domingo, 31 de mayo de 2020

Ese 'calaboz...al...ar!' de Mando único (solo sin más) NO acabará con la pandemia, ya se avisó

     
Vietnam, junto a China: 95 millones de personas y... ¡ningún muerto!
   
Esta hoja de ruta seguida "contra el Covid-19" en España NO es ninguna mejor estrategia planteada "por los expertos", ni tampoco se urde "para nuestra salud"; en realidad, tal rancio plan del "medieval" confinarlo todo... sirve a otros fines y motivos:

 1/ mal podría esto creerse a niveles del conocimiento epidemiológico actual si hasta hoy es únicamente utilizado tantísimo por otro Estado miembro de la UE que comparte nuestros trágicos récords entre mayores "mortalidades per capita"  (Italia),

  
 2/ nada con "asegurarnos" de verdad se compadecerá el aplicar esa vieja receta del poder según la cual "un ganado en redil no puede dar -para cuidarse- tantos trabajos precisos como cuando se le deja suelto moverse"... 

 3/ además de cargarse con los agravantes de cómo, si -aun encerrados...- "distanciamiento social" nos hacen guardar así, ni siquiera viable avanzar en inmunidades "del rebaño" resultará. 
   

Hace dos meses ya quedó advertido desde aquí mismo. Y posteriormente han abundado las argumentaciones paralelas:

"La presente pandemia ha destapado enormes carencias de los sistemas -políticos- actuales: incapacidad generalizada para tomar decisiones sensatas. El conocimiento avanza, la información fluye a una velocidad de vértigo pero las sociedades se muestran aterradas, paralizadas, desorientadas ante fenómenos que, lejos de ser novedosos, suceden de forma recurrente.

* Hemos contemplado una clase política demasiado pendiente de su imagen, una población extremadamente asustadiza, alarmada por todos los medios de comunicación; muchas respuestas improvisadas y pocas estrategias coherentes. Abundaron las medidas que aparentan seguridad, más dirigidas a tranquilizar momentáneamente al público que al aportarse soluciones permanentes. Y escasearon otras más eficaces, pero que requieren ciertas dosis de sinceridad, visión del largo plazo, valentía y generosidad.

* Como excepciones caben citarse 2 estrategias, ambas coherentes, pero completamente opuestas: una, ejemplificada por COREA del Sur, empeñada en suprimir la enfermedad utilizando medios tecnológicos avanzados; y otra, que abanderaba SUECIA, dirigida para mitigar o, sobre todo, reconducir los contagios, buscando la inmunidad colectiva con el menor número posible de fallecidos. Ambas vías resultan dispares en planteamiento, método y objetivos, con distintas fortalezas y riesgos; pero coinciden en algo fundamental: igualmente, descartar confinamiento general a la población y cierre de actividades económicas.
  

  
Las autoridades de Corea del Sur reaccionaron con prontitud para reducir al mínimo la enfermedad mediante una vigilancia electrónica capaz de trazar el movimiento de cada persona. Una aplicación de geolocalización, obligatoria en cada teléfono móvil, determina los contactos de cada infectado para ponerlos instantáneamente en aislamiento. Si alguien intenta burlar el sistema escapando sin su teléfono se expone a que le sea implantado un brazalete localizador del que no podrá zafarse. Las cámaras de tráfico y los datos de pago con tarjeta complementan un amplio sistema de información que permite a las autoridades conocer en tiempo real donde va cada uno y con quien se relaciona. Y los viajeros deben guardar cuarentena por 14 días antes de someterse al control general.



Corea logró reducir los casos al mínimo, mantener una mortalidad muy reducida y una curva de contagios muy plana mediante una estrategia que no perjudica sustancialmente la actividad económica… salvo al turismo. Ahora bien, tan estrecha vigilancia suscita serios reparos. Los ciudadanos podrían aceptar una suspensión momentánea de ciertos derechos democráticos para evitar un peligro, pero un sistema de vigilancia tan orwelliano no resulta muy compatible a largo plazo con una sociedad abierta.

Pero la principal dificultad es que apenas se genera inmunidad, con peligro constante de rebrotes capaces de arraigar rápidamente en una población carente de anticuerpos. Por ello, la estrategia de Corea del Sur se basa implícitamente en la esperanza de una vacuna temprana. Las autoridades afirman que pueden mantenerse en guardia meses o años, pero el sistema, aun siendo muy eficiente, nunca es perfecto. Si la vacuna se comercializa en pocos meses, Corea habrá superado la enfermedad con muy pocos fallecidos y los ciudadanos podrían recuperar su privacidad. Si se demora mucho, quedaría estancada, cerrada, condenada a una intensa vigilancia, a unos usos muy discutibles en un sistema democrático.

Suecia, por el contrario, estableció el enfoque basado en unas recomendaciones, sin apenas casi restricciones, con sus escuelas abiertas, total actividad económica funcionando y, sobre todo, respetando todos los derechos y libertades propios de un régimen democrático. El planteamiento aprovecha el enorme porcentaje de asintomáticos (más del 90%) y el hecho de que la enfermedad es mucho más peligrosa para algunos grupos (mayores y personas con enfermedades previas) que para el resto, aun cuando pueda generar en todos el mismo temor.
  


