En el libro taoísta 'Zhuāngzî' (siglo IV a. C.), del gran sabio chino Chuang-Tzu, ya se nos advertía cómo "finita es la vida humana, pero infinito el conocimiento; la existencia humana es corta y limitada, mas el saber inabarcable. ¡Nunca se puede aprender todo!: 吾生也有涯,而知也无涯 [wú shēng yě yǒu yá, ér zhī yě wúyá]..."
Cada vez que nos sintamos desbordados por las cantidades de libros o artículos pendientes de leer, opciones de formación, oferta cultural, etcétera (más aún en esta era de Internet, redes sociales y aplicaciones, con exceso de información…), podríamos buscar refugio en esta máxima de ancestral sabiduría china.
Chuang Tse usa esta frase para destacar la futilidad de perseguir el conocimiento sin fin y aboga por vivir en armonía con el Tao (del camino natural de la vida); critica la obsesión por acumular saber sin considerar la naturaleza efímera de la existencia humana. Su mensaje clave es la "paradoja del conocimiento": por más que aprendamos, siempre habrá más por conocer. Perseguir el saber infinito con una vida finita es agotador y contraproducente. Es como querer leer todos los libros del mundo o ver todo lo que se publica en las redes sociales: aunque pasemos toda la vida intentándolo, nunca lo lograremos. Mejor es leer con profundidad y disfrutar del aprendizaje.
Conexiones culturales:
– Contrasta con el mucho más influyente Confucio: en lugar de buscar siempre dominar conocimiento (como éste proponía), Zhuang-Zi invita a fluir con la virtud el Dao, aceptar que no podemos saberlo todo, y valorar la intuición sobre la acumulación. La verdadera sabiduría está en la espontaneidad (無為, wúwéi). Mientras aquél enfatiza el estudio riguroso («Aprender sin pensar es inútil; pensar sin aprender, peligroso»), éste rechaza tanto esfuerzo como artificial.
– Influencias en el budismo Chan/Zen: la idea de «soltar» el apego al conocimiento resuena en tal meditación budista.
Errores comunes al interpretarla:
– «El conocimiento es inútil»: eso no es lo dicho por Zhuangzi, en absoluto, sino que advierte sobre lo futil de la obsesión por el saber.
– «Hay que dejar de aprender»: más bien, tan sólo está sugiriendo hacerlo sin forzar (o sea, wúwéi), como el agua que fluye.
Por lo tanto, como sugiere Zhuang Zhou, en lugar de obsesionarse con sabérnoslo todo, deberíamos aceptar nuestros límites y vivir con sabiduría.
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[[ ...Y más aun:塞翁失马焉知非福 (sàiwēngshīmǎ yānzhīfēifú), “el anciano de la frontera perdió su caballo, ¿quién sabe si es una bendición o acaso desgracia...?”.
En el extremo del imperio chino vivía un anciano, conocido como el viejo de la frontera. Un día perdió su único caballo y los vecinos fueron a su casa a consolarlo. Pero él, ni triste ni inquieto, decía: “¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¿Quién lo sabe?”.
Poco después, el animal volvió en compañía de otros caballos. Al enterarse de la noticia, los vecinos fueron a felicitarlo. Sin embargo, el viejo no mostró la menor alegría y repetía: “¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¿Quién lo sabe?”.
Más tarde, el hijo del viejo salió a pasear montando uno de sus caballos, se cayó y se fracturó una pierna. Los vecinos acudieron otra vez a consolar al viejo y éste, como siempre, no manifestó el menor desasosiego y exclamaba: “¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¿Quién lo sabe?”.
Al poco tiempo estalló una guerra. Muchos jóvenes se vieron obligados a alistarse al ejército y nunca más regresaron a sus hogares. Sin embargo el hijo del anciano sabio, como -¡¡¡ afortunada mente...!!!- tenía la pierna rota, no fue obligado a ir al frente y disfrutó de una vida tranquila y feliz.
Pensemos en aquel trabajo perdido así como en aquella relación que se fue a pique y en todo lo que vino después, que seguramente no estuvo nada mal o incluso fue mejor que lo anterior. Se trata del entrar en armonía con el universo, sometiéndose libremente a sus 'leyes' con total serenidad y alegría.
En relación con este proverbio encontramos una máxima que aparece en el 'Dao De Jing', clásico sobre la Virtud [como]o el Camino (道德经), atribuido al filósofo Lao Zi (老子), que dice 祸兮福所倚,福兮祸所伏 (huò xī fú suǒyǐ, fú xī huò suǒ fú) y podría traducirse con “la buena fortuna está dentro de lo malo, tanto cuanto el infortunio dentro del bien...».
La felicidad humana radica entre otras cosas en este saber adaptarse, con una total armonía universal, a todos los designios del Cielo y la Tierra... ]]
SÓLO UN SER PARADÓJICO PUEDE SER LIBRE
ResponderEliminarEn toda paradoja humana late una pregunta que desborda el mundo. Cuando la razón se ve superada, cuando la voluntad se quiebra entre opuestos, cuando la libertad se enfrenta a su propio abismo… surge el eco de una dimensión mayor. Y ese eco tiene nombre: trascendencia.
