lunes, 18 de enero de 2021

'El extranjero' como ejemplo de la razón social totalizadora: Camus por J. Álvarez-Cienfuegos

  
En la desolación avasalladora que nos viene acechando (con casi todas las noticias de tanta metástasis totalizante como se difunde...) por los ánimos comunitarios tras irrumpir nuestro monotema durante ya 4 trimestres consecutivos, valoramos más que nunca otra memoria retenida desde aquellas mentes cuya compañía siéntese muy añorable frente a esto -insólito- ahora despeñado cada nuevo día, sobre cuanto envuelve aquí sin fin cualesquier vidas y haciendas... 

Hoy podemos ofrecer de muestra la siguiente consideración legada por cierto gran Sabio querido y del cual estos días está recordándose su segundo "cabo de año", que nos había surgido al caso como plenamente aplicable -tan bien...- a todo ello:  

  "Podría parecer, y así lo dan a entender varios de los críticos y lectores de El extranjero, que la vida de Meursault carecía del menor aliciente y que su actitud era la de un nihilista sumido en la más absoluta indiferencia ante todo. También se apuntaba que su alma era de piedra. Sin embargo, es un preciso observador del cielo, del mar, de la playa y de las estrellas; no deja pasar la oportunidad para referirse a ellos con un sentimiento nada simple que transita por la delectación, el asombro o la mera información. Esas referencias a la naturaleza, con todo, alcanzan su máxima atención cuando está en la prisión; a través del ventano alcanza a ver el mar. El sol, ambivalente signo de luz y de tragedia, es una especie de genio maligno que anuncia la desgracia. En la mañana del aciago domingo, ya Marie le dice riendo que tiene cara de entierro y, cuando llegan a la calle, siente «bruscamente el día, ya a pleno sol, como una bofetada». El sol, el calor, la roja arena enmarcan, ¿y propician?, el fatal desenlace. Una muestra: «cuando Raymond me dio su revólver, el sol resbaló encima. Permanecimos, sin embargo, inmóviles como si todo se hubiese cerrado en torno nuestro. Nos mirábamos sin bajar los ojos y todo estaba detenido aquí entre el mar, la arena y el sol, doble silencio de la flauta y el agua. Pensé en ese momento que se podía disparar o no disparar». Los árabes se van y ellos emprenden la vuelta a la casa, pero él regresará a la escena que será la del crimen.


 
  Por lo demás, en su vida diaria, mantiene buenas relaciones con quienes le rodean. Cumple con el rito social del entierro, a pesar de que su madre «sin ser atea, jamás había pensado en la religión cuando vivía», trabaja duro en la oficina, el jefe lo quiere promocionar, va al cine con su compañero de trabajo, Emmanuel, aunque después le tenga que explicar la película, siente curiosidad por esa mujercita que cena cerca de él hasta el punto de seguirla cuando ella sale del restaurante, entre cuyo dueño, Celeste, y él hay una mutua simpatía, escucha con paciencia a Salamano cuando le cuenta su vida y su relación con el perro desaparecido, aprueba ser camarada de Sintes, de no muy buena reputación en el barrio ni mejor conducta con su amante; al mismo Sintes, cuando está dispuesto a disparar contra el árabe, evita contradecirlo directamente, pero no se calla un mensaje de contención -«pensé que si le decía que no se excitara más dispararía ciertamente. Le dije solo: "todavía no te ha hablado. No estaría bien disparar así"»-. Con Marie se siente bien, vive la sensualidad del mar y del abrazo, disfruta del cine y del paseo con ella, la siente hermosa e incluso se casaría con ella, pero cuando ella le pregunta si la quiere responde que «nada significa eso, pero que ciertamente no la quería. "¿Por qué te casarías entonces conmigo?", dijo ella. Le expliqué que la cosa no tenía importancia alguna, pero que si ella lo deseaba podíamos casarnos. [...] Comentó ella que el matrimonio era una cosa seria. Respondi: "No". Se calló un momento y me miró en silencio. Después habló. Quería simplemente saber si habría aceptado la misma proposición de otra mujer, a la que hubiese estado unido de igual modo. Le dije: "naturalmente"».
 
