lunes, 8 de septiembre de 2014

El contento moral, y responsabilidades del aquí ahora: cada cual en su sitio ponerse o altruismo


Hacerse -de las necesidades- Virtud... es; y nada de más estaría el retener bien aquello del que, como ya lo explicó Aristóteles bien, "a la hora de fijarnos algún ideal puede partirse dando por sentado siempre cuanto deseemos mas en todo caso será necesario evitar las imposibilidades..."

[Cerezuela del Valle continúa regalando sus avellanas, pomelos, limas,
paraguayos, peras, kiwis, granadas, membrillos, uvas, higos, ciruelas]
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¡O sea, no buscar 3 pies al gato!; procurando lo del sabio, Sir Rudyard Kipling, tan bien:
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"... esperar y a tu afán poner brida (...) 
 
Si sueñas pero el sueño no se vuelve tu rey,
si piensas y el pensar no mengua tus ardores,
si un desastre o el triunfo no te imponen su ley
y los tratas lo mismo, como dos impostores,

(...) si puedes mantener en la ruda pelea
alerta el pensamiento y el músculo tirante
para emplearlo cuando en ti todo flaquea
menos la voluntad, que te dice adelante,

(...) y si puedes llenar el preciso minuto
en 60 segundos de un esfuerzo supremo,
tuya es la tierra con todo lo que habita en ella
y más aun, ¡serás hombre, hijo mío!"
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O sea, de acuerdo con la petición hecha por Niebuhr y, mucho antes, Boecio:

"...serenidad aceptando aquello que no puedo cambiar,
más fortaleza para sí hacerlo con cuanto deba ser cambiado
y sabiduría en ese distinguir unas cosas de las otras:
viviendo día a día;
disfrutando de cada momento;
sobrellevando las privaciones como un camino hacia la paz..."
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Entre las filosofías contemporáneas, nos ha valorado el profesor F. Rguez Genovés como “muy meritoria la labor que realiza Clément Rosset en aras a perseverar por una línea del pensamiento alegre, de avanzar en el saber por esa senda de una ‘gaya ciencia’. En las estelas tras Baruch de Spinoza, y sin otra huella con Friedrich Nietzsche perder de vista, este filósofo francés dice sentirse atraído especialmente por el término «beatitud» a fin del establecer su objetivo principal para toda vida moral. En lo tocante a la filosofía del ámbito español, Fernando Savater -con epílogo 'La vida sin por qué', para poner un ejemplo- dejó, por su parte, opción conceptual pro «ética de la alegría».
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Al margen de denominaciones o etiquetas, el propósito y la dirección marcados en las citadas perspectivas son en cualquier caso muy afines, como tocadas por la gracia del participar en un común aire de familia; todas ellas tendentes a reforzarles a los individuos el sentido de la humanidad, aquello que nos hace más humanos, tal como por ejemplo sostiene G. K. Chesterton en esta encendida declaración:
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« ... El hombre está más humano, semejante a sí mismo, cuando_su estado fundamental es alegría y en cambio el superficial_de_pena. La melancolía debería ser entreacto inocente,_algún tierno y fugitivo rapto del ánimo; y las alabanzas_de_la vida -por contra- debieran dar el pulso constante_de nuestras almas: el pesimismo deberá ser como_alguna tarde de fiesta, emocional; mas alegría, tumultuosa_labor por quien alienta(n) todo(s)...»
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En lo que a mí respecta, comparto con toda decisión el espíritu de la ética spinoziana, pero (…) porfío en privilegiar respecto vocabularios para la ética el concepto de contento moral, pariente de la alegría y el gozo, al cual juzgo más preciso -y, con rigor, más ‘contenido’...- que los demás términos hermanos.
La alegría no siempre puede impedir verse afectada por presiones de la pasión y su fuerza («...la mayor» según afirmaría Rosset), mientras el contento evita cualquier tipo de pasión; aspira a la potencia actuante, mas no a la fuerza. Primero, porque no se trata de algo que ‘padecer’. Segundo, por más próximo estar a la categoría del estado de ánimo que de la del afecto: su causa proviene, no de acción exterior, sino de nuestras disposiciones y obrar. Ni es un padecimiento, sino más bien recreación. Si decía fabricarse su oxígeno propio Wittgenstein, afirmemos que cada ser humano es capaz para componer su propia sinfonía contenta, algo más que un himno a la alegría.
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Contemplada como emoción placentera, la alegría puede llegar a poseernos, incluso a dominarnos. En ese caso, estaríamos hablando de euforia o éxtasis, categorías más próximas al entusiasmo que la placidez. G. W. Leibniz comprendió que la alegría, en cuanto placer que experimenta el hombre al ver asegurada la posesión de un determinado bien, no podía desprenderse de la larga sombra de la inquietud, afecto característico de la tristeza y el dolor. Se crean así unas condiciones determinadas que impulsarían al mismo a ir siempre más allá, un deseo susceptible de constituirse en «combate perpetuo», que no otra cosa es la inquietud: «Tal 'alegría' llegó hasta matar por exceso de la emoción, y, en ese caso, algo más que inquietud había.»
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El contento moral, empero, conlleva una declaración de paz; que se revertirá en apaciguamiento con las cosas del mundo y nunca maldice o reniega, sino que procura ganárselas para el propio bienestar, aunque no a cualquier precio. Principalmente, se consigue merced a la paz consigo mismo: he aquí la genuina declaración del amor propio.
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La alegría, inquieta y combativa, «la alegría loca», no puede sustraerse a la fuerza de los extremos. Esta clase de alegría desea más y más, de forma que hace que se proyecte a su alrededor una sospecha de cierta irresponsabilidad, ligerezas o descuidos en la acción, y que la lengua común ha registrado oportunamente, como ese obrar sabio del notario levantando acta por suceso del cual existen implicados. Reparemos, en este sentido, sobre la muy aguda precisión de conceptos a cabo llevada por Michel de Montaigne: «Las profundas alegrías tienen más de seriedad que del júbilo; el intenso y pleno contento más de la serenidad que de otra exaltación.»
 
