'Hay que soltar amarras, reanudar el viaje, flotar a
la deriva: vivir es cruzar puertas y dejarlas atrás' (JLS, con Trich Nấht Hanh)
Nos lo decía justo hace 4 años: “Estamos
viviendo una época comparable, salvando distancias, y entre ellas las
tecnológicas, con el caso
del desmoronamiento en la civilización romana y aquella barbarie que siguió (…) Pero
soy optimista: tengo tan mala
opinión del sistema en donde vivimos que deseando estoy se desmorone, desescombren
el solar y construyan otra cosa; pues verdaderamente va contra la dignidad
humana, que es un valor supremo.
.
Espero que
se vaya esto al garete —yo no lo veré—, será incómodo pero ustedes disfrutarán
del espectáculo... Y vendrá otra
cosa. ¿Cuál? No lo sé. En el feudalismo a nadie se le ocurría
que iba luego a llegar el capitalismo, pero aquello se hundía. De modo que en
esta situación estamos y dentro de todo eso se inserta la Crisis ['conversación con José Luis Sampedro, para la República']…
Yo en
1929 tenía doce años. Naturalmente no puedo hablar con conocimiento completo de
la Crisis de aquel entonces. Pero es que duró hasta 1933 o 1934, y tuvo otras
consecuencias. Recuerdo perfectamente las fotografías de los parados
norteamericanos. Los hombres con sus platillos para conseguir unas habichuelas
y comer. Yo viví la preocupación que había entonces por aquellos problemas.
Todo esto —ya lo sé— no me da autoridad. Pero lo que he leído, y lo que he
vivido después, me da alguna. La experiencia vital no se sustituye fácilmente
por libros.
.
Haré un
diagnóstico contrastado de las dos Crisis. La gran diferencia entre una y otra
es que la de 1929 —que por cierto no empezó en Estados Unidos, sino que empezó
en Austria: lo que cayó primero fue una institución austriaca, y de allí se
propagó a un banco norteamericano, y ésa fue la gota de agua que desbordó las
cosas, aunque esto hoy sea anecdótico— para mí fue una crisis de euforia, de
juventud, propia de un país joven, una crisis de entusiasmo como el que se
vivía en aquel entonces. Mientras que la Crisis de ahora
es una Crisis de la vejez, de la decrepitud y del miedo. Trataré de
justificar esto.
.
Quisiera
hacerles vivir un poco lo que sí viví entonces, que fueron aquellos felices
años. Los ‘felices veinte’, un espíritu, una manera de vivir en Europa
—incluso en la medio destruida por la guerra—, de admiración hacia los Estados
Unidos. De allá venía una idea de juventud, de ímpetu, de ir a por todas, de
ganarlo todo fácilmente. Nosotros los chiquillos jugábamos a los vaqueros, y
jugábamos con admiración. Entre las chicas se pusieron de moda los gorritos
blancos de los marines norteamericanos, ésos que parecen una sopera puesta para
arriba. Los llevaba todo el mundo. Y el jazz, y el charleston, y los negros, o
Joséphine Baker en París.
.
Todo ello
era una especie de irradiación tremenda de un país que acababa de sentirse
ganador de una guerra, que acababa de sentir que entraba en el mundo al mismo
tiempo que, claro, no entraba, porque, a pesar de que la Sociedad de Naciones
fue una inspiración wilsoniana, o norteamericana, luego Estados Unidos se
automarginó de ella. Pero fue una explosión, una seguridad de que podían hacer
lo que querían, porque el mundo era suyo. Y los cronistas de la época cuentan
que, una vez verificada la Crisis, si es verdad que hubo algún banquero que se
tiró por un balcón y se suicidó, también es verdad que en aquel tiempo hasta
los botones de los bancos compraban acciones. Se enteraban de que tal compañía
convenía, y se compraba y se vendía alegremente, creyendo que todo podía
ocurrir y que no pasaba nada. Era una crisis de eso, de inconsciencia, de
inconsciencia adolescente.
.
Ahora
estamos ante la Crisis de un sistema que se siente amenazado. Porque el país
más fuerte del mundo, que tiene el ejército más poderoso de todos, el
país que se cree emperador del mundo, tiene miedo. La gente en Estados
Unidos tiene miedo. Todo les preocupa. La prueba es que renuncian a la libertad
a cambio de que se les prometa seguridad, que además nadie les garantiza. Están
dispuestos a ceder lo que sea con tal de conseguir seguridad.
.
