jueves, 5 de enero de 2023

Nicolás Redondo [Urbieta], o/y la Izquierda sensata -y auténtica- entre nosotros, ¡R.I.P.!

   
Hace más de un cuarto del siglo, en el naufragio al que llegó la izquierda real del Reino de España comenzamos a seguir los argumentos suscritos por un ya muy olvidado 'Colectivo ITACA' pero entonces singular resistente desde sus insumisas minorías (o sea Nicolás Redondo, José A. Gimbernat, Joaquín Navarro Estevan y Juan Fco. Martín Seco)... 


Y hoy sentimos recordarlos al hilo de la última noticia que ya nos quita toda esperanza del poder volver a oírles razonando más juntos, ay, en tal impagable minoría:

"Es un artículo que siento mucho escribir y, sin embargo, sabía que era previsible que tuviera que hacerlo. Por lo menos, hubiera querido retrasarlo lo más posible. Ha fallecido Nicolás Redondo Urbieta. Es posible que a muchos de los que hoy se mueven en la política o en la prensa este nombre no les diga demasiado. A diferencia de otros, Nicolás nunca ha pretendido ser un jarrón chino y hace tiempo que se mantenía en un discreto aislamiento. No obstante, los que contamos ya con bastantes años de edad somos conscientes del papel que ocupó en la historia reciente de España. Fue un protagonista indiscutible del mundo laboral, político y social español.

En las primeras campañas electorales, el PSOE usó como eslogan “40 años de honradez”, al que el PC de forma hiriente agregó “y 40 de vacaciones”. El añadido no carecía de razón, pues el partido socialista, con la dirección en el exilio, estuvo bastante al margen de la lucha antifranquista. Fueron tan solo un número exiguo de socialistas los que la protagonizaron, pero en esa [excepcionalmente dignísima] minoría desde luego se encontraban el PSOE y la UGT de Euskadi y, en un papel predominante, Nicolás. Siendo muy joven presenció la persecución y tortura de su padre, también militante del partido y del sindicato, y posteriormente sufrió la propia, ingresando varias veces en la cárcel.

Curiosamente no solía alardear de nada de ello. Todo lo contrario, lo mantenía en un pudoroso ocultamiento. Solo en algunas conversaciones de mucha confianza cuando salían a relucir aquellos tiempos infaustos descorría parcamente el velo y dejaba traslucir la amargura y la tristeza que le producían dichos acontecimientos. Siempre fue consciente del necesario esfuerzo de olvido que representó la Transición. Esto resulta tanto más significativo cuanto que hoy se invoca continuamente eso que llaman la memoria histórica y algunos que apenas conocieron el franquismo se manifiestan como si hubiesen sido guerrilleros y mártires toda la vida.
 
En Nicolás contrastaba la aparente dureza de sus posiciones con la humildad de sus planteamientos personales. Siempre fue consciente de su papel, de lo que podía y no podía hacer, de cuáles eran sus limitaciones. Se sabía un trabajador de la metalurgia, un luchador obrero, y fue por eso por lo que en el congreso de Suresnes, cuando los distintos grupos regionales del interior dieron un viraje al partido derrotando a la dirección del exterior, Nicolás, que aparecía como el candidato indiscutible a la secretaría general, se quitó de en medio y propuso en su lugar a Felipe González, cosa que este ha intentado siempre que no se airease demasiado.

 
Nicolás era consciente de que quizás se precisaba para ese puesto y para convertir al PSOE en uno de los partidos más importantes de España, un hombre más joven que él y con capacidad para 'aggiornarse' a los nuevos tiempos políticos. Él prefirió quedarse al frente de la UGT y conseguir, como así lo hizo, la gran transformación sindical que se produjo durante los 18 años que estuvo al frente de la Organización.

No es de extrañar, por tanto, que en octubre de 1982 cuando el PSOE llegó al Gobierno, el poder y la influencia de Nicolás fuese grande, hasta el punto de que un secretario general de Presupuestos y Gasto público anduviera gimoteando por el Ministerio de Hacienda porque Nicolás Redondo le había echado de una reunión ya que se había puesto demasiado impertinente. Eran tiempos de unidad entre el PSOE y la UGT, de manera que mutuamente se hablaba del partido hermano y del sindicato hermano. Casi todos los miembros de ambas organizaciones tenían la doble militancia. y fueron muchos los cuadros de la organización sindical que pasaron a ocupar un puesto en el gobierno.

Esta luna de miel no duró demasiado tiempo. Pronto lo que se llamó el "felipismo", de acuerdo con los aires que venían de Europa, fue girando hacia posiciones soci@liberales, que casaban mal con los planteamientos de los sindicatos e incluso con lo que había sido hasta ese momento el programa del PSOE. El primer encontronazo se produjo en 1985 con la ley de reforma de las pensiones, que tanto Nicolás Redondo como Antón Saracíbar, ambos cargos sindicales y diputados del PSOE, votaron en contra en el Congreso, rompiendo la disciplina de voto. Tal vez deberían tomar nota los actuales diputados del PSOE que en privado se muestran tan contrarios a medidas tales como la desaparición del delito de sedición o la reducción de las penas de corrupción política y sin embargo votan afirmativamente en el Parlamento.

