miércoles, 21 de julio de 2010

Del voluntarismo: enfermedad joven... y senil...

(en Berlín ahora, junto a nuestro viejo conocido Checkpoint Charlie...)
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Para una mayoría de seres humanos la propia experiencia vital resulta tener algo excesivo de infeliz absurdo; por cuanto el mero hecho de lograr ver con suficiente claridad cómo es lo real, más –física y material mente…- objetivable, parecerá empresa utópica: sumisos en su inopia cultural o/y a psicopatías de subjetividad, impotentes ante las desaforadas religaciones, caen presos de [sin]sentidos inútiles. Ninguno estamos del todo libres al respecto para siempre.

Ello explicaría, entre otras cosas, las aberrantes lecturas que sobre casi cualquier asunto suelen ser regla por quienes precisan interpretar todas las caóticas e incontrolables contradicciones para sus circunstanciales ombligueros personal o colectivo en clave de algunas 'lentejas (¡velis, nolis!)... únicas' con jerárquica simplificación hasta invariantes maniqueísmos. Así ocurre, por ejemplo, también respecto de la teoría y práxis políticas...

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Hace un siglo -más o menos- que ya caracterizó Vladimir Ilích Uliánov, o 'Lenin', al 'Izquierdismo, como enfermedad infantil del comunismo'. Pero lo que ahora nos interesa destacar se define aun con carácter más general y, sobre todo, referido a nuestras últimas realidades nacionales de mayor actualidad: el reputado maestro de tareas -republicana mente...- historiadoras Gabriel Tortellá Casares se acaba de centrar en cierta breve disertación refutando, aquí hoy, 'El voluntarismo político':
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"Oí decir hace unos días a un médico muy competente, como si se tratara de algo atrevidísimo, que él seguía explicando a sus estudiantes que el sexo de cada persona venía determinado por los cromosomas de sus células. Esto es algo que yo había estudiado en los años lejanos de mi bachillerato, e ingenuamente le pregunté si es que nuevas investigaciones habían invalidado esta venerable teoría. «¡Qué va!», me dijo. «Es que el dogma imperante ahora dice que el sexo es de elección voluntaria; lo de los cromosomas X e Y, aunque sea verdad, está muy mal visto». Vaya, me dije, la corrección política llega hasta la biología. Pero luego me acordé de Trofim Lysenko y me di cuenta de que la biología había estado sometida a la corrección política hace ya mucho tiempo.
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El voluntarismo consiste en hacerse una imagen del mundo, o de una parte, tal como quisiéramos que fuera, investir esa imagen de un aura ética, y decidir en consecuencia que el mundo, o esa parte de la realidad, es como la imagen dicta y que, si hubiera discrepancia, la realidad debe adaptarse a la imagen y no al revés.
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El voluntarismo tiene mucho de mesianismo, y es muy característico de una cierta izquierda, aunque, desde luego, no exclusivamente. Se encuentran casos a ambos lados del espectro político. El de Lysenko es paradigmático: biólogo y agrónomo soviético, atrajo la atención de Stalin cuando en los años de hambruna de los 30 afirmó que podía lograr enormes rendimientos de los cereales por medio de simples manipulaciones. Sus experimentos eran muy poco convincentes, pero Stalin quería creer que lograría el milagro agrario en la famélica Unión Soviética, tanto más cuanto que Lysenko afirmaba que su biología proletaria era superior a la ciencia burguesa.
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Lysenko se convirtió en el amo de la botánica y la agronomía en Rusia, y por contradecirle fueron exiliados y murieron los mejores biólogos rusos, como Nikolai Vavílov, por ejemplo. La estrella de Lysenko empezó a declinar con la muerte de Stalin en 1953, pero fue un ocaso lento. Sería interesante estudiar en qué medida contribuyó el voluntarismo de Stalin y Lysenko al estrepitoso fracaso de la agricultura soviética.
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Otro caso de voluntarismo político nos lo ofrece el primer franquismo, que durante 20 largos años se obstinó en imponer la doctrina autárquica a la economía de un país pobre y atrasado. Caso parecido en el otro extremo del espectro ideológico es el que nos ofrece Mao TseTung, empeñado en revolucionar la revolución con saltos hacia adelante y revoluciones culturales, que costaron millones de vidas sin lograr progreso económico o social alguno en China.
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Con menos drama, pero más cercanía, una facción de la izquierda española (y occidental) adolece de ese voluntarismo. Yo recuerdo un caso gracioso en Estados Unidos cuando el feminismo se obstinaba en afirmar la igualdad absoluta de los sexos. Ese empeño hizo fracasar la enmienda de la igualdad (Equal Rights Amendment), por la que las mujeres se negaron a votar al darse cuenta de que conllevaría baños compartidos en restaurantes y lugares públicos. Las teóricas beneficiarias de la igualdad se rebelaron contra ella. Esta negativa a aceptar los hechos a veces tiene consecuencias chuscas, otras no tanto. La tan traída y llevada Alianza de Civilizaciones, por ejemplo, es un caso de voluntarismo fútil, probablemente inofensivo, aunque indudablemente caro. El pensar que unas prédicas y gestos insípidos y carentes de contenido van a resolver el pavoroso problema del choque de civilizaciones, recuerda al intento de Josué de parar el sol.
