martes, 5 de diciembre de 2017

Sobre crítica del Patriarcado y el Empleo desde Feminismo solo (para Élite, o sea) “de Género”


El último número 22 del 'Argumentos Socialistas' nos ha planteado un polémico textículo -"A Fondo", de Mesa Gª- que merecerá la pena considerar:

 
La Filosofía de la Historia pretende más que un estudio de la misma. Ésta descri­be los hechos y busca darles una explicación en su contexto. Sin embargo, la Filosofía de la Historia busca encontrar alguna causa co­mún o última entre todos los hechos y, por lo tanto, encontrar el fundamento último del desarrollo histórico.

Este artículo trata sobre una Filosofía de la Historia. En concreto, busca analizar la Teo­ría del Patriarcado. Y pretendemos dos cosas.

* En primer lugar, refutar esa teoría...

* Y seguido, demostrar cómo existe un Fe­minismo de/por Élite, cuya finalidad social y última es defender los intereses de las mujeres que forman parte de la oligar­quía, creando para ello una ideología en su entorno.
 
Refutación de la teoría del patriarcado

Entendemos por Teoría del Patriarcado la explicación que defiende que en la Histo­ria siempre ha existido un gobierno de los hombres sobre las mujeres, de forma inter­clasista, y que dicha situación es la expli­cación última del desarrollo histórico. Es decir, la división fundamental de la socie­dad sería que los hombres conformarían un grupo social dominante por su sexo frente a las mujeres dominadas. Este hecho, además, sería la causa última del proceso histórico y explicaría lo ocurrido en la Historia como una permanente lucha no ‘de clases’, como di­ría el clásico, sino ‘de género’ (masculino-fe­menino).
  
Así, del mismo modo que la Filosofía de la Historia de la izquierda situó en la propie­dad, desde Rousseau, la causa última de los hechos históricos y luego afinó en las rela­ciones de producción con Marx, la Teoría del Patriarcado pretende explicar la Historia como un conflicto permanente de sexos. De esta forma, el machismo como fenómeno social se explica en la Teoría del Patriarcado ya no como consecuencia sino como la cau­sa de todo el proceso histórico: los hombres oprimen y son oprimidas ‘las mujeres’.

Es evidente que las mujeres han es­tado discriminadas, pero la Teoría del Patriarcado va más allá

Comencemos por analizar si la Historia puede explicarse de acuerdo con la Teoría del Patriarcado. Resulta evidente que las muje­res han estado discriminadas y han tenido menos derechos, y por lo tanto debemos admitirlo como una realidad histórica. Pero este hecho por sí solo no da la razón a la Teoría del Patriarcado, sino que ésta sólo se­ría verdadera si dicha dominación fuera cau­sa última, no sólo de sí misma, sino también de todos los demás fenómenos históricos. Es decir, si ser hombre o mujer era más relevan­te socialmente que pertenecer a un grupo social económico o a otro.

Y aquí es donde entra el problema. Pues si bien el poder, en su extensión más amplia posible, ha sido desigualmente repartido entre hombres y mujeres, sin embargo, de ser cier­to el Patriarcado, no debería haber hombres sin poder social ni mujeres con él. Y tampoco situaciones sociales objetivas, no excepciona­les, en que haya mujeres con más poder que hombres. Y, sin embargo, esto ha sido así en todos los momentos de la historia, al menos desde la aparición de la agricultura. Las aris­tócratas estaban por encima de los esclavos o de los plebeyos y las burguesas por encima de los obreros. Por tanto, no puede ser el Pa­triarcado la causa última del proceso históri­co, sino una consecuencia, en todo caso, y del mismo modo como lo sería, por ejemplo, la desigualdad económica o cultural.
  
Pero ¿negamos entonces que las mujeres ha­yan estado en una posición social por debajo de los hombres? No, en absoluto ¿Entonces por qué hay machismo? ¿Cuál sería la causa última de la diferente distribución de poder entre hombres y mujeres?

Ya hemos señalado que no podría ser el Pa­triarcado pues eso implicaría que la división social se hubiera hecho siempre sobre la base sexual y no resulta cierto. Por lo tanto, si creemos que debe haber una causa última, es decir: si defendemos una Filosofía de la Historia, tiene que ser otra. Y tiene que ser una que permita explicar como una de sus consecuencias el diferente trato dado a mu­jeres y hombres y, a su vez, por qué en la ac­tualidad existe menos desigualdad que nunca.

