martes, 28 de febrero de 2017

Memoria social.

 
La omnipresente Casta (política-mercantil-administrativa-institucional-mediática) está en su salsa del azuzar, los hunos u otros, con ese oxímoron que se denomina 'Memoria histórica'... Y sin embargo una verdadera Historia no debía hipotecarse por apellido alguno; mientras nuestra Memoria ha de ampliar anteojeras.
 
 
Interesante recordatorio al hilo de un texto crítico reciente: "No he leído aún la última novela de Kazuo Ishiguro, 'El gigante enterrado' (Anagrama), aunque me propongo hacerlo. Lo que sí he leído, de momento, son algunas de las entrevistas que se han publicado con motivo del lanzamiento del libro, en particular la [...] del año 2016, hecha por Tom Tivnan. Muy al comienzo de la misma, me llamaron la atención los términos en que Ishiguro formulaba uno de los temas principales de su novela: la “memoria social”, es decir, “cómo las naciones recuerdan u olvidan y construyen narrativas colectivas, en ocasiones (pero no siempre) para enterrar verdades desagradables o inconvenientes”. Este último entrecomillado corresponde a palabras de Tom Tivnan en las que parece glosar las del propio Ishiguro. Como sea, es éste quien pone como ejemplo el caso de Francia tras la Segunda Guerra Mundial.

Según Ishiguro, “tras la ocupación nazi Francia decidió recordarse a sí misma como una nación de bravos combatientes de la Resistencia en lugar de colaboradores”. Y añade el escritor:
“Esta es la razón por la que después de la guerra surgieron el 'Nouveau Roman' y la 'Nouvelle Vague'. En aquel momento, intencionadamente o no, toda la tradición narrativa previa fue condenada al olvido porque se la consideró poco sofisticada. Pero lo que ocurría es que ya no se podía tener a un Balzac examinando como un forense qué había pasado durante los años de la guerra. Ya no se podía ir hasta ese lugar, pues el país se habría desgarrado, se habría destruido a sí mismo”.
   

Resulta tentador, casi inevitable, proyectar esta consideración sobre el “caso” español y lo que ocurrió en este país tras la muerte de Franco. También aquí, durante los años de la hoy tan cuestionada Transición, se optó por mirarnos en un espejo favorecedor y, a este efecto, condenar al olvido toda la tradición narrativa previa por considerarla -vamos a decirlo así- poco glamurosa. Si bien lo que surgió no fue, ni mucho menos, nada tan extremo como el 'Nouveau Roman', ni tan germinal como la 'Nouvelle Vague'. Lo que prosperó por estos pagos fue más bien un voluntarioso adanismo que sirvió para que no pocos mezclaran, confundiéndose, los conceptos como “normalidades” y “convención” o “cultura democrática” y “comercialidad”.

En los términos con que lo plantea él mismo, aquel tema [suscitado des]de la nueva novela de Ishiguro parece concernir muy directamente a una sociedad como la española, cuya “memoria social” no habría sido aun convenientemente consensuada, como bien a las claras las reclamaciones de una recalcitrante “memoria histórica” dejan. Las mismas “verdades -desagradables o inconvenientes-...” que algunos han pretendido enterrar hay otros que insisten tozudamente en exhumarlas, los relatos se impugnan mutuamente, y así no hay modo de hilvanar, ni explícita ni tácitamente, esa “narrativa colectiva” imprescindible para la construcción de esa forma de comunidad que se reconoce bajo el nombre de nación, ya en sí misma problematizada y cuestionada.
   

  
La forma tan sumaria con que, durante aquellos años en la Transición, se despachó una tradición narrativa mucho más cuestionadora de lo que se suele pensar, la ligereza con que se simplificaron los propósitos y los alcances de lo que, metiéndolo todo en un mismo saco, se englobó bajo la etiqueta de “realismo” -tanto más desdeñosamente si se le añadía el calificativo de “social”-, no fueron suficientes para sofocar el impulso escrutador y crítico que animaba a construir una narrativa distinta de la que se impuso en los años 1980.

