martes, 16 de enero de 2024

La moral termina en las fronteras ya, sin duda: está muriendo en Gaza 'el orden internacional'

   
 
Esta impúdica erupción de ostentoso cinismo imperio-colonial, que se asumía históricamente obsoleto ya con la pregonada cancelación de ancestrales macro-criminalidad y hecatombes (como 'limpieza étnica, genocidio, campo de exterminio, apartheid o segregación, racismo teocrático, sitio por hambre y sed, política de cañoneras, castigo bíblico-apocalíptico, armas de destrucción masiva, eje del mal, terrorista islámico, coalición internacional, guerra preventiva, etcétera'), desde las fantasías más vendidas... en el real presente nos ha devuelto a la pesadilla de todo aquello anterior potenciada con los 'fake' refuerzos que le añaden ahora sus novísimos instrumentos mediante futurista I. A...

"Cuando en 2020 estalló la Pandemia de Covid‑19, con el caos y el sufrimiento que creó, yo esperé que al final, de esta tragedia internacional pudiera salir algo bueno. Y por un tiempo pareció posible. Aquella pandemia fue un potente recordatorio sobre nuestras vulnerabilidades comunes, de nuestra humanidad compartida y de la importancia de la solidaridad que trasciende diferencias y fronteras. Pero ahora me pregunto si mis esperanzas no habrán estado erradas. En cuanto amainaba lo de dicha Pandemia, otra vez corrimos (con renovado vigor) hacia precipicios

Las enseñanzas de solidaridad nos resbalaron como si estuviéramos recubiertos de teflón. Hoy parece que muchos de los pilares del orden internacional que siguió a la Segunda Guerra Mundial (quizá todos) se están derrumbando. El conflicto violento se ha vuelto el método normal para zanjar disputas entre países (Rusia y Ucrania) y dentro de países (Yemen y Sudán), mientras el sistema multilateral de seguridad en las Naciones Unidas encabezado por el Consejo de Seguridad va cayendo a la irrelevancia.
 

 
Además, se han ampliado las desigualdades entre el norte global y el sur global, y cada vez más países del segundo grupo padecen cargas de deuda paralizantes, lo que a su vez ha sido fuente de más pobreza, migraciones y desconfianza. Con el ascenso del populismo y del autoritarismo, se ha intensificado ataque contra derechos humanos o valores democráticos; y en algunos casos, un barniz electoral ha dado a estos ataques una legitimidad espuria. Y la creciente rivalidad entre Estados Unidos y China se está convirtiendo rápidamente en un fin en sí mismo.

Pero un golpe particularmente aplastante para el sistema ha sido la guerra que se desarrolla entre Israel y Hamás. La grosera violación de normas del derecho humanitario internacional para la protección de los civiles desafía nuestra capacidad de comprensión. De hecho, tantas atrocidades cometidas contra civiles, primero en Israel y ahora en Gaza, son el mal en su más pura expresión. Así, estos actos despreciables deberían ser la prioridad de la oficina del procurador de la Corte Penal Internacional y ser juzgados por la Corte Internacional de Justicia. Tenemos que detener esta caída en el abismo.
 
 
El descarado desprecio de los principios y normas del derecho internacional (por ejemplo los límites del derecho a la defensa) y las acciones deliberadas interpuestas para impedir al Consejo de Seguridad el cumplimiento de su «responsabilidad primordial de mantener la paz y la seguridad internacionales» son inaceptables. Altos funcionarios de la ONU para la cuestión humanitaria presentes en Gaza han expresado su desesperación con frases que hablan de «infierno en la tierra» y «renuncia de la humanidad». Pero parece que casi nadie los escucha.

Hay una creciente ruptura entre Occidente y el mundo árabe y musulmán, mientras las poblaciones de ambas partes descargan su furia contra sus dirigentes. Surge por doquier una retórica deshumanizante y rabiosa, y reverbera en las calles, en las universidades, en pueblos y ciudades de todo el mundo. Parece que todos los intentos de tender puentes de respeto y comprensión de las últimas décadas han fracasado.

Además, el mundo árabe y musulmán ha perdido la fe en las normas aparentes de Occidente: las instituciones y el derecho internacionales, los derechos humanos y los valores democráticos. Considera que Occidente mismo está mostrando que la fuerza bruta prevalece sobre todo. Por supuesto, la creciente creencia en que la democracia y los derechos humanos (los valores liberales que inspiraron la Primavera Árabe) no son sino herramientas para el dominio occidental es música para los oídos de autócratas y déspotas.

