martes, 28 de febrero de 2023

¿Está[n] la política [y toda nuestra Casta] plagada[s hoy aquí] por PSICÓPATAS ...?



"La palabra psicópata evoca al instante aterradores personajes literarios, y cinematográficos, como Hannibal Lecter, o famosos asesinos en serie como Charles Manson. Sin embargo, la inmensa mayoría de los psicópatas no mata: son individuos integrados en la sociedad, que suelen pasan desapercibidos. 

No acuden al psiquiatra, ni buscan terapia pues no sufren, ni sienten la necesidad de cambiar su conducta; muy al contrario, se sienten muy satisfechos con su forma de ser. Pero su comportamiento no resulta precisamente inocuo. No solo perjudican a sus allegados; también dañan a toda la comunidad porque muchos de ellos alcanzan puestos de especial relevancia política y social.

La psicopatía es un trastorno de la personalidad, que se manifiesta en diferentes grados o intensidades, con determinados rasgos que se combinan de forma distinta en cada individuo: una enorme autoconfianza e impulsividad, ausencia de empatía, rechazo a asumir responsabilidad y falta de remordimiento, por muy malvados que sean sus actos. Los sujetos carecen de afecto o emoción profunda hacia los demás, mostrando muchos de ellos un desorbitado egocentrismo y cierta tendencia al narcisismo; poseen una enorme facilidad para seducir y manipular con su encanto superficial, su irresistible atractivo y su formidable capacidad para mentir sin inmutarse.

Tras analizar la personalidad de múltiples personajes públicos, e históricos, algunos estudiosos comprobaron que los rasgos psicopáticos se van a encontrar presentes en la clase política con una frecuencia muy superior a la de la población general, algo que muchos ya sospechaban. En 'Would you vote for a psychopath?', Kevin Dutton, del departamento de psicología de Oxford, ofrece una clasificación de los presidentes de los Estados Unidos, y de otros personajes internacionales e históricos, atendiendo a los diversos rasgos psicopáticos. Aunque estos estudios no existen para España, no haría falta rebuscar demasiado para identificar casos que encajan en estos rasgos, especialmente en la alta política.

Atraídos irresistiblemente por la política

Los psicópatas se sienten tan atraídos por la política como las polillas por la luz. Son depredadores sociales con enorme apetito de poder, prestigio o riqueza, que perciben los puestos públicos como un territorio de caza propicio para parasitar a la sociedad. 

 

Conciben la política como un entorno de libre entrada, donde no hace falta valía o conocimiento ninguno que mostrar. Los psicópatas manifiestan todavía más interés por los cargos públicos en aquellos sistemas políticos con ineficaces controles, donde pueden ejercer el poder con muy pocas cortapisas, perpetrar fechorías con gran impunidad y recibir, a cambio de una gestión nefasta y perniciosa, tan solo la adulación y el halago de cierta corte de tiralevitas de la que intentarán rodearse. 

Su incontenible deseo de alcanzar los puestos más elevados de la política constituye una importante autoselección inicialy luego los mecanismos de partido proporcionan el impulso definitivo a los psicópatas pues los criterios para permanecer, y medrar, no son precisamente la excelencia, el mérito, el esfuerzo, la honradez, la generosidad, el altruismo, el patriotismo o los principios sólidos. 

Al contrario, la conducta oportunista, traicionera y conspiradora, propia de estos sujetos, constituye un atributo muy apropiado para salir airosos de las innobles disputas intestinas en los partidos y poder escalar hasta sus puestos más altos. Es frecuente que las personas honradas, cabales, altruistas y bien preparadas acaben abandonando, quedando el partido al albur de la corruptela, la pobreza intelectual y la indignidad.

Al llegar a los gobiernos, los psicópatas tenderán a ejercer el poder con total ausencia de principios, generosidad o visión de futuro, sirviéndose del cargo en lugar de servir al bien común. Sus egoístas fines justificarán siempre cualquier medio, por muy abominable que sea. Carentes de escrúpulos, no asumirán responsabilidad por sus actos y se aliarán con el mismísimo diablo para retener el poder, aunque hubieran jurado no hacerlo nunca.

Al creerse especiales, superiores, despreciarán los controles y contrapesos propios del sistema democrático e intentan soslayarlos cada vez que se presente la oportunidad, retorciendo las reglas del juego a su favor y antojo. Se inclinarán por políticas alejadas de la concordia, tendentes a generar enfrentamientos sociales, siempre que favorezcan sus objetivos electorales.