 
E
n cualquier caso, la nueva narrativa no contribuyó a evitar el desgarramiento de la sociedad española, que no cesa de padecer, debido: por una parte, a sus discrepancias internas sobre qué le conviene recordar y qué olvidar; y, por la otra, a su endémica ineficacia a la hora de urdir relatos integradores, de cualquier naturaleza [entendiendo por tales no tanto los que se revelan capaces de una aprobación más o menos unánime -objetivo improbable, y ni siquiera deseable- como los que aciertan a integrar en sus planteamientos los elementos necesarios para reflexionar discutiendo con amplitud y complejidad las realidades compartidas, a efecto del intentar asumirlas conjuntamente]."
 

3 comentarios:

  1. Lo ha recordado Ramón Pedregal Casanova:

    ‘… En la posguerra con cientos de miles de republicanos fusilados o encarcelados, en medio de la dictadura franquista, acechándoles los peligros que habían caído sobre los demócratas en general y los escritores demócratas en particular, son los autores del realismo social quienes van a reivindicar la dignidad de los trabajadores, van a requerir la conciencia de lo social, van a señalar la realidad del pueblo en general y del proletariado en particular y apoyar su lucha en pos de la derrota del fascismo.

    Tomo de Armando López Salinas, ejemplo de escritor comprometido y escritor del realismo social, una cita que hace de Mariano José de Larra para dar testimonio de su vínculo con éste otro gran escritor que no cejó en su intento de transformar la realidad española mediante sus escritos:

    “Al director del Español”, periódico de la época, año mil ochocientos treinta y tantos: “En el Ministerio de Mendizábal he criticado cuanto me ha parecido criticable, y de ello no me retracto, cualquiera que sea el partido o la popularidad que pueda tener en su favor y los medios que ponga en práctica en el día para hacer la oposición; lo mismo pienso hacer ahora con el actual, cualquiera que sea la fuerza que como gobierno tenga en su favor, porque si hay alguien quien pueda tener miedo a los alborotos, a las multas o a la cárcel yo no me siento con miedo de nadie. Y lo mismo pienso hacer con cuantos ministros vengan detrás, hasta que tengamos uno perfecto que termine la guerra civil y dé al país las instituciones que, en mi sentir, reclama; el acierto es, pues, el único medio de hacer cesar mis críticas, porque en cuanto a alabar, no es mi misión, ni creo que merezca alabanza el que hace su deber. Por ahí inferirá usted que tengo oficio para rato”.

    Para los escritores del realismo social, cuenta Armando López Salinas, lo fundamental era el apasionamiento con que asumían la realidad social para su literatura, que “no era tanto una cuestión de orden estético como de integración entre el escritor y un pueblo humillado y vencido tras la guerra civil”. Bajo aquel momento histórico de valores sociales despojados, la realidad es la fuente de los escritores con signos de conciencia. Armando López Salinas recuerda las declaraciones de varios escritores a la revista francesa “Lettres Francaises”:

    José Manuel Caballero Bonald: “Hace seis o siete años, como tantos otros me desperté frente a la realidad histórica de mi país y quise testimoniar que en ella veía. La realidad española está al alcance de todo aquel que quiera mirarla y comentarla. He tratado de reflejar la realidad con la mayor objetividad posible”.

    Antonio Ferres: “La realidad es para mí la única fuente viva de la obra literaria. La realidad española es fácil de ver, y de ahí que la enfoque unas veces en tanto que denuncia de las condiciones sociales y otras como un compromiso frente a las fuerzas que desean disfrazar esta realidad”.

    Alfonso Grosso: “Intento, como otros hombres de mi generación, testimoniar e inquietar. Adopto una actitud de denuncia y, desde luego, francamente “engagé”.

    Juan García Hortelano: “Creo que la realidad española por la riqueza de temas que ofrece, facilita la tarea al narrador y que solamente el elegir plantea ya un problema. En un país culturalmente poco denso el novelista debe esforzarse antes que nada en dar fe de la realidad en que vive”.

