miércoles, 20 de diciembre de 2017

Ángela Figuera, poeta: un siglo de Honestidad paciente por el escribir. Indómit@ con Belleza

   

 PALABRAS… [editado en revista ‘Universidad de México’ por León Felipe, junio del 1958, dirigido a ella como prólogo para su poemario ‘Belleza cruel’ y luego reproducido desde varios diarios -cual ‘ABC’- con fechas consecutivas al inmediato 18 de julio...]
“Con estas palabras quiero arrepentirme y desdecirme, Ángela Figuera Áymerich... de cosas que uno ha dicho, de versos que uno ha escrito...

Porque yo fui el que dijo al hermano voraz y vengativo, cuando, aquel día, nosotros, los españoles del éxodo y del llanto, salimos al viento y al mar, arrojados de la casa paterna por el último postigo del huerto... Yo fui el que dijo:

‘Hermano... tuya es la hacienda... / la casa, el caballo y la pistola... / Mía es la voz antigua de la tierra. / Tú te quedas con todo / y me dejas desnudo y errante por el mundo... / Mas, yo, te dejo mudo... ¡mudo!... / Y ¿cómo vas a recoger el trigo / y a alimentar el fuego / si yo me llevo la canción?’

Fue éste un triste reparto caprichoso que yo hice, entonces, dolorido, para consolarme. Ahora estoy avergonzado. Yo no me llevé la canción. Nosotros no nos llevamos la canción. Tal vez era lo único que no nos podíamos llevar: la canción, la canción de la tierra, la canción inalienable de la tierra. Y nosotros, los españoles del éxodo y del viento... ¡ya no teníamos tierra!

Vosotros os quedasteis con todo: con la tierra y la canción.

Nuestro debió haber sido el salmo, el salmo del desierto, que vive sin tierra, bajo el llanto, y que sin garfios ni raíces se prende, se agarra, anhelante, de la luz y del viento.

Yo hablé también un día del salmo. ‘El salmo es mío’, dije, ‘el salmo es una joya que les dimos en prenda los poetas a los sacerdotes... y ahora lo rescato, me lo llevo, me lo llevo del templo, me lo llevo en mi garganta rota y desesperada...’ Y dije también: ‘El salmo fugitivo y vagabundo es el lenguaje justo del español del éxodo y del llanto’... Palabras, palabras nada más. Yo no me llevé el salmo tampoco. Nosotros no nos llevamos el salmo.

Al final todo se hizo grito vano, lamento hinchado, blasfemia sin sentido, palabras de un idiota llenas de estrépito y de furia que se perdieron como burbujas de hiel en el vacío... Y nos quedamos luego todos mudos... Los mudos fuimos nosotros... ¡Los desterrados y los mudos!

De este lado nadie dijo la palabra justa y vibrante. Hay que confesarlo: de tanta sangre a cuestas, de tanto caminar, de tanto llanto y de tanta justicia... no brotó el poeta.

Y ahora estamos aquí, del otro lado del mar, nosotros, los españoles del éxodo y del viento, asombrados y atónitos oyéndoos a vosotros cantar: con esperanza, con ira, sin miedos...

Esa voz... esas voces... Dámaso, Otero, Celaya, Hierro, Crémer, Nora, de Luis, Ángela Figuera Aymerich... los que os quedasteis en la casa paterna, en la vieja heredad acorralada... Vuestros son el salmo y la canción.”

(León Felipe, México D.F, 1958)

   
VIENTO DE AGOSTO

Al agua, no: me voy al viento, al viento, / jinete sin color de los caminos / en esta noche densa del verano. / Caliente tacto, labios pegadizos / espesos de perfumes y sabores; / porque durmió, de día, en los tomillos / y despeinó las cañas / y se arrolló en el tallo de los lirios; / ciñó, redondo, las redondas frutas / y acarició en las vides los racimos / y el flanco sudoroso de las bestias / en las eras del trigo... / / Quiero sentir sus manos apretadas / en mis cinco sentidos.
 
(de ‘Soria pura’, 1949)
 
     
Aunque la mies más alta dure un día

He de morir y a muerte me preparo / dando, a tan poco tiempo, tanta vida / que he de ganar de fijo la partida / y ha de lograr diana mi disparo. / / Mujer de carne y verso me declaro, / pozo de amor y boca dolorida, / pero he de hacer un trueno de mi herida / que suene aquí y ahora, / fuerte y claro. / /
 
Aquí y ahora estoy. Voy con aquellos / que siembran gozo y pan en la mañana / aunque la mies más alta dure un día. / / Los hombres lloran: lloraré con ellos; / seré su voz, la luz en su ventana. / Después, no sé. La muerte ya no es mía.
   
