríamos decir, por ejemplo, que el «Yo» que piensa es este cuerpo y cerebro físicos. Pero este cuerpo no está en modo alguno separado de sus pensamientos y sensaciones. Cuando tenemos una sensación, por ejemplo, de tacto, esa sensación forma parte de nuestro cuerpo. Mientras la sensación continúa, no podemos separar el cuerpo de ella, de la misma manera que no podemos alejarnos de un dolor de cabeza o de nuestros propios pies. Mientras esté presente, esa sensación es nuestro cuerpo, está en nosotros. Podemos apartarlo de una silla incómoda, pero no podemos separar el cuerpo y la sensación de una silla.

La noción sobre un pensador separado y distinto de la experiencia, el «Yo», procede de memoria (imaginando conocer, también) y la rapidez con que cambia el pensamiento. Es como hacer girar una tea encendida para producir la ilusión de un círculo de fuego continuo. Si asumimos que la rememoración es un conocimiento directo del pasado más que una experiencia presente, tenemos la ilusión de conocer el pasado y el presente al mismo tiempo. Esto sugiere que hay algo en nosotros que difiere de las experiencias tanto pasadas como presentes. Razonamos: «Conozco esta experiencia y es diferente de la experiencia pasada. Si puedo comparar las dos, y observar cómo la experiencia ha cambiado, debería ser algo constante y separado».

Pero, de hecho, no podemos comparar esta experiencia presente con una experiencia pasada. Sólo podemos compararla con un recuerdo del pasado, que es una parte de la experiencia presente. Cuando vemos claramente que la memoria es una forma de experiencia presente, es evidente que tratar de separarnos de esta experiencia es tan imposible como tratar de hacer que los dientes se muerdan a sí mismos. Hay simplemente experiencia. ¡No hay algo ni alguien experimentando la experiencia! 

No sentimos los sentimientos, pensamos los pensamientos o percibimos las sensaciones más de lo que oímos el oído, vemos la vista u olemos el olfato. «Me encuentro bien» significa que está presente una sensación de bienestar, no que exista algo llamado «Yo» y una entidad separada llamada sensación, de modo que cuando las unimos este «Yo» siente la sensación de bienestar. No hay más sensaciones que las presentes, y toda sensación presente es «Yo». Nadie podría encontrar un «Yo» separado de alguna experiencia presente, no hay separados «Yo» y experiencias, lo mismo son ambas cosas.

Como mero argumento filosófico, esto es una pérdida de tiempo. No tratamos de tener una «discusión intelectual», sino que somos conscientes del hecho de que cualquier «Yo» independiente que tiene pensamientos y experiencias es una ilusión. Comprender esto es darse cuenta de que la vida es por entero momentánea, que no hay permanencia ni seguridad y no existe ningún «Yo» al cual se pueda proteger.

Hay un relato chino sobre alguien que se presentó ante un gran sabio y le dijo: «No tengo paz de espíritu; por favor, pacifícamelo». El sabio le respondió: «Tráeme tu mente (tu “Yo”) y lo pacificaré». El hombre replicó: «Durante todos estos años he buscado mi espíritu, pero no puede encontrarlo». «Entonces está pacificado, respondió el sabio.

El verdadero motivo por el que la vida humana puede ser tan exasperante y frustrante no es la existencia de hechos llamados muerte, dolor, temor o hambre. Lo absurdo del asunto es que cuando tales hechos están presentes, damos vueltas, nos movemos inquietos, nos contorsionamos y arremolinamos, tratando de extraer el «Yo» de la experiencia. Actuamos como si fuéramos amebas y tratamos de protegernos de la vida dividiéndonos en dos. La cordura o integración, como la entereza, radica en percibir que no estamos divididos, pues el hombre y su experiencia presente son la misma cosa; no pueden encontrarse ningún «Yo» ni mente separados.

Mientras permanece la noción de que estoy separado de mi experiencia, hay confusión y tumulto. Esta es la causa de que no exista conciencia ni comprensión de la experiencia y, por ello, ninguna posibilidad real de asimilarla. Para comprender este momento no debo tratar de separarme de él, sino que he de ser consciente de él con todo mi ser. Esto, como no retener el aliento durante diez minutos, no es algo que debería hacer. En realidad, es lo único que puedo hacer. Todo lo demás es la locura de intentar algo imposible.

Para comprender la música, hay que escucharla, pero mientras pensamos «[Yo] estoy escuchando esta música», no la escuchamos. Para comprender la alegría o el miedo, hay que ser conscientes de ello de un modo total, sin divisiones. Mientras lo llamemos de un modo u otro y digamos «soy feliz» o «tengo miedo», no somos conscientes de ello. El temor, el dolor, el pesar y el hastío seguirán siendo problemas si no los comprendemos; pero comprender requiere una mente única, no dividida

El significado del extraño dicho 'si tus ojos son únicos, tu cuerpo entero va lleno de luz' es, como no cabría duda ya, éste."      
    
   


4 comentarios:

  1. Necesitamos mirada crítica
    para re-pensarnos mucho...

    ¿Por qué trabajamos tanto?

    https://youtu.be/i4qUIT5ixMM

    "Trabajo: una Historia, sobre
    cómo empleamos el tiempo".

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. 12 años antes al actual libro de James Suzman

      http://duendesatiricodelasnoches.blogspot.com/2009/10/blog-post.html

      '69 Razones para No Trabajar En Demasía' [por
      cuentas ajenas] y especialmente con esta Crisis

      Eliminar
  2. Una persona inteligente puede racionalizar cualquier cosa, la persona sabia ni lo intenta...

    ResponderEliminar
  3. Asumir la inseguridad, crítica mente, como receta contra las trampas de todo bobalicón 'pensamiento positivo'...
    https://www.youtube.com/watch?v=kb9fpscybL0

    ResponderEliminar