"...Gaza se convirtió en una zona SIN LEY, con escasa supervisión militar efectiva y casi ninguna rendición de cuentas por parte de los soldados. Llegamos a librar una guerra sin plazo, sin objetivos alcanzables, sin una estrategia de salida: un statu quo que socava la idea de un Estado moderno (...) Si continuamos por este camino y tomamos el control permanente de Gaza, no quedará NADA de la frágil visión de una democracia liberal que una vez definió a este estado (...) En el momento en que la fuerza se convierte en un fin en sí misma, trae SÓLO DESTRUCCIÓN (...) La verdadera pregunta es por qué Israel abandona la mesa de negociaciones (...) El gobierno sigue vendiendo al público un objetivo vano —la "victoria total"— como si se tratara de una estrategia en lugar de marketing. Cualquiera con los ojos bien abiertos sabe cómo todo eso ES MENTIRA: Hamás, como organización gobernante o militar, lleva mucho tiempo derrotado (...) Es evidente para todos que esta guerra terminará con un acuerdo. Cada retraso lleva MÁS BAJAS, mayor probabilidad de que los rehenes no regresen con vida y un mayor deterioro de la posición de Israel ante los mediadores y socios internacionales (...) Los ministros no pagan ningún precio. Nosotros, los soldados y tantos otros, sí pagamos (...) ser valiente hoy significa detenerse, decir "Basta". Con MÁS DE 60.000 palestinos, en su mayoría civiles, muertos, según las autoridades sanitarias de Gaza, y una hambruna creciente en el territorio, con rehenes israelíes languideciendo durante casi 2 años, esta guerra ha traspasado todas las fronteras. Ya no vale la pena alcanzar ningún objetivo prolongando la guerra..."
(Yotam Vilk, capitán de reserva en las IDF que sirvió en Gaza y se ha negado a regresar)
Fue el historiador árabe Ibn Jaldún quien, mediado el siglo XIV, observó en su «Muqaddimah» que si bien «el desierto es la base y reserva de la civilización y las ciudades», los beduinos solían aspirar a la vida sedentaria urbana en tanto que los ciudadanos se desentendían de la naturaleza. El contraste entre lo rural y lo urbano se ha desarrollado así durante siglos, aunque sólo en nuestro tiempo se ha llegado al extremo de casi anular el primero para acentuar el segundo. En España, la población rural apenas llega al 16 por ciento del total, aunque su hábitat se extiende sobre más de las cuatro quintas partes del territorio. Las ciudades han vaciado una gran parte de su entorno, ensanchando su poder de atracción y desvinculando a sus moradores de su fundamento civilizatorio. Es en este contexto en el que, en las últimas décadas, el ecologismo radical ha encontrado el medio para imponer un supuesto conservacionismo que pugna por dejar a la naturaleza que siga su curso sin ninguna intervención, poniendo así tabas a la cultura rural, a su manejo de los recursos y a su habilidad para obtener un rendimiento de la tierra. Hoy el medio agrario desaparece bajo el influjo de unas instalaciones energéticas «renovables» que no le ofrecen nada para su desarrollo, al contrario de lo que hicieron los embalses que, si bien ahogaron valles y pueblos, proporcionaron el agua para los cultivos de regadío y el aumento de la producción de alimentos. Pero ahora la política agraria propugna su abandono ofreciendo rentas para no producir nada, en la confianza de que podremos importar barato lo que comemos -terrible credulidad ésta que puede llevarnos al hambre en el convulso siglo en el que vivimos, cuando los tambores de guerra resuenan con alarmante insistencia-. De este modo la cultura rural experimenta un borrado orwelliano que convierte a la especulación conservacionista en única verdad. Las ciudades se expanden así glamurosas, con sus parques y jardines, remedo de la naturaleza, hasta que ésta, como hemos vivido en estos días agosteños en los que quiebra el verano, dejada a su suerte, estalla en los colores del incendio y propaga la humareda que ahoga a sus habitantes.
