"Cuando era una niña, en la década de 1980, mis padres me enviaron a una escuela Waldorf en Inglaterra. En esa época, por allí se desaconsejaba a los padres que permitieran a sus hijos ver demasiada televisión y, en cambio, les decían que hicieran hincapié en la lectura, el aprendizaje práctico y jugar al aire libre. En aquel momento me molestó esta restricción. Pero quizá tuvieran razón: hoy no veo mucha televisión y sigo leyendo mucho.
Sin embargo, desde mi época en la escuela, se ha impuesto una nueva forma de tecnología mucho más insidiosa y tentadora: Internet, sobre todo a través de los teléfonos celulares. Hoy sé que tengo que guardar el teléfono en una gaveta o en otra habitación si necesito concentrarme durante más de unos minutos.
Desde que hace aproximadamente un siglo se inventaron los llamados tests de inteligencia, hasta hace poco, las puntuaciones internacionales de coeficiente intelectual (CI) subían de manera constante en un fenómeno conocido como 'efecto Flynn'. Pero hay pruebas de que nuestra capacidad para aplicar ese poder cerebral está disminuyendo.
Según un informe reciente, las puntuaciones de alfabetización de los adultos se nivelaron y empezaron a descender en la mayoría de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) en la última década, y algunos de los descensos más dramáticos se observaron entre los más pobres. Los niños también muestran una alfabetización decreciente.
En un artículo publicado en el Financial Times, John Burn-Murdoch lo relaciona con el auge de una cultura post-alfabetizada en la que consumimos la mayor parte de los medios a través de los celulares, evitando los textos densos en favor de las imágenes y los videos cortos.
Otras investigaciones han asociado el uso de celulares con los síntomas del Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) en adolescentes, y una cuarta parte de los adultos estadounidenses encuestados sospechan ahora que podrían padecer esta condición. Los profesores de escuelas y universidades asignan menos libros completos a sus alumnos, en parte porque son incapaces de completarlos: en 2023 leyeron 0 libros casi la mitad de los estadounidenses.
La idea de que la tecnología está alterando nuestra capacidad no solo de concentración, sino también de lectura y razonamiento, está calando. Sin embargo, la cuestión para la que nadie está preparado es cómo esto puede estar creando otra forma de desigualdad.
Piensa en esto comparándolo con los patrones de consumo de comida basura: a medida que las chucherías ultra-procesadas se han hecho más accesibles e inventivamente adictivas, las sociedades desarrolladas han visto surgir una brecha entre quienes tienen los recursos sociales y económicos para mantener un estilo de vida sano y quienes son más vulnerables a la cultura alimentaria obesogénica. Esta bifurcación tiene una fuerte influencia de clase: en todo el Occidente desarrollado, la obesidad se ha correlacionado fuertemente con la pobreza. Me temo que lo mismo ocurrirá con la marea de la post-alfabetización.
La alfabetización a largo plazo no es innata, sino que se aprende, a veces laboriosamente. Como ha ilustrado Maryanne Wolf, académica de la alfabetización, adquirir y perfeccionar una capacidad de “lectura experta” de formato largo altera la mente: literalmente. Reconfigura nuestro cerebro, aumentando el vocabulario, desplaza la actividad cerebral hacia el hemisferio izquierdo analítico y perfecciona nuestra capacidad de concentración, razonamiento lineal y pensamiento profundo. La presencia de estas características a escala contribuyó a la aparición de la libertad de expresión, la ciencia moderna y la democracia liberal, entre otras cosas.
Los hábitos de pensamiento formados por la lectura digital son muy diferentes. Como muestra Cal Newport, experto en productividad, con su libro 'Céntrate' de 2016, el entorno digital está optimizado para la distracción porque diversos sistemas compiten por nuestra atención con notificaciones y otras exigencias. Las plataformas de las redes sociales están diseñadas para crear adicción, y el mero volumen de material incentiva intensos “bocados” cognitivos de discurso calibrados para la máxima compulsividad por encima del matiz o el razonamiento reflexivo. Los patrones de consumo de contenidos resultantes nos forman neurológicamente para hojear, reconocer patrones y saltar distraídamente de un texto a otro, si es que acaso utilizamos nuestros teléfonos para leer.
