viernes, 9 de noviembre de 2018

“Cada vez más a la escucha... y deberíamos educarnos, en discriminación sentimental"

 
 
(Se lo explica Chantal Maillard a la entrevistadora, Nuria Azancot, para una última entrega que nos ha legado 'El Cultural' y así dijo...)
  
Chantal Maillard, la más belga de las pensadoras andaluzas (y la más malagueña de las poetas orientales), es doctora en Filosofía Pura. También vivió largo tiempo en Benarés (India), donde se especializó en Filosofía y Religión india (“Vine a no saberme, vine a estar” escribió en sus diarios años más tarde), y hoy es profesora de Estética y Teoría de las Artes en la Universidad de Málaga.
    
Especialista en la obra de María Zambrano, es además una traductora excepcional. Suya es la versión castellana de los deslumbrantes Escritos sobre arte de Henri Michaux que publicó Vaso Roto hace unos meses.

Ahora, casi a su pesar, coinciden en librerías un ensayo, ¿Es posible un mundo sin violencia?, y el poemario Cual menguando, protagonizado por Cual, su alter ego. Y ella se confiesa feliz, porque su reverso no siempre la acompaña: “No, Cual aparece cuando logro ausentarme de mí. Es mi lado más amable, el más divertido”. Y dice más. Que todos los trajes de su personaje (el de primavera, el de olvido, el de construir metáforas) le sientan bien, y que en este poemario, Cual menguando, “hay un punto más de rebeldía contra los géneros”. Que es su estrategia para encontrar fórmulas que se adapten mejor a lo que quiere decir. Y en este caso, se trata además de “recuperar la extrañeza. O cierta ingenuidad”, proclama. Con todo, no intenta trascender los géneros, sólo concertarlos sin que ninguno pierda su singularidad.

Por eso en las teatrales Cinco piezas breves que el libro también incluye, ha renovado su apuesta por el lenguaje, considerado como un arma de doble filo, ya que, “por un lado permite que la realidad se haga comunicable y nos hace perder de vista la auténtica dimensión de las cosas por otro. El lenguaje normaliza, y esto hace que perdamos la capacidad de extrañarnos. ¿Cómo recuperarla? Alterando el lenguaje -una opción que utilizo en los poemas- o trayendo a escena personajes que actúen de modo diferente, seres que, al margen de la norma (a-normales) nos desconcierten y nos lleven a sospechar de aquello a los que acostumbramos”.

Y el mundo deja de ocurrir

Lo cierto es que Maillard no se siente feliz con las etiquetas. En realidad las odia, segura de que “en cuanto te la cuelgan llevas el precio incluido”. Y por eso niega la mayor y no se considera poeta, “aunque escriba eso que llaman poemas. En cambio puedo sentirme Cual de vez en cuando. Entonces el mundo deja de ocurrir para mí, o ante mí. Deja de haber diferencia entre el zumbido de una avispa y mi voz, entre el caminar de un insecto y el mío. Y eso está bien”.

Otro refugio puede ser recurrir al pasado para comprender la realidad, pero, aunque en Cual menguando leemos que “Contar es de memoria. Las palabras / también son de memoria”, para Maillard los recuerdos “entendidos como las huellas que no nos sirven para actuar” acaban siendo lastres en realidad. A su juicio, la memoria no deja de ser impresiones, huellas, en la conciencia. Y hay huellas imprescindibles, “a las que acudimos para reconocer las cosas. Llamamos inteligencia a ese reconocimiento”, y otras , en cambio, cargadas de sensación o sentimiento, “que nos traen de vuelta una y otra vez al mismo pliegue. Esto sólo resulta útil si el presente no nos compensa y si sabemos elegir el pliegue”. 

Acostumbrada a vivir entre mundos y géneros aparentemente ajenos, Maillard descubre el hilo conductor que relaciona sutilmente el poemario Cual menguando y ¿Es posible un mundo sin violencia?, su último ensayo. Y ese hilo es “Nosotros”. “Sí -explica- , ‘Nosotros' es por quienes se pregunta Cual al final de la primera pieza de Cual menguando, y acerca de lo que su interlocutor Fiam, en cambio, no tiene dudas. Ese mismo ‘nosotros' es el que reencontramos al final de la propuesta utópica que lanzo en este breve ensayo sobre la violencia. Un nosotros que trascienda esos límites a cercos de pertenencia para los que estamos acostumbrados”. 

Lo cierto es que en ambos libros resuenan palabras como entendimiento, guerra, violencia, poder... Son los temas que se enseñorean del libro de Vaso Roto, a partir de una certeza, la de que vivimos en un universo por naturaleza violento. Y Maillard arroja al lector desde estas páginas, como un reto, la pregunta de si somos capaces de no añadir a la natural violencia aquella que nos caracteriza como humanos, la que se ejerce por placer o por codicia. Si seremos capaces de ampliar el marco de nuestras pertenencias (territoriales, grupales, específicas, etc.) para que esto sea posible. 