  Singular relevancia cobran en distintos momentos de la novela las tardes, ese momento privilegiado del día que, desafanados de la tarea laboral y de las exigencias cotidianas, nos lleva al paseo curioso y expectante antes de sumirnos en la oscuridad de la noche y en el reposo reparador. Es así como Meursault, a la vuelta del juzgado rumbo a la cárcel y en el coche celular, lo evoca en claro contraste con la asfixia del tribunal: «Se levantó la sesión. Al salir del Palacio de Justicia para subir al coche, reconocí por un breve momento el olor y el color de la tarde de verano. En la oscuridad de mi prisión móvil, volví a encontrar uno a uno, como desde el fondo de mi cansancio, todos los ruidos familiares de una ciudad que amaba y de una cierta hora en la que solía sentirme contento. El grito de los vendedores de periódicos en el aire ya sosegado, los últimos pájaros en la plazoleta, el reclamo de los mercaderes de bocadillos, el lamento de los tranvías en los altos virajes de la ciudad y este rumor del cielo antes de que la noche caiga sobre el puerto, todo recomponía para mí un itinerario de ciego, que conocía perfectamente antes de entrar en la cárcel. Sí, era la hora en la que, hacía ya mucho tiempo, me sentía feliz. Lo que me esperaba entonces era un sueño ligero y sin imágenes. Y, no obstante, algo había cambiado, pues en la espera del siguiente día, fue mi celda lo que volví a encontrar. Como si los caminos familiares trazados en los cielos del estío pudieran llevar lo mismo a las prisiones que a los sueños inocentes». También suben hasta su celda los sonidos de la tarde y piensa «no, no había solución y nadie puede imaginar lo que las tardes son en las prisiones». 
  La naturaleza, la amistad, la ciudad. Y los principios, o, para ser más precisos, el principio: la verdad. Meursault, ese es su problema con el entramado judicial, con su jefe o con la misma Marie, no hace concesiones. No finge ante el abogado de oficio -«me preguntó si le podía decir que aquel día (el del entierro de su madre) había reprimido mis sentimientos naturales-. Dije: "No, porque es falso". Y me miró de forma extraña, como si le inspirara un poco de repugnancia». No finge ante el juez, ni ante el fiscal, ni ante el capellán.

  Es en el fiscal en el que me detengo. A lo largo de su interrogatorio despliega ante el jurado toda una batería argumentativa para pedir, finalmente, la pena de muerte del acusado. Batería que tiene una única piedra angular: el acusado no tiene alma humana y su corazón es el de un criminal. Insistiendo una y otra vez en el comportamiento de Meursault antes y después del entierro de su madre, lo acusa del estar coludido con su vecino, un lenón cualquiera; no hay disculpa para él, es una persona inteligente, como lo prueba su desempeño como oficinista, no tiene, sin embargo, rasgos humanos. En definitiva, «decía que, en realidad, yo no tenía alma en absoluto y que nada humano, ni uno solo de los principios morales que custodian el corazón de los hombres me era accesible. "Ciertamente -añadía-, no sabríamos qué reprocharle. Lo que no ha sabido adquirir, no podemos quejarnos de que le falte. Pero cuando se trata de este tribunal, la virtud enteramente negativa de la tolerancia ha de transformarse en la menos fácil, pero más elevada de la justicia. Sobre todo cuando el vacío del corazón tal y como se descubre en este hombre se convierte en un abismo donde la sociedad podría sucumbir". Habló entonces de mi actitud hacia mamá. Repitió lo que ya había dicho durante los debates». De hecho, al día siguiente será juzgado un parricida y considera a Meursault culpable de ese crimen, pues «siempre según él, un hombre que mataba moralmente a su madre se sustraía de la sociedad de los hombres tanto como el que levantaba una mano asesina sobre el autor de sus días».
 
  ¿Por qué desata Meursault esa incontenible ira, ese inmisericorde desprecio? A mi juicio, Meursault significa la total y absoluta ruptura con el espíritu geométrico propio del fiscal que se encarga de concretar los valores de una sociedad. Su razón totalizadora, puesto que sentado el precedente ya todo se deduce de él sin dejar lugar al matiz o a la excepción, se convierte en una razón absoluta que exige apartar de la sociedad a quien no se siente ligado a ella de la manera que ella, encarnada en el aparato judicial cuya clave es él mismo, quiere ser reconocida. No parece más que Meursault molesta a los estamentos que se erigen en celosos guardianes de los valores que deben regir la sociedad. En realidad, como él mismo se percata de ello, no lo juzgan a él, juzgan lo que creen que es su alma al deducirla de los diversos hechos que encadenan y traman con toda lógica, pero sin atinar ni comprender que un ser humano es más que la suma de sus partes, pues juntas dan un todo.