Nicolás se negó a aceptar que el sindicato fuese simplemente la correa de transmisión del partido y del gobierno, y arrastró a Comisiones Obreras a la unidad de acción sindical. Las circunstancias propiciaron que los enfrentamientos con el gobierno se convirtiesen en algo más que una lucha sindical. El resultado del PSOE en las elecciones de octubre de 1982 fue de 202 diputados, una victoria sin parangón que dejaba al ejecutivo prácticamente sin oposición política. En ausencia de esta, las organizaciones sindicales, y a su cabeza Nicolás Redondo, ocuparon su lugar.

 
La demostración más palpable de lo anterior es la Huelga General del 14 de diciembre de 1988, motivada por las medidas que se pensaba aprobar en materia de precariedad en el empleo y de impuestos. El gobierno estuvo a punto de caer, pero no forzado por ninguna oposición política, sino por los sindicatos. El país entero se paralizó y Felipe González aquel día pensó dimitir y dejar en su lugar a Narcís Serra. Pero una vez más se demostró que quien aguanta termina ganando, o al menos no termina perdiendo. Viendo hoy la actuación de los sindicatos cuesta creer que sean los mismos que hicieron temblar entonces al presidente del gobierno.

Hoy se habla del régimen autocrático de Pedro Sánchez y ciertamente lo es, pero el "felipismo" quizás no lo fuera menos. Hay que recordar a Nicolás diciéndole en televisión a Solchaga aquello de “Carlos, tu problema son los trabajadores. Es más, los autócratas de hoy se crearon, aprendieron y crecieron en esa tierra de cultivo. Todos los felipistas emplearon los medios más rastreros para perjudicar al sindicato y lograr que Nicolás Redondo dejase la secretaría general, como así sucedió en 1994, en que no se presentó a la reelección. Sólo 2 años más tarde, Felipe González perdería el gobierno.

De la sustitución de Nicolás en la secretaría general han transcurrido casi 2 décadas. Estos 18 años ha permanecido en un discreto lugar. Se impuso un respetuoso silencio, lo cual no quiere decir que permaneciese ajeno a los acontecimientos políticos. Tampoco significa ni mucho menos que estuviese de acuerdo con todo. Algunos conocemos muy bien su postura crítica, su desasosiego e incluso su tristeza por la orientación seguida por su partido y su sindicato. Leía cualquier cosa que cayese en sus manos. A sus 95 años mantenía una cabeza totalmente lúcida, y no perdía ocasión de enterarse de todo y de analizar todo. Yo confieso que, entre otras muchas cosas, echaré de menos sus frecuentes llamadas telefónicas enjuiciando mi último artículo. Descansa en paz, luchador, compañero del alma, compañero.
 
 

3 comentarios:

  1. Está muy claro:

    "Nico" no trabajó para volverse rico, lo hacía para que otros dejaran de ser pobres, desde la perspectiva del socialismo...

    Y ahora ocupa su anterior cargo un sindicalista que lleva viviendo como liberado desde que tenía 22 años...

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    1. ¡Esto sí es alguna "Memoria Histórica" ['sabatina intempestiva', de G. Morán]!:

      "Ha muerto a los 95 años, edad provecta para un hombre que los vivió intensamente. A Nicolás Redondo, algo más que una leyenda del sindicalismo español del siglo XX, se le despidió en el Cementerio Civil de Madrid, ese vademécum de la otra historia de España al que sería adecuado incluir en los planes de estudio para una visita obligada, si es que alguien estuviera interesado en la Memoria Histórica y no en la Memoria Instrumental. Le acompañaron en la despedida un puñado de los suyos; amigos veteranos y adversarios sin rencor. No muchos, porque se le tenía por desaparecido desde que entró el nuevo siglo y le dieron por cancelado. La música que se le ofreció no era de ninguna banda uniformada a la antigua usanza obrera, ni la Internacional, ni la Varsoviana. Signo de los tiempos, le despidieron con el Bolero de Ravel. Que cada cual lo interprete a su manera.

      Había sido protagonista de buena parte de las derrotas y de los éxitos del socialismo en España. Hijo de un líder ugetista que se libró por los pelos de la pena de muerte, canjeada por larga prisión de la que cumplió seis años. Niño de la guerra y la posguerra acogido por una familia socialista francesa que le sirvió para aprender francés. Obrero en la Naval de Sestao, militante activo desde 1945 en el PSOE y en el sindicato. Encarcelado en 14 ocasiones. Así se fraguó un líder en un partido donde los militantes había que contarlos con los dedos de la mano. El siempre viejo Ramón Rubial, el abogado alavés Antonio Amat, el escritor Martín Santos…y eso en el País Vasco, que afuera apenas ni eso.