Y a continuación se añadía una cita de Séneca ('Epístolas morales a Lucilio', LXXIV): «Ipsa felicitas, se nisi temerat, premit» [La dicha, si no se modera, destrúyese a sí misma].
 
Oímos a veces expresión radiante del «tomarse la vida con alegría», y de inmediato comprendemos lo que comporta esto, al fin y al cabo: tomarse a broma la vida. Igualmente se puede llegar a estar «loco de alegría», pero sólo cuando el alma alcanza un estado que va más allá de lo contento, cuando roza su exaltación. O, en fin, también hay quien se deja llevar por demasiadas alegrías... No es lo mismo la actitud desenfadada, propia del contento, que se enfrenta a la vida libre de enfado, que el impulso jaranero y ruidoso que busca propiciar un ambiente jovial al grito de guerra: «¡Alegría! ¡Alegría!»
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La alegría serena –esto es, el contento moral– es afecto liviano, propio de aquel que ha aligerado su alma de un peso o fardo que le aprisionaba desde tiempo, siendo por tal opuesto al ‘pesar’ y a ‘pesadumbres’; nace de la plena des-preocupación que llegó a experimentarse como una liberación. Estamos alegres no por ser libres, sino, en primera instancia, por lo que nos hemos librado de soportar. En semejante vivir aliviado, triunfa la alegría como lo hace la ligereza, que conlleva quitarse de encima una gran carga de ser y existir que la Fortuna a menudo nos impone.
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(...) Sobre noción moral 'del contento' -entre las éticas antigua y moderna- hay al menos una sincera e inocente presunción según la cual hablar de tal en la filosofía práctica, entendiéndolo desde cierta perspectiva del individualismo metodológico y previniendo por las alteraciones con la política o para sus interferencias en la ética pudieran interpretarse como iniciativas osadas, percibidas probablemente incluso con recelo, por no decir desconfianza.
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A todo ello añadimos que en el presente trabajo se cuestiona el valor moral de la simpatía, proponiendo una noción de respeto traducido por que cada uno se ponga en su sitio, y no en el lugar del otro (...) con la esperanza de que queden aclarados desde un principio algunos extremos del asunto a fin de salvar malentendidos: por ejemplo, ese espacio o lugar en liza al cual nos referimos deberá entenderse como territorio moral privado, pero no privativo; común, mas no comunitario; discreto y reservado, aunque de libre admisión y disfrute, pues a él están todos invitados, todos los que quieran y entiendan que a la ética se podría entrar mejor siendo convidado que obligado. A tal espacio de la mente y su conciencia, al ámbito moral para deliberación y acción, lo conoceremos aquí bajo el nombre del 'continente de ética'. ¿Será eso intempestivo?
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Defender en el marco de la filosofía contemporánea un ideal moral de la felicidad u otra vida buena basado en el cuidado de sí mismo y perfección moral, promover una idea de su excelencia personal no repeliendo a la democracia ni enemistándose -sino que, por el contrario, se avenga; e incluso contrate, con ella- o finalmente arrimarse a esas provechosas enseñanzas de los clásicos Maestros cómplices aludidos (...) ¿será postura inactual?

