jueves, 21 de marzo de 2013

Día Mundial, de Poesía hoy es, ajeno al súper mercado: algo hay en mi Cabeza, yo no soy...


   
          Paseando por Sta. Luzia, belleza primaveral entre ruinas, bajo la Peña de Francia...         

'Somos incapaces, igual, de ver la nada donde surgimos y el infinito que nos engulle' 
(Blaise Pascal)

¡Mirémonos bien en un espejo! Detrás de nuestro magnífico aspecto... “se agitará el oculto universo con una maquinaria interconectada incluyendo su complejo andamiaje de huesos entrelazados, las retículas de músculos y tendones, gran cantidad en fluidos especializados, y colaboración de los órganos internos que funcionan entre oscuridades por la vida mantenernos.
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Una lámina de fina materia sensorial auto-curativa y de alta tecnología que denominamos piel recubre sin costuras su maquinaria en un envoltorio agradable. Y luego está su cerebro con los 1,200 kilogramos del material más complejo que se ha descubierto en todo el universo: éste será el centro de control de la misión que dirige todas las operaciones, recogiendo mensajes a través de pequeños portales en el búnker blindado del cráneo.
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Su cerebro está compuesto por cientos de miles de millones de células llamadas neuronas o glías, cada cual tan complicada como una ciudad; y cada una conteniendo todo el genoma, lo que hace circular miles de millones de moléculas por intrincadas economías. Cada célula manda impulsos eléctricos a otras, en ocasiones hasta cientos de veces por segundo. Si representara estos miles y miles de billones de pulsos en el cerebro mediante solo fotones de luz, el resultado obtenido sería cegador.
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Las células se conectan unas con otras en redes de sorprendente complejidad, tanto que nuestro lenguaje resultaría insuficiente y necesita nuevas expresiones matemáticas. La neurona típica lleva a cabo hasta unas 10.000 conexiones con sus adyacentes. Y contando cómo disponemos de miles de millones de neuronas, eso significa que hay tantas conexiones para solo uno de sus centímetros cúbicos del tejido cerebral como estrellas en toda la galáctica Vía Láctea.
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Ese órgano de 1 kilo y 200 gramos –que hay en el cráneo, con su rosácea consistencia de gelatina– es un material computacional cuya naturaleza nos es ajena. Se compone de partes en miniatura que se configuran a sí mismas, y supera con creces cualquier cosa que se nos haya ocurrido construir. De manera que si alguna vez se siente perezoso o aburrido, anímese: es usted el ser más ajetreado y animado del planeta.
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La nuestra es una historia increíble. Que sepamos, somos aquel único sistema del planeta tan complejo que ha emprendido la tarea de descifrar el propio lenguaje de programación: imagínese si un ordenador de mesa comenzara controlando sus propios dispositivos periféricos, se quitara tapas y dirigiera la webcam hacia su propio sistema de circuitos. Así somos.
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Y lo descubierto escrutando el interior del cráneo figura entre los logros intelectuales más importantes de nuestra especie: esos reconocimientos de que las innumerables facetas de nuestro comportamiento, pensamientos y experiencias van inseparablemente ligadas a una inmensa y húmeda red electroquímica denominada sistema nervioso. Tal maquinaria se ve como algo totalmente ajeno a nosotros; y sin embargo, de algún modo, eso es nosotros (…)
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Lo primero aprendido al estudiar nuestros propios circuitos es muy simple: de lo que hacemos, pensamos y sentimos, casi nada bajo control nuestro consciente queda. Inmensos laberintos neuronales aplican sus propios programas. El consciente –ese yo que poco a poco vuelve al vivirse cuando despierta por la mañana– es aquel fragmento más pequeño de lo que ocurre en tu cerebro. Aunque dependamos de su funcionamiento para nuestra vida interior, él actúa por su cuenta. Casi todas sus operaciones quedan fuera de cualquier acreditación de seguridad por la consciencia mental. El yo simplemente no tiene derecho de entrada.