 
    
Jesús de Nazaret  /  (Dios hijo)  /  Cielo
 
Perdona que te escriba. De seguro / no harás cuenta de mí. Soy poca cosa. / Segundo López Sánchez, carpintero, / casado, con mujer y cinco hijos. / Trabajo en un taller. (Y las chapuzas.) / Soy uno de tus pobres. Pero ocurre / que ya no tengo fuerzas ni paciencia. /
 
Señor; mejor que bajes y lo veas. / Yo soy de pocas letras, mas decían / que fuiste del oficio cuando mozo. / No sé cómo andaría en aquel tiempo / lo de vivir del tajo y ser un pobre, / pero lo que es ahora es un milagro / mayor que el de los panes y los peces / poner algo en la mesa y repartirlo / para que llegue a todos. Haz la prueba. /
 
Ven a carpintear entre nosotros / y vive del jornal. Sudarás sangre / como en el huerto. Y sal por los caminos / y ponte a predicar como solías / contra los fariseos y repite / aquellos de los ricos y la aguja, / y echa a los mercaderes de la iglesia, / y a ver qué pasa. Y resucita a un muerto / de los prohibidos, y habla del reparto / y di que den lo suyo a quien lo gana. /
  
Si no te crucifican como entonces / es porque ahora, apenas se abre el pico / te hacen callar. Bonita está la cosa. / Señor, ven a ayudarnos, por tu Madre. / Que no digan ni Cristo lo remedia. / Que no somos tan malos como dicen. / Pero es ya mucho machacar el hierro. / Luego se pone al rojo y se arma una, / y, en fin, no canso más, tú te harás cargo. / De obrero a obrero te lo pido y firmo: / tu humilde servidor, / Segundo López
 
(del ‘Víspera de la vida’, 1951)
     
 
REBELIÓN
 
Serán las madres las que digan: Basta. / Esas mujeres que acarrean siglos / de laboreo dócil, de paciencia, / igual que vacas mansas y seguras / que tristemente alumbran y consienten / con un mugido largo y quejumbroso / el robo y sacrificio de su cría. / / Serán las madres todas rehusando / ceder sus vientres al trabajo inútil / de concebir tan sólo hacia la fosa. / De dar fruto a la vida cuando saben / que no ha de madurar entre sus ramas. / No más parir Abeles y Caínes. / Ninguna querrá dar pasto sumiso / al odio que supura incoercible / desde los cuatro puntos cardinales. / /
 
Cuando el amor con su rotundo mando / nos pone actividad en las entrañas / y una secreta pleamar gozosa / nos rompe la esbeltez de la cintura, / sabemos y aceptamos para el hijo / un áspero destino de herramienta, / un péndulo del júbilo a la lágrima. / Que así la vida trenza sus caminos / en plenitud de días y de pasos / hacia la muerte lícita y auténtica, / no al golpe anticipado de la ira. / /
 
¿Por qué lograr espigas que maduren / para una siega de ametralladoras? / ¿Por qué llenar prisiones y cuarteles? / ¿Por qué suministrar carne con nervios / al agrio espino de alambradas, / bocas al hambre y ojos al espanto? / / ¿Es necesario continuar un mundo / en que la sangre más fragante y pura / no vale lo que un litro de petróleo, / y el oro pesa más que la belleza, / y un corazón, un pájaro, una rosa / no tienen la importancia del uranio?  
 
(en ‘El grito inútil’, 1952)
  
  
LA ROSA INCÓMODA
  
A esto nada menos hemos llegado, amigos, / a que una fresca rosa nos lastime la mano. / / La tengo. Es inaudito. Es realmente una rosa. / Tan bella y delicada. / Oh, demasiado bella y delicada / para llevarla en triunfo por la calle, / para ponerla al lado de un periódico / para alternar con tanto futbolista / o viajar en las sucias apreturas del metro. / /
 
¿No veis? Es tan absurdo. Es casi un compromiso. / No sé qué hacer con ella. / Me nació. Y es tan mía que no puedo dejarla / marchitarse en la sombra de mi alcoba sin lluvia / ni meterla en asfalto / ni atarla en la veleta de cualquier rascacielos / ni echarla por la boca de alguna alcantarilla. / /
 
Y no puedo tampoco, tan viva y tan brillante,
/ prendérmela en el pecho, / igual que si llevara / mi corazón desnudo a los ojos extraños. / No sería decente. / Y menos colocarla en mis cabellos. / (Son ya grises, amigos). Bastante me he arriesgado / publicando mis años sin quitar una fecha / y mis largos poemas con la sangre en los bordes. / /
 
Lo confieso: me encanta contemplarla a hurtadillas,
/ tan tierna e inocente como antes de la culpa. / Como antes de esta paz y aquella guerra, / como antes de tan lindos sonetos a la rosa. / Tan clara y evidente como en los días santos / cuando las rosas iban con el hombre / sintiéndose seguras, / y el laurel y el olivo prosperaban en casa, / y era cosa admitida / que las aves bajaban a cantar sobre el hombro / de cualquier transeúnte. / Sí, me gusta mirarla, pero siento vergüenza. / Temo encontrarme con cualquier conocido. / ¿Cómo estás? Muy bien, gracias. ¿Y esa rosa? ¿Esa rosa?
 
