viernes, 20 de enero de 2023

Extracto [sobre un recorrido histórico] en "L' HOMME REVOLTÉ", por Albert Camus (2º)

 
[sigue a la 1ª parte]
   
 
II.5.- La poesía rebelde

Si la rebelión metafísica rechazara el sí, limitándose a negar absolutamente, se condenaría por reducirse al aparentar o parecer. Si se precipita en adoración de lo que hay, renunciando a recusar alguna parte de la realidad, le será obligado el hacer tarde o temprano. Entre ambas cosas, Iván Karamázov representa, pero en un sentido doloroso, el dejar hacer. La poesía rebelde, a fines del siglo XIX y principios del XX, osciló entre tales dos extremos: literatura y voluntad de poder, lo racional e irracional, la acción implacable  más el sueño desesperado. 

Estos poetas -y sobre todo, finalmente, los "su[pe]rrealistas" [el DRAE define 'Movimiento artístico que intenta sobrepasar lo real impulsando lo irracional y onírico mediante la expresión automática de pensamientos o del subconsciente']- iluminan para nosotros el camino que lleva del parecer al hacer, en un atajo espectacular. Lanzados al asalto del cielo, queriendo derribarlo todo, han afirmado al mismo tiempo su nostalgia desesperada de un orden. En una contradicción, buscaron sacar razón de la sinrazón y hacer de lo irracional un método. Estos grandes herederos del romanticismo pretendieron hacer ejemplar a la poesía y hallar, en lo que de más desgarrador tenía, verdadera vida...

Después de Rimbaud [aquel pesimista post-romántico que, aproximándose luego -más- al simbolismo, se proclamaría "parnasiano y esteticista, o nada"], la poesía derivando hacia el su[pe]rrealismo ha querido encontrar entre demencia y subversión una regla no racional de construcción [...] enseñándonos, en todo caso, por qué vías el deseo irracional del -tan sólo- parecer puede conducir al rebelde hasta las formas más liberticidas de acción.  

II.5.1- Lautréamont y la trivialidad 

Lautréamont [post-romántico decadentista] demuestra cómo el deseo de aparentar se disimula, en el rebelde, también tras la voluntad de trivialidad [...] con él se comprende que nuestros grandes terroristas de las bombas y la poesía salen apenas de una rebelión adolescente. 'Los cantos de Maldoror' nace de un corazón niño levantado contra la creación, y contra sí mismo. Como el 'Las iluminaciones' de Rimbaud, elige primero el apocalipsis y la destrucción, antes que aceptar la regla imposible que le hace lo que es en el mundo tal como va... 

Maldoror, según sus propios términos, ha recibido la vida como una herida y prohibido al suicidio que cure la cicatriz (sic). Simplemente, quien se presenta para defender a los hombres al mismo tiempo escribe: «Muéstrame un hombre que sea bueno». Ese movimiento perpetuo es el de la rebeldía nihilista. 

No pudiendo reparar la injusticia con edificación de justicia, se prefiere anegarla en otra más general aun, hasta el aniquilamiento [...] Torturado por el orgullo, tal héroe tiene toda la fascinación del dandi metafísico: «figura más que humana, triste como el universo, bella como el suicidio»...  
 
  
Los románticos mantenían la oposición fatal entre soledad humana y divina indiferencia, pero Lautréamont habla de un drama más profundo. Parece claro que tanta soledad le resultó insoportable; y levantado contra la creación, lejos de querer fortificar con torres almenadas el reino humano, quiso confundir todo.

La libertad total, del crimen en particular, supone la destrucción de las fronteras humanas [...] No se trata ya de aparentar, por un obstinado esfuerzo, sino del no seguir existiendo como conciencia. Los 'Cantos...' serían así nuestras 'Metamorfosis', en las que la sonrisa antigua es sustituida por [...] este bestiario: el «embruteceos» pascaliano aquí toma un sentido literal...
  
El movimiento propio de ciertas rebeldías, que consiste en restablecer la razón al término de aventura irracional reencontrando el orden a fuerza de desorden y cargando voluntariamente con cadenas más pesadas aún que aquellas desde las que se quería librar, está en las 'Poesías' con tal voluntaria simplificación y cinismo, como para que a los 'Cantos...' exaltando el no absoluto suceda un sí absoluto; a la rebelión implacable otro conformismo sin matices...

