martes, 25 de junio de 2024

NOS LLEVAN A UNA GUERRA... ¡MAYOR!... PERO NINGUNA REACCIÓN -AQUÍ...- H@Y


El único ejército que ahora nos amenaza (por "casus belli" exclusivamente relativos a nuestras "posesiones -presentes o/y pasadas...- del Magreb") está en Marruecos; y durante cada conflicto recibe puntual ayuda del todopoderoso "amigo americano", al que para sus bases militares nuestro suelo tenemos cedido. Sin embargo, le seguimos -disciplinaditas mentes: tanto dentro cuanto fuera de la OTAN- hasta guerras lejanas como las de Irak o Afganistán; por lo cual ya sufrimos duras represalias aquel "11-M" sobre Madrid... 
Aun así parece que no vamos a terminar aprendiendo nada de nuestra historia, y ahora mismo casi todas las voces del país reeditan fervores "nacional-sindicalistas" ya vividos hace 8 décadas por la 'División Azul' del franquismo enviada en apoyo al hitleriano "nacional-socialismo" ante aquello del que "¡Rusia es culpable!"... Pero con un tremendo agravante: mientras que Franco y sus Falanges mandaron tan sólo a 'voluntarios'... aplaude hoy 'Casta' oficial multipartidista institucionalmente que se implique muy directísimamente a "nuestras Fuerzas Armadas de Seguridad del Estado".
Se viven grandes euforias (del alardear connivencia "con demócratas contra el tan imperialista Putin"... igual que paralelamente asimismo suceden "adhesiones inquebrantables al derecho nacional-sionista frente a terrorismos", desde una Gaza en exterminio, por esa dizque 'Guerra' que casi sólo bombardeó durante 9 meses a ya más de cien mil palestinos -entre bajas mortales o 'menos'- fuera de combate)... ¡como l@ vivieron en víspera de las 1ª y 2ª Guerras Mundiales otros desgraciados países (mientras que nuestros padres y abuelos tomaban sus mejores decisiones del no sumarse a tal hecatombe)... sin verse indicio del frenar tal (repetido y aumentable) 'Infierno'!:
"La opinión pública occidental ha comprendido, en general, quién es responsable de las masacres en Palestina; pese a tanta intoxicación informativa como la rodea. Llegará el día que esa misma claridad se refiera también a las mucho más enredadas responsabilidades occidentales en el conflicto de Ucrania, aunque para entonces Estados Unidos quizás haya ampliado su provocación ya con otro nuevo frente militar abierto contra China.
 
El 23 de mayo, Ucrania atacó con drones la estación de radares de Armavir (Krasnodar, al norte del Cáucaso). Tres días después, el día 26, el mismo ataque se repitió contra la estación de Oremburgo (Siberia Occidental), 1700 kilómetros al noreste de Armavir. Ambas instalaciones forman parte del sistema ruso de alerta temprana de misiles nucleares. Su función es identificar el vuelo de misiles intercontinentales americanos hacia Rusia. Ninguno de esos radares tiene relevancia en el conflicto de Ucrania. En cambio, esos sistemas son muy importantes en caso de guerra nuclear, porque destruirlos significa cegar la vigilancia estratégica de Rusia. Es decir, son irrelevantes en el actual conflicto, pero cruciales desde el punto de vista de la seguridad estratégica global.
Durante la guerra fría (ahora podríamos hablar más bien de “primera guerra fría”) esas instalaciones eran fundamentales para la “destrucción mutua asegurada” (MAD, por sus siglas en inglés), es decir: garantizaban que el primero en disparar sería el segundo en morir, pues una vez detectado el ataque nuclear del adversario americano, que a diferencia de la URSS contemplaba la hipótesis de un “primer golpe”, se ponía en marcha la respuesta soviética que la doctrina informal de aquella época ya definía como “sokrushitelny otvetny udar” (el golpe de respuesta aplastante).
 
Atacar mediante drones esos radares es algo “difícilmente imaginable sin mediar consulta con los principales aliados de Ucrania y siguiéndoles en sus instrucciones quizás”, en palabras del experto suizo en seguridad, Leo Ensel.
El ataque contra los sistemas rusos de alerta temprana de misiles nucleares ha sido lo suficientemente grave como para que los medios de comunicación rusos lo ignoraran, pero no es el único dato. En los últimos días los principales estados de la OTAN han autorizado a Ucrania a atacar objetivos en suelo ruso con misiles de alcance intermedio y corto (IRBM) que ellos suministran. Así lo han manifestado el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, el Presidente francés, Emmanuelle Macron, el portavoz del canciller alemán, el ministro de exteriores británico, David Cameron, y todos ellos después de que el jefe, el Presidente Biden, “permitió a Ucrania golpear territorio ruso”, pretendiendo al mismo tiempo que es solo para defender la ciudad de Járkov y que “la política sobre [permitirse] ataque de misiles de largo alcance al interior de Rusia no ha cambiado”. Esos misiles de hasta 300 kilómetros de alcance pueden impactar en ciudades rusas como; Kursk, Bélgorod, Vorónezh, Rostov y Volgogrado. Recordemos que en marzo de 2022 Biden decía que “la idea de que vayamos a enviar armas ofensivas, tanques y aviones con pilotos y operadores americanos significaría Tercera Guerra Mundial”.

Hay que tener en cuenta que los disparos de misiles de alcance intermedio y corto de la OTAN por parte de Ucrania “dependen de directivas americanas para su precisión”, como informó The Washington Post en su edición del 9 de febrero de 2023, citando fuentes ucranianas y de Estados Unidos:

“Altos funcionarios ucranianos informaron que las fuerzas armadas ucranianas "casi nunca..." disparan sus armas modernas sin recibir coordenadas de posición concretas de los militares americanos desde sus bases europeas: los altos funcionarios norteamericanos admitieron en condiciones de anonimato que su ayuda en la dirección hacia objetivos ayuda a garantizar la exactitud y la máxima eficacia del gasto en munición”. 

Instalaciones rusas del radar de alerta temprana.
 

Rusia y China han tomado buena nota de la amenaza al más alto nivel. La declaración conjunta ruso-china tras el encuentro de mediados de mayo en Pekín entre Putin y Xi Jinping, condenó «Las acciones de Estados Unidos para desplegar misiles terrestres de alcance intermedio en la región de Asia-Pacífico». «Estados Unidos afirma que continuará con estas prácticas con el objetivo último de establecer despliegues rutinarios de misiles en todo el mundo. Ambas partes condenan enérgicamente estas acciones, que son extremadamente desestabilizadoras para la región y suponen una amenaza directa para la seguridad de China y Rusia, y reforzarán la coordinación y la cooperación para responder a la política hostil y poco constructiva de doble contención de Estados Unidos hacia China y Rusia.»