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Llevamos unos seis años de Alianza de Civilizaciones y los indicios de que las luchas interétnicas se moderan brillan por su ausencia. Estos voluntarismos absurdos a veces perduran, como ocurrió con el lysenkismo, pero éste, afortunadamente, no parece que vaya a durar más allá de 2012. La Alianza... ésa, en todo caso, parece relativamente inocua. Mucho más peligroso es el voluntarismo económico. La economía y el mercado tienen sus reglas: es decir, las sociedades humanas resuelven de cierto modo sus problemas económicos y, como las realidades económicas resultan del comportamiento de millones, o más bien billones, de personas, el pretender remar contra corriente e imponer la propia voluntad a la economía, en especial desconociendo sus principios más elementales, puede tener consecuencias muy graves, como está a la vista de todos.
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Pero para un Gobierno acostumbrado a imponer la Igualdad de los sexos por Decreto (con su correspondiente Ministerio), a llamar oficialmente a la guerra paz, a cambiar la Constitución sin observar el procedimiento establecido, a admitir que ha mentido cuando negó negociar con terroristas, a ignorar la realidad, en una palabra, con tan escaso coste político, el admitir la existencia de las crisis debía parecer una debilidad humillante, una degradación intolerable. En vista de ello se habló de la fortaleza de la economía española y se siguió como si tal cosa, confiando en la proporción relativamente baja de la deuda pública y olvidando la enorme magnitud de la privada, que al fin y al cabo compromete igualmente al país.
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En lugar de tomar medidas contra un desempleo creciente y amenazante se habló de política social y de no abandonar a los desfavorecidos, como si el seguro de desempleo fuera una dádiva que se debiera a la magnanimidad del Gobierno. En virtud de una interpretación banal del redivivo keynesianismo, se emprendió un plan de gasto público, el malhadado "Plan E", cuyo principal objetivo no era otro que llenar España de carteles de apenas velada propaganda gubernamental. No se hizo ningún estudio acerca del impacto del plan sobre el empleo, y si se hizo, el chasco fue considerable, porque el empleo siguió cayendo.
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Es evidente que no se realizó un análisis serio de los posibles destinos alternativos de los fondos destinados al plan. Y en virtud de la política negacionista se confeccionó un Presupuesto para 2010 que nació muerto, porque las estimaciones de crecimiento en que se basaba eran pura fantasía voluntarista, pero que permitía seguir gastando alegremente y sobornar a las Comunidades Autónomas. Por último, para llevar a cabo sin trabas esta serie de absurdos, el Gobierno se deshizo de un ministro de Economía que, sin ser hombre de gran firmeza, sí estaba claramente alarmado por la deriva de la política económica que pretendían imponerle. En su lugar se puso a una persona sin ninguna experiencia en la materia y dispuesta a actuar al dictado del voluntarista supremo.
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Pero los voluntaristas, a la larga, se estrellan contra el muro de la realidad. La contumaz persistencia en el error sembró la duda en los mercados internacionales, y los problemas de otros países de la zona euro repercutieron en España. La desconfianza es contagiosa, y más en finanzas. Entonces se encontró un chivo expiatorio: los especuladores. Por un momento pareció que echándoles la culpa a ellos podríamos seguir ignorando la realidad. Pero por fin el sueño del optimista antropológico fue rudamente interrumpido por los que él llamaba colegas y amigos, Sarkozy, Merkel y Obama, que le hicieron poner los pies en la tierra y reconocer lo desesperado de una situación a la que durante tres años dio la espalda.
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«Es la economía, estúpido!», le vinieron a decir. La conjunción planetaria resultó un choque de voluntades y un giro copernicano; la Alianza de Civilizaciones quedó para mejor ocasión. A regañadientes hubo que dar marcha atrás y hacer pagar a los que no estaban ya en paro por los errores del delirio voluntarista. Mas acá -solo- «pagamos todo siempre los mismos...», dirá el lector. Desde luego, pero una duda persiste: ¿hemos abandonado el voluntarismo, o se trata de una añagaza más para volver a las andadas a la primera ocasión?"
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Para este viaje no hacían falta tan abultadas alforjas de partidistas -anteojerizas- erudiciones... y sin embargo quienes nunca reconocerán lo más mínimo, con tal de seguir entre sus machitos del sobresalir como el aceite, persisten llenándose la boca parlera sin cuenta con vade retro frente a maldades en todas las oposiciones... ¡¡Qué pesadez del aburricie por ese continuo sermonearnos adhesión inquebrantable al placebo único de los nortes más vendidos -como burdos creceloquesea o anticaspas...- desde la Primera (igual que hace 50 años), además de (tan bien) por la 2ª; y en la 4 (ahora) más, para rematar (última mente), con la Sexta!!
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1 comentario:

