jueves, 4 de enero de 2024

"Por qué (aún) es (tan) importante Gaza..."

 
Se nos bombardea con recetas de voces colonialistas -nacidas fuera del Oriente Próximo, entre familias nunca residentes allá ni hace sólo un siglo- que presumen del "gozar de todo el DERECHO PARA DEFENDER..." sus programas genocidas (por teocrático-racistas, o sea, sionistas) contra comunidades mártires con estirpes de presencias milenarias en aquellos TERRITORIOS, A las cuales pretenderían "DESPLAZAR" (si no "aniquilar", "echar al mar" o/y "devolver hasta las Edades de piedra") según sus conveniencias, como si jamás hubieran tenido raíces tanto histórico-culturales cuanto jurídicas más que acreditadas: 

Desprecia el Imperio siempre cuanto ignora; así que no estará de más atender a la lección recordada por quien quizás pueda considerarse hoy el mayor experto en la zona, como Profesor desde la Facultad sobre Ciencias Políticas de Paris, autor de libros ['Gaza: A History (Comparative Politics and International Studies)' y 'The Middle East: A Political History from 395 to the Present'canónicos al respecto:  
 
<< Después de todos estos meses en 'guerra' de Israel contra la Franja ya, una cosa está fuera de toda duda: el territorio, aislado durante mucho tiempo, ha regresado al centro del conflicto palestino-israelí. Durante gran parte de las últimas 2 décadas, cuando Israel impuso un bloqueo aéreo, marítimo y terrestre a Gaza, los líderes y organismos internacionales parecieron dar por sentado que el denso enclave de 2,3 millones de palestinos podría quedar excluido indefinidamente de la ecuación regional. El ataque de Hamas del 7 de octubre tomó completamente desprevenido a Israel y a gran parte del mundo en general, y expuso los enormes defectos de esa suposición. De hecho, esta 'guerra' dejó restablecida toda la cuestión palestina, colocando a Gaza y a su pueblo directamente en el centro de cualquier futura negociación palestino-israelí.
 
 
Pero la repentina nueva prominencia de Gaza no debería ser una sorpresa. Aunque hoy se recuerde poco sobre ellos, 4.000 años de historias en el territorio dejan claro que los últimos 16 fueron una anomalía; La Franja de Gaza casi siempre ha desempeñado un papel fundamental en la dinámica política de la región, así como en sus antiguas luchas por la religión y el poder militar. Desde el período del Mandato Británico a principios del siglo XX, el territorio también ha estado en el centro del nacionalismo palestino.

Por lo tanto, es poco probable que cualquier intento de reconstruir Gaza después de una guerra tan devastadora tenga éxito si no toma en cuenta la posición estratégica del territorio en la región. La desmilitarización de este enclave sólo podrá lograrse levantando el desastroso asedio y presentando una visión positiva para su desarrollo económico. En lugar de intentar sitiar el territorio o aislarlo políticamente, las potencias internacionales deben trabajar juntas para permitir que Gaza recupere su papel histórico de un Oasis floreciente y una encrucijada próspera que conecta el Mediterráneo con el norte de África y el Levante. Estados Unidos y sus aliados deben reconocer que Gaza necesitará tener un papel central en cualquier solución duradera a la lucha palestina.
  
 
LA JOYA DE LA CORONA
 
En marcado contraste con su realidad actual de empobrecimiento, escasez extrema de agua y miseria humana interminable, el oasis de Gaza [wadi Ghazza], fue célebre durante siglos por la exuberancia de su vegetación y los frescores de sus umbrales. Sin embargo, igualmente importante fue su valor estratégico, ya que Gaza conectó a Egipto con el Levante. 

Su posición ventajosa ha significado que la tierra haya sido disputada desde el siglo XVII a. C., cuando los hicsos invadieron el delta del Nilo desde Gaza, para ser más tarde derrotados y repelidos por una dinastía de faraones con base tebana. Finalmente, los faraones tuvieron que abandonar Gaza en manos de los Pueblos del Mar, conocidos como filisteos, quienes en el siglo XII a. C. establecieron una federación de 5 ciudades que incluía Gaza y las ahora ciudades israelíes de Ashkelon, Ashdod, Ekron y Gath.

Estallaron tensiones violentas por el acceso al mar entre los filisteos y las tribus y luego reinos judíos vecinos. De ahí la historia bíblica de Sansón, el legendario guerrero israelita que se propone derrotar a los filisteos. Como su formidable fuerza depende de que nunca le corten el pelo, se ve impotente cuando cae bajo el hechizo de Dalilah, a quien le afeitan la cabeza mientras duerme; y termina en una prisión de Gaza. Sin embargo, mientras está en cautiverio, su cabello vuelve a crecer; lo que le devuelve la fuerza. Y cuando finalmente lo sacan a rastras de su celda para ser ridiculizado en un templo filisteo, derriba los pilares del edificio suicidándose junto con sus enemigos. De manera similar, es después de matar al filisteo Goliat que el joven David comienza su esfuerzo por unificar los reinos de Judá e Israel.

