domingo, 3 de agosto de 2025

PENSAR ESTÁ VOLVIÉNDOSE UN LUJO...

 
 
"Cuando era una niña, en la década de 1980, mis padres me enviaron a una escuela Waldorf en Inglaterra. En esa época, por allí se desaconsejaba a los padres que permitieran a sus hijos ver demasiada televisión y, en cambio, les decían que hicieran hincapié en la lectura, el aprendizaje práctico y jugar al aire libre. En aquel momento me molestó esta restricción. Pero quizá tuvieran razón: hoy no veo mucha televisión y sigo leyendo mucho. 

Sin embargo, desde mi época en la escuela, se ha impuesto una nueva forma de tecnología mucho más insidiosa y tentadora: Internet, sobre todo a través de los teléfonos celulares. Hoy sé que tengo que guardar el teléfono en una gaveta o en otra habitación si necesito concentrarme durante más de unos minutos.

Desde que hace aproximadamente un siglo se inventaron los llamados tests de inteligencia, hasta hace poco, las puntuaciones internacionales de coeficiente intelectual (CI) subían de manera constante en un fenómeno conocido como 'efecto Flynn'. Pero hay pruebas de que nuestra capacidad para aplicar ese poder cerebral está disminuyendo

Según un informe reciente, las puntuaciones de alfabetización de los adultos se nivelaron y empezaron a descender en la mayoría de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) en la última década, y algunos de los descensos más dramáticos se observaron entre los más pobres. Los niños también muestran una alfabetización decreciente.
 

 

 
En un artículo publicado en el Financial Times, John Burn-Murdoch lo relaciona con el auge de una cultura post-alfabetizada en la que consumimos la mayor parte de los medios a través de los celulares, evitando los textos densos en favor de las imágenes y los videos cortos. 

Otras investigaciones han asociado el uso de celulares con los síntomas del Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) en adolescentes, y una cuarta parte de los adultos estadounidenses encuestados sospechan ahora que podrían padecer esta condición. Los profesores de escuelas y universidades asignan menos libros completos a sus alumnos, en parte porque son incapaces de completarlos: en 2023 leyeron 0 libros casi la mitad de los estadounidenses.

La idea de que la tecnología está alterando nuestra capacidad no solo de concentración, sino también de lectura y razonamiento, está calando. Sin embargo, la cuestión para la que nadie está preparado es cómo esto puede estar creando otra forma de desigualdad.
    
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Piensa en esto comparándolo con los patrones de consumo de comida basura: a medida que las chucherías ultra-procesadas se han hecho más accesibles e inventivamente adictivas, las sociedades desarrolladas han visto surgir una brecha entre quienes tienen los recursos sociales y económicos para mantener un estilo de vida sano y quienes son más vulnerables a la cultura alimentaria obesogénica. Esta bifurcación tiene una fuerte influencia de clase: en todo el Occidente desarrollado, la obesidad se ha correlacionado fuertemente con la pobreza. Me temo que lo mismo ocurrirá con la marea de la post-alfabetización.

La alfabetización a largo plazo no es innata, sino que se aprende, a veces laboriosamente. Como ha ilustrado Maryanne Wolf, académica de la alfabetización, adquirir y perfeccionar una capacidad de “lectura experta” de formato largo altera la mente: literalmente. Reconfigura nuestro cerebro, aumentando el vocabulario, desplaza la actividad cerebral hacia el hemisferio izquierdo analítico y perfecciona nuestra capacidad de concentración, razonamiento lineal y pensamiento profundo. La presencia de estas características a escala contribuyó a la aparición de la libertad de expresión, la ciencia moderna y la democracia liberal, entre otras cosas.

Los hábitos de pensamiento formados por la lectura digital son muy diferentes. Como muestra Cal Newport, experto en productividad, con su libro 'Céntrate' de 2016, el entorno digital está optimizado para la distracción porque diversos sistemas compiten por nuestra atención con notificaciones y otras exigencias. Las plataformas de las redes sociales están diseñadas para crear adicción, y el mero volumen de material incentiva intensos “bocados” cognitivos de discurso calibrados para la máxima compulsividad por encima del matiz o el razonamiento reflexivo. Los patrones de consumo de contenidos resultantes nos forman neurológicamente para hojear, reconocer patrones y saltar distraídamente de un texto a otro, si es que acaso utilizamos nuestros teléfonos para leer.
 
 
Cada vez más, el acto mismo de leer apenas parece necesario. Plataformas como TikTok y YouTube Shorts ofrecen una fuente inagotable de fascinantes videos cortos. Estos se combinan con memes visuales, noticias falsas, noticias reales, ciber-anzuelos, desinformación a veces hostil y, cada vez más, un torrente de contenido basura generado por la Inteligencia Artificial. El resultado es un entorno mediático que parece equivalente [del pasillo] de la comida basura para lo cognitivo y al que es tan difícil resistirse como a esos coloridos y poco saludables empaques de golosinas.

Un liberal clásico podría replicar: ¡claro, pero al igual que con la comida basura, depende del individuo tomar decisiones saludables! Sin embargo, lo que esto no tiene en cuenta es que, al igual que los efectos negativos sobre la salud del consumo excesivo de comida basura, los daños cognitivos de los medios digitales serán más pronunciados en la parte inferior de la escala socioeconómica.

Ya estamos viendo indicios de todo eso. Como señala Wolf, desde hace mucho tiempo está correlacionada la post-alfabetización con la pobreza. Ahora los niños pobres pasan más tiempo al día frente a las pantallas que los ricos: en un estudio de 2019, cerca de dos horas más al día para los preadolescentes y adolescentes estadounidenses cuyas familias ganaban menos de 35.000 dólares al año, en comparación con sus compañeros cuyos ingresos familiares superaban los 100.000 dólares anuales. Las investigaciones indican que los niños que están expuestos a más de dos horas al día de tiempo de pantalla recreativo tienen peor memoria de trabajo, velocidad de procesamiento, niveles de atención, habilidades lingüísticas y función ejecutiva que los niños que no lo están.

Sin rodeos: tomar decisiones cognitivas saludables es difícil. En una cultura saturada de formas de entretenimiento más accesibles y absorbentes, puede convertirse pronto en dominio de subculturas de élite la alfabetización prolongada...
 

 
Las élites, los grupos religiosos y los conservadores ya están adoptando límites autoimpuestos al uso de la tecnología. Entre 2019 y 2023, se abrieron en Estados Unidos más de 250 nuevas escuelas clásicas, muchas de ellas cristianas, con una ética centrada en alfabetización de “grandes libros” de formato largo. Abundan las nuevas guías e iniciativas de esta multitud, como el reciente libro 'The Tech Exit: a Practical Guide to Freeing Kids and Teens From Smartphones', de Clare Morell, miembro de un grupo de reflexión conservador.

No solo se trata de conservadores. Figuras notables de la tecnología como Bill Gates y Evan Spiegel han hablado públicamente de frenar el uso de pantallas para los hijos. Otros contratan niñeras a las que exigen que firmen contratos de “no teléfono”, o envían a sus hijos a escuelas Waldorf, donde esos dispositivos están prohibidos o fuertemente restringidos. Aquí la tijera de la clase social está muy afilada: la mayoría de las escuelas clásicas son instituciones de pago. Proteger a tus hijos del uso excesivo de dispositivos en la Escuela Waldorf de la Península te costará 34.000 dólares al año en los cursos de primaria.

