viernes, 30 de agosto de 2024

Los chinos, el Tiempo, y el engaño de la razón...

 
  
El tiempo es un misterio, y prueba de ello es que Aristóteles, San Agustín, Kant o Bergson dedicaran buena parte de su energía a reflexionar sobre él y sobre lo inaprensible de su naturaleza. Al tiempo se le relaciona con el movimiento, con el espacio y con el alma, al ser objeto de estudio tanto de la física como por la metafísica. Además, y a efectos más prácticos, el tiempo (o, mejor dicho, la falta del mismo), está directamente relacionado con lo que acaso sea hoy por hoy la primera enfermedad del planeta u origen de muchos males comunitarios: la ansiedad. Y es entonces cuando alguna reflexión acerca del tiempo pasa de sernos pertinente a resultar, sencillamente, una cuestión “urgente”, pues más allá de sus implicaciones filosóficas, nuestra percepción y el modo en que gestionamos tal tiempo es hoy también una cuestión de salud pública. Pero, aunque no suele hacerse, mejor será tener en cuenta consideraciones o reflexiones universales y no tan sólo del Occidente (o sea, de ambas dos orillas atlánticas) en exclusiva...
"La linealidad del tiempo occidental tiene raíces muy antiguas, nos viene dada por su entronque con la tradición judeocristiana, que a su vez la heredó del antiguo zoroastrismo, pero sobre todo se grabó a fuego en nuestro ADN cultural en el siglo XVIII. Newton, el científico más influyente del siglo de las luces, puso las bases del concepto físico del tiempo con el siguiente enunciado: el tiempo es algo puramente objetivo y físico, un flujo universal continuo y uniforme, que fluye sin relación con nada externo, es decir, independiente del espacio. Newton “arrancó” a la línea del tiempo del espacio por el que transitaba, probablemente sin sospechar las implicaciones tan profundas que ello tendría para nuestra civilización. Los albores de la ilustración, de la era de la ciencia y del triunfo de la razón hallaron en la belleza de la línea recta una hermosa, clara y científica explicación del tiempo. Si la ilustración encumbró el tiempo racional, la revolución industrial del XIX lo aceleró como nunca antes en la historia de la humanidad con la idea de progreso.
 
 
Tanto es así, que hoy en día somos incapaces de imaginar un progreso no lineal…
La humanidad ha avanzado desde entonces cada vez más rápido y más lejos en línea recta hacia el dominio del espacio, cada vez llegamos más lejos en menos tiempo. Hemos tomado carrerilla y acelerado como nunca el pulso al tiempo en los últimos cien años, como si se pudiera abarcar tanto espacio sin contar con él, y Cronos parece haberse tomado la revancha. ¿No es inquietante que en el mito griego Cronos acabara devorando a sus hijos? Hoy en día hemos alcanzado las cotas más altas de conocimientos y del desarrollo tecnológico, por lo que cada vez sabemos más y tenemos más... Pero, curiosamente, no tenemos tiempo: la falta de tiempo nos hace cada vez ser más impacientes, y eso nos roba la paz, ya no sabemos esperar; y, sin esperanza, nos estamos cargando el misterio.
En su libro, ¿Por qué los chinos siempre tienen tiempo?, la filósofa francesa Christine Cayol reflexiona sobre el tiempo y el modo tan diferente de entenderlo en China. Su libro es una deliciosa disertación sobre el tiempo plagada de alusiones a pensadores chinos y europeos, clásicos y modernos, y a sus propias vivencias como occidental afincada en China. Cayol refiere cómo: “la conceptualización del tiempo como algo racional, lineal y medible que impone la Modernidad nos aleja de la experiencia sensible, y ha trastocado nuestra conducta (…) bulimia de acciones, adicción a la información, obsesión por la multitarea y retraso permanente (…) el tiempo de la racionalidad occidental no se vive”.
"El sueño del Caballero" (c. 1655) una clásica pintura 
 barroca que representara la fugacidad del tiempo 


Arqueología del concepto de tiempo en occidente 

Haciendo un breve ejercicio de arqueología sobre el concepto del tiempo a lo largo de la historia podríamos decir que hay dos grandes representaciones en las que la humanidad hemos entendido el tiempo: la concepción del tiempo lineal propia de nuestra cultura occidental y otra circular o cíclica en las culturas asiáticas y de manera especial, particularmente la china. 
 

Personas jugando por una calle de Hong Kong 

en una postal a fin de la dinastía Qing (c.1910) 



Anatomía del tiempo en China

¿Y qué puede China aportarnos en este asunto; acaso los chinos no van, más o menos igual mente, deprisa? 

Sí, los chinos están, al igual que todos nosotros, inmersos en un presente frenético, y no es que vayan deprisa, van “a toda mecha”. Pero tienen, en virtud de su peculiar ADN cultural, una relación especial con el tiempo, una herencia cultural que les facilita una mayor complicidad con el dios Cronos y les permite fluir en la vorágine de una forma bastante más flexible y menos lesiva que en Occidente, (eso es, al menos, un parecer compartido de los que tenemos desde hace tiempo un contacto estrecho con chinos).

No haber vivido una ilustración de corte racionalista como lo hizo Europa en el siglo XVIII, les dejó a los chinos la dolorosa experiencia de engancharse mucho más tarde al tren de la Modernidad y de la Revolución Industrial. Pero, en contrapartida, no se perdieron en China los pulsos sabios del tiempo antiguo, que el Racionalismo borró de un plumazo en Occidente. Como en tantas otras cosas, China es el espejo en que se refleja nuestro anverso, a veces desconcertante y otras clarificador, pero siempre una referencia valiosa. Indagar sobre cómo el pensamiento chino ha concebido el tiempo es un viaje que quizás nos pueda ayudar a todos (chinos incluidos) ¿quien sabe? a vivir mejor.

Los clásicos chinos nunca teorizaron mucho sobre el tiempo en sí: a los sabios chinos no les interesaban las disquisiciones teóricas sobre qué es el tiempo, sino saber cómo funciona; sus aspectos ontológicos estaban totalmente subordinados en favor de una perspectiva del mismo como proceso. Los chinos antiguos identificaron el tiempo no como un flujo continuo y uniforme, sino como una gran variedad de ciclos o secuencias de mayor o menor duración, en las que los cambios se desarrollan de forma cíclica y estable. Por decirlo de otra forma, los chinos percibieron el tiempo como un conjunto de tempos no uniformes y perfectamente síncronos

Reloj de sol en la Ciudad Prohibida de Beijing.

 

Consecuentemente, en China los modos de medición del tiempo no se ajustaron a un tiempo único. Tales medidas han estado siempre ligadas a procesos vinculados a la naturaleza, procesos de diferente índole y que se desarrollan a diferentes velocidades. 

.Una breve exposición de algunos de los tempos chinos debe comenzar con el más básico: el tempo binario, según sea la fase Yin o la fase Yang. Hay que entender que los tempos no son igual a “duración”, pueden ser interpretados de forma fractal, es decir un ciclo de tempo yinyang, puede darse en veinticuatro horas (la alternancia entre el día y la noche), o a lo largo del año solar (la alternancia entre las estaciones cálidas: primavera-verano, y las estaciones frías: otoño invierno), o a lo largo de la vida de una persona (el paso de la infancia y juventud hacia la madurez y vejez), o incluso ciclos cósmicos de auge y declive de miles de años de duración. 

Igualmente ocurre con los tempos quinarios, por ejemplo, el tempo en la secuencia conocida como los “cinco elementos” o las cinco fases asociadas a los elementos: madera, fuego, tierra, metal y agua. Una secuencia que se puede interpretar como el transcurso de las estaciones desde la primavera hasta el invierno, pero también tiene, de manera independiente al momento del año, implicaciones muy concretas en medicina china a la hora de establecer un diagnóstico, o señalar el momento propicio para un determinado tratamiento o la ingesta de un fármaco.

Esquema original de la Torre del Reloj del erudito chino Su Song 
(1020-1101), un prodigio mecánico impulsado con agua que 
daba la hora y señalaba la posición de las estrellas.
 