    Armando López Salinas: “El servicio que puedo prestar a otros hombres en mi país es el de desvelar las relaciones sociales, mostrar el mundo tal y como creo que es”...’

    . . . . . . . . . . . . . . . . . . [continuará]

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    1. [Continúa]

      ‘… Se venía de un tiempo en el que los fascistas habían destruido las vías culturales, en el que se quemaban montañas de libros de autores prohibidos en el patio de la Universidad, en la plaza del Callao, en El Retiro (este caso lo cuenta González Santonja en “Los signos de la noche”) para inaugurar e iluminar en 1943 por primera vez en el periodo franquista la Feria del Libro de Madrid, y se estaba bajo una férrea censura ejercida como señala Juan Fuster, “por catedráticos y escritores de oficio”, teniendo entre las prohibiciones el idioma de las nacionalidades, llámese Cataluña, País Vasco o Galicia.

      A pesar de todo la novela del realismo social nace al calor de las huelgas y manifestaciones de respuesta al fascismo. Junto a la novela, otras manifestaciones artísticas se suman a la denuncia, teatro, cine, poesía, creando un frente cultural.

      En la punta de lanza de ese frente cultural está el mismo Armando López Salinas y declara al respecto: “…la España de los años 50 se nos muestra como un país asolado y desolado, sumiso respecto al miserable poder reinante a través de los relatos de …” y menciona a Carmen Laforet, Juan Goytisolo, Ferlosio, López Pacheco, Antonio Ferrés, José María de Lera, Alfonso Grosso, Juan Marsé, Caballero Bonald, Juan García Hortelano, y se hace obligado contar con él mismo, del que quiero mencionar los títulos de sus obras: “La mina”, novela; “Crónica de un viaje y otros relatos”, relatos; los libros de viajes: “Caminando por las Hurdes”, escrito junto con Antonio Ferrés, considerado como un verdadero documento antropológico; “Viaje al País gallego”, escrito junto con Javier Alfaya; y, “Por el río abajo”, escrito junto con Alfonso Grosso, libro que fue prohibido por la censura entonces capitaneada por Carlos Robles Piquer y por Manuel Fraga. Por el río abajo se publicó en Francia en 1966, 5 años después de ser escrito, debieron pasar 15 años para ser publicado en España.

      España iba a cambiar entre otras acciones por la llevada a cabo por escritores como Armando López Salinas, capaces de romper con el frente de la cultura el muro de ignorancia impuesto por el régimen fascista.

      Y así, en esta exposición saltamos al tiempo en que vivimos; durante los últimos años contamos con una literatura que como fuente de creación retoma la Memoria […]:

      - Josefina Aldecoa, con “Historia de una maestra”, para dar a conocer la acción de los maestros en la República;

      - Juan Eduardo Zúñiga, con un magnífico cuento, para recoger el sentir de los jóvenes bajo la primera etapa del fascismo, el despertar de la conciencia y el ejemplo de los internacionalistas;

      - Julio Llamazares, con “Luna de lobos”, novela sobre la guerrilla antifranquista;

      - Ramón Nieto, con “La Señorita B”, novela que recorre la conciencia de las clases sociales y sus posiciones ante el momento en que se vive;

      - Jesús Ferrero, con “Las trece rosas”, novela que toma el fusilamiento de aquellas 13 heroínas de las Juventudes Socialistas Unificadas como punto de referencia para andar por el ayer y hoy;

      - Luis Mateo Díez, con “Fantasmas de invierno”, novela sobre las condiciones en los ordenes secretos de la vida durante la noche oscura del fascismo y sobre la esperanza puesta en el futuro; y por último,

      - Isaac Rosa, con “El vano ayer”, novela sobre la creación de una novela representativa de nuestro tiempo frente a la propaganda institucional también novelesca que invisibiliza nuestro inmediato pasado, por lo que mientras se invita al lector a crear nos vamos sumergiendo en las luchas estudiantiles antifascistas, las persecuciones de la policía política, la referencia del PCE como principal resistente y el resultado de la primera etapa de la transición…’

      . . . (De “Memoria Histórica y Literatura”, 3.11.2010, en ‘Rebelión’)

