jueves, 8 de abril de 2021

Bauman: sobre cómo van liquidándonos tanto, luego de haber "licuado" economías y Sociedad

 
El sociólogo y filósofo que acuñó la expresión “Modernidad líquida” sostenía en su libro póstumo, "RETROTOPÍA" (2017), que los seres humanos perdimos fe respecto a posibilidades de alcanzar la felicidad humana en un Estado futuro ideal; por ende, se abandonaba la creencia en cualesquier utopías: el futuro llegó hace rato... y ya es visto en 'Black Mirror'. Todos los futuros, aún soñables, peores que lo actual serían.

De paso Bauman ha marcado un dato: esa tendencia que se inauguró en las distopías futuristas de mediados del siglo XX como "Un mundo feliz" de Huxley o "1984" de Orwell, se acentuó significativamente en los últimos tiempos. Todo lo escrito y filmado en materia de la ciencia ficción dibuja sociedades futuras invivibles, insoportables, mucho peores a las contemporáneas. La "Utopía" de Tomás Moro ha transmutado en el horror que presentan películas como "Código 46", "Minority Report" o "Elysium"... El detalle (¿in-empeorable?) sería que tales distopias de la ciencia ficción no se plantean en un futuro lejanísimo: tienen fecha cercana, todas están previstas para los próximos años, al alcance de quienes las consumen hoy.


 
 

Pero como la vida es impensable sin un sentido, lo que no ha muerto es la esperanza humana, su aspiración a una felicidad, precisamente la causa de que aquellos sueños fueran tan cautivadores. Y como sea, aquella utopía perdida, la sociedad ideal de libres e iguales podemos encontrarla... entre lo pasado: ya no por un futuro hacia delante, sino en el atrás que abandonamos e idealizamos desde comparaciones frente a lo actual frustrante y al horroroso futuro inmediato.

¿Qué tiene de novedoso que haya quienes creen encontrar en el pasado los modos y las formas de la felicidad? Los conservadores, retrógrados de todo tiempo y lugar han sido predicadores con ese tipo de fábulas redentoras o restauradoras; aunque lo novedoso es que sean los sectores progresistas quienes hoy son más proclives a frenar el reloj o tirar sus manecillas hacia atrás ante el fracaso de las utopías.


  


«El futuro es, en principio al menos, moldeable, pero el pasado es sólido, macizo e inapelablemente fijo. Sin embargo, en la práctica de la política de la memoria, futuro y pasado han intercambiado sus dos actitudes respectivas», dice Bauman. La desigualdad, la inseguridad, la incertidumbre acerca del empleo, la multiculturalidad, la superficialidad de la vida basada en el consumo, el riesgo de que nos volvamos inservibles porque la tecnología nos sustituya por máquinas, el miedo (en suma) a que todo aquello que durante tanto tiempo nos parecía muy sólido de pronto es claramente volátil o -mejor- fluido y dizque “líquido”… precisamente el adjetivo que ha incorporado él al dialogo público contemporáneo (en algunos aspectos, aun a su pesar).

«Hay una creciente brecha abierta entre lo que hay que hacer y lo que puede hacerse, lo que importa de verdad y lo que cuenta para quienes hacen y deshacen; entre lo que ocurre y aquello deseable», señala. Bauman defiende que habríamos regresado a la tribu, al seno materno, al mundo despiadado que describía Hobbes para justificar la necesidad del Leviatán (el Estado fuerte que nos evitaría la guerra de todos contra todos): a la más flagrante desigualdad en la cual «el ‘otro’ es una amenaza» o «la solidaridad se le antoja al ingenuo, al incrédulo, al insensato y al frívolo una especie de trampa traicionera» [¡todo ello, incluso, años antes de inventarse la "Pandemia" que todo lo cambia desde 2019...!]