Trataré de justificar
esta visión, porque es la que nos ilustra sobre el fondo profundo de la
cuestión. Sobre lo que ha pasado desde 1929 hasta ahora. Casi un siglo, pero un
siglo definitivo, un siglo importantísimo. Eso me parece fundamental. Luego
podremos entrar en los detalles, pero a mí esto me parece que hay que verlo
desde esa perspectiva. Si no comprendemos el momento histórico en que se
encuentra la parábola de la vida del sistema capitalista occidental no
comprenderemos nada. Creeremos que la Crisis es algo que se puede arreglar. Y,
efectivamente, la crisis se reparará: se le pondrán algunos parches y se
arreglarán algunas cosas. Por cierto, noten ustedes con qué facilidad ha
surgido dinero de debajo de las piedras, cientos de miles de millones, para
ayudar a los bancos culpables del problema. Si se hubiera pedido para curar el
SIDA en África o para educación no hubiera salido un millón de pesetas ni
siquiera con treinta comités internacionales. Eso demuestra en qué situación
del ciclo vital —porque las sociedades tienen su ciclo vital, y nacen, crecen y
se hunden— estamos para comprender la transcendencia de la Crisis.
.
(…) A mí se
me ocurre que se podría hacer una investigación sobre algunos, al menos, de los
banqueros que han tomado esas decisiones. No diré que los fusilen, verdad,
pero, por ejemplo, no estaría mal inhabilitarlos durante cinco o diez años para
el ejercicio de cargos. Porque, si no, estos señores se van y dentro de tres
años fundan otro banco. Muchos han perdido dinero, desde luego. Más bien han
dejado de ganarlo. Pero, de todas maneras, cuando quieran, vuelven a lo
mismo... El sistema está para eso.
.
Les voy a
contar una anécdota rigurosamente cierta. Cuando en España se implantó hace
cincuenta años el plan de estabilización —algunos lo recordarán—, ocurrió que
en un año determinado, creo que fue en 1957, bajó la renta nacional, esto es,
España produjo un poco menos, lo que no impidió que los bancos ganasen un poco
más. Es lo que está pasando ahora: ustedes verán que los bancos, a pesar de la
crisis, siguen ganando. Se le hizo entonces una entrevista a un banquero
importante en aquellos años, don Pablo Garnica, que era del Banco Español de
Crédito, y el periodista le dijo: ‘Pero bueno, don Pablo, ¿cómo es posible que
cuando el país produce menos los bancos, en cambio, ganen más?’. Y don Pablo
Garnica, con la verdad más honesta, respondió candorosamente: ‘No lo hemos
podido evitar’. Esto es rigurosamente histórico: ‘No lo hemos podido
evitar’.
.
¿Por qué no
pudieron evitarlo?: porque el sistema está para que gane la Banca, como
en las ruletas de los casinos. El sistema es para eso. ¿Qué quiere
decir capitalismo? Que es del capital: pues que gane el capital. Pero volvamos
a lo de la patente de corso de la que disfrutan estos señores, que permitirá
que no les pase nada. En cambio, si un pobre alcalde, queriendo arreglar algo,
se pasa un poco de listo, lo embaúlan.
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Pero también
yo quiero decir algo de cómo durante años se han estado metiendo con quienes
pensábamos de otra manera. Los neoliberales decían que éramos unos atrasados y
que la libertad es la solución, la libertad del mercado. Bueno, pues no me
duelen prendas. Yo publiqué en 2003 un libro que se llama ‘El mercado y la
globalización’; allí está explicado todo eso. Y lo pueden entender hasta los ministros,
si hace falta, ¿verdad? Esta clarísimo: el mercado es indispensable,
naturalmente, para cualquier civilización adelantada, porque tenemos que hacer
intercambios y el mercado es un centro de distribución. Lo que no es de ninguna
manera es un repartidor justo de los bienes. Tampoco es un consejero excelente
en materia de inversión: no sirve para decirnos en qué debemos meter dinero hoy
para producir beneficios dentro de un año. Porque al mercado lo único que le
interesa es la ganancia. Y se dice: sí, pero consigue igualar siempre la oferta
y la demanda.
.
Los
compradores y los vendedores llega un momento en que se ponen de acuerdo,
coinciden en un precio y se ajustan las curvas, como dicen los expertos. Sí,
muy bien, pero a lo mejor se ajustan a un precio tal, como se ha dicho más de
una vez, que los pobres no pueden comprar la leche a ese precio mientras los
ricos la pueden comprar tranquilamente para sus gatos, en tanto los otros no la
pueden comprar para sus hijos. De modo que el mercado no puede servir de
defensa para nada y además no es la libertad. Hay un economista, Milton
Friedman, que recibió el premio Nobel y que publicó un libro titulado ‘La
libertad de elegir’. Y la libertad de elegir era el mercado. Bueno: pues vaya
usted al mercado sin dinero en el bolsillo y vamos a ver qué elige usted. Esto
quiere decir que la libertad la da el dinero que usted lleva, y no el
mercado. De modo que tenemos que defendernos frente a esos ‘neos’ que lo que hacen es justificar los deseos de los ricos.