Tal como se ha descrito, la estrategia consiste en mantener una velocidad de transmisión moderada, aconsejando cierta distancia social y, sobre todo, en redirigir los contagios hacia los grupos de muy poco riesgo, instando a los vulnerables a aislarse completamente. El objetivo es conseguir mucha inmunidad con poca enfermedad y el mínimo de fallecimientos. La meta última es la inmunidad colectiva, que el 60% desarrolle anticuerpos y, por supuesto, que los vulnerables se encuentren en el 40% restante. 

Porque las distintas mortalidades para cada país dependerían del, no tanto cuántas... personas, como quién se haya infectado. Y, por lo tanto, la mortalidad no es directamente comparable entre países: lo correcto sería comparar tasas de mortalidad para el mismo nivel de inmunidad alcanzado.

Por supuesto, el sistema se basa en la confianza de la gente en sus gobernantes y en sus conciudadanos, pero también en la propia generosidad: si no pertenezco a un grupo de riesgo debo mantener ciertas medidas de autoprotección, pero realizar mucho más esfuerzo en impedir el contagio de mayores y enfermos que el mío propio. Al igual que la estrategia coreana, la sueca también implica un riesgo: que el virus traspase las barreras que protegen a los vulnerables, que logre entrar en las residencias de ancianos, cosa que ocurrió al principio en alguna ocasión.

Que la enfermedad no estallara en Suecia, que la mortalidad se mantuviera dentro de la media europea, enojó a muchos observadores por refutar la necesidad del confinamiento. Pero su planteamiento comienza a marcar el camino a otros países, que van remodelando su estrategia. Dinamarca y Finlandia, que aplicaron una cuarentena bastante estricta, ya han abierto las escuelas. Y el Reino Unido también se plantea la apertura el 1 de junio, aunque los sindicatos de profesores ejercen una fuerte presión sobre el primer ministro para que las mantenga cerradas; quizá una señal de que los intereses corporativos también desempeñen cierto papel en la toma de decisiones.

La gran ventaja de la estrategia sueca es que no sólo posee un fin último, también estaciones intermedias. El crecimiento paulatino de la inmunidad va reduciendo de forma natural la velocidad de contagio y permite relajar todavía más las restricciones. Mientras Corea permanece inmóvil, vigilando permanentemente puertas y ventanas, Suecia se mueve, avanzando a buen paso. Que una estrategia domine a la otra dependerá de lo que se demore la vacuna. Si, como vaticinan los expertos, tarda muchos meses, o más de un año, aun los más recalcitrantes quizá acepten que Suecia acertó.



Muchos otros países reaccionaron instintivamente y, en un ambiente dominado por el miedo, implantaron, no el aislamiento de los enfermos o sus contactos, sino un prolongado encierro indiscriminado de todos los sanos. Y no solo con graves consecuencias económicas, quiebras para las empresas, desempleo, pobreza; también sociales, incrementando la población dependiente de las ayudas del Gobierno, agravando ciertas enfermedades mentales. Sin olvidar las consecuencias políticas pues, como mínimo, el confinamiento obligatorio puso en entredicho libertades fundamentales y creó un caldo de cultivo propicio a la censura de opiniones contrarias. Y, también, consecuencias culturales, pues muchos niños fueron privados de una formación, una disciplina y unos hábitos que serían imprescindibles en su futuro.
  
  
De hecho, algunos países muy pobres no aplicaron esta medida porque buena parte de sus habitantes se gana la vida en actividades informales, de mera subsistencia. No nos engañemos: solo en los países más ricos podrían... permitirse tal lujo de permanecer dos meses encerrados en casa; difícilmente podrían hacerlo aquellos que necesitan imperiosamente salir cada día a la calle en busca de sustento para alimentar a su familia.

Nadie niega que el confinamiento pueda ser necesario en momentos críticos, en zonas determinadas. Pero resulta muy discutible cuando se aplica de forma generalizada y prolongada pues, al no discriminar entre vulnerables y no vulnerables, no reduce las muertes: solo las aplaza en el tiempo. Comparado con el enfoque sueco, crea mucha menos inmunidad para la misma enfermedad visible.
  
  
Paradójicamente, hasta los más contumaces partidarios del statu quo reconocerán que, tras el proceso de reapertura, comenzarán a parecerse a Suecia casi todos los países: establecimientos abiertos con medidas de precaución, cierta distancia social, fomento del teletrabajo etc. Pero la similitud sería tan sólo aparente, superficial, porque sus elementos fundamentales, lo que determina que la pandemia finalice o se estanque, es el trato diferenciado que deben recibir las personas vulnerables frente a las no vulnerables. Aunque no lo estipulen los gobiernos, quienes no pertenecemos a grupos de riesgo debemos preocuparnos mucho más por el contagio de ancianos y enfermos que por el propio.

