miércoles, 18 de octubre de 2023

Extracto [sobre un recorrido histórico] en "L' HOMME REVOLTÉ", por Albert Camus (8º)

          [continúa tras de la 7ª parte
  
IV.- Rebeldía y arte

La creación es exigencia de unidad y rechazo del mundo que rechaza tan sólo a causa de cuanto le falta o en nombre de aquello que, a veces, puede ser. La rebeldía se deja observar aquí, fuera de la historia, en su estado puro y complejidad primigenia... 

Se observará, no obstante, la hostilidad al arte que han mostrado todos los reformadores revolucionarios. Platón es aún moderado, sólo pone en tela de juicio la función engañosa del lenguaje y no destierra de su república ideal sino a los poetas... Pero el movimiento revolucionario de los tiempos modernos tras de la Reforma elige la moral expulsando a la belleza (...) Rousseau ya denuncia en el arte una corrupción añadida por la sociedad a la naturaleza. La Revolución francesa no engendra a ningún artista, sino únicamente a un escritor clandestino, Sade; y al único poeta de su tiempo, el neoclásico proto-romántico André Chénier, lo guillotina [su satirizado] Robespierre [sólo 3 días antes de tener él, a su vez, igual fin en un postrer acto del Terror]... 

Más tarde, los saint-simonianos exigirán un arte «socialmente útil»; «el arte para el progreso» fue un tópico que circuló durante todo el siglo, hasta Víctor Hugo lo repitió. También los nihilistas rusos: «Preferiría ser un zapatero ruso antes que un Rafael ruso» (Pisarev). Y es conocida, por fin, la excomunión del arte que pronuncia Tolstói (...) Según los intérpretes revolucionarios de la 'Fenomenología...', sin menor severidad, en la sociedad reconciliada no habrá ya ningún arte. La belleza será vivida, nunca imaginada. Lo real, enteramente racional, aplacará por sí solo cualesquier sedes. El arte, dirá Marx, expresa los valores privilegiados de la clase dominante... 
   
Por otro lado: creando belleza fuera de la historia [o/y del 'realismo socialista'] el arte contraría el único esfuerzo que racional es: transformar la historia misma en absoluta belleza...

Pero lo último que un artista podría experimentar ante su arte es el arrepentimiento. Equivale a ir más allá de la simple y necesaria humildad pretender diferir también la belleza hasta el final de los tiempos o, entre tanto, privar a todo el mundo de aquel pan suplementario del que uno mismo se ha beneficiado. Esta locura ascética traduce, al plano estético, la lucha ya descrita entre revolución y rebeldía. En toda rebelión se descubren una exigencia metafísica de unidad, su imposibilidad del hacerse con ella y la fabricación de un universo sustitutivo. La rebeldía, es fabricante de universos. Eso define también el arte. La exigencia de la rebelión, a decir verdad, es en parte una estética. Todos los pensamientos en rebeldía, como hemos visto, se ilustran en una retórica o universo cerrado ilustrando a su manera la misma necesidad de coherencia y unidad. Sobre dichos mundos cerrados, el hombre puede reinar y conocer por fin...

El artista rehace por su cuenta el mundo y éste no está nunca silencioso; eternamente repite las mismas notas, según vibraciones que se nos escapan. Sin embargo, existe una música en que las sinfonías acaban, donde dan su forma las melodías a unos sonidos que por sí mismos no la tienen; en la cual una disposición privilegiada de las notas saca, por fin, del desorden natural cierta unidad satisfactoria para el espíritu y su corazón... 

Para la escultura, su propósito no es imitar, sino estilizar, y aprisionar en una expresión significativa el furor pasajero de los cuerpos o torbellino infinito de las actitudes. «El genio mismo —reflexiona Delacroix, sobre su arte— no es más que aquel don de generalizar y elegir». El estilo de un pintor reside en dicha conjunción de la naturaleza e historia, como presencia impuesta sobre lo que deviene siempre. El arte realiza, sin esfuerzo aparente, aquella reconciliación de lo singular y universal con que soñaba Hegel; es el grito desesperado y orgulloso de todos los artistas: «puedo pasar sin Dios, pero no sin la fuerza de crear» (Van Gogh)...
 
¡Un par de genios que vivieron... justo hasta ese mismísimo día!
 
