miércoles, 2 de septiembre de 2020

"Esta pandemia no es novedosa; la manera de afrontarla, sí..." [Y los fríos datos no engañan]

 
"Si atendemos a los medios de comunicación, a la reacción de los gobiernos, a la actitud de las gentes, podríamos pensar que esta pandemia de la covid-19 constituye una tesitura excepcional, apocalíptica, sin precedentes en la historia reciente. Pero nada más lejos de la realidad: las pandemias son fenómenos muy recurrentes a lo largo de la historia. Aparece un virus nuevo muy contagioso, causa enfermedad y muerte, los seres humanos desarrollan finalmente cierto grado de inmunidad por exposición o vacuna y la pandemia acaba remitiendo o convirtiéndose en enfermedad corriente. No hay nada nuevo bajo el sol.

Pero quizá sí lo haya. Lo novedoso e insólito en esta ocasión es la manera de afrontarla, con intenso pánico, desmedida alarma, prolongado confinamiento de poblaciones, clausura de importantes sectores económicos, suspensión de la actividad escolar, fuertes restricciones a la movilidad o cierre indiscriminado de fronteras. En el último siglo, la humanidad se enfrentó a pandemias muy similares, o mucho peores, pero su actitud y enfoques fueron completamente distintos. La enfermedad no cambió; sí lo hizo la sociedad (y sus gobernantes).

En un documento de 2006, el Banco Mundial estimaba los efectos económicos que podría tener una futura pandemia, contemplando tres escenarios posibles: con pandemia 'leve', 'moderada' o 'grave'. Las otras tres grandes epidemias respiratorias del siglo XX -la gripe "española” de 1918, la gripe asiática de 1957 y la gripe de Hong Kong de 1968- servían de referencia para cada rango [Tabla 1].

¿En qué categoría encajaría, según estos criterios, la covid-19? Hasta el momento han fallecido oficialmente en el mundo unas 860.000 personas, 110 por millón, justo la mitad de lo previsto para una pandemia leve. Ahora bien, dado que los datos oficiales subestiman la mortalidad y que la enfermedad sigue en curso, la cifra podría acabar superando ampliamente la referencia central de dicho nivel. Pero resulta improbable que alcance el entorno de moderada si bien la intensidad puede ser muy diferente entre países. Siendo pesimistas, entre leve y moderada podría ser una calificación global razonable para una enfermedad que más del 90% de los afectados cursa de manera asintomática, aun tratándose de un virus completamente nuevo. Por supuesto, dichos leve o moderada no son términos que pretendan restar importancia a una enfermedad; son atributos meramente comparativos, que sirven para diferenciar una pandemia de otras mucho peores.

   
En el citado documento, el Banco Mundial preveía una caída del PIB mundial de 0,7% para una pandemia leve, 2% con una moderada y 4,8% si fuese grave [Tabla 2]. Pero su previsión para 2020 es, por el momento, de un descenso del 5,2% (y para países como España, del 11%), superior incluso a la prevista para una pandemia grave. ¿Eran erróneas las estimaciones? No exactamente. Simplemente en 2006 nadie contemplaba la posibilidad de que las autoridades establecieran unas medidas como las actuales. No concebían que serían principalmente las políticas de los gobiernos quienes causaran la crisis económica, el desempleo, las quiebras de pequeños negocios; y no la propia pandemia.

Esas previsiones de 2006 consideraban que la caída de la producción vendría del fallecimiento de algunos trabajadores, del absentismo laboral de los enfermos y de decisiones voluntarias de los ciudadanos dirigidas a reducir la probabilidad de contagio: salir menos de casa, viajar en menos ocasiones etc. Pero resultaba inconcebible que el grueso de la caída del PIB pudiera venir de un fuerte absentismo laboral de los sanos, del cierre obligado de importantes sectores o de restricciones generalizadas a la movilidad internacional.