 
En la antigüedad posterior, la codiciada geografía de Gaza la convirtió en un campo de batalla crucial entre algunos de los mayores hegemones de la época. Después de pasar por manos de los asirios y los babilonios, Gaza fue capturada por la Persia de Ciro el Grande a mediados del siglo VI. Pero la verdadera conmoción se produjo 2 siglos después, en 332 a. C., cuando Alejandro Magno de Macedonia en su camino hacia Egipto lanzó un devastador asedio de 100 días a Gaza. 

Durante esta espantosa guerra, ambos bandos fortificaron sus posiciones cavándose numerosos túneles bajo el suelo suelto de Gaza, lo cual constituiría otro antecedente histórico de la estrategia actual de Hamas contra Israel. Al final, las fuerzas de Alejandro salieron victoriosas, pero a un alto coste para todas las partes. Alejandro resultó herido durante el asedio y se vengó terriblemente de los derrotados habitantes de Gaza: gran parte de la población masculina fue masacrada y las mujeres y los niños reducidos a la esclavitud.

Pero la importancia de Gaza iba más allá de su valor militar. Tras convertirse en ciudad-estado durante el período helenístico, más tarde se convirtió en un importante centro religioso en los primeros siglos del cristianismo y luego del Islam. En el año 407 d. C., Porfirio, el obispo cristiano de Gaza, logró imponer una iglesia sobre las ruinas del principal templo pagano dedicado a Zeus en Gaza. Aún más famoso fue otro santo local, Hilarión (291-371), que fundó una importante comunidad monástica en Gaza y cuya tumba se convirtió en un lugar de peregrinación muy popular. 

Uno de los bisabuelos del profeta Mahoma fue un comerciante de La Meca llamado Hashem ibn Abd Manaf, que murió en Gaza alrededor del año 525. Como resultado, después de que el territorio fuera conquistado por ejércitos musulmanes en el siglo VII, los musulmanes se referían respetuosamente a “La Gaza de Hashem” (y, en el siglo XIX, los otomanos construyeron la Mezquita de Hashem en la ciudad de Gaza para marcar el sitio del mausoleo)...
 
 
Entre el período medieval y el siglo XIX, Gaza siguió siendo un premio codiciado en las principales luchas de poder de la región. Osciló entre los cruzados cristianos y defensores musulmanes durante el siglo XII o generales mamelucos y sus invasores mongoles en el siglo XIII. Durante 2 siglos y medio bajo el dominio de los mamelucos (gobernantes turcos que controlaron el Egipto y Siria medievales), Gaza entró en una especie de edad de oro. El territorio estaba dotado de numerosas mezquitas, bibliotecas y palacios, y prosperó gracias a las renovadas rutas comerciales costeras. En 1387, se estableció un caravanseray o khan fortificado, una especie de centro comercial y de mercado, en el extremo sur de Gaza y pronto creció hasta convertirse en una ciudad propia, Khan Yunis.

Gaza fue absorbida por el Imperio Otomano en 1517 y conquistada, brevemente, por el ejército de Napoleón Bonaparte, después de que invadió Egipto en 1798. Durante gran parte de este lapso, Gaza fue famosa por su clima fructífero, sus nativos agradables y su alta calidad de vida. En 1659, un viajero francés lo describió como “un lugar muy alegre y agradable”; 2 siglos más tarde, otro, el escritor francés Pierre Loti, se maravilló de sus “vastos campos con cebada de verde todos vestidos.
 
 
Cuando se trazó la frontera en 1906 para separar el Egipto controlado por los británicos de la Palestina otomana, atravesaba la ciudad de Rafah para crear una zona de libre tránsito de facto entre los 2 imperios. Pero durante la Primera Guerra Mundial, la frontera fue ferozmente disputada por fuerzas británicas y otomanas; después de 3 intentos, el ejército británico finalmente rompió las líneas otomanas en 1917. El general Edmund Allenby entró en la devastada ciudad de Gaza el 9 de noviembre, el mismo día en que su gobierno hizo pública la Declaración Balfour y su compromiso con “el establecimiento de un hogar nacional para el pueblo judío en Palestina”. Este respaldo al programa sionista se incorporó más tarde al mandato que la Sociedad de Naciones otorgó a Gran Bretaña para administrar Palestina.