En la datación histórica, los siglos chinos son tempos sexagenarios: ciclos de sesenta años resultantes de combinar dos medidas: una decimal, los “diez troncos celestes” y otra duodecimal “las doce ramas terrestres”. El ciclo sexagenario resultante de la combinación de estas dos medidas servía para delimitar ciclos de sesenta años, pero también y al mismo tiempo, para nombrar cada día del año. 
Otro tempo muy importante en la vida de los chinos es el de los veinticuatro términos solares, que marca el grado de inclinación del sol y divide el año en veinticuatro periodos de quince días que indican las acciones propicias en la agricultura.
En medicina china el conocimiento de los tempos es crucial en la etiología, diagnóstico y tratamiento de las enfermedades. Además de los ya citados tempos binarios (yinyang) y quinarios (cinco fases), hay otros tempos específicamente biológicos, por ejemplo, el que divide el día en doce periodos de dos horas cada uno y que indica qué órgano y qué emoción es más sensible, o la secuencia wuyun liuqi que marca el ascenso o declive de la energía en el cuerpo combinando las cinco fases biológicas del cuerpo con los siete tipos de climas.
Un reloj solar que indica las estaciones en el calendario lunar chino (Hong Kong)
 

Podríamos extraer muchos más ejemplos, pero con esta selección de “tempos chinos” basta para percibir una característica muy singular del tiempo chino, que es su extraordinaria plasticidad. El tiempo en China se concibe según el proceso, y a más de ser un reloj, deviene una brújula que señala no solo el tiempo físico, sino el momento más oportuno, eficaz o idóneo para una acción, ya sea agrícola, de negocios, o fijar la fecha de una boda. Como menciona Christine Cayol, en China, no hay una “mala” decisión, sino una decisión en un momento que no es el “apropiado”. 

La mera consciencia del cómo existen varios tempos de forma síncrona permite gestionarlos en formas diferentes, no es lo mismo el tempo de hacer negocios, que el de recuperarse de una enfermedad o el de ver madurar a tu hijo. La aceleración de un tempo no impide que otro se desarrolle con más parsimonia. 

.El tiempo racional nos permite medir y planificar muchos aspectos de la vida, y es muy útil, siempre y cuando no se imponga como la única medida del tiempo en detrimento de otros tempos, tempos que no son identificables desde la racionalidad, sino desde la propia vida. La trampa de la “racionalidad” del tiempo llega cuando nos impele a identificarlo como algo uniforme en todos los procesos e independiente de ellos, y a pensar que todo en la vida es medible por el mismo rasero. Es entonces cuando el ritmo de procesos tremendamente acelerados en la Modernidad como la producción y el consumo “contagian” su aceleración al resto de las esferas de nuestra vida. 

Y de ahí es de donde surge la ansiedad y la frustración, porque olvidamos la enorme sabiduría que encierra el dicho popular “cada cosa en su debido tiempo”. Hay procesos que requieren de una larga maduración que desemboca en una brusca transformación, y por el contrario hay otros que, tras múltiples transformaciones, entran en un periodo de hibernación.

En definitiva, le hemos privado al tiempo de su “espacio”

Reloj de incienso chino (香钟, Xiāng zhōng, “reloj fragante”). Un quemador de incienso que iba cortando unos hilos de los que pendían pesos metálicos, que al caer hacían sonar un platillo metálico. (Royal Museums)
 

Reconocer la variedad de tempos que existen, (y que ahora evocamos mirando a China, pero podríamos también encontrarlos en nuestra propia tradición), nos permite entender mejor que no se trata de asir el tiempo, sino de sumergirse en cada ola del tiempo y cooperar con ella en lugar de intentar domarla. 

Puede que todo el entramado del formalismo confuciano con sus rituales de cortesía, sus normas y sus tiempos de espera, responda también a un deseo, probablemente inconsciente, de concederle al tiempo el espacio necesario para anclarse en cada situación, y con ello proporcionar más lucidez. Probablemente China no tenga todas las respuestas acerca del tiempo, pero contemplarla nos recuerda, como dice Cayol, que reducirlo a un solo parámetro es empobrecerlo. 

.La palabra china de cosmos (yuzhou) está formada por la combinación de dos caracteres, el primero referido al espacio y el segundo al tiempo, toda la cosmología y la ciencia china se construye sobre la pareja Yin (referida a la materia, al espacio) o Yang (referido al espíritu, al tiempo). El espacio-tiempo de Einstein, concepto rompedor que ha sacudido los pilares de la física moderna, y que probablemente pueda explicar gran parte del desbarajuste actual, se intuyó hace ya milenios en la China antigua. 

Albert Einstein y su esposa Elsa en Shanghai, 1922, en casa del pintor calígrafo Yang Witing (Leo Baeck Institute)
 
La Modernidad occidental ha sido una carrera hacia el dominio del espacio, pero no parece que hayamos encajado bien el tiempo, la sustancia más sutil y misteriosa del espacio. El triunfo de la razón nos hizo pensar que podía ser reproducible términos racionales, y mensurables y por eso nos lo imaginábamos lineal. China, sin embargo, maneja bien un concepto curioso para la psique occidental, el de la sincronicidad: en el tiempo no lineal los acontecimientos son síncronos y lo que muestran es el curso de los cambios. La óptica china nos permite concebir el tiempo no como la parca implacable, sino como energía, y a la historia no como un relato empolvado de acciones pretéritas, sino como una guía sabia en la estrategia y toma de decisiones.
Francios Jullien, un eminente filósofo y sinólogo francés, sugiere que el pensamiento chino es un incentivo para la desconexión, para la fluidez y la apertura, la “desconexión china” no es el remedio milagroso para las patologías de Occidente, afirma Jullien, pero sí resulta un buen antídoto contra el abuso de la racionalidad: verdaderamente Inspirador…
  
 
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sábado, 24 de agosto de 2024

Hoy como más de medio siglo atrás, con el muy querido Boris Vian, su "le Deserteur" cantamos

  

 
Nosotros la conocimos en una estupenda versión por Serge Reggiani prologada con el también magnífico 'le Dormeur du Val' de Arthur Rimbaud [*] pero -además de su genial Autor, aquel inclasificable polímata como músico de jazznovelista, dramaturgo, poeta, guionista, pintor, cantautor... e ingeniero, periodista o traductor (del francés) que utilizaba numerosos heterónimos, tales cual Hanna Tof de Raspaill, Boriso Viana, Michelle De la Roche, Vernon Sullivan, Aimé Damour, Lydio Sincrazi, Gédéon Molle, Adolphe Schmürz, Zéphirin Hanvéloy  los anagramas Baron Visi, Brisavion, Navis Orbi o Bison (du) Ravi...- también la prodigaron estupendamente Peter & Paul and Mary, Marcel Mouloudji, Joan Baez, Georges Brassens, Bob Dylan... y hasta Glutamato Ye-Yé...
[todos sus links pueden oírse]
 
LE DÉSERTEUR
 
Monsieur le Président
Je vous fais une lettre
Que vous lirez peut-être
Si vous avez le temps
Je viens de recevoir
Mes papiers militaires
Pour partir à la Guerre
Avant mercredi soir

Monsieur le Président
Je ne veux pas la faire
Je ne suis pas sur terre
C'est pas pour vous fâcher
Il faut que je vous dise
Ma décision est prise
Je m'en vais déserter

Depuis que je suis né
J'ai vu mourir mon père
J'ai vu partir mes frères
Et pleurer mes enfants
Ma mère a tant souffert
Qu'elle est dedans sa tombe
Et se moque des bombes
Et se moque des vers

Quand j'étais prisonnier
On m'a volé ma femme
On m'a volé mon âme
Et tout mon cher passé
Demain de bon matin
Je fermerai ma porte
Au nez des années mortes
J'irai sur les chemins

Je mendierai ma vie
Sur les routes de France
De Bretagne en Provence
Et je dirai aux gens
Refusez d'obéir
Refusez de la faire
N'allez pas à la guerre
Refusez de partir

S'il faut donner son sang
Allez donner le vôtre
Vous êtes bon apôtre
Monsieur le Président
Si vous me poursuivez
Prévenez vos gendarmes
Que je n'aurai pas d'armes
Et qu'ils pourront tirer
 
 
 
EL DESERTOR
 
Señor Presidente,
le mando solo estas letras,
que a lo mejor hasta lee,
si tiene tiempo para ello.
Recibo en este momento
mi cartilla militar
para irme a la Guerra
antes del miércoles tarde.

Pero yo no quiero hacerla, 
señor Presidente,
yo no estoy aquí en la Tierra
Me da igual que usted se enfade
por lo que vengo a decirle.
Mi decisión está tomada,
ya que voy a desertar.