El ministro de exteriores ruso, Sergei Lavrov observa con preocupación que los misiles de la OTAN en Ucrania, “tendrán la capacidad de apuntar a puestos de mando (rusos) y emplazamientos de despliegue nuclear”. La semana pasada Putin advirtió a los países europeos que “antes de empezar a hablar de golpear en profundidad territorio ruso, tendrían que tener en cuenta que los suyos son países pequeños y densamente poblados”.

Naranja en territorio ruso: alcances de misiles autorizados por OTAN
 

Rusia y Bielorrusia han realizado en mayo movimientos con sus armas nucleares tácticas para aumentar la rapidez de su disponibilidad. Si las bombas nucleares de Estados Unidos en Europa (bombas nucleares de aviación almacenadas en hangares) son utilizables en una cuestión de horas, las armas rusas precisaban de semanas para ser transportadas desde su estado (técnicamente descrito en ruso como “en el almacén”) a un estado operativo similar al de la OTAN. Eso ya se ha hecho y forma parte de la respuesta rusa a la escalada de la OTAN. Otros escenarios de respuesta que los expertos manejan en los debates de la televisión rusa, más con preocupación que con jactancia, son un ataque ruso al centro logístico de la OTAN sobre Rzezów, en Polonia, donde se concentran y distribuyen a Ucrania los misiles para atacar a Rusia, o la destrucción de los drones americanos que desde el Mar Negro les guían a esas armas, algo que el General retirado Evgeny Buzhinsky, uno de los principales comentaristas militares rusos, ha mencionado varias veces en la tele como hipótesis en los últimos meses.

“Si Europa se enfrentara a esas consecuencias, ¿qué haría Estados Unidos, teniendo en cuenta nuestra presente paridad estratégica en materia de armamento? ¿Buscan un conflicto global?”, se preguntaba Putin la semana pasada.

  

Esa pregunta tiene treinta años de historia en Moscú y no ha dejado de estar presente desde que quedara claro el objetivo -ahora abiertamente declarado por Estados Unidos, años atrás solo debatido y objeto de controversia entre expertos rusos– del "derrotar estratégicamente a Rusia"... La actual escalada forma parte del modus operandi gradual de la OTAN desde el fin de la guerra fría, primero su ampliación territorial (1999, 2004), luego el despliegue de misiles en Polonia y Rumanía, la retirada unilateral de acuerdos de desarme (Bush y Trump), el tanteo en Georgia (2008, ahora reeditado con la revuelta contra un gobierno georgiano pro occidental pero reacio a ser utilizado como segundo frente militar contra Rusia), la guerra por delegación en Ucrania (2014) y cuando Rusia reacciona, gran escándalo por tal dizque “agresión no provocada”.

Las responsabilidades de Rusia (y desde luego también de Ucrania) en la génesis y desencadenamiento de la guerra son claras, sin embargo son mucho menores que las de los Estados Unidos y sus vasallos europeos. La opinión pública occidental, que, en general, comprende las criminales responsabilidades de Israel y sus padrinos occidentales en la masacre de civiles en Palestina –unas responsabilidades que hasta su “justicia internacional” considera “plausible genocidio”– aún no entiende quién es el principal responsable de la carnicería de Ucrania. “Al fin y al cabo ha sido Rusia la que ha invadido”, se dice, como pueden decir sobre el ataque de Hamas a Israel del 7 de octubre. La comparación es inválida, porque Rusia, a diferencia de Palestina, es la más fuerte, “no es David, sino Goliath” y los ucranianos tienen derecho a la auto-determinación y a defenderse, se argumenta siempre. Rusia, efectivamente, es más fuerte que Ucrania, pero mucho más débil que las fuerzas sumadas de Estados Unidos y la Unión Europea que animan la guerra contra ella con armas y dinero desde mucho antes de la invasión rusa de febrero de 2022. Respecto a la autodeterminación de los ucranianos, ¿para cuáles de ellos? ¿Los de Crimea y el Donbas, tienen derecho a ella? En cualquier caso, esa autodeterminación ha sido pisoteada por todas las potencias que intervienen en el conflicto y también por el propio gobierno ucraniano… El debate es más complejo de lo que se ofrece al público. Con un debate serio las responsabilidades de la guerra sobre Ucrania serían, seguramente, adjudicadas en un 70% a Occidente con el restante 30% repartido entre la élite rusa y la ucraniana.

 
Treinta años de desinformación de nuestros medios de comunicación en materia de seguridad europea, así como las propias complejidades del conflicto explican la incomprensión de la “izquierda de derechas” europea sobre la guerra de Ucrania, pero, como nos dicen dos profesores canadienses, “puede que haga falta otra conflagración, esta vez entre China y Estados Unidos, a fin de que los focos lleguen a centrarse en el único y principal pirómano”. 

“Rusia tiene claramente la sartén por el mango, desarmando metódicamente a Ucrania, destruyendo las más modernas armas occidentales que le suministran y vaciando los arsenales de la OTAN”, dicen. “El triunfalismo occidental se está convirtiendo en pánico, abatimiento, desvaríos y poses. La apuesta de una fácil guerra por poderes contra Rusia se ha perdido”. Y esa realidad incrementa la temeridad. Eso obliga a Moscú a prepararse, económica e industrialmente al escenario de un conflicto aún más directo y largo con la OTAN. Ese conflicto quizás se extienda a otros frentes, fuera de Ucrania y fuera de Europa.   

¿Desarme o Guerra (Nuclear)...?
Hay que repetirlo: nos llevan a una Guerra mayor "hacia la Tercera"... y nunca había sido más acuciante la falta de un movimiento social por la paz. La cuestión de la guerra debiese haber estado en el centro del debate para las elecciones al Parlamento Europeo, cuya relevancia no es mucho mayor que la que elige a los diputados de la Asamblea Consultiva del Pueblo Chino, o la Asamblea Suprema del Pueblo de Corea del Norte. Solo el voto a las minorías que comprenden todo esto, podría ser un voto útil..."
(Rafael Poch de Feliu, 03-06-24) 

sábado, 22 de junio de 2024

Sobre "PERRO [o Los bocados de la calandria]", inclasificable artefacto literario por M.A Maeso


Han pasado ya 20 años desde que se publicaba este librito, como 'novela' editado por más que tal definición le resulte un tanto artificial. Sea lo que fuera, en todo caso no podría caber gran debate sin embargo sobre su carácter, como verdadera creación reflexiva y de poesía (en prosa, ¡manque para nada prosaica...!, con imborrables páginas de "realismo mágico" desasosegante); dicho ello en consonancia con aquella tan clarísima poética definida por Gabriel Celaya dentro de sus "Cantos iberos" (1955)...  

