miércoles, 28 de octubre de 2020

"INUTILIDADES DEL ESFUERZO -Y SUS RESULTADOS...- EN LA VIDA MORAL..."


Hace ahora 200 años, en su obra capital 'El mundo como Voluntad y Representación', Arthur Schopenhauer nos explicó [recogiendo ancestrales enseñanzas de Siddaharta Gautama, el Shakyamuni, Buda] cómo "...toda nuestra corriente de ya satisfechos deseos que vuelven a renacer cubiertos por otras formas es una manifestación fenoménica y efímera desde cierta eterna e incandescente voluntad con la cual se acucia sin saciarla nunca. ¿Qué hacer? ¿Desarraigar los deseos? Eso fue lo que intentó el estoicismo, pero ahí está el resultado: un hombre sin vida, rígido, impasible ante vivir o morir. 

Schopenhauer ofrecía otras alternativas diferentes: cuando el deseo sea suprimido por luz de la inteligencia, y no represión, surgirá un estado [más compasivo, al asumir toda nuestra interdependencia existencial...] que, lejos del desinteresarse con respecto a cualquier suerte o dolor ajenos, conseguiría llevarnos al compartirlos como si fueran propios. Esta es la plenitud de la vida y su ética. Pero él mismo fue consciente del que ni aun ésta supone una conquista definitiva. También un asceta o el místico, tan admirados por haber llegado a la quietud y compasión, vuelven a sentir zarpazos del deseo aunque sea bajo formas de mayor perfección e incluso huyendo del hastío. 
 
No somos conscientes de que la vivencia -¡como vida!- es inagotable, brota continuamente y renace de nuevo; pero (nosotros) estorbamos el continuo renacer cosificándolo en moldes de las experiencias. Tengo una vivencia, y la vivo intensamente, pero he de dejarla pasar. Si no, detengo la corriente de mi vida. Tal es el continuo morir psicológico y moral como condición para que la vida se renueve con su natural frescura. Cuando lo inagotable -que la vivencia es- resulta estorbado por los recuerdos o la experiencia, entonces comienzan las búsquedas del resultado. La mente quisiera, pues, fines o experiencia y resultado. Mas éstos tan sólo son objetos muertos que impiden la corriente de las vivencias... 



   
Dicho esto, una cuestión clave viene gestándosenos. ¿Cabe no perseguir ningún fin? ¿Puede la mente renunciar a todo resultado? ¿Es posible acción que sea tan libre como para no tener motivos ni propósitos? Valoramos a los hombres de acción, no contemplativos ni soñadores. Mas hay acción verdadera cuando tiene integración del proceso total de la vida; sin ésta, por otros meros activismos, destructiva tan sólo es. La parcial no es en absoluto acción, pues arrastra desintegrarnos; y verdadera es la que no tiene un fin concreto, ni dirección, o búsqueda de resultados. En este sentido, es igual que las acciones creativas; éstas, y aquélla, no son fruto del esfuerzo. Como en la verdadera virtud, no hay tampoco propósito, sino un olvido del yo (sin confusión, con inconsciencia, del propio valor); y entonces surge un ser completo, exuberante.

El recto conocimiento de sí mismo, sin ánimo de cambiarse, nos conduce a unas realidades autosuficientes y pletóricas; basta con remover sus obstáculos; que son los ideales, proyectos, propósitos. Por otro lado, el intento de cambiar sustratos profundos de nuestra realidad resulta vano, y quizás contraproducente. Nuestra voluntad no cambia. Sólo la inteligencia -es decir, el conocimiento- puede orientar su fuerza ciega hacia unos nobles objetivos; pero querer transformarla es absurda lucha contra nosotros mismos, conduce hacia un autodestruirnos paulatino...

 
 

Deja de querer transformarte a ti mismo, o del intentar ser justo y honrado, pretendiendo reformar el mundo con tus inmejorables ideas; limítate al conocerte y entrégate a los quehaceres o circunstancias que te rodean. El ideal del cambio y progreso espiritual es una huida de lo que somos ¿Si hubiera comprensión de nosotros mismos, surgirían ideales? Es tu pensamiento el que los crea; y a nuestro trabajo en realizarlos llamamos acción; pero ésta es un auto-proyectar encerrado en nosotros.

¿Es posible actuar sin propósitos? Sí, cuando somos capaces de ver acciones que persiguen algún propósito; pues, entonces, nuestra percepción alerta ya desconectó el interés del yo sobre las mismas apareciendo éstas limpias y libres. En dicho comprender lo que cualquier actividad nuestra es consiste una real acción verdadera... 
 
    
 
  
La práctica socrática es un actuar sin propósito ni dirección. Por ello Sócrates resulta un tipo desconcertante: no tiene oficio ni funda su academia como hacen otros; no se tiene por ningún maestro, guía o reformador político. Suele presentarse a si mismo como un ignorante profundamente interesado en buscar la verdad dialogando con otros. La verdad —para él— no está en resultados u objetivaciones; sino en un continuo preguntarse sin poder llegar a respuestas definitivas, claras. Una verdad objetivada es un peso muerto que impide la movilidad y frescura del hálito vital que da el estarse cuestionando siempre. Atenerse a los resultados es una forma de seguridad frente a las arduas tareas del investigar.