Algunos afirman que todo se reduce a una disyuntiva entre salud y dinero. Pero tales dilemas desapareceán cuando comprendemos el que solo retrasan, no evitan la enfermedad, ciertas medidas. Hay que entender que, al contrario que ante alguna imaginación infantil, el monstruo no desaparece por escondernos en casa. Y que hay determinados momentos de nuestra existencia que invitan a actuar con elevadas dosis de madurez, valentía y generosidad."

Sin embargo, como recordatorio adicional de lo ya dicho, es importante tener claro que ambos "2 modelos..." citados -de Suecia y Corea...- no son en absoluto exclusivos para dichos casos. Por el contrario, en el segundo podrían tomarse igualmente de paradigma otros Estados ejemplares en análogo sentido (Japón, Vietnam, Australia, Nueva Zelanda ¡o hasta China...!); y para la primera opción había también alternativas (desde Alemania -¡e incluso Portugal...!- a Israel): muchísimo mejor, todos, comparándose con España.
  


Por fin, varias fuentes científicas de las más rigurosas confirman cómo se nos manipula (para reprogramársenos...) hoy aquí, hacia una opresiva 'Nueva Normalidad' global... que contagiarán todas las cadenas del confeso 'Mando Único'. 

Aprovechando "Una coartada sanitaria", en realidad se buscarían más que nada otros objetivos precedentes al Covid-19... 

Para ello está siendo fundamental mantener, generalizándolas con razones o sin ellas, las mayores histéresis en los 'Estados de Alarmas'... 

Y aparte de ciertos reequilibrios con otra composición de fuerzas a nivel geopolítico, se plantea un impulso definitivo al 'Shock digital' que domeñaría toda nuestra vida ya sin escapatorias ni posibles vueltas atrás.

   MUERTES del COVID-19, por cada 100.000 habitantes  



    
 

sábado, 16 de mayo de 2020

Necesidad de luchar: ante Otro Mundo ‘virtual’ ('neonormalidad' en doctrina del shock digital)

   
El peor 'Confinamiento...' que hoy está ya cuajándonos es aquél vivido por tantas personas (disjuntas, aprisionadas en sus -propios- terrores...) funcionando, asocial e inhumana mente, como someros 'zombies...' teledirigidos con pantalla del 'Gran Hermano' -el dizque Mando Único...- hacia una "Nueva Normalidad" distópica... y remedándose las peores pesadillas anticipables desde premonitorios futurismos entre "Un Mundo Feliz" -más "Fahrenheit 451"- ó "1984", etcétera. 

Mucha gente habla del «día después», de todo lo que hará falta hacer y conseguir después del coronavirus. Pero, más allá de las enfermedades y duelos personales, ¿en qué estado colectivo nos dejará todo esto? ¿O psicológico? ¿Y político? ¿Con qué hábitos relacionales? Este Manifiesto -iniciativa del colectivo galo Écran total y de GinTRANS...- propone un boicot masivo y explícito a las diferentes aplicaciones móviles que, bajo premisa de luchar contra la Covid-19, van a traer la instalación efectiva de [asociales prácticas 'alarmantes'... con] un seguimiento generalizado a la población (...)

Desde la perspectiva sanitaria todavía seguimos sin entender muy bien qué está pasando, y resulta difícil saber con precisión hacia dónde nos dirigimos. Es probable que haga falta bastante tiempo para desentrañar todos los misterios de la epidemia por Covid-19 (...) Por desgracia, nadie parece saber cuándo llegará esa anhelada paz. A partir de ahora, si queremos continuar adelante con nuestras vidas, no debemos ni sobrestimar ni subestimar a la epidemia en tanto tal

En contraste con la incertidumbre anterior, lo que sí nos parece bastante claro es que esta crisis sanitaria puede suponer un punto de inflexión que dé lugar a la aparición y estabilización social de cierto nuevo régimen basado en todavía más miedo y aislamiento: otro [de 'la nueva normalidad'...] aún más desigual que ahogue toda libertad. Si hacemos el esfuerzo de lanzar este llamamiento es porque creemos que lo anterior sólo es una posibilidad, porque se presentarán oportunidades para impedirlo.

Pero mientras que los simples ciudadanos aquejamos fuertemente la fragilidad de nuestra existencia frente a las amenazas del virus con su confinamiento prolongado el orden político-económico en vigor, sin embargo, parece fortalecerse y estremecerse al mismo tiempo en medio de todo este terremoto. Es decir, se nos presenta como frágil y extremadamente sólido -al mismo tiempo- en lo tocante a sus expresiones más «modernas»; o sea, las más socialmente destructivas. Sin duda los gobiernos de muchos países han aprovechado la situación actual paralizando durante un tiempo indeterminado protestas que, por muchos casos, eran muy fuertes y llevaban activas meses. Pero no resulta menos alarmante cómo estas medidas del distanciamiento social o miedos al contacto con otros que genera la epidemia se hallan en poderosa sintonía respecto a las principales tendencias para nuestra sociedad contemporánea.
De hecho, dos de los fenómenos que la crisis sanitaria aceleró hacen plausible pensar en un posible tránsito a un nuevo "régimen social sin contacto humano, o con el menor número posible y regulados por la burocracia": el aterrador aumento del poder de las TIC sobre nuestras vidas; y su corolario, los proyectos de seguimiento digital de la población amparados en la necesidad de limitar el número de contagios de Covid-19.
  
