lunes, 21 de noviembre de 2011

Humor y compromiso

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Javier Pradera Gortázar (D.E.P)




"UN HOMBRE DE LA CULTURA, EL PERIODISMO Y LA POLÍTICA

En pocas líneas, entre el apuro del cierre diario y las nieblas de la pena, debo expresar esa deuda -la de muchos, la mía sobre todo- que tenemos con él. Es imposible, es necesario, en ello consiste el juego del periodismo: él me lo enseñó. Hubiera comprendido mejor que nadie la torpeza del logro, pero no el incumplimiento de lo requerido. Perdona, va por ti.

Javier Pradera puso toda su enorme competencia intelectual al servicio de la política, es decir, de la razón en sociedad. A diferencia de muchos prebostes de los medios de comunicación o del Gobierno, cuya preparación está por debajo del cargo que ocupan o el ruido que causan, la cultura de Javier rebasaba ampliamente lo exigido por las tareas que desempeñó. Como editor, tanto en el Fondo de Cultura Económica como en Alianza, fue imprescindible para facilitar formación integral a quienes debíamos gestionar -mejor o peor- la Transición desde la chatura torva de la dictadura hasta el libre ejercicio democrático. Puso a nuestro alcance mucho de lo que buscábamos, nos orientó hacia lo que necesitábamos sin aún saberlo. Como periodista, ejerció una pedagogía lúcida y rigurosamente informada, radical en los principios pero moderada en la estrategia. A algunos nos enseñó en su día que en el terreno político lo bueno deja de serlo si se impone sin consenso a la mayoría social. Demasiado inteligente para contentarse con el sectarismo, mantuvo hasta el final un apasionamiento juvenil que le vedaba aparentar equidistancia.

¡Y su humor! Podía encontrar el sesgo cómico hasta hablando de una sentencia del Tribunal Supremo o, más difícil todavía, de un partido de fútbol. Su conversación, maliciosa y lúdica, divertía casi sin querer: nunca se las daba de ingenioso pero nunca podía remediar serlo... al contrario de tantos graciosuelos que sientan plaza de ello. Cuando escribía, en cambio, omitía las bromas que podían distraer de su argumentación y solo se permitía los rasgos humorísticos que la hacían más clara o más persuasiva, al modo de Voltaire. A su lado, uno no sentía la obligación de estar tenso o crispado, pero aprendía que el placer de sonreír no nos dispensa de continuar alerta jamás.

Espontáneamente curioso de todo lo que podía ser humanamente relevante y siempre perspicaz, conservaba un pudor excesivo acerca de cuanto le concernía. No se quejaba de padecer abusos, se limitaba a procurar combatirlos. De sus achaques de salud nos enterábamos casi siempre al día siguiente, cuando volvía del hospital. Estaba convencido de que vivimos hasta el final y que a la muerte no hay que darle el gusto de que nos encuentre esperándola atónitos, de modo que su último artículo apareció su último día. Ha fallecido en una jornada de elecciones generales, de esas que a él le apasionaban como a pocos y que sabía comentar y analizar desmenuzadamente como nadie. Siguiendo a Borges, uno casi se atrevería a creer que algo que ciertamente no se nombra con la palabra azar rige estas cosas.

Nos presentó hace mil años Jesús Aguirre y fuimos amigos casi desde el primer momento. ¿Por qué? Me gustaría poder decir como Montaigne: porque él era él, porque yo era yo. Pero no sería cierto. Fuimos amigos porque él quiso generosamente tomarme bajo su zumbona tutela y enseñarme en la medida de lo posible el oficio de vivir. Cuanto me interesa saber y practicar del periodismo, a él se lo debo: con su paciencia, a veces resignada, logró evitarme que cometiese algunas de aquellas imbecilidades a las que soy propenso. Por lo demás, me dio constante ejemplo de cómo ser donostiarra sin ñoñería y español sin aspavientos. La única vez que casi me traiciona fue precisamente en San Sebastián: yo le había rogado presentar un librito mío sobre la ciudad en un local de la parte vieja y él aceptó, a pesar de lo poco que le gustaba hablar en público. Pero desdichadamente la fecha del acto coincidió con un partido de la Real Sociedad, de modo que Javier se atropelló y aceleró hasta la ininteligible para acabar cuanto antes, mientras desde la puerta Juan Alcorta le hacía señas para que se despidiera de una vez.