Muchos estados de los Estados Unidos, entre ellos California, están restringiendo el uso de celulares por los alumnos, lo cual en teoría debería igualar las condiciones. Pero es optimista suponer que esas normas se aplicarán con la misma determinación en las escuelas privadas de salones pequeños con menos estudiantes que en las escuelas públicas masivas, por no hablar de los hogares de estos estudiantes.

Incluso más allá de Silicon Valley, algunas personas limitan la estimulación digital (como las redes sociales o los videojuegos) durante periodos de tiempo determinados como parte de la práctica de superación personal del ayuno de dopamina.
 

 
El enfoque 'ascético' de la salud cognitiva sigue siendo un nicho y se concentra entre los ricos. Pero a medida que las nuevas generaciones lleguen a la edad adulta sin haber vivido nunca en un mundo sin celulares, podemos esperar que la cultura se estratificará más cada vez. Por un lado, un grupo relativamente pequeño de personas conservará, y desarrollará intencionadamente, una mayor capacidad de concentración y razonamiento de larga duración. Por otro, una población general más amplia será efectivamente post-alfabeta, con todas las consecuencias que ello implica para la claridad cognitiva.

¿Qué ocurrirá si esto se cumple plenamente? Un electorado que ha perdido la capacidad de pensar [largo y tendido, al menos] resultará más tribal, menos racional, en gran medida desinteresado por los hechos o incluso por los registros históricos, estará más movido por las vibraciones que por argumentos convincentes y más abierto a ideas fantásticas y extrañas teorías conspirativas. Si esto te resulta familiar, puede ser una señal de lo lejos que ha llegado Occidente por este camino.

Para los operadores astutos, una población así ofrece nuevas oportunidades de corrupción. Los oligarcas que traten de moldear la política en su beneficio se beneficiarán del hecho de que pocos tendrán la capacidad de atención necesaria para seguir o cuestionar políticas en campos aburridos y técnicos; ahora lo que la mayoría quiere no es una investigación forense, sino un nuevo video corto que “humille” a la otra tribu. Podremos comprender cómo la clase gobernante se adapta, pragmática, al declive colectivo en capacidad racional del electorado; por ejemplo, conservando los rituales asociados a la democracia de masas, al tiempo que desplaza discretamente las áreas políticas clave fuera del alcance de una ciudadanía caprichosa y fácilmente manipulable. Yo no celebro esto, pero nuestra juventud nativa de la red parece no inmutarse: las encuestas internacionales muestran un apoyo decreciente a la democracia entre la Generación Z.

Para que quede claro: 
· no hay razón para que la oportunidad de marginar al electorado o de arbitrar la brecha entre las vibraciones y la política favorezca especialmente a los equipos conservadores o a los progresistas. Este mundo post-alfabetizado favorece a demagogos que sabrían cambiar entre los lenguajes políticos de la élite y el populista de los memes.
· en las redes sociales todo favorece a los oligarcas con destreza y a los que tienen más seguridad en sí mismos que integridad; nada se favorece a los que tienen poco dinero, poco poder político y nadie que hable en su nombre."
 
   

miércoles, 30 de julio de 2025

Razones de por qué nuestra "Democracia" se corrompe más que l@ demás del entorno UE

 
 
Lo 'normal' debería ser el que penalizásemos cualesquier irresponsabilidades y pagáramos por la responsabilidad... aunque aquí vemos diariamente cómo, de algunas maneras generalizadas, las cosas ocurren al revés... hasta extremos inverosímiles. 

Y a ello se refiere con particular agudeza (en su artículo "Cómo hemos llegado al borde del abismo", 27/07/2025, 'vozpópuli.com') el profesor Juan M. Blanco

"Una enfermedad muy grave debe aquejar a nuestro sistema político cuando se nos muestra incapaz de seleccionar mínimamente la calidad de los gobernantes y, todavía peor, carece de resortes para ponerlos en la calle cuando abuso y arbitrariedad campan por sus respetos. 
 
 
Nos encontramos ante un fallo sistémico extremadamente grave, pero la mayoría ha sido incapaz de identificarlo durante mucho tiempo. ¿Por qué? Sánchez no es el primer presidente del Gobierno que vulnera la Constitución o manipula el Tribunal Constitucional (y otras instituciones). Ha roto todas las reglas, sí, pero ya se las encontró quebradizas, con innumerables fracturasLo que ha hecho es pisar el acelerador a fondo, imprimiendo a la maquinaria un ritmo vertiginoso, sobrepasando los límites conocidos, con grave riesgo de estallido y quiebra de todos sus engranajes. 

Pero su temeraria conducta constituye un excelente test de estrés del sistema, una prueba que está mostrando con claridad todo aquello que la mayoría se negó a reconocer durante varias décadas: terrorífica degeneración institucional, profunda desintegración territorial, junto a descomposición avanzada de casi todos los controles o absoluta ausencia de neutralidad y objetividad en organismos clave (Tribunal Constitucional, CGPJ, Fiscalía del Estado, Tribunal de Cuentas, RTVE, CIS, etc.). Él no es exactamente la enfermedad, sino un síntoma... 

Las causas de dicha degeneración institucional no son nuevas: se remontan a los primeros compases de la injustamente ensalzada Transición. Tampoco son triviales, sino complejas y arraigadas, solo resolubles con profundas y atrevidas reformas. Y, aunque hubo errores garrafales en la Constitución, las causas de fondo no se encontraban en los textos legales, ni siquiera estaban escritas: se trataba de normas informales especialmente perversas.
  
 
Tales normas informales son ese conjunto de reglas no escritas, basadas en costumbres, convenciones o acuerdos implícitos sobre lo que es aceptable e inaceptable, que modelan el comportamiento de los participantes en el proceso político o legal. Cada sujeto se comporta dependiendo de lo que observa en los demás, de cómo cree que reaccionarán ante sus propios actos. Son estas normas, y no tanto las leyes, las que determinan la calidad de un sistema político.
 
Tras complejas evoluciones, en algunos países imperaron más normas informales sanas (las que impulsan a cumplir la legalidad y a mantener un juego limpio), pero en otros predominaron las normas pervertidas (que empujan a lo contrario). Por ello, los gobernantes actúan con menor rectitud en algunas latitudes, pero no en otras, aunque los textos legales puedan ser idénticos. Las normas informales se degradan siguiendo la 'regla del cristal roto': cualquier vulneración puntual y leve de principios o leyes que queda impune abre paso a ulteriores vulneraciones mucho más graves.

Señalaba Montesquieu que cualquier forma de gobierno degenera cuando sus principios se corrompen. Debido a principios informales especialmente corrompidos, el sistema político de la Transición quedó programado para recorrer la senda de la degradación y acabar en el punto donde nos encontramos, aunque quizá no tan pronto. Nuestras élites podrían haber corregido el rumbo, pero nunca movieron un dedo, quizá porque el futuro de España les importaba muy poco. Véanse algunas de tamañas normas informales perversas que se remontan a los primeros compases del régimen del 78 (y nos quedará pendiente aún profundizar en cada una planteando proponernos también, modestamente, algunas soluciones):
  
 
1. Equívoco sobre lo que es la democracia
 
Los políticos y los medios difundieron desde la Transición una idea equívoca sobre la democracia, creando en el público un grave y duradero malentendido, que dificulta la percepción de los fallos sistémicos. Porque la democracia no consiste solamente en un sistema multipartidista y elecciones libres. Requiere, además, un complejo sistema de controles y contrapesos que impongan límites estrictos a la actuación de los gobiernos con el fin de garantizar el respeto al Estado de Derecho, a las libertades y a los derechos fundamentales. 