El ser humano es finito, pero sueña con el infinito. Está sujeto a la necesidad, pero anhela la libertad. Vive en el tiempo, pero busca lo eterno. Esta tensión entre lo que somos y lo que deseamos no se resuelve con explicaciones, sino que se vive como paradoja.
La existencia misma se convierte entonces en un signo de que no basta con existir. Que hay algo —o alguien— a quien damos crédito incluso sin ver, sin demostrar, pero sin el cual nada tendría sentido.
Y esa es una de las claves olvidadas del pensamiento contemporáneo: la paradoja como vestigio de una paternidad perdida. La paradoja grita por su origen. Clama por un sentido que no pueda ser deducido, sino donado. No es prueba de una ausencia, sino de una presencia discreta, que no se impone, pero no se borra.
No hay evidencia más profunda de que el ser humano ha sido creado libre que la paradoja que habita en lo más hondo de su existencia. No hablamos solo de la paradoja lógica ni de la contradicción formal entre ideas que se oponen, sino también de esa fisura radical entre lo que una persona dice y lo que hace, entre lo que proclama y lo que encarna.
Esa fisura o disfunción, no es un defecto de la razón ni del alma humana: es su signo más distintivo. Porque solo quien es libre puede no coincidir consigo mismo. Solo quien es libre puede prometer… y traicionar, aspirar… y renunciar, fundar… y destruir. La paradoja no es la negación de la libertad, sino su sello de identidad más genuino.
Es por ello, que el ser humano no es libre a pesar de sus contradicciones, sino gracias a ellas. Porque solo en esa grieta disfuncional entre el pensamiento y la acción, se juega la verdadera esencia de su libertad: esa que no se impone ni se demuestra, sino por la que se opta voluntariamente y donde el saber cede ante el querer, y la razón ante la voluntad. Órgano éste de expresión de la libertad. Y ese elegir paradójico es siempre exponerse al error, al dolor, al fracaso. Pero también a la grandeza, al misterio.
La paradoja nos revela que la libertad no puede ser domesticada ni garantizada por ninguna ley. No nace del deber, ni del saber, sino del don. No se deduce, se reconoce. No se fuerza, se acoge. Y por eso es vulnerable… y sagrada.
[continuará...]
[...continúa]
EliminarHoy vivimos más que nunca, un tiempo paradójico en el que, temerosos del uso de la libertad, queremos regularlo todo. Como si las leyes pudieran garantizar la bondad y el orden armónico en nuestro mundo. Como si el mal se pudiera acotar sin apreciar que a su vez limitamos el bien y coartamos la libertad. Como si bastara con prohibir el mal para hacerlo desaparecer.
La ley de la proporcionalidad a la que actualmente y ante cualquier conflicto invocamos, es en sí la mayor de las paradojas. El mal lo objetivamos, lo cuantificamos, siendo el bien relativizado al mal, con lo que éste adquiere un carácter endémico e institucionalizado. La ley del Talión, en su día desechada por su crueldad, toma nuevamente vigencia, pero disfrazada de equidad en el mal y no en el bien. El bien y el mal no son realidades homogéneas.
Si la persona en su esencia es un ser relacional, la libertad es la esencia de esa relación. Y la libertad es in-acotable, tanto en su tensión hacia el mal como hacia el bien. Aquí reside la esencia de toda paradoja: que toda ley que no nace del respeto radical a la libertad en todo ser humano, se convierte en coacción. Que toda pedagogía que no educa en el riesgo, forma esclavos cumplidores, no personas libres. Que toda espiritualidad que no respeta el misterio de la decisión libre, degenera en dogma vacío o en moralismo sin alma.
Por eso la paradoja no es solo una categoría filosófica y existencial en lo contingente, es una vía espiritual que trasciende al mero acontecimiento. Una forma de sabiduría. Una puerta de entrada al misterio de la realidad relacional de toda persona: con su creador, consigo mismo, con sus semejantes y con el mundo que le rodea. Porque allí donde la razón calla, la libertad habla. Y lo que dice no se puede demostrar, pero sí testimoniar.
La paradoja nos revela que no somos ni ángeles ni autómatas. Somos criaturas heridas por el don de la libertad. Llamadas a ser libres sin estar forzados a ello. Y esa es nuestra mayor dignidad, nuestro mayor drama y nuestro mayor misterio: nos recuerda que somos más que biología y más que historia, más que pulsión y más que razón. A vivir como quienes, en medio de todas sus contradicciones, somos capaces de elegir el amor, la justicia, el bien. Y todo ello, no por ley.
Solo un ser paradójico puede ser un ser libre, y a su vez: solo un ser libre, como la persona humana, es un ser paradójico. Un ser que puede amar y odiar sin límites. He ahí el vértice de toda antropología. He ahí el principio de toda esperanza contra toda desesperanza. He ahí la paradoja.
En definitiva, la paradoja no es el fracaso de la libertad, sino su más alta expresión. Allí donde el ser humano tropieza consigo mismo, allí mismo late la posibilidad de trascenderse. La paradoja es, al fin, el umbral donde comienza la verdadera esperanza. Esperanza de libertad.
(M. Álvarez, ingeniero y matemático, 'El imparcial')