miércoles, 20 de marzo de 2019

Frente a la "ciber-revolución" que se nos va viniendo encima... y sus graves amenazas...


Como nos ha hecho notar F. Moragón ('Transformaciones profundas y... ¿sin estar preparados?'), "estamos iniciando ya una auténtica ciberrevolución que está trasformando rápidamente nuestras vidas y cuyo máximo exponente e icono es la inteligencia artificial; pero no estamos ante una nueva revolución industrial. Las consecuencias de una revolución informática sin otra en lo industrial acompañándola van a ser dramáticas, con un coste social que todavía no estamos en condiciones de valorar, dada su enorme magnitud. La confusión que hay en torno a la revolución cibernética tiene su origen en un malentendido histórico que cabe remontar hasta la primera Revolución industrial. En concreto, a su misma denominación.
   
  
Todos sabemos a qué nos referimos cuando hablamos del acontecimiento histórico conocido como Revolución industrial; pero esta denominación llevó a caer en un error habitual, muy nefasto para entender lo que tal acontecimiento supuso y cuanto realmente fue. Y es que, lo que desencadenó el proceso que conocemos como revolución industrial y cambiaría el mundo para siempre -fue el suceso más importante de la historia desde la revolución neolítica- no fue sino una Revolución energética que provocó la posterior industrial. Sin ella tal cambio revolucionario no habría existido nunca.
   
La clave fue nuevo uso masivo del carbón aprovechando todo su potencial energético. Sin esto, las cosas hubieran continuado como hasta entonces. El carbón ya era conocido desde la antigüedad, así como algunas de sus propiedades, y, de hecho, se utilizaba en algunas regiones del mundo de manera marginal. Hasta la revolución energética del siglo XVIII, las principales fuentes de energía eran las producidas por el trabajo humano y el animal y por los 4 elementos de Empédocles: el agua, el viento, el fuego (teniendo como combustible la madera) y la tierra. 
  
Desde la revolución neolítica en el que aparecen todos ellos como formas de energía -a excepción del fuego que se venía usando desde hace, al menos, unos 500.000 años- lo que se produjo fue una optimización de estas fuentes a las que se les dio más usos y se mejoró extraordinariamente su eficacia: no hay más que comparar los relativamente sencillos barcos a vela egipcios del tercer milenio antes de Cristo con los sofisticados barcos mercantes y, sobre todo, de guerra del siglo XVIII. Pero ambos usaban la misma fuente de energía para propulsarse: el viento. Fue el carbón el que hizo posible la máquina de vapor, y no al revés.
   
Lo mismo sucede con la 2ª Revolución industrial: sin petróleo ni gas no hubiera sido posible la industria petroquímica, los coches, el alumbrado de las ciudades, los aviones y un largo etc., incluidos los cohetes espaciales. Conviene no olvidar que la energía eléctrica, imprescindible para el mundo actual, abarcando a los más inteligentes ordenadores y sin la cual no son capaces de funcionar convirtiéndose en un montón de chatarra inútil, se tiene que producir utilizando otras fuentes de energía: desde el agua de las centrales hidroeléctricas a la energía nuclear de fisión de las centrales nucleares pasando por las centrales de carbón, petróleo o gas, por ejemplo. A ello hay que añadir los enormes problemas que todavía sigue generándonos el almacenamiento de energía eléctrica.
  
Pues bien, a pesar de los importantes avances de las energías renovables en la producción de energía eléctrica y en la sustitución de las energías fósiles y de la energía nuclear de fisión, todavía estamos lejísimos de que estas u otras que podamos producir y controlar en el futuro, como la energía nuclear de fusión, remplacen a las viejas energías fósiles. Esta es la razón por la que, por mucha revolución informática que tengamos, si no va acompañada de alguna revolución energética solo provocará una catástrofe. Esta catástrofe se va a dar en una expulsión masiva de trabajadores del mercado laboral. 
 