Necesita instituciones neutrales y mecanismos eficaces de exigencia de responsabilidad y rendición de cuentas. La democracia no se caracteriza por lo que hacen los gobernantes, sino por lo que no se puede hacer. El mensaje de que solo importaba la decisión mayoritaria condujo al desprecio de los controles, a la colonización partidista de muchos órganos del Estado que deben ser neutrales y a la vulneración de principios constitucionales porque el “voto popular” parecía gozar de mayor legitimidad que las leyes o los principios fundamentales. 

Convertían así a la democracia en un fin en sí misma, casi en una religión que separaba a los buenos de los malos, cuando solo es un medio para preservar la libertad, lograr buenos gobiernos y políticas sensatas. El concepto de democracia se construyó como mera contraposición al régimen de Franco, olvidando que una democracia plena requiere muchos más elementos que una simple diferenciación del franquismo.
 
 
2. Pacto tácito por la corrupción
 
Surgió desde el principio una cultura de pacto no escrito entre los partidos para financiarse ilegalmente mediante comisiones por contratos y favores públicos, un sistema en el que, copiando el modelo italiano, todos los partidos participarían en mayor o menor medida, repartiéndose las ganancias. Se rompía así con la típica corrupción franquista, más individual y artesanal, estableciendo un modelo industrial con división del trabajo en el que la prevaricación y el cobro lo efectuaban personas distintas. 

Casi todos los políticos aceptaron este esquema, quizá porque, teóricamente, no beneficiaba a sujetos privados. Pero muchos descubrieron rápidamente que era muy sencillo desviar parte del caudal a sus propios bolsillos o implantar alguna trama de corrupciones personales, aprovechando que no hay mejor lugar para ocultar un árbol que en medio de un frondoso bosque.

La corrupción política generalizada fue degradando todos los resquicios del sistema hasta desembocar en un régimen de prebendas, privilegios, arbitrariedad y ausencia de rendición de cuentas, donde la posición de cada uno depende, no del mérito, el esfuerzo, la eficiencia o la buena gestión, sino de su relación con el poder político. 
 
 
Un entorno que difuminó paulatinamente la frontera entre lo público y lo privado y donde se cortan las leyes a medida de los que pagan. Valores como la honradez, la igualdad de oportunidades y el juego limpio fueron cotizando a la baja hasta prácticamente desaparecer. Ábalos, Cerdán, Begoña, el hermanísimo y compañía no inventan nada: hacen, con menos disimulo y mayor sensación de impunidad, lo que han visto durante toda su vida política.
 
3. España, concepto tabú
 
Uno de los elementos más insólitos de la Transición política fue la negación de la idea -nacional- de España por parte de las élites políticas... Aunque esta actitud había comenzado en la izquierda, pronto se extendió a buena parte del centro derecha, hasta el punto de que la palabra se convirtió en tabú para muchos sectores políticos y mediáticos, sustituyéndose por “el Estado”, “este país” etc.

Rechazar la idea de España, en lugar de promover un concepto renovado, adaptado a los tiempos, generó una Constitución sin raíces, flotando en el espacio, vacía de contenido simbólico. Y contribuyó a la redacción de un Título VIII que consagraba un modelo autonómico completamente abierto, ambivalente y asimétrico, sin límites definidos a las competencias transferibles. 
 
 
Ya en los años 80 algunos autores intuyeron que el sistema desembocaría en una especie de organización confederal a largo plazo, donde algunas regiones acabarían alcanzando una independencia de facto. Ahora bien, la larguísima mecha de la bomba evitaría a la generación de la Transición tener que asistir al espectáculo de tal descomposición final [aunque personajes como ZP y -sobre todo- Sánchez han acelerado el proceso con tal intensidad que, si nadie pone remedio, muchos podrán ser testigos de ambos acontecimientos]. 

De cualquier modo, hace ya mucho tiempo que los gobiernos se desentendieron de los intereses nacionales. Y la carencia de símbolos compartidos, que unifiquen sin excluir, favoreció una polarización identitaria de la población, una identificación partidista basada en puras emociones y no en verdaderas opiniones políticas, generando un electorado ladrador pero muy poco crítico, con nefastas consecuencias para la eficacia del voto como control del poder.

4. Selección perversa de los políticos
 
Los procesos de selección de candidatos fueron desde el principio perversos, dando lugar a una peculiar “ley de Gresham”: los malos políticos fueron expulsando de la circulación a los buenos. Los partidos arrinconaron el debate ideológico y, aprovechando la infinidad de puestos creados en la administración autonómica, se convirtieron en agencias de colocación
 
  
 
Los criterios para permanecer, medrar, obtener un cargo o ser incluido en una lista electoral no se basaron en la excelencia, el mérito, el esfuerzo, la valía personal o la cualificación profesional. Mucho menos en la honradez o en principios sólidos. Afinidades personales, carencia de espíritu crítico, conducta oportunista y conspiradora fueron atributos indispensables para el “éxito” dentro del partido. 

El silencio ante el abuso, la indigna adulación o la flexibilidad para cambiar de criterio a una orden son también apreciables méritos para ganar la confianza de esos líderes que sustituyen el debate de ideas por reparto de favores

Por su parte, la generalizada corrupción expulsó de la política a muchas personas honradas y capaces, abriendo paso a sujet@s con muy pocos escrúpulos, extremadamente vulgares, que nunca han trabajado fuera del partido. Sánchez y su camarilla no son más que el extracto puro, el veneno cien veces destilado en esos repugnantes alambiques..."
 
 

martes, 22 de julio de 2025

Predicciones Fallidas de pseudo-ciencia dizque 'políticamente correcta' en el Cambio climático

    
Salvo en el lluvioso norte, la mayor parte de nuestro país tiene un clima tan soleado que en cuanto empalmamos algunas semanas de lluvia nos quejamos, y cuando de nuevo vuelve a lucir el sol ―como en la vida siempre ocurre― nos cambia el ánimo. La queja es comprensible y propia de nuestra voluble naturaleza humana, pero también es frívola: el agua es vida, para el campo, para la naturaleza y para el hombre, y los efímeros efectos melancólicos o las incidencias que puedan producir las lluvias no deberían oscurecer los enormes efectos beneficiosos que tanto añorábamos cuando sufríamos la sequía.

Como sucede habitualmente con la meteorología, la corta memoria del ser humano y el sensacionalismo de los medios nos empujan a tildar de «anormal» esta sucesión de lluvias, aunque se repitan irregularmente cada pocos años. Por otro lado, dado que las precipitaciones no muestran una tendencia clara en el último siglo ―ligero crecimiento en el mundo 1 y un irregular e inapreciable decrecimiento en España 2―, parece lógico que tras un período de sequía llegue un exceso de lluvias que equilibre la balanza, aunque su concentración en unas pocas semanas no implique necesariamente que el año en curso vaya a tener una pluviosidad extraordinaria. En realidad, lo más preocupante no son las lluvias, sino el ingente volumen de agua que podría haberse acumulado y conservado y que se ha vertido y estado desperdiciándose por falta de infraestructuras hidrológicas adecuadas. Ése es el verdadero problema.

