"El libro 'Cato maior de senectute liber' está escrito como un diálogo de Catón el Viejo con dos jóvenes, Escipión y Lelio. Él es una excepción en su época, pues se le representa de 84 años... La otra pareja se admiran de la intensa actividad desplegada por el octogenario, y éste da sus famosas razones para no renegar de la vejez aceptándola como una etapa más de la vida, rica en dones y placeres. Que tales, no obstante, son distintos de los que se goza en otras edades es evidente de suyo; a lo cual se dirigen las reflexiones del libro.
Cuando Cicerón escribió esa obra contaba 62 años. No sabía cómo iba a morir ya pronto, a manos de enemigos políticos mendaces, de los que su mordacidad y afilada retórica le granjeó muchos en su vida de hombre público, político, polemista y escritor. Su libro debe ordenarse entre los textos didácticos, aquellos que nos enseñan a vivir mejor (...) Es, auténticamente, un tratado de 'gerogogía', como se debería llamar al arte del aprender a vivir envejeciendo.
Cicerón pone en boca de Catón muchos argumentos que proceden de la tradición griega, especialmente de Platón, y algunos pasajes recuerdan el discurso de Céfalo en 'La República'. Por ejemplo, Catón confiesa a sus jóvenes oyentes que algunos placeres ya no se pueden obtener, pero la naturaleza sabiamente quita el deseo de tenerlos. La culpa de que la vejez sea ingrata no está en ella misma sino en las costumbres. Pues aquellos viejos que han cultivado la virtud a lo largo de su vida, que son moderados y no exigentes, que han tenido una vida 'bien llevada'... no debieran tener quejas ni mayores penas.
El tema central de la obra —o, más bien, uno de los temas centrales— consiste en una refutación ordenada de 4 motivos por los que la vejez puede parecer miserable.
=> El primer argumento es que 'la vejez apartaría de actividades'. Catón (o Cicerón, a través de Catón) se pregunta de cuáles. Las cosas grandes no se hacen con las fuerzas, la rapidez o la agilidad del cuerpo sino mediante el consejo, la autoridad y la opinión, cosas todas de las que la vejez, lejos de huérfana ser, prodiga en abundancia. Aunque es verdad que la memoria disminuye... hay ejemplos notables de viejos capaces de recitar pasajes enteros de obras literarias, como Sófocles, cuando convenció a los jueces declamando 'Edipo en Colona'. Otros ancianos, de los que no se escatiman ejemplos, tuvieron la dicha de que sus estudios duraran lo que su misma vida. Bella manera de decir que estuvieron siempre renovándose y aprendiendo. Sócrates, por ejemplo, empezó a estudiar la lira y el propio Catón la lengua griega en la ancianidad.
=> La segunda razón para deplorar, 'la vejez es pérdida de la fuerza física'... El argumento de Cicerón, puesto en boca de Catón, es que la vida no debe valorarse por ella. Pero es obvio que decrece. Y también que abundan las enfermedades. Mas éstas, ¿no son también propias de los jóvenes?; ¿o es que alguien está libre de la debilidad y dolencia? 'Hay que hacer frente a la vejez, Lelio y Escipión, y hay que compensar sus defectos con la diligencia. Lo mismo que hay que luchar contra la enfermedad, hay que hacerlo contra la vejez', dijo el sabio anciano. Y algo que suena muy moderno: 'Es preciso llevar un control de la salud, hay que practicar ejercicios moderados, hay que tomar la cantidad de comida y bebida conveniente para reponer las fuerzas, no para ahogarlas. Y no sólo hay que ayudar al cuerpo, sino ...mucho más a la mente y al espíritu. Pues también estos se extinguen con la vejez, a menos que les vayas echando aceite como a una lamparilla'.