 

“Quédate en casa”... usando Internet (y sin cuestionar los riesgos para la salud de dispositivos inalámbricos)

Desde los primeros días del confinamiento estuvo claro que uno de los efectos sociales inmediatos de la pandemia sería una profundización de nuestra dependencia de la informática y de los dispositivos inalámbricos (móvil, WiFi, Bluetooth, etc.) Y eso que, al ritmo al que iban las cosas, ¡parecía difícil que pudiera acelerar aún más! 
Sin embargo, el confinamiento obligatorio en los hogares ha hecho que, para muchos, las pantallas se hayan convertido en casi la única forma de mantener contacto con el mundo: el comercio digital ha explotado, de hecho hasta la organización de redes locales de aprovisionamiento de verduras y productos frescos ha dependido en muchos casos de internet; el uso de videojuegos ha alcanzado niveles estratosféricos; las consultas de «telemedicina» han aumentado exponencialmente (pese a que lo único que ofrecen es una simple conversación telefónica); también la continuidad de la docencia reglada se ha hecho pasar por el ordenador, ignorando todas las voces médicas que recomiendan limitar la exposición de los niños a pantallas [con radiofrecuencia de microondas]; y, por último, muchos miles de personas están teletrabajando –se acabó lo de «metro-curro-catre», la cosa se ha quedado en «del lecho al ordenata», «en la cama con tablet» o «en el catre con ordenata».
Por supuesto, los grandes medios de comunicación no encuentran nada preocupante en esta reducción masiva de todas las actividades humanas a una sola. Todo lo contrario, cuanto más dependa una iniciativa solidaria de alguna web, plataforma virtual o grupos de mensajería, más lo aplauden. En efecto, animan a que cada cual acepte -resignada mente, como única opción...- tomar el aperitivo juntos pero solos, «por» Skype; y hasta capaces han sido para reunir creyentes deseosos del comulgar en Semana Santa a través de una pantalla.
Esa intensa campaña para promoción de la vida digital no produce, sin embargo, alarmas ningunas en ámbitos del pensamiento: nadie parece hallar preocupante una informatización total del mundo y el aumento de la exposición continuada a las radiofrecuencias. A ambos lados de los Pirineos, periodistas, economistas y líderes del Estado nos instan a romper nuestra dependencia con las industrias chinas en sectores como el médico o el textil. Pero su deseo pro independencia nacional no suele llevarles a inquietarse porque todo nuestro sector de las TIC dependa desde minas y fábricas asiáticas, muy a menudo en instalaciones industriales gigantescas cuya «relocalización» resultaría difícil de concebir.

Se alzan otras voces que van más allá de críticas a la globalización del comercio y reivindican un cambio profundo en «nuestro modelo del desarrollo». Sin embargo, lo más habitual es que pasen por alto el papel central de lo digital en dicho modelo y que, por tanto, no señalen cuán poco cambiará en materia de precariedad social ni ecología si continuamos haciendo todo siempre a través de internet [expuestos a cada vez más insostenibles niveles de radiación por los dispositivos inalámbricos}.
En lo que respecta al presidente Macron, sus intervenciones más recientes han hecho repetidamente referencia al Consejo Nacional de la Resistencia y su espíritu de compromiso social. Sin embargo, en la práctica su proyecto de hacer de Francia una start-up nation nunca se ha detenido. Por el contrario, ha experimentado un salto cualitativoAlgo similar podríamos decir del gobierno de coalición PSOE-Podemos. Sus reiteradas referencias a los Pactos de la Moncloa y al espíritu social de la Constitución no han impedido que el "proyecto de digitalización de la sociedad", que desempeñó un papel central en el discurso de investidura de Pedro Sánchez, se mantenga intacto. 
Esta nueva era de trabajo virtual es la más propicia para rematar una ofensiva contra la población asalariada que se puso en marcha bastante antes de llegar el coronavirus: destrucción masiva de puestos de trabajo por la aparición de nuevas aplicaciones, plataformas y robots; reducción del trabajo relacional, sustituido por respuestas automatizadas gobernadas con algoritmos; pérdida de sentido en el trabajo según éste va siendo progresivamente sustituido por más absurdas rutinas burocráticas; aumento de la explotación y debilitamiento en capacidades de resistir para nuestros trabajadores, que cada vez se hallan más aislados.
De este modo, el confinamiento ha supuesto una oportunidad inigualable para dirigirse todavía más rápidamente al objetivo que, en Francia, marcaba al Plan de Acción Pública 2022: sustituir todos nuestros servicios públicos por portales on-line. Como ya se ha podido comprobar con el cierre de las ventanillas físicas en las estaciones de tren, esta digitalización acelera la privatización de los servicios públicos al transferir el trabajo antes presencial a plataformas comerciales caracterizadas por sus prácticas opacas y responsables de la creación masiva de perfiles usando datos de los usuarios. 