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Con todo (...) la 'del contento' que aquí nos orienta se ha de ajustar a nociones morales inspiradas por una intemporal ética del presente, lo cual confío en que aclare las cosas despejando imprecisiones, pues desde antiguo sabemos que tales filosofía del tiempo y perspectivas éticas para su acción se apoyan en tres preceptos teórico-prácticos prioritarios, dignos de mencionarse:
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 - 1) vivir lo real en su globalidad e intensidades máximas, como si cada instante soportáramos toda la eternidad; lo cual, por darse con atemporalidad, se acomoda en todo momento de forma necesaria entre los márgenes del presente;
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 - 2) evitar esas dos rémoras que agrietan la existencia humana: nostalgia, o apego al pasado, y esperanza con preocupación por el porvenir; junto a sus secuelas inevitables: lamentación y desaprobación de lo que hay existiendo; y
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 - 3) amar lo real sin temor, resentimientos ni dobleces, desde la inmanencia; comprendiendo así cómo el centro de gravedad en la existencia moral del hombre gira en torno a vida interior, el yo; sobre lo cual cada uno fija su destino: siendo el que solo es, y nunca otro, asumir cada quien su ser sin en lugar de otro ponerse.
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(…) la perspectiva de nuestra experiencia moral basada en mejoramiento moral y «vida buena» sufre una estricta alteración con el advenimiento de la Modernidad -u otra ética, más «moderna»...- en esta civilización occidental, representada significativamente por sus éticas kantiana o utilitarista; particularmente, debido a las consecuentes aparición y extensión hegemónica del Cristianismo como su concepción del mundo.