El arte recusa lo real, pero no lo elude. Nietzsche podía rechazar toda trascendencia, moral o divina, diciendo que impulsaba calumniar a este mundo y la vida. Pero tal vez haya una trascendencia viva, cuya belleza rehace su promesa, que puede hacernos amar y preferir a cualquier otro este mundo mortal limitado. El arte nos puede volver así a los orígenes de la rebelión, por cuanto trata de dar sus formas a un valor que huye en el devenir perpetuo; pero que por el artista se presiente queriendo arrebatárselo a la historia...  
 
IV.1.- Novela y rebelión

La novela y el espíritu de rebeldía nacen al mismo tiempo, traduciéndose al plano estético las mismas ambiciones (...) 'El tiempo recobrado', en su ambición al menos, es la eternidad sin dios. La obra de Proust se alía con la belleza del mundo y de los seres contra las potencias de la muerte o el olvido. Así es como su rebelión deviene creadora...
 
IV.2.- Rebelión y estilo

Los artistas realistas y formales buscan la unidad en donde no está, por lo real en su estado bruto, o desde la creación imaginaria que cree poder expulsar toda realidad. Por el contrario, la unidad en arte surge al término de la transformación que impone a lo real el artista. No puede pasar sin lo uno ni el otro. Esta corrección que opera el artista con su lenguaje por una redistribución de los elementos extraídos de lo real, llamada estilo, al universo recreado le da sus límites y unidad. Lo apunta en todo rebelde, y se logra con algunos genios, al darle su ley: «los poetas —dice Shelley— son legisladores, no reconocidos, del mundo»...   

La verdadera creación novelesca utiliza lo real. Y simplemente, le añade algo que lo transfigura. El realismo es la enumeración indefinida; su ambición verdadera es la conquista, no de la unidad, sino de la totalidad del mundo real. Pero esa estética demuestra su imposibilidad. Escribir es ya elegir: «para que el realismo no fuera una palabra vacía de sentido, sería preciso que todos los hombres tuviesen el mismo espíritu, la misma manera de concebir las cosas» (Delacroix)...
    
El realismo llamado 'socialista' está destinado entonces, por la lógica misma de su nihilismo, a un acumular la novela edificante más literatura de propaganda...
 
IV.3.- Creación y revolución

La rebeldía no es en sí misma un elemento de la civilización; sino previa: sólo ella, en el callejón sin salida que dramáticamente vivimos (pues el trabajo, sometido enteramente a la producción, ha dejado de ser creador), permitiría esperar el futuro con que soñaba Nietzsche: «En lugar de juez y represor, el creador»...  

El mito de la producción indefinida lleva en sí la guerra como el nubarrón a la tormenta. El arte, al menos, nos enseña que no se resume lo humano tan sólo en el orden de la naturaleza. El gran Pan, para él, no ha muerto. La sociedad repulsiva de tiranos o esclavos en que sobrevivimos no encontrará su muerte y transfiguración más que al nivel de la creación... 
 
Todos los grandes reformadores tratan de levantar en la historia lo que Shakespeare, Cervantes, Molière o Tolstói han sabido crear: un mundo siempre pronto a saciar el hambre de libertad y de dignidad que hay en el corazón de todos los hombres. La belleza, sin duda, no hace revoluciones. Pero llega un día en que las mismas la necesitan: su regla que discute lo real al mismo tiempo del darle su unidad es, también, de la rebelión... 
 
 
V.- El pensamiento de mediodía
   
  
V.1.- Rebelión y crimen 
 
En la Europa del siglo XIX, el hombre derriba las coacciones religiosas. Sin embargo, apenas libre, de nuevo se inventa otras; e intolerables... La virtud muere, pero renace aun más dura. Grita una estrepitosa caridad por todo el mundo, y ese amor a lo remoto que hace una irrisión del humanismo contemporáneo. En tal punto de fijeza, sólo puede causar estragos. Llega un día en que se agria, hela entonces ahí policíaca; y, para la salvación del hombre, se alzan enormes piras. En la cumbre de la tragedia contemporánea, entramos así en la familiaridad del crimen...  