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Otro economista
famoso —que por cierto murió, como Friedman, en 2006— fue Galbraith, quien
explicó en uno de sus libros que casi todo lo que han escrito los economistas,
la mayoría de ellos, en los últimos decenios —escribía esto en la década de
1990— ha sido justamente lo que los ricos querían que se dijera, porque les
favorecía. Toda la teoría de los neoliberales es simplemente esto.
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Y termino
con unas palabras sobre la libertad, de la mano de otra anécdota. Uso las
anécdotas porque ayudan fácilmente a comprender. Siempre hay que preguntar: ‘la
libertad, ¿para quién?’ Porque la libertad no es lo mismo para unos que
para otros. Un banquero, otra vez un banquero, norteamericano de principios del
siglo XX, el banquero Morgan llamó un día al director de su gabinete jurídico y
le explicó que quería hacer una operación para quedarse con otro banco, por las
buenas o por las malas, y que quería saber qué tenía que hacer. El abogado
estudió cuidadosamente la cuestión y regresó para decirle que las leyes
impedían realizar esa operación. Morgan le respondió —fíjense en la frase—: ‘Oiga,
yo no le pago a usted para que me diga lo que puedo o no puedo hacer. Le pago a
usted para que me diga cómo puedo hacer lo que quiero hacer’. ¿Se dan
cuenta de lo que era la libertad para el señor Morgan?
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En manos del
poderoso, la libertad sirve para hacer lo que le dé la gana con los demás. Para
poder imponer su voluntad a los demás. Mientras que para el pobre desgraciado
la libertad consiste simplemente en que le dejen vivir su propia vida sin reventar
a nadie. Es la gran diferencia.
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De modo que
cuando se habla de libertad conviene recordar que el mercado es libre
para el poderoso; para el que no tiene un duro no es libre, porque no
es. Digo esto un poco en desahogo frente a lo que hemos tenido que escuchar de
los furibundos, que seguirán pensando lo mismo. Ayer o anteayer aparecía en un
periódico un artículo de un diputado del Partido Popular por Cantabria que
justificaba todavía la libertad absoluta del mercado. Porque sin éste —decía—
no se puede vivir. Pues ahí tiene usted las consecuencias, aunque seguirán
haciendo lo mismo. Lo que justifica la esperanza de personas como tú y como yo
es que cada vez les será más difícil hacerlo, por las razones que has apuntado
al principio. Porque existen otras crisis, porque existen otros
condicionamientos y porque existe otra situación internacional. No porque
comprendan que no tienen razón y que no deben hacer lo que pueden hacer. No,
sino porque no van a poder hacerlo. Sencillamente.
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(…) Fíjense
ustedes que, aunque luego han querido arreglarlo, los empresarios entre
nosotros se han apresurado a decir que habría que ‘hacer un paréntesis...’ y
facilitar los despidos porque eso —afirmaban— daría la oportunidad para crear
nuevos empleos. Eso lo han dicho tranquilamente, aunque luego han querido
arreglarlo. Es como el pañuelo rojo del prestidigitador; éste lo agita por el
aire para que no veamos lo que hace con la otra mano. Sencillamente (…) está
contado por John dos Passos en ‘Rocinante vuelve al camino’: la misma historia
con unos arrieros que van en unos mulos por la provincia de Granada.
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Quiero
sumarme a la defensa del decrecimiento... La idea misma de desarrollo económico
es una degeneración que forma parte del ciclo vital de Occidente. La
degeneración de las ilusiones de la razón a partir de los siglos XV y XVI, que
es cuando nace Europa. Si en el siglo XV están los humanistas —no voy a hablar
ahora de ello—, el siglo XVI es el de la razón y el XVIII es el de las Luces y
la Ilustración. En el XIX de lo que se habla es de progreso, palabra que tiene
un sentido más material que el mundo de la Ilustración y las Luces. Pero eso
del ‘desarrollo’ se refiere casi exclusivamente a la economía. El
progreso es un visión que apunta al perfeccionamiento general del ser humano: progreso
es mucho más que crecimiento. Mientras el progreso es más conocimiento,
más sensibilidad, más arte, más ciencia, el desarrollo se acaba quedando en
puro desarrollo económico. ¿Por qué? Porque es lo que interesa en una
civilización cuyo Dios es el dinero y que ha hecho —como decía Marx, y en eso
tenía razón— de todo una mercancía. Y eso nos lleva a poner de manifiesto que
efectivamente el proceso actual consiste en tratar de conseguir más y más de la
productividad…
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Aunque ahora
la palabra innovación es casi más importante que la palabra desarrollo. Se
habla de innovación como si fuese un gran descubrimiento que nos lo va a
resolver todo. Pero no se cae en la cuenta de que la innovación tiene varios
filos: hay una innovación productiva y una innovación de conocimiento —de una
nueva medicina, de un nuevo material…—, pero hay otra innovación meramente
comercial que consiste en cambiar la etiquetita del envase y hacer que el
teléfono móvil de hoy tenga un botón más de tal forma que el de ayer quede anticuado.
