martes, 9 de mayo de 2023

Extracto [sobre un recorrido histórico] en "L' HOMME REVOLTÉ", por Albert Camus (5º)

 
[continúa tras de la 4ª parte]
 
  
III.4.- El terrorismo de Estado y el terror irracional

Todas las revoluciones modernas, después de que la I Guerra Mundial hubo liquidado los vestigios del derecho divino sobre todo, han conducido a reforzar el Estado: su extraño y aterrador crecimiento puede considerarse como conclusión lógica de ambiciones técnicas y filosóficas desmesuradas, ajenas al verdadero espíritu rebelde, pero que origen con todo han dado al espíritu revolucionario de nuestro tiempo...

El leitmotiv para la defensa de Goering en el proceso de Nuremberg lo repitió: «El vencedor será siempre juez y su vencido el acusado». La conquista que se dirige hacia el interior del país se llama propaganda («primer paso hacia el infierno», según Frank) o represión; y para el exterior, crea el ejército. Así, todos los problemas son militarizados, planteándolos en términos de poder y eficacia.

Un solo jefe, un solo pueblo, significa un solo amo y millones esclavizados. Los intermediarios políticos que son, en todas las sociedades garantes de la libertad, han desaparecido para dar paso a un Jehová con botas reinando sobre multitud silenciosa o (viene a ser lo mismo) vociferando consignas. Así nació el primer y único principio de baja mística, o Führerprinzip, que restaura para ese mundo del nihilismo la idolatría y su forma degradada de lo sagrado. La ley militar castiga con muerte la desobediencia; y es honor su servidumbre, pues crimen sería no matar si lo exige la orden.

El impulso irracional, nacido de la rebeldía, no se propone ya más que reducir cuanto haga no ser el hombre un engranaje del aparato; o sea, la rebeldía misma. El individualismo romántico de la revolución alemana se sacia en el mundo de las cosas al fin. El terror transforma en cosas a los hombres, «bacilos planetarios» según Hitler...

Quien mata o tortura necesitará crear culpabilidad en la víctima misma, para que un mundo sin dirección no legitime más que su ejercicio general de fuerza, ni consagre sino el éxito. La declaración por Speer en el proceso de Nuremberg demostró cómo Hitler, habiendo podido parar la guerra antes del desastre total, quiso un suicidio general: «Si el pueblo alemán capaz de vencer no es, tampoco digno de vivir»...
  
    
III.5.- El terrorismo de Estado y el terror racional

Los marxistas que han hecho historia se apoderaron de la profecía y los aspectos apocalípticos de su doctrina, para conseguir una revolución marxista entre las circunstancias exactas en donde Marx había previsto que no podría producirse. La razón es sencilla: las predicciones eran para el corto plazo y pudieron ser fiscalizadas. La profecía es para muy largo término y tiene a su favor lo que asienta la solidez de las religiones: imposibilidad para demostrarlas.

III.5.1- La profecía burguesa

Marx es, a la vez de revolucionario, un profeta burgués: el primero fue lo más conocido... Según bien Jaspers aclara, «es un pensamiento judeocristiano el considerar la historia de los hombres como estrictamente única» partiendo del origen y hacia otro final, en el transcurso de lo cual conquistan su salvación o merecen castigo. Con el cristianismo, como para los marxistas, hay que dominar la naturaleza. Los griegos opinaban que mejor es obedecerla en sus transitorias [inter]mediaciones.

El helenismo asociado al cristianismo dio admirable floración albigense y a San Francisco... pero con la Inquisición y su destruir herejías cátaras, la Iglesia volvió a separarse del equilibrio entre bellezas: «tal actitud cristiana poco a poco vacía el mundo de su substancia […] puesto que descansaba sobre un conjunto de símbolos» y éstos tan sólo son los del drama divino desarrollado a través de los tiempos; la naturaleza no es más que decoración para dicho drama.