Dicho eso, estas lluvias son una mala noticia para la propaganda del cambio climático, que prefiere fenómenos como el calor y la sequía que psicológicamente conectan mejor con el sugestionable «calentamiento global». Esperemos que, al igual que nadie piensa que España se haya vuelto como Inglaterra por unas semanas de lluvia, cuando sobrevengan condiciones meteorológicas opuestas nadie crea que el clima de España se está volviendo como el del Sahara.
 
 
El fracaso de la AEMET

La AEMET no supo predecir ni el comienzo de la sequía ni su final, y tampoco acertó cuando pronosticó un invierno astronómico «seco», razón por la que ha sido muy criticada. Aunque se aplauda que la Agencia sea objeto de constante escrutinio público, en el caso de su fallido pronóstico invernal semejante acusación es ligeramente injusta, pues la AEMET fue muy prudente y enfatizó las enormes incertidumbres de su predicción.

En realidad, sobre qué ocurrirá durante otro siguiente trimestre, tal Agencia no tiene ni idea pues el pronóstico más largo que puede hacerse en meteorología es de unas 2 semanas, aun cuando en la práctica no exceda ni de 5 días. Por tanto, el único motivo por el que la AEMET finge hacer predicciones imposibles, envueltas en un falso halo científico, no puede ser otro que impostar una capacidad predictiva de la que carece, es decir, puro teatro, y lo adorna con rangos probabilísticos tan amplios como arbitrarios.

Lo que sí debe criticarse de la AEMET es que haya corrompido su carácter científico para verse convertida en cheerleader de la propaganda climática, con minifalda y pompón incluidos. En efecto, cuando se trata de meteorología la Agencia se protege detrás de las grandes incertidumbres y limitaciones del conocimiento actual del clima. Sin embargo, cuando se trata del «cambio climático» realiza profecías con total certeza, y las anteriores incertidumbres y limitaciones desaparecen como por ensalmo.

En otras palabras, con sus predicciones meteorológicas, cuyo nivel de acierto es fácilmente comprobable, la AEMET se tienta la ropa; pero con sus inverificables predicciones climáticas (¡para dentro de un siglo!), ancha es Castilla, parece ser... Así, la Agencia se saca de la chistera dudosas o inexistentes relaciones causa-efecto que la ciencia maneja con enorme cautela, pues el clima es un sistema complejo (caótico, no lineal y multifactorial) del que aún conocemos poco. Pongamos unos ejemplos.

En su propia web la AEMET resalta «el estrecho vínculo entre el cambio climático y los fenómenos meteorológicos extremos». Sin embargo, los fenómenos meteorológicos extremos no han aumentado en frecuencia o severidad en el último siglo. Así lo reconoce hasta el IPCC en los capítulos científicos del AR5 3 y AR6: «La evidencia es limitada o no hay señal» de que hayan variado significativamente las precipitaciones, las inundaciones o las sequías, por lo que las afirmaciones al respecto (como la que hace la AEMET) merecen una «baja confianza» 4.
 
 
Encontramos otro ejemplo de mala praxis en el torticero aprovechamiento que la AEMET hizo de las altas temperaturas del verano del 2023. En aquel momento un portavoz declaró que íbamos «a tener que añadir en nuestro diccionario meteorológico el término noches infernales» 5. Obviamente, semejantes afirmaciones no pertenecen al ámbito de la ciencia, sino que son muestra del peor amarillismo sensacionalista: el ritmo de calentamiento global de las últimas cuatro décadas ha sido de menos de 0,15ºC por década 6, ritmo al que las temperaturas tardarían un siglo en subir sólo 1,5ºC (algo por lo demás improbable). Además, el planeta tiene temperaturas hoy similares a las que tuvo hace 1.000 y 10.000 años (en el Período Cálido Medieval y en el Máximo del Holoceno, respectivamente), cuando el CO2 era inferior al actual y no había fábricas, meteorólogos o periodistas.

La AEMET también engañó al afirmar que «lo que estamos observando [la ola de calor veraniego del 2023] es consecuencia de las emisiones de gases de efecto invernadero antropogénico». Defender esta relación causa-efecto resulta inaceptable. La propia Organización Meteorológica Mundial lo reconoce suscribiendo cómo «en cuanto a cualquier evento meteorológico concreto, nunca puede atribuirse al cambio climático inducido por el hombre» 7. Además, jamás pueden extrapolarse pasajeras condiciones atmosféricas locales al clima del planeta. En ese mismo verano de 2023, la Antártida vivía un invierno austral extremadamente frío con temperaturas récord (por bajas), y no por eso los pingüinos emperador podían concluir que el planeta se estaba enfriando 8.

La AEMET también omite que el salto de temperaturas del 2023 ha causado perplejidad entre los científicos, que consideran «extremadamente improbable» que haya tenido que ver con el cambio climático 9. Como la ciencia del clima aún está en pañales, hay diversidad de opiniones: unos lo achacan a El Niño 10, otros a una menor nubosidad en el planeta 11 y otros a la erupción del volcán submarino HungaTonga 12. Finalmente, cuando otro portavoz de la Agencia dice que «las temperaturas van subiendo conforme lo que dicen los modelos climáticos» 13 demuestra una gran ignorancia o una gran capacidad para mentir, pues es bien conocido que los modelos climáticos han pecado de alarmismo previendo siempre temperaturas muy superiores a las observadas 14.
 
 
La complejidad del clima

Dado el absoluto descrédito de la institución, sería oportuno recordar épocas pasadas en las que la AEMET aún trataba de ser fiel a la ciencia. Para ello cabe citar extensamente al físico Inocencio Font (1914-2003), una referencia en la meteorología española del s. XX y cuya gran obra 'Climatología de España y Portugal' (2ª edición) incluye un pertinente apéndice sobre lo que denominaba él «hipotético cambio climático». Font trabajó durante casi medio siglo en el Servicio Meteorológico Nacional (luego Instituto Nacional de Meteorología, hoy AEMET), dirigiéndolo sus últimos años de vida profesional.

Como explica Font, desde el final de la última era glacial hace unos 12.000 años la Tierra ha vivido varios períodos climáticos que duran entre 2.000 y 3.000 años, divididos en episodios de pocos siglos que a su vez están subdivididos en subperíodos más cortos que duran decenios. Estos muestran «marcadas fluctuaciones» de carácter errático que convertirían en algo engañosa toda extrapolación selectiva de tendencias para series cortas, como hace la propaganda climática. Respecto a las causas de dichos «cambios climáticos» (sic: en plural) «no se ha llegado aún a conclusiones satisfactorias», aunque sí se conozcan las variables que influyen en el clima (pero no su ponderación ni interacción exactas).
 
 
La primera variable es la cantidad de energía solar recibida por la Tierra, cuya variación depende de las perturbaciones solares y de las «imprevisibles variaciones» en emisiones ultravioleta y de partículas con carga eléctrica (viento solar). Aunque Font no lo menciona, también depende de los movimientos de traslación y rotación de la Tierra descritos en los ciclos de Milankovitch, es decir, de su excentricidad orbital, su inclinación axial y su precesión equinoccial.

La segunda variable son las variaciones de origen natural en las concentraciones atmosféricas de gases invernadero, cuyas variaciones sólo son significativas a muy largo plazo, y de aerosoles, cuya principal fuente son las erupciones volcánicas. Éstas son «imposibles de predecir» y pueden tener efectos atmosféricos opuestos: las erupciones en superficie (las más comunes) expulsan materia pulverizada y tienden a enfriar el planeta, mientras que las erupciones de volcanes submarinos pueden expulsar enormes cantidades de vapor de agua (el mayor gas invernadero) y tener un efecto calentamiento (como Hunga-Tonga en 2022).