Estos pasajes son recomendaciones dietéticas, en el sentido de una forma de vida acorde con la edad. Suenan, en realidad, como de sentido común, y sin embargo fueron escritos 40 años antes de la era cristiana. Hay que hacer notar que Catón agrega, a continuación, cómo la vejez 'es bien honorable si ella misma se defiende, mantiene su derecho, no es dependiente de nadie y a los suyos hasta el último aliento gobierna'. Estas observaciones [podría argüirse], con ser muy atinadas, no se aplican a muchos viejos que padecen las torturas de la dependencia o/y la pobreza. Catón habla, en realidad, de aquellos viejos que pueden sumergirse en sus estudios y ni tan siquiera darse cuenta del cómo envejecen.
=> Hay una razón, la tercera, para lamentar volverse viejo, que es tal vez una de las más frecuentemente citadas: 'la edad proyecta hace perder placeres'. En esta parte, el viejo Catón lanza una diatriba contra estos. La pasión, alega, nos arrastra por acciones vergonzosas y criminales. Es una suerte que la edad aleje de nosotros aquello que es lo más pernicioso de la juventud: '...nada hay tan detestable como el placer si es verdad que éste, cuando es demasiado grande y prolongado, extingue toda la luz del espíritu'. No sólo no hay que reprocharle a la vejez, que sepa prescindir de los placeres; hay que felicitarla por ello. Una vida virtuosa es garantía de bienestar.
La argumentación es bastante diáfana cuando se trata de los placeres de la mesa, toda vez que al privarse del exceso en comilonas y libaciones la vida es más grata. Pero con respecto al amor y al sexo la discusión es algo más difusa. El anciano observa que disminuye el deseo y por lo tanto hay menos necesidad de obtener satisfacciones en ese ámbito. Sobre todo, dice, 'para los que están satisfechos y ahítos es mucho más agradable la carencia que el disfrute'. De esta frase se infiere lo inverso de lo que previamente ha predicado, pues ¿quién puede estar satisfecho y ahíto de placeres si ha llevado una vida virtuosa privándose de ellos? Resulta que carencia es buena... para el que harto ya está. Y para hartarse, obviamente, hay que haber gozado. Otro punto ambiguo es la declaración de que tales placeres no están lejanos del todo. 'La vejez, dice, disfruta de ellos (los placeres) lo suficiente aunque los vea de lejos'. No tan de lejos los ha de ha de haber visto el autor Cicerón, quien, a los 60 años se divorció de Terencia tras 29 años de matrimonio para casar a su joven pupila Publilia.
En este capítulo hay una larga exaltación de los placeres que nos brinda la agricultura... Ver crecer las plantas, vigilar lo sembrado y acumular los frutos de la tierra o vivir la paz bucólica del campo, son temas en los que el autor se explaya.
Hay que reconocer, sin embargo, que toda la dulzura de la vida puede verse empañada por la pesadez y avaricia en ancianos que desean más de cuanto los jóvenes desean concederles. Pobres de ellos, 'pobre de la vejez que tiene que defenderse con palabras'. Porque, dice, 'ni las canas ni las arengas pueden proporcionar autoridad de repente; sino que es una vida anterior vivida honestamente la que recoge los últimos frutos de autoridad'. Implícitamente, el autor Cicerón (a través de su personaje, Catón) está elevando el respeto a la dignidad de un placer propio para la vejez. Placer que, no precisa decirse, deriva de la vida previa: es fruto del esfuerzo de antes.
Por la sociedad romana se concedía una autoridad muy particular a los ancianos, en la figura del pater familias (...) a partir del siglo IV la desintegración progresiva de la gens dio lugar a las familiae independientes, cuyos miembros estaban unidos con lazos jurídicos más que naturales bajo la patria potestas (por nacimiento del mismo padre o bien adopción o matrimonio). Bajo el sistema de la agnatio, el poder está vinculado al parentesco por vía masculina; lo cual explica que sea el hombre, y el hombre viejo, quien goza de absoluto poder. Su autoridad, que no conoce límites, es frecuente motivo de burla en el teatro y la literatura. Es, por ende, una figura muy ambigua. Por un lado, goza de poder y autoridad; pero también, por otro, es odiado. No siempre se ve como figura de respeto, especialmente si pierde bienes y poder. La pugna con las generaciones jóvenes, a menudo ejemplificadas en la figura del hijo, encuentra resonancias de marcados acentos y tal vez mayores que en otras tradiciones.