      La figura de Nicolás Redondo emerge para los historiadores de lo obvio en 1974, con el Congreso de Suresnes. Le ofrecen la secretaría general del partido y en un rasgo de lucidez insólito en la política española, reconoce que lo suyo no es dirigir el PSOE, que ni tiene dotes ni está preparado, que lo puede hacer ese chico de Sevilla que tanto le adula y que tiene un pico de oro y es además abogado. Felipe González, con la imprescindible ayuda de Alfonso Guerra, se hace con las siglas arrebatándoselas al anciano Rodolfo Llopis, un funcionario de la II República, masón y mediocre, inspector de Segunda Enseñanza. El grupo de Sevilla se apodera de una marca que solo conserva prendas de anticuario. No necesitan más, con eso y la ayuda de alemanes, franceses e italianos, se convertirán en alternativa. Tampoco hay mucho donde escoger, el franquismo ha conseguido durante 35 años que todo se achique o se marchite.

      La victoria arrolladora de octubre de 1982 abría la alternativa de un largo período socialdemócrata, como ocurrió en Suecia o Alemania, pero para eso se necesitaba una alianza imprescindible entre el partido y el sindicato. Como veterano sindicalista Nicolás Redondo lo detectó desde el primer momento. Conocía el paño. Felipe González era 'un líder para andar por casa'; nada que ver con Olof Palme o Willy Brandt. El empresariado necesitó más tiempo, no mucho. Les asustó Miguel Boyer y su intervención de Rumasa, hasta que descubrieron la truca. El modo de adjudicar lo intervenido les hizo sonreír; el método les sonaba. Todo entre amigos que siempre acaban siendo socios, o al revés...
      . [continuará]..."

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    2. [sigue]
      "... ... González dejaba hacer al tándem Boyer-Solchaga y despreciaba, a la manera que él sabía hacerlo, a los sindicalistas no sumisos a su embrujo. El PSOE era él y le irritó que no ocurriera lo mismo en la UGT. Les fue abriendo brechas en el sindicato. Compró, esa es la palabra, a Corcuera con una buena oferta -ministro- y lo mismo hizo con Matilde Fernández, sin contar con los cuadros sindicales convertidos en voceros de la modernidad frente a los antiguos. El sueño eterno socialdemócrata, a falta de sindicato que lo respaldara, se evidencio en una gangrena letal cuyo punto de inflexión cabe situar en los presupuestos de 1988. En opinión de Nicolás Redondo 'una broma de los hermanos Marx, pero sin gracia'.

      Ahí está la chispa que provocará algo insólito, la Huelga General del 14 de diciembre de 1988. A un gobierno socialista le monta un paro total de protesta su propio sindicato. Desde este momento los papeles se quedarán fijos. El presidente González repetirá la argucia de De Gaulle en Argelia –'he entendido el mensaje'- y, como el General, hará todo lo contrario. Seguirá ganando elecciones porque el miedo al cambio estaba enraizado en el ADN de una generación que había asumido que lo más peligroso para el rebaño es tratar de salirse de él y buscar alternativas. La guerra contra Nicolás y el antiguo sindicato fraterno fue bíblica y encanallada.

      El astuto jugador de billar que es Felipe González instituyó que lo importante era meter las bolas en los agujeros sin preguntarse con quién hacía las carambolas y dónde entraban. Ni sueños socialdemócratas ni hostias, modernos contra antiguos. El signo característico de la modernidad siempre ha sido el mismo, ganar más dinero que antes. 'España es el país del mundo donde uno se puede hacer rico en menos tiempo', dictaminó Solchaga en forma de mantra gubernamental. La corrupción se institucionalizó. Con un deje de sorna, el presidente de la CEOE, a la sazón José María Cuevas, confesó a los financieros de Hong Kong que el gobierno socialista estaba haciendo una política más beneficiosa para ellos que la de Margaret Thatcher.

      Nicolás Redondo no dejó memorias escritas. Carlos Solchaga, como Felipe González ya van por las segundas o terceras, porque es sabido que la historia la escriben los vencedores, aunque sea de victorias pírricas que luego dejan un poso de vergüenza ajena. Ganan siempre los modernos porque no hay palabra actualizada que reivindique la coherencia, la dignidad y la defensa de lo obvio. Nos queda más del espíritu del jugador de billar que del hombre que murió en la misma casa de Portugalete donde vivió gran parte de su vida. De seguro que no se le ocurrió comprar un chalet con piscina porque tenía niños pequeños, ni se referiría a las reivindicaciones obreras a la manera de Yolanda Díaz, 'la defensa de las personas trabajadoras'. Puestos a barnizar la realidad con trágalas lingüísticos habría que precisar que el señor Amancio Ortega es una persona tan trabajadora como el que más. Lo único que le diferencia -dicho en la jerga inclusiva- es su 'responsabilidad social corporativa', o con simplificada expresión arcaica, cómo repartir los beneficios. Un detalle banal si se trata de conquistar los cielos."

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