jueves, 6 de octubre de 2011

IGNACIO FERNÁNDEZ DE CASTRO (y el FLP)

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Cuando escasea buena Sociología de la Educación perdemos al Maestro por excelencia, quien nos alumbraba ya desde 1963 sobre 'La demagogia de los hechos' o en 1974 con 'El hombre mercancía': tras volver del exilio francés al que le llevó su dirección intelectual para el FLP -inventado con Julio Cerón más los Javier Ibáñez, José R. Recalde, Ángel Abad, R. Jiménez de Parga, Nico Sartorius o V. Martínez Conde- antes de la Transición, fundó aquel agudo 'Equipo de Estudios (EdE)' básico entre lo mejor debelado por 'Cuadernos para el Diálogo' y 'Triunfo' contra oscurantismos varios; ideó huecos de libertad, junto al también recientemente ido J. Gómez del Castillo y otros militantes tan indomeñables del publicismo, aglutinando mínimos ZYX, CERO, etc.

Y en ello, dándonos algún inolvidable seminario del 'Marxismo e Informe FOESSA, sobre la situación social en España, hoy...' al que nos había conducido el amigo José María López Arriba (alias 'Luis'), por catacumbas madrileñas de las JOC/HOAC junto a la calle Silva lo encontramos insobornable durante sus trabajos hace ahora cuatro décadas. Algún tiempo después formuló aquello del "sujeto sujetado..." que, según años más tarde al final ha confesado para páginas amigas, le llevó hasta perder muchos amigos de izquierdas.
Entre quienes bien pudieron conocer su pasta en la cercanía, lo trataba de homenajear incluso un íntimo del actual monarca como quien fue ministro y presidente de banqueros españoles, José Luis Leal -en 'El Pais hace una quincena- "In Memoriam (Referente para la Oposición de Izquierdas al Régimen):

Conocí a Ignacio a finales de la década de los cincuenta, cuando los responsables del Frente de Liberación Popular (FLP) me enviaron a Santander para hacer prácticas en su bufete, pues habíamos montado un despacho laboral en Madrid y había que aprender el oficio. Me alojé en una residencia de estudiantes a la que solo iba a dormir, pues el resto del día lo pasaba en su bufete. Como quiera que al llegar a la residencia siempre había un extraño 'compañero' de habitación que me aventajaba en edad, que no parecía estudiante y que me preguntaba con forzada amabilidad por lo que hacía y dejaba de hacer durante el día, Ignacio pensó que era más seguro que me alojara en su casa, en la que pasé dos semanas con él y su familia.

Siempre he recordado aquellos días por la profunda impresión que me causaron, tanto él como su mujer, Blanca, y sus hijos. Vivir con ellos era entrar en un mundo de solidaridad, de convicciones, de compromiso con una clase obrera que Ignacio conocía bien, tanto por su militancia política como por su práctica jurídica y su reflexión teórica; su libro 'La demagogia de los hechos' influyó considerablemente en los jóvenes de mi generación.

Ignacio Fernández de Castro fue un referente esencial para una oposición de izquierdas al régimen que discurrió al margen de los partidos de entonces, con quienes compartió los riesgos de una clandestinidad que le llevó al exilio. Ignacio era vehemente en su expresión, y tras su aire severo se escondía una cálida y generosa humanidad que provocaba, a la vez, el respeto y la camaradería. Aprendí en esos días Derecho y algo de Sociología, pero sobre todo aprendí de él la profundidad de un compromiso que iba más allá de las ideas y que configuraba toda una forma de vivir. Por encima de su extensa obra sociológica, especialmente en el ámbito de la Educación, de sus escritos políticos y del compromiso con los demás, guardo el recuerdo de un hombre íntegro, veraz y valiente que luchó sin descanso por otro Mundo mejor."

Y más en líneas comunes al cabo de las batallas prolongadas, otro teórico aun insumiso entre tanto insiste:

Honesto hasta la exageración en lo personal y en lo intelectual, prefirió siempre ejercer una labor callada, en defensa de sus ideas, que la notoriedad pública. Sin embargo, a finales de los años 1950 y primeros 60, fue una figura clave y significativa de una cierta oposición al franquismo. ¿La sociedad española de los años 50 era 'un páramo cultural y político' como sostienen algunos? Ciertamente, en buena parte lo era. Los viejos republicanos no exiliados vivían aterrorizados por el trance sufrido y los jóvenes nacidos tras la Guerra Civil todavía no eran plenamente conscientes de la naturaleza de la dictadura y de la forma de combatirla.

Sin embargo, una generación intermedia que no había luchado en el frente pero fue testigo de la guerra sirvió de puente para que, ya en los sesenta, una vez perdido el miedo, pudiera emprenderse una lucha abierta contra el franquismo. Fernández de Castro, nacido en Comillas en 1929, perteneció a esta generación. Por tanto, la sociedad española, desde el punto de vista intelectual, era inhóspita pero no un páramo.