Durante las dos últimas pandemias del siglo XX, las más similares a la actual, nunca se interrumpió la actividad económica ni suspendieron docencia presencial. Y la cuarentena consistió en un aislamiento temporal de los enfermos, o de quienes se sospechaba pudieran estarlo, nunca en un encierro obligatorio y generalizado de todos los sanos. Se aplicó en ocasiones el control de fronteras, exigiendo un período de cuarentena a quienes llegaban de zonas infectadas, pero solo mientras el país estaba exento de la enfermedad. Una vez iniciado el contagio interior resultaba absurdo cerrar la puerta a un virus que ya estaba dentro. En 2020, por el contrario, muchos gobiernos han establecido prohibiciones de entrada justo en momentos de intenso contagio interior. Un viajero recién transportado por una máquina del tiempo desde la década de 1950 hasta el presente, seguramente pensaría que las autoridades intentaban proteger a los viajeros extranjeros, evitando que entren y se contagien.

Hace unos 50 ó 60 años se recurría mucho más a la responsabilidad de los ciudadanos, a las acciones de protección voluntarias que a medidas coercitivas o a la difusión del miedo. Y no solo porque aquel enfoque fuera menos dañino para la economía y el empleo: también era mucho más respetuoso con los derechos fundamentales de las personas. Quizá nuestros antepasados sospechaban que las disposiciones draconianas, completamente restrictivas del movimiento y del contacto social, podían retrasar la enfermedad, aplazarla, pero, a largo plazo, difícilmente evitar muertes pues no hay confinamiento que se mantenga indefinidamente… ni bolsillo que lo resista. Hoy día, tan sólo algunos países como Suecia mantienen el enfoque y la actitud de antaño. 


Algunos cambios sociales y culturales de los últimos cincuenta años están en la raíz de la insólita reacción de 2020. Hoy estamos mejor preparados para una pandemia desde los puntos de vista técnico y científico. Pero bastante peor si consideramos algunos aspectos emocionales, de solidez personal, principios y cohesión social. Es muy posible que los gobernantes valoren hoy más la imagen, la apariencia de sus decisiones que la eficacia, coherencia o racionalidad. Y que la sociedad actual sea más miedosa, más hedonista, más infantil. En este sentido, la presente pandemia ha dibujado un retrato hiperrealista de la sociedad actual que intentaré describir en próximos artículos.

Mientras tanto, quizá tengamos mucho que aprender de nuestros antepasados en la forma de afrontar una pandemia. Quizá fuera mejor ceñirse a unas medidas razonables y proporcionadas. Dejar de lado el pánico, las búsquedas de culpables, el egoísmo, todo comportamiento infantil. Ser razonablemente cuidadosos para reducir la probabilidad de contagio y proteger a los colectivos vulnerables pero no interrumpir la actividad económica, la educación ni la libertad individual. 

En esos tiempos pasados, la gente valoraba la vida humana tanto como ahora. Todo el mundo daba por hecho que la salud era un valor primordial: tanto que no hacía falta pregonarlo. La diferencia es que hoy, sospechosamente, “la salud es lo primero” se ha convertido en una consigna para justificar medidas draconianas, en un mantra para disimular un exagerado miedo o, incluso, una excusa para eludir la propia responsabilidad."

  
"Desde el comienzo del confinamiento se presentían efectos colaterales de la onda de choque que provocarían más fallecimientos de personas no infectadas que los atribuibles a la infección. Y así ha sucedido (...) Los efectos colaterales de la onda de choque del confinamiento serían letales al transitar por cuatro vías distintas. 1. Síndrome del deslizamiento; 2. Enfermos con patologías graves que no acudirían al hospital por miedo a infectarse; 3. Imposibilidad de atender adecuadamente a enfermos graves sin Covid-19; 4. Crisis económica...  

Con un Poder Judicial menos adormecido los martillos de los jueces ya estarían golpeando. El así llamado 'exceso de muertes' consta de tres componentes: fallecimientos causados por la infección, infectados pero fallecidos por otra causa (principalmente 'síndrome del deslizamiento') y fallecidos no infectados. Si responsabilizamos por el primer grupo al virus, ¿quién es responsable, también, del segundo y tercero? 

