Miroslaw Hermaszewski (1941-2022) fue el primer y, hasta la fecha, único astronauta polaco. En 1978 formó parte de la tripulación de la Soyuz 30 y cumplió misión en la estación orbital soviética Salyut-6. Después de eso, alcanzó el generalato y fue condecorado con la medalla de Héroe de la Unión Soviética, la más alta distinción de la URSS, raramente concedida a extranjeros. Muchos años después del hundimiento del bloque del Este, en julio de 2013, el jubilado astronauta concedió una entrevista al canal de televisión polaco TVN 24 en la que ofreció detalles desconocidos de su biografía. En Polonia se conmemoraba entonces el setenta aniversario de las “masacres de Volinia”, es decir, la aniquilación de entre 70.000 y 100.000 civiles polacos a manos del brazo armado de la Organización de Nacionalistas Ucranianos (OUN), el llamado Ejército Insurgente Ucranio (UPA). Hermaszewski nació en un pueblo de Volinia llamado Lipniki y tenía dieciocho meses cuando las unidades del UPA llegaron una noche de finales de marzo de 1943.
“Asesinaron a 182 personas de nuestro pueblo, entre ellos dieciocho de nuestra familia inmediata, mi abuelo murió de siete golpes de bayoneta en la cabeza”, explicó. El pequeño Miroslaw se salvó de milagro, porque su madre lo tomó en brazos y huyó con él campo a través. “Los bandidos vieron que una mujer corría con un niño en brazos y empezaron a dispararnos”. Uno de ellos les persiguió y disparó a la madre en la cabeza a corta distancia pero falló, solo fue herida en la sien y en la oreja, cayó inconsciente y el niño huyó [1].
Al día siguiente de aquella entrevista, el Parlamento polaco aprobó una resolución sobre las matanzas de polacos del periodo 1942-1945 en Volinia y Galitzia oriental, territorios que habían pertenecido a la segunda república polaca hasta la disolución del Estado polaco de 1939, condenando la masacre de “alrededor de 100.000 ciudadanos polacos, hombres, mujeres, ancianos y niños” a manos de los nacionalistas ucranianos de Ucrania Occidental. La resolución consideraba que “la dimensión organizada y masiva del crimen de Volinia lo caracteriza como una limpieza étnica con aspectos de genocidio”. Al mismo tiempo, el Parlamento expresaba su agradecimiento “a los ucranianos que actualmente ayudan a documentar los crímenes y conmemorar a las víctimas”, pese a que el gobierno ucraniano no autoriza excavaciones en los escenarios de las matanzas.
En septiembre de 2016, el Parlamento ucraniano, la Verjóvnaya Rada, rechazó las consideraciones de la Cámara polaca con cuatro argumentos: 1) que los polacos también mataron ucranianos, 2) que el número de víctimas polacas no pudo exceder los 30.000, porque en aquellos momentos en Volinia no había tanta población, 3) que “está bien establecido” que los perpetradores fueron agentes de la policía secreta soviética disfrazados de combatientes de la OUN/UPA (pese a que desde junio de 1941 la región estaba ocupada por los alemanes y los soviéticos se habían retirado, derrotados) y 4) que evocar este asunto solo sirve a los intereses rusos [2].
Saco esto a colación para ilustrar el hecho de la complejidad de las relaciones polaco-ucranianas. Polonia ha acogido ejemplarmente a centenares de miles de ucranianos que han huido de la guerra. Es el segundo país de Europa, después de Rusia, que más refugiados ucranianos ha recibido. Es también el país más antirruso y más proamericano del continente. Solo un 2% de los polacos expresan una opinión favorable a Rusia, según una encuesta del Pew Research Center de primavera del año pasado, que también mostraba un máximo continental de opiniones favorables a Estados Unidos (91%). Esa opinión echa sus raíces muy lejos, en una serie de experiencias históricas mutuamente desastrosas y bien conocidas, tanto con el zarismo como durante el estalinismo, cuando centenares de miles de polacos perecieron o fueron deportados por el régimen soviético y, más en general, en una divergencia histórica, cultural y religiosa con Rusia muy viva.
Entre 1572 y 1791 la elección de los reyes polacos por los nobles, que a veces implicaba a cuarenta mil o cincuenta mil de ellos, fue norma en Polonia. El rey electo estaba atado por el llamado “pacta conventa”, una suerte de contrato que detallaba las obligaciones del rey hacia la nobleza. Si se comparan las relaciones de aquella caótica monarquía republicana, nobiliaria y católica, con las de la autocracia ortodoxa moscovita, en las que el “gosudar” (soberano) se definía por atar bien corto a sus boyardos, y donde la nobleza estaba totalmente supeditada a la corte, el contraste entre las culturas políticas de ambos países no puede ser más agudo y da lugar a verdaderas patologías.
