lunes, 6 de julio de 2009

El negocio no es lo primero ni más util: realiza trabajar, sin ser empleados por cuentas ajenas

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Tendemos a olvidarlo pero, desde tiempo inmemorial, las actividades del ocio (otium) fueron tenidas por honrosas o dignificantes en tanto que propias de personas privilegiadas; y solo para los demás quedaban aquellas otras del negocio (negotium, o sea no ocio), consideradas generalmente serviles e indignas. Más aun, hoy los gurús en gestión empresarial a prueba de fallos (‘poka-yoke’) más cotizados tras esta Crisis actual –como Shigeo Shindo, el epígono de Taiichi Ohno- reprochan ‘no saber economizar, al confundir ocupaciones y trabajos’…

Según lo explicaba Covarrubias con su ‘Tesoro de la lengua española’ ya desde 1611, es negocio “una ocupación de cosa particular, que obligado tiene al hombre a poner solicitud en ella”… Mientras que, para nuestro vigente Diccionario María Moliner, ocio es “la situación de quienes disfrutan por el tiempo libre”... Véase cómo, mediante su Configuración y crisis de mitos -o cuento, en heleno- del trabajo’, nos lo ha detallado tan bien José Manuel Naredo:

“La noción actual del trabajo no es una categoría antropológica ni, menos aún, invariante de la humana naturaleza (…) Se afianzó allá por el siglo XVIII junto a las otras unificadas para riqueza y producción o la propia idea del sistema económico (…) Con griego moderno, la palabra dulia significa trabajos en general; como transposición directa del previo duleia (esclavitud), en su lengua más antigua.

Para Roma (…) especificaba Cicerón que ‘cuanto tenga que ver con salario es sórdido e indigno del hombre libre’... No en vano trabajar y trabajo proceden de tripaliare y de tripalium, sustantivo que designa en latín un potro de tortura formado con tres palos. Subrayemos que la otra acepción que recoge la noción actual de trabajo, la de ‘labor’, no se asociaba biunívocamente al opus, ya que se pensaba que la obra podía ser también fruto de la naturaleza o del ocio (otium) creador (…)

Si había alguna constante en la Antigüedad era el desprecio por aquella tarea -dependiente y, generalmente, forzada- desde necesidad que no se practicaba por el placer mismo de hacerla, sino ante sus retribuciones o contrapartidas utilitarias; tarea que hoy, por lo general, es englobable bajo la denominación de ‘Trabajos’. Confirmando tales extremos, el gran historiador Herodoto indicaba cómo no puede afirmarse que los griegos lo hubieran recibido de los egipcios, por cuanto ‘entre los tracios, los escitas, los persas y los árabes’ también había constatado ese despreciar su trabajo...

En consonancia con lo anterior, las fiestas de los antiguos griegos y romanos eran muy numerosas, al igual que las de otros pueblos en la Antigüedad. Y recordemos que ‘los esclavos libraban cada día festivo, al igual que las bestias de carga, de tiro y de labor’. En principio el cristianismo hizo también suyo el desprecio por lo que hoy denominamos 'trabajo', grosso modo: se tomó como ‘castigo’ fruto de una maldición bíblica y no por ningún objetivo individual ni socialmente deseable (…)

Estos planteamientos se plasmaron en progresivo aumento de las fiestas religiosas, que llegaron a ocupar cerca de la mitad de los días del año en muchos pueblos de la Europa cristiana medieval: existen evidencias mostrando que incluso en las comunidades más atrasadas de Europa Central se celebraban hasta 182 fiestas [como el ‘S. Lunes’*]... También debe mover a reflexión esa paradoja de que calendarios laborales para los Estados de la Unión Europea ofrecen hoy día un número de festivos muy inferior (…)

En el siglo XVI, a la vez que los relojes con carillón empezaron a sonar cada cuarto de hora, el trabajar era erigido valor supremo al que debía plegarse la existencia del hombre. Se trataba de algo abstracto y homogéneo, medible en unidades de tiempo (empleado u ocupado) cuyo ritmo no debía perturbarse; el gran número de festivos entonces existente empezó a parecer una desgracia: despilfarros del tiempo (libre) robado al trabajo.

Así se identificó trabajo con actividad y se atribuyó al ocio un carácter meramente pasivo y parasitario, torciendo el significado antiguo de la palabra, que se refería también a lo creador o activo: se pensaba que una simple actitud contemplativa permitía impulsar las actividades del pensamiento en todas sus manifestaciones, mientras que los trabajos más penosos acostumbraban a frenarlo. En suma, se acabó imponiendo este ‘nuevo evangelio del trabajo’ (mercantil), según el cual trabajando puede servirse a Dios, al Estado, e incluso al individuo mismo (…)

El toque de campanas en monasterios, y con trompetas desde campamentos o cuarteles, pronto se vería imitado por sirenas de las fábricas para que los hombres se levantaran al unísono la primera vez en su Historia, como dirigidos tras un jefe invisible, sometiéndose a través del reloj al ritmo prefijado de los procesos económicos. Fue al considerar la riqueza expresable en dinero, como se posibilitó generalizar entre los individuos el afán de acumularla.

(…) Cuando en sociedades como esta nuestra es asociada la respetabilidad de los ciudadanos a su nivel de riqueza, se desata entre éstos una lucha por ‘reputación pecuniaria’ que crea estado de insatisfacción crónica generalizada (…) Al decir de Ivan Illich: ‘igual que la crema batida se convierte de súbito en mantequilla, surgió el homo miserabilis recientemente casi de la noche a la mañana; a partir de mutaciones del economicus, protagonista en la escasez. Una generación que siguió a la II Guerra Mundial fue testigo de cambio del estado, en su naturaleza, desde aquel hombre común al más necesitado...