Es fácil entender los efectos en el exceso de muertes que provoca el terror al Covid-19. El descenso de actividad habitual en urgencias provino del miedo al contagio: hipocondría social propulsada por terrorismo epidémico del Gobierno. Personas con patologías agudas no acudieron al hospital por propia decisión. Las urgencias convencionales cayeron el 75% y se desplomaron un 40% los códigos de ictus e infartos. Muchos fallecieron dentro de las casas aterrorizados ante su eventual contagio en hospitales. Las intervenciones en coartación de aórticas, causas para la muerte súbita, descendieron el 80%. El miedo al infectarse yendo a un hospital es origen para desenlaces irreparables de apendicitis o cetoacidosis diabética con pronósticos fatales. Hubo enfermos de leucemia por los que nada pudo hacerse. Inaudito el pánico de tantos padres al contagio, no se sabe si las urgencias en pediatría cayeron un 80% debido a que los progenitores tuvieron miedo por si se contagiaban ellos o del sufrirlo sus niños.  

Pero lo peor les tocó a fallecidos por 'síndrome del deslizamiento'. En psiquiatría y geriatría, cuando una persona mayor se deja morir por un evento o situación síquicamente traumática suele atribuirse al 'síndrome de deslizamiento depresivo-reactivo (syndrome de glissement-abandon) que en situación de hipocondría social se dispara. Son miles de casos. La escuela francesa de geriatría insiste particularmente en el carácter brutal y rápidamente evolutivo del síndrome. En pocas semanas los afectados fallecen. Una persona mayor pero autónoma que se valía por si misma es susceptible, de la noche a la mañana, de convertirse en dependiente hasta el punto de dejarse morir como consecuencia de un shock síquico inducido por el alejamiento de amigos y familiares (sensación de abandono) o interrupción repentina e involuntaria de una actividad practicada corrientemente. El síndrome afecta especialmente a personas mayores residenciadas o que viven solas. La mayoría de ancianos fallecidos que no pasaron por la UCI al no sufrir patologías (suponiendo que no sean falsos confirmados positivos, tan frecuentes), reportados no obstante víctimas del Covid-19, no habrían muerto sin el mazazo del síndrome. 



¡Se dejaron morir!: aunque acaso estuvieran infectados no se les diagnosticaron neumonías especificas ni choque séptico con síndrome de disfunción multiorgánica. En Cataluña, algunos murieron atados 'para no contagiar'. Hacia abril, impactaron muy negativamente en los viejos las dudas de los señores Illa y Simón, expresadas públicamente, de si dejarlos o no salir a la calle después del confinamiento. Como previsible ya era, el confinamiento y alarmismos condujeron a muchas personas mayores hasta la muerte vía 'síndrome de deslizamiento', del cual en La Moncloa ni se han enterado. 

¿No tenía más alternativa el Gobierno? Sí la tenía, y sin necesidad de recurrir a un autoritarismo extremoso (vimos al Ejército patrullando supermercados como si estuviéramos por Haití en pleno saqueo la noche de un terremoto). Aunque no exclusivamente, ahí estaría otro modelo sueco como alternativa, por ejemplo. Al menos Suecia no se hundió en la hipocondría social ni crecieron hasta 70% las llamadas al homólogo del 091; éste será el primer año en España con más divorcios que matrimonios...

Con el Estado de alarma se redujo el número de fallecidos en accidentes de trabajo y circulación, cayendo también los códigos por politraumatismo en ejercicios al aire libre y prácticas de riesgo. Pero, paralelamente, fue impedido el tratamiento mejor de muchas diversas patologías graves provocándose fallecimientos evitables en tiempo normal. La histeria epidémica e hipocondría social generada por el estado de Alarma inundó con enfermos imaginarios los hospitales, colapsando servicios. Demasiadas personas han muerto prematuramente, y más morirán, al no haber tenido su tratamiento conveniente. No sólo hubo enfermos que no acudieron al hospital por miedo a contagiarse, Otros muchos sí acudieron y no fueron atendidos al haberse focalizado sólo atención del Gobierno en la Covid-19 como si el resto de otras enfermedades y patologías graves no existieran. 