=> La última razón para deplorar la vejez, su 'proximidad de la muerte', es analizada en 'De Senectute' por un registro que ya se ha convertido en tópico. 'Si no vamos a ser inmortales, es deseable, por lo menos, que el hombre deje de existir a su debido tiempo. Pues la naturaleza tiene un límite para la vida, como para todas las demás cosas'. Si no hay nada después de la muerte, nada debemos temer. Si la muerte es la puerta para vida eterna, debiéramos desearla.
Por supuesto, en la época de Cicerón el tema de la longevidad tenía caracteres distintos de la época actual. Hoy no es improbable que una persona promedio, en un país medianamente civilizado, pueda aspirar a una larga vida. Por ende, desear vivir muy largo no es ambición descabellada. El tema de la calidad para vida larga es el que ahora nos preocupa y conmueve. La disposición del tiempo libre, el goce del ocio, la satisfacción de las necesidades -con todos los duelos, casi diarios, que significa la pérdida de ascendiente y dinero- son hoy día más relevantes. Una vida terminada 'a su debido tiempo' supone una reflexión filosófica profunda. Es a esa reflexión a la que alude Daniel Callahan cuando en su libro 'Setting Limits' trata de precisar qué es una vida adecuadamente vivida y cuándo es razonable que termine. Conocida es su propuesta de racionar los recursos sanitarios sobre la base de la edad, que ha causado más de algunas ácidas polémicas...
Ojalá todos pudieran vivir y morir como el sabio tribuno imagina y recomienda (...) Sus páginas destilan una suerte de esperanzada alegría, un útil recuerdo de que siempre hay algo mejor a qué aspirar. Como apología de la vejez, logró el libro su propósito. Pero, como la vejez misma, es una apología de doble faz. Aquello que se celebra también puede ser objeto de preocupación. Lo deleitable es a veces negativo. La vejez, como la vida misma, siempre aceptará miradas múltiples y contradictorias."
" Me parece, de verdad, Escipión y Lelio, que os admiráis de algo bien normal. Pues los que no tienen ningún recurso en sí mismos para vivir bien y con felicidad toda edad es pesada. En cambio, a los que buscan todo lo bueno en sí mismos, nada que les ocurra por ley de vida, les puede parecer malo. A esta clase pertenece en primer término la vejez: todos desean alcanzarla pero la rechazan una vez alcanzada. ¡Tanta es la inconstancia y la perversidad de su ignorancia! Dicen que ésta llega más rápidamente de lo que habían pensado. En primer lugar, ¿quién les obligó a pensar algo falso? Pues ¿cómo la vejez llega más rápidamente con relación a la adolescencia que la adolescencia con relación a la niñez? En segundo lugar ¿cómo les iba a ser menos pesada la vejez a los que vivieran 800 años que a los que vivieran 80? Pues la vida pasada, por larga que sea, no puede con ningún consuelo aliviar una insensata vejez...
Por lo cual, si soléis admirar mi sabiduría −que ojalá fuera digna de vuestro aprecio y de mi sobrenombre− os digo que en esto soy sabio: en que sigo a la naturaleza, la guía mejor, y la obedezco como a un dios. No es lógico que, puesto que los restantes actos de la vida han sido bien escritos, no se ponga cuidado en el último acto a la manera de un mal poeta. Y con todo, fue necesaria la existencia de algo postrero que a la manera de las bayas de los árboles y de los frutos de la tierra en su momento oportuno se ajara y cayera. Y esto lo ha de sobrellevar el sabio sin protesta. Pues luchar frente a los dioses a la manera de los gigantes ¿qué es sino hacer frente a la naturaleza? (...)