La guerra resalta dos enseñanzas. En primer lugar, que los conflictos no se resuelven solos, y que dejarlos enconarse es una actitud miope y peligrosa. El secretario general de la ONU António Guterres recibió virulentos ataques de Israel tras decir que el ataque de Hamás del 7 de octubre «no se dio en un vacío». Pero no hacía más que reconocer una verdad (tal demasiada humillación y sentido de injusticia en los palestinos acumulándose) que la mayoría de quienes siguen el conflicto entre Israel y Palestina conoce hace mucho.

El conflicto ha generado pedidos de reactivar el fallido «proceso de paz», que lleva décadas semiparalizado. Pero los mismos dirigentes que hoy promueven una solución de '2 estados' se quedaron callados mientras Israel devoraba (mediante anexiones y expansión de asentamientos) la mayor parte de la tierra destinada al estado palestino. El día después de la violencia actual puede ser la última oportunidad de alcanzar una paz justa y duradera antes de que toda la región se incendie.
 
  
La otra enseñanza importante es que para crear un sistema de seguridad y una arquitectura financiera globales más sólidos y equitativos se necesitan reformas estructurales. En primer lugar, hay que limitar estrictamente (o incluso eliminarlo) el poder de veto por los 5 'miembros permanentes' del Consejo de Seguridad de la ONU. Además, Estados Unidos y Rusia deben reanudar conversaciones sobre las armas nucleares y dar pasos significativos en dirección al desarme. Es escandaloso que entre las dos mayores potencias nucleares del mundo ya no exista un solo acuerdo de control de armamentos en operación.

Las instituciones de Bretton Woods (el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial) deben dar a los países en desarrollo un lugar justo en la toma mundial de decisiones y acceso equitativo a recursos financieros para el desarrollo. Pedidos de modernización semejantes se vienen oyendo desde la caída de la URSS, hace más de 30 años, pero no ha habido ningún avance.

No podemos permitir que esta oportunidad nacida de la guerra se nos escurra entre los dedos. Sin una reforma radical del orden internacional, la guerra de Gaza será pre-anuncio de un mundo que se saldrá de control."  
 
 
Y tratándose la situación, con alguna perspectiva de mayor globalidad, sobre los nuevos paradigmas...

"La teoría de la guerra justa especifica las circunstancias que disculpan las guerras: causa justificada, autoridad legítima, intención correcta, perspectiva de éxito, proporcionalidad y último recurso. Con variantes y matices, todas ellas resultan imprescindibles. Todas a la vez: cada una de ellas es condición necesaria y, conjuntamente, todas, suficientes (o casi). Lo cuento en mis clases, pero en los últimos meses me han entrado dudas leyendo los periódicos. Como hacía tiempo que no atendía a las últimas investigaciones, he tenido que repasar unas cuantas revistas por ver si se había incluido un principio invocado con frecuencia para justificar las respuestas al terrorismo de Hamas: ¿«Israel es la 'única' democracia en Oriente Medio»?. Mi búsqueda no tuvo frutos.

Precisemos: la argumentación circulante, para ser completa, requiere una premisa adicional, siempre escamoteada: algo así como que «las democracias mantienen política exterior acorde con los valores democráticos en todo caso». Una tesis con problemas. Buena parte de los mayores líos de nuestra historia reciente, desde los Balcanes, esto es, la Primera Guerra Mundial, hasta Oriente Medio, son responsabilidad del democrático Reino Unido, que alimentó mil nacionalismos para apuntillar al Imperio Otomano. Sin olvidar su protagonismo en las guerras del opio, cuando introdujo -y rentabilizó- la droga en China a golpe de cañoneras, un genuino caso de narcoguerra; o su salvajismo cuando consiguió entrar -quinina, fusiles de retrocarga y ametralladoras Maxim mediante- en África Central (Headrick: 'El poder y el imperio')...

