Como nos ha hecho notar F. Moragón ('Transformaciones profundas y... ¿sin estar preparados?'), "estamos iniciando ya
una auténtica ciberrevolución que está trasformando rápidamente
nuestras vidas y cuyo máximo exponente e icono es la inteligencia
artificial; pero no estamos ante una nueva revolución industrial. Las
consecuencias de una revolución informática sin otra en lo industrial acompañándola van a ser dramáticas, con un coste social que
todavía no estamos en condiciones de valorar, dada su enorme magnitud.
La confusión que hay en torno a la revolución cibernética tiene su origen en un
malentendido histórico que cabe remontar hasta la primera Revolución
industrial. En concreto, a su misma denominación.
Todos sabemos a qué nos referimos cuando hablamos del acontecimiento
histórico conocido como Revolución industrial; pero esta denominación llevó a caer en un error habitual, muy nefasto para entender lo que tal
acontecimiento supuso y cuanto realmente fue. Y
es que, lo que desencadenó el proceso que conocemos como revolución
industrial y cambiaría el mundo para siempre -fue el suceso más
importante de la historia desde la revolución neolítica- no fue sino una Revolución energética que provocó la
posterior industrial. Sin ella tal cambio revolucionario no habría
existido nunca.
La clave fue nuevo uso masivo del carbón aprovechando todo su potencial
energético. Sin esto, las cosas hubieran continuado como hasta entonces.
El carbón ya era conocido desde la antigüedad, así como algunas de sus
propiedades, y, de hecho, se utilizaba en algunas regiones del mundo de
manera marginal. Hasta la revolución energética del siglo XVIII, las
principales fuentes de energía eran las producidas por el trabajo humano
y el animal y por los 4 elementos de Empédocles: el agua, el
viento, el fuego (teniendo como combustible la madera) y la tierra.
Desde la revolución neolítica en el que aparecen todos ellos como formas
de energía -a excepción del fuego que se venía usando desde hace, al
menos, unos 500.000 años- lo que se produjo fue una optimización de
estas fuentes a las que se les dio más usos y se mejoró
extraordinariamente su eficacia: no hay más que comparar los
relativamente sencillos barcos a vela egipcios del tercer milenio antes
de Cristo con los sofisticados barcos mercantes y, sobre todo, de guerra
del siglo XVIII. Pero ambos usaban la misma fuente de energía para
propulsarse: el viento. Fue el carbón el que hizo posible la máquina de
vapor, y no al revés.
Lo mismo sucede con la 2ª Revolución industrial: sin petróleo ni
gas no hubiera sido posible la industria petroquímica, los coches, el
alumbrado de las ciudades, los aviones y un largo etc., incluidos los
cohetes espaciales. Conviene no olvidar que la energía eléctrica, imprescindible para el
mundo actual, abarcando a los más inteligentes ordenadores y sin la cual
no son capaces de funcionar convirtiéndose en un montón de chatarra
inútil, se tiene que producir utilizando otras fuentes de energía: desde
el agua de las centrales hidroeléctricas a la energía nuclear de fisión
de las centrales nucleares pasando por las centrales de carbón,
petróleo o gas, por ejemplo. A ello hay que añadir los enormes problemas
que todavía sigue generándonos el almacenamiento de energía eléctrica.
Pues bien, a pesar de los importantes avances de las energías
renovables en la producción de energía eléctrica y en la sustitución de
las energías fósiles y de la energía nuclear de fisión, todavía estamos
lejísimos de que estas u otras que podamos producir y controlar en el
futuro, como la energía nuclear de fusión, remplacen a las viejas
energías fósiles. Esta es la razón por la que, por mucha revolución informática que tengamos, si no va acompañada de alguna revolución
energética solo provocará una catástrofe. Esta catástrofe se va a dar en
una expulsión masiva de trabajadores del mercado laboral.