  En definitiva, Meursault es condenado por el abogado de oficio, por el juez, por el fiscal, por el capellán y por el jurado, porque esos representantes de la sociedad, al igual que los periodistas que asisten al juicio, no pueden soportar que alguien como él, que mató a un hombre sin razón alguna, desvele, sin embargo, con su descarnada sinceridad la tramoya de hipocresía que sostiene sus vidas al enarbolar como seña de identidad en los seres humanos unos sentimientos que son más una pantalla de buenas intenciones que ningunos afectos reales, auténticos, profundos."


Y otro día nos merecerá también la pena -dadas las actuales peripecias de distopía [realizada] que vamos (vi)viendo cada vez más, última mente...- volver atención sobre algún otro texto breve pero impagable del ramillete conservado por este Volumen Conmemorativo aquí ahora citado; por ejemplo para dar cuenta del comentario, asimismo muy pertinente con la viral actualidad, titulado "Lectura de 'Contra la censura' a propósito del caso Zapata"...  
 
 



4 comentarios:

  1. UNA PERSONA DE CARÁCTER

    Bien humorado. Lejos de añadir gravedad a la existencia, JUAN la aligeraba, Nos reíamos, incluso a nuestra costa. Su recuerdo siempre me dibuja una sonrisa. Sus dos patrias, sin territorio, eran la amistad y el estudio. De las dos tuve la suerte de ser su compatriota.

    Buen amigo, en el sentido senequiano de la palabra: enteramente confiable. Entrañable. De conversación placentera, estimulante, y de silencios cómodos. Acogedor. Me dio cálido cobijo, tras una ruptura, en su casa en San Sebastián, como lo hizo en México las repetidas veces que estuve allí. Me introdujo además a sus nuevos amigos (se hacía querer allá donde iba). Cultivaba cuidadosamente la amistad. La lejanía no era obstáculo. Desde México, si yo no lo hacía, no tardaba en llamar por teléfono para tener noticias y «platicar». Y lo hacíamos olvidando el tiempo. También trasfronterizo en lo intelectual. Abierto al razonamiento, aun adverso. Lector y estudioso infatigable. Aunque fi- lósofo de profesión, lo suyo eran las incursiones en distintas áreas del conocimiento, sin encastillarse en ninguna, sino más bien interpolinizándolas. Se definía, en broma, como un «todólogo por la diversidad de sujetos de estudio a los que le llevaba su curiosidad. No afincado en el coto que caracteriza al especialista, aunque suficientemente adentrado en los campos que exploraba como para sacar lección provechosa. Y siempre de fondo, su frecuentado Rafael Sachez Ferlosio, de quien destacaba significativamente, a modo de compendio ético, su reivindicación, frente al «personaje de destino» del personaje que carece de él, del «personaje de carácter», definido por «un vivir desembargado frente al orientado por el punto focal a que se somete toda la actividad de quien lo practica».

    Juan Carlos Rodríguez (director de su tesis 'Visión ética, jurídica y religiosa en la polémica entre Las Casas y Sepúlveda')

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  2. El güelo llegó a la meta,
    con su más de 1 Siglo...
    Descansa por fin, desde
    24/1, después del haber
    vivido solo en la jornada
    previa un nimio fallo por
    el que acabara fuerzas...
    Pero la noche antes aún
    se le veía disfrutar algo y
    tras del último pasearlo a
    inspeccionar nevada calle
    dijo que 'merecía la pena',
    por los esfuerzos hechos,
    destacando que nunca es
    miedo lo que nos motiva.

    (Medio siglo antes había
    sido Matanza de Atocha)

    Y -así- lo recordaremos...

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  3. "En mi pueblo, sin pretensión/
    tengo mala reputación/ haga
    lo que haga, es igual,/ todo lo
    consideran mal./ Yo no pienso
    pues hacerles ningún daño/
    queriendo vivir fuera del rebaño

    No, a la gente no le gusta que/
    uno tenga su propia fe..." [Hoy,
    como hace 40 años: ¡tampoco!]
    https://www.youtube.com/watch?v=y4DvvTZXhl4

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  4. Han citado este artículo en la sesión de la tertulia sobre Librepensamiento, del Ateneo madrileño, celebrada el último sábado; ver https://duendesatiricodelasnoches.blogspot.com/2021/03/sobre-libre-pensamientos-hoy-tertulias.html?showComment=1616547837246#c3616067217612320599
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