Por supuesto, nada de lo anterior permite sostener que las dictaduras sean mejores. Sencillamente, la política interna y la externa discurren por veredas morales diferentes. En esta última funciona la dialéctica amigos-enemigos. Y los amigos no son quienes comparten valores sino negocios. Desde las guerras de religión hasta las del Golfo, pasando por las Napoleónicas, la de Crimea, las dos mundiales, las alentadas por Estados Unidos en América Latina (¿se acuerdan del Iriangate?) o la afgano-soviética, hemos visto acomunarse en la misma trinchera a religiones enfrentadas, regímenes feudales y países capitalistas, repúblicas y monarquías, democracias y totalitarismos, a arios y «amarillos». El káiser financió a Lenin, los Estados Unidos a los muyahidines y en 2019, hace dos días como quien dice, Netanyahu, con su claridad habitual, nos recordaba su voluntad de aliarse con el diablo: «Quien quiera frustrar el establecimiento de un Estado palestino tiene que apoyar a Hamas».
 
 

Fuera de sus fronteras, las democracias y las dictaduras resultan indistinguibles: algunas democracias «impecables» comparten barricada con los malvados, incluso frente a los «afines». Por ejemplo, EEUU prefiere al «democrático» Marruecos antes que a socios la mar de occidentales y entregados miembros de la OTAN. Y no duda en espiar a aliados mindundis, como nosotros, o a aliados gourmets, como Merkel. Tampoco en manipular y mentir a las instituciones más renombradas. A las propias, como sucedió en la primera guerra del Golfo con Nayira, aquella niña de 15 años que tanto nos hizo llorar cuando, ante el Congreso de EEUU, dramatizó haber visto a soldados iraquíes sacar a los bebés de incubadoras para dejarlos morir: se presentó como enfermera y luego resultó ser la hija del embajador de Kuwait en Estados Unidos. Una mentira avalada por Amnistía Internacional, que para eso están hoy las ONG, para servir a causas que poco tienen que ver con sus siglas. Y qué decir de aquel cuento de «las armas de destrucción masiva» en la otra guerra del Golfo, que justificó la invasión de Irak, un país que, si la geografía no me falla, está a más distancia de Estados Unidos que Rusia de la Ucrania invadida por Putin, déspota, sin duda, pero bastante más a la derecha que Vox: económicamente «neoliberal» (tipo único del 14%) e ideológicamente integrista cristiano ortodoxo («su» Constitución apela a «los ideales y la fe en Dios»); esto es, clavadito a tantos aliados de «Occidente». 

Otra vez hablaremos de «la masacre de Rachak», la patraña que sirvió para justificar los ilegales bombardeos de la OTAN en Kosovo. O de Libia. Como ven, no se trata de historia antigua. Ni tampoco de cherry picking, de casuística tendenciosa; o sí, de la inevitable: dado el género, las pruebas siempre serán circunstanciales, que el espionaje y las mentiras, si funcionan, no dejan trazas. Si se descubren, cosa que no ocurre casi nunca, es mucho más tarde. Cuando dan lo mismo.
 
 
Aunque hay cambios. A peor. Cada vez importan más los intereses y menos los principios, por impotencia de los principios: las instituciones públicas resultan paralíticas ante las fuerzas empresariales. Como en tiempos de las compañías de Indias, aquellos «Estados disfrazados de mercader» (Burke), que recaudaban impuestos, fundaban colonias, declaraban guerras, impartían justicia a través de sus tribunales, imprimían su moneda, tenían ejércitos privados, firmaban tratados y trazaban fronteras entre países, nos enfrentamos a poderes soberanos que solo rinden cuentas ante unos cuantos accionistas. Y también como entonces, cuando vienen mal dadas, los Estados acuden a su rescate, incluso militarmente. La cara indecorosa de la globalización (me temo que cada vez encuentra más avales el famoso trilema de Rodrik: al igual que hay que elegir entre donuts o figura estilizada, hay que optar entre hiperglobalización económica, soberanía y democracia; a lo sumo, podemos quedarnos con dos de estos elementos a la vez). Por resumir el cambio: ante los intereses, la política (los principios) no es que no quiera: es que no puede.

Cuando se recuerdan estas cosas, no tarda en llegar la acusación de demagogia. Y sí, la demagogia abunda en la literatura «anti-imperialista» que muchas veces, de tan mala, ni siquiera llega a tramposa y se queda en ignorante. Por ejemplo, cuando, para «demostrar» la impotencia del poder político ante los económicos, nos comparan el PIB de un país (digamos, Nigeria, 99.000 millones de dólares) con el patrimonio de una empresa (Exxon, 119.000 millones), se hacen trampas. La comparación no cabe: el patrimonio es una cantidad, mientras que el PIB es un flujo. El patrimonio es unidimensional (dinero) y el PIB, bidimensional (dinero por unidad de tiempo). Si el PIB se midiera en décadas y no en años, Nigeria sería un Hércules y Exxon, un pigmeo. Y si fuera en semanas, al revés.