Su apuesta no admite enjuagues: se trata de apostar de manera inequívoca por una ética de la compasión, que ella explica así: “La violencia que nuestras naciones ejercen -y de la que nos beneficiamos- siempre ocurre en otro lado: otras tierras, otras selvas o, simplemente, el sótano de otros edificios. La falta de empatía ocurre cuando pensamos que no nos concierne, y no nos concierne aquello que no consideramos como propio. Por eso es importante ampliar el cerco de pertenencia y reemplazar la moral del semejante -la del prójimo (próximo)- por una ética de la compasión, mucho más abarcante. En un mundo global, la moral de grupo resulta ser una fórmula anticuada”. 


La compasión difícil

No es el único desafío que plantea el libro. También urge a educarnos en la “discriminación sentimental”, consciente de que el hombre actual vive inmerso en la representación y que recibimos la realidad por los mismos medios (la pantalla) y de la misma manera que los seriales. “El problema -comenta- es que no nos han educado para ser espectadores maduros y esto permite que seamos manipulados a través de nuestras emociones”. Por eso, la educación sentimental que propone ayudaría a entender cómo se generan las emociones y cómo se transforman en ideas y creencias. Un aprendizaje que debería formar parte de la asignatura de educación política de la que carecen los actuales planes de estudios. 

Nada complaciente, no teme perder lectores. Tampoco con su próximo proyecto, La compasión difícil, que publicará Galaxia Gutenberg en febrero. Un libro incómodo, en el que revela que le resulta cada vez más difícil compadecernos: “La compasión es cualquier cosa menos sentimentalismo; es ser capaz de padecer con otro. Es fácil compadecer con la víctima; no lo es tanto si se trata del verdugo, del asesino. No obstante, no puede hablarse de auténtica compasión si no somos capaces de entender que, en el fondo, no hay diferencia entre la víctima y el verdugo. De ahí que en la última parte del libro tengan lugar unas conversaciones con Medea. Una Medea anciana de siglos y ya de vuelta”.
@nmazancot
  
  
(Mas podemos añadir, útil: otra paralela conversación de la misma poeta editada por Alberto Gómez hace bien poco en el diario 'SUR'...)

¿Cómo ha evolucionado Cual, el ente protagonista del último libro, y para qué le ha servido a usted como escritora?

–Ha seguido a mi lado todo este tiempo (...) Al final de 'Hilos' la disminución de gestos, de palabras, había ido creciendo. Fue necesario tomar aire. Cual me permitió hacerlo, me hizo ver que era posible seguir viviendo con mayor despojamiento. Es un ser carente de todo deseo, sin necesidades. No tiene ideas. Vive pendiente de las musarañas, atento a todo lo que, enfrascados en nuestras intenciones o nuestros recuerdos, dejamos de percibir. No sé qué haría sin su compañía.

¿Es posible convivir con la muerte, comprenderla? 
 
–Todo ser viviente convive con su muerte. Desde que nació, en cada instante mueren las células que lo componen y nacen otras. Nada es en un individuo permanente. En nuestra cultura hacemos todo lo posible para evitar enfrentarnos a esa realidad, y esto es algo que nos pasa factura. La mejor manera de enfrentar la ausencia no es desviando de ella nuestra atención. Cuando no les otorgamos un lugar y un tiempo a los muertos en nuestra vida cotidiana ellos se alimentan en otros niveles de la conciencia y tarde o temprano afloran, dejándonos sin aliento. En otras culturas, los rituales cotidianos les procuran ese tiempo, de tal modo que el resto del día pertenece a los vivos. Así es más fácil convivir con ellos. 

¿No estaríamos entonces llorando «en los tiempos pautados», como criticaba en 'La mujer de pie'? 

–Tiene razón. La diferencia estriba en que hay quienes siguen las pautas establecidas por otros «porque hay que seguirlas» y quienes elaboran conscientemente sus propias estrategias de supervivencia. No se trata de reprimir el llanto, sino de que no nos inunde hasta ahogarnos... Si es que elegimos seguir con vida, claro, pues siempre está la opción contraria.