Dicha transformación supone, además, violenta exclusión de usuarios poco o nada conectados –hasta una quinta parte de la población, en la cual se hallan las personas mayores, más vulnerables económicamente y recalcitrantes. Tiende a obligar a sectores de la población en vías de empobrecimiento masivo a comprar incluso tantos equipos informáticos «básicos» (PC, smart-phone, impresora, scaner) como miembros de la familia. Esta transformación, en suma, nos empuja hacia un mundo profundamente deshumanizado y kafkiano.
«La digitalización de todo lo que puede ser digitalizado es el medio del que se ha dotado el capitalismo del siglo XXI para poder seguir abaratando costes […]. Retrospectivamente, es posible que esta crisis sanitaria aparezca como un momento de aceleración de la virtualización del mundo, como el punto de inflexión de la transición desde el capitalismo industrial al capitalismo digital. Y, por tanto, de su corolario: el hundimiento de las promesas humanistas de la sociedad [de servicios]». Este análisis de sentido común no proviene de un enemigo acérrimo del neoliberalismo que expresara su rabia ante las decisiones tomadas en los últimos 40 años bajo la presión de los medios empresariales. Vino, en cambio, desde un economista de centro-izquierda que forma parte del Consejo asesor del periódico Le Monde.

Una declaración así basta para comprender que, si es cierto que ya está desarrollándose una «doctrina del shock», el centro de la misma se ve frente a nuestras narices: esta intensificación de la digitalización de nuestra vida cotidiana y económica.   


Nos parece, por tanto, que resulta más que legítimo hablar de una "doctrina del shock digital", en el sentido de que la crisis sanitaria ha sido la oportunidad perfecta para reforzar nuestra ya dependencia de las herramientas informáticas y desarrollar muchísimos proyectos económicos o políticos más previamente existentes: docencia virtual, teletrabajo masivo, salud digital, Internet de las Cosas, robotización, supresión del dinero en metálico y sustitución por el dinero virtual, promoción del 5G, smart city… A esa lista se puede añadir los nuevos proyectos de seguimiento de los individuos haciendo uso de sus smartphones, que vendrían a sumarse a los ya existentes en ámbitos como la vigilancia policial, el marketing o las aplicaciones para ligar en internet. En conclusión, el peligro mayor al que nos enfrentamos no es que las cosas «se queden como estaban», sino que vayan a bastante peor.


     ¿Cuándo China despierta en nuestro interior?
Ya casi nadie duda de que la salida del confinamiento, o la “desescalada” paulatina, en muchos Estados europeos va a suponer la puesta en marcha de nuevos dispositivos de vigilancia a través de los smartphones. Si tenemos en cuenta que al miedo de enfermar se le suma ya el hastío y la imposibilidad económica de seguir confinados durante meses, lo anterior no puede ser considerado más que un enorme chantaje de los gobiernos al conjunto de la población.
Percibamos la dimensión del timo: en un contexto de grave penuria de instrumentos básicos en la lucha contra el contagio (carencia de suficientes mascarillas y batas en los hospitales, escasez de sanitarios y de camas y, para colmo, poquísimos test de detección disponibles), como sustitutivo, se nos ofrece un 'invento de ciencia ficción': aplicaciones para la detección digital de la transmisión del coronavirus. Aunque sigue sin asegurarse un apoyo económico masivo y estructural a los hospitales públicos para que puedan hacer frente a una crisis que ha venido para quedarse, sin embargo no se duda en atravesar un nuevo Rubicón en el rastreo sistemático de los desplazamientos y las relaciones sociales, por ahora únicamente de aquellos que den su consentimiento explícito. Los resultados médicos de esta estrategia son más que dudosos, en cambio las consecuencias políticas no dejan lugar a dudas.
El hecho comprobado del saberse vigilado es fuente de conformismo y sumisión a las autoridades, incluso cuando no se vive en una dictadura. Desde el gobierno nos aseguran que los datos recogidos por las aplicaciones de seguimiento de las personas infectadas por la Covid-19 serán primero anonimizados y posteriormente destruidos. Sin embargo, basta con leer la parte de las memorias de Edward Snowden donde éste habla de la vigilancia virtual para darse cuenta de que nadie puede garantizar algo así. 