Pero hay mejores estrategias para mostrar la existencia de poderes no sometidos a control democrático decidiendo la vida de todos. Para empezar, la documentada investigación periodística. La mejor deprime. Si lo dudan, lean el trabajo de Provost y Kennard 'El asalto licencioso' [2023]. Verán lo cerca que estamos de aquel mundo con las Compañías de Indias... Un mundo en donde los valores democráticos son sacrificados por los Estados que los invocan.
 
 
Si se trata del entender cómo va el mundo, las usuales demarcaciones ideológicas sirven de poco. Ahora mismo, en el conflicto de Gaza no sirven guiones como Occidente frente al islam, democracias frente a totalitarismos o judíos contra árabes. ¿Qué hacemos con Marruecos, Bahréin, los Emiratos Árabes Unidos o la India? Ha habido más manifestantes en favor de Palestina en Londres que en toda Jordania. Y si quieren más precisión, miren las votaciones en la ONU: la propuesta jordana del 27 de octubre que, sin condenar la violencia, reclamaba una «inmediata, durable y sostenible tregua humanitaria que lleve a un cese de las hostilidades», contó con 121 votos a favor y sólo 14 en contra. Cada país echa sus cálculos. No hay más.

Los principios en política exterior sirven para ornamentar, para dar lustre propagandístico, la peor manera del deshonrarlos. Las democracias, si coinciden en bandería con las democracias, es sólo circunstancialmente: cuando coinciden sus intereses, éstos son los que mandan. Cruzadas las limes del propio país, decaen las amistades. No un poco, sino completamente. Las actuaciones al otro lado no son parecidas a las de este lado, solo que un poco más desastradas, como sucede con el fútbol femenino respecto a la liga profesional [por poner un ejemplo muy notorio]. Allí rigen reglas distintas, inconmensurables. Como las que separan -y definen- al fútbol respecto del ajedrez.

Las dictaduras, ya se ha dicho, no son mejores. Eso sí, resultan menos cínicas. No se decoran. Al final, terriblemente, para todos, lo de Mao: "manda la punta del fusil". Entiéndase, a mí no me gusta, pero es que así es el mundo. 

Y, por supuesto, reconocer tan deprimente circunstancia no impide las valoraciones morales. También en política exterior hay causas más justas que otras... Y la única conclusión permitida es aun más modesta: los 'nuestros' no lo son siempre; incondicionales, de nadie..."

 

6 comentarios:

  1. OCCIDENTE NECESITA DEMOSTRAR QUE VALORA TODA VIDA HUMANA

    Según los informes, muchos miles de civiles han muerto. El número de personas desplazadas de sus hogares asciende a siete cifras. Las zonas urbanas densamente pobladas han quedado reducidas a escombros. Se ha cortado el suministro de electricidad, alimentos y agua. Los hospitales han sido atacados. Muchos de los que huyen, están heridos o muertos son niños.

    Podría estar describiendo la invasión a gran escala de Ucrania por parte de Rusia, que se ha prolongado durante casi dos años, o los terribles costos humanos de la ofensiva militar de Israel en la Franja de Gaza tras los horribles ataques de Hamas el 7 de octubre. Pero me refiero a un conflicto que ha recibido mucha menos atención internacional: la guerra civil en Sudán que estalló el pasado mes de abril. Incluso cuando una guerra letal capta la atención del mundo, otras continúan en el fondo.

    Como era de esperar, dada su importancia geopolítica, Ucrania ha recibido considerable atención en Occidente, donde los líderes se han apresurado a condenar los crímenes de guerra de Rusia. El nuevo conflicto en Medio Oriente ha dominado los titulares durante los últimos meses. Pero lamentablemente la crisis de Sudán ha sido poco discutida, como muchas otras que, por diversas razones circunstanciales, políticas o geográficas, parecen importar menos a la comunidad internacional.

    A Occidente le gusta pensar que ha abandonado el hábito racista de atribuir valores diferentes a la vida humana en diferentes lugares. Profesamos nuestro respeto por el derecho internacional, que codifica el principio de igualdad. Pero en la práctica, nuestro comportamiento no siempre refleja esto. Las acusaciones de dobles raseros por parte de contrapartes no occidentales duelen precisamente porque tienen razón.