Quien opta por acumular resultados confiriéndoles valor intemporal y metafísico es Platón; éste prefirió dogmatizar, en vez de dudar, categorizar y no inquirir. Ahí están los resultados: Platón fundó academia, eligió discípulos doctos, configuró un sistema e influyó con una doctrina monolítica en el pensamiento griego y los posteriores. En cambio Sócrates fue al ágora, por hablar con todo tipo de gente, y no tuvo escuela ni exigía que quien lo escuchaba supiera geometría; presentándose como un ignaro, no sólo ni tiene sistema sino que tritura sin piedad aquéllos que sus oyentes le presentan tímidamente. 



Sócrates no simuló tener la verdad bajo apariencia de ignorante; se tenía por tal y actuaba queriendo hallar aquélla en coloquio con sus conciudadanos. Pero, al exponer sus dudas, caería como castillo de naipes toda supuesta verdad afirmada por sus interlocutores. La docta ignorancia socrática echaba involuntariamente por tierra las supuestas verdades de su oyente invitándole a inquirir de nuevo sin presupuestos previos. Esto resultaba muy molesto a sus contertulios: a nadie gusta que desmonten sus convicciones, creencias o acariciadas verdades y le inviten al vivir sin apoyos, cuestionándolo todo cada día. Mas tal actitud tiene también su correlato en la vida moral... 

Si Sócrates no acumula conocimientos ni verdad, y se tiene a sí mismo como un ignorante que busca, eso mismo le ocurre con respecto a la virtud. Cuando un oyente le dice: “oye, tú tienes cara de tener todos los vicios”, el maestro responde: “cierto, lo único es que soy consciente de ello”. Se tiene a sí mismo, pues, no por un tipo virtuoso; sino por un sujeto capaz de todos los vicios, con un solo medio de afrontar éstos: el conocimiento de sí mismo... Bastaría con percibirlos, o tener conciencia de ellos; no se requeriría esfuerzo alguno suplementario contra las inclinaciones.    
 


Sólo con ser consciente, de todas ellas, puede bastar. Ese conocimiento de sí es lo que mantiene al yo a raya [con aquel WU WEI” -esto es No Forzamiento, o bien Impensada Mente... en vez de la 'In-acción', que malentendiendo suele decirse...- chino] y eso es ya suficiente. La vida misma se ocupa de llevar a buen puerto las fuerzas que hay en el instinto, sin necesitar doblegarlas por contrafuerzas de la voluntad. El conocimiento de sí, con lo que quiere acumular el ego, es lo que hace posible acceder a la virtud. Basta con remover los obstáculos; no es necesario hacer algo positivo, pues ello vendría del yo. 

Ese continuado vigilarse a  mismo logra dotar de libertad extraordinaria, que le hace inmune al individuo ante los condicionamientos familiares, políticos y religiosos. Sócrates no invitó a romper con la familia, polis o religión, sino que reclamaba independencia del individuo por encima de todas ellas; en medio de tales condicionamientos el hombre ha de vivir, pero sin aceptar sus pretendidas autoridades en las propias búsquedas individuales. Por ello fue visto como amenaza de disolución contra los valores políticos, morales y religiosos; de ahí la triple acusación contra él: corruptor de la juventud, ateo y enemigo de la polis...

Nietzsche hace su afirmación dionisíaca y sin fisuras de la vida ante las amenazas del sinsentido y el vacío; a tan recio afirmarla debe cooperar el conocimiento y, en esa función, se agota el cometido del mismo. Sócrates, en cambio, enseñó a enfrentarse con ese vacío tratando de no taponarlo por afirmaciones o creencias; y, para eso, es imprescindible como instrumento el conocimiento desinteresado. No hay que apresurarse a llenarlo; es preciso sentirse libre frente al vacío, y esa libertad la presta el conocimiento. 


  
Sócrates, pues, no niega la vida; la ve con su inestable devenir e inseguridad y, ante todo eso, no valen refugios ni afirmaciones entusiastas fabricadas por el propio hombre. Nietzsche no entendió el conocimiento socrático, que supone un “estar alerta” y dejar hacer al fugitivo soplo de la vida. Sócrates hizo del conocimiento de sí el instrumento más poderoso para la afirmación de libertad del individuo, incluso frente al valor de la vida. Nietzsche potencia el ego humano que fabrica soluciones; en cambio, Sócrates nos promueve una insobornable libertad individual frente a la vida y los dioses..." 



Y todo esto nos recuerda mucho lo que bien claro razonaba Henry D. Thoreau -más a la pata llana-  en su "Life without Principle"...
 




1 comentario:

  1. Aquí M.S.M. brinda enseñanza con raíces hindúes de A Schopenhauer, muy acordes al 'Wu Wei' (o sea "No Forzamiento"; en vez del 'In-acción' como, mal entendido, suelen decir) chino, y termina desembocando en otras ejemplarizadas ya vitalmente por Sócrates: NADA que nos tiente al Ascetismo... NI se resigne aceptando inevitable Dolor por suponerse destino hacia NINGÚN "valle de Lágrimas", forzosa mente...
    Es muy preferible a otras lecciones ulteriores -y contradictorias- enfeudadas en el masoquista pesimismo como programa 'cristiano correcto': https://1drv.ms/v/s!BATM3zLaM_Ivj0oMD1vrT8ugKvIa?e=IvVrFJ

    ResponderEliminar