Así, en el corazón del vicio, la virtud y vida ordenada tienen un olor a nostalgia [...] trata entonces de hacerse sordo a esa llamada hacia el ser que también yace al fondo de su rebeldía. Y nos muestra cómo el rebelde que a la acción pasa, si olvida sus orígenes, sufre tentación del mayor conformismo [...] anunciando, por contra, el amor a la sumisión intelectual que florece por nuestro mundo... 

II.5.2- Su[pe]rrealismo y revolución

Rimbaud no fue poeta de la rebelión sino en su obra. Su vida ilustra tan sólo un asentimiento al peor nihilismo...  Sin duda su metamorfosis es misteriosa. Pero hay también misterio en la trivialidad que sobreviene para esas brillantes muchachas a las que un casamiento transforma en máquinas tragaperras y de hacer ganchillo.  

¿Fue Cristo quien a Rimbaud le cerró la boca? Ese Cristo sería, entonces, el que asoma hoy día en las ventanillas de los bancos, a juzgar por aquellas cartas en las cuales el poeta maldito sólo habla de su dinero que quiere ver «bien invertido» y «rindiendo con regularidad». El mago, el visionario, el forzado intratable sobre quien se cierra el penal siempre, aquel hombre rey en la tierra sin dioses, lleva perpetuamente ocho kilos de oro en un cinturón que le aprieta el vientre y al que acusa de producirle la disentería. El vidente, quien bebía para no olvidar, acaba encontrando en la embriaguez el sueño pesado que tanto conocen nuestros contemporáneos [...] El silencio de Rimbaud prepara también para el silencio del imperio que planea por encima de los espíritus resignados a todo, excepto a la lucha...  
  
"Central Surrealista, en 1924" (por Man Ray)  
 
Rebelión absoluta, insumisión total, sabotaje en regla, humor y culto del absurdo, el Su[pe]rrealismo [denominado, por Guillaume Apollinaire, desde 1917 así], en su intención primera, se define como el proceso de todo, que siempre debe reanudarse. Su rechazo de todas las determinaciones es claro, tajante, provocador. «Somos especialistas en rebeldía»: máquina de trastocar la mente, según Louis Aragon, el su[pe]rrealismo se comenzó a forjar primero en el [precursor] Movimiento «Dadá» cuyos orígenes románticos y dandismo anémico hay que recalcar. La no significación, e incluso su contradicción, son entonces cultivadas por sí mismas... 

Aquellos nihilistas de salón estaban expuestos evidentemente a proporcionar servidores ante las ortodoxias más estrictas. Pero hay en el su[pe]rrealismo algo más que tal inconformismo de oropel, la herencia de Rimbaud precisamente, que André Breton [en el 1er 'Manifiesto del Surrealismo', de 1924] resumió: «¿Debemos dejar aquí toda esperanza? [...] Incapaz de conformarme con la suerte que se me destina, alcanzado en mi conciencia más elevada por este reto de la justicia, me guardo de adaptar mi existencia a las condiciones irrisorias de todo existir aquí abajo». Es un «grito del espíritu que se vuelve contra sí mismo y está muy decidido a triturar estas cortapisas»...  

El su[pe]rrealismo se pone, pues, a las órdenes de la impaciencia. Vive en cierto estado de furor herido; a la vez que en el rigor y la intransigencia altiva, que suponen una moral: desde sus orígenes evangelio del desorden, se ha visto en la obligación de crear un orden. El anti-teísmo su[pe]rrealista es razonado y metódico. Se afirma primero en una idea de la no culpabilidad absoluta del hombre, a quien devolver conviene «todo el poder que ha sido capaz de poner en la palabra de Dios»...

Los su[pe]rrealistas, al mismo tiempo que exaltaban la inocencia humana, hablaron del suicidarse como de una solución [según antes ya lo había hecho el dandismo romántico del 'Werther' de J. W. Goethe, también]; y Crevel se llegó a matar, igual que Rigaut o Vaché, si bien Aragon estigmatizaba después a los charlatanes del suicidio. Pero el su[pe]rrealismo se atrevió a decir también (tratando de Sade), y ésa es la frase lamentada desde 1933 por André Breton, que el acto su[pe]rrealista más simple consistía en salir empuñando un revólver a la calle para disparar al azar contra la multitud. A quien rechaza cualquier otra determinación que la del individuo y de su deseo -como toda primacía no siendo  la del inconsciente- le correspondería, en efecto, rebelarse al mismo tiempo contra la sociedad y la razón. La teoría del acto gratuito corona toda reivindicación de la libertad absoluta...