Si bien no se instauran genuinamente hasta el Renacimiento los conceptos de ‘yo’ e ‘individuo’, éstos arriban a ese histórico estadio ya henchidos por espiritualidad cristiana, para la cual sus propósitos de virtud o felicidad no residirían junto a excelencia ninguna ni en el acto de preferentemente pensar por uno y en sí mismo; sino en las tendencias a confiar en el otro (confiándose al Otro) el sentido de la virtud, a fin de obtener aprobaciones morales y ganar salvación, en lugar del perseverarse con tareas hacia perfección moral desde paradigma ético de autosuficiencia.
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Justamente había sido este sentido el que sostenían los filósofos antiguos, en especial los estoicos; quienes enseñaron cómo es posible salvarse por medio del esfuerzo y el perfeccionamiento personal, sin la ayuda de Otro, aunque se lleve a cabo con otros. Bajo la presión de principios como 'providencia', 'simpatía', 'benevolencia' y 'caridad', los conceptos de una ética y acción moral en la modernidad cristiana se ponen al servicio de nuevas instancias abiertas a 'la otredad'; como son, por ejemplo, el deber o bienestar general. Ser bueno debe significar -a partir del dicho entonces- 'encomendarse, y servir, a otro', siendo éste alguien o algo distintos de uno mismo. Las categorías de autonomía moral o virtud públicas se imponen sobre los postulados de autosuficiencia y excelencia morales.
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Con la revolucionaria Ciencia Moderna se altera el soporte mental e intelectual del pensamiento antiguo en momentos que inauguran una nueva forma de pensar y concebir el mundo, lo que comporta importantes consecuencias para su comprensión de la ética. A diferencia de otros hombres antiguos, los modernos interpretan el universo como «espacio neutro» abierto, sin un arriba y abajo ni contornos o señales: carente de jerarquía de valores y, en general, de valor alguno.
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La moral, en suma, no puede fundarse ya con la Naturaleza; de ahora en adelante, se fundamentará por Dios o/y los otros hombres, entre quienes la relación moral se inspirará para lo sucesivo por fórmulas de promesa y contrato: sometimiento a un pacto que -según apreciación atinada de Rosset ('Lo real y su doble')- se inspira, como última instancia, en una «estructura de reiteración»; donde tal otro viene a ocupar el lugar de lo real, mientras mundo y sujeto ejercen de hecho papeles del doble. Esa misma necesidad de buscar en «otro lugar» el sentido último... para la existencia y fundamento del valor nos da las claves u horas que marcarán dirección de una «ética moderna». Lo que debe contar a partir del momento es que su sentido, valor y salvación no se sitúen por ningún «aquí» -o sea, el propio sujeto- sino en otro lugar.
 
«Ponerse en lugar del otro» es erigido como un modelo para conducta moral que compendia el nuevo sentir dominante de la ética resultante. Según dicta el postulado 'alternante' se trata de salir de uno mismo y abandonarse en el Otro para pretender acción virtuosamente valiosa. La moral adquiere así una tonalidad severamente altruista en su forma, orientándose hacia el interés de los demás y al cuidar a los otros en detrimento del interés personal o cuidadoso de sí mismo. Este movimiento transforma notoriamente la perspectiva de intencionalidad ética, venciéndose desde primados del sí mismo hasta fomentar el ‘sí mismo... cual otro’‘... en cuanto a otros’ (Paul Ricoeur).
 
Las convicciones que conquistan el mundo moderno son principalmente ya civilidades, derechos humanos, paz, benevolencia, solidaridad, democracia, simpatía, justicia, &c; unos valores éstos que -al no fundarse desde la Naturaleza- deben conquistarse con esfuerzos y por un trabajo para renovación de sí mismo, mediante una rígida ascesis; a través de unos renovados «ejercicios espirituales» que, superando el ensimismamiento, se consagran a su alteración. Las fórmulas morales de la obligación o el deber e imperativos -valores en buena medida «antinaturales»- avanzan con rapidez, adueñándose de la conciencia del sujeto y estableciendo sus inevitables corolarios: la culpa, el arrepentimiento, penas más coacciones.
 
* (...) Cierta tradición de los especialistas en Antigüedades ha retratado a Marco Aurelio como un filósofo-emperador melancólico y pesaroso, que arrastraba por la vida su condición humana con abatido pesimismo; filósofo consternado y emperador, en fin, que asume su tarea entre cierto malestar o aun enojo. Mas ofrece, la traza de un hombre preocupado y meditabundo, en efecto, no del descontento. Fiel en las estoicas enseñanzas recibidas, aprende a desprenderse desde todo sentimiento negativo, triste o destructor, echando fuera de sí los de autocomplacencias y fatuo engreimiento, así como tanto autocompasión cuanto rebajamientos morales. Nada más decadente para esta cuidada sensibilidad moral que un alma rencorosa, amargada, quejillosa.
 