"Si acaso hubiese algún grupo para quienes no están seguros de tener razón, perteneceríamos a él; pues toda idea equivocada termina en derramamiento de sangre, pero siempre la de otros..." (Albert Camus)
"...Gaza se convirtió en una zona SIN LEY, con escasa supervisión militar efectiva y casi ninguna rendición de cuentas por parte de los soldados. Llegamos a librar una guerra sin plazo, sin objetivos alcanzables, sin una estrategia de salida: un statu quo que socava la idea de un Estado moderno (...) Si continuamos por este camino y tomamos el control permanente de Gaza, no quedará NADA de la frágil visión de una democracia liberal que una vez definió a este estado (...) En el momento en que la fuerza se convierte en un fin en sí misma, trae SÓLO DESTRUCCIÓN (...) La verdadera pregunta es por qué Israel abandona la mesa de negociaciones (...) El gobierno sigue vendiendo al público un objetivo vano —la "victoria total"— como si se tratara de una estrategia en lugar de marketing. Cualquiera con los ojos bien abiertos sabe cómo todo eso ES MENTIRA: Hamás, como organización gobernante o militar, lleva mucho tiempo derrotado (...) Es evidente para todos que esta guerra terminará con un acuerdo. Cada retraso lleva MÁS BAJAS, mayor probabilidad de que los rehenes no regresen con vida y un mayor deterioro de la posición de Israel ante los mediadores y socios internacionales (...) Los ministros no pagan ningún precio. Nosotros, los soldados y tantos otros, sí pagamos (...) ser valiente hoy significa detenerse, decir "Basta". Con MÁS DE 60.000 palestinos, en su mayoría civiles, muertos, según las autoridades sanitarias de Gaza, y una hambruna creciente en el territorio, con rehenes israelíes languideciendo durante casi 2 años, esta guerra ha traspasado todas las fronteras. Ya no vale la pena alcanzar ningún objetivo prolongando la guerra..."
ResponderEliminar(Yotam Vilk, capitán de reserva en las IDF que sirvió en Gaza y se ha negado a regresar)
Fue el historiador árabe Ibn Jaldún quien, mediado el siglo XIV, observó en su «Muqaddimah» que si bien «el desierto es la base y reserva de la civilización y las ciudades», los beduinos solían aspirar a la vida sedentaria urbana en tanto que los ciudadanos se desentendían de la naturaleza. El contraste entre lo rural y lo urbano se ha desarrollado así durante siglos, aunque sólo en nuestro tiempo se ha llegado al extremo de casi anular el primero para acentuar el segundo. En España, la población rural apenas llega al 16 por ciento del total, aunque su hábitat se extiende sobre más de las cuatro quintas partes del territorio. Las ciudades han vaciado una gran parte de su entorno, ensanchando su poder de atracción y desvinculando a sus moradores de su fundamento civilizatorio. Es en este contexto en el que, en las últimas décadas, el ecologismo radical ha encontrado el medio para imponer un supuesto conservacionismo que pugna por dejar a la naturaleza que siga su curso sin ninguna intervención, poniendo así tabas a la cultura rural, a su manejo de los recursos y a su habilidad para obtener un rendimiento de la tierra. Hoy el medio agrario desaparece bajo el influjo de unas instalaciones energéticas «renovables» que no le ofrecen nada para su desarrollo, al contrario de lo que hicieron los embalses que, si bien ahogaron valles y pueblos, proporcionaron el agua para los cultivos de regadío y el aumento de la producción de alimentos. Pero ahora la política agraria propugna su abandono ofreciendo rentas para no producir nada, en la confianza de que podremos importar barato lo que comemos -terrible credulidad ésta que puede llevarnos al hambre en el convulso siglo en el que vivimos, cuando los tambores de guerra resuenan con alarmante insistencia-. De este modo la cultura rural experimenta un borrado orwelliano que convierte a la especulación conservacionista en única verdad. Las ciudades se expanden así glamurosas, con sus parques y jardines, remedo de la naturaleza, hasta que ésta, como hemos vivido en estos días agosteños en los que quiebra el verano, dejada a su suerte, estalla en los colores del incendio y propaga la humareda que ahoga a sus habitantes.
ResponderEliminarMikel Buesa (30/8/25, en 'La Razón')