 
Y sin más, después de lo ya recogido aquí sobre otras obras debidas a la misma escritora, lo mejor será [h]ojear esta Vista previa del texto con tan sólo algunos fragmentos que se transcriben seguidos a continuación.   
 

  

A la naturaleza, que ni perderá su futuro
ni vivirá de su memoria.
  
 
                                                         Cada vez se inventan medidas nuevas y más
                                                    estúpidas solamente para hacer ver que la
                                                    calandria social, que gira vacía, puede seguir
                                                    funcionando eternamente.
                                                          (Grupo Krisis, 'Manifiesto contra el trabajo').

                                                           Cada vez cuesta más mantener la fachada de
                                                      la normalidad.
                                                                                      (Robert Kurz)  .

 
   I. 

 Este es un otoño extremadamente seco. A menudo oigo esta frase rutinariamente pronunciada por enfermos y enfermeras. Pero yo ya no lo siento y sé que es una frase. A menudo veo bandadas de aves cruzando el cielo, que a veces se detienen formando ángulos. Sé que son grullas, sé que sus gritos de convocatoria para la emigración están cayendo sobre esta ciudad que las ignora. Sé que en los campos habrá niños que, al oírlas, les alzarán los brazos con gestos de despedida. Yo sólo las veo. Para eso basta que gire un poco la cabeza hacia la derecha de mi cama y permanezca inmóvil frente a la pared, cuya franja central es una ventana. A ella vuelvo cada vez que mencionan la falta de agua en este tiempo, entonces veo que la luz es excesiva en los ramajes de un árbol de follaje escaso y desgarbado. Sé que es un pino. Lo miro con el eco de esa frase que lo nombra en su sequía y no puede retenerme, quiero decir que no me agarra. A menudo pruebo a mirarlo de nuevo vistiéndolo de humedad y de una agitación verde, imaginando en sus horquillas pájaros y nidos, y tampoco tales voces consiguen atraparme. No como me acogían, por esta época del año, los remotos álamos que cuidaron de mi infancia. Pero tampoco aquéllos, que recuerdo con extremada precisión, consiguen retenerme. Y, como ante su otoño este pino, mi cuerpo permanece en un neutro sentir: indiferente.

A veces la puerta de mi habitación está abierta y entonces veo pasear a los troceados. Esos personajes con una pierna de menos o sin las dos, con rostros sin ojos o con hombros sin prolongación, sí me retienen. Oigo pasos de madera y me vuelvo hacia sus dueños que, sin embargo, son hombres y mujeres, niños y viejos que me miran con miembros de cristal, de plástico, de acero, de plata o de oro. Me vuelvo y los miro hasta tocar con los ojos sus tornillos enterrados entre fibras carnosas, tendones, venas. Los miro y puedo sentir el frío de esas prótesis alojadas en las extremidades de un fémur para que una rodilla flexione o una cadera recupere movimientos; el clamoroso vibrar de las varillas de metal que sujetan un cuerpo humano y hacen que se sostenga como lo sostenía el hueso al que reemplazan. A veces penetro un pecho con los ojos hasta reblandecer las válvulas de plástico situadas al lado del corazón, donde la aorta tiene forma de cayado. Lo que oigo es espeso y rojo, de una poderosísima vitalidad que, ajena a su dueño, me atrapa fascinada. 

Así los veo pasear. No pienso en ellos. Quiero decir que no en su totalidad, sino en esas piezas que no crecen con su propietario temporal. Pienso en sus injertos y añadidos; en litros de sangre anónima almacenada en bolsas, refrigerada y transfundida; en cánulas y anillos de material cartilaginoso como una tráquea; en tuercas y grapas vertebrales que mantienen a raya una columna; en inyecciones de insulina extraídas del páncreas de los cerdos; en hígados arrancados de respetables cadáveres o de babuinos, traídos de dios sabe dónde a cumplir su función de colador en cualquier cavidad abdominal, sin marca alguna de extranjería. Aunque sé de riñones de chicos brasileños obtenidos por dos perras que, bajo el traje impecable de un millonario, tal vez de derechas, tal vez de izquierdas, producen y eliminan su orina con la misma eficacia que bajo el dorso desnudo de su anterior dueño. Lo sé. Y entonces me pregunto qué habrá sido de aquel chico que malvendió un riñón para seguir tirando y con qué sustituiría al otro, si le hiciera falta. Y entonces me digo que tal vez no todo tenga su relevo. Que, pese a tanto ajetreo por reemplazar cada pedazo estropeado, acaso queden boquetes entre diente y diente, silencios en la memoria, abismos entre fecha y fecha, agujeros que ya no se llenan porque no hay piezas de recambio. O no las suficientes. Y entonces pienso que este trajín de los repuestos es cosa de ricos, o de desesperados, o de ricos desesperados. O simplemente de asesinos. El caso es que no siempre se llenan. A mi abuela, por ejemplo, en el pecho izquierdo le quedó un boquete. Como no tenía pezones no podía criar a sus hijos, que se le morían con semanas. Cuando iba a nacer mi padre le pusieron a mamar los perros. Perros recién nacidos para que fueran sacándole el pezón. Cuando me lo contaron sentí náuseas: esos animales ciegos y babosos olfateando y lamiendo insistentemente los pechos de mi abuela, punzándolos, agujereándola, succionándole como oscuras sanguijuelas... 
 