Un tercer factor son cambios desconocidos en los océanos, que absorben la mitad de la radiación solar y constituyen el gran reservorio de CO2. Los océanos son inmensos y misteriosos: cubren el 70% de la superficie mundial, tienen una profundidad media de 3.700 m y poseen unas características muy especiales de estratificación de temperatura, densidad, presión, luz y salinidad, con sus misteriosas termoclinas y sus corrientes horizontales y verticales. A pesar de su importancia, much@ supuest@ «expert@» climátic@ carece de fiables conocimientos oceanográficos.

El cuarto factor son los cambios en el albedo, que es el porcentaje de radiación que refleja la superficie terrestre y que depende de la naturaleza de ésta: los bosques reflejan poco (5-10%), mientras que el hielo y la nieve pueden reflejar el 100% de la radiación. Influye especialmente —por su feedback positivo— la extensión de los casquetes polares, que muestra «diferencias muy considerables, tanto de un año a otro, como entre décadas o incluso siglos». Por eso, nunca deben proyectarse variaciones a corto plazo, como hace constantemente la propaganda del cambio climático.

Por fin, la quinta variable es la influencia en la emisión de gases invernadero por actividad humana. Font aclara que el ligero calentamiento atmosférico medido en el s. XX «se mantiene todavía dentro de la variabilidad climática natural», pero defiende que el motivo más probable sea la quema de combustibles fósiles.
  
  
El problema de las nubes

Un calentamiento terrestre provocará un aumento de la evaporación y de la nubosidad. Por ello, a todos los factores anteriormente mencionados se une la ambigua influencia de las nubes, cuyo balance es casi imposible de modelizar y cuantificar debido a que no «depende únicamente de la cantidad, sino también de sus tipos y distribución geográfica». Las nubes producen un feedback contradictorio. Por un lado, al “hacer sombra” a la radiación solar, aumentan el albedo y enfrían; por otro lado, si atendemos a su efecto invernadero, calientan. En verano un día nublado es más fresco que un día soleado, mientras que en invierno suele ser al revés: los días despejados suelen ser más fríos que los nublados. El neto posiblemente contribuya al enfriamiento, lo que explica que recientes estudios hayan ligado el ligero calentamiento global de las últimas dos décadas a «variaciones naturales en la nubosidad y en el albedo» 15.

Y por lo tanto, el CO2 de origen antrópico es sólo una pequeña variable de un sistema cuya característica fundamental es la complejidad, la imprevisibilidad y una medida temporal de escala geológica (miles o incluso millones de años) que convierte en fútil y engañoso la extrapolación de tendencias de años o décadas.

Los modelos climáticos

El alarmismo climático-apocalíptico se basa en escenarios poco realistas introducidos como inputs en modelos matemáticos de previsión climática que Font describe con escepticismo como «meras simulaciones artificiales de un sistema natural tan complicado y del que tenemos aún sólo conocimientos tan precarios que hacen inevitable la incertidumbre sobre sus predicciones». En este sentido, el aumento de la capacidad de computación no implica un mayor conocimiento del clima; el ordenador se ha vuelto más listo, pero el hombre, no. Es más, los modelos sufren una maldición que tiene perplejos a los matemáticos: cuanto mayor es el número de variables que manejan, peor es su capacidad predictiva. A mayor complejidad y parametrización, menor precisión.

Por ello, sería deseable que los supuestos profesionales de la AEMET enfatizaran su «inevitable incertidumbre de las predicciones» no sólo cuando hacen predicciones meteorológicas, sino cada vez que hablan del cambio climático.
 
 
¿Qué hacer respecto de los cambios climáticos?

Debería partirse realistamente del que, con sus políticas, «el hombre no tiene tanto poder... como para evitar el recalentamiento de la atmósfera; ni mucho menos para estabilizar el clima». Es posible que esta afirmación sea lo más relevante de la citada obra de Font, que además rechaza una reducción brusca de emisiones globales, pues implicaría «el colapso de la economía mundial», es decir, pobreza, hambre, muerte y guerra. Eso es a lo que nos conduce la suicida política europea del «Cero Emisiones».

Asimismo, Font se muestra muy poco preocupado con la posibilidad de un aumento descontrolado de la temperatura terrestre: «Aunque las emisiones de gases invernadero sigan creciendo, el calentamiento tendrá un límite, alcanzado el cual (…) la temperatura media global se mantendría constante, independientemente de cualquier incremento posterior en la concentración de dichos gases». Este fenómeno es conocido como la "saturación del CO2", y significa que, a partir de cierta concentración en dicho gas residual, su efecto invernadero prácticamente desaparece.

Por todo ello, ante estas realidades «no cabe más actitud que cierta resignación, debiendo aceptarse como limitación esa impredecibilidad climática, una de las numerosas que la naturaleza impone a nuestras actividades. El hombre no es ningún Dios...

El insoluble problema de la predicción climática

Hoy en día, una férrea dictadura del poder y del dinero ha corrompido a la ciencia, que siempre fue profesión pobre dependiente del mecenazgo. Pero hace un cuarto de siglo la ciencia era mucho más libre, y por eso Font se permitía escribir algo que hoy le condenaría a la hoguera: «También pudiera ocurrir que, a la larga, una vez pasado este período de adaptación a las nuevas condiciones climáticas, el balance final de las repercusiones económico-sociales resultase más bien beneficioso que perjudicial para el conjunto de la humanidad».

Y continúa: «Respecto a la actitud de los climatólogos, nos parece que lo más acertado sería que en lugar de dedicar tanto esfuerzo y dinero en tratar de resolver el insoluble problema de la predicción climática se debiera poner mayor énfasis en las investigaciones de la naturaleza y el comportamiento del sistema climático de la Tierra, así como en las causas de los cambios climáticos (…)».





3 IPCC AR5, WG 1, Chapter 2.6, p.214-220 
4 IPCC AR6, WG 1, Chapter 12, p. 1770-1856
7 Citado por S. Koonin, El Clima: no todo es culpa nuestra, La Esfera de los Libros, 2023
  

lunes, 14 de julio de 2025

En estos tiempos [14 de julio del 2025] hemos alcanzado a vivir algunas increíbles Pesadillas

     
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¡LIBERTÉ, ÉGALITÉ, FRATERNITÉ! (14 de Julio del 1789)  ........
 
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Un mes después del ataque de Hamás contra Israel el 7 de octubre de 2023, pensé que había evidencias del cómo había -ya- cometido Crímenes de guerra y potencialmente contra la humanidad el ejército israelí FDI en su contraataque sobre Gaza. Pero, contrariamente a los reclamos de los críticos más acérrimos de Israel, no me parecía que las evidencias se elevaran al crimen de Genocidio.

Para mayo de 2024, las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) habían ordenado a cerca de un millón de palestinos refugiados en Rafah —la ciudad más al sur y la última que quedaba relativamente indemne en la Franja de Gaza— que se trasladaran a la zona de playa de Al-Mawasi, donde apenas había refugio. El ejército procedió entonces a destruir gran parte de Rafah, y lo logró en su mayor parte en agosto.

En ese momento ya no parecía posible negar que el método de las operaciones de las FDI era coherente con las declaraciones que denotaban una intención genocida realizadas por los dirigentes israelíes en los días posteriores al ataque de Hamás. El primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, había prometido que el enemigo pagaría un “precio enorme” por el ataque y que las FDI convertirían partes de Gaza, donde operaba Hamás, “en escombros”, y exigió a “los residentes de Gaza” que “se fueran ahora porque operaremos con fuerza en todas partes”.