Cada vez más, el acto mismo de leer apenas parece necesario. Plataformas como TikTok y YouTube Shorts ofrecen una fuente inagotable de fascinantes videos cortos. Estos se combinan con memes visuales, noticias falsas, noticias reales, ciber-anzuelos, desinformación a veces hostil y, cada vez más, un torrente de contenido basura generado por la Inteligencia Artificial. El resultado es un entorno mediático que parece equivalente [del pasillo] de la comida basura para lo cognitivo y al que es tan difícil resistirse como a esos coloridos y poco saludables empaques de golosinas.
Un liberal clásico podría replicar: ¡claro, pero al igual que con la comida basura, depende del individuo tomar decisiones saludables! Sin embargo, lo que esto no tiene en cuenta es que, al igual que los efectos negativos sobre la salud del consumo excesivo de comida basura, los daños cognitivos de los medios digitales serán más pronunciados en la parte inferior de la escala socioeconómica.
Ya estamos viendo indicios de todo eso. Como señala Wolf, desde hace mucho tiempo está correlacionada la post-alfabetización con la pobreza. Ahora los niños pobres pasan más tiempo al día frente a las pantallas que los ricos: en un estudio de 2019, cerca de dos horas más al día para los preadolescentes y adolescentes estadounidenses cuyas familias ganaban menos de 35.000 dólares al año, en comparación con sus compañeros cuyos ingresos familiares superaban los 100.000 dólares anuales. Las investigaciones indican que los niños que están expuestos a más de dos horas al día de tiempo de pantalla recreativo tienen peor memoria de trabajo, velocidad de procesamiento, niveles de atención, habilidades lingüísticas y función ejecutiva que los niños que no lo están.
Sin rodeos: tomar decisiones cognitivas saludables es difícil. En una cultura saturada de formas de entretenimiento más accesibles y absorbentes, puede convertirse pronto en dominio de subculturas de élite la alfabetización prolongada...
Las élites, los grupos religiosos y los conservadores ya están adoptando límites autoimpuestos al uso de la tecnología. Entre 2019 y 2023, se abrieron en Estados Unidos más de 250 nuevas escuelas clásicas, muchas de ellas cristianas, con una ética centrada en alfabetización de “grandes libros” de formato largo. Abundan las nuevas guías e iniciativas de esta multitud, como el reciente libro 'The Tech Exit: a Practical Guide to Freeing Kids and Teens From Smartphones', de Clare Morell, miembro de un grupo de reflexión conservador.
No solo se trata de conservadores. Figuras notables de la tecnología como Bill Gates y Evan Spiegel han hablado públicamente de frenar el uso de pantallas para los hijos. Otros contratan niñeras a las que exigen que firmen contratos de “no teléfono”, o envían a sus hijos a escuelas Waldorf, donde esos dispositivos están prohibidos o fuertemente restringidos. Aquí la tijera de la clase social está muy afilada: la mayoría de las escuelas clásicas son instituciones de pago. Proteger a tus hijos del uso excesivo de dispositivos en la Escuela Waldorf de la Península te costará 34.000 dólares al año en los cursos de primaria.
Muchos estados de los Estados Unidos, entre ellos California, están restringiendo el uso de celulares por los alumnos, lo cual en teoría debería igualar las condiciones. Pero es optimista suponer que esas normas se aplicarán con la misma determinación en las escuelas privadas de salones pequeños con menos estudiantes que en las escuelas públicas masivas, por no hablar de los hogares de estos estudiantes.
Incluso más allá de Silicon Valley, algunas personas limitan la estimulación digital (como las redes sociales o los videojuegos) durante periodos de tiempo determinados como parte de la práctica de superación personal del ayuno de dopamina.