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  2. Por qué deberían poner ‘PATRIA’ de Aramburu como lectura obligatoria en las escuelas:

    Esta última novela de Fernando A. no es solo literatura: sino un acontecimiento (…) aunque está construida sobre personajes ficticios, cuenta la verdad de ETA, de las víctimas invisibles, de las familias de los etarras, de la fractura incurable y del infierno de los pueblos regidos por el fascismo ‘abertzale’ (…)

    Para quien todavía no la haya leído, ‘Patria’ es la historia de dos familias enfrentadas, la de las víctimas que se niegan a ser víctimas y la de los verdugos que presumen de libertadores del pueblo vasco. Está contada a la manera detallista de Jonathan Franzen y es una espiral que desciende a las profundidades de la historia reciente de España con la sutileza de la novela psicológica. Pero también, como ha pasado con ‘La España vacía’ de Sergio del Molino, ‘Patria’ ya no es un simple libro. Se ha convertido en un tema de conversación.

    Por ejemplo, hoy le contaba a mi amigo Hernán Migoya que lo de Aramburu es tan contundente y tan fiero que podría barrenar los cauces tradicionales del discurso político sobre lo ‘abertzale’ de una parte de la izquierda. En la novela, el terror no son las bombas, sino un pueblo de cómplices y cobardes que dejan de saludar a la persona cuyo nombre aparece en las pintadas de amenaza. Migoya, que no la ha leído todavía, ha exclamado: “¡Así que por fin podemos decir que ETA era mala sin que nos llamen fachas!”.

    Luego me hablaba de sus noches de parranda en las ‘herriko tabernas’ de la Parte Vieja de San Sebastián, donde se encontraba unas huchas que no le dejaban más alternativa que sufragar con unos duros el terrorismo vasco o callar sus motivos para no hacerlo. Y yo le conté mi experiencia del Foro Social Europeo de París, festival antiglobalización al que asistí con 19 años. Por aquel entonces todavía vivía instalado entre la contradicción esquizofrénica para los izquierdistas españoles de mi generación, pero aquel Foro Social me aclaró las cosas.

    ¿Esquizofrenia? Sí. Yo había llorado siendo niño cuando mataron a Miguel Ángel Blanco pero escuchaba y cantaba las letras del rock radikal vasco sin darme cuenta de lo que me estaban contando. Y consideraba que el terrorismo era una lacra, pero galanteaba con los lemas —que si libertad, que si paz, que si hostias— con que los ‘abertzales’ hipnotizaron a parte de la izquierda española. En fin: esquizofrenia.

    Lo que pasó en aquel Foro Social Europeo fue que, en una de las ponencias, un grupo de mujeres ‘abertzales’ subieron al estrado a declamar las injusticias y represiones del Estado español ante un auditorio compuesto por jóvenes antisistema de todos los países de Europa. Mientras las escuchaba, no daba crédito. Era el año 2004 y aseguraron que el Estado seguía persiguiendo el euskera y que nadie escuchaba a los vascos, que querían la independencia y vivían amordazados.

    Fueron tan lejos en su retrato victimista, que en el turno de preguntas las llamé mentirosas y dije que el euskera era una lengua co-oficial (hecho que ellas habían omitido), que del reparto de votos en Euskadi no podía deducirse que los vascos quisieran la independencia, y que quien nos amordazaba a todos era la banda terrorista. ¿La respuesta? La multitud me abucheó, las ‘abertzales’ me llamaron facha, y supe que aunque ETA estaba ya casi militarmente derrotada habían vencido en la construcción del relato literario.

    Pues bien: hacia el final de ‘Patria’, un escritor (sospecho que el propio Aramburu) dice que su misión es derrotar a ETA también en la literatura. Y es exactamente lo que ha conseguido esta novela. La izquierda ‘abertzale’ trata de blanquear 4 décadas de atentados en democracia, pero ‘Patria’ pone las cosas en su sitio. Lo hace con justicia y con libertad. Lo hace sin solemnidad ni maniqueísmo

    J. Soto Ivars, 10/3/17

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