. .Tendemos a olvidarlo pero,
desde tiempo inmemorial, las actividades del ocio
(
otium) fueron tenidas por
honrosas o dignificantes en tanto que propias de personas privilegiadas; y solo para los demás quedaban aquellas otras del negocio
(
negotium, o sea
no ocio), consideradas generalmente
serviles e indignas. Más aun, hoy los
gurús en gestión empresarial a prueba de fallos (‘
poka-yoke’) más cotizados tras esta Crisis actual –como Shigeo Shindo, el epígono de Taiichi Ohno- reprochan ‘no saber
economizar, al confundir
ocupaciones y
trabajos’…
Según lo explicaba Covarrubias con su ‘Tesoro de la lengua española’ ya desde 1611, es
negocio “una ocupación de cosa particular, que
obligado tiene al hombre a poner solicitud en ella”… Mientras que, para nuestro vigente Diccionario María Moliner,
ocio es “la situación de quienes disfrutan por el
tiempo libre”... Véase cómo, mediante su
‘Configuración y crisis de mitos -o cuento, en heleno- del trabajo’, nos lo ha detallado tan bien
José Manuel Naredo:
“La noción actual del
trabajo no es una categoría antropológica ni, menos aún, invariante de la humana naturaleza (…) Se afianzó allá por el siglo XVIII junto a las otras unificadas para
riqueza y
producción o la propia idea del
sistema económico (…) Con griego moderno, la palabra
dulia significa trabajos en general; como transposición directa del previo
duleia (esclavitud), en su lengua más antigua.
Para Roma (…) especificaba Cicerón que ‘cuanto tenga que ver con
salario es sórdido e indigno del hombre libre’... No en vano trabajar y trabajo proceden de
tripaliare y de
tripalium, sustantivo que designa en latín un potro de tortura formado con tres palos. Subrayemos que la otra acepción que recoge la noción actual de trabajo, la de ‘
labor’, no se asociaba biunívocamente al
opus, ya que se pensaba que la obra podía ser también fruto de la naturaleza o del ocio (
otium) creador (…)
Si había alguna constante en la Antigüedad era el desprecio por aquella
tarea -dependiente y, generalmente, forzada- desde necesidad que no se practicaba por el placer mismo de hacerla, sino ante sus retribuciones o contrapartidas utilitarias; tarea que hoy, por lo general, es englobable bajo la denominación de ‘
Trabajos’. Confirmando tales extremos, el gran historiador Herodoto indicaba cómo no puede afirmarse que los griegos lo hubieran recibido de los egipcios, por cuanto ‘entre los tracios, los escitas, los persas y los árabes’ también había constatado ese despreciar su trabajo...
En consonancia con lo anterior, las fiestas de los antiguos griegos y romanos eran muy numerosas, al igual que las de otros pueblos en la Antigüedad. Y recordemos que ‘los esclavos libraban cada día festivo, al igual que las bestias de carga, de tiro y de labor’. En principio el cristianismo hizo también suyo el desprecio por lo que hoy denominamos '
trabajo', grosso modo: se tomó como ‘
castigo’ fruto de una maldición bíblica y no por ningún objetivo individual ni socialmente deseable (…)
Estos planteamientos se plasmaron en progresivo aumento de las fiestas religiosas, que llegaron a ocupar cerca de
la mitad de los días del año en muchos pueblos de la Europa cristiana medieval: existen evidencias mostrando que incluso en las comunidades más atrasadas de Europa Central se celebraban hasta 182 fiestas [como el ‘
S. Lunes’*]...
También debe mover a reflexión esa paradoja de que calendarios laborales para los Estados de la Unión Europea ofrecen hoy día un número de festivos muy inferior (…)
En el siglo XVI, a la vez que
los relojes con carillón empezaron a sonar cada cuarto de hora, el trabajar era erigido valor supremo al que debía plegarse la existencia del hombre. Se trataba de algo abstracto y homogéneo, medible en unidades de
tiempo (
empleado u ocupado) cuyo ritmo no debía perturbarse; el gran número de festivos entonces existente empezó a parecer una desgracia: despilfarros del tiempo (libre) robado al trabajo.
Así se identificó
trabajo con
actividad y se atribuyó al
ocio un carácter meramente pasivo y parasitario, torciendo el significado antiguo de la palabra, que se refería también a lo creador o activo: se pensaba que una simple actitud contemplativa permitía impulsar las actividades del pensamiento en todas sus manifestaciones, mientras que los trabajos más penosos acostumbraban a frenarlo. En suma, se acabó imponiendo este ‘
nuevo evangelio del trabajo’ (mercantil), según el cual trabajando puede servirse a Dios, al Estado, e incluso al individuo mismo (…)
El toque de campanas en monasterios, y con trompetas desde campamentos o cuarteles, pronto se vería imitado por
sirenas de las fábricas para que los hombres se levantaran al unísono la primera vez en su Historia, como dirigidos tras un jefe invisible, sometiéndose a través del reloj al ritmo prefijado de los procesos económicos. Fue al considerar la riqueza expresable en dinero, como se posibilitó generalizar entre los individuos el afán de acumularla.
(…) Cuando en sociedades como esta nuestra es asociada la respetabilidad de los ciudadanos a su nivel de riqueza, se desata entre éstos una lucha por ‘
reputación pecuniaria’ que crea estado de insatisfacción crónica generalizada (…) Al decir de Ivan Illich: ‘igual que la crema batida se convierte de súbito en mantequilla, surgió el
homo miserabilis recientemente casi de la noche a la mañana; a partir de mutaciones del
economicus, protagonista en la escasez. Una generación que siguió a la II Guerra Mundial fue testigo de cambio del estado, en su naturaleza, desde aquel
hombre común al más
necesitado...’
La racionalidad parcelaria desplegada trajo consigo una global irracionalidad así como esa paradoja de que su economía,
en vez de combatir toda escasez, la favorece con los procesos que se han encargado de agravarla y extenderla por el mundo (…) Las perspectivas que ofrece actualmente la encrucijada están hoy plagadas de incertidumbre, pero en términos generales han de oscilar entre dos extremos:
- O bien una situación en la que sigan dándose nuevas vueltas de tuerca al aumento conjunto del
Paro y el
Empleo compulsivos, de la competitividad, insolidaridad y segmentaciones sociales; situación ésta consustancial a una sociedad que permanecería prisionera de la '
mitología del Trabajo’ e ideas que la envuelven, siendo incapaz de reaccionar para poner coto a las tendencias mencionadas, o por
un movimiento sindical limitado a discutir retribuciones para los ya ocupados y pedir las peras del ‘pleno empleo’ al olmo de la presente sociedad capitalista...
- U otra donde practiquemos alguna reducción consciente del dominio de su producción mercantil y del trabajo asalariado en favor de actividades más creativas, libres o cooperativas a la vez
que se reorganice y redistribuya ese mismo campo a fin de concluir actuales dicotomías entre desemplearse o trabajar, corrigiendo crecimientos asimétricos en retribución y penosidad laboral; así como revisándose la propia noción sobre ‘tiempo libre’ por defenderla críticamente de servidumbre del llamado
trabajo '
[en la] sombra’…”