jueves, 14 de septiembre de 2017

El hoy siempre con poesía -Sánchez Rosillo- celebrable. ¡Aun acá, sola mente, tan bien...!

  
  
             LA  LUZ
    
No se puede prever. Sucede siempre
cuando menos lo esperas. Puede pasar que vayas
por la calle, deprisa, porque se te hace tarde
para echar una carta en correos, o que
te encuentres en tu casa por la noche, leyendo
un libro que no acaba de convencerte; puede
acontecer también que sea verano
y que te hayas sentado en la terraza
de una cafetería, o que sea invierno y llueva
y te duelan los huesos; que estés triste o cansado,
que tengas treinta años o que tengas sesenta.
Resulta imprevisible. Nunca sabes
cuándo ni cómo ocurrirá.
                                                        
Transcurre
tu vida igual que ayer, común y cotidiana.
"Un día más", te dices. Y de pronto,
se desata una luz poderosísima
en tu interior, y dejas de ser el hombre que eras
hace sólo un momento. El mundo, ahora,
es para ti distinto. Se dilata
mágicamente el tiempo, como en aquellos días
tan largos de la infancia, y respiras al margen
de su oscuro fluir y de su daño.
Praderas del presente, por las que vagas libre
de cuidados y culpas. Una acuidad insólita
te habita el ser: todo está claro, todo
ocupa su lugar, todo coincide, y tú,
sin lucha, lo comprendes.
                                                        
Tal vez dura
un instante el milagro; después las cosas vuelven
a ser como eran antes de que esa luz te diera
tanta verdad, tanta misericordia.
Mas te sientes conforme, limpio, feliz, salvado,
lleno de gratitud. Y cantas, cantas.

 
 

   
     ALABANZA DE LA NOCHE  (11 de junio de 1976)
 
La luz los separaba. No podían
acomodar sus ojos al dolor que la mañana
derramaba en su mundo, en el tierno desorden de sus

                                                                             cosas.
El día le dictaba a la indolencia normas de claridad,
difíciles caminos bajo el sol.
 
Malgastaban su tiempo en trabajos extraños,
en tareas que les eran ajenas y que las horas
dejaban en sus manos de repente.
 
Y transcurrían siglos de silencio, inacabables
épocas de sed, grandes espacios de flores muertas,
Pero al fin la triste respiración de la ciudad cansada
les decía que comenzaba a regresar el atardecer.
Posaban la mirada en las lejanas cumbres. Presentían
que en el rumor oscuro de sus árboles
ya estarían las aves buscando su cobijo,
su humilde refugio de verdor apagado.
  
Entonces olvidaban la larga separación,
rompían las ataduras de la luz
y se encontraban de nuevo en el límite exacto de la sombra.
  
Porque la noche los unía, los empujaba suavemente
al lecho en que los cuerpos celebran los ritos de la

                                                                      inmediatez,
al reino de la inocencia y de lo verdadero.

 
 
 
           EL POEMA  (27 de febrero de 1974)
  
A veces me tropiezo con tu sonido. Escucho
un eco que golpea las paredes del sueño
y oigo en mi pulso un ritmo de aventura y suicidio.
La noche se hace entonces laberinto. Mis pasos
penetran en el bosque, presienten el encuentro.
Me acerco a los lugares donde la muerte esconde
el vértigo y la luz de su relámpago.
Para todo soy ciego si este dolor me acecha:
la destrucción buscada es la vida más honda.
Ya no puedo escapar, tu voz es cárcel;
la orden se hace canción, llanto quemado,
lucidez delirante, tiempo entero.
Me rodean las cosas; en la penumbra gimen
y esperan que las nombre, que mis manos
impriman un color a su destino,
esculpan una forma en su carne reciente.
Me olvido del silencio, de la larga sequía;
la soledad se puebla de jadeos y gritos;
giran los signos y la sombra acepta
mi fiebre sacudida, mi pasión levantada.
Me pierdo en el camino, regreso. Al fin descifro
la secreta escritura, el vértice sonoro;
todo termina y callo. Tiembla la noche. Cae
una gota de lumbre sobre el papel en blanco.

  

  
 

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