Es más, un vistazo a la historia reciente de la tecnología demuestra cómo después casi nunca desaparecen los dispositivos liberticidas que se introducen para tiempo de crisis: si se extienden a gran escala, y bajo la égida del Estado, las aplicaciones de seguimiento se quedarán y será muy difícil impedir que se extiendan al conjunto de la población. Basta con pensar en la identificación a través del ADN, que en Francia se instaló a finales de los años 1990 como reacción frente a una serie de crímenes sexuales y de la que los ministros de la época afirmaban que siempre se mantendría limitada a criminales de alto nivel. Hoy en Francia cuando a uno lo arrestan por quedarse más de lo debido en una manifestación la identificación a través del ADN es casi automática. Es más, quizá bastaría con reflexionar sobre un punto básico: no tenemos la menor idea de cuánto durará este episodio pandémico en el que llevamos sumidos desde comienzos de marzo, ¿6 meses, 3 años, más aún?
Sea como fuere, esta crisis ha venido atravesada por la idea de que para encontrar modelos realmente eficaces en la lucha contra el coronavirus es necesario dirigir la atención hacia Asia en general, y hacia China en particular. En Francia los medios de comunicación y los políticos hacen sobre todo referencia a Corea del Sur, Taiwán o Singapur, donde la hipermodernidad tecnológica no se asocia (con o sin razón) al despotismo político. En España, sin embargo, el estallido de la crisis sanitaria fue testigo de cómo algunos de los principales periódicos del país se preguntaban abiertamente si no era «la democracia un lastre...» que nos podía condenar a una lucha ineficaz contra el virus. 

Al mismo tiempo, algunos «camisas viejas» del liberalismo hacían expresa su admiración por el autoritarismo chino high tech y su efectividad: geolocalización de teléfonos móviles, sistemas de calificación social alimentados por los datos que los ciudadanos vuelcan constantemente en internet, reconocimiento facial, uso de drones teledirigidos para vigilar y sancionar a la población. Este cambio de mirada es uno de los elementos clave del cambio de rumbo que estamos quizá viviendo: durante décadas nos hemos acostumbrado a leer nuestro futuro con las lentes que nos ofrecían los cambios en la sociedad norteamericana. Hoy, de manera súbita, parece que la post-maoísta China es lo que define nuestro destino, ella que ha sido capaz de hacer un uso sin complejos de las innovaciones de Sillicon Valley.

 El crecimiento de una tecnología puede ser fuente de colapsos ecológicos y sanitarios                 .
Por lo pronto la decisión de las autoridades políticas europeas de hacer un uso masivo de aplicaciones de seguimiento a través de smartphone como medida de control de la Covid-19 no es más que una forma de bluff. Una suerte de medida de "acompañamiento psicológico" -tipo placebo...- que tiene sobre todo como fin el dar la impresión de que se toman medidas, que los gobiernos son capaces de hacer algo, que tienen ideas para poner la situación bajo control. Sin embargo, en países como los nuestros o Italia, es evidente que no controlan nada mejor. Por el contrario, lo que vemos es que gobiernos de toda Europa se doblegan a las exigencias patronales de vuelta al trabajo y reactivación de la economía, lo que hace todavía más urgente sacarse de la chistera alguna aplicación mágica, la única medida con la que parecen contar para proteger a la gente.
De hecho, para lo que sí que sirven dispositivos como la geolocalización digital es para garantizar el mantenimiento de una organización social patológica, pretendiendo al mismo tiempo limitar el impacto de la epidemia que actualmente sufrimos. El seguimiento del coronavirus tiene como objetivo preservar (por ahora) un tipo de mundo donde nos desplazamos demasiado, para nuestra salud y para la de la Tierra; donde trabajamos cada vez más lejos de casa, cruzándonos en el camino con miles de personas que no conocemos; donde consumimos los productos de un comercio mundial cuya escala excluye cualquier posibilidad de regulación moral. Lo que los promotores de la geolocalización buscan preservar no es ni nuestra salud ni nuestro «sistema de salud», prioritariamente, sino la sociedad de masas; pero una más profunda todavía, en el sentido de que sus individuos estarán todavía más aislados y encerrados sobre sí mismos por culpa del miedo y la tecnología.
Ahí donde la pandemia actual debería incitarnos a transformar radicalmente una sociedad en la que la urbanización desbocada, las contaminaciones del aire y electromagnéticas o el exceso de movilidad pudieren tener consecuencias incontrolables, sin embargo este desconfinamiento regido a través del big data amenaza con hacernos profundizar todavía más en ella. La emergencia de esta Covid-19, como las de otros virus desde el año 2000, está estrechamente vinculada para muchos investigadores con la desforestación. Ésta genera contactos imprevistos entre diversas especies animales y seres humanos. Otras investigaciones apuntan a la ganadería intensiva de concentración, saturada de antibióticos mutágenos. Decir que la respuesta a la Covid-19 tiene que ser tecnológica, como leemos en muchísimos medios, es continuar con la huida hacia adelante de una lógica de dominio y control de la naturaleza ilusoria y, como muestra cada día la crisis ecológica, condenada al fracaso. El impacto de la industria de las TIC sobre los ecosistemas es ya insostenible: además de los riesgos para la salud de la población y los demás seres vivos, la industria de las TIC ha ha creado una auténtica fiebre de los metales que devasta algunas de las zonas mejor conservadas del planeta, se apoya sobre una industria química especialmente contaminante, engendra montañas de residuos y, debido a la multiplicación de los data center y al aumento permanente del tráfico en internet, obliga a las centrales eléctricas a funcionar a toda máquina. Éstas emiten ya una cantidad de gases de efecto invernadero equiparable a la asociada al tráfico aéreo.
   