Desde el día en que nací,
he visto morir a mi padre,
e irse a mis hermanos,
y vi a mis hijos llorar.
Cuando me metieron preso,
me quitaron a mi mujer,
arrebatándome la fe
con sus recuerdos queridos.
Y de haber sufrido tanto
mi madre se fue a la tumba,
lo mismo le dan ya las bombas
que le importan los gusanos.
Mañana, bien de mañana,
yo mi puerta cerraré
dejando los años muertos.
Y saldré por los caminos.

Y mendigaré para vivir
por los caminos de Francia,
desde Bretaña a Provenza,
y a la gente le diré :
"No debéis obedecer,
no debéis hacer la guerra,
y no cojáis el petate,
ni vayáis hacia el cuartel."
Si hubiera que dar la sangre,
vaya usted y dé la suya
ya que buen apóstol es,
Señor Presidente.
Por si me quiere buscar,
deles aviso a sus gendarmes
del que no llevaré armas
y me podrán disparar.

1954 ]

 
______________________________________
 
[*]
 
Le dormeur du val
 
C’est un trou de verdure où chante une rivière,
Accrochant follement aux herbes des haillons
D’argent ; où le soleil, de la montagne fière,
Luit : c’est un petit val qui mousse de rayons.
Un soldat jeune, bouche ouverte, tête nue,
Et la nuque baignant dans le frais cresson bleu,
Dort ; il est étendu dans l’herbe, sous la nue,
Pâle dans son lit vert où la lumière pleut.
Les pieds dans les glaïeuls, il dort. Souriant comme
Sourirait un enfant malade, il fait un somme :
Nature, berce-le chaudement : il a froid.
Les parfums ne font pas frissonner sa narine ;
Il dort dans le soleil, la main sur sa poitrine,
Tranquille. Il a deux trous rouges au côté droit.
 
 
[El durmiente del valle
  
 Es un hoyo en el que canta entre el verdor un río,
 extendiendo a lo loco entre las hierbas harapos
 de plata; donde el sol, desde el monte altanero
 brilla; es un vallecillo que espumea de rayos.
 Un joven quinto, abierta la boca y sin la gorra,
 y bañando su nuca en los berros azules
 duerme; bajo las nubes, tumbado entre la hierba,
 blanco en su verde lecho donde llueve la luz.
 Con sus pies en los gladiolos, duerme. Sonriendo como
 lo haría un niño enfermo, se echa un sueño: su frío
 -¡oh tú, Naturaleza!- cálidamente acuna.
 Estremecer no pueden su nariz los olores:
 duerme al sol, con la mano sobre el pecho tranquilo.
 En su costado tiene dos rojos agujeros.

1870 ]
 


martes, 20 de agosto de 2024

"Me sentí hondamente turbado con mi reciente volver a Israel": el futuro nos juzgará la 'Nakba'

 
Desde una Prensa (hebrea) de Tel Aviv se nos ilustra [no tan "complaciente...mentecomo con las de acá, ni alemanas, o yankees...] acerca de Netanyahu y su "Guerra" por Gaza; los testimonios más contundentes ¡a la vez que rigurosos! de la historia sobre tal barbarie hoy [reflejando especularmente los Horrores del 'Exterminio' nazi] a (judíos) excombatientes de las IDF -sólo- se los podremos leer... Son ell@s quienes ven y previeron el prolongadísimo 'Genocidio' (actual, en contra de Palestina), levantando Actas notariales -incontestables- de los antecedentes y desarrollo del victimismo hacia otra 'Solución Final' por la "Victoria Total, ya" prometida:  
 
 
"Como ex soldado en las Israel Defence Forces (IDF) e historiador del Genocidio, me sentí profundamente perturbado por mi reciente visita a Israel. El 19 de junio de 2024, tenía previsto dar una conferencia en la Universidad Ben-Gurion del Néguev (BGU) en Beer Sheva, Israel. Mi conferencia formaba parte de un evento sobre las protestas universitarias mundiales contra Israel, y tenía previsto abordar la guerra en Gaza y, en términos más generales, la cuestión de si las protestas eran expresiones sinceras de indignación o estaban motivadas por el antisemitismo, como algunos habían afirmado. Pero las cosas no salieron como estaba previsto.

Cuando llegué a la entrada del aula de conferencias, vi a un grupo de estudiantes reunidos. Pronto se supo que no estaban allí para asistir al evento, sino para protestar contra él. Los estudiantes habían sido convocados, al parecer, por un mensaje de WhatsApp enviado el día anterior, que anunciaba la conferencia y llamaba a la acción: “¡No lo permitiremos! ¿¡Hasta cuándo seguiremos traicionándonos a nosotros mismos!?”

El mensaje continuaba alegando que yo había firmado una petición que describía como un “régimen de apartheid” a Israel (de hecho, la petición se refería a un régimen del apartheid en Cisjordania). También me “acusaron” de haber escrito un artículo para el New York Times, en noviembre de 2023, en el que afirmaba que, "aunque las declaraciones de los líderes israelíes sugerían una intención genocida, todavía había tiempo para impedirlo" (el que Israel perpetrara un genocidio). En este sentido, me declararon culpable de los cargos que se me imputaban. El organizador del evento, el distinguido geógrafo Oren Yiftachel, fue criticado de manera similar. Entre sus delitos figuraba haber sido director de la ONG de derechos humanos “antisionista” B’Tselem, a nivel mundial respetada.

Mientras los participantes del panel y un puñado de profesores, en su mayoría de edad avanzada, ingresaban al salón, los guardias de seguridad impidieron que los estudiantes que protestaban entraran, pero no les impidieron mantener abierta la puerta del salón de conferencias, gritar consignas con un megáfono y golpear con todas sus fuerzas las paredes. Después de más de una hora de interrupción, acordamos que tal vez el mejor paso adelante sería pedirles a los estudiantes que se unieran a nosotros para conversar, con la condición de que dejaran de interrumpir la protesta. Un buen número de esos activistas finalmente entraron y durante las siguientes dos horas nos sentamos y conversamos. Resultó que la mayoría de esos jóvenes, hombres y mujeres, habían regresado recientemente del servicio de reserva, durante el cual habían estado destinados en la Franja de Gaza.

No fue un intercambio de opiniones amistoso ni “positivo”, pero sí revelador. Estos estudiantes no eran necesariamente representativos del conjunto del estudiantado israelí. Eran activistas para organizaciones de la extrema derecha pero, en muchos sentidos y por lo dicho, reflejaron un sentimiento mucho más extendido del país.

No había estado en Israel desde junio de 2023, y durante esta reciente visita me encontré con un país diferente al que conocía. Aunque he trabajado en el extranjero durante muchos años, Israel es donde nací y crecí. Es el lugar donde vivieron y están enterrados mis padres; es donde mi hijo ha formado su propia familia y viven la mayoría de mis amigos más antiguos y mejores. Conociendo el país desde dentro y habiendo seguido los acontecimientos incluso más de cerca de lo habitual desde el 7-O, lo que encontré a mi regreso del todo no me sorprendió, pero fue profundamente inquietante aun así.

Al reflexionar sobre estas cuestiones, no puedo dejar de recurrir a mi experiencia personal y profesional. Serví en las Fuerzas para Defensa de Israel (IDF) durante cuatro años, un período que incluyó la 'Guerra del Yom Kippur' de 1973 y destinos en Cisjordania, el norte del Sinaí y Gaza, terminando mi servicio como comandante de una compañía de infantería. Durante mi estancia en Gaza, vi de primera mano la pobreza y la desesperanza de los refugiados palestinos que se ganan la vida a duras penas en barrios congestionados y decrépitos. Recuerdo con mayor nitidez el momento en que patrullaba las calles sin sombra y silenciosas de la ciudad egipcia de Arish (que entonces estaba ocupada por Israel), atravesado por las miradas de la población temerosa y resentida que nos observaba desde sus ventanas cerradas. Por primera vez, comprendí lo que significaba ocupar a otro pueblo, ya entonces.