Pero la culpa de todas las lamentaciones de esta índole radica en las costumbres, no en la edad. Pues pasan una vejez tolerable los ancianos prudentes, que no son gruñones ni groseros; en cambio, la brusquedad y la grosería es molesta a cualquier edad (...) Pues de la misma manera se puede razonar respecto a la vejez; pues ni aún para el sabio puede ser llevadera en la más extrema pobreza, ni para el ignorante soportable aunque esté en medio de riquezas.
En verdad, Escipión y Lelio, las mejores armas de la vejez son la formación y práctica de la virtud que, cultivadas a cualquier edad, cuando llegues al final de una vida larga e intensa, producen admirables frutos, no sólo porque nunca te abandonan, ni siquiera en el último momento de nuestra vida −lo cual ya es un consuelo muy grande− sino también porque la conciencia de una vida bien vivida y el recuerdo de muchas buenas acciones resultan muy gratos.
Sin embargo, no todos pueden ser Escipiones o Máximos para recordar asaltos a ciudades, luchas por tierra o por mar, guerras capitaneadas por ellos o los triunfos obtenidos. También la vejez fruto de una vida llevada con tranquilidad, con pureza y con elegancia es una vejez plácida y tranquila, como sabemos que fue la de Platón que se murió escribiendo a los 81 años; como la de Isócrates, que él mismo dice que este libro que se titula el Panatenaico lo escribió a los 94 años y que vivió 5 años más. Y su maestro, Gorgias de Leontino cumplió 107 años y nunca cejó ni de su obligación ni de su trabajo. Y al preguntarle uno que por qué quería vivir tanto tiempo dijo:
'No tengo nada de lo que acusar a la vejez'.
Respuesta admirable y digna de un hombre culto. Pues los ignorantes achacan a la vejez sus propios defectos y sus errores. No es ese el caso de Ennio, aquél que cité hace poco:
'Como un fuerte caballo que muchas veces en el último tramo
venció en Olimpia, ahora, abatido por la vejez, ya descansa.'
Así pues, al reflexionar sobre este tema, encuentro 4 razones por las que la vejez puede parecer desgraciada:
* La vejez nos aparta de las actividades. ¿ qué actividades? ¿De las que se realizan con el vigor de la juventud? ¿Es que no existen actividades propias de la vejez que, incluso careciendo de fuerza física, con la mente pueden realizarse? (...) A la vejez de Apio Claudio se añadía además también el que era ciego. Sin embargo, cuando el parecer del Senado se inclinaba por un tratado de paz con Pirro, no dudó en pronunciar aquellas palabras que expresó Ennio en verso:
'Vuestra razón, hasta ahora siempre recta,
¿en qué dirección se apartó enloquecida?'
Puesto que no prueban nada los que le niegan a la vejez su actividad; y es igual que si alguien dijera que el piloto no toma parte en la navegación, pues, mientras unos trepan a los mástiles, otros corren de un lado a otro por la cubierta y otros achican la sentina, él, en cambio, está sentado tranquilamente en la popa sujetando el timón. No hace lo que los jóvenes pero realiza actividades sin duda más complicadas y de mayor importancia. Las grandes empresas no se realizan con la fuerza, con la agilidad y con la rapidez corporal sino con la prudencia, el prestigio y entendimiento; cualidades de las que no suele estar privada la vejez sino que, por el contrario, experimentan en ella un crecimiento. A no ser que consideréis que yo, que como soldado, como tribuno, como legado y como cónsul he participado en todo género de guerras, ahora ya no hago nada porque no lucho...