Quienes quisieran continuar la tradición cultural republicana interrumpida por la guerra tenían unos cuantos árboles donde abrigarse para encontrar algo de calor y protección: Ortega y su escuela (Marías y la editorial 'Revista de Occidente'), los viejos y miedosos liberales (Baroja, Azorín, Pla) y los falangistas en proceso de reconversión a la democracia (Ridruejo, Laín, Tovar). A su amparo surgieron en los años cincuenta determinados grupos de esa generación intermedia, en especial, el núcleo de Madrid consolidado tras las revueltas estudiantiles de 1956 (Aldecoa, Ferlosio, Pradera, Tamames) y el grupo de Barcelona en torno a Castellet, Sacristán, Barral y Gil de Biedma.
  
Esto en lo que se refiere al mundo cultural e intelectual. En el político, la situación estaba controlada por el Partido Comunista. ¿Qué podían hacer los católicos de izquierdas que querían comprometerse en política y cuya religión les impedía ser comunistas? Podían fundar un partido tan revolucionario como el comunista pero sin la comprometida etiqueta de este. Así nació en 1958 el Frente de Liberación Popular, FLP, llamado 'Felipe', impulsado por un joven diplomático Julio Cerón Ayuso y cuyo ideólogo más valioso -junto al psiquiatra cordobés José Aumente y el sociólogo Jesús Ibáñez- fue Ignacio Fernández de Castro, que ejercía entonces de abogado laboralista en Santander.

Fernández de Castro publicó entonces un libro que le hizo famoso y cuyo título lo dice todo: Teoría de la revolución. Y por la misma época un breve opúsculo (¿Unidad política de los cristianos?) en el que se distanciaba por la izquierda de la democracia cristiana. Ambos se publicaron en la editorial 'Taurus', entonces propiedad de Pancho Pérez González. Todas estas obras tenían un marcado influjo del filósofo católico francés Emmanuel Mounier y de las revistas 'Esprit' y 'Témoignage Chrétien'. Con anterioridad, ya la revista catalana 'El Ciervo', dirigida por Lorenzo Gomis, había acogido posiciones semejantes aunque con un tono más templado y plural. Cerón, Fernández de Castro y Aumente eran mucho más radicales, eran revolucionarios, con posiciones a la izquierda del PCE aunque sin su pedigrí: los comunistas eran profesionales, los 'felipes'... aficionados.

Ahí se inició el catolicismo político de izquierdas, cuyo mejor exponente posterior fue Alfonso Carlos Comín. Y si bien el FLP tuvo poca importancia como formación política antifranquista, su principal contribución fue desmoralizar y debilitar al régimen ya que valiosos jóvenes, hijos de los vencedores de la Guerra Civil, formaron parte de sus filas. 'Católicos contra Franco': eso era una peligrosa novedad [¡Carrero Blanco los bautizó como 'envenenados de cuerpo y alma...'!]. Muchos de ellos serían, además, protagonistas de la transición en partidos bien distintos: UCD (José Luis Leal o Pérez Llorca), PSOE (Maravall o Leguina), PCE (Sartorius) o CiU (Roca i Junyent).

Fernández de Castro se exilió en 1962 y vivió hasta 1970 en París, donde colaboró con Pepe Martínez en 'Ruedo Ibérico' y publicó su obra más importante, 'La demagogia de los hechos', que aún se tiene en pie. Después volvió a España para dedicarse, preferentemente, a la sociología de la educación, fuera de los circuitos académicos.
Hasta el final ha sido el hombre íntegro y comprometido de siempre. Un ejemplo."

3 comentarios:

  1. [Aparte de sus reflexiones más específicas en cuanto a la Educación, véanse a continuación algunas otras líneas interesantes de Ignacio] =

    (...) Cuando escribí la “Demagogia de los hechos” en 1959-60, España era un país organizado en dictadura fascista cuyos trabajadores en paro emigraban hacia Francia, Alemania y Suiza para escapar de su pobreza y de la dictadura. El mundo del humor negro era el de Gila. El título expresaba que su autor, es decir yo, que unos diez años antes me había unido voluntariamente a los sublevados contra la República, había cambiado radicalmente de bando y me declaraba revolucionario y que lo era (cito de memoria) “no porque Cristo hubiera nacido y muerto, ni porque Marx hubiera escrito (y yo leído) sus obras, sino por la demagogia (lo que enseñaban) de los hechos”. Éstos me enseñaron que era necesario hacer la revolución para cambiar la triste situación de esa España...