El servicio militar es obligatorio para los israelíes judíos cuando cumplen 18 años –aunque hay algunas excepciones–, pero después, aún pueden ser llamados a servir nuevamente en las IDF, para tareas de entrenamiento u operativas, o en caso de emergencias como una guerra. Cuando me llamaron a filas en 1976, era estudiante de grado en la Universidad de Tel Aviv. Durante ese primer despliegue como oficial de reserva, fui gravemente herido en un accidente de entrenamiento, junto con una veintena de mis soldados. Las IDF encubrieron las circunstancias de este evento, que fue causado por la negligencia del comandante de la base de entrenamiento. Pasé la mayor parte de ese primer semestre en el hospital de Beer Sheva, pero volví a mis estudios, graduándome en 1979 con una especialidad en Historia.

Estas experiencias personales hicieron que me interesara aún más una cuestión que me había preocupado durante mucho tiempo: ¿qué motiva a los soldados a luchar? En las décadas posteriores a nuestra 2ª Guerra Mundial, muchos sociólogos estadounidenses sostenían que los soldados luchaban, ante todo, por los demás, en lugar de por un objetivo ideológico mayor. Pero eso no encajaba del todo con lo que yo había experimentado como soldado: creíamos que estábamos en esto por una causa mayor que superaba a nuestro propio grupo de amigos... Cuando terminé la licenciatura, también me había comenzado a preguntar si, en nombre de tales causas, al soldado se le podría obligar a actuar de modo considerado reprensible en otra situación.
 
 
En un caso extremo, escribí mi tesis doctoral en Oxford, publicada más tarde como libro, sobre el adoctrinamiento nazi del ejército alemán y los crímenes que éste perpetró en el frente oriental durante la 2ª G. M. Lo que descubrí contradecía la manera en que los alemanes de los años 80 entendían su pasado. Preferían pensar que el ejército había librado una guerra “decente”, mientras la Gestapo y las SS perpetraban genocidios “a sus espaldas”. Los alemanes tardaron muchos años en darse cuenta de lo cómplices que habían sido sus propios padres y abuelos en el Holocausto y en el asesinato en masa de muchos otros grupos en Europa del Este y la Unión Soviética.

Cuando estalló la primera Intifada o levantamiento palestino a finales de 1987, yo daba clases en la Universidad de Tel Aviv. Me horroricé por la orden que dio Yitzhak Rabin, entonces ministro de Defensa, a las IDF para “romper los brazos y las piernas de los jóvenes palestinos que arrojaran piedras a unas tropas fuertemente armadas. Le escribí una carta advirtiéndole que, basándome en mis investigaciones sobre el adoctrinamiento de las fuerzas armadas de la Alemania nazi, me temía que bajo su liderazgo las IDF se nos estuvieran encaminando por un camino igualmente resbaladizo.

Como había demostrado mi investigación, incluso antes de su reclutamiento, los jóvenes alemanes habían interiorizado elementos fundamentales de la ideología nazi, especialmente la idea de que las masas infrahumanas eslavas, lideradas por insidiosos judíos bolcheviques, estaban amenazando a Alemania y al resto del mundo civilizado con la destrucción, y que, por lo tanto, Alemania tenía el derecho y el deber de crear para sí misma un “espacio vital” en el este y de diezmar o esclavizar a la población de esa región. Esta visión del mundo se inculcó luego a las tropas, de modo que cuando marcharon hacia la Unión Soviética percibieron a sus enemigos a través de ese prisma. La feroz resistencia que opuso el Ejército Rojo de la URSS no hizo más que confirmar la necesidad de destruir por completo a sus soldados o civiles por igual, y muy en especial a los judíos, quienes se consideraban principales instigadores del bolchevismo. Cuanto más destrucción causaban, más temerosas se volvían las tropas alemanas de la venganza que les podría esperar si sus enemigos prevalecían. El resultado fue la muerte de hasta 30 millones de soldados y ciudadanos soviéticos.

Para mi sorpresa, unos días después de escribirle, recibí una respuesta de una sola línea de Rabin, en la que me reprendía por atreverme a comparar a las FDI con el ejército alemán. Esto me dio la oportunidad de escribirle una carta más detallada, explicándole mi investigación y mi ansiedad por el utilizarse a las IDF como herramienta de opresión contra civiles inermes que vivían en la ocupación. Rabin respondió de nuevo con la misma declaración: “¿Cómo te atreves a comparar a nuestras IDF con la Wehrmacht?”. Pero en retrospectiva, creo que este intercambio reveló algo sobre su posterior trayectoria intelectual. Porque, como sabemos por su posterior participación en el proceso de paz de Oslo, por imperfecta que fuera, acabó reconociendo que, a largo plazo, Israel no podía soportar el precio militar, político y moral de la ocupación.

Desde 1989 doy clases en EE.UU. He escrito profusamente sobre la guerra, el genocidio, el nazismo, el antisemitismo y el Holocausto, tratando de entender los vínculos entre la matanza industrial de soldados en la 1ª Guerra Mundial y el exterminio de poblaciones civiles por parte del régimen de Hitler. Entre otros proyectos, pasé muchos años investigando la transformación de la ciudad natal de mi madre –Buchach, en Polonia (hoy Ucrania)– de una comunidad de coexistencia interétnica a una en la que, bajo la ocupación nazi, la población gentil se volvió contra sus vecinos judíos. Si bien los alemanes llegaron a la ciudad con el objetivo expreso de asesinar a sus judíos, la velocidad y la eficiencia de la matanza se vieron facilitadas en gran medida por la colaboración local. Estos lugareños estaban motivados por otros resentimientos y odios preexistentes que se remontan al auge del etnonacionalismo en las décadas anteriores y la opinión prevaleciente de que los judíos no pertenecían a los nuevos estados nacionales creados después de la 1ª G. M.

En los meses transcurridos desde el 7 de octubre, lo que he aprendido a lo largo de mi vida y mi carrera se ha vuelto más dolorosamente relevante que nunca. Como muchos otros, estos últimos meses han sido un desafío emocional e intelectual. Igual que muchos otros, miembros de mi propia familia y de las de mis amigos también se han visto afectados directamente por la violencia. No hay escasez de dolor dondequiera que uno mire.

El ataque de Hamas del 7 de octubre fue para la sociedad israelí una tremendísima conmoción, de la que no ha empezado a recuperarse. Fue la primera vez que Israel perdió el control de una parte de su territorio durante un período prolongado, y las IDF no pudieron impedir la masacre de más de 1.200 personas (muchas de ellas asesinadas de las formas más crueles imaginables) y la toma de más de 200 rehenes, entre ellos decenas de niños. La sensación de abandono por parte del Estado y de inseguridad constante (decenas de miles de ciudadanos israelíes siguen desplazados de sus hogares a lo largo de la Franja de Gaza y en la frontera libanesa) es profunda.

Hoy en día, en amplios sectores de la población israelí, incluidos aquellos que se oponen al gobierno, reinan dos sentimientos supremos.

El primero es una combinación de rabia y miedo, un deseo de restablecer la seguridad a cualquier precio y una desconfianza total en las soluciones políticas, las negociaciones y la reconciliación. El teórico militar Carl von Clausewitz señaló que la guerra era la extensión de la política por otros medios y advirtió que sin un objetivo político definido conduciría a una destrucción ilimitada. De manera similar, el sentimiento que ahora prevalece para Israel amenaza por convertir la guerra en su propio fin; en esta línea, la política es un obstáculo para alcanzar objetivos en lugar de un medio para limitar la destrucción. Se trata de una visión que, en última instancia, sólo puede conducir a la auto-aniquilación.
 
 
El segundo sentimiento reinante –o, más bien, su falta de tal– es la otra cara del primero: la absoluta incapacidad para sentir empatía por gente masacrada de Gaza entre la sociedad israelí actual. La mayoría, al parecer, ni siquiera quiere saber lo que está sucediendo en Gaza, y este deseo se refleja en la cobertura televisiva. Los informativos de la televisión israelí suelen empezar estos días con informes sobre los funerales de los soldados caídos en los combates en Gaza, invariablemente descritos como héroes, seguidos de estimaciones de cuántos combatientes de Hamas fueron “liquidados”. Las referencias a las muertes de civiles palestinos son raras y normalmente se presentan como parte de la propaganda enemiga o como causa de una presión internacional no deseada. Ante tanta muerte, este silencio ensordecedor parece ahora una forma de venganza en sí misma.