Pero se pierde memoria. Estoy de acuerdo, si no la ejercitas o si eres algo torpe por naturaleza. Temístocles había aprendido los nombres de todos los ciudadanos. ¿Pensáis, pues, que, al envejecer, tenía por costumbre saludar con el nombre de Lisímaco al que se llamaba Arítisdes? Por lo que a mí respecta, no sólo conozco a mis contemporáneos; también recuerdo el nombre de sus padres, e incluso, el de sus abuelos. No temo perder la memoria leyendo sus epitafios, según dicen, bien al contrario, leyéndolos mantengo su memoria. Nunca he oído decir que un anciano se haya olvidado del lugar donde guardó su tesoro. Porque recuerdan todos los asuntos que les interesan y el día del encuentro con sus acreedores y deudores.
Con frecuencia desea la adolescencia ver muchas cosas, y también otras que no. El propio Cecilio, ya anciano, afirma: 'pienso, que lo peor en la vejez, es sentir y darse cuenta uno mismo, que eres odioso para los demás.' ¡La vejez puede ser más agradable que odiosa!
* En mi juventud deseaba la fuerza del toro y del elefante. Con toda seguridad, ahora, no deseo tener las mismas fuerzas de la juventud. Éste es otro de los tópicos de los achaques de la vejez. Esto es lo que hay: actuar según las fuerzas del momento y servirse de ellas, hagas lo que hagas...
La adolescencia no debe buscar la infancia ni la edad media, la juventud. El curso de la edad está determinado y el camino de la naturaleza es único y sencillo; a cada periodo de la vida se le ha dado su propia inquietud: las inseguridades a la infancia, más impetuosidad a la juventud, la sensatez y la constancia a la edad media, la madurez a la ancianidad. Estas circunstancias se dan con la mayor naturalidad y se deben aceptar en las diferentes etapas de la vida.
También es verdad que existen muchos ancianos incapacitados a quienes no se les puede exigir ningún trabajo ni obligaciones. Pero esto no sólo es debido a la vejez sino también a la falta de salud (...) ¿Por qué entonces nos sorprendemos de que los ancianos, de vez en cuando, caigan enfermos, cuando ni siquiera los jóvenes se libran de las enfermedades? Lelio y Escipión, es propio de la vejez resentirse, pero sus achaques se compensan con la diligencia.
Cecilio llama 'ancianos cómicos necios' a los que son crédulos, olvidadizos, apáticos; porque no son vicios propios de la vejez, sino de una vejez perezosa, indolente y amodorrada. La petulancia o la libido, más propias para los jóvenes que de ancianos, no se dan tampoco en todos aquéllos jóvenes; sino en los réprobos. El estado de necedad senil que suele llamarse chocheo, es propio de aquellos ancianos más frívolos, y no de todos ellos...
Como en el
adolescente hay algo de senil, también en el
anciano hay algo de adolescente, lo reconozco.
Quienes esta norma sigan podrán ser ancianos del cuerpo pero no en su espíritu (...) La
vida va transcurriendo sin darse uno cuenta, no se
quiebra de repente, la lámpara de la vida se va
extinguiendo poco a poco, día y noche.
* Entramos en el tercer reproche tachado a la vejez: dicen que carece de placeres. La vejez no busca el placer con
excesivo deseo. Se abstiene de los banquetes, de
las indigestiones, de las frecuentes orgías, por
tanto de la embriaguez, y de los insomnios. Sin
embargo si algo debe adjudicarse al placer, ya que
difícilmente nos resistimos a sus caricias es el
poder disfrutar con los contertulios porque la
vejez se abstiene de los desmesurados banquetes (...) Muy acertadamente
nuestros antepasados denominaron al hecho d e
comer juntos los amigos 'convivium', ya que
realmente llevaría a la unión de las vidas.
Designación más acertada que la que le dieron los
griegos 'simposio', comida en común, de modo
que en este tipo de reuniones parecen disfrutar al
máximo con eso, cuando el banquete es lo que
menos importa.
Sinceramente, tengo que estar agradecido a la vejez
que acrecienta el interés por la
conversación en mí... dejando en segundo puesto el
beber y el comer. Por lo tanto no comprendo por
qué la vejez ha de ser insensible ante esos
placeres, si esto también deleita a otros. De
ningún modo se debe considerar que he declarado
la guerra al placer, el cual, tal vez, sea una
característica natural...