Lo que se trata es de halagar nuestro status social: si yo llego a la oficina
con el móvil del año pasado, no soy igual a quienes llegan con el móvil de
ahora, 'que mira qué botoncito tiene, se aprieta y toca La Marsellesa'.
Se inventan estos trucos. Se hace en el mercado con todo, con los alimentos, se
cambia el envase, se le añade una cosita, se dice ‘Ahora con Pitifax salen los
pelos en la calva’. Pero esa innovación no tiene ningún interés técnico, ningún
interés productivo: sólo responde al interés de la ganancia. Y el mercado se
vale de las técnicas del propio mercado, y de la psicología, y sobre todo de la
sensación de identidad que permite recordar que uno pertenece al grupo de los
más avanzados, que uno tiene el automóvil que tienen los demás en la oficina…
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Todo eso se
explota para hacernos comprar lo que sea. Y todo eso conduce a un despilfarro
tremendo, a una acumulación de basura. Dice mucho de nuestra civilización que
la basura de Nápoles haya que mandarla en trenes a Suiza. ¡Ya está bien!
Imagínate lo que es un tren cargado de basura recorriendo un país tan hermoso
como Italia, pasando por Florencia, pasando por Turín, con su basura. ¡No saben
ni siquiera estropear la basura! Es monstruoso. Y resulta que efectivamente nos
obligan a todos estos despilfarros. Lo que acaba ocurriendo es que —vuelvo a lo
mismo— esto no se corregirá por voluntad de los dirigentes, ni porque razonen
ni porque caigan en la cuenta de que esto no se puede hacer. Ocurrirá porque se
hará evidente que no se puede seguir así.
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Por cierto,
voy a hacer un paréntesis: la ayuda al desarrollo en la forma en que la
entendemos hoy empieza en enero de 1949 en el discurso que pronuncia el
presidente norteamericano Truman en su toma de posesión. En un punto del
discurso que se hizo famoso como ‘el punto cuarto…’ —yo estaba ya
trabajando como economista y me llamó la atención, como a todo el mundo—, Truman
advirtió que se iba a desplegar un nuevo gran programa para ayudar a los países
en desarrollo. ¿Qué había detrás? Detrás se hallaba Estados Unidos, que acababa
de ganar la guerra, que prácticamente no tenía colonias en el mundo y que
estaba pensando ya en perfilar las propias. Con el pretexto de las ayudas y de
la intervención se trataba de ir preparando un mundo colonial como el que tenía
Europa. Luego vino la descolonización y las cosas cambiaron, pero en origen el
proyecto era claramente colonialista.
.
Bueno, pues
bien, y con esto termino: es imposible seguir haciendo lo que hemos
venido haciendo hasta ahora, a costa de destrucciones irreversibles.
Algunos de los últimos estudios que he leído sobre esto afirman que para dar a
toda la humanidad el nivel de vida de Gran Bretaña harían falta tres planetas
Tierra. Porque el planeta Tierra ya no tiene capacidad para regenerar lo que
destruimos cada año. Todavía en los años ochenta o noventa se podía contar con
que había una regeneración suficiente. Ahora ya no la hay, porque estamos
destrozando la casa en que vivimos. Ésta es la situación, aunque no les
interese verla porque siguen ganando a corto plazo. Bueno, pero no es posible
continuar.
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Y son
necesarias dos cosas. La una —me apunto claramente— es el decrecimiento, que
implica tener sentido de la medida, que es algo de lo que esta cultura nuestra
carece; los griegos sí que lo tenían y contaban con una diosa contra la
desmesura, Némesis. La otra es la redistribución, porque pensar que con la
ayuda al desarrollo que se da ahora, muy inferior al dinero que se entrega para
sostener los bancos en Estados Unidos, se va a llevar a los pueblos pobres al
nivel de los ricos es una ilusión, que no sirve más que para calmar conciencias
de los ricos y para dar alguna esperanza a algunos pobres ingenuos. Es
completamente ilusorio: si no hay detención del crecimiento y
redistribución no se podrá continuar.