Y no dimitirán bajo ninguna circunstancia, ni aunque fueran chantajeados por una potencia extranjera con información sensible sobre su persona: mantenerse en el poder estará siempre por encima de la seguridad y el bienestar de la nación.

Aunque un gobierno de psicópatas resulta pernicioso para la sociedad, ciertos autores han intentado introducir matices, considerando que algunos de sus rasgos podrían otorgar determinadas fortalezas para ejercer el liderazgo: la carencia de sentimientos conferiría resistencia a la ansiedad y ausencia de temor a la hora de tomar decisiones difíciles, en situaciones tensas. 

Otros estudiosos discrepan: argumentan que los psicópatas no poseen en realidad estas cualidades, que fácilmente se confunde su naturaleza impulsiva con un carácter resolutivo, su denodado narcisismo con autoconfianza y extremada temeridad con una inexistente valentía. Un buen dirigente político debe ser osado, nunca pusilánime o cobarde; pero para ello no necesita ser psicópata.

La televisión y otros medios audiovisuales

Aunque los rasgos psicopáticos siempre estuvieron muy presentes en los gobiernos, su predominio parece haberse acentuado en las últimas décadas. El ya débil escrutinio que pudo existir en el pasado se ha ido difuminando, probablemente porque la televisión y los medios audiovisuales trajeron consigo una simplificación de la política, reduciéndola a imágenes y consignas, mientras anulaban los conceptos y la capacidad de abstracción del público. 

El foco de atención dejó de ser el carácter de los candidatos, o sus ideas, y se trasladó a la mera imagen, a los aspectos más superficiales de los aspirantes. Los psicópatas cobraron ventaja adicional por desenvolverse magistralmente ante las cámaras, por ser extremadamente capaces de fingir cercanía, carisma y simpatía. Son personajes que manipulan fácilmente la emoción, pero difícilmente resistirían un examen racional, profundo y desapasionado.

    


Uno de los hitos inaugurales de esta nueva era de predominio audiovisual fue el famoso debate de 1960 entre John F. Kennedy Richard Nixon para la presidencia de los Estados Unidos, el primero que se retransmitía masivamente por televisión. Quienes siguieron el debate por la radio dieron por ganador a Nixon; pero los televidentes, cautivados por los aspectos más superficiales de la imagen, se decantaron abrumadoramente por el apuesto y seductor Kennedy. La política había comenzado a cambiar… y no precisamente para bien. Otra señal, en este caso extrema y repugnante, del enorme tirón mediático que pueden alcanzar los psicópatas es la gran cantidad de fans, seguidores y admiradores que han tenido, y siguen teniendo, conocidos asesinos en serie.

James Madison, redactor de la Constitución de los Estados Unidos, señaló en 1788: “El objetivo de cualquier Constitución debe ser, en primer lugar, asegurar que lleguen al gobierno los hombres que posean la mayor sabiduría para discernir el bien común y la mejor virtud para perseguirlo y, en segundo lugar, tomar todas las precauciones posibles para que estos hombres mantengan la virtud tras asumir el cargo”. En los dos siglos transcurridos, los sistemas políticos han abordado, con más o menos éxito, el segundo requisito: la implantación de controles y límites para impedir que el poder se ejerza de manera abusiva, tiránica o despótica. 

Pero han desatendido completamente el primero de ellos: no existen filtros que pongan trabas a indeseables o psicópatas en su camino hacia el poder, ni barreras que dificulten su llegada a los cargos de enorme relevancia y responsabilidad. Resulta llamativo que se requiera un examen para conducir un automóvil… pero ninguna prueba para conducir una nación.

Las políticas incorrectas, erróneas o malintencionadas pueden implicar la ruina de muchas familias, un peligro para las libertades o, incluso, el sacrificio de toda una generación... 

Para las elecciones de este año en España, o en cualquier otro país, es menester reformular la pregunta que abría el artículo de Dutton: '¿Votaría usted a un psicópata?' Solo hay una respuesta correcta: no hacerlo nunca. O, al menos, no volver a hacerlo."

(J. M. Blanco: '¿Está la política plagada de psicópatas?', en vozpopuli.com)

   



domingo, 26 de febrero de 2023

Aquí hoy, 'el día que mató el INSS a mi madre'

 
   
(No se trata en esto ya de cuando cerraron a mis tíos en sus Residencias pero sin atención médica ni otra ninguna imposible por quienes andábamos aún fuera poco antes de confinarnos también para los -"inconstitucionales", según oficialmente se falló luego- Estados de Alarmas del Mando Único... hasta su cremación sin habeas corpus ni autopsias previas...