(de ‘Belleza cruel’, 1958)
 
        
CREO EN EL HOMBRE
 
Porque nací y parí con sangre y llanto; / porque de sangre y llanto soy y somos, / porque entre sangre y llanto canto y canta, / creo en el hombre. / / Porque camina erguido por la tierra / llevando un cielo cruel sobre la frente / y el plomo del pecado en las rodillas, / creo en el hombre. / / Porque ara y siembra sin comer el fruto / y forja el hierro con el hambre al lado / y bebe un vino que el sudor fermenta, / creo en el hombre. / /
 
Porque se ríe a diario entre los lobos / y abre ventanas para ver los pinos / y cruza el fuego y pisa los glaciares, / creo en el hombre. / / Porque se arroja al agua más profunda / para extraer un náufrago, una perla, / un sueño, una verdad, un pez dorado, / creo en el hombre. / / Porque sus manos torpes y mortales / saben acariciar una mejilla, / tocar el violín, mover la pluma, / coger un pajarillo sin que muera, / creo en el hombre. / /
 
Porque apoyó sus alas en el viento, / porque estampó en la luna su mensaje / porque gobierna el número y el átomo, / creo en el hombre. / / Porque conserva un cajón secreto / una ramita, un rizo, una peonza / y un corazón de dulce sus letras, / creo en el hombre. / / Porque se acuesta y duerme bajo el rayo / y ama y engendra al borde de la muerte / y alza a su hijo sobre los escombros / y cada noche espera que amanezca, / creo en el hombre.  
 
(del ‘Toco la tierra. Letanías’, 1962)
  
    
Niño-dios  /  (Villancico para cantar / cualquier día del año.)
 
Tenemos que ir a verle. / Él es un niño-dios. / / Nació en la casa apuntalada. / (No es Navidad en las iglesias.) / Él es un niño-dios. / / Su padre gana poco y bebe mucho. / (Las varas no florecen en su mano.) / Él es un niño-dios. / / Su madre va por las esquinas. / (Jamás ha visto ningún ángel.) / Él es un niño-dios. / / No tiene cuna ni pesebre, / no hay buey ni mula. (Sólo un gato.) / Él es un niño-dios. / /
 
No irán pastores a adorarle. / No habrá presente de los Magos. / (Falta la estrella que los guíe.) / Él es un niño-dios. / / Hay mil Herodes que lo acechan, / no hay un Egipto que lo acoja. / La cruz le espera a cada paso. / Él es un niño-dios. / / Nació en la casa apuntalada, / es feo, triste y malpocado. / Pero tenemos que ir a verle; / besar sus pies desnudos / (acaso nos perdone nuestras culpas), / porque es un niño-dios.
 
(en ‘Cuentos tontos para niños listos’, 1979)
    
     
Nadie sabe
   
Abre tus ojos anchos al asombro / cada mañana nueva y acompasa / en místico silencio tu latido / porque un día comienza su voluta / y nadie sabe nada de los días / que se nos van y luego se deshacen / en polvo y sombra. Nadie sabe nada. / / Pisa la tierra, vierte la simiente, / coge la flor y el fruto: sin palabras, / pues nadie sabe nada de la tierra / muda y fecunda que, en silencio, brota, / y nadie sabe nada de las flores / ni de los frutos ebrios de dulzura. / /
  
Mira la llamarada de los árboles,
/ bebiéndose lo azul: contempla, toca / la piedra inmóvil de alma intraducible / y el agua sin contornos que camina / por sus trazados cauces, ignorándolos. / Sueña sobre ellos. Sueña, sin decirlo. / Pues nadie sabe nada de los árboles / ni de la piedra ni del agua en fuga. / /
 
Mira las aves altas, desprendidas,
/ limando el sol al golpe de sus alas; / toma del aire el trino y el gorjeo, / pero no quieras traducir su ritmo, / pues nadie sabe nada de los pájaros. / / Mira la estrella, vuela hacia su altura, / toma su luz y enciéndete la frente, / pero no inquieras del remoto arcano / pues nadie sabe nada de la estrella. / /
 
Besa los labios y los ojos; goza
/ la carne del amante sazonada / secretamente para ti; acomete / con decisión humilde la tarea / del imperioso instinto: crece en ramas / mas nada digas del tremendo rito / pues nadie sabe nada de los besos, / ni del amor ni del placer, ni entiende / la ruda sacudida que nos pone / al hijo concluido entre los brazos. / /
 
Clama sin grito, llora sin estruendo
/ pues nadie sabe nada de las lágrimas. / / Vete a hurtadillas, con discreto paso. / Traspasa quedamente la frontera. / Pues nadie sabe nada de la muerte.
   
(de ‘Canciones para todo el año’, 1984)
   
 
 

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