Si como causa última de la His­toria situamos la producción económica, tal y como el marxismo hace, podríamos explicar am­bos problemas.
  
En primer lugar, la posesión de los medios de producción divide la sociedad en grupos sociales desiguales: los que los poseen y los que no. Lógicamente, tienen mayor poder los que los poseen y menos poder los que están desposeídos. Y eso explica la estratificación social objetiva en grupos que, de acuerdo con su posesión sobre los medios de producción, tienen más o menos poder social.

Ahora bien, ¿qué nos explicaría el que para una mis­ma clase social las mujeres resulten perjudi­cadas sistemáticamente, y no de forma in­dividual? ¿Acaso eso puede explicarlo esta causa última?

Esto también se podría explicar convincen­temente. Si vemos la historia de los distin­tos sistemas productivos, veremos cómo en ellos (a excepción del Capitalismo, que por esto será tan importante en la liberación de la mujer) la producción material ha sido la característica fundamental del sistema pro­ductivo. A su vez, esta producción tenía como elemento básico la fuerza de trabajo humano explotada por la limitación de la tecnología. Y aquí es donde aparece el ma­chismo. Habiendo dimorfismo sexual en la especie humana, el hombre es mayor y más fuerte muscularmente hablando que la mu­jer, el resultado es que su fuerza de traba­jo se apreciará más que la de la mujer, que quedaba relegada a funciones reproductivas y de intendencia.

  
No se trataba por tanto de un machismo como causa, sino como consecuencia del trabajo explotado por la forma de relación económica. Así, la mano de obra explotada era masculina por su mayor fuerza física, y era ésta la causa de que los hom­bres fueran más apreciados que las mujeres, del mismo modo que se seleccionaban las plantas en la agricultura, los mejores especí­menes en la ganadería o se mata a los pollos y no a los pollos hembra –es que ponerlo en femenino quedaba feo…–. En definitiva, los hombres eran los preferidos para ser ex­plotados y por eso, paradójicamente, tenían mayor relevancia social.
 
De tal forma -y resumimos estas partes- el Patriarcado es falso pues no existió un sistema basado en la explotación siste­mática de los hombres, nunca; lo que implicaría al universal masculino, sobre las mujeres. En vez de eso, fue la desigualdad en la propie­dad de los medios de producción la causa última del desarrollo histórico. Y como tal, el machismo y la desigualdad de las mujeres es una consecuencia de aquel.
  
CApitalismo y liberación de la mujer

Pero hay más hechos que falsifican la Teoría del Patriarcado y afirman la preeminencia de la producción como causa última. Y el fundamental es la relación entre el presunto Patriarcado y el desarrollo del Capitalismo. Fuera de toda duda, el Capitalismo ha sido el sistema económico bajo el cual ha habido una mayor liberación de la mujer. La pre­gunta, de ser cierta la Teoría del Patriarcado, es por qué esto ha sido así si la causa última es el dominio de los hombres sobre las mu­jeres, pues en el Capitalismo sigue habiendo hombres y mujeres.

Si analizamos la historia de acuerdo con el desa­rrollo de las fuerzas productivas, tal y como hemos defendido aquí, resulta posible e in­cluso sencillo explicar el motivo por el cual el Capitalismo ha liberado a la mujer. Esto se debe a una serie de factores.

Bajo el Capitalismo, la mujer consi­gue ser explotada en igualdad con el varón ­ ­
  
En primer lugar, el desarrollo del Capitalis­mo implica la Revolución Industrial y con ella la aplicación de la tecnología al proce­so productivo. Esto conlleva que la fuerza física bruta de los seres humanos no resul­te indispensable para la inmensa mayoría de los trabajos puesto que es sustituida por la tecnología. Por este motivo, la mujer se puede incorporar de una forma masiva a la producción económica, pues la fuerza física ya no es requerida para el trabajo. Y su con­secuencia es que, al situarse en un plano de igualdad en la explotación económica como fuerza productiva, la mujer tienda a escalar socialmente hacia el puesto de los mismos hombres explotados: igualdad en la explota­ción es igualdad social.
  