Ni tampoco hablamos de cuando a mi padre con ya hasta 100 años cumplidos lo llevaron -mientras andaba muy consciente- al Hospital para tenerlo incomunicado durante 36 horas y sin otra cosa que reiteradas pruebas constatando que "no tenía Covid"... hasta dejarnos ir a verlo una vez ya sin vida...) 

"Hoy os quiero hablar de Juani. Tiene 88 años, pero, a pesar de la edad, nadie le llama doña Juana. Todos los que la conocen, mucho o poco, le llaman Juanita o Juani, porque va mejor con su carácter jovial y cercano. A pesar de su débil apariencia, ya que hace unos años su columna dijo hasta aquí y se sometió a una complicada operación, por lo que siempre va desde entonces acompañada de dos muletas, es una mujer muy fuerte, aunque no físicamente.

No ha tenido una vida sencilla. A los 58 años tuvo que enterrar a un hijo. Por estas fechas, ya son dos hijos y su marido los que le faltan. Pero Juani no ha perdido las ganas de vivir, aunque cada vez le cuesta más hacerlo en un mundo que no piensa en ella. Tiene un teléfono móvil, pero, por más que lo ha intentado, no es capaz de usar WhatsApp o la cámara de fotos. Al final, resignada, pero con una sonrisa, te dice: “Si a mí con que me sirva para llamar y que me llamen, me vale”.

Una mañana, Juani fue a su centro médico. Necesitaba que le renovaran las recetas electrónicas para tener sus medicinas. Al llegar y entregar la tarjeta, pidiendo que le atendiera algún médico, la persona de administración le dijo: “No está usted en el sistema... Su ficha no consta aquí y no la podemos atender. ¡Siguiente!”.

Pero Juani no es de rendirse, así que volvió al día siguiente. Dio entonces con un chico muy amable que estuvo buscando y rebuscando en el ordenador, hasta que le dijo: “Es que aquí figura que usted ha fallecido, así que no le puedo pasar con ningún médico”. A Juani le empezaron a temblar las piernas, las muletas ya no eran suficientes para sostenerla. El muchacho, viendo su cara descompuesta, le dijo que volviera por la tarde, que intentaría al menos conseguirle las medicinas, gesto que se agradece mucho más que el de gritarte en la cara “¡Siguiente!”. Por la tarde, Juani regresó y le dieron algunas medicinas, aunque no todas. No doy más datos, solo las gracias, porque no sé si metería al muchacho en problemas.

Y en este punto de la historia, es donde yo entro. Juanita me llama aquella noche llorando:

-No te quiero molestar, que yo no quiero ser un incordio, pero no sé qué hacer, he llamado a muchos sitios, pero no consigo hablar con nadie y en el centro médico no me atienden porque dicen que estoy muerta.

-A ver, cálmate. ¿Qué es eso de que estás muerta? Será algún error del centro médico. Y que tú me llames para lo que sea, viva o muerta y desde el más allá, para lo que necesites, que no quiero que te andes dando palizas ni disgustos tontos. Si para mí no hay nada más importante que encargarme de quien más quiero en el mundo.

Sí, Juani es mi madre. No es un incordio ni cuando me incordia y mi manera de hacer que deje de llorar es hacerla reír. Cuando por fin consigo tranquilizarla, me pongo nerviosa yo. Miro en su cuenta del banco y veo que le han abonado el 30% de su pensión y una semana antes de lo que toca. Lo tengo claro: algún funcionario ha tocado el botón que no era y ha dado a mi madre por fallecida. No va a ser solo algo del centro médico. Le quitan también la pensión.
  
A la mañana siguiente, sin haber dormido, porque yo esto de los nervios no lo gestiono bien, empiezo a movilizarme y a llamar a todo el mundo. Gracias a un buen amigo, (aunque no diré cómo porque no quiero que ninguno de los dos acabemos en la cárcel), consigo confirmar mis sospechas: han dado de baja a mi madre en el Instituto Nacional de la Seguridad Social, por fallecimiento, el día 4 de enero. Comienzo entonces una maratón de búsquedas en Internet y llamadas, intentando conseguir hablar con alguien que me diga cómo arreglar esto: imposible.

Llamé insistentemente a casi una docena de números de teléfono de información del INSS, donde solo conseguí escuchar un contestador, que finalmente te corta la llamada o te dice que llames a otro número. Y así en bucle. En Internet te advierten: no se atiende a nadie sin cita previa. Pero el caso es que el servicio de cita no está operativo, así te lo indican: “no hay citas para toda la provincia”. Si no atienden sin cita y no dan citas, ¿a quién atienden? Tienen capado el sistema de citas y nadie te atiende en ningún teléfono. Ni en los de las oficinas. "¡Ayuso dimisión!" Ah, no, calla, que el INSS es responsabilidad estatal, no de la Comunidad.