Marx, bajo este punto de vista, es el Jeremías del dios histórico y otro S. Agustín para la revolución. Una simple comparación con aquel de sus contemporáneos que fue doctrinario inteligente de la reacción basta para explicar aspectos propiamente reaccionarios de sus tesis; en 'Las veladas de San Petersburgo' propone Joseph de Maistre (que influyó sobre Saint-Simon, quien a su vez lo hizo en Marx) una serie de fórmulas cuyo parecido con las mesiánicas de Hegel y Marx es desconcertante: «será reunido consigo mismo el hombre cuando se borre su doble ley, confundiéndose sus dos centros [...] y aniquilado el mal, no habrá ya pasión ni un interés personal»...

Soñando la Tierra como «altar inmenso en el que todo cuanto vive debe ser inmolado sin fin o medida ni descanso, hasta la consumación de las cosas, con el morir de la muerte»... También el socialismo es así una empresa de divinización del hombre, tomando unos caracteres de las religiones tradicionales. En cambio el pensamiento griego era de la unidad, precisamente porque no podía pasar sin intermediarios e ignoró el espíritu histórico de totalidad inventado por la cristiandad; el cual, salido ya de sus orígenes religiosos, corre riesgo del matar.

El mesianismo científico de Marx es de origen burgués. Progreso, porvenir de la ciencia, culto a técnica y producción son mitos burgueses constituidos como dogmas en el siglo XIX; el 'Manifiesto comunista' se publicó un mismo año que 'El porvenir de la ciencia' (Renan), en el XVII la 'disputa de los Antiguos y Modernos' introdujo ya nociones perfectamente absurdas del progreso artístico. El progreso puede servir para justificar el conservadurismo, paradójicamente. Porvenir es la única propiedad que los amos conceden a los esclavos de buena gana.
   
  
Hegel y el marxismo seguían así el pensamiento burgués del siglo XIX. Tocqueville, entusiasmado con Pecqueur (que influiría en Marx), había solemnemente proclamado: «El desarrollo gradual y progresivo de la igualdad es a la vez el pasado y el futuro de la historia de los hombres» (para obtener marxismo, hay que sustituir igualdad por nivel de producción e imaginar cómo al último escalón de la producción se produce una transfiguración y realiza la sociedad reconciliada). El primer objetivo de Comte, sustituir en todas partes absolutos por lo relativo, se transformó pronto con la fuerza de las cosas a divinización del relativo: predicando una religión universal y sin trascendencia.

Si se añade que Marx tomó lo esencial para su teoría del valor-trabajo en el economista de la revolución burguesa e industrial Ricardo, los fracasos del marxismo puro para integrar sucesivos descubrimientos científicos sería también el del optimismo burgués de su tiempo: los mesianismos del siglo XIX, ya fueran revolucionarios o burgueses, no resisten a desarrollos posteriores de aquellas ciencia e historia que habían divinizado en diferentes grados.
  
III.5.2- La profecía revolucionaria

Si toda la realidad humana tiene su origen en las relaciones de producción, el capitalismo es el último de los estadios productivos porque produce las condiciones en que todo antagonismo será resuelto y no habrá ya economía; es el esquema de Hegel: considera la dialéctica bajo el ángulo del espíritu. Marx no habló nunca de materialismo dialéctico, dejó a sus herederos el celebrar ese monstruo lógico. Lo que Hegel afirmó de la realidad en marcha hacia el espíritu, él lo afirmó de la economía en marcha hacia la sociedad sin clases; toda cosa es a un tiempo ella y su contrario, y esa contradicción la fuerza a devenir otra: el capitalismo, por ser burgués, se revela revolucionario.

La originalidad de Marx consistió en afirmar que, al mismo tiempo, la historia es dialéctica y economía. Hegel afirmaba que no podía ser materia sino en la medida que ya fuera espíritu, y viceversa; Marx negaba el espíritu como substancia última, y afirmaba el materialismo histórico. Pero no puede haber dialéctica fuera del pensamiento, y el mismo materialismo es una noción ambigua: sólo para formar ese término, hay que decir ya que existe en el mundo algo más que la materia.