De acuerdo con uno de los más destacados expertos mundiales en Inteligencia Artificial (IA), Kai Fu Lee, dentro de tan solo 15 años, el 40 % del trabajo en el mundo podría ser realizado por máquinas ya (Kai Fu Lee es escritor, capitalista de riesgo, un ex-vicepresidente de Google Inc. y alguien que acumula más de 30 años de experiencia en la IA).1
  
  
¿A qué se debe esto? Durante la primera Revolución industrial, la industrialización del campo con la consiguiente expulsión masiva de trabajadores agrícolas y pequeños propietarios de tierras pudo ser absorbida por la creciente industrialización entorno a las ciudades a pesar del empobrecimiento que supuso pasar del medio rural del Antiguo Régimen al medio urbano fabril del mundo moderno. Igualmente sucedió con la segunda Revolución industrial, el "excedente de población" pudo, en este caso, ser absorbido esencialmente por la expansión colonial y, posteriormente, por la creación de la cadena de montaje (fordismo), el incremento del sector terciario y la creación de un consumo de masas en Occidente. Todo ello porque teníamos una nueva revolución energética.
 
Nada, ni aun remotamente, parecido sucede ahora. La ciberrevolución va a expulsar a centenares de millones de trabajadores, tanto en el sector de la producción como, especialmente, en el de servicios, y no van a encontrar trabajo en ningún lado, puesto que no hay detrás ninguna nueva revolución energética que amplíe ámbito laboral como lo hicieron sus antecesoras.
  
Esto ya lo venimos viendo desde hace tiempo con la disminución creciente de la tasa ganancia2 y el traslado del capital de una forma masiva a los mercados financieros desregulados (financiarización de la economía capitalista), la reducción real de los salarios de los trabajadores en Occidente (precarización y aumento de la desigualdad social) y la deslocalización de la empresas occidentales hacía países emergentes (como el caso ejemplar de China). La crisis del 2008 no ha hecho más que agravar extraordinariamente esta tendencia.
 
Dos ejemplos paradigmáticos. Uno el de la exploración espacial. Desde el lanzamiento del primer cohete en 1956 con el famoso satélite soviético Sputnik hasta los más modernos sistemas de lanzamiento de hoy en día: como el cohete Soyuz FG y la nave tripulada Soyuz MS y los cohetes de la clase Angará rusos, pasando por el lanzador privado norteamericano Falcon de Space-X, el Atlas V de la Fuerza Aérea estadounidense o el cohete Larga Marcha CZ-5 chino, todos ellos tienen el mismo sistema básico de propulsión: los motores servidos por combustibles químicos. Es decir: estamos ante un cuello de botella energético desde hace más de 70 años ya pese a los motores iónicos o nucleares, por ejemplo, que tienen una utilidad muy limitada.
  
El otro es el de los reactores nucleares de fusión. Al menos desde los años setenta siempre estamos "a 50 años vista" de lograrlos, aunque vayan cayendo las décadas. De hecho, seguimos todavía en una fase inicial construyendo reactores experimentales como el ITER, que aún están muy lejos del conseguir eficiente reacción nuclear de fusión en la que las energías invertidas para su producción sean menores que lo producido por ésta y -además...- estable durante mucho tiempo.
  
Al final, a la Historia no le queda más remedio que someterse a la Física, y en concreto a la 2ª Ley de la Termodinámica, aquella que dice que un sistema cerrado tiende con el tiempo a aumentar su entropía. Por suerte, hay una manera temporal de cumplir con ella y conseguir un aumento de la complejidad para un sistema. Aun existiendo en un sistema-Universo cerrado, se puede ganar complejidad localmente cuando un sistema es capaz de intercambiar energía e información con el entorno. Es lo que hacen los seres vivos y sistemas sociales, ambos son complejos pero adaptativos. Y cuando encuentran una forma de utilizar dicha energía e información de una manera novedosa consiguen aumentar de modo espectacular su complejidad, surgiendo propiedades emergentes. Entonces, en la Historia, cuando los sistemas complejos adaptativos sociales aprenden a usar nuevas fuentes de energía aparecen la revolución neolítica y la primera y la segunda revolución industrial3
    
  
Pero como hemos contado, la ciberrevolución, al no estar acompañada de una revolución energética, no va a producir un aumento de la complejidad del sistema-mundo actual. Todo lo contrario. ¿Cuál puede ser la solución a este aparente callejón sin salida? Resetear el sistema. Ya lo hicimos, al menos una vez, con la crisis del 1929. A pesar del New Deal rooseveltiano, de las propuestas reformistas de Keynes y del nazismo, desde la Gran Depresión sólo se terminó saliendo a través de una guerra, la II Guerra Mundial.

