miércoles, 26 de septiembre de 2012

'El olvido que seremos [como, en el recuerdo] somos ya': Epitafio, por "Héctor Abad... (III)"


Fue matado hace ahora exactamente un cuarto de siglo, cuando los oficiosos defensores del más injustificado statu quo socioeconómico azuzaban a sendos criminales para segar aquella vida tan pacífica de un rebelde librepensador -D. HÉCTOR ABAD Gómez: masón filantrópico y, ¡en verdad!, humanista liberalote...- cuya mera presencia entre la comunidad les acabó por resultar insostenible debido a cuanto protagonizara siempre con sus 'muy notorios activismos como peligroso agitador político sin someterse'...


Intelectual además de médico especialista colombiano sobre la Salud Pública, nacido en Jericó (Antioquia, 1921), era un convencido del necesitarse labor profesional más compromiso social en aquel su país castigado por violencia y pobreza: lo amenazaron muchas veces mas no quiso exiliarse ni guardar cómplice silencio en sus escritos o programas de radio: solo siguió denunciando a los ejecutores de la injusticia, que iban desgarrando al territorio patrio, señalando cómplices y mentores.

Lo hizo hasta ese aciago día 25 de agosto del 1987 en el que sicarios vaciaron los cargadores sobre su cuerpo frente al Sindicato de Maestros de Medellín: tenía 65 años y en el bolsillo del pantalón llevaba un soneto, 'Epitafio' (del que se ha conservado una grabación en su propia voz, días antes emitida por las ondas, y apócrifo de Borges aparentemente), cuyo primer verso comienza rezándonos: "Ya somos el olvido que seremos..."

 

HÉCTOR ABAD Faciolince -aquel único varón entre su sexteto de hijos del que puede verse ahora cierto video, con una imperdible intervención en la radio Nederland...- escribió 'El olvido que seremos': un libro galardonado, entre otros, con el Premio de Literatura Casa da América Latina (Lisboa) y saludado por Mario Vargas Llosa "siendo la más apasionante de mis experiencias como lector en estos últimos años..."

Años atrás una buena lectora -Car...- habíanos ya encarecido su disfrute y otra -Mar...- nos lo terminó poniendo después en las manos, ¡por fortuna!; pues, como tan bien ha dejado -Wen...- dicho Para incultos cultivables: Puras letras, "para escribir hay que ser valiente... plasmamos cuanto viene desde lo más profundo, nos arrancamos a jirones una parte del alma... con el fin de darle un antes y un después...

La historia que cuenta 'El olvido que seremos' parece robada de la ficción, pero no: solo es... de una familia cualquiera, como las de ustedes o la mía; por veces colmada de bendiciones y algunas otras azotada con látigo del dios inmisericorde que castiga fulminando todo a su paso, capaz de sofocar la más inmensa de las alegrías en un instante por medio del silencio sórdido, implacable...

Abad Faciolince necesitaba escribir esta historia; y entiéndase la diferencia entre querer escribir algo y tener que hacerlo. Sintió durante 20 años una pulsión incontenible: plasmar por escrito la vida y muerte de su padre. Porque 'los libros son simulacro del recuerdo, alguna prótesis, intento desesperado por hacer un poco más perdurable lo que es irremediablemente finito'...

Hay todavía más en esta historia. El lector se enfrenta a un texto que, en apariencia, no tiene por qué sorprenderlo: desde el principio sabemos que es un tributo, su homenaje al padre asesinado, osea epitafio con 274 páginas tras retrasarlo 2 décadas. Ya sabemos el qué… y lo que no pocas veces nos deja estupefactos es algún cómo...

Estamos frente a un relato en retrospectiva que se desarrolla, como la mayoría de los relatos, de forma cronológica. Una familia feliz azotada en dos ocasiones por vesania desmedida del destino. Y es imposible perder de vista su primera gran tragedia, el previo espaldarazo del azar: la muerte para Marta...

Gracias, Héctor, por tu entrega:

Ya somos el olvido que seremos.
El polvo elemental que nos ignora
y que fue el rojo Adán y que es ahora
todos los hombres y los que seremos.

