jueves, 18 de julio de 2024

El "wabi-sabi": particular manera japonesa del mirar al mundo y placer entre lo 'imperfecto'...

    
 
En esta contemporánea [post]modernidad del Occidente, tan Ilustrado, nuestras 'carreras estupefacientes hacia cualesquier perfeccionismos' [imposibles] parecen ser Receta [Única] del Progreso [Global]; y sin embargo, aunque ni reconocerlo se quiera, Otro[s] Mundo[s] cabe que sea[n] Posible[s]...
  
    
  
"Mientras de mala gana retiraba mis manos de la taza que giraba lentamente, vi su hechura despareja o irregular y pretendí enderezarle los lados un poco. Estaba en Hagi, una antigua ciudad alfarera del área rural de Yamaguchi, Japón. Terminé confiando en el alfarero, quien me dijo que dejase así la taza, pero no puedo decir que comprendiera sus motivos. 'Tiene su wabi-sabi...', dijo el alfarero sonriendo, mientras llevaba la taza de barro al horno.

Yo me senté sin dejar de fijarme todavía en la falta de simetría exhibida por la taza y preguntándome a qué se refería, pues resulta frecuente fallar en este intento de comprender tal singular expresión: wabi-sabi es una parte fundamental de la estética Japonesa, como lo son los antiguos ideales que aún rigen las normas del buen gusto y la belleza en ese país.

El término wabi-sabi no solo es intraducible, sino que se considera indefinible en la cultura japonesa. A menudo se murmura durante momentos de profunda contemplación y casi siempre se complementa con la exclamación '¡muri!' (¡imposible!) si alguien pide que sea explicado a qué se refiere. Así, la frase ofrece una particular forma del ver el mundo...
 
 
Wabi-sabi es un término que se originó en el taoísmo, durante la dinastía Song de China (960 -1279), y luego se transmitió al budismo zen.

Inicialmente se vio como una forma de apreciación austera y restringida. Hoy el término encapsula su aceptación más relajada de lo transitorio, la naturaleza o la melancolía; dándole cabida a lo imperfecto e incompleto sobre todo, desde para el arte arquitectónico hasta en la cerámica u otros arreglos florales.

Wabi (por términos generales empleado ante una 'elegante belleza de la humilde simplicidad') y sabi (que significa 'el paso del tiempo con deterioro subsiguiente') se combinan formando tal sentido único en Japón y fundamental para su cultura. Pero así como los monjes budistas creían que las palabras eran el enemigo de la comprensión, esta descripción sólo alcanza para entender la superficie del tema.
 
 
Tanehisa Otabe, profesor para el Instituto de Estética en la Universidad de Tokio, sugiere cómo el antiguo arte de wabi-cha (estilo de ceremonia del té instituido por los maestros Murata Juko y Sen no Rikyu a finales del siglo XV) es una buena introducción al wabi-sabi.

Al elegir la cerámica japonesa común, en vez de los famosos (y técnicamente perfectos) ejemplares importados de China, estos hombres desafiaron las reglas de la belleza: sin colores brillantes ni diseños ornamentales en que basarse para seguir cánones de belleza, a los invitados se les alentaba sólo a estudiar colores y textura sutil que antes habían pasado desapercibidas.
  
En cuanto al por qué prefirieron piezas imperfectas y rústicas, el profesor Otabe nos explica que 'wabi-sabi deja un tanto sin terminar o incompleto alguna cosa para favorecer el juego de la imaginación'. Apreciar algo así considerado logra tres cosas: concienciar sobre las fuerzas naturales involucradas en la creación de una pieza, una mejor aceptación del poder de la naturaleza y abandono del dualismo como creencia de que podríamos estar separados con respecto a nuestros entornos.
 
 
Combinadas, dichas experiencias permiten al espectador verse a sí mismo como parte del mundo natural; que ya no está separado por construcciones sociales y, en cambio, sí a merced siempre del natural paso de tiempo. En lugar de ver las abolladuras o formas desiguales como errores, éstas pueden ser vistas como una creación de la naturaleza, tal cual el musgo creciendo en una pared o un árbol curvándose con los vientos.

'La estética de wabi-sabi nos abrió los ojos a la vida cotidiana y nos brindó un método para lograr apropiarnos de lo que común es pero de alguna manera poco usual y más estética', explica Otabe; destacando lo importante de su aceptación en la cultura japonesa, para una sociedad obligada siempre a enfrentar imprevisibles desastres naturales devastadores.

En lugar de ver a la naturaleza únicamente en tanto que una fuerza peligrosa y destructiva, wabi-sabi ayuda mejor a enmarcarla como fuente de belleza, posible de apreciarse desde los niveles más pequeños. Se convierte así en proveedora de colores, diseños y patrones: una fuente de inspiración con fuerzas aliadas, en vez de tan enemiga...
 
 
Sin embargo es la inevitable mortalidad, enmarcando todo lo natural, clave para llegar a una verdadera comprensión del wabi-sabi. Como señala en su libro 'Wabi Sabi: arte japonés de la impermanencia' el autor Andrew Juniper, 'utiliza el toque de la mortalidad sin concesiones para enfocar nuestra mente sobre aquella exquisita belleza transitoria que se puede hallar en todas las cosas impermanentes'.

Por sí solos, los patrones naturales son simplemente bonitos; pero al comprender su contexto, como elementos transitorios que resaltan nuestra conciencia de la impermanencia y muerte, se vuelven más profundos. Esta idea me hizo recordar una historia que contó una colega japonesa mientras hablábamos del wabi-sabi.

Al visitar Kioto de adolescente, había estado apresurada recorriendo los terrenos de Ginkakuji (santuario zen de madera con jardines tranquilos) ansiosa por ver el famoso Kinkakuji (templo adornado con hojas de oro, posado sobre un estanque que le producía reflejos) y el monumento brillante, glamoroso e impresionante, resultó estar a las alturas de su expectativa.
 