    En el verano de 1936 yo había terminado mi educación secundaria, es decir, se suponía que ya estaba en lo general preparado para tomar decisiones en la realidad, y esa realidad era la guerra civil -provocada por una sublevación del ejército y de los falangistas, con la bendición de la Iglesia, contra la República y su legalidad democrática. Santander permaneció fiel a la República y, en un resumen muy abreviado, a mí, como a otros adolescentes en vacaciones, me encuadraron en un grupo de trabajo, primero tareas locales y días después me trasladaron a Santander capital y allí, en el cuartel, me incluyeron en un batallón de trabajo forzoso que estaba realizando a la entrada de la bahía de Santander el emplazamiento de unos cañones de defensa que estaban fabricando en Reinosa.

    El teniente García, un albañil anarquista, estaba al mando del batallón de trabajo y a él le debo el haber podido tomar en libertad la primera decisión importante de mi vida. No puedo precisar la fecha, pero sí que fue unos días antes a la entrada en Santander de los sublevados. El teniente García había recibido la orden de evacuar su batallón a Asturias y reunió a todos los que estábamos bajo sus órdenes para decirnos la orden recibida, pero, que como entendía que no éramos un batallón militar, sino un grupo de trabajo forzoso y sabía que muchos de nosotros preferiríamos quedarnos y no ir a Asturias y además él era anarquista y nos respetaba y esperaba que la vida nos hiciera cambiar de opinión, nos pidió que levantáramos la mano los que quisiéramos quedarnos en Santander y que él nos dejaría en los arenales de enfrente de Santander, en tanto que él y los que quisieran, tomaban rumbo a Asturias. Y así lo hizo. Yo me quedé y me incorporé voluntario a las primeras tropas sublevadas que encontré en el camino a Comillas, mi pueblo.

    Fue mi primera decisión libre. Ahora sé que me equivoqué, y también que los que me educaron equivocaron la significación del universo que me dieron como la verdadera y muy especialmente la significación de “cruzada” de la guerra que ellos desencadenaron y que yo, entonces, emprendí libremente aunque alienado por la ideas y valores que tenía en la cabeza, equivocándome de bando. La demagogia de los hechos: en los tribunales militares se juzgaba a quienes en la guerra habían permanecido fieles y leales a la República por el “crimen” de rebelión y se condenaba a muchos de ellos a muerte. Yo estudiaba derecho en Oviedo, y estando militarizado defendí de oficio a algunos de ellos sin poder hacer otra cosa que pedir a la “justicia” clemencia para ellos, y mi profesor, un juez, era quien me enseñaba derecho. No es otra anécdota más, es una lección de la demagogia de los hechos, un sistema de enseñanza coincidente con la vida en tanto proceso de conocimiento...

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  2. [CONTINUACIÓN...] =

    En mi vida escolar sistémica aprendí a vivir como “fiel” a la Fe en Dios en tanto que un obispo me confirmaba en ella. En mi segunda escuela, la vida, aprendí a ser parte del “sujeto de la historia” y fundé con otros una vanguardia política para intentar hacer la revolución y, entre otras cosas, conseguir una enseñanza laica (...) La relación entre lo que se enseña y aprende y lo que se vive es distinta según de cuál de las dos escuelas, la sistémica o la vida, se trate. La relación “escuela sistémica” hacia la vida es la relación del poder sobre la vida; en su expresión paradigmática es la relación impositiva del Dogma y la Verdad sobre la vida. La relación “escuela de la vida” hacia la vida es una relación que quizá con suerte sea democrática.

    La demagogia de la “escuela vida” usó sin contemplaciones sobre mí la “regleta” no perdiendo la ocasión para reforzar sus lecciones. Mi exilio fue decidido y organizado por la organización política Frente de Liberación Popular (F.L.P), familiarmente los “felipes”, a la que yo pertenecía como uno de sus dirigentes. En Madrid se tomaron todas la precauciones permaneciendo unos días oculto hasta que encontraron una embajada latinoamericana, la de Uruguay, que accediera a darme asilo y que, además, logró el acuerdo con el Ministerio de Exteriores español para que pudiera ir a París. El partido tenía su representación en el Exterior bien organizada y con la posibilidad de que me facilitaran la vida en la sociedad francesa, pero allí había decidido por entonces escindirse y montar una organización separada para editar su revista “Acción Comunista”, marxista ortodoxa, de la que al parecer, rompiendo el criterio del FLP estábamos excluidos los cristianos, y yo entonces lo era aunque en un proceso profundo de revisión.