Ya somos en la tumba las dos fechas
del principio y el fin, la caja,
la obscena corrupción y la mortaja,
los ritos de la muerte y las endechas.

No soy el insensato que se aferra
al mágico sonido de su nombre;
pienso con esperanza en aquel hombre
que no sabrá quien fui sobre la tierra.

Bajo el indiferente azul del cielo,
esta meditación es un consuelo."

[P.S.- Información -e incluso documentos gráficos...- acerca de las averiguaciones en torno a este poema y sus enigmáticas autorías pueden verse con el relato del mismo escritor 'Un poema en el bolsillo', desde su "Traiciones de la memoria", posterior.]

3 comentarios:

  1. Héctor Abad es icono de la salud pública y de la lucha por los derechos humanos en la Universidad de Antioquia y en el país. La Facultad Nacional de Salud Pública lleva su nombre y su busto es testigo de todos los movimientos desde el centro del jardín principal del edificio. El fenómeno es similar a las millones de imágenes del Che que vemos en afiches, pocillos, camisetas y gorras, pero que a la hora del té muy pocos saben algo de él. Asimismo pasa con Abad Gómez en la universidad.

    Cuando llegué a Medellín no sabía mayor cosa de él: que había sido un gran salubrista, fundador de la Escuela Nacional de Salud Pública hacía casi 40 años y que había muerto por defender los derechos humanos en Antioquia, nada más. A pesar de ser el gran héroe de la facultad, durante la maestría, en ningún curso se propuso alguna de sus obras como bibliografía.

    Hace varios años, en una feria universitaria del libro, encontré la compilación de sus escritos en el 'Manual de tolerancia', editados por la Universidad. Mi curiosidad por descubrir quién había sido el hombre que mereció que una Facultad llevara su nombre me hizo leerlo. Uno de sus textos en especial me ha marcado en mi breve carrera docente; fue el artículo “Hace 15 años estoy tratando de enseñar”. Trascribo su último párrafo:

    "El mero conocimiento no es sabiduría. La sabiduría sola tampoco basta. Son necesarias la sabiduría y la bondad para enseñar y gobernar a los hombres. Aunque podríamos decir que todo hombre sabio, si verdaderamente lo es, tiene que ser bueno. Porque la sabiduría y la bondad son dos cosas íntimamente entremezcladas. Lo que deberíamos hacer los que fuimos alguna vez maestros sin antes ser sabios, es pedir humildemente perdón a nuestros discípulos por el mal que les hicimos."

    Desde el día en que lo leí, de cuando en cuando, agobiado por la lucha de clases en la universidad: clase por la mañana, clase por la tarde y clase por la noche, o por los proyectos de investigación que estaba ejecutando, me detenía un rato frente a la imagen congelada del maestro en el patio de la facultad y le preguntaba desde mis adentros si estaba haciendo bien la tarea; si mi esfuerzo y cansancio contribuirían en algo a defender los ideales que él tenía y que comparto. La respuesta… mía, no desde el más allá, era variable, a veces positiva y otras tantas negativa. Pero el solo hecho de preguntármelo era un indicio de autocrítica (tan difícil en los profesores universitarios), que me ayudaba a no caer en la trampa común del ejercicio docente e investigativo frío y mecánico.

    La reflexión es frecuente y necesaria. Cuando la calidad de la educación superior pública continúa decayendo vertiginosamente, las condiciones de los maestros e investigadores son más paupérrimas y el acceso de los jóvenes a la universidad es más restringido, el pensamiento de Héctor Abad Gómez es urgente. Cuenta su hijo que en la última columna que dejó preparada para el periódico El Mundo de Medellín decía: “Vivimos una época violenta, y esta violencia nace del sentimiento de desigualdad. Podríamos tener mucha menos violencia si todas las riquezas, incluyendo la ciencia, la tecnología y la moral —esas grandes creaciones humanas— estuvieran mejor repartidas sobre la Tierra. Este es el gran reto que se nos presenta hoy, no solo a nosotros, sino a la humanidad”.

