lunes, 12 de noviembre de 2012

Indignos cuentos, y no cuentas en Programas... (¡o sea lo mismo que desde hace, ya, 2 siglos!)


"Orbajosa, querida tía, casi no tiene más que ajos -repuso el ingeniero-... y bandidos; porque son bandidos los que lanzan cada 4 ó 5 años a correr aventuras en nombre de una idea política o religiosa (...) Si se contesta con más lágrimas y quejas, conmoverán pero no convencerán. Razones, y no solo sentimientos, nos hacen falta. Háblenos usted, diga serenamente en qué hay equivocación al pensar lo que pensamos, pruébelo después, y reconoceré mi error"...

[De nuevo hemos de recordar al gran Benito Pérez Galdós, nuestro cronista fidedigno de los 'Episodios Nacionales'... y esa perenne Orbajosa -léase Orbe de los Ajos: “¿Quién puede poner en duda su existencia?”, como preguntaba Max Aub con el prólogo a una edición mexicana...- de 'Doña Perfecta'...]

. . Tales palabras pueden oírse ahora durante dos meses, con tragedia histórica que representan en las tablas del Centro Dramático Nacional, como síntesis recurrente sobre Insidias y triunfo de la doblez patria: "ese poblachón al que Pepe Rey, su protagonista, llega con ímpetu transformador, es un irónico resumen de la España caciquil...

Galdós escribió esa [luego teatralizada] novela con urgencia (en 3 meses), tras la supresión de la libertad de cátedra y expulsión en el año 1876 de las Universidades para los -luego creadores de Institución Libre de Enseñanza, o sea- Giner de los Ríos, Gumersindo de Azcárate y Nicolás Salmerón... por no adecuar sus enseñanzas al dogma católico y no negarse al difundir doctrinas contrarias a la monarquía, recién restaurada (...) enfrentando en singulares combates racionalismos contra fanatismos, progresos y tradiciones, aperturismos frente a nacionalismos..."


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Parecería no haber pasado un siglo largo desde ciertos diálogos de sordos -ejemplares- entre la 'Dª Perfecta' que junto a su jesuítico capellán sostenía todo tradicionalismo y el tan liberalote sobrino, irónicamente llamado Pepe Rey, quien se mostraba empeñado en afanes regeneradores del ilustrarles con aquella Instrucción Pública (de la que jamás llegan aquí a calar los números o cifras, ¡ay!, tanto como las letras...) por entonces al Ministerio de Fomento adscrita como competencia:

"— Cierto es todo lo que el señor Penitenciario ha dicho en tono de broma. Pero no es culpa nuestra que la ciencia esté derribando a martillazos un día y otro tanto ídolo vano, la superstición, el sofisma, las mil mentiras de lo pasado, bellas unas y ridículas las otras, pues de todo hay en la viña del Señor. El mundo de las ilusiones, que es como si dijéramos un segundo mundo, se viene abajo con estrépito. El misticismo en religión, la rutina en la ciencia, el amaneramiento en las artes, caen como cayeron los dioses paganos, entre burlas. Adiós, sueños torpes, el género humano despierta y sus ojos ven la claridad: el sentimentalismo vano, el misticismo, la fiebre, la alucinación, el delirio desaparecen, y el que antes era enfermo hoy está sano y se goza con placer indecible en la justa apreciación de las cosas. La fantasía, la terrible loca, que era el ama de la casa, pasa a ser criada.... Dirija usted la vista a todos lados, señor Penitenciario, y verá el admirable conjunto de realidad que ha sustituido a la fábula. El cielo no es una bóveda, las estrellas no son farolillos, la luna no es una cazadora traviesa, sino un pedrusco opaco; el sol no es un cochero emperejilado y vagabundo, sino un incendio fijo. Las sirtes no son ninfas, sino dos escollos; las sirenas son focas, y en el orden de las personas Mercurio es Manzanedo; Marte es un viejo barbilampiño, el conde de Moltke; Néstor puede ser un señor de gabán que se llama monsieur Thiers; Orfeo es Verdi; Vulcano es Krupp; Apolo es cualquier poeta. ¿Quiere usted más? Pues Júpiter, un Dios digno de ir a presidio si viviera aún, no descarga el rayo, sino que el rayo cae cuando a la electricidad le da la gana. No hay Parnaso, no hay Olimpo; no hay laguna Estigia, ni otros Campos Elíseos que los de París. No hay ya más bajada al infierno que las de la geología, y este viajero, siempre que vuelve, dice que no hay condenados en el centro de la tierra. No hay más subidas al cielo que las de la astronomía, y ésta a su regreso asegura no haber visto los seis o siete pisos de que hablan el Dante y los místicos y soñadores de la Edad Media. No encuentra sino astros y distancias, líneas, enormidades de espacio y nada más. Ya no hay falsos cómputos de la edad del mundo, porque la paleontología y la prehistoria han contado los dientes de esta calavera en que vivimos y averiguado su verdadera edad. La fábula, llámese paganismo o idealismo cristiano, ya no existe, y la imaginación está de cuerpo presente. Todos los milagros posibles se reducen a los que yo hago cuando se me antoja en mi gabinete con una pila de Bunsen, un hilo inductor y una aguja imantada. Ya no hay más multiplicaciones de panes y peces que las que hace la industria con sus moldes y máquinas y las de la imprenta, que imita a la Naturaleza sacando de un solo tipo millones de ejemplares. En suma, señor canónigo de mi alma, se han corrido las órdenes para dejar cesantes a todos los absurdos, falsedades, ilusiones, ensueños, sensiblerías y preocupaciones que ofuscan el entendimiento del hombre. Celebremos el suceso.