Por supuesto, el público israelí se acostumbró hace tiempo a la brutal ocupación que ha caracterizado al país durante 57 de los 76 años de su existencia, pero la escala de lo que está perpetrando en Gaza en este momento el ejército israelí es tan inaudita como la total indiferencia de la mayoría de israelíes ante lo que se está haciendo en su nombre. En 1982, cientos de miles de israelíes protestaron contra la masacre de la población palestina en los campos de refugiados de Sabra y Shatila, en el oeste de Beirut, por parte de las milicias cristianas maronitas, facilitadas por el ejército israelí. Hoy, ese tipo de respuesta es inconcebible. La forma en que se ponen los ojos vidriosos cuando se menciona el sufrimiento de los civiles palestinos y las muertes de miles de niños, mujeres y ancianos es profundamente inquietante.
 
Al encontrarme con mis amigos en Israel esta vez, sentí con frecuencia que tenían miedo de que yo pudiera perturbar su dolor y que, al vivir fuera del país, no podía comprender su dolor, su ansiedad, su desconcierto y su impotencia. Cualquier sugerencia de que vivir en el país los había insensibilizado al dolor de los demás –el dolor que, después de todo, se estaba infligiendo en su nombre– sólo producía un muro de silencio, un repliegue en sí mismos o un cambio rápido de tema. La impresión que recibí fue constante: "no tenemos espacio en nuestro corazón o pensamiento, no queremos hablar ni que nos muestren lo que nuestros propios soldados, nuestros hijos o nietos, nuestros hermanos y hermanas, están haciendo ahora mismo en Gaza; tan sólo debemos centrarnos en nosotros mismos, en nuestro trauma, nuestro miedo y nuestra ira".

En una entrevista realizada el 7 de marzo de 2024, el escritor, agricultor y científico Zeev Smilansky expresó este mismo sentimiento de una manera que me resultó chocante, precisamente porque provenía de él. Conozco a Smilansky desde hace más de medio siglo y es hijo del célebre autor israelí S. Yizhar, cuya novela de 1949 'Khirbet Khizeh' fue el primer texto de la literatura israelí que abordó la injusticia de la NAKBA: expulsión de 750.000 palestinos desde lo que se convirtió en el Estado de Israel en 1948. Hablando sobre su propio hijo, Offer, que vive en Bruselas, Smilansky comentó:

“Offer dice que para él cada niño es un niño, no importa si está en Gaza o aquí. Yo no me siento como él. Nuestros niños de aquí son más importantes para mí. Hay una catástrofe humanitaria terrible allí, lo entiendo, pero mi corazón está bloqueado y lleno de nuestros niños y nuestros rehenes... No hay lugar en mi corazón para niños de Gaza, por muy aterrador e impactante que sea y aunque sé cómo una guerra no es la solución.

Escucho a Maoz Inon, que perdió a sus dos padres [asesinados por Hamas el 7 de octubre]… y que habla de manera tan hermosa y persuasiva sobre la necesidad de mirar hacia adelante, de que necesitamos traer esperanza y desear la paz, porque las guerras no lograrán nada, y estoy de acuerdo con él. Estoy de acuerdo con él, pero no puedo encontrar la fuerza en mi corazón, con todas mis inclinaciones izquierdistas y mi amor por la humanidad, no puedo… No solo es Hamas, son todas las gentes de Gaza... los que están de acuerdo en que está bien matar a niños judíos, que es una causa digna… Con Alemania hubo reconciliación, pero se disculparon y pagaron reparaciones, ¿y qué [pasará] aquí? Nosotros también hicimos cosas terribles, pero nada que se acerque a lo que sucedió aquí el 7 de octubre. Será necesario reconciliarse, pero necesitamos cierta distancia.”

Este era un sentimiento generalizado entre muchos amigos y conocidos liberales de izquierdas con los que hablé en Israel. Por supuesto, era muy diferente de lo que los políticos y las figuras de los medios de comunicación de derechas han estado diciendo desde el 7 de octubre. Muchos de mis amigos reconocen la injusticia de la ocupación y, como dijo Smilansky, profesan un “amor por la humanidad”. Pero en este momento, en estas circunstancias, no es eso en lo que se centran. En cambio, sienten que en la lucha entre la justicia y la existencia, la existencia debe triunfar, y en la lucha entre una causa justa y otra –la de los israelíes y la de los palestinos– nuestra propia causa debe triunfar, sin importar precio. Para quienes dudan de esta dura elección, el Holocausto se presenta como la alternativa, por irrelevante que sea para el momento actual.

Este sentimiento no surgió de repente el 7 de octubre. Sus raíces son mucho más profundas:

El entonces jefe del Estado Mayor de las IDF, Moshe Dayan, el 30 de abril de 1956 pronunció un breve discurso que se convertiría en uno de los más famosos de la historia de Israel. Se dirigía a los asistentes al funeral de Ro'i Rothberg, un joven oficial de seguridad del recién fundado kibutz Nahal Oz, establecido por las IDF en 1951 y que se convirtió en una comunidad civil dos años después. El kibutz estaba situado a unos cientos de metros de la frontera con la Franja de Gaza, frente al barrio palestino de Shuja'iyya.
 
Premier israelí, Benjamin Netanyahu, visita Rafah, en Franja de Gaza, 18/7/24
 
Rothberg había sido asesinado el día anterior y su cuerpo fue arrastrado a través de la frontera y mutilado, antes de ser devuelto a manos israelíes con la ayuda de la ONU. El discurso de Dayan se ha convertido en una declaración icónica, utilizada tanto por la derecha como por la izquierda política hasta el día de hoy:

“Ayer por la mañana asesinaron a Ro'i. Deslumbrado por la calma de la mañana, no vio a quienes lo acechaban al borde del surco. No acusemos hoy a los asesinos: ¿cómo culparlos... por su ardiente odio hacia nosotros? Llevan ocho años ya viviendo en los campos de refugiados dentro de Gaza, mientras ante sus ojos hemos transformado en nuestra propiedad la tierra y las aldeas en las que ellos y sus antepasados ​​vivieron.

No es entre los árabes de Gaza donde realmente debemos buscar la sangre [de Roi], sino... en nosotros mismos. ¿Cómo habremos podido cerrar los ojos y nunca hemos afrontado con franqueza nuestro destino, ni la misión de nuestra generación en toda su crueldad? ¿Hemos olvidado que este grupo de muchachos, que habita en Nahal Oz, lleva sobre sus hombros las pesadas puertas de Gaza, en cuyo otro lado se agolpan cientos de miles de ojos y manos que rezan por nuestro momento de debilidad, para que puedan destrozarnos? ¿Hemos olvidado eso?

Somos la generación de los asentamientos: sin casco de acero y boca de cañón no podremos plantar un árbol ni construir una casa. Nuestros hijos no tendrán vida si no cavamos refugios, y sin alambre de púas y ametralladoras no podremos pavimentar carreteras ni cavar pozos de agua. Millones de judíos que fueron exterminados por no tener tierra nos miran desde las cenizas de la historia israelí y nos ordenan que nos asentemos y resucitemos una tierra para nuestro pueblo. Pero más allá del surco de la frontera se alza un océano de odio y de ansias de venganza, esperando el momento en que la calma atenúe nuestra disposición, el día en que escuchemos a los embajadores de la hipocresía conspiradora, que nos llaman a deponer las armas…
 
 
No nos inmutemos al ver el odio que acompaña y llena las vidas de cientos de miles de árabes que viven a nuestro alrededor y esperan el momento de poder derramar nuestra sangre. No apartemos la mirada para que nuestras manos no se debiliten. Este es el destino de nuestra generación, esta es la elección para nuestras vidas: estar preparados, armados, fuertes y resistentes. Porque si la espada cae de nuestro puño, nuestras vidas serán segadas.

Al día siguiente, Dayan grabó su discurso para la radio israelí, pero faltaba algo. Había desaparecido la referencia a los refugiados que observaban a los judíos cultivar las tierras de las que habían sido expulsados, a quienes no se debía culpar por odiar a sus desposeedores. Aunque había pronunciado estas líneas en el funeral y las había escrito posteriormente, Dayan decidió omitirlas de la versión grabada. Él también conocía esta tierra antes de 1948. Recordaba las aldeas y pueblos palestinos destruidos por dar espacio a colonos judíos... Comprendía muy claramente la rabia de los refugiados al otro lado de la valla, pero también creía firmemente en el derecho y la urgente necesidad de un asentamiento y un Estado judíos. En la lucha entre abordar la injusticia y apoderarse de la tierra, eligió su lado, sabiendo que condenaba a su pueblo a depender para siempre de las armas. Dayan también sabía bien lo que el público israelí podía aceptar. Fue debido a su ambivalencia sobre dónde recaía la culpa y la responsabilidad por la injusticia y la violencia, y su visión determinista y trágica de la historia, que las dos versiones de su discurso terminaron atrayendo a orientaciones políticas muy diferentes.