La rebelión, desviada de sus orígenes y cínicamente disfrazada, oscila en todos los niveles entre sacrificios y crímenes. La justicia, esperada distributiva, se ha vuelto sumaria: el reino de la gracia fue vencido, pero el de la justicia se desplomó también (...) ¿Acaso no se ha convertido la rebeldía en coartada para los nuevos tiranos? Asignando al oprimirse un límite más acá del cual empieza la dignidad común a todos los hombres, la rebelión definía un primer valor. Ponía en la primera fila de sus referencias una complicidad transparente entre los hombres, una textura común, la solidaridad de la cadena: una comunicación, ser a ser, que hace semejantes y enlazados a los hombres. Hizo efectuar así un primer paso al espíritu enfrentado con el mundo absurdo... 
 
Los [que por revolucionarios ser, se han creído] rebeldes, decididos en vano a pasar por violencia y crimen, para guardar la esperanza de ser, sustituyeron el Existimos por el Existiremos. Cuando el criminal y la víctima hayan desaparecido, la comunidad volverá a formarse sin ellos. La excepción habrá dejado de vivir, la regla volverá a ser posible. Al nivel de la historia, igual que en la vida individual, el crimen es así una excepción desesperada o no es nada...
 
El rebelde verdadero sólo tiene una manera de reconciliarse con su acto criminal si se ha dejado llevar a él: aceptar su propia muerte y el sacrificio para que quede claro que el crimen es imposible. Muestra entonces cuánto, realmente, prefiere su Existimos a Existiremos... La serenidad de Saint-Just yendo hacia el patíbulo quedan en este caso explicada. Más allá de tamaña extrema frontera sólo empiezan la contradicción y el nihilismo...
 
V.1.1.- El crimen nihilista 

Si la injusticia es mala para el rebelde, no es porque contradice una idea eterna de la justicia, que no sabemos dónde situar, sino porque perpetúa la muda hostilidad que separa el opresor del oprimido. Mata el poco ser que puede venir al mundo por la complicidad de los hombres entre ellos. La rebeldía no es en modo alguno una reivindicación de libertad total. Por el contrario, discute precisamente el poder ilimitado que autoriza a un superior a violar la frontera prohibida; el rebelde quiere que se reconozca que la libertad tiene sus límites dondequiera que se encuentre un ser humano, siendo precisamente tal límite el poder de rebelarse dicho ser... 

La libertad que reclama, la reivindica para todos; la que rechaza, la prohíbe a todos. No es sólo del esclavo contra el amo, sino también para la humanidad contra un mundo de amos y esclavos. El rebelde afirma en nombre de otro valor lo imposible de la libertad total al mismo tiempo que reclama para sí mismo la relativa libertad, necesaria para reconocer dicha imposibilidad. Reclamando la unidad de su condición humana, es fuerza de vida, no de muerte. Su lógica profunda no es la de la destrucción; sino de la creación. Si hay rebeldía es porque tanto mentira cuanto injusticia y violencia forman, en parte, la condición del rebelde; que no puede, pues, hallar el reposo. Conoce el bien y a pesar suyo hace el mal... 
 
El valor que lo mantiene en pie nunca le es dado de una vez para siempre. Debe sostenerlo sin cesar. El ser que obtiene se hunde si la rebeldía no lo sostiene de nuevo. En cualquier caso, si no puede siempre no matar, directa o indirectamente, puede emplear su fiebre y su pasión en disminuir la oportunidad del crimen en torno a él... 
   
 
V.1.2.- El crimen histórico  

El valor positivo contenido en el primer movimiento de la rebeldía supone renunciar a la violencia de principio. Trae, por tanto, consigo la imposibilidad para estabilizar una revolución; al arrastrar consigo sin descanso tal contradicción: ampliando aún ésta, si la unidad del mundo no puede venirle de arriba el hombre debe construirla más a su altura; en una historia que, sin valor transfigurándola, es regida por las leyes de la eficacia...   

En el mundo de hoy día, sólo una filosofía de la eternidad puede justificar no violencia. Hay, al parecer, una oposición irreductible entre los movimientos de rebeldía y el logro de la revolución [En sus 'Entretiens sur le bon usage de la liberté', Jean Grenier funda una demostración que se puede resumir así: la libertad absoluta es destrucción de todo valor; el valor absoluto suprime toda libertad... Y de la misma manera, Georges Palante: «si hay una verdad una y universal, la libertad no tiene razón de ser»]...
 