Aunque Gaza fue una de las zonas de Palestina menos afectadas por los asentamientos sionistas, se convirtió en un bastión del nacionalismo palestino, muy especialmente durante la Gran Revuelta Árabe de 1936-1939, en la que los árabes palestinos se levantaron contra los británicos y lucharon sin éxito por una independencia árabe. estado. En cambio, ya en noviembre de 1947, las Naciones Unidas respaldaron un plan de partición en el que Palestina se dividiría entre un Estado árabe y otro judío (la solución original de 2 Estados) y Gaza se uniría al Estado árabe.
 
 
SEMILLAS DE LUCHA
 
Fundamentalmente, lo que se conoció como la Franja de Gaza fue moldeado por los traumas fundamentales de 1948. Primero vino el fracaso del plan de partición de la ONU, que, aunque bien recibido por los dirigentes sionistas, fue rechazado rotundamente por los nacionalistas palestinos y los Estados árabes; lo cual desencadenó un conflicto armado entre judíos y árabes. Pronto llegaron a Gaza las primeras oleadas de refugiados árabes, principalmente de la zona de Jaffa; en una amarga anticipación del dilema internacional actual, los británicos sugirieron que la zona tendría un mejor acceso a la ayuda humanitaria por tierra desde El Cairo. Luego, tras la proclamación del Estado de Israel por parte del líder sionista David Ben Gurion en mayo de 1948, los estados árabes vecinos atacaron y 10.000 soldados egipcios se trasladaron a Gaza. Pero los egipcios nunca llegaron más allá de Ashdod, a unos 32 kilómetros al norte de Gaza, donde pronto fueron rechazados por una audaz operación israelí.

En enero de 1949, los israelíes no sólo habían derrotado a los ejércitos árabes sino que también fueron expulsados unos 750.000 palestinos de sus hogares, en lo que se conoció como la 'nakba', o catástrofe. El armisticio firmado entre Israel y Egipto bajo los auspicios de la ONU en febrero de ese año creó la Franja de Gaza, un territorio bajo administración egipcia y definido por las líneas de alto el fuego en el norte y el este y por la frontera de 1906 con Egipto en el sur. 

Después de siglos como encrucijada estratégica y centro comercial vital para el comercio regional, Gaza había quedado reducida a una “franja” de tierra, acorralada por el desierto y aislada de lo que había sido Palestina. Además de eso, la población local de unos 80.000 habitantes se vio ahora abrumada por unos 200.000 refugiados de toda Palestina que luego describieron como su “arca de Noé” la Franja de Gaza.

No había infraestructura para acoger a estos refugiados y, durante el primer invierno de 1948-1949, el Comité Internacional de la Cruz Roja estimó que 10 niños morían cada día de frío, hambre o enfermedad

La inmensidad de su limítrofe desierto del Sinaí obligó a los supervivientes a permanecer en el enclave. De hecho, el 25% de la población árabe de Palestina bajo el Mandato Británico estaba ahora confinada en la Franja de Gaza a sólo el 1% de su territorio antiguo, con Israel absorbiendo el 77% de ese territorio y el Reino Hachemita de Jordania otro 22%, a través de su anexión de Jerusalén Este y Cisjordania.
 
 
Tal fue la magnitud de la 'nakba' que las Naciones Unidas crearon un organismo especial, la Ayuda de las Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos (UNRPR), para hacer frente a la crisis humanitaria. Para los palestinos, la terrible agitación también plantó las semillas de una nueva lucha que continuaría hasta el día de hoy. En diciembre de 1948, la misma Asamblea General de la ONU que había aprobado el fallido plan de partición un año antes consagró “derecho al retorno” para los refugiados palestinos, ya fuera mediante una repatriación real o una mera compensación monetaria, un concepto que ha sido fundamental para las aspiraciones palestinas. desde entonces. Tenía un significado especial en Gaza, dado el extraordinario número de refugiados allí, y dado que Egipto no tenía ningún reclamo territorial sobre la Franja, el enclave se convirtió en una incubadora natural para el nacionalismo palestino.

Como primer líder de Israel, Ben Gurion comprendió bien la amenaza a largo plazo que representaba Gaza para casi todos sus compatriotas israelíes. En la conferencia de paz de la ONU en Lausana, en 1949, propuso anexar la Franja de Gaza y permitir que 100.000 refugiados palestinos regresaran a sus antiguos hogares en Israel. Pero el plan generó un revuelo tanto en Israel, donde había una enorme oposición a cualquier retorno de los palestinos, como en Egipto, donde la defensa de Gaza se había convertido en una causa nacional. Como resultado, la ONU admitió su impotencia para resolver la disputa árabe-israelí, poniendo fin a la conferencia de Lausana y estableciendo en su lugar instituciones “provisionales” de duración abierta. Así, la UNRPR se convirtió en la Agencia de Obras Públicas y Socorro de las Naciones Unidas (UNRWA), que desde entonces ha sido el principal empleador y principal proveedor de servicios sociales en Gaza: se fundaron 8 campos de refugiados en el enclave, siendo los más grandes Jabalya, en el extremo norte, y Beach Camp, en la costa de la ciudad de Gaza, los mismos campos que ahora han sido destruidos por el ataque israelí.
 