La historia, precisamente, se distingue de la naturaleza en su ser transformada por los medios de la voluntad, ciencia y pasión. No hay materialismo puro, ni absoluto. La posición de Marx podría llamarse más justamente un determinismo histórico. No negó el pensamiento, lo supuso absolutamente determinado por la realidad exterior: «a mi entender, el movimiento del pensamiento no es más que reflejo del real, transportado y traspuesto al cerebro del hombre».

Observa que el hombre se distingue del animal por el hecho de producir sus medios para la subsistencia. Este primum vivere su primera determinación es. Lo poco que piensa en ese momento guarda relación directa con dichas necesidades inevitables; luego tal dependencia sería constante y necesaria: «La historia de la industria es el libro abierto de las facultades esenciales del hombre»... Y su generalización personal consistirá en deducir que la dependencia económica es única y suficiente, lo cual está por demostrar: podemos admitir que tiene un papel capital en la génesis de acciones y pensamientos humanos sin deducir por ello, como hizo Marx, que la revuelta de los alemanes contra Napoleón la explican tan sólo... ¡sus penurias de azúcar y café!
   
    
   
Por lo demás, el determinismo puro es igualmente absurdo. Si no lo fuera bastaría con una sola afirmación verdadera para que, de una consecuencia en otra, llegásemos a la verdad entera. Mas, no siendo así, o bien no pronunciamos jamás una sola afirmación verdadera (ni siquiera la que fundamenta el determinismo) o bien puede darse caso de que digamos la verdad pero sin consecuencia. Y, por tal, el determinismo es falso: poner en la raíz del hombre la determinación económica es resumirlo a sus relaciones sociales; no hay hombre solitario; tal ha sido el indiscutible descubrimiento [para Occidente] del siglo XIX...

La fe fue sustituida en 1789 por la razón. Pero más radicalmente, Marx destruyó esa trascendencia, precipitándola en la historia [fue antes reguladora y se hizo conquistadora]; va más lejos que Hegel y aparenta considerarlo un idealista (cosa que no era, o al menos no más de cuanto lo es él), en la medida que con el espíritu restituyó en cierto modo un valor supra-histórico. Por eso debe acentuar la determinación económica y social. Su esfuerzo más fecundo se centró al desvelarnos la realidad oculta tras los valores formales de que daba muestra la burguesía en su tiempo: su teoría del 'embaucamiento' es aún verdadera porque vale universalmente, y se aplica también a mistificaciones revolucionarias.

Que las exigencias de honradez e inteligencia hubieran sido colonizadas con objetivos egoístas por hipocresía en una sociedad mediocre y codiciosa fue una desgracia que Marx, despabilador incomparable, denunció con fuerzas desconocidas antes. Esa denuncia indignada nació desde sangre con la insurrección aplastada el 1834 en Lyon e innoble crueldad por moralistas en Versalles de 1871. Si los principios mienten, sólo la realidad de la miseria y del trabajo es verdadera. Si se puede mostrar luego cómo basta para explicar pasado y futuro del hombre, los principios serán abatidos para siempre al mismo tiempo que la sociedad que se vale de ellos. Tal será la empresa de Marx.

Él dijo, en efecto, que «ya no habría clases después de la revolución, igual que no hubo ya más los estamentos del Viejo Régimen (clero, nobleza y su estado llano) después de 1789»; pero aquéllos desaparecieron sin que desaparecieran las clases, y nada diría si éstas no dejarán paso a otro antagonismo social... Lo esencial de la profecía marxista reside, sin embargo, en tal afirmación [«llega, fatalmente, un día en el cual se halla inmenso ejército de siervos oprimidos frente al puñado de amos indignos; aquél es el de la revolución, ruina de la burguesía y victoria del proletariado son igualmente inevitables»].