Netanyahu había instado a sus ciudadanos a recordar “lo que Amalec hizo contigo”, una cita que muchos interpretaron como una referencia a la exigencia de un pasaje bíblico que pedía a los israelitas matar “hombres, mujeres y niños, aun los de pecho”, de su enemigo ancestral. Funcionarios gubernamentales y militares dijeron que luchaban contra “animales humanos” y, más tarde, pidieron la “aniquilación total”. Nissim Vaturi, portavoz adjunto del Parlamento, dijo en X que la tarea de Israel debía ser “borrar la Franja de Gaza de la faz de la tierra”. Las acciones de Israel solo pueden entenderse como la puesta en práctica de la intención expresa de hacer que la Franja de Gaza sea inhabitable para su población palestina. Creo que el objetivo era —y sigue siendo hoy— obligar a la población a abandonar la franja por completo o, considerando que no tiene adónde ir, debilitar el enclave mediante bombardeos y una grave privación de alimentos, agua potable, instalaciones de salud y ayuda médica hasta tal punto que sea imposible para los palestinos de Gaza mantener o reconstituir su existencia como grupo.

Mi conclusión ineludible ha llegado a ser que Israel, sí, está cometiendo un Genocidio contra el pueblo palestino. Como alguien que creció en un hogar sionista, vivió la primera mitad de su vida en Israel, que sirvió en las FDI como soldado y oficial y ha pasado la mayor parte de su carrera investigando y escribiendo sobre crímenes de guerra y el Holocausto, esta fue una conclusión dolorosa a la que llegué y a la que me resistí todo lo que pude. Pero llevo un cuarto de siglo dando clases sobre el genocidio. Sé reconocer uno cuando lo veo.

No es solo una conclusión mía. Un número cada vez mayor de expertos en estudios sobre genocidio y derecho internacional ha llegado a la conclusión de que las acciones de Israel en Gaza solo pueden definirse como genocidio. También lo han hecho Francesca Albanese, relatora especial de la ONU para Cisjordania y Gaza, Amnistía Internacional. Sudáfrica ha presentado una demanda por genocidio contra Israel ante la Corte Internacional de Justicia.
 
 
La negación continua de esta designación por parte de Estados, organizaciones internacionales y expertos jurídicos y académicos causará un daño sin paliativos no solo a la población de Gaza e Israel, sino también al sistema de derecho internacional establecido a raíz de los horrores del Holocausto, concebido para impedir que vuelvan a producirse tales atrocidades. Es una amenaza para los fundamentos mismos del orden moral del que todos dependemos.

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El delito de Genocidio fue definido en 1948 por las Naciones Unidas como la “intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso”. Por tanto, para determinar lo que constituye genocidio, hay que establecer la intención y demostrar que se está llevando a cabo. En el caso de Israel, esa intención ha sido expresada públicamente por numerosos funcionarios y dirigentes. Pero la intención también puede deducirse de las regularidades en las operaciones sobre el terreno, y estas regularidades quedaron claras para mayo de 2024 —y desde entonces se han hecho cada vez más claras— a medida que las FDI han ido destruyendo sistemáticamente la Franja de Gaza.

La mayoría de los estudiosos del Genocidio se muestran cautelosos a la hora de aplicar este término a acontecimientos contemporáneos, precisamente por la tendencia a atribuirlo a cualquier caso de masacre o inhumanidad desde que fue acuñado por el jurista judío-polaco Raphael Lemkin en 1944. De hecho, algunos sostienen que la categorización debería descartarse por completo, porque a menudo sirve más para expresar indignación que para identificar un crimen concreto.

Sin embargo, como reconoció Lemkin, y como acordaron posteriormente las Naciones Unidas, es crucial poder distinguir el intento de destruir a un grupo concreto de personas de otros crímenes del derecho internacional, como los crímenes de guerra y los crímenes contra la humanidad. Esto se debe a que, mientras que otros crímenes implican el asesinato indiscriminado o deliberado de civiles como individuos, el Genocidio denota el asesinato de personas como miembros de un grupo, orientado a destruir irreparablemente al propio grupo para que nunca pueda reconstituirse como entidad política, social o cultural. Y, como señaló la comunidad internacional al adoptar la convención, incumbe a todos los Estados signatarios impedir tal intento, hacer todo lo posible para detenerlo mientras se esté produciendo y castigar posteriormente a quien haya participado en este crimen de crímenes, aunque haya ocurrido dentro de las fronteras de un Estado soberano.

La designación tiene importantes ramificaciones políticas, jurídicas y morales. Las naciones, los políticos y el personal militar sospechosos, imputados o declarados culpables de genocidio se consideran inaceptables para la humanidad y pueden arriesgar o perder su derecho a seguir siendo miembros de la comunidad internacional. La declaración de la Corte Internacional de Justicia de que un Estado concreto está implicado en un Genocidio, especialmente si la aplica el Consejo de Seguridad de la ONU, puede dar lugar a sanciones severas.

Los políticos o generales imputados o declarados culpables de genocidio u otras infracciones del derecho internacional humanitario por la Corte Penal Internacional pueden ser detenidos fuera de su país. Y una sociedad que condona y es cómplice de Genocidio, sea cual sea la postura de sus ciudadanos individuales, llevará esta marca de Caín mucho después de que se apaguen los fuegos del odio y la violencia.

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Israel ha negado todas aquellas acusaciones de Crímenes de guerra, o Contra la humanidad, y Genocidio... Y sus FDI afirman que investigan las denuncias de crímenes, aunque rara vez han hecho públicas sus conclusiones, y cuando se reconocen infracciones de la disciplina o del protocolo, por lo general han impuesto reprimendas ligeras a su personal. Los dirigentes militares y políticos israelíes describen repetidamente que las FDI actúan bajo la legalidad, afirman que emiten advertencias a la población civil para que evacúe los lugares que están a punto de ser atacados y culpan a Hamás de utilizar a los civiles como escudos humanos.

De hecho, la destrucción sistemática en Gaza no solo de viviendas, sino también de otras infraestructuras —edificios gubernamentales, hospitales, universidades, escuelas, mezquitas, lugares de patrimonio cultural, plantas de tratamiento de agua, zonas agrícolas y parques— refleja una política destinada a hacer muy improbable la reactivación de la vida palestina en el territorio.

Según una reciente investigación de Haaretzse calcula que 174.000 edificios han sido destruidos o dañados, lo que representa hasta el 70 por ciento de todas las estructuras de la Franja de Gaza. Hasta ahora han muertmás de 58.000 personas, según las autoridades sanitarias gazatíesentre ellas más de 17.000 niños, que constituyen casi un tercio del total de víctimas mortalesMás de 870 de esos niños tenían menos de un año.

Más de 2000 familias han desaparecido, dijeron las autoridades de salud. Además, 5600 familias cuentan ahora con un solo superviviente. Se cree que al menos 10.000 personas siguen sepultadas bajo las ruinas de sus casas. Más de 138.000 han resultado heridas y mutiladas.

Gaza tiene ahora la triste distinción de tener el mayor número de niños amputados per cápita del mundo. Toda una generación de niños sometidos a continuos ataques militares, a la pérdida de sus padres y a una desnutrición prolongada sufrirá graves repercusiones físicas y mentales durante el resto de su vida. Otros miles incalculables de enfermos crónicos han tenido escaso acceso a la atención hospitalaria.