¡Qué gran cosa es que el espíritu se desprenda de
la ambición, de las querellas contra las
enemistades, de toda concupiscencia y que, como
se dice, viva en paz consigo mismo, como en la
vida militar! Pero, para la ancianidad nada hay
más placentero que la vida intelectual, si se siente
una chispa de aliciente por el estudio y las
normas (...) Ciertamente estos
son afanes de los estudiosos, de los prudentes y
bien formados, y crecen en proporción a la edad,
de ahí aquella afirmación de Solón que aparece en
un versículo de su obra: 'Se envejece aprendiendo
cada día muchas cosas'. Pienso que no puede
existir un placer mayor para el alma...
Ahora me voy a referir a los placeres de los
trabajos de la tierra, con los que yo disfruto
enormemente, placeres que en absoluto les son
impedidos a los ancianos. Al contrario, a mí me
parece que están muy de acuerdo con la vida del
sabio. En efecto su actividad se relaciona con aquella, que nunca rehúsa lo que se le impone ni
tampoco devuelve con reproche lo que recibió.
Algunas veces con menor abundancia, pero en la
mayoría de las ocasiones, con creces. A mí,
aunque no me dedico mucho a ella, me agrada la
fertilidad natural de la tierra en sí misma.
Podría seguir contando las numerosas
satisfacciones que proporcionan las labores del
campo pero reconozco que lo expuesto, ya fue
extenso. Os pido perdón por ello. Me he dejado
arrastrar por el gran placer que supone trabajarlo. Además la vejez es muy locuaz... y no
quiero que creáis que reivindico la vejez alejada
de todos los vicios.
* Queda la cuarta causa: el hecho de que la
cercanía de la muerte parece que atormenta y
angustia a nuestra edad. ¡Desgraciado el anciano que no considere que la
muerte debe de ser despreciada después de una
vida tan larga! Si la mente está ausente, la muerte
se ignora totalmente, si la muerte le conduce a una
situación terminal debe ser incluso deseada; y no
puede hablarse de ninguna otra tercera disyuntiva.
Así pues, ¿qué he de temer si no puedo ser
desgraciado después de la muerte, ni tampoco
puedo ser feliz? ¿Quién es tan necio, aunque sea
un adolescente, que asegure que va a vivir hasta la
ancianidad? Entre la juventud hay más muertes
que entre la vejez: los jóvenes caen más
fácilmente en enfermedades de mayor gravedad y
se recuperan en menor número: pocos son los que
llegan a la senectud, si esto no sucediera se viviría
con más prudencia; pues el buen juicio, la razón y
el consejo están en los ancianos. Si no existiesen
los ancianos no existirían las ciudades. Pero
vuelvo de nuevo al hecho de la muerte que
siempre está amenazante. ¿Por qué la muerte es la
desazón perenne de la vejez, cuando bien se sabe
que está siempre presente y que también es común
a la juventud? (...)
Lógicamente el
joven espera vivir mucho tiempo, cosa que el
anciano ya ha conseguido. El joven espera
insensatamente, porque ¿hay algo más necio que
tener por seguro lo que es en sí incierto y por
falso, lo verdadero? El anciano, al fin y al cabo
tiene lo que esperaba, por esto mismo la vejez es
mejor que la adolescencia, el joven espera, el
anciano ya lo ha conseguido. Aquél quiere vivir
durante mucho tiempo, éste ya lo ha vivido.
Aunque, ¡O dioses benévolos!, ¿qué hay en
nuestra naturaleza que dure mucho tiempo?
Decidme exactamente el tiempo máximo.