Más aún, el modo de vida conectado, sobre todo en su aspecto inalámbrico, es globalmente nocivo para nuestra salud. Adicciones, dificultades relacionales y de aprendizaje entre los más pequeños, pero también electrosensibilidad: se estima que 1.500.000 personas (3% de la población), el 90% mujeres, padecen en España enfermedades de sensibilización central (fibromialgia, síndrome de fatiga crónica, sensibilidad química múltiple y sensibilidad electromagnética). Además, cada vez más investigaciones identifican estas enfermedades emergentes como enfermedades neurológicas producidas por estrés oxidativo celular relacionado con factores ambientales (productos químicos y ondas electromagnéticas). Unas cifras que invitan a poner en marcha investigaciones profundas para comprender cómo aparecen y actúan. A lo anterior hay que sumarle la posibilidad, contemplada por la OMS, de que las ondas electromagnéticas artificiales sean cancerígenas. Ante las evidencias de los vínculos establecidos entre tumores de corazón en ratas y ondas 2G/3G por el National Toxicology Program de los EEUU en 2018, la ausencia de un consenso científico total, sólo ha servido para liberar de su responsabilidad a la industria de la telefonía móvil que, acogiéndose a la incertidumbre, justifica una huida hacia adelante sin aplicar nunca el principio de precaución.
Por último, en la primera línea de la doctrina del shock desplegada por los gobiernos, se encuentra la simplificación de la instalación de antenas de retransmisión, contra las que muchos vecinos y asociaciones vienen luchando (alegando sus posibles efectos sobre la salud). En Francia, la Ley de urgencia del 25 de marzo de 2020 permite la instalación de antenas sin aprobación de la Agencia Nacional de Radiofrecuencias. Al mismo tiempo, la explosión del uso de internet ligada al confinamiento justifica en muchos lugares, sobre todo en Italia, continuar el desarrollo de la red 5G. En España, aunque vivimos un parón momentáneo, todo apunta a que el proyecto se retomará con nuevo ímpetu al final de este mismo año. Mientras que investigadoras, científicos, ciudadanas y ciudadanos del mundo entero llevan años oponiéndose a esta innovación, la prensa corre un velo sobre esta inquietud recubriéndola de noticias sobre una cuestionable vinculación entre la extensión de la covid-19 y las ondas del 5G. 

Las GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft) han llegado incluso a eliminar gran cantidad de publicaciones virtuales que llamaban la atención sobre los efectos en esta nueva etapa por una intensificación de campos electro-magnéticos (artificiales)... Sin embargo, esas inquietudes son perfectamente legítimas: por un lado, porque desplegar una fuente de contaminación electromagnética que va a multiplicar por dos todas las fuentes ya existentes sin conocer a ciencia cierta sus efectos es una aberración desde el punto de vista del principio de precaución. Por otro, porque un peligro absolutamente comprobado del 5G es que está destinado a servir de base para la extensión de los objetos interconectados, los coches automáticos y, en general, una sociedad hiperconsumista cuyos efectos sociales, sanitarios y ecológicos son insostenibles.


     Frenar la escalada
Si quisiéramos resumir la situación podríamos decir que los tecnócratas de todo el mundo pretenden protegernos del coronavirus hoy acelerando un sistema de producción que ya compromete nuestra supervivencia en el futuro presente. Es absurdo, además de estar destinado al fracaso. En definitiva, lo que falta no son técnicas que más irresponsables nos hagan, decidiendo por nosotros dónde podemos ir y qué podemos hacer... Lo que necesitaríamos es ejercer nuestra responsabilidad personal y colectiva para luchar contra las flaquezas y el cinismo de los dirigentes.