Los polacos rechazaron la mano tendida de Moscú cuando, por ejemplo, Rusia, con Putin como primer ministro, reconoció directamente y asumió la responsabilidad por las matanzas estalinistas de Katyn. Cuando en abril de 2010 el avión que conducía a la plana mayor del país a un acto conmemorativo de aquellas matanzas se estrelló cerca de Smolensk por obvias negligencias polacas, la nación prefirió ver en la tragedia un atentado ruso pese al cúmulo de evidencias en contra registradas en la caja negra... La extrema beligerancia del Gobierno polaco en el actual conflicto es resultado de todo este complejo de experiencias históricas, diferencias y patologías.
Ningún gobierno europeo se ha mostrado más proclive y entusiasta con que la OTAN intervenga abiertamente en la guerra contra Rusia. Los polacos son siempre los primeros a la hora de apoyar el envío de todo tipo de armas, son los terceros que más ayuda militar han prestado a Ucrania, solo por detrás de Estados Unidos e Inglaterra, gastan proporcionalmente más que nadie en “defensa” y están reforzando su ejército a marchas forzadas junto a sus fronteras con Ucrania y Bielorrusia. Según algunas estimaciones, muy difíciles de verificar, ya hay miles de soldados polacos en Ucrania luchando de forma extraoficial, es decir, formalmente licenciados o en excedencia del ejército polaco. Pero lo que importa aquí es retener que, en el actual conflicto, Polonia tiene sus propios intereses, sus propios motivos, sus propios proyectos y marca su propio juego. ¿Qué decir del juego polaco? Pues que históricamente ha sido siempre fiel a aquella observación de Balzac, casado con una polaca nacida en Ucrania, que ya en el siglo XIX advertía que “si hay un precipicio, el polaco se tira por él”.
En época moderna, gran parte de Ucrania Occidental perteneció a Polonia desde 1918 hasta 1939, y en épocas anteriores los polacos dominaron enormes zonas de la actual Ucrania. En el siglo XVI se creó la llamada “República de las dos naciones”, formada por el reino de Polonia y el Gran Ducado de Lituania. Duró hasta finales del XVIII y dominó, además de sus dos matrices, los territorios de Bielorrusia, gran parte de las actuales Estonia, Letonia y Ucrania, y zonas de la Rusia meridional. En aquella época la influencia polaca y sus ejércitos llegaron a Moscú, enviaron a Varsovia enjaulado al zar de Rusia, donde fue ejecutado, e incluso impusieron un breve zar en Moscú, en lo que en la historia rusa se conoce como “época turbulenta”. Aquella “gran Polonia” se extendía por casi un millón de kilómetros cuadrados y dejó en Varsovia y Cracovia un recuerdo de grandeza que siempre ha sido muy difícil compaginar con las realidades de una nación obligada a convivir con los tres colosos de su entorno: Prusia, Austria-Hungría y Rusia. Llevarse mal con todos ellos equivalía a una sentencia de muerte, pero eso es, precisamente, lo que hicieron los polacos: tirarse por el precipicio de Balzac y pagar por ello el correspondiente precio.
Entre la destrucción de la vieja república polaca, en 1795, y el fin de la Primera Guerra Mundial, en 1918, el Estado polaco dejó de existir. Fueron 123 años, cinco largas generaciones en las que Polonia sólo conoció el dominio extranjero y la opresión política por parte de prusianos, rusos y austro-húngaros. En esa larga travesía por el desierto, los polacos se metieron en un avispero de múltiples hostilidades; en Rusia contra los lituanos, en Austria-Hungría contra los ucranianos de Galitzia oriental y contra los checos, y en la mayoría de las ciudades polacas contra los judíos cuyo sionismo militante levantaba cabeza. Luchar contra todos, sin calcular las propias fuerzas y las del adversario, es una vieja tradición polaca. Una doble hostilidad geopolíticamente suicida, contra alemanes y rusos, dictó su segunda gran extinción como Estado en 1939, con el pacto Molotov/Ribbentrop y el enésimo reparto territorial y maltrato del país, ahora entre Alemania y la URSS.
Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé, en el 510 y en el 2000 también. Que siempre ha habido chorros, maquiavelos y estafa'os, contentos o amarga'os, valores y doblé... Pero que el siglo veinte[...y uno] es un despliegue de maldad insolente, ya no hay quien lo niegue [...] Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor; sabio, ignorante o chorro y pretencioso estafador... Todo es igual, nada es mejor: lo mismo un burro que un gran profesor [...] Los inmorales nos han iguala'o. Si uno vive en la impostura y otro afana en su ambición da lo mismo que sea cura, colchonero, rey de bastos; caradura o polizón. ¡Qué falta de respeto, qué atropello a la razón Cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón...
ResponderEliminarSiglo veinte[...y uno], cambalache, problemático y febril: el que no llora no mama y el que no afana es un gil. Dale nomás, dale que va, que allá en el horno se vamo' a encontrar; no pienses más, sentate a un la'o, que a nadie importa si naciste honra'o. Si es lo mismo el que labura noche y día como un buey que el que vive de las minas; el que mata, que el que cura o está fuera de la ley...
{¡Hace 89 años ya c@ntáronlo: qué cansera del aburricie... dale que te dale, sin pararnos, hasta la suciedá...!}