 — No mediré yo mis escasas fuerzas -exclamó el canónigo, arqueando las cejas- con adalid tan valiente y al mismo tiempo tan bien armado. El Sr. D. José lo sabe todo, es decir, tiene a su disposición todo el arsenal de las ciencias exactas. Bien sé que la doctrina que sustenta es falsa; pero yo no tengo talento ni elocuencia para combatirla. Yo emplearía las armas del sentimiento; emplearía argumentos teológicos, sacados de la revelación, de la fe, de la palabra divina; ¡ay! pero el Sr. D. José, que es un sabio eminente, se reiría de la teología, de la fe, de la revelación, de los santos profetas, del Evangelio. Un pobre clérigo ignorante, un desdichado que no sabe matemáticas, ni filosofía alemana en que hay aquello de yo y no yo, un pobre dómine que no sabe más que la ciencia de Dios y algo de poetas latinos, no puede entrar en combate con estos bravos corifeos.

 — Creo -dijo doña Perfecta, mirando alternativamente a su sobrino y a su amigo- que usted, Sr. D. Inocencio, al juzgar a este chico traspasa los límites de la benevolencia.... No te enfades, Pepe, ni hagas caso de lo que digo, porque yo ni soy sabia ni filósofa, ni teóloga; pero me parece que el señor D. Inocencio acaba de dar una prueba de su gran modestia y caridad cristiana, negándose a apabullarte, como podía hacerlo, si hubiese querido.

 — ¡Señora, por Dios! -dijo el eclesiástico.

 — Él -añadió la señora- es así. Siempre haciéndose la mosquita muerta.... Y sabe más que los siete doctores. ¡Ay, Sr. D. Inocencio, qué bien le sienta a usted el nombre que tiene! Pero no se nos venga acá con humildades importunas. Si mi sobrino no tiene pretensiones.... Si él sabe lo que le han enseñado y nada más.... Si ha aprendido el error, ¿qué más puede desear sino que usted le ilustre y le saque del infierno de sus falsas doctrinas?

 — Justamente, no deseo otra cosa, sino que el señor Penitenciario me saque.... -murmuró Pepe, comprendiendo que, sin quererlo, se había metido en un laberinto.

 — Supongo que el Sr. de Rey será también muy experto en cosas de arqueología -dijo el canónigo que, siempre implacable, corría tras su víctima, siguiéndola hasta su más escondido refugio.

 — Por supuesto -dijo doña Perfecta- que sí. ¿De qué no entenderán estos despabilados niños del día? Todas las ciencias las llevan en las puntas de los dedos. Las universidades y las academias les instruyen de todo en un periquete, dándoles patente de sabiduría.

 — ¡Oh! eso es injusto -repuso el canónigo, observando la penosa impresión que manifestaba el semblante del ingeniero.