Necesitamos construir desde la base, y con ayuda de epidemiólogos, médicos y sanitarios, reglas de prudencia colectiva razonables y sostenibles a largo plazo. Y para que estas inevitables restricciones tengan sentido, no sólo necesitamos saber en tiempo real el estado de las urgencias. Necesitamos reflexión colectiva -y consecuente- sobre nuestra salud, sobre los medios necesarios para protegernos de las muchas patologías ligadas a nuestra forma de vivir: los futuros virus, pero también los factores de «co-morbilidad» como el asma, la obesidad, las enfermedades cardiovasculares, la diabetes y, por supuesto, el cáncer.
Lo que esta crisis saca de nuevo a la luz es el problema de la dependencia de un sistema de aprovisionamiento industrial que saquea el mundo y debilita nuestra capacidad de oponernos de manera material y concreta a las injusticias sociales. Desde nuestro punto de vista, el único modo de garantizar nuestra capacidad de alimentarnos, cuidarnos y cubrir nuestras necesidades básicas en las crisis que están por venir es hacemos colectivamente cargo de nuestras necesidades materiales, desde la base y en alianza con muchos de los y las profesionales hoy responsables de dichas tareas. Y para ello resulta imprescindible comprender que la informatización se opone frontalmente a esa necesaria construcción de autonomía: la digitalización se ha convertido en la piedra angular de las grandes industrias, de las burocracias estatales, y en general de todos los procesos con administración mercantil sobre nuestras vidas que se rigen por las leyes del beneficio y el poder.
Se ha vuelto habitual escuchar que en algún punto de esta crisis será necesario pedir cuentas a los dirigentes. Y, como es habitual, no faltarán las reclamaciones en materia de dotación presupuestaria, de abuso patronal y bancario o de redistribución económica. Sin embargo, junto a estas indispensables reivindicaciones, tienen que venir otras que o partan de nosotros mismos o se obtengan mediante la lucha contra quienes hoy están tomando las decisiones. Al menos si queremos poder conservar nuestra libertad, es decir, si queremos conservar la posibilidad de combatir contra las lógicas de la competencia y la rentabilidad, y construir un mundo donde tanto miedo al otro y atomización de la población no se instalen de manera indefinida.
1. Durante las últimas semanas se ha hecho habitual que muchas personas dejen sus smartphones en casa cuando salen. Llamamos a la generalización de este tipo de gestos y al boicot de las aplicaciones públicas y privadas de seguimiento digital. Más allá de lo anterior, invitamos a todas y todos a reflexionar profundamente sobre la posibilidad de abandonar su teléfono inteligente y reducir en gran medida usos de tecnología inalámbrica. Volvamos, por fin a la realidad.
2. Llamamos a la población al informarse sobre los efectos del desplegar la red 5G -económicas, ecológicas o sanitarias- y a oponerse activamente al mismo. Más aún, invitamos a todas y todos a informarse sobre las antenas de telefonía móvil que ya existen cerca de su casa y a oponerse a la instalación de nuevas antenas transmisoras.
3. Llamamos a tomar conciencia sobre los problemas asociados a estas digitalizaciones para tantos servicios públicos, todos, en curso. Uno de los desafíos en el periodo post-confinamiento (¿o en los periodos entre confinamientos?) será lograr que la atención presencial siga disponible, o vuelva a estarlo: en ciudades y pueblos, en estaciones de tren, en la Seguridad social, en las administraciones locales, etc. Merecería la pena luchar por la defensa del servicio postal (esencial, por ejemplo, para la circulación de ideas más allá del mundo virtual) y la conservación de un servicio de teléfono fijo que funcione bien y sea independiente de la contratación de internet.
4. Otra batalla crucial para el futuro de la sociedad es un rechazo de las escuelas digitales e inalámbricas. La crisis que estamos atravesando se ha aprovechado para normalizar la educación a distancia a través de internet, y sólo una reacción contundente de profesores y familias podrá impedir que se instale definitivamente. Pese a que la escuela es susceptible de críticas desde muchos puntos de vista diferentes, estamos convencidos de que estas últimas semanas se habrá hecho evidente para muchos que sigue teniendo sentido aprender juntas y que es muy valioso para los más pequeños estar en contacto con maestros y maestras de carne y hueso.
 5. La economía no está ni ha estado nunca paralizada, por lo que tampoco deberían estarlo los conflictos sociales. Apoyamos a todas las personas que han sentido su integridad en riesgo, desde un punto de vista sanitario, en su puesto de trabajo habitual o durante sus desplazamientos. Y queremos también llamar la imprescindible atención sobre otros abusos y sufrimiento acompañando al teletrabajo a domicilio. Algunos llevamos años denunciando la informatización del trabajo, y nos parece evidente que la extensión del teletrabajo forzado es un proceso al que tenemos que oponernos a través de nuevas formas de lucha y boicot.
6. Es muy probable que, desde el punto de vista económico, los meses siguientes puedan ser terribles. Es posible que vivamos un empobrecimiento masivo de la ciudadanía, al igual que no deberíamos descartar colapsos bancarios y monetarios. Frente a estos peligros, es necesario que pensemos en cómo vamos a comer y cómo vamos a cultivar las tierras que nos rodean, cómo nos vamos a integrar en las redes de aprovisionamiento de proximidad y, sobre todo, en cómo extender lo anterior para que esté al alcance de la mayoría de la población. De igual modo deben ser cuestiones prioritarias el garantizar la supervivencia de agricultores que producen comida sana cerca de donde vivimos y el apoyo a todos los nuevos que decidan instalarse. Lo que hemos dicho anteriormente explica por qué creemos que recurrirse a las altas tecnologías no puede ser una solución perenne y humana en ningún caso.
7. Por último, todo apunta a que en los próximos meses nos va a tocar defender maneras de poder encontrarnos físicamente, inventar o retomar espacios de discusión pública en estos tiempos difíciles en los que se darán muchas batallas decisivas. Sin duda, todo lo anterior tendrá que hacerse con la idea en mente de minimizar los riesgos de contagio. Mas lo digital no puede ser sustituto permanente de la vida real, y los sucedáneos de debate que hoy se realizan por internet no podrán nunca reemplazar la presencia en carne y hueso y el diálogo de viva voz. Cada cual debe reflexionar desde este momento sobre el modo de defender el derecho de reunión (reuniones de vecinos, asambleas populares, manifestaciones), sin el cual los derechos políticos son imposibles y sin el cual es imposible construir una posición de fuerza, imprescindible para dar existencia a cualquier tipo de lucha.