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Como algún diminuto polizón en el transatlántico, es nuestra conciencia, y se lleva los laureles del viaje sin reconocer la inmensa obra de ingeniería que hay debajo (…) Los cerebros se dedican a reunir información y guían nuestros comportamientos de manera adecuada. Tanto da que la conciencia participe o no en su tomar decisiones. Y casi nunca participa; si hablamos de ojos dilatados, celos, atracción, afición a las comidas grasas, una gran idea que tuvimos esta semana, la conciencia es lo que menos pinta en las operaciones del cerebro.
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Todos nuestros cerebros van en piloto automático casi siempre, y la mente consciente tiene muy poco acceso a la gigantesca y misteriosa fábrica que funciona debajo: lo ves cuando tienes ya el pie a mitad de camino del freno antes de ser consciente de cómo un Toyota rojo está saliendo marcha atrás del parking en la calle por donde circulas; o si oíste pronunciar tu nombre desde una conversación que tiene lugar por la otra punta de la habitación y que creías no estar escuchando; o cuando encuentras atractivo a alguien sin saber cómo; o porque tu sistema nervioso te manda unas «corazonadas» acerca del qué deberías elegir.
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El cerebro es un sistema complejo, pero eso no significa que sea incomprensible. Nuestros sistemas nerviosos han sido modelados por la selección natural para solventar problemas con los que nuestros antepasados se toparon durante la historia evolutiva de nuestra especie. Su cerebro ha sido moldeado por presiones evolutivas, del mismo modo que su bazo y sus ojos. La conciencia se desarrolló por tener ventajas, pero sólo en unas cantidades limitadas (…)
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Cuando una idea sale a escena, su circuito nervioso lleva horas, días o años trabajando en ella, consolidando información y probando nuevas combinaciones; mas Vd. se lo atribuye sin pararse a pensar en la inmensa maquinaria oculta que hay entre bastidores. ¿Y quién puede culparle por ello? El cerebro llevó a cabo sus maquinaciones en secreto, haciendo aparecer ideas como si fuera pura magia. No permite que su colosal sistema operativo sea explorado por cognición consciente: todo es dirigido de incógnito. Así pues, ¿quién merece que se le atribuya el mérito por una gran idea?
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En 1862, el matemático escocés James C. Maxwell desarrolló una serie de cuestiones fundamentales que unificaron electricidad y magnetismo. En el lecho de muerte llevó a cabo una extraña confesión, declarando que «algo del interior» descubrió su famosa ecuación, no él. Admitió que no tenía ni idea de cómo se le habían ocurrido «las ideas, simplemente vienen». William Blake relató una experiencia parecida al afirmarnos del largo texto narrativo ‘Milton’: «Escribí este poema obedeciendo el imperioso dictado de 12 ó incluso 20 versos a la vez, sin premeditación e incluso contra mi voluntad» (…)
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Tal como lo expresó Carl Jung: «En cada uno de nosotros hay otro al que no conocemos». O según los Pink Floyd: «Hay alguien en mi cabeza, pero no soy yo». Casi nada de lo que ocurre en nuestra vida mental está bajo control consciente; y, la verdad, será mejor si es así. La conciencia puede atribuirse todo el crédito que quiera, pero que al margen vaya de casi todas las decisiones tomadas en el cerebro es mejor. Cuando entrométesenos con detalles que no entiende, la operación es menos eficaz. Una vez te pones a pensar en dónde colocar los dedos sobre las teclas del piano, te vuelves incapaz de interpretar la pieza.
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Entregue a un amigo 2 rotuladores –1 en cada mano– y pídale que firme su nombre con la derecha y al mismo tiempo hacia detrás (invertido) por la izquierda. Descubrirá rápidamente que sólo hay una manera de hacerlo, no pensando: al excluir interferencia consciente, sí puede realizarse complejo movimiento (especular) sin problema ninguno para sus manos, pero si piensa en esas acciones, la labor se enreda rápidamente con una maraña de trazos vacilantes. Así pues, lo mejor es no invitarle a la conciencia ante casi ninguna fiesta. Cuando consiga colarse, generalmente será la última en recibir las informaciones (…)
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Por ello, nadie necesita ser consciente de todo él para llevar a cabo cualquier sofisticado acto motor: puede darse cuenta clara cuando esquiva una rama que viene lanzada hacia usted antes de ser consciente de su existencia, o cuando ya se ha puesto en pie de un salto antes de ser consciente de que está sonando el teléfono. La mente consciente no se halla en el centro de acción del cerebro, sino más bien por un borde lejano, y no oye más que susurros de su actividad (…)