 — Mi tía tiene -afirmó Pepe- toda la razón Hoy aprendemos un poco de todo, y salimos de las escuelas con rudimentos de diferentes estudios.

 — Decía -le añadió el canónigo- que será usted un gran arqueólogo.

 — No sé -repuso el joven- una palabra de tal ciencia. Las ruinas son ruinas, y nunca me ha gustado empolvarme en ellas.

Don Cayetano hizo una mueca muy expresiva.

 — No es esto condenar la arqueología. Bien sé que del polvo sale la historia. Esos estudios son preciosos y utilísimos -añadió vivamente el sobrino de doña Perfecta, advirtiendo con dolor que no pronunciaba una palabra sin herir a alguien.

 — Usted -dijo el Penitenciario, metiéndose el palillo en la última muela- se inclinará más a los estudios de controversia. Ahora se me ocurre una excelente idea. Sr. D. José, usted debiera ser abogado.

 — La abogacía -replicó Pepe Rey- es una profesión que aborrezco. Conozco abogados muy respetables, entre ellos a mi padre, que es el mejor de los hombres. A pesar de tan buen ejemplo, en mi vida me hubiera sometido a ejercer una profesión que consiste en defender lo mismo el pro que el contra de las cuestiones. No conozco error, ni preocupación, ni ceguera más grande que el empeño de las familias en inclinar a la mejor parte de la juventud a la abogacía. La primera y más terrible plaga de España es la turbamulta de jóvenes abogados, para cuya existencia es necesaria una fabulosa cantidad de pleitos. Las cuestiones se multiplican en proporción de la demanda. Aun así, muchísimos se quedan sin trabajo, y como un jurisconsulto señor no puede tomar el arado ni sentarse al telar, de aquí proviene ese brillante escuadrón de holgazanes, llenos de pretensiones, que fomentan la empleomanía, perturban la política, agitan la opinión y engendran las revoluciones; de alguna parte han de comer. Mayor desgracia sería que hubiera pleitos para todos.

 — Pepe, ¡por Dios! -dijo doña Perfecta, con marcado tono de severidad-, mira lo que hablas. Pero dispénsele usted, Sr. D. Inocencio... porque él ignora que usted tiene un sobrinito, el cual, aunque recién salido de la Universidad, es un portento en la abogacía.

 — Yo hablo -manifestó Pepe con firmeza- en términos generales. Siendo, como soy, hijo de un abogado ilustre, no puedo desconocer que algunas personas ejercen esta noble profesión con verdadera gloria.

 — No... si mi sobrino -dijo el canónigo, afectando humildad- es un chiquillo todavía. Muy lejos de mi ánimo afirmar que es un prodigio de saber, como el Sr. de Rey. Con el tiempo ¿quién sabe?... Su talento no es brillante ni seductor. Por supuesto, las ideas de Jacintito son sólidas, su criterio sano; lo que sabe lo sabe a macha martillo. No conoce sofisterías ni palabras huecas....

Pepe Rey aparecía cada vez más inquieto. La idea de que, sin quererlo, estaba en contradicción con las ideas de los amigos de su tía, le mortificaba, y resolvió callar por temor a que él y D. Inocencio concluyeran tirándose los platos a la cabeza. Felizmente, el esquilón de la catedral, llamando a los canónigos a la importante tarea del coro, le sacó de situación tan penosa. Levantose tan venerable varón y se despidió de todos, mostrándose con Pepe tan lisonjero, tan amable, cual si la amistad más íntima desde largo tiempo les uniera. El canónigo, después de ofrecerse a él para servirle en todo, le prometió presentarle a su sobrino, a fin de que le acompañase a ver la población, y le dijo las expresiones más cariñosas, dignándose agraciarle al salir con una palmadita en el hombro. Pepe Rey, aceptando con gozo aquellas fórmulas de concordia, vió, sin embargo, el cielo abierto cuando el sacerdote salió del comedor y de la casa (...)

 — Eres -le dijo la tía- un mozalbete sin experiencia ni otro saber que el de los libros, que nada enseñan del mundo ni del corazón. Tú de nada entiendes más que de hacer caminos y muelles. ¡Ay! señorito mío. En el corazón humano no se entra por los túneles de los ferrocarriles, ni se baja a sus hondos abismos por los pozos de las minas. No se lee en la conciencia ajena con los microscopios de los naturalistas, ni se decide la culpabilidad del prójimo nivelando las ideas con teodolito (...) Yo soy una mujer piadosa, ¿entiendes? Yo tengo mi conciencia tranquila, ¿entiendes? Yo sé lo que hago y por qué lo hago, ¿entiendes?