El impulso de la vida, y lo inconsciente, el grito de lo irracional son las únicas verdades puras que hay que favorecer.  Mas la sociedad no está sólo compuesta de personas. Es también una institución. Demasiado bien nacidos para matar a todo el mundo y por la lógica misma de su actitud, los su[pe]rrealistas, llegaron a considerar que para liberar el deseo era preciso derribar antes la sociedad; optaron por servir a la revolución de su tiempo. Desde los literatos Horace Walpole y Marqués de Sade, con una coherencia que constituye justo el tema para nuestro ensayo, los su[pe]rrealistas pasaron hasta [el enciclopedista] Claude-Adrien Helvetius y Karl  Marx [...] pero el esfuerzo incesante del su[pe]rrealismo consistirá en conciliar, con el marxismo, las exigencias que lo han conducido a la revolución. Cabe decir incluso, sin paradoja, que los su[pe]rrealistas llegaron al marxismo a causa de lo que más detestan hoy día en él. 

Conociendo el fondo y la nobleza de su exigencia cuando se ha compartido el mismo desgarramiento, se dudaría recordándole a Breton que su movimiento fijó como principio el establecimiento del extraño vocabulario en esta época («sabotaje», «confidente», etc.), que es de la revolución policial. Aun cuando esos frenéticos querían una «revolución cualquiera» para sacarlos del mundo de tenderos y compromisos en el cual estaban forzados a vivir [...] No advertían que aquellos de entre ellos que en el futuro debían permanecer fieles al marxismo lo eran igualmente a su nihilismo primero. La verdadera destrucción del lenguaje, que el su[pe]rrealismo ha deseado con tanta obstinación, no reside en la incoherencia o el automatismo; sino en la consigna...
   
   
Pierre Naville, buscando el denominador común a las acciones revolucionaria y su[pe]rrealista, lo localizaba, con profundidad, en el pesimismo, o sea en «el proyecto de acompañar al hombre a su pérdida y no descuidar nada para que dicha perdición sea útil». Esta mezcla de agustinismo y maquiavelismo define, en efecto, la revolución del siglo XX; no se puede dar expresión más audaz al nihilismo del tiempo. Si André Breton y otros más rompieron finalmente con el marxismo fue porque había en ellos algo más que nihilismo, una segunda fidelidad a lo más puro que hay en los orígenes de la rebeldía: no querían morir. 

Ciertamente, los su[pe]rrealistas quisieron profesar el materialismo. La revolución, para los su[pe]rrealistas, no era un fin que se realiza día a día, en la acción, sino un mito absoluto y consolador: «la vida verdadera, como el amor», de que hablaba Paul Éluard [...] querían el «comunismo del genio», y no el otro. Aquellos curiosos marxistas se declaraban en insurrección contra la historia y celebraban al individuo heroico: «la historia está regida por leyes que condicionan las cobardías de los individuos». André Breton quería, al mismo tiempo, la revolución y el amor, que son incompatibles. La revolución, en realidad, no era para André Breton más que un caso particular de rebelión (cuando para los marxistas y, en general, para todo el pensamiento político sólo es verdad lo contrario); debía purificar e iluminar su trágica condición: «impedir que la precariedad totalmente artificial de una condición social oculte otra más real de nuestra condición humana». 

Lo cual equivale a decir: la revolución debe ponerse al servicio de una ascesis interior por la que todo hombre puede transfigurar lo real en maravilloso, «revancha deslumbrante de la imaginación del hombre». No cabe imaginar, pues, otra oposición más completa con la filosofía política del marxismo. Los  reaccionarios como Joseph de Maistre, por ejemplo, utilizan la tragedia de una existencia para mantener alguna situación histórica; los marxistas para legitimar la revolución, es decir, crear otra situación histórica. Unos y otros ponen al servicio de sus fines pragmáticos la tragedia humana. Breton, por otra parte, utilizó para consumar tal tragedia la revolución poniéndola sólo al servicio de su aventura su[pe]rrealista. 