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(…) Quiero
corroborar todo esto con otros ejemplos. Una vez tuve ocasión de acudir a una
reunión a la que asistió Miguel de la Quadra Salcedo, un hombre —ustedes lo
saben— que ha viajado por todas partes. Un personaje muy interesante. Entre
otras cosas le pregunté cuáles eran los pueblos más felices de cuantos había
visto por el mundo. Me dio dos nombres que a mí no se me hubieran ocurrido
jamás: uno, los beduinos del desierto de Arabia; otro, los esquimales de
Groenlandia. ¡Pensar que en dos climas tan difíciles como el desierto árabe y
el de quienes viven en casas de hielo con pieles, como lo hacen los esquimales,
haya podido haber felicidad! Pues la hay.
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En otra
ocasión leí un estudio de un antropólogo que trabajó con los bosquimanos en el
sur de África. Por cierto: creo que el progreso los ha echado de su territorio.
Decía que se hallaban entre las gentes más felices del mundo y que con un poco
de trabajo y de recolección de frutos vivían tranquilamente y no querían nada
más. Hay culturas enteras cuyo objetivo principal no es el beneficio económico.
Su objetivo principal no es apoderarse de las riquezas naturales, destruirlas y
estropearlas, sino todo lo contrario: armonizarse con ellas. Pensamientos como
el budismo o el taoísmo nos llevan a solidarizarnos con el mundo exterior, a
vivir en armonía con lo que nos rodea y a aprovecharlo, pero a aprovecharlo con
sensatez. No con despilfarro ni con destrucción ciega y loca
.
(…) Lo que
se trata es de, si se tiene una innovación productiva, dedicar más tiempo a aquello que nos guste hacer y menos a conseguir lo necesario. Es
un cambio preciso en las mentalidades que, claro, nos lleva a otro problema: la
educación. El problema es que la mayoría de los educadores conciben hoy la
investigación y el desarrollo en sentido material, en sentido físico, químico,
mecánico, biológico…, pero no en el sentido de actitud del ser humano frente a
otros seres humanos y frente al mundo (…) Me temo que la cosa va para rato.
Porque eso es consustancial al sistema, y no lo pueden remediar, no lo pueden
evitar. Como dijo don Pablo Garnica, el sistema está para que ganen los que
tienen que ganar. Y los que tenemos que perder, tenemos que perder. Y para
conseguir eso se construye una ideología económica adecuada, que es la
neoliberal, se establecen las leyes apropiadas, se busca que el mercado encubra
lo que se hace o se despliegan estos artilugios... Se hace lo que sea
necesario.
.
Mi esperanza
es que les sea cada vez más difícil hacerlo. Porque los abusos del sistema
capitalista están entrando en la categoría de abusos contra la civilización.
Esto para mí es muy importante aunque parezca que nos aleja de la discusión
sobre esta Crisis, la cual es otra manifestación de lo mismo. Llevo un tiempo
diciendo que estamos viviendo una época comparable con, salvando
todas las indudables distancias, y entre otras más aquellas tecnológicas, el
caso del desmoronamiento de la civilización romana y con la
barbarie que siguió después. Para mí las cámaras de aniquilación de
Hitler y las ejecuciones promovidas por Stalin —para que no se diga que uno es
partidario de unos u otros— son casos de barbarie. Pero la invasión de Iraq por
el señor Bush es también un caso de barbarie. La idea de los ataques
preventivos supone volver a la ley de la selva: el ataque preventivo es un
ataque sin más justificación que la de hacer más daño si se ataca el primero.
Esto sólo lo puede hacer el más fuerte, porque si el más débil ataca primero,
lo machacan. La ley del ataque preventivo es, sin más, la ley del más fuerte.
También es barbarie que unos agentes de un determinado país secuestren a
personas en cualquier sitio del mundo, las lleven como sea, las torturen como
sea, las encierren en Guantánamo y todo lo demás.