 — Entiendo, entiendo, entiendo.

 — Dios, en quien tú no crees, ve lo que tú no ves ni puedes ver, la intención. Y no te digo más; no quiero entrar en explicaciones largas porque no lo necesito. Tampoco me entenderías si te dijera que deseaba alcanzar mi objeto sin escándalo, sin ofender a tu padre, sin ofenderte a ti, sin dar que hablar a las gentes con una negativa explícita.... Nada de esto te diré, porque tampoco lo entenderás, Pepe. Eres matemático. Ves lo que tienes delante y nada más; la naturaleza brutal y nada más; rayas, ángulos, pesos y nada más. Ves el efecto y no la causa. El que no cree en Dios no ve causas. Dios es la suprema intención del mundo. El que le desconoce, necesariamente ha de juzgar de todo como juzgas tú, a lo tonto. Por ejemplo, en la tempestad no ve más que destrucción, en el incendio estragos, en la sequía miseria, en los terremotos desolación, y sin embargo, orgulloso señorito, en todas esas aparentes calamidades, hay que buscar la bondad de la intención... sí señor, la intención siempre buena de quien no puede hacer nada malo..."

Y así al fin la muerte del joven sobradamente preparado por estudio terminó siendo ineluctable obra de un 'Caballuco' enardecido con patrióticas prédicas clericales en su irreflexiva fidelidad:

"— En cuanto a que yo aconseje al señor Ramos que se eche al campo -dijo el canónigo mirando por encima de los cristales de sus anteojos-, razón tiene la señora. Yo, como sacerdote, no puedo aconsejar tal cosa. Sé que algunos lo hacen, y aun toman las armas; pero esto me parece impropio, muy impropio, y no seré yo quien les imite. Llevo mi escrupulosidad hasta el extremo de no decir una palabra al señor Ramos sobre la peliaguda cuestión de su levantamiento en armas; yo sé que Orbajosa lo desea; sé que le bendecirán todos los habitantes de esta noble ciudad; sé que vamos a tener aquí hazañas dignas de pasar a la historia; pero, sin embargo, permítaseme un discreto silencio.

 — ¡No se puede decir más -exclamó, arrebatada de entusiasmo, doña Perfecta-... Ni mejor!

 — Yo tengo -siguió don Inocencio- una fe ciega en el triunfo de la ley de Dios. Alguno ha de salir en defensa de ella. Si no son unos, serán otros. La palma de la victoria y con ella la gloria eterna, alguien se la ha de llevar. Los malvados perecerán, si no hoy, mañana. Aquel que va contra la ley de Dios caerá, no hay remedio. Sea de esta manera, sea de la otra, ello es que ha de caer. No le salvan ni sus argucias, ni sus escondites, ni sus artimañas. La mano de Dios está alzada sobre él y le herirá sin falta. Tengámosle compasión y deseemos su arrepentimiento... En cuanto a vosotros, hijos míos, no esperéis que os diga una palabra sobre el paso que seguramente vais a dar. Sé que sois buenos, sé que vuestra determinación generosa y el noble fin que os guía lavan toda mancha pecaminosa que por causa del derramamiento de sangre pudierais recibir; sé que Dios os bendice, que vuestra victoria, lo mismo que vuestra muerte, os sublimarán a los ojos de los hombres y a los de Dios; sé que se os deben palmas y alabanzas y toda suerte de honores; pero a pesar de esto, hijos míos queridos, mi labio no os incitará a la pelea. No lo he hecho nunca, ni lo hago ahora. Obrad con arreglo al ímpetu de vuestro noble corazón. Si él os manda que os estéis en vuestras casas, estaos en ellas; si él os manda que salgáis, salid en buen hora. Me resigno a ser mártir y a inclinar mi cuello ante el verdugo, si esa miserable tropa continúa aquí. Pero si un impulso hidalgo y ardiente y pío de los hijos de Orbajosa, contribuye a la grande obra de la extirpación de las desventuras patrias, me tendré por el más dichoso de los hombres, sólo con ser paisano vuestro; y toda mi vida de estudios, de santidad, de penitencia, de resignación, no me parecerá tan meritoria para aspirar al cielo, como un día solo de vuestro heroísmo.

