miércoles, 30 de abril de 2014

¿Por qué no emplear menos horas y vivir mejor siendo más productivos, sin malgastar tiempo?


Nos habían contado cómo cualquier Inflación es 'impuesto regresivo -e indirecto, lo peor...- para los pobres', por recortar capacidad adquisitiva en las rentas, y hoy aquí oímos con profusión esa última consigna unificada del que deberíamos 'temer más deflacionarias bajadas al Indice de precios': una vez logrado aplicarnos ya sus recetas anti-Crisis para 'mayor competitividad mediante devaluciones internas', pero de Salario solo, ahora se pretende frenar otra paralela rebaja del Beneficio empresarial o en la recaudación fiscal con que pagar el 'Rescate' financiero...
 
Si reducen su Coste Salarial, ¿no deberían costar menos [los IPC de] nuestras vidas? 
       
 
Por ello debemos buscar opiniones que se salgan de los asfixiantes paradigmas globales en este, hoy tan totalitario, Consenso -¡y para nada 'pensamiento'...!- Único; como ejemplo, dice Luis Garicano, un profesor de prestigio por otro lado sin posible tacha desde ninguna supuesta heterodoxia:
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“En el peor momento de La Gran Depresión escribió John M. Keynes un optimista ensayo titulado ‘Las posibilidades económicas de nuestros nietos’ prediciéndonos que disfrutaríamos de 100 años con muy elevada tasa del crecimiento económico; tras de lo cual en los países occidentales serían las rentas per cápita medias entre 4 y 7 veces mayores que por entonces, cuando se publicó el artículo, en 1930.
 
 
La primera parte de tal predicción resultó correcta. A pesar de qué negras parecían sus cosas entonces, y de lo negro que las vemos ahora, sin duda las 8 décadas que han pasado desde aquel pronóstico han supuesto un enorme crecimiento en la riqueza material. Si acaso, Keynes se quedó corto.
 
Por contra, la segunda de sus predicciones no pudo resultar más incorrecta. No sólo no trabajamos menos, sino que mantener el nivel de vida que deseamos supone angustia y estrés diarios, para muchos; el número de tareas pendientes acumuladas crece (…) Pasamos alrededor de 1 hora menos al día por adulto en actividades domésticas, pero este cambio no se transforma en ocio, sino que incrementa sustancialmente la participación laboral para las mujeres…
 
De hecho, esas mismas tecnologías por las que se reducen tareas rutinarias permiten al trabajo invadir gran parte de nuestras horas del ocio: respondemos los correos electrónicos del trabajo por las noches y los fines de semana, nos llevamos de vacaciones el ordenador portátil o lo usamos en parte para seguir en contacto diario con la oficina.
 
¿Cómo es posible que tanto avance y automatización tecnológicos no se hayan transformado en un incremento de nuestro tiempo libre, u ocios? ¿Por qué no estamos aprendiendo a “experimentar buena vida, o sus artes”, como (erróneamente) pensó Keynes que haríamos?
 
Una primera respuesta a esta paradoja puede ser que, aunque no seamos conscientes por ello, sí aumentó nuestro tiempo de ocio. Esperanzas de vida se incrementaron en 20 años, y la edad de jubilación disminuyó sustancialmente. Es pues indudable que la fracción que pasamos trabajando, en las 700.000 horas de vida que aproximadamente disfrutaremos como total, ha caído.
 
Mas (…) tampoco podríamos dar respuestas menos insatisfactorias hasta entender cómo buena parte de nuestro consumo no está destinado a satisfacer necesidades absolutas, sino relativas. No aspiramos sino a tener una mejor posición respecto a nuestros pares. Por ello son ‘bienes posicionales’, como los llamó Fred Hirsch, muchos de nuestros bienes; dependiendo su valor de aquello que consuman los demás.
 