    No se trata de abogar por una redistribución de suma cero de la atención y la energía diplomática de un conflicto a otro. Tampoco quiere decir que debamos preocuparnos menos por las personas inocentes asesinadas, por ejemplo, en Járkov que por las asesinadas en Khan Yunis o Jartum. En cambio, más de 75 años después de que las Naciones Unidas adoptaran la Declaración Universal de Derechos Humanos, la comunidad internacional necesita redescubrir la tradición del universalismo humanitario. Debemos confesar de palabra y de hecho que todas las vidas humanas tienen el mismo valor y que la matanza de civiles es inaceptable donde quiera que ocurra.

    Nunca antes en los últimos tiempos esto había sido más urgente. El mundo ha entrado en lo que David Miliband, presidente y director ejecutivo del Comité Internacional de Rescate, ha llamado una “ era de impunidad ”. Los crímenes de guerra suelen quedar impunes. Las naciones ignoran cada vez más las leyes de la guerra: la tortura, la violencia sexual, los actos de castigo colectivo y la destrucción indiscriminada de hogares y servicios civiles son trágicamente comunes.

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      En un orden internacional fragmentado, viejos mecanismos como señalar y avergonzar ya no funcionan. Las operaciones multilaterales de mantenimiento de la paz están en declive. Hoy en día, cuando las guerras terminan, es más frecuente que sea el resultado de que un bando venza al otro que de un acuerdo negociado. Este nuevo desorden llegó gradualmente (a medida que el optimismo de la era inmediatamente posterior a la Guerra Fría dio paso a nuevas guerras, cambios de poder y luego a una crisis económica global en la década de 2000) y luego se aceleró a principios de la década de 2020.

      Las guerras son ahora más frecuentes, duran más y están matando a más personas. En 2022, más de 200.000 personas murieron en conflictos estatales en todo el mundo, la cifra de muertos más alta desde 1986 (excluyendo actos unilaterales de violencia como el genocidio de Ruanda). Las bajas civiles masivas en los últimos años incluyen las masacres de tamiles en Sri Lanka; la matanza de decenas de miles de civiles en Yemen; y la muerte de cientos de miles de personas en la región de Tigray en Etiopía. Estos conflictos están obligando a más civiles a huir, lo que es uno de varios factores que han llevado el número de personas desplazadas en todo el mundo a un récord de 114 millones .

      (...) ¡No más jerarquías de sufrimiento civil, no más dobles raseros, no más puntos ciegos selectivos!

      En una era de crisis multiplicadas y entrelazadas, la comunidad internacional debe encontrar espacio para la solidaridad de más de uno o dos grupos ignotos a la vez. La sociedad civil mundial debería reunirse, ya sea en persona o en línea, para lanzar esta nueva campaña y reafirmar los principios fundamentales, pero cada vez más marginados, de igualdad, solidaridad y humanidad compartida. Como dijo el poeta inglés John Donne : “La muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy involucrado en la humanidad”.

      (Mark Malloch-Brown, presidente de Open Society Foundations y ex subsecretario general de la ONU)

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  2. TRUMP YA ESTÁ REMODELANDO LA GEOPOLÍTICA

    (...) Los líderes ahora están comenzando a darse cuenta del hecho de que dentro de un año, el expresidente estadounidense Donald Trump podría regresar a la Casa Blanca. En consecuencia, algunos gobiernos extranjeros están incorporando cada vez más en sus relaciones con EE.UU lo que podría llegar a conocerse como la “puesta Trump”: retrasar decisiones con la expectativa de que podrán negociar mejores acuerdos con Washington dentro de un año porque Trump establecerá efectivamente un límite mínimo sobre lo mal que pueden llegar a ser las cosas para ellos. Otros, por el contrario, están empezando a buscar lo que podría llamarse una “cobertura Trump”, analizando las formas en que su regreso probablemente los dejará con peores opciones y preparándose en consecuencia.

