Nos habían contado cómo cualquier Inflación es 'impuesto regresivo -e indirecto, lo peor...- para los pobres', por recortar capacidad adquisitiva en las rentas, y hoy aquí oímos con profusión esa última consigna unificada del que deberíamos 'temer más deflacionarias bajadas al Indice de precios': una vez logrado aplicarnos ya sus recetas anti-Crisis para 'mayor competitividad mediante devaluciones internas', pero de Salario solo, ahora se pretende frenar otra paralela rebaja del Beneficio empresarial o en la recaudación fiscal con que pagar el 'Rescate' financiero...
Si reducen su Coste Salarial, ¿no deberían costar menos [los IPC de] nuestras vidas?
Por ello debemos buscar opiniones que se salgan de los asfixiantes paradigmas globales en este, hoy tan totalitario, Consenso -¡y para nada 'pensamiento'...!- Único; como ejemplo, dice Luis Garicano, un profesor de prestigio por otro lado sin posible tacha desde ninguna supuesta heterodoxia:
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“En el peor
momento de La Gran Depresión escribió John M. Keynes un optimista ensayo
titulado ‘Las posibilidades económicas de nuestros nietos’ prediciéndonos que
disfrutaríamos de 100 años con muy elevada tasa del crecimiento económico; tras
de lo cual en los países occidentales serían las rentas per cápita medias entre 4 y
7 veces mayores que por entonces, cuando se publicó el artículo, en 1930.
Como resultado de tan
fuerte incremento del bienestar, estaría resuelta ‘la satisfacción de nuestras necesidades básicas’, hasta pudiendo lograr nivel deseado de vida por 3 horas/día -¡tan sólo!- en una jornada laboral y aumenténdose todo el posible ocio drásticamente.
La primera
parte de tal predicción resultó correcta. A pesar de qué negras parecían sus
cosas entonces, y de lo negro que las vemos ahora, sin duda las 8 décadas que
han pasado desde aquel pronóstico han supuesto un enorme crecimiento en la
riqueza material. Si acaso, Keynes se quedó corto.
Por contra, la segunda de sus predicciones no pudo resultar más incorrecta.
No sólo no trabajamos menos, sino que mantener el nivel de vida que deseamos
supone angustia y estrés diarios, para muchos; el número de tareas
pendientes acumuladas crece (…) Pasamos alrededor de 1 hora menos al día por
adulto en actividades domésticas, pero este cambio no se transforma en ocio,
sino que incrementa sustancialmente la participación laboral para las mujeres…
De hecho, esas
mismas tecnologías por las que se reducen tareas rutinarias permiten al trabajo invadir gran
parte de nuestras horas del ocio: respondemos los correos electrónicos del
trabajo por las noches y los fines de semana, nos llevamos de vacaciones el
ordenador portátil o lo usamos en parte para seguir en contacto diario con la
oficina.
¿Cómo es
posible que tanto avance y automatización tecnológicos no se hayan transformado
en un incremento de nuestro tiempo libre, u ocios? ¿Por qué no estamos aprendiendo a “experimentar buena vida, o sus artes”, como (erróneamente) pensó Keynes que haríamos?
Una primera
respuesta a esta paradoja puede ser que, aunque no seamos conscientes por ello,
sí aumentó nuestro tiempo de ocio. Esperanzas de vida se incrementaron en 20
años, y la edad de jubilación disminuyó sustancialmente. Es pues indudable que
la fracción que pasamos trabajando, en las 700.000 horas de vida que aproximadamente disfrutaremos como total, ha caído.
Mas (…) tampoco
podríamos dar respuestas menos insatisfactorias hasta entender cómo buena parte
de nuestro consumo no está destinado a satisfacer necesidades absolutas, sino
relativas. No aspiramos sino a tener una mejor posición respecto a nuestros
pares. Por ello son ‘bienes posicionales’, como los llamó Fred Hirsch, muchos
de nuestros bienes; dependiendo su valor de aquello que consuman los demás.