De acuerdo
con uno de los más destacados expertos mundiales en Inteligencia Artificial (IA), Kai Fu Lee, dentro de tan solo 15 años, el 40 % del
trabajo en el mundo podría ser realizado por máquinas ya (Kai Fu Lee es
escritor, capitalista de riesgo, un ex-vicepresidente de Google Inc. y
alguien que acumula más de 30 años de experiencia en la IA).1
¿A qué se debe esto? Durante la primera Revolución industrial, la industrialización del campo con la consiguiente expulsión masiva de trabajadores agrícolas y pequeños propietarios de tierras pudo ser absorbida por la creciente industrialización entorno a las ciudades a pesar del empobrecimiento que supuso pasar del medio rural del Antiguo Régimen al medio urbano fabril del mundo moderno. Igualmente sucedió con la segunda Revolución industrial, el "excedente de población" pudo, en este caso, ser absorbido esencialmente por la expansión colonial y, posteriormente, por la creación de la cadena de montaje (fordismo), el incremento del sector terciario y la creación de un consumo de masas en Occidente. Todo ello porque teníamos una nueva revolución energética.
Nada, ni aun remotamente, parecido sucede ahora. La ciberrevolución va a
expulsar a centenares de millones de trabajadores, tanto en el sector de
la producción como, especialmente, en el de servicios, y no van a
encontrar trabajo en ningún lado, puesto que no hay detrás ninguna nueva
revolución energética que amplíe ámbito laboral como lo hicieron sus
antecesoras.
Esto ya lo venimos viendo desde hace tiempo con la disminución creciente de la tasa ganancia2
y el traslado del capital de una forma masiva a los mercados
financieros desregulados (financiarización de la economía capitalista),
la reducción real de los salarios de los trabajadores en Occidente
(precarización y aumento de la desigualdad social) y la deslocalización
de la empresas occidentales hacía países emergentes (como el caso
ejemplar de China). La crisis del 2008 no ha hecho más que agravar
extraordinariamente esta tendencia.
Dos ejemplos paradigmáticos. Uno el de la exploración espacial. Desde
el lanzamiento del primer cohete en 1956 con el famoso satélite
soviético Sputnik hasta los más modernos sistemas de lanzamiento de hoy
en día: como el cohete Soyuz FG y la nave tripulada Soyuz MS y los
cohetes de la clase Angará rusos, pasando por el lanzador privado
norteamericano Falcon de Space-X, el Atlas V de la Fuerza Aérea
estadounidense o el cohete Larga Marcha CZ-5 chino, todos ellos tienen
el mismo sistema básico de propulsión: los motores servidos por
combustibles químicos. Es decir: estamos ante un cuello de botella
energético desde hace más de 70 años ya pese a los motores
iónicos o nucleares, por ejemplo, que tienen una utilidad muy
limitada.
El otro es el de los reactores nucleares de fusión. Al menos desde
los años setenta siempre estamos "a 50 años vista" de lograrlos,
aunque vayan cayendo las décadas. De hecho, seguimos todavía en una fase
inicial construyendo reactores experimentales como el ITER, que aún están
muy lejos del conseguir eficiente reacción nuclear de fusión en la que las
energías invertidas para su producción sean menores que lo
producido por ésta y -además...- estable durante mucho tiempo.
Al final, a la Historia no le queda más remedio que someterse a la
Física, y en concreto a la 2ª Ley de la Termodinámica, aquella que
dice que un sistema cerrado tiende con el tiempo a aumentar su entropía.
Por suerte, hay una manera temporal de cumplir con ella y conseguir un aumento de la complejidad para un sistema.
Aun existiendo en un sistema-Universo cerrado, se puede ganar
complejidad localmente cuando un sistema es capaz de intercambiar
energía e información con el entorno. Es lo que hacen los seres vivos y sistemas sociales, ambos son complejos pero adaptativos. Y cuando encuentran una forma de utilizar dicha energía e información de
una manera novedosa consiguen aumentar de modo espectacular su
complejidad, surgiendo propiedades emergentes. Entonces, en la Historia,
cuando los sistemas complejos adaptativos sociales aprenden a usar
nuevas fuentes de energía aparecen la revolución neolítica y la primera y
la segunda revolución industrial3.
Pero como hemos contado, la ciberrevolución, al no estar acompañada
de una revolución energética, no va a producir un aumento de la
complejidad del sistema-mundo actual. Todo lo contrario. ¿Cuál puede ser la solución a este aparente callejón sin salida?