    Los cálculos del presidente ruso Vladimir Putin en su guerra contra Ucrania proporcionan un ejemplo vívido de la postura de Trump. En los últimos meses, a medida que ha surgido un estancamiento en el terreno, han aumentado las especulaciones sobre la disposición de Putin a poner fin a la guerra. Pero como resultado del discurso de Trump, es mucho más probable que la guerra siga en pleno apogeo el próximo año por estas fechas. A pesar del interés de algunos ucranianos en un alto el fuego prolongado o incluso un armisticio para poner fin a la matanza antes de que otro invierno sombrío pase factura, Putin sabe que Trump ha prometido poner fin a la guerra “en un día”. En palabras de Trump: “Le diría a [el presidente ucraniano Volodymyr] Zelensky que no más [ayuda]. Tienes que llegar a un acuerdo”. Ante la buena posibilidad de que dentro de un año Trump ofrezca condiciones mucho más ventajosas para Rusia que cualquier cosa que el presidente estadounidense Joe Biden ofrecería o que Zelensky aceptaría hoy, Putin esperará.

    (...) Los alemanes, en particular, recuerdan la conclusión de la excanciller Angela Merkel sobre sus dolorosos encuentros con Trump. Como ella lo describió, “Debemos luchar por nuestro futuro por nuestra cuenta”. Trump no es el único líder estadounidense que se pregunta por qué una comunidad europea que tiene tres veces la población de Rusia y un PIB más de nueve veces su tamaño tiene que seguir dependiendo de Washington para defenderla. En una entrevista frecuentemente citada de 2016, el presidente estadounidense Barack Obama laceró a los europeos (y a otros) por ser “aprovechados”. Pero Trump ha ido más allá. Según John Bolton , entonces asesor de seguridad nacional de Trump, Trump dijo: “Me importa una mierda la OTAN” durante una reunión de 2019 en la que habló seriamente sobre retirarse de la alianza por completo. En parte, las amenazas de Trump fueron una estrategia de negociación para obligar a los estados europeos a cumplir su compromiso de gastar el 2 % del PIB en su propia defensa, pero sólo en parte. Después de dos años de intentar persuadir a Trump sobre la importancia de las alianzas de EE.UU, el secretario de Defensa, James Mattis, concluyó que sus diferencias con el presidente eran tan profundas que ya no podía ocupar el cargo, cargo que explicó con franqueza en su carta de renuncia de 2018. . Hoy, el sitio web de la campaña de Trump pide “reevaluar fundamentalmente el propósito y la misión de la OTAN”. Al considerar cuántos tanques o proyectiles de artillería enviar a Ucrania, algunos europeos ahora se detienen a preguntarse si podrían necesitar esas armas para su propia defensa si Trump fuera elegido en noviembre.

    [continuará] ...

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      (...) Un segundo mandato de Trump promete un nuevo orden (o desorden) comercial mundial. En su primer día en el cargo en 2017, Trump se retiró del acuerdo comercial Trans-Pacífico. Las semanas siguientes vieron el fin de las discusiones para crear un equivalente europeo, así como otros acuerdos de libre comercio. Utilizando la autoridad unilateral que la Sección 301 de la Ley de Comercio de 1974 otorga al poder ejecutivo, Trump impuso aranceles del 25 % a importaciones chinas por valor de 300 mil millones de dólares, aranceles que Biden ha mantenido en gran medida. Como explicó el negociador comercial de la administración Trump, Robert Lighthizer, a quien la campaña Trump ha identificado como su principal asesor en estos temas, en su libro recientemente publicado 'No Trade Is Free', un 2º mandato de Trump sería mucho más audaz.

      En la campaña actual, Trump se autodenomina “Hombre de los Aranceles”. Promete imponer un arancel universal del 10 % a las importaciones de todos los países e igualar a los países que imponen aranceles más altos a los productos estadounidenses, prometiendo “ojo por ojo, arancel por arancel”. El pacto de cooperación con los países de Asia y el Pacífico negociado por la administración Biden —el Marco Económico para la Prosperidad del Indo-Pacífico— estará, dice Trump, “muerto desde el primer día”. Para Lighthizer, China es el “adversario letal” que será el objetivo central de las medidas comerciales proteccionistas de EE.UU. Comenzando con la revocación del estatus de “relaciones comerciales normales permanentes” que se le otorgó a China en 2000 antes de unirse a la OMC, el objetivo de Trump será “eliminar la dependencia de China en todas las áreas críticas”, incluidas la electrónica, el acero y los productos farmacéuticos.