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Un par de siglos más tarde del caso, Johann W. von Goethe conmemoraba lo inmenso en el descubrimiento hecho por Galileo (1564-1642):
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'De todos los descubrimientos y opiniones, ninguno ha tenido más influencia en el espíritu humano. (...) Apenas acabábamos de conocer el mundo como un lugar redondo y completo en sí mismo cuando se nos pidió que renunciáramos al tremendo privilegio de ser el centro del universo (...) Quizás nunca se le había exigido tanto a la Humanidad, ¡pues a causa de admitirlo muchas cosas desaparecieron! ¿Qué fue de nuestro Edén, nuestro mundo de inocencia, piedad y poesía; el testimonio de los sentidos; la convicción de una fe poético-religiosa?
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No es de extrañar que sus contemporáneos no desearan que todo esto desapareciese y ofrecieran toda la resistencia posible a una doctrina que para sus conversos autorizaba y exigía una libertad de opinión y una grandeza de pensamiento desconocidas hasta entonces, y con las que no se había soñado jamás...'
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¿Por qué Giordano Bruno fue exterminado aun en 1600 antes de que pudiese hablar? ¿Cómo es posible que un hombre con el genio de Galileo acabara encadenado en el suelo de una mazmorra? Es evidente que no todo el mundo aprecia que se dé un posible cambio radical en la visión del mundo.
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(…) Aun cuando resulte muy inverosímil la existencia de vida en otros planetas –digamos que las probabilidades son menos de 1 entre 1.000.000.000–, podemos seguir esperando que surjan miles de millones de ellos. Y si sólo hay 1 probabilidad entre 1.000.000 de que cada cual produzca niveles en inteligencia significativos (por ejemplo, mayores que unas bacterias del espacio), eso seguiría indicando que acaso haya millones de planetas con criaturas que se relacionan en civilizaciones inimaginablemente extrañas. Y de tal modo, el desplazamiento del centro abrió nuestras mentes ante algo mucho más vasto (…)
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A Sto. Tomás de Aquino (1225-1274) le gustaba creer que las acciones humanas procedían de la reflexión acerca de lo que es bueno. Pero no podía evitar observar todas las cosas que hacemos teniendo poca relación con lo razonado (como por ejemplo el hipo, llevar inconscientemente ritmo con un pie, la risa repentina ante chistes, etc.) y relegó todo eso a una categoría distinta de las acciones humanas propiamente dichas al ser «actos no procedentes de reflexión por la razón».
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Nadie regó esta semilla hasta 4 siglos después, cuando el erudito Gottfried W. Leibniz propuso que la mente es una combinación de partes accesibles e inaccesibles. De joven, compuso en una sola mañana 300 hexámetros latinos; e inventó luego el cálculo, un sistema numeral binario, varias escuelas nuevas de filosofía, teorías políticas, hipótesis geológicas, las bases para tecnologías de la información, una ecuación para la energía cinética, y primeras semillas en la idea de separación entre software y hardware.
Mientras todas estas ideas brotaban de él, comenzó a sospechar –al igual que Maxwell, Blake y Goethe– que quizá en su interior había cavernas más profundas e inaccesibles. Leibniz (1646-1716) sugirió que hay percepciones de las que no somos conscientes, y las denominó ‘petites perceptions’: otros animales poseen algunas percepciones inconscientes, conjeturó; así pues, ¿por qué no las iban a tener los seres humanos? 
«Las percepciones insensibles son importantes [para ciencia de la mente humana], tanto como los corpúsculo insensibles en las ciencias naturales», concluía: sugirió también que hay actividades o tendencias («apetitos») de los cuales no tenemos conciencia, pero impulsando sin embargo nuestras acciones, como clave para explicar por qué los humanos se comportan según hacen; y lo dejó escrito con entusiasmo en ‘Nuevos ensayos sobre el entendimiento humano’, libro hasta casi medio siglo después de su muerte no editado, en 1765...
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Con este telón de fondo, un médico llamado Ernst H. Weber (1795-1878) se interesó en aplicar al estudio de las mentes todo el rigor de la «psicofísica» (…) Por primera vez las percepciones comenzaron a medirse científicamente, y surgieron primeras sorpresas. Se había creído evidente que los sentidos nos daban representación exacta del mundo exterior, pero (…)
