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La peor tragedia, sin embargo, es que alguna mayoría de quienes en esta sociedad habrían de aportar fuerza principal de progresos está ya -irreparable mente, según parece- enfeudada en el búnker conservador respecto posición de poder conquistado por algunos partidistas devenidos del reaccionarismo sectario ante cualquier opositor sin razón o con ella... y para descalificar los incordios de quien ose recordar orígenes transformadores u otrora –de veras- alternativos que se traicionan, encima continúan apelándonos al realismo 'integrado' de ponderar ‘posibles (menores) males con’ el gobierno que nos manda frente a todos esos otros tan acusados caos 'apocalípticos' que demás alternancias imaginadas traerían.
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Pero así nunca obtendremos nada mejor que tantas perspectivas catastrofistas como las inexorablemente cultivadas por nuestros horizontes a despecho del mantra o jaculatorias, panglossianos, en que nuestros líderes tienen puesta toda su fé como placebo de confianza políticamente correcto para mayor amansar indeseada rebelión evitable contra creciente Malestar social generalizado. Por ello urge asomarnos a otras bitácoras, desde al menos mejor lucidez, en vez de proseguir aun sin más por ya manierista giro viciado de incondicionales autocomplacientes rumbo al abismo; y así por ejemplo veremos que hasta en el lugar menos esperable hay quien logra recordar verdades como puños que da vergüenza no sean más consecuentemente traídas por quienes deberían hoy acá estar rememorándolas antes –¡desde la ¿opuesta? trinchera!- con tales nitideces para empezar regeneración, cuando poco:
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“Entre julio de 2008 y enero de 2009, la empresa china de los productos electrónicos para el consumo Wanlida llevó a cabo un experimento -diseñado por dos economistas John A. List y Tanjim Hossain- al estudiar efectos de los incentivos económicos sobre la productividad en sus trabajadores.
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El incentivo que se estableció fue de una suma equivalente al 20% del sueldo fijo de los trabajadores, que se añadiría a su salario semanal si la producción alcanzaba las 400 unidades por hora. Y la singularidad del experimento fue que el incentivo se describió por cartas a sus trabajadores de formas distintas. En su variante ‘premio’, la empresa se compromete a pagar el incentivo si dicho número de unidades producidas era igual o aun superior a esas 400 unidades. En variantes ‘castigo’, la suma se otorgaba de antemano, pero se advertía al trabajador que quedaría privado de ella si la producción resultaba inferior a 400 unidades por hora.
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Aversión a pérdidas.
El experimento mostró que los incentivos aumentaban en ambos casos la productividad, pero de forma más acusada en su versión ‘castigo’, pese a que la única diferencia con las otras era por su forma de presentación.
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Se confirmó, pues, así una de las tesis en las Escuelas para la Psicología Económica (o Behavioral Economics): los seres humanos somos aversos especialmente a pérdida, de forma que nos duele más perder algo que no llegar a disfrutarlo. Por ello a los trabajadores de Wanlida les motivaba más el riesgo de perder una prima que daban por suya que conseguirla cuando todavía la consideraban incierta.
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La diferencia práctica entre pérdida y lucro cesante, ignorada por los economistas ortodoxos, la conoce bien el jurista, que sabe bien que el Derecho otorga especial protección al poseedor de la cosa, aun cuando no sea su legítimo propietario; exige a la Administración una compleja declaración de lesividad para poder anular actos administrativos que otorgaron derechos; y, en materia de indemnizaciones, atribuye más trascendencia a los daños (emergentes) que a lo hipotético cesante.
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A la vista de esa elemental ley psicológica, constituye un grave error político otorgar a ciudadanos y contribuyentes beneficios económicos que circunstancias obligarán a retirar más tarde: porque el descontento popular será mayor si primero recibimos 10 y luego nos lo quitan que si nunca hubiéramos recibido nada.