En segundo lugar, el Capitalismo ya no solo crea una producción de nuevos objetos físi­cos sino que, a través del consumo, genera la conversión de la propia vida humana, tan­to en el tiempo de trabajo como en el ocio, en producción de beneficio. Para desarrollar esta producción ya sólo es necesaria una ca­pacidad económica. Y para poseer esta, a su vez, es indiferente el sexo biológico, pues se trata de una abstracción social. Así, no prima el sexo ya en las producciones.

Por último, la unificación entre el desarrollo tecnológico y la creación de un mercado absoluto en todos los mo­mentos de la vida lleva a dos aspectos fun­damentales de la liberación de la mujer que deben ser re­señados, aunque parezcan muy simples. Por un lado, la aparición de los elec­trodomésticos, que permite a la mujer dejar a un lado lo que hasta ahora había sido su tarea prioritaria en la división social del trabajo. A su vez, la creación de la educación obligatoria les permite liberarse parcialmente de la crian­za de los niños facilitando su presencia en el mercado de trabajo.

Y en fin, la revolu­ción sexual con los métodos anticonceptivos le permite manejar su propia reproducción, con lo que es capaz de planificar su vida de acuerdo con las condiciones sociales de produc­ción. Todo ello lleva a que el sexo femenino adquiera un nuevo protagonismo social en la producción económica, y que solo la (in)cultura machista, todavía presente como residuo del pasado, le impida alcanzarlo en su vida diaria y concreta.
  
De esta manera, y no paradójicamente, en el Capitalismo está el triunfo definitivo de la liberación de la mujer, pues en él ya es absolutamente despreciable la pertenencia a un sexo o a otro en la relevancia productiva y de poder. Así, el Capitalismo libera a la mujer en cuanto a su discriminación sexual, aunque no como ser humano en su explota­ción absoluta.

Efectivamente, el feminismo que adopta el discurso de la Teoría del Patriarcado tie­ne que reconocer que con el Capitalismo aquél ya no se produce; y que de hecho, cada vez con mayor frecuencia, las mujeres ocupan los cargos que hasta ahora merced a la división social del trabajo se reservaban a los hombres. Por lo tanto, el Capitalismo significaría el fin del Patriarcado y, de acuer­do a esto, el 'final feliz' de la historia...

Feminismo de élite

Y es ahí donde surge lo que nosotros de­nominamos como feminismo de élite. No cabe duda de que la igualdad de la mujer es un derecho social por el cual hay que lu­char, pues todavía no se ha conseguido. Del mismo modo, hay que luchar por la igual­dad de derechos del colectivo homosexual, contra el racismo o de cualquier otro grupo injustamente tratado. Pero estas luchas no significan necesariamente que sean luchas de contenido revolucionario, pues resulta evidente que una sociedad capitalista, y cada vez se está dando más, pueda ser absoluta­mente no racista, que defienda los derechos de los homosexuales o, también, que realice una absoluta igualdad entre hombres y mu­jeres. Y esto es así porque en el Capitalismo no existe un solo elemento determinante desde su producción económica para estas dife­rencias, pues para él todos los seres humanos son mercancías que solo sirven para la pro­ducción de beneficio, dando igual su indivi­dualidad.
  
Pero ¿a qué llamamos feminismo de élite? El feminismo de élite es el defendido por sectores femeninos socialmente dominan­tes y que pretende aumentar su poder ale­gando para ello un discurso feminista. Lo llamamos de élite porque su objetivo últi­mo es que ciertas mujeres que ya están en la oligarquía social, incrementen su poder en las grandes empresas o en los movimien­tos sociales y políticos o en la universidad, defendiendo supuestos reclamos feminis­tas, como las cuotas, que solo les importan y benefician a ellas. E igualmente, porque este movimiento feminista oligarca olvida los problemas reales que actualmente tienen las mujeres en su camino hacia la igualdad en la vida cotidiana, como por ejemplo, y por poner el caso más evidente, la mater­nidad y el cuidado de los hijos en relación al desarrollo laboral, preocupándose más del lenguaje inclusivo y de descubrir a la ultimí­sima pensadora olvidada para multiplicar sus publicaciones.
  