 
 
De hecho, pasaron algunos años antes de que los refugiados de Gaza se volcaran al activismo militante. Al principio, tanto Israel como Egipto lograron aplastar a los llamados fedayines, guerrilleros provenientes principalmente de los campos de Gaza que buscaban infiltrarse en Israel. Pero a mediados de la década de 1950, el líder egipcio Gamal Abdel Nasser comenzó a utilizarlos para ataques indirectos contra Israel, iniciando así el ciclo de los ataques y represalias que aún hoy tan estrechamente asociado está con el territorio. En abril de 1956, el oficial de seguridad de un kibutz cercano al enclave palestino fue asesinado por infiltrados de Gaza, lo que provocó que Moshe Dayan, el jefe del Estado Mayor israelí, advirtiera a los israelíes sobre los agravios no resueltos que se gestaban a fuego lento en aquellos territorios: "No lo hagamos hoy, echarles las culpas a los asesinos”, dijo Dayan. “Durante 8 años han estado en los campos de refugiados de Gaza y, ante sus ojos, hemos convertido sus tierras y aldeas, donde ellos y sus padres vivieron, en nuestro hogar”.

Erradicar la presencia fedayín de Gaza se convirtió en una máxima prioridad para Ben Gurion y Dayan. En noviembre de 1956, el ejército israelí tomó el control de la Franja como parte de una ofensiva coordinada con Francia y el Reino Unido contra el Egipto de Nasser: durante los 4 meses de ocupación, alrededor de hasta 1.000 palestinos fueron asesinados por las fuerzas israelíes (incluidas 2 masacres documentadas por la UNRWA en las que al menos 275 fueron ejecutados en Khan Yunis y 111 en Rafah). El trauma fue tan profundo que cuando los israelíes se retiraron bajo la presión de Estados Unidos, la población palestina pidió el regreso del gobierno egipcio en lugar de la administración fiduciaria de la ONU que inicialmente se había previsto. Se había perdido una oportunidad histórica de construir una entidad palestina que pudiera evolucionar hasta convertirse en un Estado. Mientras tanto, los fedayines huyeron a Kuwait, donde fundaron, en 1959, el Movimiento de Liberación Palestina, conocido como Fatah, con Yasser Arafat como líder.

La segunda ocupación israelí de Gaza comenzó en junio de 1967, después del triunfo israelí en la Guerra de los 6 Días. Dayan, ahora ministro de Defensa, con el futuro primer ministro Yitzhak Rabin como jefe de gabinete, borró cualquier rastro de frontera entre Gaza e Israel, apostando a que la atracción del mercado laboral israelí disolvería el nacionalismo palestino. Pero la población local, no obstante, apoyó durante 4 años una guerra de guerrillas de baja intensidad, hasta que Ariel Sharon, el comandante israelí de la región (más tarde también primer ministro), arrasó con topadoras partes de los campos de refugiados y derrotó a la insurgencia. Hoy, el ejército israelí está utilizando exactamente el mismo mapa que utilizó Sharon para distinguir las llamadas “áreas seguras” de las zonas de combate en la ofensiva en curso.
  
 
HACER UN MONSTRUO
 
Los líderes más visionarios de Israel habían reconocido desde hacía tiempo que el problema de los refugiados de Gaza no desaparecería. En 1974, siguiendo a Ben Gurion, Sharon propuso reasentar a decenas de miles de refugiados palestinos en Israel para abordar los agravios palestinos, al menos simbólicamente. Pero una vez más la idea fue rechazada. En lugar de ello, Israel comenzó a enfrentar a los Hermanos Musulmanes de Gaza, liderados por el jeque Yassin, contra los nacionalistas de la Organización de Liberación Palestina, ahora controlados por Fatah. En particular, el gobernador militar israelí asistió a la inauguración de la mezquita de Yassin en Gaza en 1973, y 6 años después, Israel permitió que dichos islamistas -reconstituidos al fin en Hamas- recibieran fondos cuantiosos mientras reprimía cualquier conexión establecida con la OLP.