La racionalidad parcelaria desplegada trajo consigo una global irracionalidad así como esa paradoja de que su economía, en vez de combatir toda escasez, la favorece con los procesos que se han encargado de agravarla y extenderla por el mundo (…) Las perspectivas que ofrece actualmente la encrucijada están hoy plagadas de incertidumbre, pero en términos generales han de oscilar entre dos extremos:

- O bien una situación en la que sigan dándose nuevas vueltas de tuerca al aumento conjunto del Paro y el Empleo compulsivos, de la competitividad, insolidaridad y segmentaciones sociales; situación ésta consustancial a una sociedad que permanecería prisionera de la 'mitología del Trabajo’ e ideas que la envuelven, siendo incapaz de reaccionar para poner coto a las tendencias mencionadas, o por un movimiento sindical limitado a discutir retribuciones para los ya ocupados y pedir las peras del ‘pleno empleo’ al olmo de la presente sociedad capitalista...

- U otra donde practiquemos alguna reducción consciente del dominio de su producción mercantil y del trabajo asalariado en favor de actividades más creativas, libres o cooperativas a la vez que se reorganice y redistribuya ese mismo campo a fin de concluir actuales dicotomías entre desemplearse o trabajar, corrigiendo crecimientos asimétricos en retribución y penosidad laboral; así como revisándose la propia noción sobre ‘tiempo libre’ por defenderla críticamente de servidumbre del llamado trabajo '[en la] sombra…”
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[*] Un grupo de sabios, y discípulos en escuela salmantina del profesor Anisi, nos ha brindado más datos al respecto:
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"…en su ensayo, sobre ‘Vida cotidiana del Reino de España durante la Edad de Oro', se refiere Defourneau [1957] al tema que nos ocupa describiendo cómo 'todo es pretexto para fiesta, y acontece que en ciertos años el número de días de descanso, incluidos domingos, excede al de jornadas para trabajar. A las ocasiones que proporcionan acontecimientos notables de la vida nacional, nacimientos o bodas principescas, visita del soberano a una de las ciudades de su reinado, se agregan grandes fechas del calendario religioso que celebra toda la cristiandad y también las que van ligadas especialmente a los fastos de la Iglesia en España'.

Por su parte las impresiones de un inspector del gobierno británico que, a mediados de siglo XIX ya, Irlanda visita por mandato parlamentario (…) son muy reveladoras del contraste con los modos de organización del tiempo de trabajo en aquellos países donde triunfó la revolución industrial respecto de aquellos otros cuya transformación se producirá mucho más tarde. Suponía que los tejedores de la isla no trabajaban más de 200 días al año; el resto era formado por los domingos, 52 días de mercado, 26 ocupados en velatorios y funerales más otros múltiples días libres con motivo de cumpleaños, fiestas patronales, etc. En sus propios términos, 'los trabajadores irlandeses como grupo parecerían preferir una libertad con patatas a las fábricas y mejor comida' [citado por Donking, 2002]...

Entre los descansos no reglados anteriores a una plena consolidación fabril de las producciones y su capitalismo industrial destaca la práctica, extendida en muchos países (al menos Bélgica, Francia, Gran Bretaña, Prusia y Suecia), del denominado S. Lunes... Según esa costumbre [Rule, 1981] tales días no se trabajaba, normalmente por encontrarse poco capacitado para poder hacerlo el trabajador a cuenta de los excesos en la bebida o por dedicarse a distintas actividades lúdicas y domésticas. Así, Duveau [1946] señala por su relato de la vida obrera en la Francia del Segundo Imperio que 'los domingos eran para las familias y el lunes un día de la amistad'; y Thompson [1967] indica cómo la costumbre de no trabajar el Lunes estaba tan arraigada en Sheffield, centro de la producción del acero inglés, que tal era el día reservado para programar reparaciones y mantenimiento (…)

De hecho, el 'San Lunes' desembocó en uno de los reductos para rebeldía entre las nacientes clases obreras ante cambios en la concepción del tiempo de trabajo asociados al triunfo de la industrialización. Así, por ejemplo, el ingeniero Denis Poulet [1870] en su descripción literaria del mundo de los pequeños talleres de Paris del XIX, 'Le Sublime', contempla ocho tipos de trabajadores; desde un extremo en el que se situaría l'ouvrier vrai, austero y republicano moderado buscando la promoción social, hasta el otro donde quedarían grupos de sublimes, irrespetuosos, insubordinados, ausentes del 'S. Lunes', desafiando siempre contra las autoridades y mudando continuamente sus empleos [Magraw, 1992].

Douglas Reid [1976], con su completo estudio del 'S. Lunes' en Birmingham, muestra que tal día de la semana era el favorito para realizar las populares excursiones en tren a los alrededores, como lo prueba el que de 22 realizadas en 1849 sobre las cuales hay constancia, sólo se hicieron 6 en días distintos. Así mismo en 1845, según el 'Morning Chronicle', los jardines botánicos de Edgbaston se abrieron 'para disfrute de las clases trabajadoras, el día más adecuado por sus hábitos de diversión', los lunes"…
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[Esteve, Fernández, García y Muñoz del Bustillo, en ‘Nuevos Tiempos de Actividad y Empleo’: colecc. Informes y Estudios, del MTAS, 2003]

1 comentario:

  1. Cuán grato me resulta encontrar escritos sobre esta materia.!!! Incorporados a la biblioteca blogal para que ya no se traspapelen!!!

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