La ruptura definitiva es obvia finalmente si se piensa cómo el marxismo exigiría sumisión de lo irracional, mientras que los su[pe]rrealistas se habían levantado para defenderlo hasta la muerte. El marxismo tendió a conquistar la totalidad y el su[pe]rrealismo, como toda experiencia espiritual, la unidad. La totalidad puede pedir una sumisión de lo irracional, si con racionalidades basta para conquistar el imperio del mundo. Pero el deseo de unidad es más exigente. No le basta el que todo sea racional. Quiere sobre todo que lo racional e irracional se reconcilien al mismo nivel. No hay unidad que suponga una mutilación. 

Volvemos a encontrar aquí el tema del Todo o Nada, de nuevo. Lo su[pe]rrealista tiende a lo universal y el reproche curioso, pero profundo, que hizo Breton a Marx consistía en decir precisamente que no era universal. Los su[pe]rrealistas querían conciliar el «transformar el mundo», de Marx, y «cambiar la vida» según Rimbaud. Pero el primero conduce a conquistar la totalidad del mundo y el segundo la unidad de la vida. Paradójicamente, toda totalidad es restrictiva. Finalmente, las dos fórmulas dividieron el grupo. Breton demostró, eligiendo a Rimbaud, cuánto el su[pe]rrealismo no fue acción; sino ascesis y experiencia espiritual. Puso de nuevo en primer plano qué constituía originalidad profunda de su movimiento, aquello por lo cual resulta tan valioso para una reflexión sobre la rebelión, el restaurarse de lo sagrado y conquistar la unidad.  

André Breton no cambió, en efecto, nunca su reivindicación de lo su[pe]r-real: fusión del sueño y la realidad, sublimación de la vieja contradicción entre lo ideal y real. Es conocida la solución su[pe]rrealista: la irracionalidad concreta, el azar objetivo. La poesía es una conquista, y la única posible, del «punto supremo [...] cierto punto del espíritu desde donde la vida o muerte, lo real e imaginario tanto como pasado y futuro […] cesan de ser percibidos contradictoriamente». ¿Qué es, pues, este punto supremo que debe marcar «el aborto colosal» del sistema hegeliano? La búsqueda de la "cumbre-abismo", familiar a los místicos. Pero, en verdad, se trata de un misticismo sin Dios; que aplaca e ilustra la sed, en el rebelde, de absoluto. El enemigo esencial del su[pe]rrealismo es racionalismo. 
  
  
El pensamiento de Breton ofrece además cierto curioso espectáculo ante un pensar occidental donde el principio de analogía es favorecido incesantemente en detrimento de los principios de identidad y contradicción. Precisamente, se trata de [con]fundir las [no]contradicciones bajo el fuego del deseo y el amor, haciendo desplomarse los muros de la muerte. La magia, las civilizaciones primitivas o ingenuas, la alquimia, la retórica de las flores de fuego o noches blancas, son otras tantas etapas maravillosas en el camino de la unidad y de la piedra filosofal. El su[pe]rrealismo, si no ha cambiado el mundo, lo ha provisto de algunos mitos extraños que justifican en parte a Nietzsche cuando anunciaba el retorno de los griegos. En parte sólo, pues se trata de aquella Grecia de la sombra, los misterios y dioses negros. 

Finalmente, como la experiencia de Nietzsche se coronaba en aceptación del mediodía, la del su[pe]rrealismo culmina con exaltación de la medianoche: el culto obstinado y angustiado de las tormentas. Sin embargo, a menudo hizo disminuir su parte de negación y llevó a la luz reivindicaciones positivas de rebeldía. Optó por rigor más que silencio y retuvo tan sólo la «intimación moral» que, según Georges Bataille, al 1er. 'Surrealismo' animó: «sustituir por otra nueva la moral en curso, causa de todos nuestros males»... 

A falta de poder darse la moral y los valores de que sintió claramente necesidad, sabemos bastante bien cómo Breton eligió el amor. Ni política, ni religión; puede que el Su[pe]rrealismo no fuera sino una imposible sabiduría. Pero fue la prueba misma de que no existe sabiduría cómoda: «Queremos, tendremos el más allá de nuestros días», exclamó admirablemente Breton. La noche espléndida donde se complace mientras la razón en acción anuncia quizás esas auroras que no han lucido aún y a "los madrugadores" del poeta, para nuestro renacimiento [ya en el siglo XX], René Char .
 