Durante un tiempo, esta política de dividir y conquistar pareció funcionar bien para Israel en Gaza, con útiles enfrentamientos entre nacionalistas e islamistas en 1980. Pero a finales de la década, toda una generación había crecido bajo la presión constante de los colonos israelíes; quienes, aunque sólo eran unos pocos miles, llevaron al ejército de ocupación a excluir a la ya exigua población de Gaza de una cuarta parte del enclave. Fue en el campo de refugiados de Jabalya en Gaza donde comenzó la primera Intifada, en diciembre de 1987, desde la cual pronto se extendió a toda la Franja y luego a Cisjordania. Los jóvenes palestinos desafiaron al ejército israelí con sus piedras y tirachinas, pero también obligaron a Arafat y a la OLP a respaldar la solución de 2 Estados. 

En respuesta, Yassin transformó su organización en Hamas (un acrónimo de “Movimiento para la Resistencia Islámica”) acusando a la OLP de haber traicionado el “sagrado” deber de “liberar Palestina”. Una vez más, la inteligencia israelí aprovechó aun más esas divisiones para debilitar a los resistentes palestinos en la Intifada y esperó hasta mayo de 1989 para encarcelar a Yassin. Pero el levantamiento popular continuó hasta que el apoyo a la paz en Israel llevó a Rabin al cargo de primer ministro, en julio de 1992.
 
 
Al iniciar conversaciones secretas con la OLP, la prioridad de Rabin era retirar a Israel de la Franja de Gaza y al mismo tiempo proteger a los colonos israelíes allí. Los acuerdos de Oslo, firmados en septiembre de 1993, crearon una Autoridad Palestina para hacerse cargo de los territorios evacuados por Israel. Arafat entró en Gaza 10 meses después, creyendo que él mismo había liberado el territorio, o al menos la parte bajo control palestino, mientras que la población local estaba convencida de que había pagado el precio más duro por tal liberación. Este malentendido, junto con la corrupción rampante de la Autoridad Palestina, jugó directamente en manos de Hamas. En 1997, una fallida operación de inteligencia israelí contra el líder de Hamas, Khalid Meshal, en Jordania, condujo al arresto de agentes israelíes. Para asegurar su liberación, el Primer Ministro Benjamín Netanyahu se vio obligado a entregar a Yassin, que había estado cumpliendo cadena perpetua en Israel y regresó triunfalmente a Gaza.

La creciente agresividad de Hamas y la crisis del proceso de paz llevaron al estallido de la segunda Intifada en septiembre de 2000. La impactante ola de ataques suicidas ayudó a llevar a Sharon al poder de forma aplastante en febrero de 2001. Después de sitiar a Arafat en Ramallah y matar a Yassin en Gaza, Sharon creía que su victoria sería completa sólo después de la evacuación israelí de la Franja de Gaza. Esta retirada unilateral tenía como objetivo asegurar una nueva línea defensiva israelí alrededor del enclave y se llevó a cabo sin consultar a Mahmoud Abbas, que había sucedido a Arafat como jefe de la OLP y la Autoridad Palestina. Pero la apuesta de Sharon arruinó el ambicioso plan de desarrollo de 3.000 millones de dólares para Gaza que había diseñado James Wolfensohn, el enviado especial del Cuarteto para Oriente Medio (Rusia, Estados Unidos, la Unión Europea y las Naciones Unidas).

Naturalmente, Hamas reclamó la retirada israelí como una victoria y ganó las elecciones parlamentarias patrocinadas internacionalmente unos meses más tarde, en enero de 2006. Avergonzados por el resultado imprevisto, Estados Unidos y la Unión Europea decidieron boicotear a Hamas hasta que reconociera a Israel y renunciase a la violencia. Pero al año siguiente, Hamas, que no había sido reformado, después de haber matado a cientos de sus rivales, había obtenido el control total de la Franja, que luego fue sometida a un bloqueo total israelí (con la cooperación de Egipto, que controla el paso fronterizo de Rafah en el sur). En muchos sentidos, las políticas israelíes habían llevado a Hamas al poder en Gaza, un poder que el bloqueo no ha hecho más que consolidar desde entonces.
  
 
¿UN CAMINO A LA PAZ?
 
La actual guerra entre Israel y Hamas, legado de las políticas seguidas desde 2006, es también resultado de la negación de la rica identidad histórica de Gaza. Durante los últimos 16 años, los líderes israelíes pensaban que habrían ya encontrado la fórmula óptima para dejar de lado a Gaza por completo: más de 2 millones de palestinos podrían quedar excluidos de la ecuación demográfica entre las poblaciones judía y árabe en Israel, Jerusalén Oriental y Cisjordania; y la Autoridad Palestina, cegada por su amarga disputa con Hamas, se resistió a cualquier intento de aliviar el bloqueo en Gaza, un enfoque que socavó aún más la ya menguante legitimidad de la Autoridad Palestina. Mientras tanto, la división del liderazgo palestino condenó cualquier esfuerzo para reactivar el proceso de paz y permitió que los asentamientos israelíes se expandieran constantemente en Cisjordania. 