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Inmediatamente
me dirán que soy visceralmente antinorteamericano. No es verdad: opino lo mismo
que casi la mitad de los estadounidenses, esto es, los que no votaron a Bush en
su momento. Lo que soy es anti-Bush, pero no antinorteamericano. Lo que ocurre
es que estamos en una situación que va atacando los principios básicos
que fueron de esta civilización. La misma idea de la familia, de la
familia tradicional, está desmontada. Aunque en ciertos aspectos me parece
bien, en otros no me lo parece. Usamos las mismas palabras, pero las palabras
han cambiado de contenido. No me digan a mí que la religión española de hoy es
la misma que la de hace cincuenta años. Porque he vivido la de hace cincuenta
años. Entonces llegaba la Semana Santa, y había que ver lo que pasaba en las
calles: no se podía circular, no se podía salir, no se podía cantar. Los
periódicos publicaban anuncios sobre las iglesias en las cuales predicaba el
fraile tal o el fraile cual. Yo oía a mis tías que decían: ‘Vamos a escuchar al
padre Merino, que va a hablar de las llagas de Cristo’. Esto no tiene sentido
hoy. Hoy llega la Semana Santa y la gente se va a Benidorm. El sistema seguirá
nominalmente funcionando, pero los valores tradicionales quedarán
socavados; eso significa la barbarie.
.
Luego dirán
ustedes que soy pesimista. Pero soy optimista, porque tengo tan mala opinión
del sistema en que vivimos que estoy deseando que se desmorone y que
desescombren el solar y construyan otra cosa. Porque esto verdaderamente va
contra la dignidad humana, que es un valor supremo. De modo que soy optimista.
Espero que esto se vaya al garete —yo no lo veré—, pero ustedes disfrutarán del
espectáculo. Será incómodo, pero disfrutarán del espectáculo. Y vendrá
otra cosa. ¿Cuál? No lo sé. En el feudalismo a nadie se le ocurría que
iba a llegar el capitalismo, pero aquello se hundía. De modo que en esta
situación estamos y dentro de eso se inserta la Crisis. Porque ésta, como he
dicho al principio, es la crisis de la vejez, del miedo, la que nace del
objetivo de hacer fortunas para defenderse como sea. Ésa es la situación en mi
opinión.
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(…) Lo del
caos me trae a la memoria una anécdota, muy gráfica también, que demuestra por
qué mi esperanza es la barbarie. La anécdota nos habla de un jovenzuelo que
empezaba a tener ideas propias. Su padre, que era un conservador consciente, le
dijo: ‘Hijo. ¿No te das cuenta de que el comunismo —entonces se hablaba del
comunismo— es una explotación del hombre por el hombre?’. ‘Sí’ —le
respondió el hijo—, ‘pero lo otro es lo mismo sólo que al revés’. Es lo mismo
sólo que dándole la vuelta a la frase.
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Es muy difícil hacer pronósticos. Un problema importante es el que deriva del hecho de
que ahora están emergiendo dos áreas culturales muy distintas de la nuestra por
su origen y por los milenios que ha durado su personalidad. Hablo de la India y
de China. ¿Qué es lo que pasa? Es difícil esperar —yo no lo espero— que valores
como los del taoísmo y el budismo influyan profundamente en nosotros. Lo que
ocurre es que la civilización occidental tiene una técnica y una capacidad de
producción que por fuerza han de ser muy sugestivas para masas hambrientas. La
ruptura en la sociedad china por las diferencias entre el campo y la ciudad,
por ejemplo, hace que esos dos centros sean muy permeables; de hecho esos dos
centros se están capitalizando, antes que descapitalizando.
.
De todas
maneras, a mí me parece que hay un sector de nuestra cultura, que, éste sí, es
extremadamente dinámico. Hablo del sector científico. La ciencia está
adelantando prodigiosamente cada día, de manera admirable. Lo que pasa es que
nuestro pensamiento, nuestra cultura, nuestra civilización, no está a la
altura de los instrumentos técnicos y científicos de que dispone. No
sabemos administrarlos: por eso protagonizamos el disparate del despilfarro, de
la destrucción, y somos incapaces de hacer lo que hacían aquéllos cortadores de
leña de la anécdota que ha retratado Carlos: 'ahora podremos disfrutamos 10 veces más de tiempo para hacer
aquello que realmente nos gusta’...
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Tenemos unos
medios extraordinarios pero sólo los utilizamos para destrozar cada vez
más, y no para tocar el violín un rato todas las tardes. Esto último
implicaría unas actitudes y una formación cultural completamente distintas de
aquellas con las que contamos y completamente distintas de las que proporciona
la educación que nos imprimen. Porque se nos educa para ser consumidores y
productores, productores y consumidores, y más bien borregos que ciudadanos. La
educación para la ciudadanía no interesa: lo que interesan son la fidelidad y
la borreguez. Para que seamos sólo productores y consumidores. Y entonces,
claro es, mientras la ciencia avanza a esa velocidad, no lo hace al nivel
cultural; ya no en el sentido del conocimiento de muchas cosas, sino en el del
conocimiento de las cosas importantes, el sentido de la vida, de los valores
vitales frente a los valores económicos y productivos. Mientras todo eso no
esté a la altura de la evolución de la ciencia, ésta seguirá poniendo armas en
manos de los destructores. Por eso me felicito de la barbarie contra los
destructores.