El cinismo como actitud política no es lógico sino en función de un pensamiento absolutista; es decir, nihilismo absoluto por una parte o racionalismo absoluto por la otra [Se ve, otra vez más, cómo un racionalismo absoluto no es ya verdadero racionalismo. Entre ambos, la diferencia es la misma que del cinismo al realismo. El uno al segundo lo empuja fuera de los límites que le dan sentido y legitimidad. Más brutal, resulta finalmente menos eficaz. Es la violencia frente a la fuerza...]. En cuanto a las consecuencias, no hay diferencia entre ambas actitudes. A partir del instante en que son aceptadas, la tierra queda desierta.  

La historia, como un todo, no podría existir más que a los ojos de un observador exterior a ella misma y al mundo. A lo sumo, no hay historia más que para Dios. Así pues, es imposible obrar siguiendo los planes que abarcan la totalidad de la historia universal. Si la rebeldía pudiese fundar alguna filosofía, por el contrario, sería una sobre los límites: de la ignorancia calculada y el riesgo. Quien no puede saberlo todo no puede matarlo todo; el rebelde, lejos del hacer de la historia ningún absoluto, la coloca en tela de juicio y recusa, por una idea que tiene de su propia naturaleza.     
 

Eugène Delacroix   y   Vincent van Gogh   (dos autorretratos)
 
La mistificación propia del espíritu que se dice revolucionario repite y agrava hoy día el embaucamiento burgués. Bajo la promesa de una justicia absoluta hace pasar la injusticia perpetua, el compromiso sin límites y la indignidad. 

La rebeldía, por su parte, no apunta más que a lo relativo y no puede prometer más que cierta dignidad acorde con una justicia relativa: toma partido por un límite en que se establece la comunidad de los hombres; en vez de sostener con Hegel y Marx que todo es necesario, repite únicamente que todo es posible y que, en cierta frontera, lo posible merece también el sacrificio. Entre la historia y Dios, el yogui o el comisario, abre un camino difícil en el que las contradicciones pueden vivirse y superarse. En particular, al derecho le garantiza las posibilidades permanentes para expresarse. 

Acallar el derecho hasta que la justicia sea establecida, es acallarlo para siempre, puesto que ya no tendrá ocasión de hablar si la justicia reina para siempre. Matar la libertad para hacer reinar la justicia equivale a rehabilitar la noción de gracia sin la intercesión divina y restaurar por una reacción vertiginosa el cuerpo místico bajo la forma de las especies bajas. La libertad absoluta se mofa de la justicia, o absoluta justicia niega la libertad. Para ser fecundas, ambas nociones deben hallar sus límites, cada una en la otra.  

Y a la violencia es aplicable dicho mismo razonamiento: absoluta no violencia consolida negativamente la servidumbre y sus violencias; violencia sistemática destruye positivamente a la comunidad viva o al ser que recibimos por ella. Una revolución no merece que se muera por ella si no asegura sin demora la supresión de la pena de muerte; que se sufra prisión si no rechaza de antemano la aplicación de castigos sin término previsible.

Cuando el fin es absoluto -es decir, históricamente se lo cree cierto- puede llegarse hasta sacrificar a los otros. Cuando no lo es, sólo se puede sacrificar a uno mismo, en la apuesta de la lucha por la dignidad común. 

¿"El fin justifica los medios"? Es posible. Pero ¿quién justificará el fin? A esa pregunta, que deja el pensamiento histórico, la rebeldía contesta: los medios. ¿Qué significa tal actitud en política? Y, en primer lugar, ¿es eficaz? Hay que responder sin vacilar que es la única en serlo hoy día. Hay dos clases de eficacia, la del tifón y la de la savia. 

El absolutismo histórico no es eficaz (...) ha tomado y conservado el poder; mas, provisto del mismo, destruye la única realidad creadora. La acción intransigente y limitada, surgida de la rebeldía, mantiene esta realidad y trata solamente de extenderla cada vez más. No está dicho que esta acción no pueda vencer. Lo que sí está dicho es que corre el riesgo de no vencer y de morir. O bien la revolución asumirá este riesgo o bien confesará que no es sino la empresa de otros nuevos dueños, merecedores del mismo desprecio.

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