De vez en cuando, Israel participó en lo que los expertos en contraterrorismo describieron como guerras “cortadoras del césped” en Gaza, con, desde su punto de vista, una proporción sostenible de bajas en gran medida militares, aunque los palestinos muertos eran principalmente civiles. En 2009, murieron 13 soldados israelíes y 1.417 palestinos. En 2012, la proporción era de 6 israelíes por 166 palestinos. En 2014 eran 72 israelíes por 2.251 palestinos, y en 2021, 15 por 256. Mientras tanto, la Unión Europea y los Estados del Golfo siempre estuvieron dispuestos a pagar la factura para reconstruir las ruinas de la Franja.
 
 
Pero la idea de que la terrible realidad humana de Gaza pudiera simplemente ignorarse era una ilusión: el 7 de octubre de 2023, el status quo se derrumbó con la horrible ola de asesinatos de Hamas. La violencia sin precedentes que Israel ha estado desatando en Gaza desde entonces, en la que hasta ahora han muerto más de 21.000 palestinos y, en una cruel repetición de los recuerdos de la Nakba, -una abrumadora mayoría de sus 2,3 millones de habitantes han sido desarraigados de sus hogares- ha provocado ondas de choque en todo el Medio Oriente y más allá. 

El objetivo de guerra declarado por Netanyahu –la “erradicación” de Hamas– se hace eco de los de Ben Gurion en 1956, sólo que en una escala mucho mayor y con el mundo entero observando. Incluso suponiendo que se pueda lograr ese objetivo, no habrá ningún Nasser que ponga orden en el enclave después de la retirada israelí. Así pues, Israel parece destinado a ser perseguido por la misma “Franja de Gaza” que creó en 1948, con un ciclo continuo de guerras y ocupación que sólo conducirá a un activismo palestino más radical.

Para que israelíes y palestinos disfruten en última instancia de la paz y la seguridad que tanto merecen, Gaza debe volver una vez más a sus raíces como la próspera encrucijada que fue durante siglos. Para empezar, la política de asedio y bloqueo debe terminar, permitiendo que el territorio finalmente se reconecte con el resto de la región. Al mismo tiempo, aprovechando el papel histórico de Gaza como importante centro comercial, se debe implementar una estrategia concertada de redesarrollo, que haga eco del plan de Wolfensohn de 2005, para permitir que Gaza pase de la asistencia internacional a una economía autogenerada. Ésta es la clave para que el territorio sea desmilitarizado bajo supervisión internacional y en el marco de una solución de 2 Estados.
 
 
Por supuesto, será extremadamente difícil lograr que algo de todo esto suceda, particularmente después de una guerra tan despiadada que amenaza con engendrar otra renovada generación de militancia palestina. Pero no quedan soluciones fáciles. Esta estrategia podría ser la única salida a la actual espiral asesina: como lo ha sido durante siglos, Gaza está una vez más en el centro de una gran guerra, pero también es la clave para la paz y la prosperidad en Medio Oriente. >>

(Jean-P. Filiu: "Por  qué  es  importante  Gaza", 1/01/2024, 'Foreign Affairs'
 

4 comentarios:

  1. Está muy bien... ¡pero con un inconfundible tufillo de antisemitismo...!

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    1. "Anti-sionismo no es lo mismo que antisemitismo: ésta es la historia"

      En diciembre, en medio de un catastrófico derramamiento de sangre en Gaza, la Cámara de Representantes de EE.UU resolvió que “el antisionismo es antisemitismo”. La votación fue de 311 a 14 , con 92 miembros presentes, lo que refleja un consenso entre las elites políticas estadounidenses de que la oposición al sionismo equivale al odio conspirativo hacia los judíos. Si la resolución en sí no tuvo consecuencias prácticas inmediatas, el consenso detrás de ella sí las tuvo. La votación desequilibrada reflejó el apoyo diplomático, militar e ideológico absoluto del gobierno de EE.UU a Israel mientras ese estado, bajo el liderazgo del gobierno más derechista de su historia, estaba llevando a cabo una campaña en respuesta al ataque terrorista del 7 de octubre que provocaba la muerte a decenas de miles de palestinos, entre ellos, en apenas unas semanas, al menos 7.700 niños .

      Al enterarse de la votación, muchas personas familiarizadas con la historia judía podrían haber reprimido una risa sardónica. Después de todo, el anti-sionismo fue una creación de los judíos, y no de sus enemigos.