Además, en el sabio estoico no es fácil que crezcan estas flaquezas, pues para salvarlas fortalece su autoestima merced al ejercicio constante que fructifica por un concepto elevado de sí mismo, el cual le lleva a situarse más cerca de la excelsitud en los dioses que de cotidianidades comunes entre mortales. Precisamente porque se considera un ser privilegiado -pues participa con mayor razón que otro resto de hombres ordinarios, aproximándose así al ideal de la Naturaleza- se percibe a sí mismo, y aquellos que comparten esa condición, como individuo moralmente superior; esto es, un ser que se supera en todo momento y aspira a sacar lo mejor de sí mismo, que proyecta su vida cual camino hacia la excelencia (areté); así el sabio estoico es, en el mejor sentido de la expresión, una persona cabal autosuficiente y feliz…
 
Tras noche del rebollar, paseo por avenaloca, enebral, zarzamora y pacharanes gratis
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Lo vital e imprescindible para Marco Aurelio en filosofía era exhortarse a sí mismo con el fin de «calmarse», o no dejándose arrastrar por las corrientes generales, y manteniéndose firme sobre dos principios fundamentales para la sabiduría estoica:
 
1) nada puede ocurrirme contra la Naturaleza
2) ni nada debe hacerse que intente contrariarla.
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Esas magistrales lecciones en ética, no las dirige a sus alumnos, un cónclave, cualquier asamblea, queridos amigos, los dioses o ningún lector desconocido: sino a sí mismo, escribe acerca de sí mismo y para sí mismo: eis heautón... 
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* Según confiesa Montaigne en el ensayo «De l'oisiveté (De la ociosidad)», el proyecto general de su libro nace, como la sabiduría de los antiguos, del ocio y reposo al que se aplica en su retiro voluntario, después de haber conocido los disgustos que le comportó actividad mundana por empleos y negocios relacionados con asuntos públicos, a lo cual se aplicó tras heredado deber de alcurnia más personal sentido del vínculo familiar y la lealtad, desde luego sin esperanza de sacar beneficio alguno, y entendiendo siempre tales ocupaciones en un orden secundario entre otras prioridades de la vida. Reacio a la pesadumbre, se nos muestra sin embargo muy preocupado con el destino y suerte de la humanidad.
 
Pese a su condición de gentilhombre y seigneur, siente una profunda piedad por esas «pobres gentes» que soportan en mayor grado que otros los desastres de la inacabable guerra civil fanatizando y ensangrentando Francia durante su época. Pero aunque se preocupe por eso, no se ocupa con ellas ni sobre la causa de sus desdichas. Nunca planeó su libro para procurar remedio a situaciones imperiosas. Tampoco es ningún tratado político, ni manual de «autoayuda», y nada más a su aspiración extraño que cualquier erigirse como guía para mentes desorientadas o corazones consternados. No siente impulso de -como hace Blaise Pascal en sus ‘Pensées’- reprochar a los hombres; o del amonestarse incluso a sí mismo, cuanto Jean-Jacques Rousseau en sus ‘Confessions’.
 