Décadas después, tras muchas más guerras y ríos de sangre, Dayan tituló su último libro '¿Devorarán las espadas para siempre?', publicado en 1981, con el cual detallaba su papel para la consecución de un acuerdo de paz con Egipto dos años antes. Por fin había aprendido la verdad de la segunda parte del versículo bíblico del que tomó el título del libro: “¿No sabes que el fin será amargo?”

Pero en su discurso de 1956, con sus referencias al "cargar con las pesadas puertas de Gaza..." y a los palestinos esperando un momento de debilidad, Dayan estaba aludiendo a la historia bíblica de Sansón. Como sus oyentes habrían recordado, Sansón el israelita, cuya fuerza sobrehumana provenía de su pelo largo, tenía la costumbre de visitar prostitutas en Gaza. Los filisteos, que lo veían como su enemigo mortal, esperaban tenderle una emboscada contra las puertas cerradas de la ciudad. Pero Sansón simplemente levantó las puertas sobre sus hombros y salió libre. Fue sólo cuando su amante Dalila lo engañó y le cortó el pelo que los filisteos pudieron capturarlo y encarcelarlo, dejándolo aún más impotente al sacarle los ojos (como supuestamente hicieron también los habitantes de Gaza que mutilaron a Ro'i). Pero en un último acto de valentía, mientras sus captores se burlan de él, Sansón pide la ayuda de Dios, toma las columnas del templo a las que lo habían conducido y las derrumba sobre la alegre multitud que lo rodea, gritando: “¡Déjame morir con los filisteos!”.

Esas puertas de Gaza están profundamente arraigadas en la imaginación sionista israelí, son un símbolo de la división entre nosotros y los “bárbaros”. En el caso de Ro'i, afirmó Dayan, “el anhelo de paz le tapó los oídos y no escuchó la voz del asesino que acechaba al acecho. Las puertas de Gaza pesaron demasiado sobre sus hombros y lo derribaron”.
 
 
El 8 de octubre de 2023, el presidente Isaac Herzog se dirigió al público israelí y citó la última línea del discurso de Dayan: “Éste es el destino de nuestra generación. Ésta es la elección de nuestras vidas: estar preparados, armados, fuertes y resistentes. Porque si la espada cae de nuestro puño, nuestras vidas serán segadas”. El día anterior, 67 años después de la muerte de Ro'i, militantes de Hamás habían asesinado a 15 residentes del kibutz Nahal Oz y tomado ocho rehenes. 

Desde la invasión israelí de Gaza en represalia inmediata el barrio palestino de Shuja'iyya frente al kibutz se convirtió en una enorme montonera con escombros, donde 100.000 personas vivían, quedando despoblado.

Uno de los raros intentos literarios del exponer la lógica sombría de las guerras para Israel es el extraordinario poema, por Anadad Eldan en 1971, 'Sansón rasgándose la ropa' con el que tal antiguo héroe se abre paso a toda velocidad hacia Gaza y afuera dejando solo desolación a su paso. Conocí este poema por primera vez en el destacado ensayo en hebreo de Arie Dubnov, “Las puertas de Gaza”, publicado en enero de 2024. Sansón, el héroe, el profeta, el conquistador del enemigo eterno de la nación, se transforma en su Ángel de la muerte, una muerte que, como recordamos, termina provocando también sobre sí mismo en una gran acción suicida que ha resonado a través de las generaciones hasta el día de hoy.

[“Cuando fui
a Gaza me encontré con
Sansón saliendo rasgándose la ropa,
en su cara arañada los ríos corrieron
y las casas se doblaron para dejarlo pasar,
sus dolores arrancaron árboles y se enredaron en las raíces
enredadas. En las raíces había mechones de su pelo. Su cabeza brillaba como una calavera hecha de roca y sus pasos vacilantes desgarraron mis lágrimas Sansón caminó arrastrando un sol cansado destrozó los cristales y las cadenas en el mar de Gaza se ahogaron. Oí cómo la tierra gemía bajo sus pasos, cómo le rajó las entrañas. Los zapatos de Sansón chirriaban cuando caminaba...”]

Nacido en Polonia en 1924 como Avraham Bleiberg, Eldan llegó a Palestina cuando era niño, luchó en la guerra de 1948 y en 1960 se trasladó al kibutz Be'eri, a unos 4 km de la Franja de Gaza. El 7 de octubre de 2023, Eldan, de 99 años, y su esposa sobrevivieron a la masacre de unos cien habitantes del kibutz, cuando los militantes que entraron en su casa inexplicablemente los perdonaron. Después del 7 de octubre, tras la milagrosa supervivencia de este oscuro poeta, otra obra suya fue ampliamente difundida en los medios israelíes. Parecía como si Eldan, cronista veterano del dolor y tristeza provocados por la opresión e injusticia, hubiera predicho la catástrofe que se abatió sobre su hogar. En 2016, había publicado una colección de poemas bajo el título 'Six, the Hour of Dawn (Seis, la hora del amanecer)', a la hora en que comenzó el ataque de Hamás. El libro contiene el desgarrador poema 'On the Walls of Beeri (En los muros de Beeri)', en el que lamenta la muerte de su hija por enfermedad (en hebreo, el nombre del kibutz también significa “mi pozo”).

Tras el 7 de octubre, el poema inquietantemente parece pronosticar la destrucción y transmitir una cierta visión del sionismo, como algo que se originó en la catástrofe y la desesperación diaspóricas, que llevó a la nación a una tierra maldita donde los niños son enterrados por sus padres, pero que mantiene la esperanza de un nuevo y esperanzador amanecer:

“En los muros de Be'eri escribí su historia
desde los orígenes y las profundidades deshilachadas por el frío
cuando leyeron lo que estaba sucediendo con dolor y sus luces
cayeron en la niebla y la oscuridad de la noche y un aullido engendró
oración, porque sus hijos han caído y una puerta está cerrada
por la gracia del cielo respiran desolación y dolor
¿quién consolará a los padres inconsolables?, porque una maldición
susurra que no haya ni rocío ni lluvia, puedes llorar si puedes
hay un tiempo en que la oscuridad ruge pero hay amanecer y resplandor.”

Al igual que el panegírico de Dayan para Ro'i, 'En los muros de Beeri' significa cosas diferentes para distintas personas. ¿Debe leerse como un lamento por la destrucción de un hermoso e inocente kibutz en el desierto, o es un grito de dolor por la interminable y sangrienta venganza entre los pueblos en esta tierra? El poeta no nos ha dicho su significado, como suele suceder con los poetas. Después de todo, escribió esto hace años en señal de duelo por su amada hija. Pero dados sus muchos años de trabajo silencioso, preciso y punzante, no parece descabellado creer que el poema fuera un llamado a la reconciliación y la coexistencia, en lugar de a más ciclos de derramamiento de sangre y venganza.

Resulta que tengo una conexión personal con el kibutz Beeri. Allí creció mi nuera, y mi viaje a Israel en junio tenía como objetivo principal visitar a los gemelos (mis nietos) que había traído al mundo en enero de 2024. Sin embargo, el kibutz había sido abandonado. Mi hijo, mi nuera y sus hijos se habían mudado a un apartamento vacío cercano con una familia de supervivientes (parientes cercanos, cuyo padre sigue aún retenido como rehén), lo que creaba una combinación inimaginable de nueva vida y dolores inconsolables en un mismo hogar.
 
Moshe Dayan, ministro de Defensa en Israel, con Henry 
Kissinger, asesor de seguridad nacional de USA (1974). 
 
Además de ver a mi familia, también había venido a Israel para reunirme con amigos. Esperaba entender lo que había sucedido en el país desde que comenzó la guerra. La conferencia abortada en la BGU no estaba entre mis prioridades, pero cuando llegué a la sala de conferencias aquel día de mediados de junio, comprendí rápidamente que esa situación explosiva también podría quizás proporcionar algunas pistas para entender la mentalidad de una generación más joven de estudiantes y soldados.