      (...) Trump ha anunciado que el primer día de su nueva administración su primer acto será “cerrar la frontera”. Actualmente, cada día, más de 10,000 extranjeros ingresan a EE.UU desde México. A pesar de los mejores esfuerzos de la administración Biden, el Congreso se ha negado a autorizar más ayuda económica a Israel y Ucrania sin cambios importantes que ralenticen significativamente esta migración masiva desde Centroamérica y otros lugares. En la campaña electoral, Trump está haciendo del fracaso de Biden a la hora de asegurar las fronteras estadounidenses un tema importante. Ha anunciado sus propios planes para arrestar a millones de “extranjeros ilegales” en lo que llama “la mayor operación de deportación interna en la historia de EE.UU”.

      (...) Históricamente, ha habido épocas en las que las diferencias entre demócratas y republicanos sobre importantes cuestiones de política exterior eran tan modestas que se podría decir que “la política se detiene en la orilla del agua”. Esta década, sin embargo, no es una de ellas. En todos los temas (desde las negociaciones sobre el clima o el comercio o el apoyo de la OTAN a Ucrania hasta los intentos de persuadir a Putin, al presidente chino Xi Jinping o al príncipe heredero saudita Mohammed bin Salman para que actúen), Biden y su equipo de política exterior se encuentran cada vez más en desventaja mientras sus homólogos sopesan las promesas o amenazas de Washington frente a la probabilidad de que dentro de un año tendrán que lidiar con un gobierno muy diferente. Este año promete ser un año de peligro, ya que países de todo el mundo observan la política estadounidense con una combinación de incredulidad, fascinación, horror y esperanza. Saben que este teatro político elegirá no sólo al próximo presidente de Estados Unidos sino también al líder más importante del mundo.

      Graham Allison ('Foreign Affairs')

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  3. NO SE OLVIDARÁ EL TOTAL DESPRECIO DE OCCIDENTE POR LAS VIDAS DE LOS PALESTINOS: Nuestras elites políticas y mediáticas son cómplices de la pesadilla de Gaza. Cualquier vestigio de autoridad moral se ha perdido para siempre.

    ¿Cuál es el valor de una vida palestina? Para aquellos que conservan delirios que aún no están enterrados entre los escombros de Gaza junto a familias enteras –como los Zorob, los Kashtan, los Attalah– , Joe Biden ofreció una respuesta definitiva la semana pasada. En una declaración al cumplirse 100 días desde que comenzó el horror actual, mostró con razón empatía por la difícil situación de los rehenes –cuyo secuestro por parte de Hamás representa un grave crimen de guerra– y sus familias traumatizadas. Sin embargo, no hubo NI una sola mención a los palestinos.

    El hecho de que tanto los políticos como los medios de comunicación no se hayan molestado en disfrazar su desprecio por la vida palestina tendrá consecuencias. De hecho, este fenómeno no es nuevo y sus repercusiones ahora se sienten violentamente. Si las naciones poderosas del mundo no hubieran ignorado tan descaradamente que 3/4 de millón de palestinos fueron expulsados ​​de sus hogares hace 76 años , acompañados de unas 15.000 muertes violentas, se estima que las semillas de la amarga cosecha de hoy no se habrían sembrado. Las elites políticas y mediáticas comenzaron como tenían intención de continuar. ¿Cuántos saben que el año pasado, antes de las atrocidades indefendibles cometidas por Hamás el 7-O, las fuerzas israelíes habían matado a 234 palestinos sólo en Cisjordania, más de 3 docenas de ellos niños? La vida es barata, dicen. Aparentemente no tiene sentido si eres palestino. Si se hubiera atribuido algún valor a la vida palestina, es posible que nunca se hubieran producido décadas de ocupación, asedio, colonización ilegal, apartheid, represión violenta y matanzas masivas . Oprimir a otros se vuelve difícil de sostener cuando se acepta su humanidad.

    Incluso algunos resignados a la indiferencia occidental hacia la vida palestina podrían haber esperado que, después de semejante matanza asesina, el dique acabaría rompiéndose. Seguramente 10.000 niños que sufren muertes violentas , o los 10 niños a los que les amputan una o ambas piernas cada día, a menudo sin anestesia, despertarían emociones poderosas. Seguramente 5.500 mujeres embarazadas que dan a luz cada mes –muchas de ellas con cesáreas sin anestesia– o recién nacidos que mueren de hipotermia y diarrea provocarían una repulsión imparable. Seguramente las proyecciones de que, dentro de un año, una cuarta parte de la población de Gaza podría morir sólo por la destrucción del sistema de salud por parte de Israel, conducirían a demandas abrumadoras de algo, cualquier cosa, para poner fin a esta obscenidad. Seguramente, historias interminables de trabajadores humanitarios, periodistas o médicos asesinados junto con varios familiares –o incluso toda su familia– a causa de un misil israelí acabarían provocando un coro abrumador en la sociedad occidental: esto es una locura despreciable, ¿debe parar?