 
Esos animales llegaron a quitarme el sueño. Una noche me dije que la historia, a fin de cuentas, está repleta de niños alimentados por perras, osas, lobas, de modo que, si en mi familia era al revés, no debería ser pasto de tanto escrúpulo, y dejé que esa imagen de mi abuela amamantando perros se envolviera por el halo de los elegidos. Así contemplaba lo que no podía ser recuerdo, pero llenaba mi memoria: Ella y los cuatro o cinco cachorros, colgados alternativamente de sus pechos romos, liquidando deudas contraídas por toda la historia del hombre con los mamíferos, dejándose mirar plácidamente para el disparo de una foto arcádica color sepia. La que sólo en mi fantasía existiría. Así es de disparatada nuestra sed por embellecer a los que nos precedieron. Sin embargo, apenas parpadeas ya nadie dispara y la imagen que iba a detenerse se deshace en polvo de belleza evaporada. Sí. Yo parpadeé un instante y de pronto no encajaba. No: A ella no le colgaban los perros para criarlos, ni podría decirse que su destino, el de ser arrojados al Duero o a los peñascos, le importara. Su leche era a cambio de un servicio que los animales le prestaban, ir adelantándole el trabajo a su nuevo hijo, no fuera a seguir los pasos de sus hermanos. Una vez que los perros hubieran cumplido su misión nada les libraría de conocer por última vez las aguas o las piedras. Sucedió que uno de esos animales no sería tan nuevo y quiso probar sus dientes. Sucedió que de un mordisco le arrancó una ración que no era sólo leche. Y ahí dejó a la abuela lo que ya siempre iba a ser un cráter ceniciento. Ya anciana, ni siquiera a la hija que la cuidaba le dejaba ver lo que había dentro. Hasta los ochenta, defendiendo su escondite, siguió viviendo: Con frecuencia pienso, más que en ella, en su boquete. Y en ese perro. [...]


   II.

 [...] Madrid y las mujeres estábamos en mayo, ellas iban o venían con el pasmo abotargado. Qué susto nos has dado, qué susto, hija, hermana, amiga... Los hombres estaban lejos [...] De esa primavera también recuerdo un ajetreo de papeles rubricados por despachos de abogados, médicos y banqueros. Un trasiego vertiginoso por la terminología del apuntalamiento tras la estampida. Averquéqueda, averquéqueda, a ver a ver: ¿las Completas de Lenin en la estantería de qué habitación? ¿la Santa Cena mirando contra la pared de qué salón? También habría que aprender a dormir con mucho sitio para el miedo.

Hacia julio yo seguía siendo una eventualidad de mí misma, la sustituta temporal en un oficio que no era el mío, una estatua reservada, siempre sospechando que, entre la dureza de mi piel y el hueso, algo enquistado pervivía, algo blando y suave que en estado de larva aguardaba su momento. Hacia julio, nada como mi propio cuerpo me sorprendía. Yo a sus pies, a merced de ese lugar de encuentro para el dolor y el gozo, siempre impredecibles. Pues mira la mía, oía con frecuencia, y ya hace cuatro años. Ahora cosen mejor, pero no esperes que se te borre a base de sol y cremas. ¿Y qué más te han quitado? Después de todo, te merecías un descanso... El cuerpo sabe lo que pide. Y tienes suerte; hay gente que no siente [...]


   III.

 [...] Por la ventana del otro hospital, que era la de una décima planta, sólo veía un trozo de cielo. Un mes ahí sin suelo, imaginando cómo sería ese terreno en el que iba a poner los pies a mi salida. A fuerza de ver pasar las nubes siempre se me figuraba inconsistente y movedizo, como ellas. Pero nunca me pregunté si los carcinomas habrían rozado el alma. Entonces no. Entonces sólo había aturdimiento.

Cuando salí de aquello, quiero decir cuando salí de aquel hospital, efectivamente, el suelo se movía y era muy difícil presentarse ante cualquier bulto, masculino sobre todo. De modo que, ante cada mirada, consideraba preciso remacharme en: Tú, comosinada. Nadadenada, total, la cabeza está en su sitio. Si algo punzaba poderosamente, los tirones venían desde tan abajo que no podía distinguir de qué tejidos procedían, consideraba igualmente preciso insistir en que lo que yo presentaba, este costurón que me sube hasta el estómago desde la vagina, no era sino una versión temporal de mí misma. Nada definitivo. Ningún dolor iba a rozarme el cuerpo y lo demás, si es que había un además, ese trozo que, bien como germen o bien como envoltura, con obsesivo empeño, por los bordes de mi cuerpo me buscaba [...]


   VI.

 [...] Mi situación no era tan grave como la de esos que llevan años a la espera, que tienen hijos, la vivienda embargada, los recibos del agua, de la luz y del gas pendientes... Mi caso, en esa cuerda, era envidiable. Aunque yo también pensaba en mi casa, que estuvo pagada y ahora no, pues ahora faltaba la mitad de nuevo. Pero no era en la puerta de mi casa donde aullaba el perro, sino en el mismo suelo de la calle, en ese lento avanzar de pasos de atediada espera y de rutinaria resignación. Donde nada indicaba que eso iba a tener final, donde ningún horizonte se atrevía a dibujarse. Mi espera todavía iba cargada de incertidumbre y no conocía la abdicación. Pero ahora estaba ahí, componiendo junto a su cansancio la bolsa amenazante que el sistema necesita para abaratar los sueldos, como diría Luis si aquí me viera, esa masa de miseria humana que sólo con exhibirla espolea a los trabajadores para rendir al doble [...]
 

 
   VII.

 Terminas donde acaba tu epidermis. Pero alguien, dentro de mí, no se creía eso, así que por adentro sentía el pico de las estrellas, el filo de los cristales, las puntas de los diamantes y, uno por uno, los aguijones de cien avispas ebrias. No quise la muerte. Pero sé que alguien deseaba salir, rompiendo como fuera la corteza de mi cuerpo. En medio del recuerdo de terribles dolores, que ya no experimento, recuerdo ese deseo. Y sé que alguien había dentro, alguien que, gritando, buscaba huir de esa hermética posada y salir hacia otro dueño. Alguien, espantado, había dentro. Cierro los ojos y recuerdo que nunca fue tan clara la voz de ese alguien horrorizado que había dentro.

Ahora está callado. Ignoro el rostro del que queda, ignoro de qué está hecho. Tal vez el que pervive dentro sea sólo alguien que recuerda.

Cierro los ojos y me oigo decirle a mi amigo médico: Me distraes demasiado de mí misma. Eso le había dicho. De qué exactamente, podría haberme preguntado él. Y, entonces, a saber qué tontería hubiera respondido. Pues, ¿quién había dentro? No aullidos. Si acaso pájaros escondidos que apenas se atrevían a abrir el pico. Quien miraba el cielo de la mañana y desde la cama buscaba un trozo para ellos no era un perro, el que mordía mis pies apenas los bajaba al suelo. Este perro no es de dentro, me decía. No vamos a vernos más, le había dicho. A mi marido tampoco. A mi jefe del banco igual. ¿Era o no era para tanto?, me decía. Los demás seguían en sus puestos y yo no tenía ninguno. Ahora los días venían serios y aburridos como perros que vienen hacia ti con una lentitud de saurios, como torpes lagartos que en cualquier momento desquician su mandíbula para tu espanto.