El enfoque 'ascético' de la salud cognitiva sigue siendo un nicho y se concentra entre los ricos. Pero a medida que las nuevas generaciones lleguen a la edad adulta sin haber vivido nunca en un mundo sin celulares, podemos esperar que la cultura se estratificará más cada vez. Por un lado, un grupo relativamente pequeño de personas conservará, y desarrollará intencionadamente, una mayor capacidad de concentración y razonamiento de larga duración. Por otro, una población general más amplia será efectivamente post-alfabeta, con todas las consecuencias que ello implica para la claridad cognitiva.
¿Qué ocurrirá si esto se cumple plenamente? Un electorado que ha perdido la capacidad de pensar [largo y tendido, al menos] resultará más tribal, menos racional, en gran medida desinteresado por los hechos o incluso por los registros históricos, estará más movido por las vibraciones que por argumentos convincentes y más abierto a ideas fantásticas y extrañas teorías conspirativas. Si esto te resulta familiar, puede ser una señal de lo lejos que ha llegado Occidente por este camino.
Para los operadores astutos, una población así ofrece nuevas oportunidades de corrupción. Los oligarcas que traten de moldear la política en su beneficio se beneficiarán del hecho de que pocos tendrán la capacidad de atención necesaria para seguir o cuestionar políticas en campos aburridos y técnicos; ahora lo que la mayoría quiere no es una investigación forense, sino un nuevo video corto que “humille” a la otra tribu. Podremos comprender cómo la clase gobernante se adapta, pragmática, al declive colectivo en capacidad racional del electorado; por ejemplo, conservando los rituales asociados a la democracia de masas, al tiempo que desplaza discretamente las áreas políticas clave fuera del alcance de una ciudadanía caprichosa y fácilmente manipulable. Yo no celebro esto, pero nuestra juventud nativa de la red parece no inmutarse: las encuestas internacionales muestran un apoyo decreciente a la democracia entre la Generación Z.
Para que quede claro:
· no hay razón para que la oportunidad de marginar al electorado o de arbitrar la brecha entre las vibraciones y la política favorezca especialmente a los equipos conservadores o a los progresistas. Este mundo post-alfabetizado favorece a demagogos que sabrían cambiar entre los lenguajes políticos de la élite y el populista de los memes.
· en las redes sociales todo favorece a los oligarcas con destreza y a los que tienen más seguridad en sí mismos que integridad; nada se favorece a los que tienen poco dinero, poco poder político y nadie que hable en su nombre."
(Mary Harrington: "Pensar se está convirtiendo en un lujo", 01/Ago/2025 - The New York Times)
CON LA IA SE VAN ABANDONANDO VALORES DE LA ILUSTRACIÓN
ResponderEliminar¿Provocará la Inteligencia Artificial una revolución intelectual tan profunda como la Ilustración? A los entusiastas les gusta afirmarlo, e incluso usan el término «2ª Ilustración» para describir lo que se podría generar (...) Al igual que los defensores de la IA, con su incesante discurso sobre una revolución inminente («la mayor reorganización del poder de la historia», según Mustafa Suleyman, director ejecutivo de IA de Microsoft), el matemático y filósofo francés del siglo XVIII Jean le Rond d'Alembert habló de un «punto de inflexión en la historia de la mente humana» en marcha y de una «revolución» en las ideas y la historia (...)
Hoy, los entusiastas de la IA comentan que, con las indicaciones adecuadas, ChatGPT puede enseñarte cualquier cosa, desde un idioma extranjero hasta mecánica automotriz y contabilidad. Los 11 volúmenes de láminas en la "Enciclopedia" de la Ilustración ofrecían instrucciones detalladas sobre prácticamente todo, incluyendo cómo construir un espejo , amueblar una panadería o fundir una estatua ecuestre. Sus autores, al igual que los comentaristas de IA, incluso especularon sobre la posibilidad de difuminar la frontera entre humanos y máquinas. Algunos inventores entonces ya diseñaron autómatas increíblemente complejos: máquinas capaces de escribir, dibujar y tocar música. No es casualidad que la novela de Mary Shelley de 1818, «Frankenstein», se lea a menudo como una crítica a la arrogancia de la Ilustración y sus supuestos intentos de imitar la creación divina (...)