II.6.- Nihilismo e historia

La insurrección humana, en sus formas elevadas y trágicas, no es ni puede ser más que una larga protesta contra la muerte [que] se dirige a todo cuanto en la creación, es disonancia, opacidad, solución de continuidad. Se trata, pues, esencialmente, de una interminable reivindicación de unidad. El rebelde no pide la vida, sino las razones de aquélla. Luchar contra la muerte equivale a reivindicar su sentido, combatiendo por la regla y la unidad.

A los ojos del rebelde lo que falta, tanto al dolor del mundo como a sus instantes dichosos, es un principio de explicación. Sin saberlo, anda en busca de una moral, o de alguna realidad sagrada. La rebelión es una ascesis, aunque ciega. Si blasfema, se trata de un movimiento religioso desengañado. No es la rebeldía en sí misma lo noble, sino aquello que exige, aun cuando lo que obtenga sea innoble aún. Pero al menos hay que saber reconocer lo que obtiene de innoble. Cada vez que deifica el rechazo total de lo que es, el no absoluto, mata. Y ciegamente aceptando lo que es, al gritar el sí absoluto, mata. 

Hoy, no son ya la rebeldía ni su nobleza las que brillan en el mundo, sino el nihilismo [...] Desesperando sobre su inmortalidad, y seguras de su condenación, han decidido el asesinato de Dios. Si bien sería falso decir que, desde tal día, comenzó la tragedia del hombre contemporáneo, tampoco es cierto que haya terminado entonces. Desde dicho momento, el hombre decide excluirse de la gracia y vivir por sus propios medios. El progreso -desde Sade, y su castillo trágico, hasta los campos de concentración en nuestros días- ha consistido en ampliarnos cada vez más [todos aquel]los lugares cerrados donde, según su propia regla, reinaba ferozmente el hombre sin dios.

  
Debe construirse entonces el único reino que se opone al de la gracia, edificarse el de la justicia, y reunir por último la comunidad humana sobre las ruinas de la divina. Matar a Dios y edificar una Iglesia es el movimiento permanente y contradictorio de la rebelión. El siglo XIX, que es de la rebeldía, desembocó así en el XX de la justicia y la moral; en el cual cada uno se golpea el pecho. El académico Chamfort, moralista [escéptico] de la rebelión, había dado ya su fórmula: «Hay que ser justo antes de generoso, así como se tienen camisas antes de llevar encajes». Se renunciará, pues, a la moral de lujo por la áspera ética de los constructores.    

Hemos llegado a ese momento en que la rebeldía, rechazando toda esclavitud, apunta al anexionar la creación entera. En lo sucesivo, de sus adquisiciones, con el nihilismo moral sólo retendrá la voluntad de poder [...] La reivindicación irracional de la libertad tomará paradójicamente por arma la razón, único poder de conquista que le parece puramente humano. Muerto Dios, quedan los hombres, o sea la historia que hay que comprender y edificar.            

Al «me rebelo, luego existimos», le añaden, meditando prodigiosos designios y la muerte misma de la rebelión: «Y estamos solos».   


III.- La rebelión histórica
 
Llega un tiempo en que una justicia exige suspensión de la libertad. El terror, grande o pequeño, llega entonces a coronar la revolución y asume culpabilidad total.  Rechazando a Dios, opta por la historia, con una lógica inevitable aparentemente: «la certeza de un nuevo gobierno». Revolución es la tentativa para modelar el acto a partir de una idea, dándole al mundo forma en un marco teórico (...) Pero el movimiento que parece cerrar su círculo inicia ya otro nuevo en aquel instante mismo en que un gobierno se constituye. Los anarquistas vieron muy bien el cuánto gobierno y revolución son incompatibles: «Implican contradicción», dijo Proudhon... 

Los gobiernos revolucionarios se obligan la mayor parte del tiempo a serlo de guerra, la revolución total acaba por reivindicar el imperio del mundo; y, en espera de tal cosa, la historia de los hombres una suma de sus revueltas sucesivas es. En efecto, si hubiera una sola vez revolución, no habría ya historia. El movimiento revolucionario del siglo XX exige, con las armas, la totalidad histórica: una identidad entre razón y voluntad de poder. La rebelión por Espartaco al final del mundo antiguo es ejemplar a ese respecto: el insumiso rechaza la esclavitud y quiere, a su vez, ser amo. Pero hacer triunfar un principio exige abatir el otro; y el ejército de Espartaco a la vista de Roma retrocede como si lo hiciese ante los principios, las instituciones, la ciudad de sus dioses: entonces comienzan la derrota y el martirio.