El horror de lo que ha estado ocurriendo en Gaza sigue siendo descrito por la mayoría de los observadores como una "guerra". Pero se trata de un término erróneo. Durante el último año, las FDI no han estado luchando contra un cuerpo militar organizado. La versión de Hamás que planeó y llevó a cabo los atentados del 7 de octubre ha sido destruida, aunque el debilitado grupo siga luchando contra las fuerzas israelíes y conserve el control sobre la población en las zonas que no están en manos del ejército israelí.

En la actualidad, las FDI se dedican principalmente a una operación de demolición y limpieza étnica. Así es como el propio ex jefe de gabinete y ministro de Defensa de Netanyahu, el defensor de la línea dura Moshe Yaalon, describió en noviembre en la televisión israelí Democrat TV y en artículos y entrevistas posteriores el intento de remover la población del norte de Gaza.
 
 
El 19 de enero, bajo la presión de Donald Trump, quien estaba a un día de reasumir la presidencia, entró en vigor un alto al fuego que facilitó el intercambio de rehenes en Gaza por prisioneros palestinos en Israel. Pero después de que Israel rompiera el alto al fuego el 18 de marzo, las FDI han estado ejecutando un plan muy publicitado para concentrar a toda la población gazatí en una cuarta parte del territorio en tres zonas: la ciudad de Gaza, los campos de refugiados centrales y la costa de Al-Mawasi, en el extremo suroccidental de la Franja de Gaza.

Utilizando un gran número de excavadoras y enormes bombas aéreas suministradas por Estados Unidos, el ejército parece estar intentando demoler todas las estructuras restantes y establecer el control sobre las otras tres cuartas partes del territorio.

Esto también está siendo facilitado por un plan que proporciona —de forma intermitente— suministros de ayuda limitados en unos pocos puntos de distribución vigilados por el ejército israelí, atrayendo a la población hacia el sur. Muchos gazatíes mueren en un intento desesperado de obtener alimentos, y la crisis de hambre se agrava. El 7 de julio, el ministro de Defensa, Israel Katzdijo que las FDI construirían una “ciudad humanitaria” sobre las ruinas de Rafah para alojar inicialmente a 600.000 palestinos de la zona de Al-Mawasi, a quienes los abastecerían organismos internacionales y no se les permitiría salir.

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Algunos podrían describir esta campaña como un caso de limpieza étnica, no de Genocidio. Pero existe una relación entre ambos crímenes. Cuando un grupo étnico no tiene adónde ir y está siendo desplazado constantemente de una llamada zona segura a otra, se le bombardea sin asedio y es privado de alimentos, la primera puede transformarse en el segundo. Así ocurrió en varios genocidios bien estudiados del siglo XX, como el de los herero y los nama en la África del Sudoeste alemana —ahora Namibia—, que comenzó en 1904, el de los armenios en la Primera Guerra Mundial y, de hecho, incluso en el Holocausto, que inició con el intento de Alemania de expulsar a los judíos y terminó con su matanza.

A día de hoy, solo unos pocos estudiosos del Holocausto —y ninguna institución dedicada a investigarlo y conmemorarlo— han advertido de que Israel podría ser acusado de llevar a cabo crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad, limpieza étnica o genocidio. Este silencio ha puesto en ridículo el eslogan “Nunca más”, transformando su significado de una afirmación de resistencia a la inhumanidad dondequiera que se perpetre en una excusa, una disculpa, de hecho, incluso una carta blanca para destruir a otros invocando el propio victimismo pasado. Este es otro de los muchos costos incalculables de la catástrofe actual. Mientras Israel intenta literalmente acabar con la existencia palestina en Gaza y ejerce una violencia cada vez mayor contra los palestinos en Cisjordania, el crédito moral e histórico del que el Estado judío ha hecho uso hasta ahora se está agotando.

Israel, creado a raíz del Holocausto como respuesta al genocidio nazi de los judíos, siempre ha insistido en que cualquier amenaza a su seguridad debe considerarse como potencialmente conducente a otro Auschwitz. Esto proporciona a Israel licencia para presentar como nazis a quienes percibe como sus enemigos, término utilizado repetidamente por figuras de los medios de comunicación israelíes para describir a Hamás y, por extensión, a todos los gazatíes, basándose en la afirmación popular de que ninguno de ellos es “ajeno”, ni siquiera los niños, que crecerían para convertirse en militantes.

No se trata de un fenómeno nuevo. Ya durante la invasión israelí del Líbano en 1982, el primer ministro Menachem Begin comparó a Yasir Arafat, entonces escondido en Beirut, con Adolf Hitler en su búnker de Berlín. Esta vez, la analogía se utiliza en relación con una política destinada a desarraigar y eliminar a toda la población de Gaza. Las escenas diarias de horror en Gaza, de las que el público israelí está protegido por la autocensura de sus propios medios de comunicación, ponen al descubierto las mentiras de la propaganda israelí de que se trata de una "guerra de defensa" contra un enemigo de tipo nazi. Uno se estremece cuando los portavoces israelíes pronuncian descaradamente el eslogan hueco de que las FDI son el “ejército más moral del mundo”.

Algunas naciones europeas, como Francia, Reino Unido y Alemania, así como Canadá, han protestado discretamente por las acciones israelíes, especialmente desde que violó el alto al fuego en marzo. Pero no han suspendido los envíos de armas ni han tomado muchas medidas económicas o políticas concretas y significativas que pudieran disuadir al gobierno de Netanyahu.

Durante un tiempo, el gobierno de Estados Unidos pareció haber perdido interés en Gaza, ya que el presidente Trump anunció inicialmente en febrero que Estados Unidos se haría cargo de Gaza, prometiendo convertirla en la “Riviera de Medio Oriente”, y luego dejó que Israel continuara con la destrucción de la Franja de Gaza y centró su atención en Irán. Por el momento, solo cabe esperar que Trump vuelva a presionar a un reticente Netanyahu para que, al menos, concrete un nuevo alto al fuego y ponga fin a la incesante matanza.

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¿Cómo afectará al futuro de Israel la demolición inevitable de su moralidad incontestable, derivada de su nacimiento de las cenizas del Holocausto?

Los dirigentes políticos de Israel y su ciudadanía tendrán que decidirlo. Parece haber poca presión interna para el cambio de paradigma que se necesita urgentemente: el reconocimiento de que no hay más solución a este conflicto que un acuerdo palestino-israelí para compartir la tierra bajo los parámetros que acuerden ambas partes, ya sean dos Estados, un Estado o una confederación. También parece improbable una fuerte presión externa de los aliados del país. Me preocupa profundamente que Israel persista en su rumbo desastroso y se convierta, tal vez de forma irreversible, en un Estado autoritario de apartheid en toda regla. Tales Estados, como nos ha enseñado la historia, no duran.

Surge otra pregunta: ¿qué consecuencias tendrá el retroceso moral de Israel para la cultura de la conmemoración del Holocausto y la política de la memoria, la educación y la academia, cuando tantos de sus líderes intelectuales y administrativos se han negado hasta ahora a asumir su responsabilidad de denunciar la inhumanidad y el Genocidio dondequiera que se produzcan?