Empiezo a pedir citas a diestro y siniestro, de lo que se me ocurre: con un asistente social, con un abogado, con el registro civil para pedir un certificado de fe y vida… Incluso consigo para una oficina del INSS una 'cita', pero en 20 días y a dos horas con coche, en Segovia... ¡Si el presi me dejara su Falcon ese día para llevar a mi madre...!

Y entonces empecé a pensar qué pasaría si mi madre no me tuviera a mí. Que pasará si esto se lo hacen a un anciano que esté solo: le dejan sin medicinas, sin médicos y sin dinero. Y no tiene dónde preguntar por qué. Luego nos llevamos las manos a la cabeza con noticias tipo: “se encontró el cuerpo de un anciano de 90 años en su domicilio, en descomposición…”.
  
Si hay algo que le da dignidad a una sociedad es cómo trata a sus mayores. En las civilizaciones antiguas, los ancianos eran los sabios, a los que se pedía consejo y a quienes se respetaba por encima de todo. Hoy parece que los apartamos a un lado de este mundo que quiere correr tanto, que los deja atrás. Para hacer cualquier gestión necesitas un correo electrónico o te topas con el “hágalo usted desde la aplicación o la web”. Mi madre no sabe ni encender un ordenador. Y tampoco creo que necesite aprender nada a estas alturas de su vida, cuando lo que toca es estar tranquila.

Tras estar sin dormir apenas dos horas desde el martes y viviendo a base de café, sin conseguir cita ni hablar con nadie del INSS, se me hinchan las narices y el viernes cojo a mi madre, el libro de familia, su DNI y nos presentamos en la oficina más cercana a su casa. Allí, una guardia de seguridad me repregunta si tengo cita, a lo que le contesto que no, que no solo es humanamente imposible conseguir una cita, sino que, además, como han dado por fallecida a mi madre, necesitaba que me dijeran ellos en persona si la ven muy muerta. 

Después de hablar con varias personas y muchas esperas, tuve suerte. Porque sí, amigos, esto es la suerte que tengas de con quién topes. Si me lee la señorita María Ángeles, de la oficina de la calle Maldonado 2 de Madrid, le agradezco con todo mi corazón, no solo las gestiones que hizo para solucionarlo todo el mismo día, sino su calidad humana. No es fácil encontrarse con alguien útil... que discuta con sus propios compañeros e incluso que le cueste lágrimas ayudarte, solo por querer hacer las cosas bien y cuanto antes.
 
  
También quiero mandar un afectuoso saludo a quienes estén detrás de la cuenta de Twitter de Atención a la ciudadanía de @inclusiongob, que se tomaron la molestia de interesarse por mi problema, cuando estaba diciendo que tienen las citas capadas y que no dan cita, para decirme que habían hablado con los técnicos del INSS y que "lo mejor que puedo hacer es pedir una cita". Muchísimas gracias. Son ustedes brillantes.

Y, por último, una recomendación al INSS: les sugiero que, con todas las opciones que dan en sus maravillosos contestadores automáticos, (que si llama para el ingreso mínimo vital marque tal, que si llama por prestaciones marque pascual…), agreguen una más: “si llama porque le hemos dado por muerto, pero está usted vivo, marque asterisco”. Porque he comprobado que el asesinato virtual de mi madre no es un caso aislado.

Me han sugerido que denuncie esto y que pida daños y perjuicios. Tras pensarlo mucho, no solo no quiero someter a mi madre a más nervios y desplazamientos, sino que, además, no soy capaz de ponerle precio a las lágrimas de mi madre. Incluso creo que me sentiría ofendida si alguien lo hiciera, fuera la cantidad que fuera. ¿Cuánto dinero vale ver esto... a tu madre llorando, rota y hundida, con casi 90 años? Yo solo quiero que viva tranquila los 237 años que le tienen que quedar por vivir. No me conformo con menos.

Me gustaría que este artículo sirviera no solo para retratar el nefasto funcionamiento de algunas de nuestras administraciones públicas y los abusos que nos están cometiendo con su obligatoriedad de 'la cita previa' en todas las instituciones desde la pandemia, sino también para remover conciencias sobre lo que les estamos haciendo a nuestros mayores: no es de recibo. Y todos, con suerte, seremos viejos algún día."