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Pero a mí me
parece —y voy a hacer una fantasía— que estamos quizá ante un momento que va a
significar una nueva metamorfosis del ser humano, como la de los insectos. La
primera gran metamorfosis del ser humano fue cuando adquirió la palabra.
Entonces, cuando el simio, el prehombre, adquirió la palabra, se transformó
profundamente, se convirtió en ser humano y accedió a la cultura. Me
pregunto a veces si ciertos progresos, científicos, combinados —en la
neurobiología, en la nanotecnología y en la informática— no podrán operar
alguna transformación profunda del hombre… Con la cultura y la palabra
el hombre creó un mundo que no es natural, que es creación humana, aunque
utilice elementos naturales. Transformó el mundo natural en un mundo, además,
cultural. Me pregunto si, por ejemplo, instalando chips, algo que ya se hace,
en los miembros humanos o mandando ondas cerebrales a los chips instalados
podemos acabar en una cultura en la cual lo que se ha transformado no es el
mundo, sino el hombre mismo, cambiado profundamente de resultas de la
aplicación de la técnica. Pero esto es ya fantasía y no sé si es el momento de
engañarme.”
Del bueno de Sampedro siempre sobre todo será recordable su encendida pedagogía sobre OTRO (MEJOR) y tan POSIBLE como... IMPRESCINDIBLE!
ResponderEliminarQue no se nos olvide.
Sampedro renegaba con frecuencia de su condición de economista, pero no creo que sea por eso por lo que se le quiere y admira tanto. Cuando hace unos meses jóvenes de todo el país replicaron con entusiasmo por redes sociales la entrevista que le hizo Évole se estaba celebrando, en realidad, una forma concreta de entender y explicar la economía. En ese vídeo Sampedro explica con rigor y claridad algunos rasgos básicos del capitalismo, las crisis, los mecanismos sociales y psicológicos que explican que la condición humana soporte niveles de sometimiento como los que vivimos ahora.
ResponderEliminarCuando nos hablan de la prima de riesgo en los telediarios, se nos hace evidente que no nos están dando las claves relevantes para entender la situación actual. Sin embargo, cuando Sampedro nos habla de capitalismo, acumulación, desahucios, dignidad y miedo, descubrimos los temas verdaderamente importantes, sobre los que esta sociedad tendría que atreverse a discutir si de lo que se trata es de entender qué nos está pasando.
Y es que la economía debería servir para eso (…) La mayor parte de los manuales que hay en las bibliotecas y las pizarras que pueden verse en las aulas de las facultades reflejan modelos muy sencillos, que acotan y simplifican hasta el extremo el objeto a analizar. Sin embargo, a lo que nos enfrentamos al tratar de entender la realidad económica es más bien a fenómenos y procesos complicados, que siempre son resultado de múltiples factores.
Éstos, además, no sólo tienen naturalezas diversas —técnica, social, política, psicológica—, sino que además interactúan entre sí. La realidad económica, por otra parte, es dinámica, por lo que los procesos económicos más que como sucesión de puntos de equilibro (fotos en una pizarra) han de entenderse en continua transformación endógena (…) Por último, quienes defendemos que la realidad económica es muy compleja no queremos decir con ello que sea caótica: está estructurada.
En el caso de una sociedad capitalista, como la nuestra, su estructura básica se organiza en clases sociales. Es decir, nuestra posición colectiva dentro del proceso económico se define en gran medida —no de forma exclusiva— según tengamos la necesidad o no de vender nuestro tiempo de trabajo para subsistir. Dotar de cierta coherencia a la realidad económica que tratamos de explicar requiere por tanto la consideración de sujetos colectivos que tienen intereses divergentes, distinta capacidad para cumplirlos, y la posibilidad de desplegar estrategias más o menos eficaces para intentarlo.
La visión ortodoxa y dominante expresa los principales dilemas económicos en términos individuales —el sujeto relevante es el consumidor—, estáticos —no hay fuerzas endógenas que impulsen cambios—, y de equilibro —inexistencia de conflictos de ningún tipo—. Frente a ello, la mayor parte de la economía crítica reivindica una visión, que podríamos llamar “economía política”, radicalmente distinta para la que Sampedro creó y difundió herramientas de gran valor. (…) del “enfoque estructural”: libros fundamentales, en los que hemos aprendido y con los que discutimos, como Realidad Económica y Análisis Estructural (1961, Aguilar), Conciencia del Subdesarrollo (1972, Salvat) o Estructura Económica. Teoría Básica y Estructura Mundial (Ariel, 1973).