Montaigne se mueve por otros estímulos y sus ‘Essais’ contienen un inapreciable tesoro, acaso el mayor de todos los que cobijan: una moral de altura, universalizadora, vigorizante, jubilosa y más ejemplar que modélica. Su alcance se compendia en alguna excelente ambición que también es máxima moral, de máximos: cada hombre, ante cualquier situación o lugar, como fin primario se debe al cuidado de sí mismo, lo que representa no sólo el modo más sabio de reconocer su vida buena, sino aquella mejor y más eficaz manera de auxiliar a las causas generales de la humanidad: «Chaque homme porte la forme entière de l'humaine condition.» 
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En consecuencia, ¿ocuparse de sí mismo, practicando el egoísmo racional humanista, sería tarea deshonrosa o vergonzante? Para él, no hay tal contradicción. Los deberes con respecto a la sociedad y hacia sí mismo se concilian en el momento de comprender sin reservas que conviene por mejor servir a los otros, saber vivir uno mismo -en sí mismo y para sí mismo- aprendiendo en cada instante a mejorarse. Cuando se pone a escribir, ya es consciente del comenzar con un singular ejercicio de introspección o reconocimiento, jamás concebido hasta entonces, pero también sabe que su tarea se comprende como entrenamiento concebido para superar lo contingente de la existencia. Desde tamaños pasos iniciales ve crecer en su alma una moral para la superación y un esfuerzo de colosal envergadura. Sumergirse todavía hoy en sus páginas sigue siendo una fuente del saber con alegría. 
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* Finalmente, no puede haber mejor manera de poner digno colofón a una disertación sobre las éticas del contento y vida buena que desembocar en la filosofía spinoziana: su ética suele caracterizarse como ‘...de alegría’, en efecto. Pero tal vez podamos -por decirlo spinozianamente- ‘perfeccionar’ aun esta descripción para el sistema filosófico del sabio de Ámsterdam; afirmando que, sobre todo, es una genuina ética ‘de la beatitud' -o/y 'del contento'- debido a tres razones principales: 
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 -> 1) Nace o crece por la fuerza de un deseo, el conatus, del ser esforzado con perseverar en sí mismo y perfeccionándose por sí mismo. Este impulso sigue un orden natural y racional que otorgándole singular aire de claridad vivaz, o vitalidad o luminosa, que no puede por menos de calificarse como alegría. Esa fuerza creciente de su alegría, en efecto, permitiría vencer resistencias, superar debilidades y liberarse de servidumbres; lo cual nos distingue la vida buena -lograda, enérgica o excelente- de una existencia servil, derrotada, medrosa y débil. 
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Con este progreso vital, las almas humanas van ascendiendo en grados del conocimiento hasta lograr acceder al nivel superior (tercer grado, ya, o amor intelectual de Dios), transmutando pasiones en afectos, lo que posibilita no dejarse dominar por las afecciones debilitadoras sino seguir perfeccionándose merced a las ideas adecuadas. Ese crecimiento moral representa genuina transitio por donde un alma humana pasa de una perfección menor a otra mayor; y esa fuerza que inspira el crecimiento moral, Spinoza lo llama laetitia (o alegría). Aunque si el afecto por tal alegría se apuntare hacia una mayor perfección, ¿a qué grados de más perfección podría Dios aspirar si ya, Él, representa la entidad real más perfecta? 
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 -> 2) La beatitud informa del poseer la perfección, de su consumarse. Pero un acceso al último nivel de conocimiento (intuitivo, del tercer género) no supone paralización en su actividad, pues toda potencia es de actuar, y llegados a la cumbre no se pierde potencia, sino todo lo contrario. Dicho extremo queda explícitamente aseverado por esta proposición 40 en la Quinta Parte de su 'Ética': «Cuanta mayor perfección tiene cada cosa, más actúa y menos padece; o, al revés, cuánto mejor actúa, es más perfecta.»
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Sucede que conservando allí su actividad, el entendimiento ejerce una perfecta transitividad, pero ahora ya sin género alguno de la exterioridad. La ética spinoziana no se basa en sacrificios ni sometimiento a ninguna fe o deber. Afirma con claridad Spinoza en una última proposición sobre su ‘Ética’ que la beatitudo (felicidad) no es premio a ninguna virtud, sino virtud misma. 
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 -> 3) Tal alegría, en consecuencia, puede sujetarse a oscilación, entre grados, fluctuaciones y [de]crecimiento; o también a excesos: verbigracia, la risa (risus) que -como la broma- «meramente alegría es; y por tanto, buena en sí misma, con tal de no tener exceso»; lo cual significa que puede tener exceso. Asimismo, es buena la jovialidad (hilaritas), en cuanto alegría que se refiere al cuerpo. 
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Por el contrario, la beatitud contempla su máxima realización y contento de sí, complacida en tranquilidades del ánimo. Pero, tal estado en plenitud no es adquirible de pronto y sin esfuerzo, sino que se concibe como el resultado (tampoco la recompensa) por un ejercicio moral e intelectivo al mismo tiempo: «a recta norma de vida sigue tranquilidad suma del ánimo.» Toda esta preparación interior -del dominio, control y transformación positiva de las pasiones externas- es dispuesto en orden a establecimiento del carácter, o ánimo, templado y firme; por un estado positivo, de contento, que permite su estabilidad en la calma. 
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Llegados a ese punto, tal alegría ya no es experimentada como un estado de gozo (gaudium), del placer y cosquilleo (titillatio); ahora se ha transformado en alegría perfecta, vale decir felicidad, salvación, beatitud, tranquilidad para los ánimos: “...acquiescentia in se ipso, acquiescentia animi...” o contento de sí mismo.
 