Consideremos la edad del rey de los Tartesios,
Argantonio, que gobernó a los gaditanos durante
80 años, y que vivió 120. Sin
embargo ese tiempo tampoco me parece a mí algo
muy duradero, pues siempre hay un final. Y
cuando llega el final, lo pasado se ha borrado,
sólo queda lo que has conseguido actuando recta y
honestamente. Pasan ciertamente las horas, los
días, los meses, los años, el tiempo pasado nunca
se recupera, y lo que vaya a suceder no puede saberse. Por lo tanto el tiempo que se da a cada
uno es para vivirlo, por esto mismo se debe estar
contento.
Ni siquiera, como gustaría en general, es
necesario que el actor actúe en toda la obra hasta
el final para ser aplaudido; lo importante es que se actúe con toda perfección en el tiempo que se le asigne. El breve tiempo de la vida es
suficientemente largo para vivir bien y
honestamente. Si, por ventura, se prolonga
durante mucho tiempo, no sería más doloroso que
la queja de los agricultores que se lamentan de
que, superada la primavera, llega el verano y
después al otoño. La primavera simboliza la
adolescencia y como ésta muestra los frutos
futuros, así el resto de las edades se acomodan a
recolección y guarda de los frutos que son propios
de las mismas...
En general, según opino, la consecución de
todos los anhelos produce la satisfacción de la
vida. Los caprichos de la infancia son
indiscutibles, pero ¿acaso los jóvenes los echan de
menos? También cuando llega la juventud tiene
sus propios entusiasmos, pero ¿acaso los reclaman la edad media o adulta? Y tampoco se buscan los apegos de la edad
madura en la vejez. Existen
también las últimas inclinaciones propias de la
vejez, que van desapareciendo como sucede con
los deseos propios de cada edad anterior. Sucede
lo mismo con las propias voluntades de la ancianidad. Cuando llega la saciedad de la vida se crea el
momento, ya maduro, para la muerte... "
(Cicerón: 'Acerca de la vejez', año 44 a.C.)
"Este verano he leído el maravilloso libro 'Un instante eterno. Filosofía de la longevidad' (Ed. Siruela Biblioteca de Ensayo). Este libro destaca que los avances científicos han provocado un alargamiento sustancial del tiempo que vivimos –1 de cada 2 niños que nazca hoy llegará a los 100 años–. Pero desgraciadamente lo que se ha prolongado es la vida que vivimos en nuestra madurez y vejez (...)
ResponderEliminarPascal Bruckner propone renacer a la vida a partir de los 50, y renunciar a la resignación viviendo esos años con las pasiones encendidas llenando nuestras vidas de proyectos. El secreto de una vejez feliz, según el autor, está “en cultivar todas las pasiones, todas las capacidades hasta bien avanzada la vida, en no abandonar nunca ningún placer ni ninguna curiosidad, en lanzarse a retos imposibles, en continuar hasta el último día amando, trabajando, viajando, y permanecer abierto al mundo y a los demás”. Brillante (...)
Nuestra respuesta siempre se basa en lo que realmente ha demostrado la ciencia: valorar lo que comemos, mantener una actividad física, cuidar las conexiones mente/cuerpo, potenciar las relaciones personales con los demás, manejar bien el estrés, mantener el peso adecuado y alimentar adecuadamente nuestro espíritu. El refranero español lo resume perfectamente: 'Poco plato, mucho trato y mucho zapato' (...)
Según 'The Economist', la edad más propicia para sentirse feliz es la de los 70 años, gracias a la despreocupación y el buen humor frente al estrés que nos aporta el paso de los años. En este sentido, el autor desmitifica algunos aspectos: 'La juventud posee belleza, dinamismo y curiosidad, pero es la edad mimética, la que, a tientas, tropieza y sucumbe a las modas y a las ideologías'. Y habla de la nobleza en el envejecimiento: 'Hay ancianos magníficos. Son los aristócratas del tiempo'.
(...) es una reflexión sabia, profunda y optimista sobre las infinitas posibilidades que nos ofrece esa vida 'extra' de los nuevos tiempos. Al final se trata de morir joven lo más tarde posible."
Ricardo Ruiz Rguez.