     


Pero es que, para empezar, también el Leviatán ha fracasado, como lo ha hecho toda la -construcción conceptual de su- modernidad. Y en ese fracaso, la única salida que el mundo actual ofrece (¿pero a quiénes? ¿o cuándo? ¿y dónde?) es el individualismo extremo: la felicidad para mí. «El objetivo ya no es conseguir una sociedad mejor, pues mejorarla es a todos los efectos una esperanza vana, sino mejorar la propia posición individual dentro de esa sociedad tan esencial y definitivamente incorregible», lamenta.

El énfasis en un par de frases de pensadores muy diferentes tiende a ponerle algún cauce a la desesperanza: con Leo Strauss (en, quizás, la única coincidencia que se pueda encontrar entre ambos) Bauman afirma que “siempre hubo, hay siempre y siempre habrá cambios de perspectiva sorprendentes, inesperados que modifiquen radicalmente el sentido de todo conocimiento previamente adquirido. Ninguna visión del todo de la vida humana puede alegar ser final o universalmente válida: sin importar cuán 'final' parezca, toda doctrina será tarde o temprano superada por otra».


    


Y con Marx, esta referencia ineludible a la que Bauman jamás renunció enfatiza acerca de la posibilidad de transformar las cosas pero siendo conscientes de las limitaciones en lo real: “Los hombres hacen su propia historia, pero no a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos; sino bajo aquellas con las cuales directamente se encuentran, que existen y les han sido legadas por el pasado.”

Resulta chocante que algunas interpretaciones y comentarios sobre la obra póstuma del autor hayan concluido con el que comparta tal delirio retrotópico. Como si el señalamiento del que hay renuncias al proyecto de tal emancipación colectiva implicara forzosamente retroceder a los valores del pasado como solución; o si lo pasado fuera el lugar de la felicidad.


   


Por el contrario, a dicho camino, Bauman se negaba. “No hay atajos que nos lleven a ninguna pronta, hábil y cómoda contención de las corrientes de ‘vuelta a Hobbes, a las tribus, a la desigualdad o al seno materno”, explicó. Muestra con eficacia cómo también todo el pasado se modifica y es reescrito... para ser idealizable o condenado. Mentira es, dice Bauman, que el pasado sea “sólido, macizo e inapelablemente fijo”. Y rechazada esa vía, el autor ofrece algunos puntos de referencia para trazar la ruta hacia un mundo mejor. “La disyuntiva clara es”, afirma: “O juntos, o nada” (juntos: ¿quiénes? ¿cuándo? ¿dónde? ¿cómo?).

A esas preguntas apunta sin mucha precisión, aunque sea el tono bastante desesperanzado y no desarrollándose las potencialidades en toda su extensión. Y cierto es que en la balanza pesa mucho más ese tan descarnado retrato para todo el horror -inequitativo, vacuo y excluyente- del planeta globalizado en que vivimos; pero también cómo Bauman, por suerte, ofrece algunas respuestas.


    
Así parece entusiasmarse (módicamente, para ser rigurosos) con algunas utopías posibles; y hasta puntualmente cita la obra "Utopía para realistas" -de Rutger Bregman- que propone tres grandes líneas de acción para transformar el presente: la semana laboral de 15 horas, un mundo sin fronteras o (claramente, lo que a Bauman más le inspira) la renta básica universal.  

(...) Y esa -“O juntos, o nada”- es la final advertencia del pensador polaco: «Debemos prepararnos para un largo período... que seguirá marcado por más preguntas que respuestas, y por más problemas que soluciones […] Nos encontramos (más que nunca antes en la historia) en una situación de verdadera disyuntiva: o unimos nuestras manos o nos unimos a la comitiva fúnebre de nuestro propio entierro en una misma y colosal fosa común».


  
  
En suma, vale la pena tener a mano "Retrotopía". Incluso para (...) recordar, de nuevo, aquellos sabios versos {“Aunque me fuercen yo nunca voy a decir que todo tiempo por pasado fue mejor. Mañana es mejor” [“Cantata de puentes amarillos”, 1973], Luis Alberto Spinetta} que a su modo retoma Bauman: jamás el tiempo pasado, solo por ser pasado, será mejor.

(Américo Schvartzman, 26/02/2018, Lavanguardiadigital.com de Argentina)
  

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