A finales de los años 1990 la asociación estudiantil Economía Alternativa organizó un concurso y le invitamos a entregar el premio. En trayecto al aula donde celebramos el acto, vimos varias pintadas. “La economía es gente, no curvas”, decía una. Y a nosotros —autores de la misma— nos encantó que le encantara. Dijo que nos animaba a estudiar mucho, porque la economía era muy importante. Si el desastre que estamos viviendo fuera inevitable podrían cerrarse todas las facultades de economía. Pero no lo es. De hecho, en las plazas, en la calle, en las casas, cada vez se se discute más.
Bibiana Medialdea
Los datos indican que uno de los efectos queridos, o quizá perseguido, con la revolución neoliberal a mediados de los 1970 fue incrementar desigualdades. Pero es en el proyecto de la UE donde aparece de forma más clara el intento de subversión del capital respecto a las ataduras democráticas (…) El Estado Social de Derecho se basa en 4 unidades: comercial, monetaria, fiscal y política. Pero las 2 primeras generan desequilibrio regional, tanto en tasas de crecimiento como en paro, paliado parcialmente mediante la fiscal más la política.
ResponderEliminarUNIÓN política implica que todos los ciudadanos tienen mismos derechos y obligaciones independientes a su lugar de residencia. La fiscal, consecuente a la política y de actuación redistributiva del Estado en el terreno personal (quien más tiene paga más y recibe menos), realiza también redistribución en el regional, que compensa desequilibrios creados por el mercado; lo vemos en comportamiento de cualquier Estado, federal o no, por liberal que sea.
Incluso cuando tras la II Guerra Mundial, los aliados -a fin de vetar que Alemania pudiese repetir comportamientos pasados- imponen su partición y dividen la zona occidental por una serie de Länder, tienen muy presente la necesidad del equilibrio interterritorial obligando (…) al que fuertes Estados ayuden a los más débiles con “el fin de mantener uniformidad en condiciones de vida”. Asimismo en 1991 con la unificación de ambas Alemanias se creó el pacto de solidaridad por el que los 5 länder del Este recibían, y hasta 2019 seguirán, 105.000 millones para paliar su déficit en infraestructuras y 1.000 más anuales por asistencia social o desempleo. Todo ello se financia con el impuesto de solidaridad, recargo del 7,5% sobre la renta hasta 1998, que pasó al 5,5%.
La Unión Monetaria europea ha roto tal equilibrio creando unidad comercial y monetaria pero sin que se dé ni buscar, la fiscal o política entre países, lo que genera una situación económica anómala (…) La renta per cápita germánica, que antes de crear el Euro perdía posiciones respecto a medias europeas, a partir de constituirse la UM las gana; mientras que la mayoría de los otros miembros en la Eurozona pierden. El mantenimiento del mismo tipo de cambio entre Alemania y el resto de países empobrece a estos y la enriquece; genera enorme superávit en la balanza de pagos del primer país mientras en las de otras naciones provoca déficit insostenible. Crea empleo alemán y lo destruye para los demás.
La UM no solo está incrementando disparidad y enfrentamientos entre países, sino que propicia fuerzas centrífugas dentro de cada cual: algunas CC.AA aspiran al modelo fiscal de desarticulación europeo y al incurrir dentro del país en desequilibrios territoriales semejantes a los generados por la Eurozona. Cataluña o la Italia del Norte se preguntan cómo tienen que financiar ellos Andalucía o la Italia del Sur, si Alemania no lo hace, obteniendo beneficio mayor en la unión mercantil, monetaria y financiera (…)
Es la REBELIÓN DE LOS RICOS. En España, pese a diferencias de renta entre regiones bastante mayores que de Alemania (la 4 primeras -País Vasco, Madrid, Navarra, Cataluña- casi doblan a 2 últimas, Extremadura y Andalucía), también se ha producido... comenzando porque Navarra y País Vasco lograron introducir en la Constitución régimen fiscal especial, concierto, que al margen de toda política redistributiva los deja.
Aunque el nacionalismo catalán lleva tiempo protestando por ‘exceso de solidaridad’, en el caso de no conceder a Cataluña régimen de financiación parecido (…) incluso políticos madrileños comienzan a quejarse de que no tratan adecuadamente a Madrid. Así vemos la pretensión por los ricos de ROMPER MECANISMOS REDISTRIBUTIVOS (…) Modelo, amén de injusto, totalmente inviable; pues la ruptura fiscal y presupuestaria entre regiones conduce a romper también la unidad monetaria y de mercado.
JF Martín Seco, 12.4.13