 
Unas décadas  más tarde regresó para de nuevo apreciar el oro reluciente y, si bien era ciertamente llamativo, tampoco le ofrecía mucho más que la gratificación inmediata obtenible al ver hojas de oro; pero, sin embargo, esta vez Ginkakuji ofrecía una nueva fascinación: su madera envejecida tenía innumerables tonos y diseños, mientras que los jardines de arena seca y el musgo le ofrecían un marco para las muchas formas de la naturaleza.

Cuando era niña fue incapaz de apreciar estas cosas pero ahora, que había crecido, podía contemplar los estragos del tiempo como una fuente de belleza más profunda y mucho mayor que un destello del oro.

Intrigada por el elemento personal de su apreciación, me fui a poner en contacto con el artista Kazunori Hamana, cuyas piezas a menudo se considera que tienen un elemento de wabi-sabi. Mientras caminábamos por los terrenos de su granja en ruinas del área rural Izumi sobre la prefectura de Chiba, él estuvo también acorde con lo necesario de tal paso del tiempo.
 
 
'Tienes sentimientos diferentes cuando eres joven: todo lo nuevo es bueno, pero empiezas a ver hasta qué punto la historia se desarrolla como algún cuento. A medida que creces, ves muchas historias, desde las familiares a en la naturaleza: todo crece y muere. Así entiendes el concepto, mejor que cuando eras niño'.

Esta singular apreciación por las marcas del tiempo es una característica clave en las obras de Hamana, que por lo general procura exhibir en granjas abandonadas. Mientras explica que los marcos en las puertas de madera se han renegrecido por años de humo del irori (una chimenea interior) y señala cómo cada muro de barro ha comenzado a desmoronarse, dice sentir cuánto la historia de las casas le da un telón de fondo adecuado para sus piezas, evitando así la fría dualidad entre las impersonales galerías blancas.

Al crear esculturas usando arcilla natural del área de Shiga, con una larga historia en alfarería y reputación de alta calidad, Hamana adopta el importante concepto wabi-sabi sobre creación mutua entre hombre y naturaleza. 'En el principio diseño un poco, pero la arcilla es algo natural, por lo que cambia; no quiero pelear con la naturaleza, así que sigo esa forma, lo acepto', dijo.
 
 
No solo permite que la naturaleza le ayude a moldear sus piezas, sino también sobre su aspecto posterior. En un bosque de bambú entre los terrenos de la granja, Hamana me mostró las piezas que había elegido para dejar afuera, enterradas entre la maleza durante años.

Allí han desarrollado patrones únicos causados por temperaturas extremas y plantas que las rodean, además de romperse ocasionalmente. Al estudiarlas de cerca, descubrí que todo esto se sumaba sobre la belleza de cada pieza, y ofrecían las grietas otra oportunidad para incrementar elementos en su historia.

A menudo asociado con wabi-sabi está el arte de kintsugi, un método para reparar la cerámica rota con laca u oro. El proceso resalta, en lugar de ocultar, las grietas; lo que les permite convertirse también a su vez en parte de la pieza.
 
 
Hamana cuenta riendo que una vez que una hija le rompió accidentalmente parte de su trabajo; tras de lo cual, él decidió dejar las piezas afuera durante algunos años, permitiéndoles así ser coloreadas y moldeadas por la naturaleza. Y luego, cuando la pieza fue reparada por un especialista local del kintsugi, los diferentes colores crearon un contraste tan sutil en lo desigual que no habría podido resultar intencionalmente jamás.

Acoger los efectos de la naturaleza y permitir que una historia familiar sea en esa pieza visible crea un valor único para lo que simplemente se consideraría, por muchas culturas, inútil. De hecho el término 'perfecto', que proviene del latín per fectus (es decir, completo por ya hecho), para muchas culturas ha sido puesto en un pedestal inmerecido; y en Occidente muy especialmente.

Al priorizar lo impecable e infalible, el ideal de perfección crea no solo un estándar inalcanzable, sino también erróneo; y al contrario, el taoísmo perfección lo considera equivalente a muerte, por ser un estado en el cual no puede producirse ya ningún crecimiento ni otros desarrollos adicionales.
 
 
Mientras nos esforzamos por crear cosas perfectas y luego luchamos por preservarlas, negamos su propósito y nos perdemos de la alegría que viene con el cambio y el crecimiento.

Aunque aparentemente abstracto, este apreciarse la belleza pasajera se puede hallar en el corazón de algunos entre los placeres más simples del Japón: Hanami, la celebración anual de los cerezos en flor, incluye fiestas o picnics con paseos en bote y festivales; todos debajo de los pétalos que a menudo ya están cayendo, considerados hermosos tanto por los patrones caóticos formados en el piso como sobre las ramas.

La aceptación de una belleza fugaz, que por Occidente no cosecharía sino unas pocas fotos, resulta inspiradora. Si bien tal apreciación puede también estar teñida de melancolía, su única lección es disfrutar los momentos como vienen, sin expectativas.
 
 
Las abolladuras y los arañazos que llevamos nos conservan recordatorios de la experiencia. Eliminarlos sería ignorar aquellas complejidades de la vida. Mas al retener lo imperfecto, reparando cuanto se ha roto y aprendiendo a encontrar la belleza en las fallas, Japón fortalece su capacidad para seguir encarando esos desastres naturales que tan a menudo afronta.

Cuando mi tazón de Hagi llegó por correo meses después, sus bordes desiguales ya no eran ningún defecto, sino un recordatorio de que la vida no es perfecta; y del cómo yo tampoco debería intentar que fuere así."
  
  

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