El espejo devolvía una figura deforme y gigantesca a la que le sobraban horas, saberes, miembros. Sabía que no era yo quien se arrancaba trozos voluntariamente, que no era un perro de dentro quien devoraba mis excedentes. Este perro no está dentro, me decía. Mis trozos se caen a mordiscos desde fuera. Este perro carnívoro no está dentro. Dentro hay un animal con alas que vislumbra desde arriba el algodón del porvenir y que por el agua y la tierra del ahora se pondría en marcha. Dentro hay otra cosa que no encuentro. No este perro. No es el pájaro que pregunta adónde iría si pudiera irme, qué sería si pudiera ser, qué diría si tuviera voz. Yo iría a cualquier lado, me decía. 

Este perro cometrozos vive fuera, es el que aúlla y caga en cualquier puerta, en las vallas de la cárcel, en la areola de un pezón hundido hasta meterse ahí con todos sus dientes para luego salir corriendo. Los presos lo sabían y con hilo de bramante se cosían los labios. No fuera a escaparse el pájaro. Se cerraban. No eran perros que delatan mientras comen su tajada. Una vez vi uno llegar así a la escuela. A diez días de eso. Con los labios agujereados, hinchados, amoratados. Sin hilo ya. Aquella escuela de la cárcel donde trabajé unos años, recién terminado Derecho, antes de que saliera el contrato con el banco. Aquellos chicos troceados que exhibían sin pudor los miembros recortados y los huecos no cubiertos por piezas de repuesto. Hombres remordidos por un perro rabioso que venían de un barrio como el mío. Devueltos al crujido de los minerales y luego terminados en piel de hierro. Alguien, sin embargo, les quedaba dentro. Alguien vive dentro en quien así se cose, al menos. No pregunté nada a aquel chico. Si hay algo dentro no debe escaparse. Con ese alguien paseaban, frenéticamente por las líneas blancas del campo de baloncesto. Sólo de raya a raya. Dentro del rectángulo. Fuera de ese trozo, el patio, que después de todo terminaba en otra línea alzada, les sobraba. A los psicólogos les gustaba jugar con ellos. Probar a sacarlos a un gran prado, por ejemplo. Y resultaba que los presos ponían igualmente sus estacas, acotando un trozo. Fuera de sus líneas imaginarias, el prado, que después de todo también terminaba en más estacas, les sobraba. Era su modo de dar la cara ante lo suyo y defender el pájaro. 

Te crees imprescindible malgastándote en un trabajo absolutamente inútil, decía mi marido. Y minaba esa certeza de saberme necesaria. Ahora cierro los ojos y recuerdo: Busco una aguja de lana en la caja de costura. Puede que haya algo escondido dentro. Algo que no veo pero que hay que proteger. Luego, recogerlo y arrancarse el resto. Recogerlo y defenderlo como ellos. Escarbo en mi labio superior. También en el de abajo. Duele demasiado. Es algo monstruoso. Pero algo debe responder. Óyeme, cuerpo, ¿qué soy? Algo que debe estar ahí aunque puede escaparse. Ya no eres cuerpo de abogada, tampoco cuerpo de secretaria, tampoco cuerpo de ningún marido, ni de ningún médico. Entonces, ¿qué? ¿Eres un cuerpo parado? Eso no se es. Ningún organismo vivo está parado. Eso no se es. Ante la pregunta "¿y tú que quieres ser? ", ¿qué niño ha respondido alguna vez:  "Parado, yo parado"? Se parece a responder: "Yo quieto, muerto". Nadie da nunca esa respuesta; nadie tiene dentro eso, sino otra cosa, algo, ¿qué? Algo que hay que proteger [...]

Buscaba el rostro también rendido de la abuela, su cara de contarnos cuentos sin alzar la vista de la camisa o del pantalón que remendaba. De cuando contaba historias como si no fueran para nosotros o como si le diera igual quién pudiera escucharlas. Y, sin embargo, esas historias terribles nos alcanzaban el alma. Un alma de hierba bajo la sombra de una mirada de vaca: Una madre le manda a su hijo a comprar hígado al mercado, comenzaba. El niño se entretiene en la plaza jugando con otros chicos y pierde su dinero y, asustado porque no va a poder llevar la cena a casa, decide ir al cementerio a robárselo a un muerto enterrado esa mañana. La abuela no dejaba la aguja, casi nos roza con ella y ella no nos mira, por eso continúa como si nada. Pero ese hígado tenía otro dueño y durante la noche vendría a reclamárselo, a pedirle cuentas al niño que había mentido, desobedecido, robado... Al que se había entretenido y jugando se le había olvidado adónde iba y para qué era el dinero que le habían dado. Y ese niño oiría en medio de la noche abrirse la puerta de la calle y luego pasos en la escalera y luego en el pasillo y luego en la puerta de la habitación y luego debajo de su cama. Y cuando la abuela imitaba la voz del niño aterrorizado: ¡ay!, abuelita, ¿quién será?, tampoco nos miraba. Sólo cuando llegaba al final y tenía que cogernos de los pelos, para representar la venganza del muerto, nos tocaba.
 
 
Y entonces, había unos segundos en los que aún estarían sus manos en nuestras cabezas asustadas. Tal vez un solo segundo, sólo uno antes de que ella volviera a coger la aguja. Un segundo por el que, treinta años después, se podía entrar aún al sueño con el rumor del río y la pradera. Un segundo con las manos de la abuela en mi cabeza. Con mi cabeza en ese hueco por donde tantos años atrás pasó corriendo un perro. Asintiendo con su lento corazón de abuela a que el dolor no sostiene a ningún hombre. Asintiendo a que mintieron, a que el dolor sólo aturde con más dolor y más dolor y más dolor hasta adormecerte.


   VIII.