Tan inmejorable amigo de sus amigos como siempre era, solo cuando había fútbol por medio dejaba un poco de ser fiable... Adiós, Javier. Ya ves, apenas me has dejado solo y ya empiezo a desbarrar y a dar trompicones. Después será aún peor, seguro que sí. Y toda la culpa va a ser tuya, por haberme cuidado tanto."


( Fernando Savater, coeditor con él en "Claves de la razón práctica" )

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1 comentario:

  1. Apenas niño, recién empezada la guerra, los republicanos asesinan a su padre y a su abuelo; dos pivotes fundamentales en el levantamiento del 18 de julio. Vivirá de manera intensísima la conciencia de ser hijo y nieto de dos próceres, mártires de la Cruzada. Un huérfano de guerra cuyo apellido estaba escrito en las piedras votivas. Vivió luego como un hombre maduro, con un compromiso ético que se fue debilitando con el tiempo. Venía del fascismo implacable, ése que primero se metió bajo las alfombras y luego cubrieron las moquetas de la transición. “Me acuerdo que el día que Hitler inició la contraofensiva en las Ardenas, mi madre nos despertó a mi hermano y a mí en plena noche para decirnos que no olvidáramos aquel momento: Hitler empezaba a ganar la guerra”. Quince años después, serían militantes destacados, uno del PSOE, en San Sebastián, cuando los socialistas se contaban con los dedos de una mano, y el otro, en el PCE, cuando la militancia se contaba con las dos.

    Javier Pradera empezará como ayudante del catedrático más importante del fascismo español, creador del caudillaje, Javier G. Conde; un nazi convicto que pasará pronto a autoritario y luego a ejercer de liberal en la intimidad. La oposición silenciosa, que dicen ahora. Pradera hará una tesis sobre los fundamentos del pensamiento de extrema derecha, que nunca querrá publicar (...) Lo suyo era la dialéctica en sentido estricto; polemista brillante, con una inteligencia aguda y un acusado sentido del ridículo. Pertenecía a una generación de maestros verbales, casi ágrafos. Grandes lectores en su tiempo, luego picoteadores de libros.

    ¡Los años 50! Aquellos pioneros del pensamiento de izquierda, clandestinos hasta del aliento. Martín Santos, Aldecoa, Martín Gaite, Alfonso Sastre, Manolo Sacristán y unos excéntricos hijos del ex ministro y fascista irredento Rafael Sánchez-Mazas: los Sánchez Ferlosio. Con una de ellos se casará Pradera. Su detención en 1956 causará una conmoción sólo comparable a la que en el 64 protagonizará el hijo comunista del ministro de Aire, Lacalle Larraga. En el PCE, en el que ingresa a través del entonces poeta Enrique Múgica Herzog, futuro ministro socialista entre otras muchas cosas, conoce a Jorge Semprún. Serán inseparables. Uno es un Maura -Jorge- y él, un Pradera, nieto de Don Víctor; dos instituciones de la monarquía alfonsina.

    En la crisis de los comunistas españoles del 64, más que irse con Claudín y Semprún, la verdad es que Carrillo le forzó a marcharse, porque para ese desconfiado patológico, un Pradera siempre estará más cerca de un Maura que de un tipo de Gijón que aún no sabe quién es Gramsci ni Lukács, ni le interesa un carajo (...) Debió de ser en sus años de esplendor, 1983 o 84, cuando me soltó: “He conseguido lo que siempre quise hacer; escribir y no firmar”. Los mejores y más significativos editoriales de El País son suyos (...) Se había acostumbrado a mentir riéndose, porque la política es un ejercicio que exige a menudo escamotear la verdad, pero su PSOE fue el de Felipe y Alfonso, al que animó a prologar La Regenta de Clarín, cosa que solía negar con cierto desdén de aristócrata ofendido, pero que fue tan cierta como imposible.

    Encontró en Felipe González al dirigente que necesitaba, pues su ambición no era ejercer poder sino orientarlo (...) no aspiraba a ser el Maquiavelo, pues era un conspirador cansino y hablador, algo impensable para seguir al Príncipe en sus tortuosos caminos. Lo suyo tenía más que ver con El Gatopardo (...) Zapatero, es obvio, representa todo lo que él despreció en un político. La derrota del PSOE en día tan señalado no podía menos que acercarle al abismo. Sólo a un vendedor de humo, con cero memoria histórica, se le ocurriría convocar elecciones en él. Ahora el 20-N tendrá en su haber 4 muertes. La de José Antonio Primo de Rivera, la de Franco, la de Javier Pradera, y barrunto que también la del PSOE al que sirvió.

    Gregorio Morán, 26.11.11

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