      Antes de la 2ª Guerra Mundial, el sionismo era el tema más divisivo y acaloradamente debatido en el mundo judío. El anti-sionismo tenía variantes de izquierda y derecha (o religiosas y seculares), así como en todos los países donde residían judíos. Para cualquiera que conozca esta historia, resulta sorprendente que, como dice la resolución, la oposición al sionismo haya sido equiparada a enfrentar el judaísmo, y no sólo esto, sino al odiar a los propios judíos. Pero esa combinación no tiene nada que ver con la historia. Más bien, es política y su propósito ha sido desacreditar a los oponentes de Israel como racistas.

      La raza siempre ha estado en el centro del debate. Muchos anti-sionistas creían que los judíos eran, en su lenguaje, “una iglesia”. Esto significaba que, si bien compartían ciertas creencias, tradiciones y afinidades con correligionarios de otras naciones, pertenecían tan plenamente a sus propias comunidades nacionales como cualquier otra persona. Para ellos, un judío estadounidense lo era del mismo modo que un estadounidense anabaptista o católico: eran ante todo estadounidenses. No estaban dispuestos a suscribir ninguna idea que sugiriera ser los judíos una raza separada y, como dirían los antisemitas, inasimilables. Estas personas no se consideraban exiliadas, como pretendía el sionismo, sino en casa. Temían que la insistencia en el origen étnico o la raza pudiera exponerlos a viejas acusaciones de doble lealtad, socavando los intentos de lograr la igualdad.

      De hecho, el pensamiento anti-sionista es anterior al sionismo. Surge de la posibilidad que apareció por primera vez a finales del siglo XVIII. En 1790, en su famosa carta a los judíos de Newport, Rhode Island, George Washington declaró que “todos poseen por igual libertad de conciencia e inmunidad de ciudadanía. Ya no se habla de tolerancia como si fuera la indulgencia de una clase de personas que otra disfrutara del ejercicio de sus derechos naturales inherentes; porque afortunadamente el Gobierno de los EE.UU, que no sanciona la intolerancia ni ayuda la persecución, sólo requiere que quienes viven bajo su protección se reconozcan como buenos ciudadanos”.

      [continuará] ...

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    2. ... ... ... [continúa]

      Sólo unos años más tarde, Napoleón ofreció a los judíos de Francia la posibilidad de una ciudadanía plena en un Estado secular, y luego llevó este principio a los vastos territorios que conquistó. La apertura de los guetos desató un estallido de creatividad. Así, los pensadores judíos comenzaron a lidiar con una idea preservada por las oraciones tradicionales: que los judíos regresarían a Palestina, su ancestral tierra, donde serían gobernados por un descendiente de la Casa de David restaurando los sacrificios bajo el sacerdocio de los descendientes de Aarón y adorando en su templo reconstruido.

      Muchos pensadores modernizadores rechazaron ésta y muchas otras fórmulas rituales por considerarlas anticuadas y fantasiosas. En lugar de esperar a un mesías personal (que provocaría la resurrección corporal de los muertos), esperaban una era mesiánica de paz y hermandad. Esto no estaba condicionado a la esperanza mística de un regreso a Sión. En cambio, los judíos deberían trabajar en el aquí y ahora del mundo real. Junto con esta idea vino el precepto de que los judíos son, en palabras de un rabino, “ciudadanos e hijos fieles de las tierras de su nacimiento o adopción. Son una comunidad religiosa, no una nación”. Aunque al principio se consideró radical, este precepto eventualmente sería adoptado por la mayoría de los judíos occidentales.

      Esta visión finalmente encontraría su adhesión más entusiasta en los Estados Unidos. “Este país es nuestra Palestina, esta ciudad nuestra Jerusalén, esta casa de Dios nuestro Templo”, dijo el rabino Gustavus Poznanski de Charleston, Carolina del Sur, en 1841. Un siglo después, durante el Holocausto y la Segunda Guerra Mundial, el rabino Samuel Schulman del Templo Emanu-El en Nueva York declaró que “La esencia del judaísmo reformista para mí es el rechazo del nacionalismo judío, no necesariamente a comer jamón”. Muchos judíos notaron que hablar de una “diáspora”, incluso de un “pueblo judío”, se parecía a las calumnias de los antisemitas, que sostenían que los judíos eran un "imperium in imperio" extranjero inasimilable . Se dieron cuenta, como difícilmente podrían haberlo notado, de que muchos antisemitas eran fervientemente pro-sionistas: para deshacerse mejor de los judíos. Después de la Declaración Balfour de 1917, que prometía una patria judía a la pequeña minoría de judíos que entonces vivían en Palestina, Lord Montagu , el único judío en el gabinete británico, observó: “La política del Gobierno de Su Majestad es en consecuencia antisemita y resultará un terreno de reunión para los antisemitas en todos los países del mundo”.