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En 1833 el fisiólogo alemán Johannes P. Müller observó algo desconcertante. Si dirigía una luz al ojo, ejercía presión sobre él o estimulaba eléctricamente sus nervios, las sensaciones de visión eran parecidas; es decir, se tenía sensación de luz, siempre. O sea, si el sistema nervioso dice que hay algo «ahí fuera» –por ejemplo, aquella luz– lo mismo se cree, independientemente de cómo y desde qué llegue la señal.
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Ya estaba dispuesto todo el escenario para que la gente considerara un hecho el que los cerebros físicos están relacionados con su percepción. Y en 1886, después de que tanto Weber como Müller estuvieran muertos, el estadounidense J. McKeen Cattell publicó un ensayo titulado 'The Time Taken up by Cerebral Operations’. Sus muy sencillas mediciones constituyeron el presagio sobre un cambio de paradigma.
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(…) Al dejar los estímulos iguales pero cambiar la tarea, podía medir cuánto más se tardaba en tomar una decisión. Es decir, el tiempo del pensamiento, y lo propuso como una manera directa del establecer correspondencias entre cerebro y mente. Escribió que tal experimento sencillo proporciona «una demostración más contundente del completo paralelismo entre los fenómenos físicos y mentales; muy poca duda cabe de que nuestro cálculo mide cambio al mismo tiempo del cerebro y en la conciencia».
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Dentro del espíritu del siglo XIX, el descubrimiento del cómo lleva su tiempo reafirmó que -al igual de otros aspectos del comportamiento- el proceso de pensar no es pura magia; sino, más bien, tiene base mecánica (…)
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Al mismo tiempo que Charles Darwin publicaba su revolucionario ‘El origen de las especies’ (1859), un niño con 3 años nacido en Moravia se trasladó a Viena junto a su familia: Sigmund Freud crecería con una flamante visión darwiniana del mundo, según la cual el hombre no es distinto de cualquier otra forma de vida, y la atención científica podía dirigirse sobre el complejo tejido del comportamiento humano (…)
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Tras examinar atentamente a sus pacientes, Freud comenzó a sospechar que las variedades del comportamiento humano eran explicables sólo en términos de procesos mentales invisibles, de la maquinaria que actuaba entre bastidores; y así, al concebir ahora el cerebro como una maquinaria, concluyó que debían de existir causas subyacentes a las que no podíamos acceder. Desde esta nueva perspectiva, la mente no tan sólo equivale a su lado consciente, con lo que convivimos familiarmente; más bien es como un iceberg, la mayor parte de cuya masa queda oculta (…)
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A mediados del siglo XX, los pensadores comenzaron a darse cuenta de que sabemos muy poco de nosotros: no estamos en el centro de nosotros mismos, sino más bien –al igual que la Tierra de su Vía Láctea, y ésta del Universo– por algún borde lejano, y nos enteramos muy poco de lo que ocurre.

Las intuiciones de Freud sobre el cerebro inconsciente fueron acertadas, pero vivió décadas antes del moderno florecer de la neurociencia. Ahora podremos escudriñar el cráneo humano a muchos niveles, desde los picos eléctricos en células aisladas a pautas de activación que atraviesan los vastos territorios de nuestro interior, del cerebro…”
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(David Eagleman: INCOGNITO. The secret Lives of the Brain, 2011-2013)
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2 comentarios:

  1. ¡Sí, ahí dentro hay algo muy claro, e inapagable. Y no soy solo yo!

    Ved y oíd también -del mismo primaveral Día de las Poesías- esta canción "Hermano, dame tu mano", por Belén García Nieto, dentro del recital anteayer celebrado con el Observatorio sobre Renta Básica sobre 'Poesía en tiempos del despido libre' (y habrá más después)... = http://vimeo.com/62450206

    Pero por favor, ¿no hay edición traducida del libro de Eagleman?

    Gracias

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  2. El texto de David Eagleman estaba solo en inglés desde hace 2 años...

    Ahora ya lo tendremos traducido, en la editorial Anagrama: "Las vidas secretas del cerebro".

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