    Eso no ha sucedido y por eso las consecuencias serán graves. La devaluación de la vida palestina no es una suposición, sino un hecho estadístico. Según un nuevo estudio de la cobertura en los principales periódicos estadounidenses, por cada muerte israelí, los israelíes son mencionados 8 veces, a una tasa 16 veces más por muerte que la de los palestinos.

    [continuará] ... ... ...

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    1. ... ... ... [continúa]

      Un análisis de la cobertura de la BBC realizado por los especialistas en datos Dana Najjar y Jan Lietava encontró una disparidad igualmente devastadora, y que términos humanizadores como “madre” o “marido” se usaban mucho menos para describir a los palestinos, mientras que términos emotivos como “masacre” o “matanza” casi nunca se aplicó a las víctimas por atrocidades israelíes contra Hamás.

      Todo esto tendrá un impacto profundo. Para empezar, olvídese de cualquier reclamo occidental futuro sobre los derechos humanos y el derecho internacional. Gran parte del mundo ya consideraba con desprecio esa fariseísmo como simplemente el último ardid para promover los intereses estratégicos de países que se hicieron ricos a expensas del resto del mundo: siglos de colonización a menudo genocida engendraron un cinismo duradero, al igual que más recientes baños de sangre como la guerra de Irak, o el apoyo activo a tiranías flexibles en múltiples continentes. Después de que Occidente armó y respaldó a Israel mientras imponía una muerte masiva en Gaza mediante bombas, balas, hambre, sed y la destrucción de instalaciones médicas, nadie excepto los terminalmente crédulos volverá a escuchar tales afirmaciones.

      Pero no son sólo otros países los que deberían preocupar a las elites políticas y mediáticas occidentales. También se enfrentan al colapso moral en casa. Las generaciones más jóvenes en países como Estados Unidos y Gran Bretaña han crecido tomándose el racismo mucho más en serio que las que les precedieron, y las encuestas muestran que simpatizan mucho más con los palestinos que los ciudadanos mayores. Son ávidos usuarios de las redes sociales, donde ven imágenes de las aparentemente interminables atrocidades en Gaza y de soldados israelíes que alegremente sirven crímenes de guerra como material de entretenimiento público. La abogada irlandesa Blinne Ní Ghrálaigh, al exponer el caso de Sudáfrica contra Israel ante la corte internacional de justicia, describió esto como “el primer genocidio en la historia donde sus víctimas están transmitiendo su propia destrucción en tiempo real con la desesperada, hasta ahora vana esperanza de que el mundo podría hacer algo”. Para las generaciones más jóvenes expuestas a numerosos videoclips de madres gritando agarrando los cadáveres sin vida de sus recién nacidos, todo este episodio ha resultado instructivo.

      ¿Qué opinan entonces estos jóvenes de la cobertura mediática, o de las declaraciones de los políticos, que no parecen tratar la vida palestina como si tuviera ningún valor? ¿Qué conclusiones se están sacando sobre las crecientes poblaciones minoritarias de los países occidentales cuyos medios de comunicación y élites políticas están haciendo tan pocos esfuerzos para disfrazar su desprecio por la vida palestina que se está extinguiendo a una escala tan bíblica?

      Así que sí, hemos visto cómo la negativa a tratar a los palestinos como seres humanos hizo inevitable la pesadilla de hoy. Podemos ver cómo las afirmaciones morales utilizadas para justificar el dominio global occidental quedan permanentemente destrozadas. Pero se ha prestado poca atención a cómo las elites políticas y mediáticas de las naciones occidentales han quemado su autoridad moral, dejándola pudrirse junto a miles de cadáveres palestinos no identificados enterrados bajo los escombros. Un punto de inflexión, sin duda, con consecuencias que sólo se entenderán cuando ya sea demasiado tarde.

      Owen Jones ('The Guardian')

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