[ Mas también, las buganvillas nos crecían solas, aun generosa mente... ]
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Ética del contento pues, a partir de Marco Aurelio, Montaigne y Spinoza (…) aunque con su admirable relación -aparte de todos los Maestros ya reseñados, tan bien- no estarían de más Lucrecio, Epicteto, Baltasar Gracián u Ortega y Gasset o «Alain», así como -para citar otro autor contemporáneo, viv[acísim]o- el inicialmente comentado Clément Rosset, por ejemplo…”    
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('El Catoblepas, revista crítica del presente' de Nódulo Materialista, núm. 29/30 -Jul/Ago. 2004- &144 -Feb. 2014)
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Mas también -igual mente, ¿cómo no?- Simone Weil, Hannah Arendt, Róża Lukxembourg, María Zambrano...
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O, en definitiva, y bajo cierto punto de vista complementario: "...Algunos de cuantos van por un río nadan contracorriente, pero aun así el agua se los lleva. Otros han aprendido como meollo del asunto dirigirse flotando a favor; mas ellos, igual, son arrastrados: la única diferencia es que -mientras dichos contrarios piensan estar nadando en su sentido- quien escogió ese nadar solo aguas abajo mejor lo habría conseguido saber...
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3 comentarios:

  1. ¿Contento... y Moral?

    ¡Pues... "in Vino veritas... et in Tria virtus..."!

    El poeta Eubulo advirtió hace mucho de que 3 cuencos (kílix) era la cantidad idónea del vino a consumir.

    Ese número de 3 como moderación es un tema común en toda la literatura griega... Y así las actuales botellas de vino con 75 cl. contienen, aproximadamente, 3 copones para un par de comensales.

    En su obra 'Sémele, o Dioniso', dicho autor Eubulo (cerca del año 375 a. de C.) le hizo a Dioniso decir:

    "...3 cuencos o cráteras les echo a los moderados: 1 de la salud, que apuran primero; otro 2º por amor y placer; el 3º para soñar.

    Cuando este último es libado, los huéspedes que son sabios vuelven a su casa...

    El 4º cuenco ya no es nuestro, sino que atañe a la insolencia; el 5º a griteríos, el 6º al regodeo beodo, el 7º a los ojos morados, el 8º es ya del alguacil, el 9º le pertenece a la colérica bilis, y el 10º a locuras con lanzamiento de muebles..."

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  2. ¡Me quedaré con ese PDF ofrecido aquí, por el enlace -desde un link- en 'Fernando Savater', a su texto "Las preguntas de la vida"; da para rato!

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    1. Bueno, si se lee, podrá verse cómo su epílogo es el citado texto de 'La vida sin por qué'. Y no al revés...

      Con todo y eso, antes aun, podría sernos muy jugoso el brevísimo mensaje de Alan Watts en un video (con subtítulos) referible a "La vida como juego", desde 'Playing the Game of Life'... =
      www.youtube.com/watch?v=IJuUoQEBQq8
      .

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