Desde hace años, su poesía tiende a lo esquelético, a despojarse de adjetivos y grandilocuencias. Esto es aun más perceptible en 'Cual menguando'. ¿Cómo lleva su lucha contra los grandes conceptos?
–Ya he dejado de luchar contra ellos. Viven su vida, como otros entes de ficción con los que convivimos, sólo que no les hago mucho caso. Es curioso, a menudo me parece ver a las personas caminando con una esfera repleta de ideas encima de la cabeza. En sus encuentros veo cómo esas esferas se juntan e inician su danza, una danza que a menudo termina en combate... Otras veces las esferas ni siquiera llegan a rozarse o incluso se repelen porque sus paredes han sido reforzadas como murallas defensivas. Las creencias son de ese tipo.
¿También a usted, como a Cual, le resulta más familiar el vuelo de una mosca que las relaciones humanas?
–¡Y tanto!
¿Pero no siente deseos, necesidad de relacionarse con otros?
–Sí, por supuesto, pero de uno en uno. Tres son multitud, ya sabe. Aunque la verdad es que me siento más a gusto con los otros animales. Y no precisamente los domésticos, a los que hemos humanizado en demasía.
«Que el sol se haya levantado cada 24 horas desde que lo recordamos no significa que vaya a levantarse mañana». ¿Cuál es el riesgo de dar cosas por sentado?
–Averiguar constantes a partir de las repeticiones de ciertos fenómenos es una necesidad práctica. Pero de la regularidad a la necesidad hay un paso. Que algo se considere normal no nos asegura su permanencia. Nada es permanente. Incluso el sol podría no aparecer una mañana si la tierra variase su órbita a causa de un meteorito. Así es la propia existencia. Sabemos que somos mortales, pero actuamos como si fuésemos inmortales. Creer que ciertas cosas son perdurables mantiene bajo nuestro nivel de angustia, pero la sensación de seguridad tiene un precio: la vida pierde la intensidad que la conciencia de lo efímero le otorga. Y es así cómo el planeta se puebla de muertos vivientes.
En su último ensayo aborda el exceso de soberbia y creencias y la falta de comprensión global. Le devuelvo la pregunta: ¿Es posible un mundo sin violencia?
–Un sistema en el que la vida se sostiene y depende de la muerte de otros es un estado de violencia. Si aceptamos la vida, hagamos lo que hagamos colaboramos con esa violencia, así que al menos hagámoslo sin hipocresía. Ahora bien, la pregunta es: ¿Podemos vivir los seres humanos sin añadir violencia a la violencia? ¿Seremos capaces de considerar como semejantes a todos los seres, sin distinción de razas ni de especies, y reconocer la mutua dependencia? ¿Seremos capaces de compadecer a todo aquello que existe sujeto a la maquinaria infernal del hambre?

Hace referencia a la compasión. ¿En qué momento distorsionamos su significado original?
–Compadecer significa sufrir el padecimiento ajeno, o sea, empatizar. Hubo un momento, en la historia de los pueblos cristianizados, en que esta palabra se desvirtuó y se utilizó como sinónimos de apiadarse, pero la compasión no tiene que ver con normas morales. Es espontánea.
Como profesora que fue, ¿qué le parecen los plagios y falsos títulos que van descubriéndose entre quienes gobiernan o aspiran a hacerlo?
Hace tiempo que la política se convirtió en una pantomima. La realidad se ha convertido en un espectáculo, pero el problema es que no nos han educado para ser espectadores maduros. Hace falta no sólo una educación política sino también una educación en las artes de representación que nos permita distinguir la manipulación a las que son sometidas nuestras emociones a través de la pantalla.
¿El problema es que nuestras emociones son manipulables o que las hemos anestesiado? Somos capaces de ver cualquier tragedia humana y seguir comiendo, como si relegáramos esos acontecimientos al orden contra el que usted arremetía en 'Matar a Platón', a lo normal.
–Que la manipulación sea posible y, además, tan fácil se debe en gran medida a que, al recibir lo que acontece como si fuese ficción, por los mismos canales y recortado en el mismo espacio de la pantalla, las emociones que puedan surgir serán experimentadas siempre con cierto grado de placer. La pena o el terror que podamos experimentar al ver una película no son los mismos que experimentaríamos ante un hecho real doloroso o temible. Por eso vamos al cine a llorar o a temblar de miedo. La representación transforma las emociones ordinarias en emociones placenteras. ¿Qué ocurre entonces si asistimos a lo real como si fuese una representación? La empatía, la compasión, el terror, se neutralizan. Y podemos, en efecto, seguir comiendo...
¿Algún diagnóstico reciente de la ciudad?
–Málaga (...) está compartiendo el destino de todas las ciudades que se han convertido en atracción turística. Parece que se ha confundido la cantidad con la calidad y el progreso con el crecimiento y la acumulación. La verdadera cultura no es la que se compra, sino la que se cultiva. De eso sabían quienes, a la caída de la tarde, se sentaban a escuchar los vencejos o a conversar tranquilamente bajo un árbol.

No hay comentarios:

Publicar un comentario