La propiedad privada, cuando está concentrada en manos de un solo propietario, no está separada de la propiedad colectiva más que por la existencia de un solo hombre. Conclusión inevitable del capitalismo privado es otra especie del de Estado que bastará colocar después a servicio de la comunidad para que nazca una sociedad donde capital y trabajo, en adelante fundidos, creen abundancia con justicia; sólo las bases de producción burguesa son revolucionarias. 
   
Luego se le censuraría como «renegado»... pero nadie marcó tanto Socialdemocracia e Internacionales hasta la II GM como K. Kautsky; lo conoció Marx, trabajó muchos años con Engels, fue administrador del legado de ambos junto a Bernstein (designado por aquél): mucho más que él, fue quien inventó el «marxismo», lo cimentó y difundió... Todo marxista clásico desde Luxemburg a Lenin era kautskiano, aprendió, se peleó y acabó enfrentándosele con él.
 
Al afirmar Marx que la humanidad no se plantea sino enigmas posibles de resolver, muestra cuánto la solución al problema revolucionario se halla en germen por el sistema capitalista mismo; recomienda, pues, soportar el Estado burgués, e incluso ayudar a construirlo, antes que volver a una producción menos industrializada: «los proletarios pueden y deben aceptar una revolución burguesa, como condición para la obrera».

Pero si el proletariado no puede evitar esta revolución ni entrar en posesión de los medios de producción, ¿dónde habrá una garantía del que, desde su mismo seno, no surgirán castas y antagonismos nuevos? Leyendo a[l Hegel de] Marx... el antagonismo del proletariado y el capital es la última fase de lucha entre lo singular y universal, tal cual anima la tragedia histórica del amo y el esclavo. Al término ideal del esquema trazado por Marx, el proletariado englobó primero a todas las clases no dejando fuera sino un puñado de amos, representantes del «crimen notorio», que, justamente, la revolución destruiría. Además, «sólo proletarios totalmente excluidos del afirmar su personalidad eran capaces de realizar afirmación de sí mismos».

Según Marx, tal es la misión del proletariado: hacer surgir suprema dignidad de su extrema humillación. Siendo, primero, el portador innombrable de la negación total, llegar a heraldo de afirmación definitiva. «La filosofía no puede realizarse sin la desaparición del proletariado, y él tampoco liberarse sin realización de aquélla [...] La acción comunista ejecuta el juicio que la propiedad privada dicta contra sí misma. El juez es la historia, y ejecutor de la sentencia el proletario».

Se comprenderá cuánto ese fatalismo pueda haber sido llevado (como ocurrió con el pensamiento hegeliano) a una especie de quietismo político por marxistas, del tipo Kautsky, para quien estaba tan poco en poder de los proletarios crear la revolución cuanto de los burgueses impedirlo. Y hasta Lenin, por el contrario activista de la doctrina, anatemizaba en 1905: «Es pensamiento reaccionario buscar la salvación de la clase obrera en algo distinto del desarrollo masivo del capitalismo»...

Marx advirtió que la sociedad estaba «históricamente obligada a pasar por la dictadura obrera». La edad de oro diferida para el fin de la historia lo justifica, pues, todo. Se nos anuncia la eterna primavera de los hombres. La utopía sustituye a Dios por el porvenir, y a éste lo identifica con la moral: el único valor es lo que le sirve al mismo; pero así Marx, un utopista, negó para siempre a sus discípulos triunfales grandeza y humanidad que sí poseía él: «un objetivo que requiere medios injustos no es ninguno justo».

La tragedia de Nietzsche reapareció aquí: ambición y profecía son generosas, o universales; la doctrina era restrictiva y su reducción de todo valor a sola historia prefiguraba las consecuencias más extremas. Marx creyó que los fines de la historia se revelarían, al menos, morales y racionales, fue una utopía; pero ésta, como lo sabía no obstante, ha tenido por destino servir al cinismo que no quería. Él destruyó toda trascendencia, y luego por sí mismo llevó a cabo el paso del hecho al deber. Pero ese deber sólo tenía como principio el hecho y la reivindicación de justicia desemboca en injusticia si no está fundada primero sobre una justificación ética.  

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