domingo, 31 de diciembre de 2023

DEMOCRACIA AGONIZANTE

   
¿Ha sido plena nuestra democracia desde la Transición? Sé que la opinión mayoritaria es afirmativa, pero yo no la comparto. Desde Locke y Montesquieu sabemos que no hay democracia, plenasin Estado de Derecho; y que no hay Estado de Derecho sin separación de poderes. Locke solamente insistió en la separación del poder legislativo del ejecutivo. Consideró que el poder judicial era uno más entre los otros poderes del Estado y le prestó poca atención. Fue Montesquieu quien insistió en la importancia del tercer poder, el judicial. 
  
 
No en vano tituló su gran tratado 'El espíritu de las leyes'. Para Montesquieu, el poder ejecutivo, el gobierno, desarrolla la política con arreglo al espíritu de las leyes que promulga el legislativo, pero el poder judicial aplica la letra de la ley, especialmente en lo que se refiere al derecho privado, civil y penal. Es el poder judicial el que mantiene incólume la tupida malla de las relaciones sociales. Sin poder judicial, una sociedad sería la tiranía o el caos. O ambas cosas a la vez. Y es fundamental, para que haya verdadera democracia, primero, que los tres poderes estén sometidos a las leyes que ellos mismos emiten y aplican; y, segundo, que los tres poderes estén separados: que el gobierno ni legisle ni juzgue; que el legislativo, el parlamento, ni se inmiscuya en la ejecución de la política (salvo fiscalizar ciertas decisiones del ejecutivo de gran trascendencia, como las relativas a defensa y diplomacia) ni menos en la labor de los jueces; y que estos no legislen ni menos traten de suplementar o sustituir al gobierno en sus funciones.

Pues bien, nuestra legislación electoral, desde antes de la Constitución, impuso en las elecciones generales al Congreso el sistema de votación por listas de partido cerradas y bloqueadas, es decir, fijas e inamovibles. El elector, por tanto, no vota a los candidatos de un partido: vota a un partido, que le dice cuáles son esos candidatos, que saldrán elegidos, o no, según el número de votos que reciba el partido. Durante la Transición muchos nos quejamos de un sistema tan burdo que, de hecho, subordina el poder legislativo al ejecutivo, como vamos a ver. Se nos respondió que este sistema era un expediente provisional porque, después de la larga dictadura franquista, los electores no estaban familiarizados con los candidatos. Pero en España lo provisional se hace eterno; ha transcurrido casi medio siglo y las 'listas cerradas y bloqueadas' ahí siguen, quién sabe hasta cuándo. Uno se preguntaba, además, por qué las listas electorales para el Senado sí eran abiertas. ¿Conocían mejor los electores a los candidatos al Senado que a los del Congreso? Nuestros sabios y tan profusamente alabados (hasta que llegó Sánchez) "padres de la Constitución" nunca explicaron las paradojas de sus leyes fundamentales.
 
 
El grave problema es que las listas cerradas y bloqueadas hacen al poder legislativo dependiente del ejecutivo a través del sistema de partidos. Las listas electorales las elaboran los partidos: los diputados, por tanto, no son realmente elegidos por los ciudadanos, sino por la burocracia de su partido. A ella, pues, deben el escaño. Y esta burocracia está estrechamente ligada a la dirección del propio grupo; es más, burocracia y dirección son de hecho la misma cosa. Los diputados, por lo tanto, están sometidos al partido, que es, o intenta ser, poder ejecutivo, gobierno. Ocurre por tanto en España (y no sólo en España, por cierto) lo que tanto Locke como Montesquieu temían. La fusión de los dos poderes permite grandes abusos: "Si las mismas personas que gobiernan pueden hacer las leyes, pueden eximirse de su cumplimiento [o utilizarlas] ...para su beneficio privado", escribió Locke, retratando a Sánchez con casi tres siglos y medio de adelanto.

Puede objetarse que el Senado sí se elige por listas abiertas y eso hace que los senadores tengan más autonomía que los diputados. Esto es cierto, pero el Congreso tiene mucho más poder que el Senado y, en último término, el poder decisorio en la promulgación de las leyes, como dentro de poco veremos con la amnistía a la catalana que Puigdemont nos impone, Sánchez mediante.
 