Resetear el sistema. Ya lo hicimos, al menos una vez, con la crisis del
1929. A pesar del New Deal rooseveltiano, de las propuestas reformistas de
Keynes y del nazismo, desde la Gran Depresión sólo se terminó saliendo a
través de una guerra, la II Guerra Mundial.
Merece la pena detenernos un momento en el carácter capitalista del
nazismo, algo que ha suscitado muchísimos debates; pero que la
historiografía actual ha dejado bien claro... El nazismo fue una solución capitalista a la Gran Depresión; como ejemplo citamos este
texto publicado en la obra “Los Fascismos Europeos” que dice:
“Teníamos la impresión de que Hitler nos daría la posibilidad de un
desarrollo sano. Y, por otra parte, lo hizo. Al principio votábamos por
el partido popular, pero los conservadores no podían dirigir el país,
eran demasiado débiles. En esa lucha implacable por mantenerse a flote,
por el pan y por el poder, necesitábamos ser dirigidos por una mano
fuerte y dura. Y la de Hitler lo era; después de los años pasados bajo
su gobierno, todos nos encontrábamos mucho más satisfechos. Queríamos un
sistema que funcionara bien, y que nos diese la ocasión de trabajar
tranquilamente.”
Y el oficial norteamericano le preguntó después: “¿qué piensa usted
de las matanzas de judíos?” Krupp respondió: “ya he dicho que lo
ignoraba todo a propósito de las matanzas de judíos, y he añadido además
que, cuando se compra un buen caballo, no se le miran los pequeños
defectos...”4
Tendemos a pensar como el 99,99 % de todas las gentes, por explicarlo en una manera simplificada; pero casi nunca nos
paramos a pensar con otra lógica, del 0,01 % de la población mundial. Ese
0,01 %, que, a pesar de la crisis económica del 2008 y del
enorme aumento de la desigualdad social, ha seguido ganando más dinero
del que ganaba aún antes de la crisis.
Desde la lógica del 99,99 % una guerra mundial sería un desastre de proporciones bíblicas,
desde ese 0,01 % una guerra mundial puede ser la solución a sus
problemas: la vuelta a una economía productiva que crezca a un buen
ritmo después de una “destrucción creativa” y la salida de una economía
ficticia totalmente financiarizada que terminará inevitablemente por
estallar, y cuando lo haga, las empobrecidas masas de trabajadores
occidentales, sin ya nada que perder, puedan provocar enormes revueltas
que pongan en peligro sus bienes y personas. Al mismo tiempo se
“resuelve” el problema del excedente de mano de obra que señalábamos
anteriormente a través de la eliminación de los cientos de millones de
trabajadores que sobran a los que se refería Kai Fu Lee y que si no
acabarían provocando dichas revueltas sociales.
Es verdad que desde el final de la Segunda Guerra Mundial tenemos un
gravísimo problema, las armas nucleares. Pero este problema, aunque muy
difícil de soslayar, para dicho 0,01 % no representa un problema
insalvable y piensa que puede mantenerse bajo control (armas
nucleares de baja potencia, bombas termobáricas, doctrina del ataque
global inmediato, sistema de defensa antimisiles, etc.). Es por ello,
que vivimos en un momento histórico de extraordinaria peligrosidad, la
mayor desde aquella crisis de los misiles en Cuba.
No debe extrañarnos que
los EE.UU. busquen desde hace décadas la superioridad nuclear por medio
de un sistema de defensa antimisiles que les permita chantajear a Rusia,
la otra gran potencia nuclear, con eliminar su capacidad de respuesta
ante un ataque norteamericano. En el 0,01 % están dispuestos a todo
con tal de seguir formando parte de tal exigua minoría privilegiada..."
1 Pelly, Scott, 13.01 de 2019. Facial and Emotional Recognition; How one man is advancing artifial intelligence. Prigg, Mark, 9.01.2019. China's leading AI expert warns the technology will take over HALF of jobs within 15 years (and reveals the most at risk careers).
3 Ver: Christian, David. Mapas del Tiempo Introducción a la “Gran Historia”. Ediciones Crítica Barcelona. 2005. Y Chaisson, Eric J., Cosmic Evolution. Harvard University Press 2001.
4 Hernández Sandoica, Elena. Los Fascismos Europeos. Ediciones Istmo, 1992. p. 123.
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