 Cierro los ojos y recuerdo. Cierro los ojos y me oigo decir: ¡Qué maravilla! Si. Una maravilla lejana No para ser tocada. No para ser tentada por ella. Para ver las mejores puestas de sol de Madrid hay que asomarse al Viaducto. Parece un dique reblandecido. Cierro los ojos y recuerdo cómo se deshacía la piedra, cómo temblaba el hierro de la barandilla, empujándome hacia ella ... Una maravilla, día tras día... No para ser agotada. ¡Una maravilla!, dije. Recuerdo cuán gozosamente dolía en su reclamo el fuego. Pero ahora ya no duele. Mi barbilla no era todavía de titanio. Cuando no es así, en una barandilla de hierro y piedra, duele tanto que se duerme. Yo no. Yo no me dormía y, por eso, aún recuerdo. Pero recordar ya no me duele. A veces querría ese dolor para que el recuerdo fuera más preciso. Pero incluso este deseo carece de punzadas, quiero decir que sus puntas de diamante no me alcanzan, de modo que tal vez no sea deseo. Puede que sólo sea un recuerdo: Veo que estoy ahí donde sé que hay un cielo ardiendo por envolverme. Veo mi inclinación y oigo jadear a mi corazón como el de un extenuado perro. Pero no me ahogo. Y no sé qué era aquel dolor porque el dolor siempre es en presente y no está ahora. Aquello que dolía, y que al recordar no duele, tampoco ya es un fiel recuerdo. Ahora recuerdo así, estoy mirando a fondo y, por más que sepa que entre el suelo y yo hay fuego, es un fuego neutro, que ya no es fuego. Sé que mi barbilla en un pilar de piedra me dolía hasta adormecerse. Ahora, me digo que puedo mirarlo todo nuevamente. Poner de nuevo la barbilla ahí y dejar que sin dolor todo comience [...]


   XII.

 [...] No fue intento de suicidio, como dijeron. Yo deseaba un trozo al que agarrarme. Pensaba en ello, lo deseaba y sentía miedo. Lo pensaba en medio de un dolor que, antes que dolor era algo verdadero, mío, intenso. Ahora no hay dolor, ni por fuera ni por dentro. Ahora ya no tengo miedo. Ahora no deseo. Pero recuerdo en qué consiste cerrar con tal fuerza los ojos. Ahora también sé que tarde o temprano uno obtiene lo que así desea.

Recuerdo esto en la habitación de un hospital y me gusta ver cómo, al suceder ahora, sucede de otro modo. Entonces, ni en mi mandíbula había titanio, ni en mi cadera acero, ni en mi nariz platino y silicona. Se vive también junto a este frío, sin rabia y sin chasquidos. Pienso en mi abuela, a dos o tres semanas de una tormenta, a meses del mordisco de un perro que salió corriendo, y sé que se vive también así, con lo que queda.

Los visitantes hablan entre ellos o se distraen hojeando las revistas [...]

Lo entiende todo, dicen, y yo sé que sí y que no pueden molestarme. Conozco las reglas del juego. La cabeza está en su sitio. Una pierna no. La nariz tampoco. Nada me molesta. Y nada duele. Ni mejor ni peor que ayer, dicen. Ningún dolor, casi ningún dolor. Samuel Beckett está pensando en estos días felices míos. Ya no hay perros rondando por estas escombreras [...]


   XIV.

 [...] En todo caso, saber o no saber ya no duele. Nada duele. No sé si se trataba o no de esto. Sé que había un perro voraz que mordía y se llevaba el alma a trozos. Sé que ese perro no estaba dentro, que desde afuera vigilaba cuánto cuerpo me sobraba. Ahora sé cómo funciona lo que queda. Sé que es un otoño extremadamente seco. Su luz inunda la habitación y atraviesa mi cuerpo maquinalmente, tal como día a día mi bolso era escaneado, a sabiendas de que nada peligroso había dentro; luz que rutinariamente atraviesa el cuero a la entrada del día, como a la entrada del banco donde trabajé diez años. No duele. Nunca más preguntaré quién vive dentro. Sé que unos cuantos tornillos, agujas, clavos y placas intramedulares, los que estabilizan mis fracturas, jamás responderían a una pregunta. Que por otro lado ya no surge. Sé que todo ese material externo va unido con cemento a lo que soy: esa pregunta que ya no surge. Que bulle bajo miradas de hierro, bajo un hambre de hierro, bajo sonrisas de hierro. Una pregunta que no puede asomar, porque vive en cavernas que remiten a la Edad del Hierro. Una pregunta que tal vez se esté oyendo en medio de aquel tiempo. Desde aquel dolor y sueño, acaso un día su eco nos alcance para que todo recomience.

Madrid verano-otoño 96
 
 
Según reseña crítica que apareció en la revista 'Espéculo' -Facultad de Ciencias de la Información, Universidad Complutense de Madrid- nº 27, esta parábola de María Ángeles Maeso es «una obra dura. Tan dura, al menos, como el mundo que estamos haciendo. En estos tiempos utilitarios, en los que las personas se ven reducidas a una función productora y valoradas desde ella, la autora nos muestra la historia de una pérdida, más que de la dimensión humana, de la dimensión social. "Sin trabajo, sin marido, sin útero ni ovarios en su sitio, a saber lo que pareces" (p. 55). Esta reducción de los tres factores determinantes de la posición -la laboral, la afectiva y la biológica- nos presenta el descarnamiento de un ser desgarrado por las tensiones internas y externas. Desposeída de todo lo que nos da consistencia a través de los otros, la protagonista se lanza a una búsqueda de su esencia a través de un cuerpo y una mente perforados por el dolor: dolor del cuerpo, dolor de la memoria. Hay que tocar fondo, sentirse en plena nada, para tratar de llegar a comprender no lo que ya no se es, sino lo que se ha perdido, un alma separada en alguna de esas mordidas que la vida le ha ido dando.

Reducida a una condición de insensibilidad, tanto física como anímica, la protagonista —nos viene a la memoria el 'Malone muere', de Samuel Beckett— se convierte en el resultado de unos tiempos despiadados, inhumanos, en los que vivir se ha reducido a una condición superficial y en donde los hombres son tratados como parte de máquinas, sustituibles por recambios en los momentos en los que sea requerido. La búsqueda de un alma, de un algo que habite ese cuerpo maltrecho y maltratado, humillado y despreciado, se convierte en la línea que atraviesa la obra. La negativa a ser solo materia, un objeto en una sociedad de objetos vivientes, no de sujetos, es la rebeldía inútil, casi camusiana, que sacude la conciencia de la protagonista.

Los méritos literarios de esta primera novela son muchos. Hay capítulos —son unidades de sentido, más que episodios— de gran belleza. La forma estilística elegida se mueve entre una narración entrecortada, con una selección de momentos en los que las pequeñas cosas adquieren una dimensión simbólica, y la reflexión casi ensayística sobre las condiciones de la protagonista. La prosa narrativa se deshace en imágenes que son analizadas por un conciencia dolorida. De su producción poética toma la autora una vocación por la construcción simbólica sin caer en la prosa poética. Es más bien el uso del lirismo en su sentido más hondo, como conexión con la intimidad, con lo más sentido del sujeto.