Ciertas mujeres, que ya pertenecían a la oligarquía social, han incremen­tado su poder, mientras se ignoran los problemas reales de muchas mu­jeres en su camino hacia la igualdad

El feminismo de élite, que es el que está de­trás de todas estas teorías del Patriarcado, busca así adquirir los mismos privilegios que ciertos sectores sociales masculinos, también élite, tienen sobre otros sectores so­ciales tanto masculinos como femeninos. Lo que quiere en realidad es que la oligarquía tenga un 50% de oligarcas ‘y oligarcos’ – obsérvese mi solidario uso del lenguaje in­clusivo–, para con ello entrar en el reparto de la dominación social.

Así, mientras cualquier mujer sabe que corre riesgo de perder su puesto de trabajo al ejer­cer libremente su maternidad, sin embargo lo que ha triunfado socialmente es decir ‘to­dos y todas’ o defender la existencia del patriar­cado (si no ‘heteropatriarcado’)... Es un feminismo de élite porque lo que preten­de no es defender los derechos sociales de la mujer, que todavía siguen siendo vulnera­dos, sino defender a un sector específico de mujeres que pertenecen a un grupo social privilegiado para mantener y aumentar su propio control social y su poder en su ascen­so en la oligarquía social.
 
Pero, además, hay otro factor fundamental para la defensa de este feminismo de élite; y es la creación de un nicho del mercado la­boral exclusivo para este sector oligarca de mujeres.
  
Así cualquier universidad que hoy en día se precie tiene que tener unos estu­dios sobre Género, y cualquiera de estas mu­jeres de la oligarquía puede escribir sus dos libros sobre autoras olvidadas en el tiempo y exigir, con rubor o sin él, con razón o sin ella, su presencia fundamental en la histo­ria. Hipatia compite con Platón o con Aris­tóteles, y una monja medieval, famosa por tener visiones místicas y seguramente un caso psiquiátrico, compite intelectualmen­te con Tomás de Aquino, que por cierto también tenía ‘visiones’ pero no sólo.
 
E igual ocurre en los partidos políticos, sindicatos y movimientos sociales, donde secretarías de igualdad y género desarrollan nichos de promoción social. Y lo importante de todo esto es que no se lucha objetivamente, aunque puedan creerlo ellas, por una igualdad de la mujer; sino para reescribir la historia, y que las mujeres de la élite social tengan una jus­tificación ideológica de su propia existencia como jerarquía dominante, lejos de la pura y dura explotación social.
 
El objetivo es pre­sentarse a sí mismas como esas excepcio­nes brillantísimas que han logrado triunfar en un mundo de hombres. Y mientras que oligarcas ‘y oligarcos’ al 50% se reparten el poder, el resto de la población dice todos y todas cuando en realidad son unos pocos –y sí, seamos inclusivos, pocas– los privilegia­dos que dominan.
   
Una conclusión
La Teoría del Patriarcado no explica en ab­soluto la historia. No existen hombres frente a mujeres, como protagonistas en exclusiva; sino, al me­nos hasta el Nuevo Capitalismo, grupos so­ciales determinados por la posesión o no de los medios de producción.

Además, la Teoría del Patriarcado es un pro­ducto ideológico que pretende legitimar las ambiciones oligarcas de un grupo social concreto, las mujeres de la propia oligarquía. Este feminismo de élite tiene como objetivo último no la lucha por los derechos de la mujer, todavía necesaria, sino sólo su propia pro­moción social.

Y un epílogo

Estaba yo en un instituto, hará ya 15 años, cuando las profesoras más progresistas del centro montaron una exposición: ‘Mujeres en la sombra’, se llamaba. Consistía, y era justo, en destacar el trabajo de las mujeres en el campo de la ciencia y que no había sido reconocido, pero sí el de sus maridos o familiares masculinos. Curiosamente, todas aquellas mujeres olvidadas eran de buena posición social.
   
Así que yo propuse algo, más; y era justo que, tras acabar esa exposición, hiciéra­mos también otra: Servidumbres en la sombra’, donde mostrásemos a todos los criados (mujeres y hombres) que dichas mujeres injustamente ol­vidadas a su vez habían tenido, sin poder destacar nunca en ningún trabajo intelectual.
   
Por lo cual, ellas me miraron y... ‘tú eres un machista dijeron.

(E. P. Mesa: "Crítica del patriarcado y del ‘Feminismo de élite’…")


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