Ello es en
parte una consecuencia natural de la escasez. Muchos bienes son naturalmente limitados,
y su consumo depende de que otros no los demanden; si la riqueza de los demás
aumenta, deberé pagar más yo para conseguirlos. Las propiedades inmobiliarias
en lugares particularmente deseables, son el mejor ejemplo de dicho fenómeno…
Pero hay
otra razón: la competencia por el estatus es una competición ‘de suma 0’ (es
decir, ‘lo que yo gano, tu lo pierdes’, como en tenis o ajedrez): si mis
vecinos se compran una televisión plana de 40“, y me importa mi estatus relativo,
“necesito” tener otra de 45; si tienen un Seat Ibiza, yo ‘necesito’ un VW
Passat… No hay en ese tipo de bienes necesidades objetivas, sino que lo ‘normal’
se define por qué consumen los demás.
Que los
bienes posicionales existen parece fácil de comprobar con un sencillo ejercicio
de introspección, propuesto por Robert Frank. Supóngase que nos
dan a elegir entre vivir en un hogar con 400 m2 cuando los demás tienen
casas de 600, o hacerlo en una de 300 cuando son las otras de 200. Según él, la
mayor parte de los que responden prefieren en esa pregunta una casa menor,
pero siempre que sea ésta 'más grande a la de los demás'...
El resultado
es que gran parte de la vida laboral se parece a una proverbial ‘escalada competitiva’.
Trabajamos más para conseguir avanzar posiciones respecto a los demás, pero
ellos responden trabajando a su vez otro tanto más para conservarlas; y al
final, estaremos todos en aquellas mismas posiciones relativas por las que ya empezábamos, aunque con menos horas de ocio.
¿Y cómo
parar esta escalada? Convertir nuestra mayor productividad en más tiempo libre
pasará en parte por que las políticas públicas permitan, al fin, ese ocio posible: hay que llegar a eliminar el ‘presentismo’, facilitar que la gente cumpla sus
horarios, incentivar enormemente los ‘trabajos a tiempo parcial’. Si la
externalidad descrita existiere, sería bueno que las políticas públicas también
penalizasen el consumo más ostentoso con impuestos indirectos al Lujo, y que la
sociedad no admirara ese tipo de consumo.
Sin embargo,
a la vez será necesario el que cada uno individualmente seamos conscientes de lo buscado por nuestras elecciones. ¿Qué es lo normal? ¿Con referencia a qué grupo
de pares estamos tomando esa decisión? ¿Realmente nos deberá importar un carajo
el que nuestro vecino vea si tenemos un coche estupendo? ¿Cuántas horas más no
viéndoles a nuestros hijos realmente queremos pasar en el trabajo para conseguir poder comprarnos ese coche?
Se trata,
una vez más, de ser más productivos para vivir mejor; hacer lo contrario,
usando nuestras ganancias adicionales de productividad para empeorar nuestro
nivel de vida es un malgasto del único recurso escaso que tenemos todos en
nuestra vida: el tiempo.”
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Trabajo asalariado era mecanismo por el cual conjugar un reparto
de ocupaciones preciso, al producirse nuestros bienes o servicios
imprescindibles, con redistribución de las rentas -no menos necesaria- para que puedan
ser luego éstos a su vez adquiridos entre todos... Y si nos lo abaratan demasiado mediante una mejor productividad a costa exclusivamente del mayor tiempo en su trabajo para las personas con empleo -pero sin más remuneración salarial- esta ecuación se rompe con el único resultado añadido de multiplicarse los trabajadores que no pueden ganarse la vida por seguir como desocupados forzosos...
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Es decir, las dos opciones reales ahora son:
trabajar Menos (Horarios)
Es bastante sencillo:
ResponderEliminarAl ciudadano común, trabajador, la deflación ni le va ni le viene: si le bajan a la vez que su salario todos los precios de lo que ha de pagar y los intereses positivos o negativos nada le cambia; es como si devaluaran el euro sin cambio de salarios ni precios ninguno...
Pero a los rentistas, que no tienen salario sino dividendos de los capitales invertidos, sí les cabe temer lo que incitan a rechazarse por todos. Si el tipo de interés baja -con los IPCs- todo su ingreso (mientras no trabajen) puede hasta desaparecer; recuérdese que algunos tipos de interés en Alemania llegaron a ser incluso 'menores que cero' (o sea, pagando por prestar dinero), igual que antes ocurrió para Japón también...
Cuando se teme la deflación es por defender intereses del capital, y no de los trabajadores o pensionistas. ¿No está claro?