Merece la pena detenernos un momento en el carácter capitalista del nazismo, algo que ha suscitado muchísimos debates; pero que la historiografía actual ha dejado bien claro... El nazismo fue una solución capitalista a la Gran Depresión; como ejemplo citamos este texto publicado en la obra “Los Fascismos Europeos” que dice: 

“Teníamos la impresión de que Hitler nos daría la posibilidad de un desarrollo sano. Y, por otra parte, lo hizo. Al principio votábamos por el partido popular, pero los conservadores no podían dirigir el país, eran demasiado débiles. En esa lucha implacable por mantenerse a flote, por el pan y por el poder, necesitábamos ser dirigidos por una mano fuerte y dura. Y la de Hitler lo era; después de los años pasados bajo su gobierno, todos nos encontrábamos mucho más satisfechos. Queríamos un sistema que funcionara bien, y que nos diese la ocasión de trabajar tranquilamente.
 
Y el oficial norteamericano le preguntó después: “¿qué piensa usted de las matanzas de judíos?” Krupp respondió: “ya he dicho que lo ignoraba todo a propósito de las matanzas de judíos, y he añadido además que, cuando se compra un buen caballo, no se le miran los pequeños defectos...”4
 
Tendemos a pensar como el 99,99 % de todas las gentes, por explicarlo en una manera simplificada; pero casi nunca nos paramos a pensar con otra lógica, del 0,01 % de la población mundial. Ese 0,01 %, que, a pesar de la crisis económica del 2008 y del enorme aumento de la desigualdad social, ha seguido ganando más dinero del que ganaba aún antes de la crisis. 
  
Desde la lógica del 99,99 % una guerra mundial sería un desastre de proporciones bíblicas, desde ese 0,01 % una guerra mundial puede ser la solución a sus problemas: la vuelta a una economía productiva que crezca a un buen ritmo después de una “destrucción creativa” y la salida de una economía ficticia totalmente financiarizada que terminará inevitablemente por estallar, y cuando lo haga, las empobrecidas masas de trabajadores occidentales, sin ya nada que perder, puedan provocar enormes revueltas que pongan en peligro sus bienes y personas. Al mismo tiempo se “resuelve” el problema del excedente de mano de obra que señalábamos anteriormente a través de la eliminación de los cientos de millones de trabajadores que sobran a los que se refería Kai Fu Lee y que si no acabarían provocando dichas revueltas sociales.

Es verdad que desde el final de la Segunda Guerra Mundial tenemos un gravísimo problema, las armas nucleares. Pero este problema, aunque muy difícil de soslayar, para dicho 0,01 % no representa un problema insalvable y piensa que puede mantenerse bajo control (armas nucleares de baja potencia, bombas termobáricas, doctrina del ataque global inmediato, sistema de defensa antimisiles, etc.). Es por ello, que vivimos en un momento histórico de extraordinaria peligrosidad, la mayor desde aquella crisis de los misiles en Cuba
  
No debe extrañarnos que los EE.UU. busquen desde hace décadas la superioridad nuclear por medio de un sistema de defensa antimisiles que les permita chantajear a Rusia, la otra gran potencia nuclear, con eliminar su capacidad de respuesta ante un ataque norteamericano. En el 0,01 % están dispuestos a todo con tal de seguir formando parte de tal exigua minoría privilegiada..."
       
(artículo en 'El Mundo Financiero', del 27.1.19)
     
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2 Véase: Roberts, Michael, 16.12.2018. La teoría económica al revés.  

3 Ver: Christian, David. Mapas del Tiempo Introducción a la “Gran Historia”. Ediciones Crítica Barcelona. 2005. Y Chaisson, Eric J., Cosmic Evolution. Harvard University Press 2001.

4 Hernández Sandoica, Elena. Los Fascismos Europeos. Ediciones Istmo, 1992. p. 123.