Después de sentarnos y empezar a hablar, me quedó claro que los estudiantes querían ser escuchados y que nadie, tal vez ni siquiera sus propios profesores y administradores universitarios, estaba interesado en escuchar. Mi presencia y su vago conocimiento de mis críticas a la guerra despertaron en ellos la necesidad de explicarme, pero tal vez también a ellos mismos, en qué habían estado involucrados como soldados y como ciudadanos.

Una joven, que había regresado recientemente de un largo servicio militar en Gaza, subió al escenario y habló con fuerza de los amigos que había perdido, de la naturaleza malvada de Hamas y del hecho de que ella y sus camaradas se estaban sacrificando para garantizar la seguridad futura del país. Profundamente angustiada, empezó a llorar a mitad de su discurso y se retiró. Un joven, sereno y articulado, rechazó mi sugerencia de que las críticas a las políticas israelíes no estaban necesariamente motivadas por el antisemitismo. A continuación, se lanzó a un breve análisis de la historia del sionismo como respuesta al antisemitismo y como un camino político que ningún gentil tenía derecho a negar. Aunque estaban molestos por mis opiniones y agitados por sus propias experiencias recientes en Gaza, las opiniones expresadas allí por aquellos estudiantes no eran en absoluto excepcionales... Reflejaban a sectores muy amplios de la opinión pública en Israel.

Los estudiantes, que sabían que yo ya había advertido de que se produciría un genocidio, se mostraron especialmente interesados ​​en demostrarme que eran humanos, que no eran asesinos. No tenían ninguna duda de que las IDF eran, de hecho, el ejército más moral del mundo, pero también estaban convencidos del justificárseles totalmente cualquier daño a la población y los edificios de Gaza, que todo era culpa de Hamas, que los utilizaba como escudos humanos.

Me mostraron fotos de sus teléfonos para demostrar que se habían comportado admirablemente con los niños, negaron que hubiesen hambrunas en Gaza, e insistieron en cuánto tanta sistemática destrucción de todo (o sea, contra sus escuelas o universidades, los hospitales, edificios públicos, viviendas e infraestructuras) era necesaria y justificable. Consideraban que cualquier crítica a las políticas israelíes por parte de otros países y desde las Naciones Unidas era, simplemente, antisemita.

A diferencia de la mayoría de los israelíes, estos jóvenes habían visto con sus propios ojos la destrucción de Gaza. Me parecía que no sólo habían interiorizado una visión particular que se ha vuelto común en Israel –a saber, que la destrucción de Gaza como tal fue una respuesta legítima al 7 de octubre– sino que también habían desarrollado una forma de pensar que había observado hace muchos años cuando estudiaba la conducta, la visión del mundo y la autopercepción de los soldados del ejército alemán en la segunda guerra mundial. Habiendo interiorizado cierta visión del enemigo –los bolcheviques, o/y Hamas: infrahumanos ['Untermenschen'] 'animales' humanos– y de la población en general como menos que humanos e indignos de derechos, los soldados que observan o perpetran atrocidades tienden a atribuirlas no a sus propios militares, ni a ellos mismos, sino al enemigo.

¿Miles de niños fueron asesinados? Es culpa del enemigo. ¿Nuestros propios hijos fueron asesinados? Eso es, sin duda, culpa del enemigo. Si Hamas lleva a cabo una masacre en un kibutz, son nazis. Si arrojamos bombas de 2.000 libras sobre refugios de refugiados y matamos a miles de civiles, la culpa es de Hamas por esconderse cerca de sus refugios. Después de lo que nos hicieron, no tenemos más remedio que erradicarlos. Después de lo que les hicimos, sólo podemos imaginar lo que nos harían... si no los destruyésemos. Sencillamente, no tenemos otra opción.

A mediados de julio de 1941, apenas unas semanas después de que Alemania lanzara lo que Hitler había proclamado como una “guerra de aniquilación” contra la Unión Soviética, un suboficial alemán escribió a casa desde el frente oriental: El pueblo alemán tiene una gran deuda con nuestro Führer, porque si estas bestias, que son nuestros enemigos aquí, hubieran venido a Alemania, se habrían producido asesinatos como el mundo nunca ha visto antes… Lo que hemos visto… raya en lo increíble… Y cuando uno lee 'Der Stürmer' [un periódico nazi] y mira las imágenes, eso es sólo una débil ilustración de lo que vemos aquí y de los crímenes cometidos aquí por los judíos.”
 
 
Un folleto de propaganda del ejército publicado en junio de 1941 pinta un cuadro igualmente de pesadilla de los oficiales políticos del Ejército Rojo, que muchos soldados pronto percibieron como un reflejo de la realidad: “Cualquiera que haya visto alguna vez la cara de un comisario rojo sabe cómo son los bolcheviques. Aquí no hay necesidad de expresiones teóricas. Insultaríamos a los animales si describiéramos a estos hombres, en su mayoría judíos, como bestias. Son la encarnación del odio satánico y demente contra toda la noble humanidad... [Ellos] habrían puesto fin a toda vida significativa, si esta erupción no hubiera sido reprimida en el último momento.”

Dos días después del ataque de Hamás, el ministro de Defensa, Yoav Gallant, declaró: “Estamos luchando ahora contra animales humanos y debemos actuar en consecuencia”, añadiendo después que Israel “destruirá un barrio tras otro en Gaza. El ex primer ministro Naftali Bennett confirmó: “Estamos luchando contra los nazis”. 

El primer ministro, Benjamin Netanyahu, exhortó a los israelíes a “recordar lo que Amalec les ha hecho”, aludiendo al llamado bíblico a “exterminar a hombres, mujeres, niños y bebés de Amalec. En una entrevista de radio, dijo sobre Hamas: “No los llamo animales humanos porque eso sería insultar a los animales”. 

El vicepresidente del Knesset, Nissim Vaturi, escribió en X que el objetivo de Israel debería ser “borrar la Franja de Gaza de la faz de la Tierra. En la televisión israelí, declaró: “No hay gente que no esté involucrada… debemos entrar allí y matar, matar, matar. Debemos matarlos antes de que nos maten a nosotros”. 

El ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, subrayó en un discurso: “El trabajo debe completarse… Destrucción total

“Borrad de debajo del cielo la memoria de Amalec”, dijo Avi Dichter, ministro de Agricultura y ex jefe del servicio de inteligencia Shin Bet, al hablar de “desplegar la NAKBA en Gaza

Un veterano militar israelí de 95 años, cuyo discurso motivador dirigido a las tropas de las IDF que se preparaban para la invasión de Gaza las exhortaba a “borrar su memoria, sus familias, madres e hijos, recibió un certificado de honor del presidente israelí Herzog por “dar un maravilloso ejemplo a generaciones de soldados”. 

No es de extrañar que haya habido innumerables publicaciones en las redes sociales de las tropas de la IDF en Gaza llamando a “matar a los árabes”, “quemar a sus madres y “aplanar Gaza”... ¡No se ha conocido ninguna medida disciplinaria por parte de sus comandantes!

Esta es la lógica de la violencia sin fin, una lógica que permite destruir poblaciones enteras y sentirse totalmente justificado al hacerlo. Es una lógica de victimización: debemos matarlos antes de que nos maten, como hicieron antes, y nada fortalece más la violencia que un sentimiento de victimización justificado. Miren lo que nos pasó en 1918”, dijeron los soldados alemanes en 1942, recordando el mito propagandístico de la “puñalada por la espalda”, que atribuía la catastrófica derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial a la traición judía y comunista. Miren lo que nos pasó en el Holocausto, cuando confiamos en que otros vendrían a rescatarnos”, dicen las tropas de la IDF en 2024, dándose así licencia para la destrucción indiscriminada basada en una falsa analogía entre Hamas y los nazis.

Los jóvenes con los que hablé ese día estaban llenos de rabia, no tanto contra mí (se calmaron un poco cuando mencioné mi propio servicio militar), sino porque, creo, se sentían traicionados por todos los que los rodeaban. Traicionados por los medios de comunicación, a los que percibían como demasiado críticos, por los altos comandantes que creían que eran demasiado indulgentes con los palestinos, por los políticos que no habían podido evitar el fiasco del 7 de octubre, por la incapacidad de las IDF para lograr una “victoria total”, por los intelectuales y los izquierdistas que las criticaban injustamente, por el gobierno de los EE. UU. por no entregar municiones suficientes con la suficiente rapidez y por todos esos políticos europeos hipócritas y estudiantes antisemitas que protestaban contra sus acciones en Gaza. Parecían temerosos, inseguros y confundidos, y algunos probablemente también sufrirían de trastornos por el estrés postraumático.
 