    'El olvido que seremos' me ha permitido conocer el lado más humano del maestro y reconstruir no solo la historia íntima del hombre y su familia, sino los oscuros recovecos que llevaron a exterminar buena parte de la inteligencia del país en la década de los 1980. Dice su autor en el último párrafo: “Y si mis recuerdos entran en armonía con algunos de ustedes, y si lo que yo he sentido (y dejaré de sentir) es comprensible e identificable con algo que ustedes también sienten o han sentido, entonces este olvido que seremos puede postergarse por un instante más, en el fugaz reverberar de sus neuronas, gracias a los ojos, pocos o muchos, que alguna vez se detengan en estas letras”.

    Samuel Andrés Arias

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  2. ¡Gracias por el recordatorio! Y seguidamente copiamos algunas palabras más del Maestro:

    - El médico que sólo sabe de medicina, ni medicina sabe…

    - Hace quince años estoy tratando de enseñar. Creo que he enseñado muy poco, aunque creo que una cosa sí he logrado: hacer pensar libremente. ¿Es esto bueno o malo? Yo creo que bueno. El pensamiento libre – fuera de ser una gran satisfacción personal- es lo que ha permitido que la humanidad haya adelantado. El pensamiento libre nos permite crear mejores esquemas y aspirar a cosas mejores.

    - Debería haber una ley que prohibiera enseñar antes de que se adquiriera la sabiduría. (…) Sólo cuando puedan abarcarse todas las cosas, debería permitirse que se enseñara una. Sólo a los humildes de corazón se les debería permitir enseñar. Sólo a los que sepan que nada saben. (…) Sólo los necios tienen respuestas exactas para todo. Mientras más se estudia, mejor se da uno cuenta de lo poco que sabe.

    - Hay personas emocionalmente incapaces de admitir que pueden estar equivocadas. Son de la madera de aquellos que una vez adquieren poder, se convierten en pequeños o grandes dictadores.

    - No se nace fanático ni se nace tolerante. Estas dos actitudes mentales opuestas se van formando a través de la educación y de los ejemplos que se reciben de la familia y de la sociedad. Son los padres y los educadores, es el ambiente mental del niño y del joven lo que produce mentes fanáticas o mentes tolerantes.

    - ¡Con qué gran respeto se debe mirar a cada persona, a cada comunidad, a cada sociedad, a cada nación!. ¡Con qué gran cuidado nos deberíamos abstener de dar consejos para
    cambios que creemos buenos, en sentimientos, acciones y conceptos!

    - Yo creo en el hombre y en su capacidad de ser feliz. En su capacidad de disfrutar esta vida aquí en la tierra; en su capacidad de entender las leyes naturales y ponerlas a su servicio; en su capacidad de convivencia, en su capacidad de altruismo, de abstracción, de previsión y de raciocinio; creo en su capacidad de trascender los goces y bienes inmediatos hacia bienes superiores, en su capacidad de análisis, en su capacidad de síntesis, en su capacidad de entender y de hacerse entender, en su capacidad de sacrificio por ideales superiores. Creo que es capaz de distinguir sus motivos inconscientes y emocionales de sus motivos conscientes y racionales, que es capaz de ser alegre y también de resistir el sufrimiento. Creo, en fin, en su capacidad de construirse una escala de valores a la cual pueda atenerse en sus acciones.

    - ¡Con qué humildad deberíamos exponer lo que consideramos nuestros valores! Poniendo siempre de presente, desde el principio, que podemos estar equivocados, y que la libertad de escoger debe quedar en manos de cada individuo y de cada sociedad.

    - Ningún fanático deberá intervenir en la educación de la niñez o de la juventud de un país. (…) La inflexibilidad ideológica contribuye al fanatismo, que es al mismo tiempo, motor y freno de la historia. (…) El cerrarse en actitudes inflexibles o en ideologías inmutables es signo premonitorio de muerte, por fosilización o por desintegración. Nada puede subsistir en el universo con un solo lado. No se puede aplaudir con una sola mano.

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  3. ¡Pues diga Vd. lo que quiera, pero a mí lo que me pareció más fastuoso al leer cuanto nos ha dejado escrito el hijo es aquel 'calificativo' encomiástico y amoroso con que homenajeó la tan contradictoria figura de su señora mamá: "patialegre"...!

    F. V.

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