 — Ramos, tú querrás cenar; tú querrás tomar algo, ¿no es verdad? -dijo la señora.

 — Nada, nada -repuso el centauro-, deme, si acaso, un plato de pólvora.

Diciendo esto soltó estrepitosa carcajada, dio varios paseos por la habitación, observado atentamente por todos, y deteniéndose luego junto al grupo, fijó los ojos en doña Perfecta y con atronadora voz profirió estas palabras:

 — Digo que no hay más que decir. ¡Viva Orbajosa, muera Madrid! ..."

El director de la versión citada, Ernesto Caballero, concluye: "Galdós quiso hacer una metáfora de la España de su tiempo: la imaginaria ciudad de Orbajosa era toda una nación menguada, arcaica, ensimismada, y la dolencia que aquejaba a los personajes del relato la propia de un país enfermo de atraso y superstición. Este planteamiento simbolista lo desarrolló, no obstante, con un inequívoco empeño realista que se exacerba, como en Cervantes o en 'La Celestina', hasta lo tragicómico.

Escrita por un joven novelista exasperado ante el fracaso del proyecto liberal que pretendía modernizar la España de su época, 'Doña Perfecta' anticipa el anhelo de regeneración de nuestra vida política y social característico de toda la literatura noventayochista. El autor, en principio, toma partido a favor de Pepe Rey, un joven ingeniero portador de valores ilustrados contrapuestos al dogma y al cerrilismo localista de los orbajosenses; sin embargo, a medida que progresa la acción de la trama y aumenta la desavenencia entre éste y doña Perfecta, la obra adquiere tintes trágicos y tanto sus protagonistas como sus antagonistas terminan siendo víctimas y culpables al mismo tiempo de un 'fatum' que acaso no sea otro que el de nuestra convulsa y atribulada Historia.

En 'Doña Perfecta', progreso y tradición colisionan estrepitosamente a causa de una arraigada incapacidad en unos y en otros de establecer un diálogo más allá de estas descalificaciones, tan sumarias como frecuentes en nuestra vida social, de esa propensión a convertir en enemigo al adversario ideológico, de ese sentimiento de íntima agresión ante una discrepancia de criterio, en definitiva, de toda esta intransigencia tan perdurable y [aun] característica..."
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¡Hasta hoy mismo!
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Postdata (13/12/12)= Dado su gran interés al respecto del asunto que se trata, es recomendado todo el claro artículo periodístico de Luis Garicano, esta mañana: 'Son las matemáticas, estúpido'
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3 comentarios:

  1. CÁNOVAS Y SAGASTA:

    Faltan veinticuatro horas para la segunda huelga general convocada por los sindicatos contra el Partido Alfa. Faltan trece días para la celebración de las nerviosas elecciones catalanas.

    Desde que aparecieron en el horizonte los negros nubarrones de la crisis, todos los acontecimiento importantes del relato económico español suceden entre los días 9 y 12. La noche del 9 al 10 de mayo del 2010, Elena Salgado se plegó en el Ecofin de Bruselas a las exigencias del Directorio Europeo, con José Luis Rodríguez Zapatero atónito al otro lado del teléfono: los alemanes pedían más, más y más. Al día siguiente llamó Barack Obama a la Moncloa para remachar el clavo. Y después, el primer ministro chino, Wen Jiabao.

    El 10 de mayo del 2012, el Gobierno de Mariano Rajoy decide forzar la salida de Rodrigo Rato de la presidencia de Bankia para proceder a la intervención pública del conglomerado financiero español con el mayor agujero. Se derrumba el mito de que todo es culpa de las autonomías. La principal avería de la economía española se halla en los balances de buena parte del sistema bancario, por la acumulación de créditos impagados y los activos inmobiliarios en desplome. Salta el fusible de Bankia y se interrumpe el discurso que intenta presentar el Gran Madrid como el oasis de una crisis radicalmente periférica. Un mes después, el 9 de junio, el ministro de Economía, Luis de Guindos, consigue pactar una línea de crédito (un mínimo de 50.000 millones) para el reflotamiento del sistema bancario español, en una reunión extraordinaria del Ecofin. Una línea de crédito cuya concreción hará sudar sangre al Gobierno. Se acentúa la intervención informal de la economía española por parte del Directorio.