Para el Gobierno, lo mediático, lo que cuenta en términos de propaganda es salir en la televisión dando el parte diario. Pacientes con urgencias graves acudieron al hospital y no se les atendió al dejar muchos especialistas de practicar pruebas o cirugías, asignados a urgencias más mediáticas, aunque menos letales que las habituales. Operar de próstata carece de glamour, efectuar una punción de tiroides para saber si se trata de un nódulo o de un tumor, también. En dos meses, intervenciones quirúrgicas urgentes se redujeron en Cataluña el 50%. Además, el parón de actividad ordinaria en los hospitales por esta crisis augura listas de larguísimas esperas, antesalas de fallecimientos futuros.

Las anteriores consideraciones explican mas de la mitad del exceso de muertes sin intervención directa del Sars-CoV 2 digan lo que digan el INE, «El Pais» o la OMS. Y mención aparte merece la crisis económica, España se coloca en cabeza entre los países de la UE por caída del PIB. No me recrearé, por obvio, en los problemas de salud mental aflorados con el paro: depresiones, brotes psicóticos, criminalidad, suicidios (ahora o en el futuro). Y digo mención aparte porque los efectos del paro más pobreza sobre la salud no se manifiestan inmediatamente, disminuyendo las esperanzas de vidas para la población
, sino en el medio -y largo- plazo."
    




1 comentario:

  1. EL EXPERIMENTO SOCIAL MAYOR DE LA HISTORIA

    Pon en circulación un virus que puede ser tratable, pero imponiendo protocolos de cuidado incorrectos para hacerlo mortal.

    Haz campaña mediática de terrorismo puro, alimentando en la gente el miedo a morir que es el miedo más grande que tiene un ser humano.

    Evita las autopsias, haz desaparecer los cadáveres impidiendo entender la verdadera causa de muerte.

    Insinúa la duda de que cualquiera que conozcas puede ser causa de tu muerte para que la gente se enfrente con la misma gente que amaba hasta el día anterior.

    Manipula a las personas para que se controlen y se denuncien unos a otros como si fueran policías, creando división y pánico.

    Destruye las relaciones sociales, inhibe la espontaneidad de las emociones.

    Pon la mordaza que llaman máscara diciendo que el virus está en el aire e impide que la gente sonría, impide que la gente se abrace y mata de tristeza y soledad a casi todas las personas ingresadas en el hospital.

    Clausura todo lugar donde la gente tenga contacto con la naturaleza y se pueda curar naturalmente: playas, parques y toda área verde.

    Los médicos dicen que aquí el virus está ya desapareciendo pero te siguen martilleando con los media diciendo que vendrá una segunda ola más fuerte que antes, conscientes de que no pueden tener ninguna certeza de ello.

    Experimento social donde se violaron derechos y la Constitución fue profanada, donde se desmontó la escuela, la salud, la justicia, donde se quitó la dignidad, el trabajo, las libertades.

    Experimento social de control de masas en el que se están transgrediendo los límites humanos y viendo lo mucho que, por miedo, la persona está dispuesta para tolerar.

    (Estamos renunciando a nosotros mismos, a nuestra esencia, a nuestra humanidad y empatía; si no quieres ver esto, es porque tu miedo a morir supera tu capacidad de pensar, y entonces tu problema es mental.)

    Todos vamos a morir tarde o temprano, nacimos sabiendo que esto es así, pero si hasta ahora pudiste vivir con la muerte acechándote por innumerables posibles causas, ¿vas a renunciar a todo por un virus no más letal?

    (La letalidad por este virus está en su miedo, y malas prácticas, por ser menos racionales: lo prueban las cifras, más allá de otros cuentos.)

    ¡Deja de llamarle irresponsable al que sale a defender tus derechos porque tú, por tu miedo, no lo estás haciendo...!

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