Les conté la historia de cómo, en 1930, los nazis tomaron democráticamente el control de la Unión de Estudiantes Alemanes. Los estudiantes de aquella época se sintieron traicionados por la derrota de la 1ª G. M., las faltas de oportunidades a causa de la crisis económica y las pérdidas de tierras y prestigio a raíz del humillante tratado de paz de Versalles; querían hacer que su Nación volviese a ser grande, y Hitler parecía capaz de cumplir esa promesa. Los enemigos internos de Alemania fueron eliminados, su economía floreció, otras naciones volvieron a temerle y luego fue a la guerra, conquistó Europa y asesinó a millones de personas. Finalmente, el país quedó completamente destruido. Me pregunté en voz alta si tal vez los pocos estudiantes alemanes que sobrevivieron esos 15 años lamentaban su decisión de 1930 de apoyar al nazismo. Pero no creo que los hombres y mujeres jóvenes de la BGU comprendieran las implicaciones de lo que les había contado.

Los estudiantes eran aterradores y estaban asustados al mismo tiempo, y su miedo los hizo aún más agresivos. Este nivel de amenaza, así como un cierto grado de superposición de opiniones, parece haber generado miedo y obsequiosidad en sus superiores, profesores y administradores, quienes demostraron una gran renuencia a disciplinarlos de cualquier manera. Al mismo tiempo, una multitud de expertos de los medios de comunicación y políticos han estado aplaudiendo a estos ángeles de la destrucción, llamándolos héroes justo un momento antes de enterrarlos y darles la espalda a sus familias afligidas. 

Los soldados caídos murieron por una buena causa, se les dice a las familias. Pero nadie se toma el tiempo de articular cuál es realmente esa causa más allá de la mera supervivencia a través de cada vez más violenciaPor eso, también sentí pena por esos estudiantes, que no eran conscientes de cómo los habían manipulado. Pero salí de esa reunión lleno de inquietud y aprensión. Cuando regresé a Estados Unidos a finales de junio, reflexioné sobre mis experiencias durante aquellas 2 últimas semanas caóticas y problemáticas. Era consciente de mi profunda conexión con el país que había dejado. No se trata solo de mi relación con mi familia y amigos israelíes, sino también con el tenor particular de la cultura y la sociedad israelíes, que se caracteriza por su falta de distanciamiento o simple deferencia. Esto puede ser reconfortante y revelador; uno puede, casi instantáneamente, encontrarse en conversaciones intensas, incluso íntimas, con otras personas en la calle, en un café, en un bar.
   
Desde el desplazamiento de 700.000 palestinos en 1948, muchos están viviendo en la miseria y el desaliento en campamentos como Shatila (Beirut). ¿Es éste el sombrío futuro que podría afrontar hoy la población de Gaza?
  
Sin embargo, este mismo aspecto de la vida israelí también puede ser infinitamente frustrante, ya que hay muy poco respeto por las cortesías sociales. Existe casi un culto a la sinceridad, una obligación de decir lo que uno piensa, sin importar con quién se esté hablando o cuánto pueda ofenderse. Esta expectativa compartida crea tanto un sentido de solidaridad como de límites que no se pueden cruzar: "cuando estás con nosotros, todos somos familia; si te vuelves contra nosotros o estás al otro lado de la división nacional, estás excluido: puedes esperar que a por ti vayamos."
 
Quizá esa haya sido también la razón por la que esta vez, por primera vez, me sentí aprensivo ante la idea de ir a Israel y por la que una parte de mí se alegró de irme. El país había cambiado de maneras visibles y sutiles, maneras que podrían haber levantado una barrera entre yo, como observador desde afuera, y aquellos que han seguido siendo una parte orgánica de él. Pero otra parte de mi aprensión tenía que ver con el hecho de que mi visión de lo que estaba sucediendo en Gaza ha cambiado

El 10 de noviembre de 2023, escribí en el 'New York Times': “Como historiador del Genocidio, creo que no hay pruebas de que se esté produciendo un genocidio en Gaza, aunque es muy probable que se estén cometiendo crímenes de guerra, e incluso crímenes contra la humanidad. […] Sabemos por la historia que es crucial advertir sobre la posibilidad de genocidio antes de que ocurra, en lugar de condenarlo tardíamente después de que haya tenido lugar; creo que todavía tenemos tiempo para ello”.

Ya no lo creo. Cuando viajé a Israel, ya estaba convencido de que, al menos desde el ataque de las IDF a Rafah el 6 de mayo de 2024, ya no sería posible negar el que Israel estaba cometiendo crímenes de guerra sistemáticos, o crímenes contra la humanidad y acciones genocidas. No sólo era que este ataque contra la última concentración de habitantes de Gaza –la mayoría de ellos desplazados ya varias veces por las IDF, que ahora los habían vuelto a empujar a una denominada "zona segura"– demostraba un total desprecio por cualquier estándar humanitario, sino que también indicaba claramente que el objetivo final de toda esta operación desde el principio había sido hacer inhabitable toda la Franja de Gaza y debilitar a su población hasta tal punto que se extinguiría o buscaría todas las opciones posibles para huir del territorio. 

En otras palabras, la retórica repetida por los dirigentes israelíes desde el 7 de octubre ahora se estaba traduciendo en realidad: es decir, como lo expresara la Convención de Naciones Unidas sobre el Genocidio de 1948, Israel estaba actuando “con la intención de destruir, total o parcialmente”, a la población palestina [en Gaza], “como tal, matando, causando daños graves o infligiendo condiciones de vida destinadas a provocar la destrucción del grupo”.
 
 
Se trata de cuestiones que sólo pude tratar con un puñado muy reducido de activistas, académicos, expertos en derecho internacional y, como era de esperar, con ciudadanos palestinos de Israel. Más allá de este círculo limitado, este tipo de declaraciones sobre la ilegalidad de las acciones israelíes a Gaza son un anatema para Israel. Ni siquiera la gran mayoría de los manifestantes contra el gobierno, los que piden un alto el fuego y la liberación de los rehenes, las tolerarán.

Desde que regresé de mi visita, he tratado de ubicar mis experiencias allí en un contexto más amplio. La realidad sobre el terreno es tan devastadora y el futuro parece tan sombrío que me he permitido hacer algunas especulaciones sobre un futuro diferente. Me pregunto qué habría sucedido si el recién creado Estado de Israel hubiera cumplido su compromiso de promulgar una constitución basada en su 'Declaración de Independencia'. Esa misma declaración que afirmaba que “Israel se basará en la libertad, la justicia y la paz tal como la concibieron los profetas de Israel: asegurará la completa igualdad de derechos sociales y políticos para todos sus habitantes independientemente de su religión, raza o sexo; garantizará las libertades de religión, conciencia, idioma, educación y cultura; salvaguardará los Lugares Santos de todas las religiones; y será fiel a los principios de la Carta de las Naciones Unidas.

¿Qué efecto habría tenido una constitución de ese tipo sobre la naturaleza del Estado? ¿Cómo habría atemperado la transformación del sionismo, que pasó de ser una ideología que buscaba liberar a los judíos de la degradación del exilio y la discriminación y ponerlos en igualdad de condiciones con las demás naciones del mundo a tan burda ideología estatal del etno-nacionalismo, por opresión a otros, apartheid y expansionismoDurante los pocos años de esperanza del proceso de paz de Oslo, la gente de Israel empezó a hablar de convertirlo en un “Estado de todos sus ciudadanos”, judíos y palestinos por igual. El asesinato del primer ministro Rabin en 1995 puso fin a ese sueño. ¿Será posible que Israel descarte algún día estos aspectos violentos, excluyentes, militantes y cada vez más racistas de su visión tal como la adoptan ahora tantos de sus ciudadanos judíos? ¿Será capaz alguna vez de re-imaginarse como sus fundadores la habían imaginado tan elocuentemente: como una nación basada en la libertad, la justicia y la paz?

Es difícil permitirse esas fantasías en este momento, pero quizá precisamente por el punto más bajo en el que nos encontramos ahora los israelíes, o mucho más para los palestinos, y la trayectoria de destrucción regional en la que los han metido sus líderes, rezo para que finalmente se alcen voces alternativas, porque “hay un momento en el que la oscuridad ruge, pero hay amanecer y resplandor”, como el poeta Eldan dice."