 
La democracia española, por tanto, ha adolecido de este grave defecto desde la Transición. A mi modo de ver, ha sido siempre una democracia imperfecta, que funcionó pasablemente mientras nuestros políticos mantuvieron un cierto decoro. Pero el PSOE siempre fue más populista que socialdemócrata y la separación de poderes nunca le hizo gracia. De ahí la ley orgánica de 1985, que modificó la Constitución para aumentar el poder del legislativo sobre el judicial al disponer que todos los vocales del Consejo General el Poder Judicial (CGPJ) sean nombrados por las Cortes, que ya sabemos que son lo mismo que el ejecutivo, y de ahí la torpe gracieta de Alfonso Guerra diciendo que habían 'matado a Montesquieu'. Y de ahí también la pugna sorda entre el PSOE y el PP acerca de cómo debe nombrarse a los vocales del CGPJ. Desde que Sánchez llegó al poder el PSOE ha tratado de colonizar las instituciones del Estado y terminar de una vez por todas con la separación de poderes y, por lo tanto, con el Estado de Derecho. Por eso Sánchez acusa al PP de no cumplir la Constitución en esta materia, precisamente porque quiere cumplirla: porque es innegable que la Constitución atribuía (o más bien, atribuye) solamente 8 vocales del CGPJ al legislativo, mientras que la ley de 1985 le atribuye 20, la totalidad.

Con la llegada de Sánchez a la Moncloa, el decoro, que era lo único que hacía aceptable el funcionamiento de nuestra imperfecta democracia, abandonó la política española y la democracia entró en fase terminal. Esto es lo que denunciaba un libro escrito por un grupo de profesores eméritos, entre los que me honra estar, con el título de 'España, democracia menguante'. Nosotros esperábamos contribuir -modestas mentes...- al que se enderezara la situación, pero lo ocurrido tras las dos elecciones del pasado verano ha venido a desengañarnos y a desengañar a una gran parte de la población española.

Si ya contemplamos una sucesión de desatinos tragicómicos con los gobiernos de la primera legislatura sanchista, lo sucedido en estos últimos meses enlaza directamente con la picaresca del Siglo de Oro, con el 'Lazarillo de Tormes' o el 'Buscón' de Quevedo. Un presidente desdiciéndose continuamente (aunque lo tenga por costumbre, los extremos del pasado verano son dignos del Patio de Monipodio cervantino) y pactando con todos los partidos que odian e insultan a España, le desprecian a él y a todo su Gobierno y le dejan en ridículo siempre que pueden; contradiciendo a todas horas sus campanudos pronunciamientos que nadie cree; envueltos él y su amanuense Bolaños en una maraña de pactos (como los "pactos espesos" de Sancho Panza), todos inconfesables y muchos inconfesados; sometido al chantaje diario de sus amigos de hoy, que ayer eran enemigos y que quién sabe qué serán mañana. El espectáculo sería divertido si no fuera porque se trata de nuestro país y de nuestro presidente (sí, hasta aquí nos ha traído nuestra democracia imperfecta en fase terminal).
  
  
El espectáculo de la última sesión de la presidencia rotativa española de la Unión Europea ha sido otro bochorno para nuestro país, pero al menos ha tenido un lado positivo. Los colegas europeos de Sánchez, de cuya amistad tanto se pavoneaba presumiendo de facha ('progresista', por supuesto) y del 'espanglish', por fin le han conocido tal cual es, y se les ha notado en la cara. Llovió sobre mojado, porque su ejecutoria como presidente semestral dedicado exclusivamente a sus piruetas electorales, compensando su absentismo con opíparos banquetes, ha sido percibida como lo que fue por estos colegas, que luego han tenido noticias de abominable trato con delincuente perseguido hace muy poco tiempo con aparente saña y denunciaba en los mismos foros europeos. Es evidente que el presidente saliente ha quemado las naves ante Europa. Uno tiene la esperanza -y la alarma- de que ello le ponga en apuros a corto y medio plazo.

Los meses, quizá años, que nos esperan se nos van a hacer larguísimos, viendo la democracia española agonizando, hecha jirones, hundiéndose, acercándonos cada vez más al comunismo bananero, y teniendo que leer en sesudos semanarios como 'The Economist' que la cosa aquí no está tan mal, sobreentendiéndose además, desde su suficiencia anglosajona, que, siendo españoles, no nos podemos quejar, y que peor estábamos con Franco. Uno ya no sabe. En todo caso, recordemos la 'ley de Murphy' a los aprendices de brujo constitucional: si algo puede fallar, fallará.
 
 


1 comentario:

  1. De acuerdo: "¡digamos No...!", sí.

    O, según recogía M. A. Maeso hace 4 días de H. M. Enzensberger: "Aumenta en medio quintal / la ira en el mundo, en un grano..."

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