      Sólo una catástrofe tan abrumadora como el Holocausto nazi podría haber disimulado estas divisiones. No importa cómo pensaran los judíos de sí mismos, argumentaban los sionistas, los gentiles nunca los aceptarían. No importa cuánto se sintieran en casa, no importa cuánta lealtad expresaran, no importa cuántos de ellos murieran defendiendo su país; siempre, eventualmente, serían perseguidos. No importaba si se llamaban a sí mismos pueblo, raza o iglesia; no importaba si se consideraban alemanes, rumanos o canadienses. El mundo exterior sólo vio judíos. Esta calamitosa realidad demostró que los judíos sólo podían confiar en sí mismos, que necesitaban su propia tierra, su propio ejército; su propio Estado, que debía existir en Palestina. El Holocausto pareció probar el argumento sionista. Para casi todos los judíos, el ascenso del Estado de Israel, sólo 3 años después de la derrota de Hitler, pareció ser una resurrección milagrosa. Las espectaculares victorias militares de Israel sobre sus enemigos aparentemente mucho más poderosos fueron una garantía de que los judíos nunca volverían a sufrir lo que habían sufrido. Para muchos judíos de todo el mundo (incluso judíos que nunca habían puesto un pie en Israel) el orgullo por Israel reemplazó la fe que muchos de ellos habían perdido. Después de la larga noche del exilio (galut), por fin había llegado un amanecer brillante.

      [continuará] ...

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    3. ... ... ... [continúa más]

      Sin embargo, bajo esta aparente unanimidad, el sionismo seguía siendo controvertido. Fue controvertido entre ciertas comunidades religiosas estrictas, que creían que sólo el Mesías podría hacer regresar a los judíos a Tierra Santa y que rechazaban lo que consideraban el materialismo y la impiedad de los colonos sionistas. Fue controvertido entre socialistas y comunistas, que rechazaban toda forma de nacionalismo. Pero tras la fundación del Estado de Israel, el debate tomó un cariz diferente. El centro de la objeción estaba entre aquellos horrorizados por lo que Israel había significado para la población nativa de Palestina. Para estas personas, la lección del antisemitismo fue el rechazo de todas las formas de racismo, y especialmente del tipo de atrocidades que habían sufrido los judíos.

      Estaban consternados del que otro pueblo, uno que no tenía ninguna responsabilidad por los crímenes nazis, se viera obligado a pagar por ellos. Y su compromiso con el universalismo los puso en conflicto con el Estado judío. Durante décadas, y en particular dado el peligro que Israel seguía enfrentando por parte de sus vecinos, sus argumentos rara vez fueron escuchados y a menudo ignorados; y ellos mismos fueron descritos como “autodespreciados” o incluso “mentalmente enfermos”.

      Incluso los pensadores que seguían considerando el establecimiento de Israel como un error esperaban que la cuestión pudiera resolverse con una partición pacífica. Los "acuerdos de Oslo" apuntaban hacia esta posibilidad. Pero el asesinato de Yitzhak Rabin , consecuencia directa por esos acuerdos, acabó con tal suposición y llevó al poder a una serie de gobiernos cada vez más derechistas. Sus políticas hicieron imposible un futuro Estado palestino.

      Como resultado, el antisionismo, en lugar de disminuir, aumentaba. Ningún otro Estado en el mundo ha visto su “derecho a existir” tan frecuentemente cuestionado. Esta falta de reconocimiento ha sido una de las principales preocupaciones, quizás la principal, de la diplomacia israelí. A veces puede ser el resultado del rechazo de las personas que odian a los judíos, pero entre los judíos es el rechazo de la idea del sionismo. Es un rechazo de la idea del nacionalismo étnico. Es un rechazo a la idea de ciudadanía ligada a la raza . Israel, mucho más que cualquier otro país que se define a sí mismo como “democrático” u “occidental”, todavía se basa en dichas ideas. Y debido a que ha llegado a definirse cada vez más -e incluso ahora oficialmente- como un Estado judío, sus defensores a menudo han descrito a sus oponentes como antisemitas. ¿El problema con esta descripción? Muchos de los que comparten estas convicciones son, y siempre han sido, judíos.

      "No hay debate", afirmó en diciembre Jonathan Greenblatt, director ejecutivo de la Liga Anti-difamación: “El anti-sionismo se basa en un concepto, la negación de derechos al pueblo, en vez de a las personas”. Para quienes nada saben acerca de uno de los debates más antiguos y persistentes de la historia judía, esto puede parecer plausible. Cualquiera que lo haga sólo puede admirar el garbo necesario para presentar una cuestión tan profundamente divisiva –y que, durante dos siglos, ha llegado al corazón mismo de la identidad de los judíos– como unánime. Nunca el debate ha sido más ruidoso que ahora.

      (Benjamin Moser, 3/01/24, 'The Washington Post')

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