  1. Más acá de los inanes voluntarismos quiméricos, hoy el cátedro Ignacio Zubiri explica muy bien ‘Por qué y cómo es sostenible el Estado del bienestar’, en Público:

    “Todo el mundo parece estar de acuerdo en que, debido al envejecimiento, el Estado del bienestar (EB) es insostenible (...) La crisis actual se ha utilizado para justificar la reducción del EB; en particular de las pensiones. La relación entre reducir el déficit actual y bajar pensiones que se pagarán dentro de 20 años es dudosa. En todo caso, conviene señalar que buena parte del déficit actual de España se debe a una caída de ingresos sin parangón en la UE.

    Entre 2007 y 2009, a pesar de que el PIB ha caído menos que en el promedio de la UE, los ingresos públicos en España casi han colapsado, cayendo seis veces más (6,4 puntos del PIB) que en el promedio de la UE. Por eso en 2009 los ingresos públicos eran casi 10 puntos inferiores al promedio de la UE. Si los ingresos en España hubieran caído como en el promedio, el déficit en 2009 hubiera sido el 5,8% del PIB en vez del 11,4%. Casi toda la caída de ingresos se ha debido a que se ha recaudado menos. La pérdida recaudatoria se ha acentuado por las reformas fiscales recientes (dualización, eliminación de patrimonio, rebajas en IRPF y Sociedades) y porque que se ha favorecido la elusión y se ha sido tolerante con el fraude.

    Como será más caro, el EB sólo se podrá mantener (incluso a niveles más bajos) subiendo los impuestos. Si no se suben, se irá a una sociedad envejecida, empobrecida y con menos protección. Las pensiones podrían bajar hasta un 45% (...) las prestaciones de la Sanidad serían menores y la Ley de Dependencia tendría problemas de aplicación. La aportación de recursos privados sería de poca ayuda. Por ejemplo, la mayoría de la población no tiene recursos para acumular pensiones privadas suficientes y los que lo hagan es probable que en el futuro se encuentren con rentabilidades muy bajas (puede que negativas). Los copagos, por su parte, son injustos e ineficientes tanto para obtener ingresos como para moderar la demanda.

    Para aumentar los impuestos y que la sociedad lo acepte (...) hay que reevaluar la justificación de ciertos gastos, reorganizar el sector público, estableciendo mecanismos de control de la eficacia de los resultados (...) y realizar una reforma fiscal centrada en que tributen quienes por defectos de gestión (fraude) o por decisión política (exenciones, bonificaciones y vías de elusión) no contribuyen según su capacidad. Esto implicará reformar los impuestos directos, crear nuevos impuestos (sobre entidades financieras y riqueza) y reformar la inspección (...) El argumento de la deslocalización no toma en cuenta que los impuestos son sólo un factor en la decisión de ubicación de personas y empresas, y que deslocalizarse tiene costes altos. El capital financiero se puede controlar por métodos indirectos y, en todo caso, renunciar a gravarlo no es la mejor opción económica ni ética.

    En suma, el EB es sostenible si la sociedad está dispuesta a pagar en impuestos su coste adicional, que no es muy alto. El aumento de impuestos será asumible socialmente si se racionalizan las prestaciones y la gestión del gasto y se establece un sistema fiscal justo que trate igual a todos los niveles (ricos y pobres) y tipos (capital y trabajo) de rentas y que luche de forma efectiva contra el fraude.”

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