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Reglas de dosificación
La segunda enseñanza de tal ‘Psicología Económica’ es que todo efecto incremental sobre nuestro bienestar (por sus ganancias, menos pérdidas) irá declinando a medida que se aumentan. Y por eso, disfrutaremos más al ganar 10 en dos episodios separados que si ganamos 20 en un solo; o nos dolerá más perder 10 en dos ocasiones distintas que sufrir, de golpe, una pérdida de 20.
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De esa constatación surge la asimétrica ‘regla de dosificación’ que ya enunció en el siglo XVI uno de los mejores asesores políticos de todos los tiempos, el florentino Nicolás Maquiavelo, en su capítulo VIII de ‘El Príncipe’:
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...Es menester que el que toma un Estado haga atención, en los actos de rigor que le sea preciso acometer, a realizarlos todos de golpe, por que no los tenga que repetir todos los días y poder tranquilizarse así a sus gobernados, a los que ganará después fácilmente haciéndoles bien. Por la misma razón que los actos de severidad deben hacerse de una vez y dejando menos tiempo para notarlos ofenderán menos, los beneficios deben otorgarse poco a poco, a fin de que se puedan saborear mejor...
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Optimismo vs. maquiavelismo
La regla de la aversión a las pérdidas demuestra que algún optimismo sistemático y sus tendencias a formular 'pronósticos esperanzadores’, cuando existe riesgo serio de que se vean incumplidos, no son virtudes políticas (como afirmaba con reiteración el presidente Zapatero); sino estrategias poco prudentes que pueden llevar al descrédito del político y a la frustración de los ciudadanos.
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Discrepo, sin embargo, de quienes afirman que el incumplimiento de las promesas y el recorte de derechos previamente otorgados surgen de la doblez del político y de su intención de engañar. A mi juicio, no es que los políticos nos engañen con sus promesas, sino que tendemos a votar a aquellos que, optimistas, nos prometen de buena fe cosas que no podrán cumplirse. De igual manera, el largo cuello y la estatura de las jirafas o los baloncestistas no tienen su origen en el ejercicio físico (como creía el naturalista frances Lamarck equivocadamente), sino que –como Darwin nos enseñó– son rasgos que la competencia entre especies y deportistas seleccionará de una forma natural... Así, la ingenuidad de muchos votantes llevará al poder a políticos ‘optimistas’ que, sin quererlo, les terminarán defraudando.
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Ignoradas -por desgracia- reglas de aversión a perder por el presidente Zapatero, quedaría por ver si, dada esta insoslayable necesidad de que España adopte severas medidas de ajuste, seguirá esa otra ‘regla de la dosificación’ que Maquiavelo recomendó para las medidas de severidad o gravamen, esto es, adoptarlas todas de golpe, para 'que no se deban repetir cada día y poder tranquilizar a los gobernados’.
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Esa estrategia –seguida por Irlanda– aconsejaría que el ajuste del gasto público sea drástico y se inspire en la técnica del ‘presupuesto de bases cero’, en forma que se revisen sin tabúes todas las partidas de Gastos, incluidas las de Comunidades y Ayuntamientos; que las elevaciones de impuestos que se juzguen convenientes (por ejemplo, el restablecer una nueva efectividad para Impuestos, en Sucesiones o del Patrimonio) se adopten sin dilación o se arrumben definitivamente, evitándose esa tan perturbadora como poco maquiavélica expresión de que ‘no se descarta nada’; o que la reforma del mercado de trabajo y demás medidas de flexibilización en la economía se adopten sin tardanza, para que su efecto favorable sobre ánimos de los empresarios, buen funcionamiento de la economía y capacidad exportadora estimule potenciales de crecimiento económico y contrarreste efectivos contractivos sobre la demanda interna del severo ajuste presupuestario.
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En un reciente libro (cuajado, por cierto, de errores en lo poco que me atañe), un veterano periodista ha bautizado al presidente Zapatero como el ‘Maquiavelo de León’. Creo haber mostrado que, con sus promesas insostenibles no se ha hecho hasta ahora merecedor de ese elogio.
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Confiemos en que, que tras este giro radical de política económica que anunció al Congreso el pasado miércoles, de muestras a partir de ahora con aquel realismo y sagacidad del genial pensador florentino.”
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