Ello es en parte una consecuencia natural de la escasez. Muchos bienes son naturalmente limitados, y su consumo depende de que otros no los demanden; si la riqueza de los demás aumenta, deberé pagar más yo para conseguirlos. Las propiedades inmobiliarias en lugares particularmente deseables, son el mejor ejemplo de dicho fenómeno…
 
Pero hay otra razón: la competencia por el estatus es una competición ‘de suma 0’ (es decir, ‘lo que yo gano, tu lo pierdes’, como en tenis o ajedrez): si mis vecinos se compran una televisión plana de 40“, y me importa mi estatus relativo, “necesito” tener otra de 45; si tienen un Seat Ibiza, yo ‘necesito’ un VW Passat… No hay en ese tipo de bienes necesidades objetivas, sino que lo ‘normal’ se define por qué consumen los demás.
 
Que los bienes posicionales existen parece fácil de comprobar con un sencillo ejercicio de introspección, propuesto por Robert Frank. Supóngase que nos dan a elegir entre vivir en un hogar con 400 m2 cuando los demás tienen casas de 600, o hacerlo en una de 300 cuando son las otras de 200. Según él, la mayor parte de los que responden prefieren en esa pregunta una casa menor, pero siempre que sea ésta 'más grande a la de los demás'...
 
El resultado es que gran parte de la vida laboral se parece a una proverbial ‘escalada competitiva’. Trabajamos más para conseguir avanzar posiciones respecto a los demás, pero ellos responden trabajando a su vez otro tanto más para conservarlas; y al final, estaremos todos en aquellas mismas posiciones relativas por las que ya empezábamos, aunque con menos horas de ocio.
 
 
¿Y cómo parar esta escalada? Convertir nuestra mayor productividad en más tiempo libre pasará en parte por que las políticas públicas permitan, al fin, ese ocio posible: hay que llegar a eliminar el ‘presentismo’, facilitar que la gente cumpla sus horarios, incentivar enormemente los ‘trabajos a tiempo parcial’. Si la externalidad descrita existiere, sería bueno que las políticas públicas también penalizasen el consumo más ostentoso con impuestos indirectos al Lujo, y que la sociedad no admirara ese tipo de consumo.
 
Sin embargo, a la vez será necesario el que cada uno individualmente seamos conscientes de lo buscado por nuestras elecciones. ¿Qué es lo normal? ¿Con referencia a qué grupo de pares estamos tomando esa decisión? ¿Realmente nos deberá importar un carajo el que nuestro vecino vea si tenemos un coche estupendo? ¿Cuántas horas más no viéndoles a nuestros hijos realmente queremos pasar en el trabajo para conseguir poder comprarnos ese coche?
 
Se trata, una vez más, de ser más productivos para vivir mejor; hacer lo contrario, usando nuestras ganancias adicionales de productividad para empeorar nuestro nivel de vida es un malgasto del único recurso escaso que tenemos todos en nuestra vida: el tiempo.”

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Trabajo asalariado era mecanismo por el cual conjugar un reparto de ocupaciones preciso, al producirse nuestros bienes o servicios imprescindibles, con redistribución de las rentas -no menos  necesaria- para que puedan ser luego éstos a su vez adquiridos entre todos... Y si nos lo abaratan demasiado mediante una mejor productividad a costa exclusivamente del mayor tiempo en su trabajo para las personas con empleo -pero sin más remuneración salarial- esta ecuación se rompe con el único resultado añadido de multiplicarse los trabajadores que no pueden ganarse la vida por seguir como desocupados forzosos...   
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Es decir,  las dos opciones reales ahora son:
 
trabajar Menos (Horarios)

 

1 comentario:

  1. Es bastante sencillo:

    Al ciudadano común, trabajador, la deflación ni le va ni le viene: si le bajan a la vez que su salario todos los precios de lo que ha de pagar y los intereses positivos o negativos nada le cambia; es como si devaluaran el euro sin cambio de salarios ni precios ninguno...

    Pero a los rentistas, que no tienen salario sino dividendos de los capitales invertidos, sí les cabe temer lo que incitan a rechazarse por todos. Si el tipo de interés baja -con los IPCs- todo su ingreso (mientras no trabajen) puede hasta desaparecer; recuérdese que algunos tipos de interés en Alemania llegaron a ser incluso 'menores que cero' (o sea, pagando por prestar dinero), igual que antes ocurrió para Japón también...

    Cuando se teme la deflación es por defender intereses del capital, y no de los trabajadores o pensionistas. ¿No está claro?

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