Porque de eso se trata, de conciencia. Conciencia de sí misma, conciencia de su futilidad, y rebeldía de esa conciencia en su avance irrefrenable hacia la destrucción de la sensibilidad, único refugio ante un dolor que atraviesa cuerpo y mente de forma insoportable. "Porque sé que triunfé. Que encontré ese punto intocable, que disparé y acerté. Que existía algo y lo recuerdo. Que en algún momento di en el centro de ese algo imprescindible. Y lo perdí para ser como ellos. Sonrío como ellos" (p. 85)En 'Perro' nos encontramos con la conversión de lo cotidiano -el paro, la infidelidad, el abandono, la enfermedad- transformado en tragedia existencial. Esas situaciones, reducidas a estadísticas, son las que pueblan nuestro mundo de noticias. Aquí lo vemos focalizado, diseccionado para hacernos ver que esos fríos números responden a situaciones humanas. "No soy un perro", repite la protagonista a través de la obra. Sí, es un mundo cruel. Merece la pena que nos lo digan, por si todavía no nos habíamos dado cuenta.»  (Joaquín Mª Aguirre Romero: 'Hacia la nada', 27/07/2004)  
  
Finalmente, también sería comentable ese cierto guiño de intertextualidad -alusivo al magnífico 'La edad del hierro' (por JM Coetzee) -entre las ultimísimas palabras desgranadas en este soliloquiar emparentable [tan kafkiana mente...con aquél... debido a Mª Á. Maeso.
  


miércoles, 19 de junio de 2024

En esta nuestra política-Ficción son demasiado visibles los hilos que muévense por super-ricos

  
Vivimos en un mundo de política-ficción. Un mundo en el que los hilos que mueven los intereses de los super-ricos son cada vez más visibles. ¡Pero se espera de nosotros que hagamos como si no viésemos esos hilos... Y lo más sorprendente: mucha gente parece realmente ciega ante todos estos espectáculos de marionetas!

1. El «líder del mundo libre», el presidente Joe Biden, apenas puede mantener la atención durante más de unos minutos sin desviarse del tema o salirse del escenario. Cuando tiene que caminar ante las cámaras, lo hace como si estuviera desempeñando el papel de un errático robot. Todo su cuerpo está atenazado por la concentración que necesita para caminar en línea recta. Sin embargo, se supone que debemos creer que está manejando cuidadosamente los resortes del imperio occidental, haciendo cálculos críticamente difíciles para mantener a Occidente libre y próspero, al tiempo que mantiene a raya a sus enemigos -Rusia, China, Irán- sin provocar una guerra nuclear. ¿Es realmente capaz de hacer todo eso cuando le cuesta poner un pie delante del otro?

2. Parte de ese complicado acto de equilibrio diplomático que supuestamente está llevando a cabo Biden, junto con otros líderes occidentales, está relacionado con la operación militar de Israel en Gaza. La «diplomacia» de Occidente -respaldada por transferencias de armas- ha provocado el asesinato de decenas de miles de palestinos, en su mayoría mujeres y niños; la inanición gradual de 2,3 millones de palestinos durante muchos meses; y la destrucción del 70% del parque de viviendas del enclave y de casi todas sus principales infraestructuras e instituciones, incluidas las escuelas, universidades y hospitales... Sin embargo, nos hacen creer que Biden no tiene ninguna influencia sobre Israel, a pesar de que Israel depende totalmente de los Estados Unidos para obtener las armas que está utilizando en su destruir Gaza.
 
 
Debemos creer que Israel está actuando únicamente en «defensa propia», pese a que la mayoría de las personas asesinadas son civiles desarmados; y que está «eliminando» a Hamás, pese a que Hamás no parece haberse debilitado, y aun cuando las políticas de hambruna de Israel se cobrarán víctimas entre los jóvenes, los ancianos y las personas vulnerables mucho antes de matar a un solo combatiente de Hamás.

Hay que creer que Israel tiene un plan para el «día después» en Gaza que no se parecerá en nada al resultado que estas políticas parecen destinadas a conseguir: hacer de Gaza un lugar inhabitable para que la población palestina se vea obligada a marcharse.

Y encima de todo esto, debemos creer que, al dictaminar que se ha ya presentado un caso «plausible» del Israel estar cometiendo genocidio, los jueces del más alto tribunal del mundo, la Corte Internacional de Justicia, han demostrado que no entienden la definición jurídica del delito de genocidio. O, posiblemente, que les mueve el «antisemitismo».
 
 Biden tiene constantes episodios en público del andar gagá...
  
3. Mientras tanto, los mismos líderes occidentales que arman la matanza israelí de decenas de miles de civiles palestinos en Gaza, incluidos más de 15.000 niños, han estado enviando armamento a Ucrania «contra Putin» por cientos de miles de millones de dólares para ayudar a sus fuerzas armadas. «Hay que ayudar a Ucrania», nos dicen, porque es víctima de una potencia vecina agresiva, Rusia, decidida a la expansión y al robo de tierras.

Debemos ignorar las dos décadas con expansión militar hacia el este, a través de la OTAN, que finalmente ha llamado a la puerta de Rusia en Ucrania, y el hecho de que los mejores expertos occidentales en Rusia advirtieron durante todo ese tiempo que estábamos jugando con fuego al hacerlo y que Ucrania sería una línea roja para Moscú.

Se supone que no debemos hacer comparaciones entre la agresión rusa contra Ucrania y la agresión de Israel contra los palestinos. En este último caso, Israel es supuestamente la víctima, a pesar de que lleva tres cuartos de siglo ocupando violentamente el territorio de sus vecinos palestinos mientras, en flagrantes violaciones del derecho internacional, construye asentamientos judíos en el territorio destinado a formar la base de un Estado palestino.
 
   
Debemos creer sin pestañear que los palestinos en Gaza no tienen «derecho a defenderse» comparable al de Ucrania, ningún derecho a defenderse contra décadas de beligerancia israelí, ya sean las operaciones de limpieza étnica de 1948 y 1967, el sistema de apartheid impuesto a la población palestina remanente después, el bloqueo de Gaza durante 17 años que negó a sus habitantes lo esencial para vivir, o el «genocidio plausible» que Occidente está armando ahora y al que está dando cobertura diplomática. De hecho, si los palestinos intentan defenderse, Occidente no sólo se niega a ayudarles, como ha hecho con Ucrania, sino que los considera terroristas, al parecer incluso a los niños.