Quienes participan en la cultura mundial de conmemoración y recuerdo construida en torno al Holocausto tendrán que enfrentarse a un ajuste de cuentas moral. La comunidad más extensa de estudiosos del genocidio —los que se dedican al estudio del genocidio comparado o de cualquiera de los muchos otros genocidios que han empañado la historia de la humanidad— se acerca cada vez más a un consenso sobre la calificación de los acontecimientos de Gaza como Genocidio.

En noviembre, cuando había transcurrido poco más de un año desde el inicio de la guerra, el académico israelí especializado en genocidios Shmuel Lederman se unió al coro de opinión cada vez mayor que afirma que Israel participó en acciones genocidas. El abogado internacional canadiense William Schabas llegó a la misma conclusión el año pasado y hace poco describió la campaña militar de Israel en Gaza como absolutamente un genocidio.

Otros expertos en genocidio, como Melanie O’Brien, presidenta de la Asociación Internacional de Estudiosos del Genocidio, y el especialista británico Martin Shaw (quien también ha dicho que el ataque de Hamás fue genocida), han llegado a la misma conclusión, mientras que el académico australiano A. Dirk Moses, de la Universidad Municipal de Nueva York, describió estos hechos en la publicación neerlandesa NRC como una “mezcla de lógica genocida y militar”. En el mismo artículo, Uğur Ümit Üngör, profesor del Instituto NIOD de Estudios sobre la Guerra, el Holocausto y el Genocidio, con sede en Ámsterdam, dijo que probablemente existan estudiosos que sigan sin pensar que se trata de un genocidio, pero “no los conozco”.

La mayoría de los estudiosos del Holocausto que conozco no sostienen, o al menos no expresan públicamente, esta opinión. Con algunas excepciones notables, como el israelí Raz Segal, director del programa de estudios sobre el Holocausto y el genocidio de la Universidad de Stockton, en Nueva Jersey, y los historiadores de la Universidad Hebrea de Jerusalén, Amos Goldberg y Daniel Blatman, la mayoría de los académicos dedicados a la historia del genocidio nazi de los judíos han guardado un silencio sorprendente, mientras que algunos han negado abiertamente los crímenes de Israel en Gaza, o han acusado a sus colegas más críticos de usar retórica incendiaria, exageración salvaje, de envenenar el pozo y de antisemitismo.

En diciembre, el estudioso del Holocausto Norman JW Goda opinó que “acusaciones de genocidio como esta se han utilizado por mucho tiempo como algo que oculta impugnaciones más generales sobre la legitimidad de Israel”, y expresó su preocupación de que “hayan degradado la gravedad de la palabra genocidio”. Este “libelo de genocidio”, como lo denominó Goda en un ensayo, “despliega toda una serie de tropos antisemitas”, incluido “el acoplamiento de la acusación de genocidio con el asesinato deliberado de niños, cuyas imágenes son omnipresentes en organizaciones no gubernamentales, redes sociales y otras plataformas que acusan a Israel de genocidio”.

En otras palabras, mostrar imágenes de niños palestinos despedazados por bombas de fabricación estadounidense lanzadas por pilotos israelíes es, desde este punto de vista, un acto "antisemita"Más recientemente, Goda y un respetado historiador de Europa, Jeffrey Herf, escribieron en The Washington Post que “la acusación de genocidio lanzada contra Israel se nutre de profundos pozos de miedo y odio” que se encuentran en “interpretaciones radicales tanto del cristianismo como del islam”. Ha “desplazado el oprobio de los judíos como grupo religioso/étnico al Estado de Israel, al que describe como intrínsecamente malvado”.

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¿Cuáles son las ramificaciones de esta brecha entre los estudiosos del Genocidio y los historiadores del Holocausto? No se trata simplemente de una disputa en el mundo académico. La cultura de la memoria creada en las últimas décadas en torno al Holocausto abarca mucho más que el genocidio a los judíos. Ha llegado a desempeñar un papel crucial en la política, la educación y la identidad.

Los museos dedicados al Holocausto han servido de modelo para las representaciones de otros genocidios en todo el mundo. La insistencia en que las lecciones del Holocausto exigen la promoción de la tolerancia, la diversidad, el antirracismo y el apoyo a los migrantes y refugiados, por no hablar de los derechos humanos y el derecho internacional humanitario, tiene sus raíces en la comprensión de las implicaciones universales de este crimen en el epicentro de la civilización occidental en el apogeo de la modernidad.

Desacreditar a los estudiosos del genocidio que señalan este Genocidio por Israel en Gaza al presentarlos como antisemitas amenaza con erosionar el fundamento de los estudios sobre el genocidio: la necesidad permanente de definir, prevenir, castigar y reconstruir la historia del genocidio. Sugerir que este esfuerzo está motivado por intereses y sentimientos malignos —que está impulsado por el odio y los prejuicios que estuvieron en la raíz del Holocausto— no solo es moralmente escandaloso, sino que también da pie a una política de Negacionismo y a la impunidad.

Del mismo modo, cuando quienes han dedicado sus carreras a enseñar y conmemorar el Holocausto insisten en ignorar o negar las acciones genocidas de Israel en Gaza, amenazan con debilitar todo lo que el conocimiento acumulado y la conmemoración del Holocausto han defendido en las últimas décadas. Es decir, la dignidad de todo ser humano, el respeto del Estado de derecho y la urgente necesidad de no permitir nunca que la inhumanidad se apodere de los corazones de las personas y dirija las acciones de las naciones en nombre de la seguridad, el interés nacional y la pura venganza.
 
 
Lo que temo es que, tras el genocidio en Gaza, ya no sea posible seguir enseñando e investigando el Holocausto de la misma manera que antes. Dado que el Estado de Israel y sus defensores han invocado el Holocausto de forma tan implacable para encubrir los crímenes de las FDI, el estudio y la memoria del Holocausto podrían perder su pretensión de preocuparse por la justicia universal y retroceder al mismo gueto étnico en el que comenzó su vida al final de la Segunda Guerra Mundial: como una preocupación marginada de los restos de un pueblo marginado, un acontecimiento étnicamente específico, antes de que consiguiera, décadas más tarde, encontrar el lugar que le corresponde como lección y advertencia para la humanidad en su conjunto.

Igual de preocupante es la perspectiva de que el estudio del Genocidio en su conjunto no sobreviva a las acusaciones de antisemitismo, dejándonos sin la comunidad crucial de académicos y juristas internacionales que se mantengan al pie del cañón en un momento en el que el auge de la intolerancia, el odio racial, el populismo y el autoritarismo amenaza los valores que constituían el núcleo de estos esfuerzos intelectuales, culturales y políticos del siglo XX.

Quizá la única luz al final de este túnel tan oscuro sea la posibilidad de que una nueva generación de israelíes afronte su futuro sin refugiarse en la sombra del Holocausto, aunque tengan que soportar la mancha del Genocidio en Gaza perpetrado en su nombre. Israel tendrá que aprender a vivir sin recurrir al Holocausto como justificación de la inhumanidad. Eso, a pesar de todo el terrible sufrimiento que estamos presenciando ahora, es algo valioso, y puede que, a largo plazo, ayude a Israel a afrontar el futuro de un modo más sano, más racional y menos temeroso y violento.

Esto no compensará en nada las enormes dosis de muerte y sufrimiento a los palestinos. Pero un Israel liberado de la abrumadora carga del Holocausto podrá aceptar por fin la necesidad ineludible de que sus siete millones de ciudadanos judíos compartan el territorio con los siete millones de palestinos que viven en Israel, Gaza y Cisjordania en paz, igualdad y dignidad. Ese será el único ajuste de cuentas justo.