    Como consecuencia, cuando llegué a París exiliado, nadie del Frente me recibió, ni durante los nueve años que permanecí en Francia recibí del grupo exterior, entonces existente, la más pequeña muestra de su existencia, sólo cuando ya llevaba algún tiempo recibí la visita del “abuelo”, nombre de guerra del único obrero español que era militante del Frente en la región. Me las arreglé como pude. No fue fácil arreglar los papeles del exilio, con el añadido de que poco después tuve que enfrentarme con la expulsión como consecuencia de un acuerdo de los gobiernos francés y español, de que España expulsaba a unos generales franceses de la OAS que pretendían hacer de Argelia un estado francés independiente y de que Francia a cambio expulsara a algunos exiliados españoles entre los que me encontraba yo. Con la mediación de un comité de apoyo francés se llegó al acuerdo con la policía francesa o la Administración de que aplazaran mi expulsión y, de 15 en 15 días tuve que ir consiguiendo el aplazamiento durante los 9 años que estuve en ese país...

    De una manera resumida me parece que lo que es proceso de conocimiento, es vida del que conoce o no es nada, o es algo que se toma prestado y que hay de devolver (...) es exactamente producir la verdad, la capacidad que tiene el hombre de conocerlo y de transformarlo en otra cosa que (...) se ha convertido en poder sobre todos los demás hombres que son ignorantes, de modo que la estructura de la sociedad humana se basa en gran parte en eso, además de la fuerza y de la violencia simbólica, que es la más dura de todas; pero el proceso de conocimiento es una actividad de poder sobre la naturaleza para transformarla o sobre los humanos para pervertirlos, como cuando se pervierte a un niño. Creo que el proceso de conocimiento no debería de tener distintas técnicas que las de la experiencia, o no debería terminar hasta que ese momento se produzca...

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  3. [ Y CONCLUSIÓN... ] =

    (...)La demagogia de los hechos colocó mi pensamiento al lado de los siervos que, en nombre de la libertad, fueron liberados de la servidumbre por la revolución. Ya libres, fueron sometidos también por la misma revolución en nombre del orden, un orden burgués que, al sostener la libertad conquistada que permitió, a los burgueses, disponer como sujetos de sus excedentes, sujetó a los siervos a su propia miseria, porque, aunque sin nada que excediese a la fuerza de sus manos, fueron libres para vender, a los burgueses, lo único que les dio la revolución: su condición de sujetos. La economía, que aparece como ciencia en la revolución, descubre como valor de cambio de las mercancías el tiempo de trabajo humano socialmente necesario para producirlas, y eso, cuando la mercancía es la condición de sujeto de su trabajo, supone que para los siervos el salario fue sólo suficiente para que, como obreros asalariados, pudieran acudir al mercado de consumo para adquirir lo necesario para seguir viviendo en la pobreza. Mi pensamiento, liberado de la fe cristiana, llegó a un acuerdo con el marxismo y hoy sigo en general estando de acuerdo con él y sus análisis, lo cual no quiere decir que coincida con el pensamiento de los partidos...

    Pienso que todo colectivo entre miembros de la especie humana que se constituya para realizar en común alguna actividad de su vida en común, y no sólo en el campo político, como el estado, las regiones, los municipios, las ciudades o las aldeas, sino también los que se realizan en el económico, como las empresas productivas y los bancos y en el sociológico como las familias y los sistemas educativos y sanitarios o cualesquiera otros que pertenezcan a la actividad de vivir en común, deben realizarse respetando la igual condición de sujetos que tienen todos los que concurren, de tal manera que todos tengan el mismo peso de poder en las decisiones que se tomen, aunque sean diversas sus aptitudes y las actividades que en el colectivo conformado realicen o tengan encomendadas; por lo tanto, que el colectivo conformado se organice de forma democrática plena para la toma de decisiones y se atengan en sus comportamientos a las decisiones que se hayan tomado...

    Mi desacuerdo es respecto a quienes luchan solo contra la explotación económica y no contra la explotación de la calidad de sujeto, de ser libre, lo que ya habían conquistado los siervos, y les permite venderse; contra eso no luchan, es la equivocación fundamental porque creen que tomando el poder es posible hacer una revolución, cuando desde el poder lo único que se hace es sostener lo que han conquistado y evitar que se haga otra cosa...

    No se tiene en cuenta que la cultura y los valores que se transmiten e interiorizan han sido históricamente producidos con una incidencia decisiva del poder social, y éste siempre, sin excepción alguna, lo han detentado los grupos sociales dominantes que lo alcanzaron en su mayoría por el uso de la fuerza y para su propio provecho. El sistema educativo, y específicamente el profesorado, en su cotidiana función de hacer aprender a los escolares la cultura y valores, no toma la precaución de “limpiar” lo que enseña de las significaciones y sentidos que lleva con seguridad adheridos la información sobre la que descansan sus representaciones simbólicas, que enseñan a los escolares y cuando lo ha hecho, en los casos en que así se ha producido, los ha sustituido por las significaciones y sentidos que aportan quienes han llegado al poder al ejercerlo (...)

    = = = > Y SIGUE AUN, esa conversación de Ignacio en www.vientosur.info/documentos/doc_adjunto-4322-9030120.pdf

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