De hecho, uno de los aspectos más emocionantes de la IA es su capacidad para ofrecer instrucción personalizada e interactiva sobre prácticamente cualquier tema. Como Graham Burnett, profesor en Princeton, enfatiza: «Puedo crear el 'libro' que quiero en tiempo real: respondiendo a mis preguntas, adaptado a mi enfoque y en sintonía con el espíritu de mi investigación». Los autores de la Ilustración concibieron los libros de una manera curiosamente similar: no como tratados didácticos, sino como espacios donde los lectores pudieran interactuar virtualmente.
El gran filósofo político Barón de Montesquieu escribió: «Nunca se debe agotar un tema hasta el punto de que no quede nada que hacer para los lectores. La cuestión no es hacerles leer, sino hacerles pensar». En cuanto a Voltaire, el más famoso de los filósofos franceses, afirmó: «Los libros más útiles son aquellos que los lectores escriben a medias». La idea de intentar involucrar activamente a los lectores en el proceso de lectura se remonta, por supuesto, a mucho antes de la era moderna. Pero fue en la Ilustración occidental donde este proyecto adquirió una forma típicamente moderna: lúdica, atractiva, amena y concisa.
[continuará ...]
[... continúa]
EliminarEs aquí, con esta cuestión del compromiso, donde la comparación entre la Ilustración y la supuesta "2ª Ilustración" de la IA se desmorona y revela algo importante sobre los límites y peligros de esta última. Cuando los lectores interactúan imaginativamente con un libro, siguen su ejemplo, intentando responder a sus preguntas, respondiendo a sus desafíos y, por lo tanto, poniendo en riesgo sus propias convicciones.
En cambio, cuando interactuamos con la IA, somos nosotros quienes dirigimos la conversación. Formulamos las preguntas, guiamos la indagación según nuestros propios intereses y, con demasiada frecuencia, buscamos respuestas que simplemente refuerzan lo que ya creemos saber. En las interacciones con ChatGPT, a menudo ha respondido, con halagos manifiestamente falsos: «Esa es una gran pregunta». Nunca contestó: «Esa es la pregunta equivocada». Nunca cuestiona nuestras convicciones morales ni pide que se le justifiquen.
¿Y por qué debería? Al fin y al cabo, es un producto comercial de Internet. Y estos productos generan ganancias al ofrecer a los usuarios más de lo que ya han mostrado interés, ya sean videos graciosos de gatos, instrucciones para reparar pequeños electrodomésticos o conferencias sobre filosofía de la Ilustración. Si se quisiera que ChatGPT desafiara nuestras convicciones, por supuesto se le podría pedir, pero tendríamos que hacerlo. Porque sigue nuestro ejemplo, no al revés.
Por su naturaleza, la IA responde a casi cualquier consulta con una lucidez inquietante y fácil de seguir; podría decirse que casi predigerida intelectualmente. Para la mayoría de los usos cotidianos, esta claridad es totalmente bienvenida. Pero los autores de la Ilustración comprendieron la importancia de que los lectores se enfrentaran a un texto. Muchas de sus obras más importantes se presentaron en forma de novelas enigmáticas, diálogos que presentaban puntos de vista opuestos o parábolas filosóficas repletas de enigmas y paradojas. A diferencia de las síntesis fluidas y aterciopeladas que proporcionaba la IA, estas obras obligaban a los lectores a desarrollar su juicio y a llegar a sus propias conclusiones.
En resumen, la IA puede brindarnos información útil, instrucción, asistencia, entretenimiento e incluso consuelo. Lo que no puede aportarnos es la Iluminación. De hecho, podría alejarnos más que nunca de ella.
(David A. Bell, prof. de Historia en Princeton University - Aug, 02, 2025, The New York Times)