    El 12 de noviembre del 2012, dos años y medio después de haber entrado en la fase más acuciante de la crisis, los dos principales partidos y la banca pactan la línea de la piedad. Un cortafuegos de urgencia para impedir que una chispa mala -otro suicidio de un desahuciado, un choque entre vecinos y policía- acabe provocando un incendio a la griega en una España cada vez más castigada por la pobreza y la desigualdad social. No es un acuerdo fácil. La banca, cuyo prestigio también se halla seriamente erosionado, teme una cadena de impagados: si el vecino de abajo dice que no puede pagar, yo, que también estoy en paro, tampoco pago. Y los abogados del Estado alertan del riesgo de transmitir al exterior un mensaje de inseguridad jurídica. Nadie invierte en un país en el que no esté claro el cobro de las deudas.

    Los jueces, sin embargo, se niegan a ser los matarifes de la banca. Cuarenta y seis jueces decanos de toda España se han reunido en Barcelona -siempre la díscola Barcelona- para lanzar un ultimátum: “Los jueces no somos los cobradores del frac”. La Iglesia también se pronuncia; con especial energía el obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla. Sindicatos y entidades presionan en favor de la moratoria. Los grupos asociados al filiforme 15-M levantan la mano: ¡Nosotros fuimos los primeros en denunciarlo! Y tienen razón.

    El Gobierno, consciente de que el año 2013 será durísimo, teme un estallido social. Y el PSOE necesita oxígeno. El núcleo duro del Ejecutivo, con Soraya Sáenz de Santamaría en cabeza, quiere ser identificado con la austeridad: reducción de coches oficiales, límites a las indemnizaciones de los directivos, publicidad sobre los gastos en regalos del Gobierno anterior… El PSOE necesita volver a aparecer como un partido útil para los que menos tienen. El régimen de 1977 ha de protegerse de la abrasión. Cánovas y Sagasta.

    (Enric Juliana, LV-12.11.12)

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  2. ''Las elecciones yanquis han tenido ganador inesperado: los MODELOS ESTADÍSTICOS. Ya en 2008, un bloguero llamado Nate Silver consiguió una leal audiencia desde su blog a base de predicar el evangelio del rigor, la calma y el análisis de pronósticos electorales por encima de opiniones basadas en “intuición” e “instinto”. Llegada la ocasión, su modelo consiguió éxito enorme al predecir el resultado en todos los Estados menos 1 (...)

    El análisis que llevó a cabo en este ciclo ha sido espectacular por lo razonable, valiente, y al fin, correcto. Desde hace mucho su argumento básico era que lo importante no era la intención de voto nacional (empatada prácticamente), sino en los Estados, ya que son estos los que participan en el Colegio Electoral; había muchas encuestas en los clave (Ohio, sobre todo); y todas casi sin excepción predecían victorias ajustadas de Obama. Cada una dentro del margen de error, pero cuando se combinaban correctamente y computaba su impacto, llegaba una PREDICCIÓN CON ALTO GRADO DE CONFIANZA.

    El ala "dura" del partido republicano emprendió durísimo ataque, acusándole de manipulador, ocultar datos, no entender encuestas, tener una fórmula compleja u otra trivialmente sencilla, etc. Apoyando se encontraban muchos “opinadores profesionales” de izquierda y derecha, acostumbrados a interpretar tendencia desde su sillón, que veían en peligro su posición ante los avances del 'amateur' (o muchos otros siguiendo sus pasos).

    Silver respondió siempre a estos ataques con calma, explicando las MATEMÁTICAS en los términos más sencillos, aclarando lo que sus datos querían o no decir e insistiendo en que no era la carrera justita y ajustada hasta el final que vendedores de prensa y republicanos querían ver, sino que íbamos hacia victoria clara de Obama. Sus discusiones entraban con detalle en la correlación entre movimientos de distintos Estados, predictibilidad de la participación, fiabilidad en diferentes tipos de encuesta. Sus enemigos demostraban continua y completa ignorancia de los conceptos estadísticos más básicos, en particular la diferencia entre tamaño del margen de victoria (un par de puntos) y el que éste sea o no significativo.