¿A quién extrañará cómo el año 1793 acaban otros tiempos de la rebeldía y empiezan, en un patíbulo, los revolucionarios?





1 comentario:

  1. Los primeros años de actividad Su[pe]rrealista fueron muy ricos. No solamente modificaron la sensibilidad de la época sino que hicieron surgir una nueva poesía y una nueva pintura; pero se trataba de crear, no arte sino un "Hombre Nuevo". Ahora bien, la Edad de Oro no aparecía entre los escombros de aquella realidad tan furiosamente combatida. Al contrario, la condición del hombre era cada vez más atroz. Al período que inicia el 'Primer Manifiesto' sucede otro, presidido por preocupaciones de orden social.

    En el ánimo de Breton, Aragon y sus amigos se instala una duda: la emancipación del espíritu humano, meta para nuestro su[pe]rrealismo, ¿no exige una previa liberación de la condición social del hombre? Tras varias tormentas interiores, su grupo decide adherirse a las posiciones de la 3ª Internacional. Y así, 'La revolución surrealista' se transforma en 'El Surrealismo al servicio de la Revolución'. Sin embargo, los revolucionarios políticos no mostraron mucha simpatía por servidores tan independientes. La máquina burocrática del Partido Comunista acabó por rechazar a todos aquéllos que no pudieron o no quisieron someterse.

    Durante algunos años las rupturas suceden a las tentativas de conciliación. Al fin se vio claro que toda síntesis era imposible. Sin duda el carácter cada vez más autoritario y antidemocrático del comunismo estalinista, la estrechez y rigidez de sus doctrinas estético-políticas y sobre todo la represión de que fueron síntoma entre otros los 'Procesos de Moscú' contribuyeron al hacer irreparable la ruptura. Aun así, por unos años más, el su[pe]rrealismo coincidió con las tesis fundamentales del marxismo, tal como las representaba León Trotsky. En 1938 Bretón lo visita en México y redacta con el viejo revolucionario un famoso manifiesto: 'Por un arte revolucionario independiente' (ese texto apareció en todo el mundo con las firmas de André Breton y Diego Rivera)...

    A pesar de la amplitud y generosidad de miras de León Trotsky, la verdad es que demasiadas cosas separaban al materialismo histórico de aquella surrealista posición; su imposibilidad de participar directamente en la lucha social fue, y es, una herida para el surrealismo. En un libro posterior Bretón vuelve sobre el tema, no sin amargura: "la Historia dirá si ésos que reivindican hoy el monopolio de alguna gran transformación social trabajan por liberación del hombre o lo entregan a una esclavitud peor en su mundo; el Surrealismo, como movimiento definido y organizado en vista de una voluntad de emancipación más amplia, no pudo encontrar un punto de inserción en su sistema...": reducido a sus propios medios, no ha cesado de afirmar que la liberación del hombre debe ser total.

    En el seno de una sociedad en la que realmente hayan desaparecido los señores, nacerá otra poesía que será creación colectiva, como los mitos del pasado. Asistirá el hombre entonces a reconciliaciones del pensamiento y acción, desear y frutos, cosa y palabras. La escritura automática dejaría de ser una aspiración: hablar sería crear. Lo su[pe]rrealista pone en tela de juicio a la realidad; pero la realidad también pone en tela de juicio a la libertad del hombre. Hay series de acontecimientos independientes entre sí que, en ciertos sitios y momentos privilegiados, se cruzan.

    ¿Cuál es el significado de lo que se llama destino, casualidad o, para emplear el lenguaje de Hegel, 'azar objetivo'...? Engels había dicho: "La causalidad no puede ser comprendida sino ligada con las categorías del azar objetivo, formas de manifestarse lo necesario." Para Breton este 'azar objetivo' es el punto de intersección entre el deseo -o sea: la libertad humana- y la necesidad exterior. No creo que nadie haya ofrecido una respuesta definitiva a este 'problema de problemas'...

    (Octavio Paz)

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