4. Julian Assange, el periodista y editor que más hizo por sacar a la luz los entresijos de las instituciones occidentales y sus planes criminales en lugares como Irak y Afganistán, lleva 5 años entre rejas en la prisión de alta seguridad de Belmarsh. Antes, pasó ya otros 7 años detenido arbitrariamente -según expertos jurídicos de las Naciones Unidas- en la embajada de Ecuador en Londres, obligado a pedir asilo allí por persecución política. En un interminable proceso legal, Estados Unidos busca su extradición para poder encerrarlo en un régimen de casi aislamiento durante un máximo de 175 años. Y, sin embargo, debemos creer que sus 12 años de prisión efectiva -sin haber sido declarado culpable de ningún delito- no tienen nada que ver con el hecho de que, al publicar cables secretos, Assange revelara que, a puerta cerrada, Occidente y sus dirigentes suenan y actúan como gangsters y psicópatas, especialmente en asuntos exteriores, y no como los administradores de un orden mundial benigno que dicen supervisar.

Los documentos filtrados que publicó Assange muestran en Occidente a dirigentes dispuestos a destruir sociedades enteras para favorecer el dominio de los recursos occidentales y su propio enriquecimiento, y deseosos de esgrimir las mentiras más escandalosas para lograr sus objetivos. No tienen ningún interés en defender el valor supuestamente preciado de la libertad de prensa, excepto cuando esa libertad se utiliza como arma contra sus enemigos.
 
   
Debemos creer que los líderes occidentales quieren de verdad que los periodistas actúen como guardianes, como freno a su poder, incluso cuando están acosando hasta la muerte al mismo periodista que creó una plataforma de denunciantes, Wikileaks, para hacer precisamente tales cosas (Assange ha sufrido ya un derrame cerebral por el esfuerzo de más de una década de lucha por su libertad).

Debemos creer que Occidente le dará a Assange un juicio justo, cuando los mismos Estados que conspiran en su encarcelamiento -y en el caso de la CIA, en su asesinato planificado- son los que él ha denunciado por participar en crímenes de guerra y terrorismo de Estado. Debemos creer que están siguiendo un proceso legal, no una persecución, al redefinir como delito de «espionaje» sus esfuerzos por aportar transparencia y responsabilidad a los asuntos internacionales.

5. Los medios de comunicación pretenden representar los intereses de los públicos occidentales en toda su diversidad y actuar como una verdadera ventana al mundo. Creemos que estos mismos medios de comunicación son «libres y pluralistas», incluso cuando son propiedades de los super-ricos así como de los estados occidentales que hace tiempo fueron vaciados para servirles a ellos.
 
   
Debemos creer que un medio de comunicación cuya supervivencia depende por completo de los ingresos de las grandes empresas anunciantes puede ofrecernos noticias y análisis sin miedo ni favoritismos. Debemos creer que un medio de comunicación cuya función principal es vender audiencias a las empresas anunciantes puede preguntarse si, al hacerlo, está desempeñando un papel perjudicial o beneficioso.

Debemos creer que unos medios de comunicación firmemente enchufados al sistema financiero capitalista que puso de rodillas la economía mundial ya en 2008, y que nos ha estado precipitando hacia la catástrofe ecológica, están en condiciones de evaluar y criticar ese modelo capitalista desapasionadamente, que los medios de comunicación podrían de alguna manera volverse contra los multimillonarios que los poseen, o podrían renunciar a los ingresos de las corporaciones de su propiedad que apuntalan las finanzas de los medios de comunicación a través de la publicidad.

Debemos creer que los medios de comunicación pueden evaluar objetivamente los «méritos del ir a la guerra»... Es decir, las guerras emprendidas en serie por Occidente -de Afganistán a Irak, de Libia a Siria, de Ucrania a Gaza- cuando las corporaciones mediáticas están integradas en potentes conglomerados empresariales cuyos otros grandes intereses incluyen las fabricaciones de armas y la extracción de combustibles fósiles.
 
   
Debemos creer que los medios de comunicación promueven acríticamente el crecimiento sin fin por razones de necesidad económica y sentido común, a pesar de que las actuales contradicciones son flagrantes: un «crecimiento» eterno es imposible de sostener en un planeta finito en el que los recursos se están agotando.

6. En los sistemas políticos occidentales, a diferencia de los de sus enemigos, existe alguna elección supuestamente democrática significativa entre varias candidaturas que representan visiones del mundo y valores opuestos.

Debemos creer en un modelo político occidental de apertura, pluralismo y responsabilidad, incluso cuando en Estados Unidos y el Reino Unido se ofrece a los ciudadanos una pugna electoral entre dos candidatos y partidos que, para tener posibilidades de ganar, necesitan ganarse el favor de los medios de comunicación corporativos que representan los intereses de sus propietarios multimillonarios, necesitan mantener contentos a los donantes multimillonarios que financian sus campañas y necesitan ganarse a las grandes empresas demostrando su inquebrantable compromiso con el «modelo de crecimiento» sin fin que es completamente insostenible.
 
  
Debemos creer que estos líderes sirven al público votante -ofreciéndole una elección entre la derecha y la izquierda, entre el capital y el trabajo- cuando, en realidad, al público sólo se le presenta una elección entre partidos postrados ante el Gran Dinero, cuando los programas políticos de ambos no son sino para meras competiciones sobre quién puede apaciguar mejor a la élite de la riqueza.

Debemos creer que el Occidente «democrático» representa el epítome de la salud política, a pesar de que repetidamente arrastra a las peores personas imaginables para dirigirlo. En Estados Unidos, la «elección» que se impone al electorado es entre un candidato senil (Biden) que debería estar dando vueltas por su jardín, o tal vez preparándose para sus últimos y difíciles años en una residencia, y otro competidor tal cual (Donald Trump) cuya búsqueda incesante de adoración y enriquecimiento personal nunca debería haber ido más allá de presentar un reality show televisivo.

En el Reino Unido, la «elección» no es mejor: entre un candidato más rico que el rey británico actual incluso e igualmente mimado (el hoy premier Rishi Sunak) y otro competidor vacío ideológicamente hasta el punto del que su historial público es un ejercicio de décadas de cambio de forma (Sir Keir Starmer).
 

 
Todos, señalémoslo, están totalmente de acuerdo con el genocidio continuo en la franja de Gaza, todos permanecen impasibles ante los muchos meses de matanza y hambruna de niños palestinos, todos están demasiado dispuestos a difamar como «antisemitas» a cualquiera que muestre una pizca de los principios y la humanidad de los que ellos carecen de forma tan obvia.

Puede que los super-ricos no estén a la vista, pero los hilos que mueven son demasiado visibles. Es hora de liberarnos.