    El resultado electoral supuso victoria para Silver aún mayor que la de 2008. No solo acertó el ganador y su margen, sino también resultado en TODOS Y CADA UNO de los Estados. Y siempre, eso sí, insistiendo con humildad en que no tenía ningún mérito, que lo único que hacía era fiarse de datos y no en su instinto. Es una anécdota, sí. Pero refleja un mundo nuevo en el que los capaces de entender, interpretar y analizar información derrotan a especuladores de salón que no saben leer datos, pero sí enrollarse como las persianas sobre todo bajo el sol. Donde gana el argumento, no quien más cobra o es más prestigioso, el jefe, sino cualquiera (incluso menor en jerarquía, más joven) capaz de argumentar mejor basado en evidencia empírica.

    La revolución que ya tuvo lugar para toma de decisiones en finanzas, 'baseball', marketing y política presidencial americana llegará poco a poco a todas las áreas del conocimiento. Para beneficiarse de ello, habrá que tener buen conocimiento estadístico y en matemáticas. Éstas no son solo, como dijo Galileo, ese LENGUAJE en que Dios escribió el universo, sino "el de los datos e información" con que somos inundados. Sin entender sencillos modelos matemáticos, lo que pueden predecir o no, supuestos que requieren, confianza que merecen, es imposible prácticamente participar activos en campos aun bien poco matemáticos (...)

    No nos engañemos, sin haber adquirido 3 fundamentos básicos para participar en la economía del conocimiento (nivel avanzado de confianza en uso de matemáticas y estadística; capacidad elevada para escribir un argumento, no solo correcto gramaticalmente, sino RAZONADO CON CLARIDAD Y CONVICCIÓN; y nivel avanzado de inglés), es como si los niños no hubieran pisado escuela desde los 14 años...''

    (Luis Garicano, EP de hoy)

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  3. Carta de un Editor

    Vivimos tiempos de CRISIS, pero también de esperanza. Tiempos de cambios y de oportunidad, tiempos de empezar a construir una nueva cultura ética, una nueva forma de entender la vida, una nueva forma de expresarnos, de comunicarnos, de relacionarnos, de amarnos. Estamos aprendiendo, estamos consolidando un nuevo proyecto humano, una nueva razón de ser, un nuevo estado de sentir y de vivir. Estamos rozando la plenitud de la oportunidad, sirviendo de base para una sólida transformación hacia un mundo más humano, más espiritual, más amable. Un mundo nuevo, un mundo sentido.

    Ya no le tenemos miedo al CAMBIO porque hemos comprendido esa vieja máxima oriental que nos dice que lo único que permanece es el cambio. Inclusive para los amantes de la cultura y de los libros, los cuales atendemos al gran deber que la vida nos ha concedido. El deber de conservar, transmitir y compartir el conocimiento, el espíritu de nuestros pueblos y sus gentes, su historia, sus ideas, su sentir, sus formas de expresar y de comunicarse con el mundo.

    Tenemos el deber de potenciar los nuevos talentos y consolidar aquellos que nos abren la mente y el corazón a nuevas posibilidades. Tenemos el deber de seguir apostando, a pesar de las difíciles pruebas de este tiempo para que la cultura siga siendo la representante legítima de nuestra alma humana. Debemos seguir dignificando la memoria de aquellos que lucharon por transmitir nuestras ciencias y nuestros saberes, de aquellos que trabajaron por amor al arte y la cultura arriesgando a veces incluso sus vidas. Es nuestro deber coger aliento y llenarnos de ESPERANZA en estos tiempos de mundos digitales y de futilidad de la palabra. Hay que reencontrar la palabra perdida, la voz del silencio y el verbo creador para dotarlo de esa fraternal y necesaria capacidad de reivindicación.

    Ese es nuestro reto común. Por eso, como editor y ahora amigo, me atrevo a pronunciar con palabras sentidas un mensaje de ÁNIMO Y ALIENTO a todos aquellos que trabajan día y noche para que nuestra cultura, nuestra alma, siga creciendo en nuestros corazones. Gracias a todos.

    Javier León

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